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02. La chica

Capítulo 02


La chica

—Es odiosa y cizañosa, ni siquiera te imaginas lo mal que me cae y lo mucho que amo que no me soporte, solo que ayer fue... ¡Ugh! No quería que pasaras un mal rato y me exalte y te deje sola —expreso Gia clavando sus dedos en su cabello mientras apoyaba los codos en sus rodillas.

—No me paso nada, tranquila, tampoco eres mi niñera ¿Cómo dijiste que se llamaba? —quise saber.

—Jeyda.

—Jeyda —repetí dubitativa moviendo la cucharita del helado en el aire—. Su actitud no se asemeja nada en su apariencia, digo, si la ves callada se te hace lindísima, al menos a mí me lo pareció la semana pasada. Pero cuando hablo; me quede totalmente sin palabras.

—Es una hipócrita que engatusa a todos con su carita de yo no fui igual que la perra que la entreno.

—¿A quién te refieres? —frunci el ceño.

—A una Coreana pesada que estudio aquí de intercambio.

—¿Una coreana estuvo de intercambio aquí? —levante ambas cejas

—Lo sé es extraño, existiendo muchas y mejores preparatorias en el país tuvo que caer aquí, lo que la convirtió en el principal tema de conversación de todos el año pasado, en especial el de los chicos.

Siendo coreana debía llamar mucho la atención, ser bonita y tener una piel muy bonita, así que no me extrañaría.

—¿Tienes una foto?

—Estás demente, tengo mejores cosas que guardar en mi celular.

—¿Mejores cosas como el torso desnudo de Cole Sprouse? —infiero.

—Por ejemplo —me señalo con la cuchara mostrándome una amplía sonrisa.

Ambas teníamos la misma clase y la profesora que la impartía se enfermó, por lo que aprovechamos la hora libre para comprar unos helados y caminar un poco sin rumbo en específico mientras hablábamos. Así fue como terminamos sentadas en las gradas del estadio hablando de la chica que se acercó a nosotras ayer en la cafetería.

—¿Qué hiciste después de que me fui? —pregunto recostándose por completo en la grada utilizando su mochila como almohada.

No le había comentado nada a Gia respecto a Manuel. Hoy incluso me espero en la acera frente a la casa y caminamos juntos hasta la parada de autobús, al igual que la noche anterior hablamos mucho de muchas cosas, y debo admitir que se sentía algo extraño.

Desde que murió papá socializar no es algo que se me dé bien, me aleje de muchos de mis amigos, la mayoría me daban palabras de aliento mientras a mis espaldas me llamaban la pobre huérfana, eso hizo que me reusara a hablar de mis sentimientos o de lo que pienso con otras personas, temía que sí les contaba como me sentía irían corriendo a armar chismes a mi espalda para que todos voltearan a verme con burla o lastima, pero con él no siento la ansiedad de huir para evitar hablar, y tampoco me siento incomoda, él parece tener siempre algo de que hablar, y eso es... extraño. Lo que él causa en mí me parece extraño. Se siente extraño poder hablar con alguien que apenas conoces de cualquier cosa y no sentirme incomoda ni fuera de lugar, porque diga lo que diga, él no se aburre, no se calla y no deja morir la conversación, incluso respeta mi silencio cuando no quiero hablar de algo.

—Conocí a un chico —confesé con la mirada perdida en algún lugar del campo.

—Conociste a un chico —repitió emocionada, incorporándose de golpe.

—Si, básicamente conocí a una persona, nada del otro mundo —me encogí de hombros.

—Obvio que no es de otro mundo porque sí lo fuese no te hubiera hablado, los aliens no socializan.

—Auch.

—Sabes a lo que me refiero, y no es a ti. Así que vamos cuéntame ¿Qué te dijo? ¿Como era? ¿Se veía bueno?

—¿En serio eso importa? —la miré enarcando una ceja.

—Claro que importa.

—Solo hable con alguien y ya.

—¿Y ya? Emilia llevas casi un año evitando a las personas, y de repente conoces a un chico hablas con él y lo minimizas. Algo tuvo que haberte dicho que te pareció interesante como para seguir hablando.

Tenía un punto, pero según recuerdo él me hablo primero, y él me siguió después y siguió hablando, sin contar que anoche descubrí que es mi vecino y hablamos por otro rato, y sí se lo digo a Gia me seguiría hasta casa para satisfacer su curiosidad y saber quién es, y lo que menos quiero en este momento es llamar la atención de nadie.

—Solo hablamos de libros y películas, luego sonó el timbre y bajé a clase.

—¿Y te dio sí quiera su número?

