Extra
Este extra está ubicado antes del final de la segunda parte.
Debió ser ese día; en retrospectiva, al menos, lo fue.
Harry destacaba más que sólo por ser el hijo del Jefe. Aprendió demasiado rápido lo que a otros les tomaba años, desarrolló habilidades valoradas por los Gryffindor, se adaptó, creció en ese entorno.
Cuando James quería probar a un guerrero, antes de enviarlo a la batalla, lo enfrentaba a su hijo. Si no perdía en los primeros diez minutos, le daba un puesto de mando; una vez ocurrió. Si aguantaba cinco minutos, podía ir a batalla; no siempre sucedía. Entrenaba a personas que le doblaban la edad desde la mitad de la adolescencia, nunca se había perdido una batalla a la que hubiese ido.
Lily decía que había sacado la destreza de su padre. Y lo engreído que estaba bien oculto.
No se le ocurrió que él pudiese irrumpir en uno de sus entrenamientos, tomárselo a juego, escapársele. Ni que le heriría tanto el orgullo que lo consiguiese.
Draco no peleaba. No sabía pelear, en sus propias palabras. Cuando se le acercó en la arena, Harry prometió ser suave, tomándolo en cuenta.
¡No le había dicho que sí podía hacer cosas peores!
El Slytherin se divertía como nunca, la risa vibrante, la sonrisa abierta, mientras lo veía golpear, de nuevo, uno de los bancos de madera en lugar de su objetivo. Una distancia considerable separaba el arma sin filo, especial para prácticas, del chico, que se había salido del trayecto con un salto.
—¿Se supone que esto es lo que hacen los Slytherin?
Él reía más al asentir.
—Sí. Esta es la razón de que no tengamos tantos heridos como los Gryffindor, ni estemos llenos de cicatrices, aunque muchos nos odian.
Draco ni siquiera se molestó en recoger una de las armas sin filo, tomar un escudo, un casco. Él se limitaba a evadirlo de un modo que debería ser imposible.
Estaba a punto de superar su marca de los diez minutos.
Se apartaba con pasos cortos, veloces, se movía de reversa cuando la espada iba hacia él, se deslizaba hacia un lado, de manera que casi lo rozaba, pero nunca llegaba. Ese casi era la clave. Tenía aquello a lo que Harry no sabía cómo llamarle, porque los Gryffindor no lo hacían, que consistía en saltar hacia atrás, sostener su peso completo en las manos contra el suelo, impulsarse y volver a quedar de pie, a suficiente distancia del oponente como para obtener valiosos segundos en su huida permanente.
Lo tenía al borde de la frustración. Ladeaba la cabeza cuando Harry buscaba un punto alto, evitándolo, se agachaba en los momentos justos en que iba por un golpe en su tronco. Usaba los bancos, las mesas, para conseguir un terreno más elevado, lejos del alcance de su arma, porque él no tenía equilibrio suficiente para ir un pie delante del otro en un borde de unos centímetros de madera. Al acercarse a los muñecos de entrenamiento, se escondía para que los golpes diesen en la figura inanimada y se escabullía lejos, para reaparecer fuera de su campo de visión.
No hacía el menor esfuerzo por atacarlo también, ni lo retenía. Lo fastidiaba riéndose y preguntando si se rendía, lo mareaba corriendo de un lado al otro, lo agotaba. A pesar de que las respiraciones de ambos se hacían más erráticas conforme transcurrían los minutos, parecían capaces de continuar por el resto del día.
Harry tenía experiencia en batallas largas. Draco una resistencia única para sólo evadir. Era el tipo de persona al que le ganaría con un simple golpe, pero resultaba incapaz de dar con una oportunidad.
Cuando escaló sobre una pila de cajas, deprisa, saliéndose del camino de la secuencia de golpes que no veían más que el aire entre los dos, Harry emitió un sonido frustrado. Él se detuvo en lo más alto, dos metros por encima del suelo, de cuclillas. Sabía que era una pérdida de tiempo seguirlo; en cuanto hubiese alcanzado la mitad de la altura, el Slytherin ya habría regresado al suelo de un salto, rodado por el piso, y correría lejos.
