Quisiera ser occisa entre tus labios, obtusa sin reclamos, abrazos entre árticos, reclamos de amor sin voz.

Callaste mis pensamientos con una mirada, una melodía silenciosa, un pentagrama sin notas celestiales, calles sin salida, laberintos sin terminación, sorteos sin premios.

No soy más que un cero a la izquierda en tú oración con condición. El vinilo roto, la causa de la molestia y nunca el efecto que causa amnesia a las desdichas y penas.

Quería surcar tus mares, ser tú copiloto, pero en cambio me escondo tras letras inofensivas, traté de salvarte de aquel maremoto, de ese terremoto que tapa tú sonrisa. Conocer aquel caos que es tú alma... si es que tienes una guardada.

Indiferencia, dolor, un corazón más frío que el mismo hielo, desierto y seco, aún más que el río Nilo sin agua o escasa que transita por tus manos, lágrimas hundidas en el fuego de las heridas.

Si algo quiero antes de irme de este plano es conocerte, a ti. Sí, a ti, no pretendo abducir tú soledad, reprogramarla ni sacártela, no. Sólo quiero acompañarte.

Morir en ese vaso de ron que se mueve al compás de una amarga balada,  besar tus pasos adoloridos, llevar contigo esa carga, ese amargo dulzor, incluso encontrar a esa mujer que estás esperando.

Intoxicarme de tus ojos, esos que se esconden del mundo. Perder la cordura entre las cadenas de oro que me sujetan, abatir a tus emociones.

Dejarte soñar y exclamar de rabia, desesperado por alguien qué pise ese infierno en busca de tú aliento. Ser esa flor de loto qué germina entre ese fango.

Mi corazón no elige, si te envíe mi verdad era por que lo sentía, no carezco de cobardía pero si de valentía. Pero quisiera que vieras lo que yo vi la primera vez qué vi batir tus pestañas.

Eras temible, duro, carente de sentimientos, ego al extremo, malvado, lleno de rencor por si mismo, odio seria poco. Quizás me equivoque o no. Pero vi el ocaso en tú mirada.

Algo turbiamente divino en tus palabras, teñidas de fuerza para que no se notará tú tristeza. Sentí ese pequeño temblor en tu mundo, o será una ilusión a la alusión de quererte.

Eres ese océano inmenso al que todos temen ingresar, seguro porque sólo piensan en los tiburones que van al acecho, no notan qué también existen otros peces, arrecifes ocultos en la profundidad. Secretos, belleza extraordinaria tapada por el negro sin luz.

Yo sería tan idiota por querer rozar el filo de esa navaja empapada por tú tinta roja, pero soy tan insignificante cómo una pequeña hormiga, cómo una qué sin pensarlo pisas y matas.

Quizás te parezca gracioso lo qué he escrito, no soy una escritora renombrada, quizás ni exista entre tus caladas, no seré la mejor poeta ni trazo las mejores letras empapadas de belleza extrema cuál Venecia

Pero sólo quería enseñarte Roma, si, pero no en su esplendor cómo ciudad sino el anagrama oculto que existe cuándo lo lees del revés.

Lo entiendo, soy muy molesta. Pero para terminar. Déjame decir, no debieron dejarte tantas rocas caer sobre tus espaladas, mucho menos dejarte a la deriva. Tampoco dejar que con esa culpa cargarás.

Debiste ser feliz, mucho más que el resto. Mucho más enamorado que esos que gritan que su mitad han encontrado.

Pero espero me reprendas las cosas ya dichas.
Repréndeme qué me fije en tú oscuridad impenetrable.
Repréndeme la oda a este torbellino que se esconde entre ojeras delatando tú travesía por esas madrugadas en vela.

Repréndeme el amarte.
Pero no me reprendas las verdades.
No te reprendas más de lo qué ya has cargado.