—¿Para qué quería yo su número? —la mire extrañada.

—No lo sé, para conectar sus galaxias tal vez —hablo con sarcasmo. Le puse mala cara. —Ok entiendo. Entiendo que te tomas tu tiempo, y está bien, pero vas a sanar poco a poco y puede que el conocer a este chico misterioso cuyo nombre aún no me has dicho sea el primer paso.

Me miraba con interes, sin duda esa no fue una frase motivacional sino indirecta; quiere el nombre.

—No lo haré —sentencié.

—¿Por qué?

—Porque espero que respetes ese pedazo de mi privacidad.

—Me ofendes, pero eres consiente de que ya podría conocerlo ¿cierto?

—Si, y es justo por eso que no te diré su nombre, no estoy lista para aguantar el bullying que me harás cuando te lo diga.

—¿Tan feo es? —hizo una mueca.

—Por supuesto que no. Digo, es simpático.

—Entonces no es feo. ¡Ay ya! Dime su nombre, prometo que sí el nombre es feo no me rio.

—No —sentencie al tiempo que me ponía de pie para comenzar a caminar por el campo.

—¿En serio no me lo vas a decir? —la escuche decir a mi espalda mientras me seguía.

—No.

—¡Ugh! Está bien. Mientras no sea el imbécil de Rayan o el pesado de Álvarez está bien, porque ninguno de los dos es prospecto para ti.

—Cállate, te dije que hable con alguien no que me voy a casar con él —puse los ojos en blanco.

No sabía quién era Álvarez, pero podía asegurarle que de Rayan no se trataba.

—Este fin de semana saldremos por la noche —me suelta de la nada y yo me paralizo y la tomó de la muñeca extrañada.

—¿Me estás hablando a mí?

—Si te estoy hablando a ti. Mía, la única chica que me cae bien desde no me acuerdo cuando cumple años, su mamá le va a organizar una fiesta sorpresa y quiere que le ayude con mis dotes de DJ.

—A ver, a ver. Primero: te han invitado a ti no a mí. Y segundo: ¿Desde cuando tienes dotes de DJ? —enarque una ceja.

—Desde que barbie dijo tú puedes ser lo que quieras ser —se encogió de hombros—. Y tú vendrás conmigo para que me graves haciendo mesclas, pienso subir el video a YouTube y tal vez me haga famosa como Bella Poarch.

—Cualquiera podría grabarte —le dije dándole la espalda mientras avanzaba hacia las puertas que daban al interior de la preparatoria.

—Pero yo no quiero que lo haga cualquiera. Tú sabes mucho de cámaras, ángulos, perfiles y esas cosas tú..., tu padre te enseño y estaría orgulloso de verte volver hacer lo que te gusta.

—Gia, no estoy para fiestas, tengo que estudiar —sentencié.

—Escusas. Apuesto que te sabes hasta la fecha de nacimiento del científico loco que invento la tabla periódica, y ese déjame decirte que ese es un dato que definitivamente el profesor Malcran nunca preguntaría en un examen. Vamos será una fiesta tranquila —se planta frente a mi haciendo un puchero dramático, uniendo sus manos a manera de súplica.

—Gia, entiende que aún no estoy lista. No para esas cosas, yo, no tengo ánimos, así que por favor no me obligues a...

—Ah, ah —puso su dedo índice frente a mis labios —antes de que se te ocurra decir una tontería más, permíteme informarte, que si voy a obligarte, y no por mi, sino por ti. Emilia, tú padre era una persona alegre, extrovertida, y lo menos que puede esperar de ti es que te diviertas y que seas feliz de la misma forma que él lo fue mientras estuvo en este mundo. Entiendo que duela su ausencia, pero imagínate el dolor que debe sentir él al saber que con su muerte te robo las ganas de vivir.

La miré atónita por unos segundos. Me acababa de dar una bofetada con una verdad que me no me atrevo a refutar. Bajé la cabeza por un instante y solté un suspiro por lo bajo.

—Emilia —Gia tomo mi mentón en una de sus manos para obligarme a levantar la mirada—. No te estoy diciendo ni que te drogues, ni que tomes, ni que cambies de novio como de braga a diario. Lo que te estoy pidiendo es que por una vez trates de volver a la vida, a tu vida, que enfrentes al mundo en lugar de esconderte de el.

Suspire pesadamente y vacile por unos segundos, tal vez tenía razón, tal vez sí fuera un poco más valiente podría haberlo hecho hace tiempo, pero antes estaba sola, ahora Gia está conmigo y sí solo iba a grabarla entonces tal vez podría...

