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No eres un recuerdo tan latente, ni ojos azules que ahora me toca ayudar, tampoco virutas de mis dibujos sin acabar.
Más bien eres un eco resonando en mis rimas, inspiración, razón sin más que un débil corazón.
Esos beats golpeando mi mente, rápidos recuerdos de tus ojos de luna roja, esa que no pude ver contigo.
La voz marginada llena de historias que no oí, vivencias sin decir, ese último día que se quemo entre las hojas de un desolador otoño sin seguirlo la primavera sino más bien un invierno.
Ya ves, no dije nada importante, nada que valga la pena calcar en una frase la cuál alguien podría identificarse.
A veces escucho a Eminem, ya sabes, tiene buenos consejos si sabes oírlo. Camino con él y sus palabras, su odio, resentimiento, todo combinado en un tiro en la sien.
También suelo leer algunos poemarios, robándome mi confianza en que escribo algo decente. Siendo que no lo hago.
Pedí mucho,
o no.
Una carta,
un poema,
un grito.
Algo que me señale que esto
no es algo en lo que también
he perdido.
Así que ya sabes, ya sé que quizás te burlas de esos intentos de poesía que escribía en mi libreta negra, la misma que guardas en ese ciclo de parpadeos ininterrumpidos llenándose de decepción ante tales idioteces.
Sólo quería que tus dedos forjaran un camino a mi latido, que de tanto acariciarme perdieras el conocimiento de adónde empezaba tú piel y acababa la mía.
Ser el jazz clásico en aquella maqueta sin nombre. O mejor un poco de danza al ritmo de los blues tristes cómo mis ojos.
Una estela sin norte, la osa mayor sin captar la atención necesaria, la palabra injertada en tu lengua sin querer pronunciarse y que lo hizo por una orden.
No se de monstruos debajo de mi cama, pues siempre estuvieron dentro de mi cabeza. Me mintieron los astros, susurraron un asesinato a mi ser.
Y hoy no siento nada, realmente. No te echo de menos, ni encuentro incalculables razones para escribirte. Tampoco le veo el lado al gritar al vacío.
Veo sangre coagularse,
¿cuánto daño causa el amor?
De tanto tratar de tirar esas sogas que te ahorcaban me quemaron, o quizás sólo sea una metáfora deleitando un paladar de difícil conformidad.
Mi poesía (o intento) podría ser tu veneno más precioso si sabes cómo revertirlo a un remedio para tu destino catastrófico.
Mil perdones,
oh ser de eterna flama,
quería enseñarte el poder de la locura impartida por mi boca rozando la tuya.
No lo logré.
Pues mis miedos van más,
agonizo con el dolor del pecho,
sueño contigo,
estoy siendo muy paranoica,
oyendo tus pasos en mi cuarto.
Viendo tu fantasma al lado de mi persona en el reflejo del espejo.
Sentir que cuándo estoy con el, te sientes con la necesidad de liberarme y a la vez no quieres.
O tal vez sólo son pensamientos míos,
nadie me lo aclarará,
ya no más.
No quiero despedirme,
sólo diré que espero el réquiem de tus versos.
Y lamento los malos momentos que hago que pases, soy joven, no tengo la lucha en mis muñecas, lo siento.
De tu eterna poeta...
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