Soy cómo un pirata retirado,

en medio de la tempestad,

sin tripulación,

sin vela,

sin siquiera un navío.

Soy cómo esos corazones llenos de alcohol,

embriagando sentidos,

margaritas muertas en un "no".

Mi corazón perdió la cuenta de cuántos

pedazos rotos cayeron y rodaron por

la alfombra.

Fui tratando de descifrar el homicidio de mi felicidad.

Marque mi lista de sospechosos, investigue y no

encontré quién lo mató.

No quería que esto se perdiera cómo esos

consejos de padres que se escuchan por deber y no por tú bien.

Un ibuprofeno de los labios de un dolor de cabeza insoportable.
Unos ojos con cataratas que ya no diferencian siluetas.

109 palabras en cuenta y nada para decir. Pues eso me pasa.

No se que decir.

Perdí mi dirección,

mis palabras latiendo en una yugular sin arterias,

la niña que al saltar su cabello no se le mece con delicadeza al viento.

El mal tiempo en una cuidad calurosa,

un país sin reconocimiento,

una voz que no grita,

unos tenis que perdieron sus cintas.

Vacío.

Poesías vacías.

Sin sentimientos.

Con mi ángel celeste y yo.

Vacíos

Sólo cabe vacío e indiferencia.

–¿Tenía un corazón?.

Él me pregunto, lo miré con tristeza.

–Si, lo tenías pero lo perdiste, te lo quemaron.

Sus ojos dejaban de tener ese color celeste que alguna vez brilló.

Ingresó, volteo a mirarme cómo si de una despedida eterna se tratara,

cómo si hubiéramos estado en un aeropuerto y él jamás volvería.

No me regaló sonrisas, ni palabras, sólo una mirada llena de tristeza,

sólo eso.

Sólo vi una última lágrima dorada marcando su trayecto.

-Adiós.

Le susurré al verlo desaparecer por completo de mi. Dejándome aún más vacía.

–Adiós mi ángel alegre, adiós–le repetí.

Y lo perdí.

Lo perdí a él también.