—Está bien, está bien. Lo pensaré, pero nada es seguro.

Soltó un chirrido emocionado antes de estrujarme en un abrazo para posteriormente depositar un estruendoso beso en mi cien.

—Ya basta o van a pensar que somos lesbianas —le espeté, repitiendo la misma frase que ella solía decirme cuando yo solía darle muestras de amor en público antes de la muerte de mi padre.

—Yo por ti lo que sea cosita hermosa. Te amo —me pellisco las mejillas para luego volver a abrazarme.

—¡En serio basta!. Primero debo preguntar a la abuela —sentencié apartándola de mi.

—La abuela es lo de menos, ella dirá que sí porque vas a ir conmigo. Mejor piensa en que te vas a poner —dice guiñándome un ojo.

—Probablemente un traje de los guardias del juego del calamar con mascara incluida —hablé con sarcasmo mientras comenzaba a avanzar por el pasillo.

Gia no me dejo en paz durante toda la mañana hablando sobre la estúpida fiesta hasta que por fin nos tocó en clases separadas. Ciencias, la clase en la que la mayoría se clavaba de cabeza en sus móviles mientras la maestra Hangrest de edad bastante avanzada explicaba la clase. Admito que el sueño me tentó más de una vez, la forma en la que se mueve y habla hace que sea difícil evitarlo, pero trato de mantenerme enfocada escribiendo, pensando únicamente en que la hora acabara pronto.

—Oye —escucho un susurro detrás de mi. Alguien me pincha con el dedo a la altura del hombro y miro por encima de mi hombro y noto que se trata de Rayan, o el pelirrojo tentación como escuche que lo llamaban un grupo de chicas hace un rato. —¿Qué haces?

Hice una mueca al tiempo que rodé los ojos y volví a enfocarme en la profesora Hangrest.

—Oye, eres nueva ¿verdad? —volvió a pincharme la espalda, pero esta vez con la punta de su lápiz.

Volví a ignorarlo, y trate de aferrarme más a la parte delantera de mi banca.

—No te note la semana pasada, pero sé que eres nueva. Vamos, ya dime ¿Qué haces? ¿Tratar de traducir lo que dice Hangrest? Nadie le entiende.

—¿Te quieres callar? —enarque una ceja molesta mirándolo por encima de mi hombro.

—La verdad no. Pero sí que quiero hablar contigo ¿Cuántos años tienes? ¿Eres soltera? Por qué yo sí.

Rodé los ojos y trate, de verdad trate de morderme la lengua, e ignorarlo, pero sus preguntas y su manera de joder pinchándome la espalda fueron en incremento hasta que en un momento de desespero ya no pude más y estalle.

—¡Cállate! —le grite a Rayan dando un fuerte golpe sobre la banca, olvidándome por completo que estaba en medio de la clase.

Él pareció impactado, pero sonrió divertido a la vez, se recostó hacia atrás en su banca con expresión de estupefacción y levanto las manos en el aire a señal de rendición.

—¡Señorita Corbett! ¿A quién le ha gritado usted?

Mierda.

Mierda.

Gire mi mirada lentamente hacia el frente. Medio. No. Todo el salón tenía sus ojos sobre mí con los labios curvados en una sonrisa, mientras que la profesora Hangrest me miraba molesta.

Mis mejillas ardían, mis ojos se encontraron con los de la maestra y yo no supe que hacer. Quería salir corriendo, iba a salir corriendo y ocultarme, pero entonces...

—A mí —escuche el rechinar de la silla cuando Rayan se puso de pie. —Es que le pedí que me diera su número de teléfono, pero al parecer no quiso dármelo y se exalto —lo escuche decir con falsa inocencia—. Perdónenos maestra Hangrest es mi culpa, pero le aseguro que no vuelve a suceder.

Me gire estupefacta hacia Rayan quien en respuesta me sonrió y me giño un ojo.

Todo el salón comenzó a murmurar cosas, y allí, allí estaban otra vez los murmullos, otra vez las miradas con risitas sobre bajo, otra vez... no otra vez. Mis mejillas empezaron a arder y mi pecho a contraerse de manera extraña.

—Para la próxima asegúrese de pedir números a las señoritas fuera de clase joven Zimmerman, o terminara en dirección —sentencio la maestra antes de volver a retomar el tema de la clase.

—Me debes una —susurro el pelirrojo al volver a tomar asiento.

Un puñetazo es lo que le debía por idiota.

