27
"Agacha la cabeza, Felix."
"Debes tener la cabeza hacia abajo para orar como es debido. Y pide fuerte, lo más fuerte que puedas para que Dios te escuche."
El niño mantenía sus manos a modo de oración, pegadas a su rostro mientras miraba de reojo a su madre que, sostenía en brazos a Olivia.
"Debes pedir fuerte o él no escuchará. Porque recibe muchas peticiones a diario. La última vez no pedí con fuerza, tal vez por eso no me escuchó pedir que cuidara a Rachel y que no dejara que algo malo le ocurriera."
"Sí, mamá."
Felix no quería que las cosas terminaran así. Él solo deseaba hablar, exigir una repuesta a todas las preguntas que torturaban su mente, ¿Por qué Rachel? ¿Por qué todas esas niñas? ¿Cómo podía haber tanta crueldad en una persona para tomar el caso de la niña a la que mataste con la finalidad de entorpecer el caso? Pero apenas entró a la oficina del capitán y lo vio, sentado mientras comía un dulce del pequeño platito que tenía frente a su escritorio, una extraña ola de rabia que jamás había sentido se adueñó de su cuerpo, porque entendió que las preguntas no importaban si Rachel ya no podía hacer algo tan simple como disfrutar un dulce. Se había asegurado de quedar a solas con él, mientras sus compañeros iban por algunas cosas para sobrellevar el turno nocturno.
Entonces tomó la placa de reconocimiento por ser un buen capitán que presumía sobre su escritorio, y le golpeó con fuerza la cabeza. El hombre no pudo siquiera reaccionar, nunca habría imaginado que alguien le hiciera eso, nunca alguien de su equipo, nunca Felix. Pero ahora estaba siendo arrastrado por él hasta la patrulla de Lee. Lo recostó en los asientos de atrás porque siempre era más fácil explicar que llevabas a alguien ebrio o inconsciente tras un golpe, que a una persona en la valija.
Claro, minutos después recibió la señal por su comunicador de sus dos compañeros quejándose porque Felix abandonó su puesto dejando la estación sola; sin embargo, él expresó un tono de confusión mientras decía que había dejado al capitán cuidando mientras él iba a cambiarse el pantalón que accidentalmente rasgó cuando la tela quedó atorada en un archivero roto.
Nadie dudó, nadie duraría de Felix, que siempre había sido el sol de la estación. Lo suficientemente tierno para quererlo, lo necesariamente estúpido para poder tener un plan. Pero Felix era más que una persona olvidadiza y eso era algo que muchos, irónicamente, olvidaban. Su personalidad no se limitaba a perderse en una calle, ni a tener que llevar una hoja con todas las direcciones que necesitaba, pero fingió que sí.
Así que ahí estaba, nuevamente sus manos a modo de oración pegadas a su nariz y labios, pero esta vez no era un niño pidiendo por la seguridad de su hermana, esta vez la sangre en sus manos denotaba que ya era un hombre cansado de esperar un milagro.
Sus manos manchadas de la sangre del hombre también habían teñido sus labios y su nariz mientras oraba, pedía una respuesta, una señal a seguir o parar. Las lágrimas salían, limpiaban la sangre de su mentón pero ni siquiera así podría volver a purificar su cuerpo, no tenía remordimiento, no lloraba por tristeza o temor, lloraba porque esa noche Felix había decidido actuar y cuando eliges ese camino, no hay marcha atrás, porque incluso siendo la última vez que pensaba hacerlo, había algo que le decía ni siquiera debía haber una primera.
Sus mejillas al igual que parte de su cabello en ese entonces castaño estaban salpicadas, apenas llegó a su hogar bajó al hombre al sótano y lo amarró a uno de los tubos que funcionaban como pilar. El hombre despertó a los pocos minutos y Felix no pudo contener su rabia, lo había golpeado hasta que escupió sangre. Fue la mancha en su piel la que le hizo detenerse a orar pues recordaba que su mamá solía decirle que en tiempos de dolor, aquello era una respuesta.
Pero no la obtuvo.
