Capítulo 7 🌹
Beatrice
¿Él dijo qué? Había escuchado bien, así que sí, dijo que me iría a vivir con él a su casa. ¡A su casa! No lo entendía, ¿tan peligroso era estar aquí? Pensaba que el club era seguro pero ahora dudaba que lo fuera si el mismo Vitale me dio a entender que no era así. André podría entrar y sacarme de aquí de eso estaba segura.
Tuve que parpadear y mirar hacia abajo de nuevo, mi respiración se volvió irregular y me costaba respirar bien, pero hice lo que pude para no entrar en una especie de crisis y controlé bien mi respiración.
—¿Estás bien? —puso una mano en mi hombro pero su toque me hizo apartarme un poco. Estaba reticente a cualquier contacto humano, cuando una persona me tocaba era para hacerme daño y estaba asustada de todo y de todos.
—Sí, yo...No me quiero ir de aquí —le confesé —. No creo que sea tan peligroso quedarme aquí, ¿o sí? —Vitale iba a hablar pero la misma mujer del otro día se acercó y lo llamó.
—Vitale —interrumpió y a mí me ignoró por completo —. Han salido a vigilar y ese hombre está rodando el lugar.
La mirada que me echó Vitale fue de "te lo dije". Regresó la mirada hacia la mujer.
—¿Sigue afuera? —ella negó.
—Se ha ido, pero no dudo que regrese.
—Búsquenlo y cuando lo encuentren lo llevan a mí. Lo quiero vivo, Chiara —ordenó. Se escuchó demandante y molesto —. Si es necesario pides una recompensa por él —zanjó.
—Entendido —dijo Chiara y se alejó por las escaleras.
—¿Lo ves? Ese imbécil no te dejará ir tan fácil, Beatrice —se giró por completo hacia mí.
Dios. Era tan imponente. Alto, atractivo, con esa barba bien tupida y desarreglada. Además ese traje de color azul hacia juego con el añil de sus grandes ojos, su cabello era largo pero se veía bien y todo junto lo hacían parecer que había salido de un sueño. No podía ser real, alguien cómo él era solo eso, un sueño.
—Pero no quiero ser una carga para ti. No tienes que cuidar de mí, Vitale —con un paso terminó con la poca distancia que había entre los dos. Estaba a solo centímetros de mi cuerpo y temía que pudiera escuchar los latidos desbocados de mi corazón. El olor de su colonia penetró mis fosas nasales y amé cómo olía.
—No lo eres. Permíteme ayudarte, Beatrice —con delicadeza cogió mi mano y esta vez no me aparté, subió lentamente a sus labios y dejó un beso en mi dorso.
—¿Por qué lo harías? —mi pregunta salió trémula.
—Conocí a tu padre y me siento culpable por no hacer nada para que cayeras en ese mundo, ahora que estás aquí haré todo para que no regreses ahí. Nadie merece vivir por lo que tú has pasado —mis ojos se llenaron de lágrimas que querían salir pero esta vez no iba a llorar.
—Vitale...—su nombre ser pronunciado por mí envió miles de electrificaciones por todo mi sistema nervioso.
—Beatrice —una de sus comisuras se elevó y aquí me sentía segura.
¿Cómo podía pasar eso? ¿Cómo es que este hombre me hacía sentir así? ¿Que veía en mí que le hacía portarse así conmigo?
—Está bien, iré contigo pero deja que esta noche me quede con madame Ricci, ella se ha portado tan bien conmigo, las chicas han sido tan lindas y quiero estar aquí aunque sea una noche más —asintió sin pensarlo ni un segundo.
—Está bien. Beatrice, pero nada más esta noche. No sabemos lo que André tiene pensado hacer así que no hay que arriesgarnos —soltó mi mano y regresamos al barandal para mirar hacia abajo.
Me hubiera gustado estar más en este mundo pero así eran las cosas y que mejor que ir con Vitale, el Don de la Ndrangheta, el más temido en toda Calabria. Era peligroso, eso lo tenía más que claro pero ahora mismo era la única persona que me podía ayudar y en la que confiaba. André tenía contactos allá afuera, si daba un paso fuera de aquí y alguien me veía le iría con el chisme al malnacido ese, no me iba a poner en peligro una vez más. Quería estar lejos de André, quería ser libre y hacer de mi vida lo que yo quisiera sin que alguien detuviera mis pasos y cortara mis alas cómo lo hizo él.