Me limite a ignorarlo por los siguientes diez minutos que duró la clase, para mi suerte, porque sí hubiese continuado un minuto más hubiese salido corriendo de ese salón. Todos nos miraban, me miraban y luego regresaban a murmurar entre ellos. Ya había vivido eso, ya lo había experimentado y justo por lo horrible que se sentía termine aquí, lejos de cualquiera que pudiera reírse y crear chismes a mis espaldas.

—Oye espera... espera —Rayan intento tomarme del brazo mientras salía del salón a toda prisa, pero por suerte un chico choco contra su brazo e impidió que me tocara. —¡Un gracias sería suficiente!

Lo escuche gritar a mi espalda.

No mire atrás ni a los lados ni a ningún lado. Apegué los libros a mi pecho, me encogí de hombros y corrí, corrí entre la multitud de estudiantes hasta refugiarme detrás de una puerta cualquiera.

Mi pecho subía y bajaba con rapidez, mi respiración estaba agitada y mis piernas por alguna extraña razón temblaban. La obstrucción de un peso en mi pecho empezaba a hacerse más grande.

Era, era un...

No. Yo necesitaba... respirar.

El aire se me escapaba, como si algo lo arrancara de mis pulmones. Mis manos temblaban y sudaban. Mi pecho se contraía, y el mundo a mi alrededor comenzó a distorsionarse, como si una sombra lo devorara todo.

—¿Señorita se encuentra bien? Esta pálida —una voz femenina me alcanzó, pero se sentía lejana, como un eco que no lograba atravesar el ruido dentro de mi cabeza. Quise contestar, pero no podía, en ese momento estaba presa dentro de mí misma, buscando el aire que comenzaba a hacerme falta cada vez más. Las palabras se atoraban en mi garganta.

Mi corazón latía con fuerza, tanto que dolía. El aire... el aire no llegaba. En mi cabeza se formo un caos de murmullos, pasos y miradas.

—Mierda, mierda, mierda ¿Qué hago?

Mi cuerpo se deslizo por la puerta y de reojo vi que la mujer dio la vuelta a su escritorio para intentar tomarme de los hombros.

Un torrente de imágenes cruzó por mi mente: risas escondidas, miradas crueles "Ahí viene la huerfana, ya no digan nada" "Pobrecita, ¿tendrá para comer?" "Tenemos clase con la huérfana, seguro nos ayuda en todo con tal de que le hablemos" Las palabras horribles que escuche de los que un día creí mis amigos golpearon como látigos en mi memoria.

Ella seguía hablando, seguía hablándome, pero yo no entendía nada, mi pecho se contraía mi respiración era cada vez más inconexa hasta que...

—¡Emilia!

Esa voz no era la de la mujer. Mis ojos se movieron, casi sin control, buscando el origen. Esa voz. Había algo en ella, una chispa que encendío un faro en medio de la tormenta en la que me encontraba.

—Emilia, mírame. Mírame. Tú puedes.

Unas manos cálidas apartaron a la mujer que intentaba calmarme y tomaron mi mentón con cuidado. Mi mirada se encontró con la de él, y aunque el aire seguía escaso, algo se detuvo dentro de mí.

—Solo respira. Respira conmigo. —Su voz era baja, tranquila, como si cada palabra estuviera diseñada para sostenerme.

Sus manos tomaron las mías, que aún estaban aferradas a los libros contra mi pecho. Lentamente, con paciencia, me ayudó a soltarlos, dejando que su mano cubriera la mía.

—Emilia mírame. Mírame, vamos tú puedes —sus manos apartaron las de la mujer de encima de mí, tomo con delicadeza mi mentón obligándome a mirarlo.

—Estoy aquí, solo mírame a mí y respira. Vamos, toma mi mano y respira conmigo.

Imité sus respiraciones, al principio torpemente, como si fuera una niña aprendiendo algo nuevo, al tiempo que me aferre a su mano como sí al hacerlo me aferrara a la vida. Con cada inhalación, el dolor en mi pecho retrocedía. Con cada exhalación, el mundo volvía a hacerse nítido.

Después de unos minutos que parecieron horas, el aire entró con más facilidada mi cuerpo. Mi cuerpo dejó de temblar, y mi corazón, aunque aún agitado, comenzó a calmarse.

—¿Te sientes mejor? —pregunto mirándome a los ojos.

Asentí con la cabeza. No sé qué me sucedió con exactitud, nunca me había sucedido algo similar, lo cierto es que el recuerdo de las miradas juzgonas de mis anteriores compañeros y algunos supuestos amigos vino a mi mente a atormentarme después de lo que paso con Rayan y... algo en mi se descontrolo.

—Te ves mejor —me aseguro él con una sonrisa.