De cualquier forma, no estaba esperanzado en obtenerla, al final, en todos esos años nunca la había recibido. Así que finalmente llegó a la conclusión de continuar. Ese hombre no merecía perdón después de todo lo que había hecho, y Felix estaba dispuesto a ser el verdugo. No le importaba haber escuchado sus súplicas de que no había hecho nada malo, pues los criminales siempre intentaban justificar sus actos, tampoco su expresión de sorpresa cuando le dijo que sabía todo lo que hacía, mucho menos cuando el hombre le dijo que cambiaría, que ya no haría nada malo. Se sintió asqueado con esas palabras, ¿Cómo se atrevía a decir eso? Ni siquiera Felix, que era su primera vez cometiendo un crimen, encontraría la opción de cambiar.
Después de todo, era más fácil corromper un alma que purificarla.
— Te daré la oportunidad de arrepentirte —habló Felix, haciendo que el hombre sonriera con un brillo de esperanza en sus ojos—. Tendrás tus últimos minutos de vida para suplicar perdón, no a mí, no a Dios, ninguno de nosotros tiene nada que perdonarte —sacó su cartera y de la misma, una foto tamaño infantil de Rachel—. Suplica tu perdón a ella, que era mayor que yo, pero mientras yo seguí creciendo a la persona que ves ahora, ella permaneció así. Solo cuando pueda escuchar que te perdona, me detendré.
El hombre sollozó, mirando hacia el suelo.— Es imposible que la escuches.
— Lo sé.
Respondió Felix con una sonrisa, dejando ver sus dientes. Se tomó su tiempo para subir a su habitación para cambiarse el uniforme a unas prendas que tiraría después, se aseguró de tener lo que necesitaba y después de unos minutos, bajó de nuevo al sótano donde el hombre permanecía cabizbajo. Dejó las cosas sobre una caja con cosas viejas y después, empezó a despojarlo de sus prendas, costó trabajo por el forcejeo y las ataduras, pero cuando finalmente lo logró no pudo evitar reír.
— Ya veo el motivo de recurrir a actos tan espantosos, una mujer de tu edad no te tomaría en serio. Eres patético.
Se acercó a tomar una pequeña y vieja navaja multiusos y regresó para mostrarla al hombre, manteniendo una expresión tranquila.
— Veremos si te gusta recibir cortes tanto como hacerlos.
Perdió la cuenta de cuantos cortes hizo, algunos más profundos que otros pero siempre procurando no dañar lo suficiente para matarlo, después de todo, aún quedaba mucho por hacer. El hombre ahora ensangrentado permanecía de pie de forma débil apenas con las puntas de sus pies pues, le dolía apoyar sus plantas ahora también con cortes. Temblaba, no reconoció en eso al hombre que mostraba fuerza y valor al entrar a la oficina. Felix se encargaría de rasgar cada capa de coraje hasta volverlo menos que el despojo de sus días de gloria.
No solía fumar, tenía una cajetilla con cigarrillos posiblemente ya viejos que compró alguna vez intentando drenar su ansiedad, pero solo encontró que empeoraba su condición así que desistió de ello. Agradecía haberlos olvidado en un rincón de su cajonera, pues funcionaban para lo que quería. Metió un trapo a la boca del hombre y después puso cinta adhesiva sobre sus labios. Encendió un cigarrillo y esperó unos segundos mientras veía el papel quemarse, sintió envidia, la vida del cigarro era tan corta y podía ver como iba desapareciendo mientras que su vida era de tiempo incierto, desearía saber cuándo moriría, tal vez muchas cosas serían más sencillas así.
Finalmente, apoyó el cigarrillo sobre la piel del hombre que empezó a retorcerse, presionó con otro poco de fuerza antes de alejarlo. Volvió a sonreír mientras hacia una marca en otro lado del cuerpo.
— No es lindo, ¿Verdad? Pero aún así, parece tan poco.
Dejó caer el cigarrillo al suelo y lo pisó para apagarlo, el hombre sintió alivio por un instante y su cuerpo se relajó.
Pero después, deseó que hubiese continuado con ello.
