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—Hay que encontrar el equilibrio entre los sueños y la realidad—dijo Darian, en voz tan suave y profunda, que Johan sintió su corazón vibrar. Acariciaba el joven rostro con la mirada porque, aunque estaban un poco retirados de los tres hombres y era evidente que profesaban una lealtad genuina hacia el príncipe, no era eso de ningún modo garantía de que apreciarían una caricia más íntima.
—Tú eres un hermoso sueño.
Johan apretó los labios pero se negó a bajar la mirada y no mostró su debilidad. Lo que necesitaba era acallar ese dolor que se extendía por su cuerpo, era algo pesado y terrible y no tenía idea como detener la infestación.
—¡No voy a dejarte!
Esas palabras fueron audibles para el viejo rastreador.
—No puedo ir contigo y tú no puedes quedarte —. Extendió los brazos mirando a su alrededor, mostrando lo humilde de su hogar, lo poco que tenía para ofrecer—. Sería complicado, por no decir imposible. Hay distancias que no se pueden acortar, muchos motivos que nos separan.
El viejo bajó la mirada y suspiró al escuchar una declaración tan triste. No sabía que ocurrió entre su Majestad y el vampiro, pero sabía que esas palabras romperían el joven corazón.
—¡No puedo vivir sin ti! —El joven no quería rogar pero se daba cuenta de que iba a hacerlo.
—Estarás bien —. Darian sonrío triste—. Cabalga con cuidado —. Rozó por un instante con el dorso de su dedo la pálida mejilla de Johan y dio un paso atrás. El viejo se acercó con mucho respeto.
—Su Majestad, nosotros diremos que lo encontramos. Que buscamos por los alrededores sin encontrar nada. El rey ordenó que el dem... que quien le haya retenido, sin excusa, sea conducido al palacio en cadenas. Mal destino le aguarda, todo el ejército tiene la misma orden.
Los ojos de Johan destellaron, los del vampiro se oscurecieron.
El joven tardó varios minutos en responder, tiempo en el que su semblante mudo del anhelo a la dureza. Sus cejas se juntaron y sus labios se hicieron más finos, una severa línea que no era habitual en su rostro. Su cuerpo se puso rígido y habló con solemnidad. "Por eso es el futuro rey" pensó Darian, fascinado con la transformación.
—¡Vete de mis tierras esta misma noche, Dar...! ¡Demonio! Salvaste mi vida y por ello, perdono la tuya como hijo del rey y heredero al trono. ¡No vuelvas jamás!
Tomó la mano fuerte de marcadas venas azules un momento, la miró y desde ese punto, su mirada recorrió el cuerpo entero hasta encontrar apagadas brasas en las que no se reflejaba. Toda una vida de juramentos de amor en un segundo y un adiós.
Dándole la espalda se fue. Los dos jovenes rastreadores le escoltaron, ayudándole a cruzar el desfiladero y desaparecieron después en el pasaje de roca. No miró atrás ni una sola vez.
El viejo rastreador se aclaró la garganta. La tenía cerrada y no era el polvo. De eso estaba seguro.
—¿Irás a las tierras blancas? —preguntó levantando mucho la mirada porque el vampiro era alto, más que ningún hombre. Ante la pregunta, Darian sonrió pero apenas fue una breve torsión de sus comisuras, por lo que el viejo no estuvo seguro de sí eran imaginaciones suyas.
—Es posible—respondió muy serenó, con la mirada en el punto por donde el príncipe desapareció. Con la mano cubría su propio corazón, como si doliera.
—Yo sé dónde se encuentran esas tierras. Sé cómo llegar—. Esa vez el vampiro sonrió de verdad. Después hizo una inclinación en favor del viejo, reconociendo el amable y velado ofrecimiento de conservar la esperanza. Yenko correspondió haciendo una profunda reverencia ante el vampiro que salvó la vida de su amado príncipe.
—Mi eterna gratitud por salvar la vida de su alteza, Johan. Seré tu amigo, en pago por esa deuda de vida. No dudes en pedir mi ayuda si la requieres, aunque sea por la más pequeña cosa.
—Paga tu deuda cuidando su vida y...
Se inclinó a tomar una roca del suelo, la lanzó al aire tres veces, las mismas tres veces la atrapó. El vampiro murmuró en un lenguaje desconocido alguna plegaria a la roca que soltó un destello. Después la entregó al viejo rastreador.
—...pon esta roca en la mano del rey Johannes lo antes posible.
Yenko respingó, sorprendido cuando el demonio se transformó de carne a humo negro y desapareció. Guardó la roca en su bolsillo y apresuró el paso para alcanzar a sus hijos.
El mismo nudo en la garganta no le dejaba pasar saliva con normalidad.
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