Con ayuda de la bibliotecaria y Manuel me levante del suelo, ambos me aconsejaron ir a la enfermería pero me negué, lo que menos quería era ver más personas con sus miradas sobre mí, pero no podía decirlo, así que me escuse diciendo que se me pasaría asegurando que solo fue un mareo, la mujer me recomendó reposar un rato, por lo que Manuel me acompaño hasta una de las mesas de estudio al fondo de la biblioteca, para mi fortuna al igual que el primer día no había nadie en el lugar, nadie aparte de Manuel.

—A mí no me parece que sea solo un mareo ¿Estás segura de que no quieres ir a la enfermería?

—No. Fue solo algo pasajero —le aseguro acomodándome en la silla.

—No lo sé Emilia, parecías realmente mal, el respirar no es algo que se le olvide a cualquiera.

—¿Debería tomar eso como un insulto? —enarque una ceja.

—No, pero sí como el punto de vista de un amigo, porque somos amigos ¿no?

—Conocidos, es decir yo..., yo no tengo amigos.

—¿Por qué? ¿Tienes un novio celoso o algo así?

—No, simplemente no se me da eso de las amistades.

—No entiendo por qué, pero respeto tu privacidad respecto al tema, aquí lo que importa es que no olvides como respirar, la próxima vez puedo verme obligado a darte respiración boca a boca —intento bromear para alivianar el ambiente, pero yo no le di mucha importancia.

—No habrá próxima te lo aseguro, así que mejor ni te ilusiones. Yo solo... solo me sentí frustrada ¿Está bien? Solo quería un poco de aire y luego, ya no supe, no supe cómo reaccionar

—¿No supiste cómo reaccionar a qué? ¿Pasó algo que quieras contarle a este conocido? —apoyo sus codos en el borde de la mesa y se inclino sobre ella.

—¿Conoces a Rayan Zammderman? —me escuche decir.

—¿Qué te hiso ese idiota? —su expresión se tensó.

—Me... bueno es algo ridículo, no tiene importancia.

—Claro que tiene importancia, no puedes minimizar las cosas que te hacen daño porque crees a que a otros les va a parecer ridículo o es que ¿No confías en mí?

Le sostuve la mirada por unos segundos antes de comenzar a pestañear con rapides.

—Manuel yo... —comencé sin saber exactamente que decir. —Yo he atravesado por mucho en estos últimos meses, todo... todo ha sido muy —mi voz empezó a quebrace, necesitaba desahogarme, de verdad lo necesitaba. Todas las cosas que no le había dicho a la abuela para no preocuparla y a Gia para que no pensara que me estaba exagerando, estaban atoradas en mi garganta desde hace meses y por más que he tratado de hacerme la fuerte y de ignorar mi dolor hoy, simplemente ya no puedo. Ya no puedo con esto—.Yo no puedo, ya no puedo.

Fue lo único que dije antes de apoyar mis codos sobre la mesa para cubrir mi rostro con las palmas de mis manos.

De un momento a otro, todo ese pesar que llevaba dentro salió, todo el dolor que estaba reprimiendo, salió y no pude ocultarlo, ya no podía. Las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos sin que yo pudiera controlarlas, y llore. Llore en silencio cubriéndome el rostro.

Extrañaba a papá.

Lo extrañaba muchísimo.

Extrañaba tener a alguien a quien aferrarme cuando los tiempos se ponían difíciles.

Extrañaba el calor de un abrazo protector.

Extrañaba su carisma y nuestras noches de películas...

En ese instante sin sí quiera detenerse a exigir explicación alguna ante mi llanto, Manuel solo se inclinó sobre mí y me abrazo.

—Tranquila. Todos necesitamos un descanso alguna vez... deja que tu corazón saque todo lo que lleva por dentro, deja que se desahogue. Llora y sácalo todo. Yo estaré aquí para ti, y no voy a dejarte sola, no estas sola Emilia.

Sus palabras lejos de consolarme solo le abrieron más paso a mis lágrimas. Tal vez porque sus brazos y las pequeñas caricias que daba sobre mi cabeza me brindaban el cobijo que necesitaba para llorar sin tapujos, para sacar todo ese dolor que llevaba meses agobiándome, y que intentaba reprimir.

Nos quedamos así por un rato hasta que mis lagrimas dejaron de fluir, me apegue a su pecho recostando mi cabeza allí. Él me atrajo más hacia él con sus brazos y sentí que pego su mejilla a cabeza.

—Gracias —le susurre.

—No hay nada que agradecer. Pero prométeme, que cuando sientas que la carga es más grande que tus hombros vas a descansar y no dejar que te derrumbe.