Felix tomó el encendedor y bajó hasta quedar en cuclillas frente a él. Encendió y apagó la llama, acercándose peligrosamente hacia su entrepierna. El hombre se retorció en un vago intento de alejarse pero era inútil, además que esa acción solo parecía alentar al castaño. El chico terminó por mantener encendido el fuego mientras lo acercaba hasta quemar los testículos del hombre que ahora gritaba con fuerza entre su mordaza improvisada que Felix agradeció mentalmente haber pensado, de otra forma, sus gritos ahora altos ya lo habrían delatado.
La piel empezó a romperse y dió paso a los distintos tonos de rojo, blanco y finalmente grisáceo, entonces alejó el fuego. Felix sintió que su estómago daba vueltas y cuando menos lo notó, empezó a vomitar. Él no era malo, nunca quiso serlo, ¿Cómo acabó en esa situación? Corrompido por el odio. Felix deseaba haber crecido sin problemas, ser un chico del que no se esperaba nada, con una infancia dedicada solo a jugar, con sus dos hermanas cerca. Estaba seguro que Olivia amaría a Rachel, y que Rachel sería la favorita de ellos dos por ser una gran hermana mayor, habría deseado que la primera graduación de la casa sea la de su hermana, haber ido a la ceremonia y molestarse por el intenso ruido de alegría cuando todos festejen el fin, pero que esa molestia se reemplazaría por una sonrisa cuando viera a Rachel sostener su título.
Felix deseó dos veces volver el tiempo atrás.
La primera, antes de que Rachel saliera por el señor bigotes. Haber tomado su mano mientras decía que no necesitaba un peluche, porque ella estaba con él.
La segunda, cuando mató por primera vez, porque ahí murió otra parte de él que ya jamás se recuperaría, su inocencia.
Y ambas se las arrebató la misma persona.
Felix dejó al hombre por el resto de la noche y todo ese día, amarrado al pilar, con sus ojos vendados y su boca amordazada. Pensó que un gran modo de empezar a torturar era ponerlo lo más nervioso que podía, que cualquier ruido por más diminuto que fuera lo llenara de angustia al no saber si era él dispuesto a atacarlo otra vez o si era solo una pequeña ráfaga de viento moviendo una hoja. Y lo disfrutó mucho. Pasó la última hora previa a desatar sus ojos solo viéndolo, disfrutando el cansancio emocional, la paranoia. Ocasionalmente hacía un poco de ruido, lo suficiente para ponerlo a pensar si había sido causado por él o por otra cosa, y reía en su mente cuando lo veía relajar sus hombros cuando pasaban varios segundos tras el ruido y no había nada más, solo para repetir su acción.
Finalmente, decidió que no tenía mucho tiempo y que aunque deseara mantenerlo ahí siempre, haciéndolo sufrir el resto de su vida, tenía que ser rápido pues cualquier error lo pagaría caro. Pero haría que sufriera o que ellas habían pasado. Lo primero que hizo fue romper la pata de una vieja silla infantil del sótano, guardaba algunas cosas de su niñez ahí, algunas que se llevó de casa para sentirse en confort cuando decidió mudarse, para sentir que era su casa previo al desastre, porque luego de lo de Rachel, su casa ya no volvió a sentirse un hogar.
— ¿Te gusta atormentar niñas indefensas? Te gustará entonces estar del otro lado.
Entonces se inclinó nuevamente e introdujo con dificultad el palo de madera en el ano de aquel hombre. Éste empezó a gritar al instante sobre la mordaza mientras Felix, se aseguraba de introducir aquel objeto lo más profundo que le era posible entre aquel pataleo del hombre, que empezó a sangrar.
— No es lindo, ¿Cierto? ¿Pero acaso pensaste en eso al meter tu asqueroso pene en tantas indefensas?
El coraje empezó a adueñarse nuevamente de él. No bastaba con hacerlo sufrir, deseaba que suplicara la muerte.
Felix no sabía en qué momento llegó a eso, no fue consciente del momento en que deseó que la sangre de aquel monstruo corriera por sus manos y mucho menos, cuando dejó de ser tan simple como matarlo a torturarlo. Las imágenes estaban borrosas en su mente, recordaba haberlo soltado solo para tenerlo acostado en el suelo, atado de muñecas y piernas, dejando que su movimiento corporal ante el dolor estimulara el pedazo de madera en su interior haciéndolo sufrir por su propia mano. Lo siguiente que recuerda haber hecho fue calentar una cuchara con un encendedor para luego ponerla sobre su ojo derecho, sintiendo náuseas en cuanto empezó a ser irreconocible por lo que optó por sacarlo y botarlo a un lado.
