Lo siento por lo que acabo de hacer, en serio.

Hoy comiste pescado de almuerzo, y cuando llegó su aroma a mi olfato me tenté.

Por eso, me senté en el suelo a tu lado y empecé a maullar para que me dieras un poco.

Me entregaste un pequeño pedazo, estaba delicioso.

Pero no terminaste de comer, dejaste las sobras y las botaste en el contenedor de basura de la cocina.

Se veía tan deleitoso que no me resistí en hacerlo mi cena.

Intenté llevar a cabo mi plan, pero por torpeza hice que el contenedor se volcara y todos los desperdicios terminaron en el piso.

Y para agudizar el problema, al llegar al lugar y  ver lo que acabo de hacer, te enfadaste demasiado.

—¿Para qué te doy comida? ¡¿Eh?!—vociferas—. ¡¿Seguirás comiendo de la basura como una gata inmunda?!

Por un momento creí que me golpearías cuando alzaste la mano, pero no lo hiciste.

Bajaste la mano lentamente y suspiras con pesadez  para comenzar a limpiar el desastre.

—Lo siento, de repente olvido que eras una gata callejera —dijiste al fin—. Tendré que educarte de alguna forma, pero no de los golpes, así no se arreglan las cosas.

Me acariciaste como forma de disculpa para luego proseguir con la limpieza.

Lo lamento mucho, Robert. A veces es difícil controlar instintos que siempre han estado conmigo.

Sin embargo, te prometo que no lo volveré a hacer.