Me limite a asentir con la cabeza.

Cuando mis lagrimas dejaron de fluir, y mi respiración se normalizo por completo, limpié mis mejillas y me puse de pie, tenía que ir al baño y tomarme un momento a solas para terminar de asimilar lo que había pasado, tal vez no era tan malo. Tal vez aún podía ocultarme y vivir mi vida sin estar en la boca de los demás.

—¿Quieres que te acompañe? —pregunto en cuanto salimos al pasillo fuera de la biblioteca. Mis ojos ya estaban menos hinchados, y aunque me negaba a verlo a la cara por la vergüenza que comenzaba a invadirme por dentro al tomar conciencia de lo que acababa de pasar él me tomo de la muñeca y me detuvo.

—No es necesario voy al sanitario de chicas, puedo ir sola, además deberías ir a clase —respondí con la voz apagada.

—En realidad no, tengo clase de deportes, y no creo que a nadie le importe que llegue tarde.

—A mí me importa. No quiero meterte en problemas.

—No voy a meterme en problemas, y no voy a dejarte sola, y aunque me metiera en problemas, no te dejaría sola.

Lo miré estupefacta por unos segundos, por su mirada estaba segura de que no era una broma.

—Manuel te agradezco mucho lo que hiciste por mi hace un momento, pero no eres mi niñero. No te lo tomes a mal, solo... solo quiero un momento a solas conmigo misma ¿entiendes?

—Entiendo —suspira al tiempo que se encoje de hombros. —Pero sí necesitas algo solo llama.

—Está bien —digo antes de hacer un ademán de irme en dirección contraria.

—¿Me prestas tu móvil?

—¿Para? —enarqué una ceja girándome hacia él.

—Si vas a llamar, vas a necesitar un número al cual marcar, al menos que tu especialidad sea la telequinesis, o sepas hacer señales de humo.

Bajé la mirada, niego con la cabeza y esbozo una media sonrisa.

—Bien, creo que aún no desarrollo esas habilidades, así que tal vez tengas razón, pero no creo que sea necesario.

Dio un paso hacia mí y me extendió la palma de su mano.

—Sí no pones tu celular sobre la palma de mi mano me vere obligado a utilizar el disfraz de Halloween de mi hermana de la abejita maya para acompañarte hasta el baño de damas sí es necesario, y te aseguro que pasaremos tal vergüenza que se volverá leyenda urbana y...

—Vale, está bien —lo frene y él sonrió victorioso.

Busque en el bolsillo de mi pantalón y le entregue mi celular.

Él lo tomo y volvió a sonreír apretando sus labios, mostrando aquellos hoyuelos que lo hacían parecer encantador.

—Linda funda —comento observando mi celular. Solté un bufido y me cruze de brazos. La funda de mi celular era como cualquier otra, totalmente sencilla, trasparente con margaritas.

—¿Tienes algo en contra de las margaritas?

—No, no. No me malinterpretes no fue sarcasmo, se ven tiernas, casi como las zapatillas de anoche.

—Por favor olvida eso —ladeé la cabeza y cerré los ojos apenada.

—Haré un esfuerzo, pero no prometo nada, ya hasta tenía pensado comprarme unas iguales ¿te molestaría?

—Ya —le di un golpecillo a la altura del pecho, él dio un paso hacia atrás pero no dejo de teclear en el celular.

—Ya está, de esta manera siempre que necesites me tendrás a tan solo un click de distancia.

—¿Te consideras alguien del 991 o algo así? —enarqué ambas cejas.

—No suena mal, creo que me registrare así, mira —me extendió el celular.

Mire la pantalla de mi celular, y tengo que admitir que hice un esfuerzo considerable por no reír. No entiendo como es posible que aún en un momento como este él no me haga sentir incomoda o con ganas de salir corriendo. No entiendo como puede hacer que ría sí hace un momento sentí mi muerte llegar.

—Manu 911 ¿en serio? —enarque una ceja.

—También podrías registrarme como el amor de tu vida, pero a ti te daría pena ¿no?

Levante ambas cejas y lo mire con las mejillas ardiendo... él no, él no dijo eso ¿o sí?

—No me mires así, es broma —me da un golpecillo por los hombros—. Solo quería levantarte el ánimo.

—Gracias, supongo —contesto vagamente antes de girarme en dirección contraria a él.

—Espero no olvides sonreír —me dice en voz alta y me giro nuevamente a verlo por encima de mi hombro estupefacta.

—¿Qué?