— Eres completamente nauseabundo— murmuró—, no sé cómo es que llegué a sentir respeto por ti. El asco que me generas es enorme, todo en ti es tan sucio.
Dejó la cuchara a un lado, ya luego se encargaría del otro ojo, en cambio, tomó un martillo y regresó para empezar a golpear su boca sobre la mordaza, consiguiendo que empezara a salirse la sangre y que el hombre empezara a ahogarse al no poder escupir entre la tela, por lo que lo soltó un momento viendo la sangre y dientes rotos caer al suelo, un débil quejido escapando entre sus labios.
Entonces, subió al armario donde tenía la herramienta de jardín, él no la usaba, dejaba ese trabajo a un amable hombre que se encargaba de mantener su jardín bonito, pero esta vez tendría que tomar prestadas las tijeras.
Solía no sentir su casa como un hogar como tanto se esforzaba en intentar, pero por primera vez, mientras bajaba de regreso, ese trayecto en el pasillo era tan lento, como si de pronto toda la casa fuera enorme y lejana, o tal vez él muy pequeño. Definitivamente había perdido ese sentido de calidez.
Mordió su labio inferior mientras miraba el despojo de hombre que estaba en el suelo, tiritando de miedo y frío mientras murmuraba repetidas veces de forma apenas entendible "por favor". Felix sintió de pronto las lágrimas salir de sus ojos, pero de nuevo no había emoción, ni siquiera consciencia.
Se acercó a las manos atadas del hombre y colocó el índice sobre la tijera antes de cerrarla con fuerza, el hombre se quejó aún de forma complicada debido al dolor en su boca que le impedía gritar. Continuó así con el resto de los dedos hasta que el hombre gritó tragándose el malestar que por favor lo matara ya. Entonces se sintió calmado, mas no satisfecho. Pero eso jamás lo estaría, porque nada de lo que le hiciera iba a devolverle a Rachel.
Entonces tomó otra vez la cuchara para sacarle el otro ojo y rápidamente, tras ello, sacó un cinturón para colocarlo alrededor de su cuello y asfixiarlo. Mientras ejercía fuerza y sentía el cuerpo removerse entre sus brazos, se quedó mirando a la nada, pensando cruelmente si así habría luchado su hermana por seguir viviendo, si de esa forma su cuerpo también se había tensado hasta dejar de moverse por completo. Cuando finalmente todo había terminado, Felix se dejó caer al suelo junto al cadáver, cansado pero no físicamente, su interior dolía. Permaneció ahí varios minutos hasta que decidió deshacerse de la evidencia. Se cambió a una ropa negra y terminó de sacar los dientes para que no pudieran dar con la identidad, al final, tampoco tenía huellas.
Entonces empezó a sentirse nervioso. Había matado, ahora cualquier error podría condenar su vida.
Metió el cuerpo en una bolsa y esperó a la noche para meterlo en el maletero de su patrulla y condujo hasta un lago lejano, estaba a varias horas de distancia pero le garantizaba que de encontrarse el cuerpo, ganaría tiempo mientras buscaban en los hogares cercanos. Por suerte, nadie lo encontró.
Ni los siguientes que dejó.
Felix se decidió a que si ya había perdido su vida normal, entonces se encargaría de limpiar la corrupción desde adentro. Pensó que la suerte estaba de su lado pues ningún cuerpo fue encontrado, por eso, le resultó imposible no ir a ese pueblo en cuanto escuchó que había gente desapareciendo, quería solo asegurarse que nadie encontrara cuerpos que no fueran de ese lugar, pero le resultó sorprendente saber la verdad tras ello, sobretodo saber que su rastro era limpiado por un chico que comía cuerpos. De igual forma, era nauseabundo, y aunque le había servido de mucho, Felix tenía que encargarse de Hyunjin y Jeongin, porque eran tan horribles como aquellos a los que mataba.
Porque eran tan asquerosos e inhumanos como él.
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