—Me estás haciendo trampa.
Draco fingió pensarlo. Negó.
—Oh, no. No lo creo.
—No es posible que sólo- agh, ¡ven aquí!
Su mayor dilema era que lo irritaba no poder acabar con la práctica, y al mismo tiempo, le encantaba ser la razón de que Draco siguiese riéndose. Lucía como si no hubiese hecho nada semejante en un largo tiempo y lo echase en falta.
—Bien —Con un dramático suspiro, se enderezó—, supongo que bajaré. Es obvio que yo tengo que ser suave contigo, Harry.
Entrecerró los ojos, relajando su expresión, sin notarlo, cuando él le guiñó.
La ocasión que esperaba se le presentó ahí. Draco no podía saltar hacia los lados, sin tropezarse por los objetos que estorbaban, bajar supondría un riesgo innecesario. Sus opciones se reducían a saltar directamente hacia él y rogar tener suerte.
Harry sonrió a medias y arqueó las cejas, retándolo. En cuanto lo tuviese cerca, habría terminado.
El Slytherin se balanceó sobre los pies, cogió impulso y se lanzó. Cayó con las rodillas flexionadas, el instinto desarrollado que había notado antes lo hizo girar hacia un lado para reducir el impacto que podía ser doloroso por la altura. Rodaba, se volvía a impulsar con las manos en el suelo. Cuando iba a correr, Harry lo atrapó.
Ligero como era, no le costó alzarlo unos centímetros cuando empezó a retorcerse. Lo presionó contra él, buscó sus manos para capturarle las muñecas. La espada sin filo contra el cuello. Draco resopló.
—Tengo la impresión de que te acabo de ganar —La sonrisa del Gryffindor era brillante, hasta que se dio cuenta de que arrugaba un poco el entrecejo.
—Me- me estás lastimando las muñecas, Harry.
Aflojó el agarre por inercia. No lo pensó. No podía si usaba ese tono lastimero y lo veía de reojo.
Por supuesto que tendría que haber recordado que un agarre así no iba a hacerle daño. Draco sonrió. Le dio un pisotón que lo distrajo más, una patada en la pantorrilla de la misma pierna, para desequilibrarlo. En cuanto Harry lo dejó escapar por completo, con un quejido, se volteó, quedó de frente a él y llevó las manos a sus hombros.
No tuvo idea de lo que hacía, hasta que oyó el clic y una tela cayó sobre su cabeza, oscureciendo el mundo y cubriendo su vista. Le había arrojado su propia capa encima.
Cuando se la quitó, el rostro le ardía. La espada de práctica lo apuntaba directo al pecho, en manos de Draco, desde que a él se le cayó.
—Yo gané —Elevó el mentón, sonriente. Hizo girar la espalda, para tendérsela por el mango. Harry bufó.
—Técnicamente —Aclaró, arrebatándosela—, yo gané. Si hubiese sido real, habrías muerto cuando te atrapé y no habrías tenido oportunidad de hacer…trampa.
—Pero no era real y te gané —Insistió, uniendo las manos tras la espalda, con una expresión de aparente inocencia—, porque te distraigo todavía, Harry.
Él no podía desmentirlo. Sacudió la cabeza, mascullando por lo bajo que aun así era trampa. Draco contenía la risa.
En resumen, sí. Debió ser ese día, ese momento. Cuando se puso la espada de madera bajo el brazo y se ajustaba los guantes de piel, que se le ocurrió fijarse mejor en él, cubierto de una capa de sudor, escasos mechones fuera de la trenza usual, ojos brillantes que lo observaban.
La verdad no era sorpresiva. Fue fácil de procesar, de soltar.
—Draco.
—¿Hm?
Se demoró un instante en responder, porque batalló con la correa del antebrazo de uno de los guantes.
—En serio me estoy enamorando de ti.
A Draco se le resbaló el brazalete que intentaba acomodarse. Él sonrió.
—¿Yo también te distraigo?
La mirada desagradable que le dirigió valió la pena, porque sus mejillas y orejas se teñían de rojo rápidamente, logrando que esa verdad que rondaba su mente, sólo tomase mayor fuerza y convicción.
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