—Tienes una sonrisa muy bonita como para mantenerla oculta del mundo. Deberías presumirla más seguido —me hiso un gesto a forma de despedida sacando desde su frente su dedo índice y medio juntos antes de darse media vuelta y caminar en dirección contraria.

Era un chico extraño, extraño en un buen sentido. De hecho, comenzaba a sentirlo extraño en una forma que me agradaba, quizá sea porque en un año no me había abierto a nadie que no sea mi abuela o Gia.

***

Me había derrumbado varias veces antes en la soledad de mi hogar en California, las primeras veces me encerré por días y mentí a mi abuela diciendo que estaba bien, luego aprendí a sobrellevar mis sentimientos ocultándolos del mundo que solo quería burlarse de ellos a mis espaldas. No quería la lastima de nadie, solo quería sentirme bien, aunque fuera por una vez, tal vez por eso terminé aquí y no en Ecuador con mi madre, fingiendo que podría encajar en su familia perfecta, la familia que hizo cuando nos abandonó a papá y a mí. Después de que mis ojos volvieran a la normalidad y perdieran todo rastro de enrojecimiento, fui a clase de matemáticas, porque sí algo había aprendido en el último año, era que sí yo me sentía dolida al mundo no le importaría, la vida seguiría con o sin mí, y sí yo quería competir por una beca en la universidad debía continuar e ir a clases. Luego de matemáticas fui a la clase de deportes con Gia, quien eventualmente descubrió que no estaba del todo bien, así que terminé por contarle todo, todo lo que pasó en el salón, porque no quería preocuparla ni exagerar con lo que me había pasado en la biblioteca.

—Que dé gracias a Dios que no compartimos esta clase porque entonces le partiría la nariz perfecta que tanto presume en Instagram

—Olvídalo, sí te lo estoy contando es para que no te enteres por alguien más, no porque quiera que te metas en problemas y llames más la atención. Probablemente mañana lo olviden, y nadie vuelva a saber de mi existencia más allá de mi título de nueva.

—Estas demente. No has oído el dicho pueblo pequeño infierno grande.

—Aplica aquí.

—Espera a mañana y me lo dices tú. Aquí los chismes vuelan, más sí el imbécil de Rayan o el pesado de Álvarez están involucrados.

—¿Qué tienen de especial para ser así de importantes? Digo, Rayan es un idiota pleno ¿Por qué sería un tema digno de conversación?

—Porque las personas necesitan temas de conversación, y porque así con cara de idiota y todo, ese imbécil ha sido capitán del equipo de básquet de la preparatoria desde que tenía quince. Su altura lo hizo destacar, luego su destreza los llevo a convertirse en campeones interinstitucionales dos años seguidos, el año pasado quedaron bicampeonas y este año se dice que su juego apesta más que el estiércol de una vaca. De un momento a otro se desplomo y nadie sabe por qué.

—¿Y eso lo hace importante? —enarque una ceja mientras me detenía por un poco de aire.

—¿Verdad que no? Pero los chismosos piensan que sí, porque no solo su juego apesta se dice que su vida amorosa también, el año pasado andaba con una chica un año mayor que él, obviamente esa chica se gradúo y se fue a la universidad y allá conoció a un tipo el doble de bueno que Rayan y ¿qué crees que paso?

—Dejo a Rayan por el otro —inferí.

—Le puso el cuerno a Rayan con el otro y ni siquiera se molestó en terminar con él, nadie sabe cómo se enteró Rayan de que le estaban poniendo el cuerno, la cosa es que le armo tal escandalo a su ex en la universidad que todo el pueblo termino por enterarse.

—¿Y desde entonces se volvió tan idiota?

—En realidad siempre lo ha sido solo que desde que paso lo de su ex, empeoro al punto de agarrarse a golpes con cualquiera a la mínima provocación.

—Vaya. Lo que me sorprende es que aun así se mantiene como capitán del equipo de básquet.

—No por mucho. Antes de las interinstitucionales les harán pruebas y sí no pasa lo mandan derechito a la banca de los perdedores, así de fácil.

—De todas maneras, deje o no de ser capitán de lo que sea, la jodida voy a ser yo al tener que aguantarlo en las clases de ciencia.

—Sí vuele a molestarte prometo que le hago sangrar la nariz —sentencia Gia.

—Ni se te ocurra, ya te dije que lo que más quiero es mantener un perfil bajo.

—Pues ese deseo ya se fue a la basura, mira —me señalo con el mentón un grupo de chicas que nos miraba a lo lejos con notorio interés — ¿De qué crees que están hablando ahora mismo?

Negué con la cabeza antes de echarme a correr nuevamente. No por favor, no. Otra vez no.

—Emilia espera —escuche a Gia.

Corrí con todas mis fuerzas hasta alejarme por completo de las miradas acechantes de aquellas chicas.

—¿Qué comiste? ¿Por qué corres tan rápido? Pudo haberme dado un infarto ¿sabes? —me espeto Gia entre jadeos cuando logro alcanzarme. Me detuve cerca de las gradas, me senté allí y inhale profundo para tratar de calmar mi pecho y estabilizar mi respiración.

—El mal tiempo pasa Emilia, solo hazme el favor de dejar de sobre pensar las cosas, porque sí corres cada vez que alguien te ve, nos vas a matar de un infarto.

—No sé de qué me estás hablando estamos en clase de deportes ¿no? Además sí la que corre soy yo ¿Por qué tendrías que morir tú también?

—Por qué sí tu corres eventualmente yo voy a ir detrás de ti aunque sea para reírme de cuando tropieces con tus pies y te caigas de boca —le puse mala cara.

Baje la cabeza, por un momento.

—Has estado viendo demasiados documentales de animales ¿verdad?. Ya sabes, la vida salvaje y esas cosas.

—Si y tú has estado haciendo demasiadas películas en tu cabeza, y todas girando entorno al drama. Vamos, yo sé que Rayan estuvo como para querer cerrarle el pico con silicón caliente, pero no por eso puedes dejar de vivir tu vida con normalidad.

—Vivo mi vida con normalidad —le aseguro.

—No, no lo haces. Y tú y yo sabemos el ¿por qué?

Suspiro y bajo la mirada por un instante antes de responderle, pero un grito de advertencia hace que Gia me tome de la mano y tire de mi hacia un lado.

—¡Cuidado! —un chico de otra clase grita desde el estadio cuando un balón cae justo dónde estaba parada hace unos segundos.

—¡Maldito idiota sí no conoces la dirección de tu vida al menos apréndete la del arco! —le espeto Gaia.

—¡Lo siento!

—Lo que va a sentir es mi puño sí continúa viéndome así —dice por lo bajo. —Vámonos.

Me vuelve a tomar de la muñeca y ahora es ella la que comienza a correr.

—No crees que estas exagerando, fue un accidente —le digo entre jadeos.

—Los accidentes no cuentan cuando Carter está involucrado.

—¿Carter?

—El idiota ese —miro sobre mi hombro y observó al chico de cabello oscuro tomar el balón varios metros atrás.

—¿Podríamos detenernos ya? Si no a la que le va a dar un infarto va a ser a mí, ya dejamos al grupo bastante lejos — le aseguro.

—Lo ves, uno no puede huir de sus problemas, es cansado y-y as-fixiante —dice entre jadeos apoyando una mano en su rodilla y otra en su pecho.

—¿Carter te es un problema?

—Él y el idiota de allá son el Karma en persona —señalo con el mentón a un chico alto que se encontraba al lado de Carter en el campo.

Lo observo con detenimiento unos segundos.

No puede ser.

Ese cabello.

Ese perfil.

¿Sería él?

No, no lo creo.

—¿Quién es el otro?

—¿No lo conoces todavía? Qué extraño, pensé que ya lo habías visto en alguna clase, ese es nada más y nada menos que Álvarez, el capitán del equipo de fútbol. Manuel Álvarez para ser más exacta.

Sentí que la sangre se me iba del cuerpo cuando ambos chicos giraron en nuestra dirección y confirmé que el Álvarez idiota y pesado del que Gia tanto me había hablado y advertido, era el mismo que me había consolado y acompañado durante una crisis probablemente emocional hace un par de horas.

Mierda.

Mierda.

Solo estas estupideces me pasan a mí. ¿Pero por qué a mí?

—¿Emilia me escuchaste? —Gia me toma del bazo.

—¿Eh?

—¿Qué sí me escuchaste?

—Si, si, es solo...

—Vámonos —volvió a tomar mi muñeca —ya están mirando otra vez.

Mierda, sí Gia lo clasificaba como un pesado no debe ser mentira, pero conmigo no lo era ¿pero y sí fingía? ¿Y sí cuando sonríe en realidad se burla de mí?

¿Por qué otra vez?

¿Por qué otra vez? Porque otra vez tuve que confiar en la persona equivocada.

No quiero volver a vivir lo mismo, y sí no quiero que se repita... debo evitarlo.


Nota de la autora: Holis, pasaba por aquí a hacerles una pequeña petición la cual es que sí les ha gustado el capítulo me ayuden dejando su voto y comentando. Así llegaremos a más lectores juntos Con amor Evie♡.

Evie♡.

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