—¿Ahora qué? —pregunté. Vitale estaba a mi lado.
—Podemos ver todo desde aquí, o ir a mi oficina para beber un poco y comer, tengo hambre —ambos reímos.
—O podemos bajar, pedir una pizza y comer mientras vemos a las chicas.
—También podemos hacer eso —señaló con un dedo arriba.
Vi que sacó su móvil y empezó a teclear, se llevó el aparato a la oreja y se alejó un poco mientras yo miraba hacia abajo. La música se escuchaba baja, madame Ricci iba de un lado al otro asegurándose que todo estuviera bien y que las chicas hicieran su trabajo. Levantó la cabeza, al verme me sonrió y me saludó con la mano arriba. Le devolví el saludo y le sonreí pero un hombre llegó a su lado y se saludaron cómo si se conocieran de antes.
—Listo —dijo Vitale a mi lado. Apoyó el brazo en el barandal y miró en dirección a madame Ricci —. Ella te agrada, ¿cierto? —asentí.
—Se ha portado muy bien conmigo, es tan linda y me cuida. Me hubiera gustado tener una madre así —suspiré con melancolía —. Pero ni siquiera sé si ella está viva o muerta —mis hombros se hundieron por la repentina tristeza que me embriagó.
—No conocí a tu madre pero si a tu papá y estoy seguro que él te amaba —le negué con la cabeza porque eso no era cierto.
—No mientas, mi padre me vendió a André cuando tuvo la oportunidad de hacerlo. Era una carga para él y se deshizo de mí.
—¿Te vendió? —arrastré la mirada hacia él —. Eso no puede ser, yo...No, me niego a creer que tu padre te haya vendido a André.
—Él lo dijo, me vendió por unos cuantos euros.
—¿Quién te lo dijo, tu padre?
—Ni siquiera he hablado con él desde ese día.
—¿Tú viste cuando André le pagó a tu padre por ti? —negué —. ¿Y le creíste a André?
—Sí —no entendía a donde quería llegar.
—Beatrice, si de algo estoy seguro era de lo mucho que tu padre te quería, no pudo hacer eso.
—Las personas cambian, Vitale. Era un estorbo para él, no podía pagar mis estudios y la manera más fácil en la que se podía deshacer de mí fue vendiéndome.
—Beatrice —cogió mi mano y la acunó entre las suyas —. Estoy seguro que tu padre no hizo eso y conociendo la mala reputación de ese bastardo...—se quedó callado.
—¿Qué?
—Voy a averiguar que pasó con tu padre, pero no lo odies sin saber la verdad.
—¿Crees que André me mintió para sacarme de la casa?
—No lo creo, estoy seguro, Beatrice.
Vitale me acababa de decir que tal vez todo lo que un día André me dijo sobre mi padre eran mentiras nada más. Desde los dieciséis años viví creyendo que mi padre me había vendido con André porque le estorbaba y ya no quería saber nada de mí, y ahora Vitale llegaba a decirme esto. ¿Cómo pretendía que yo siguiera con mi vida? No lo iba a poder olvidar, ni siquiera estaba segura de si esto resultaba ser cierto poder seguir con mi vida cómo si nada. Si las sospechas de Vitale resultaban ser ciertas yo misma me iba a encargar de matar a André, le haría pagar todos los años de golpes y humillaciones. Ese maldito no se iba a salvar de mi ira.
—¿Estás bien? —puso una mano en mi espalda desnuda y me tensé por el contacto. Sus manos eran suaves, grandes y tibias.
—No, la verdad no estoy bien —miró ambos lados y bajó un poco su mano hasta el inicio de mi espalda.
—Vamos —mi mano seguía en la suya y dejé que me guiara hasta su oficina que estaba al final del pasillo. No había entrado aquí porque madame Ricci decía que a Vitale no le gustaba que nadie entrara, pero que Flavio se tomaba privilegios que no le corresponden —. Entra —abrió la puerta y se hizo a un lado para que yo entrara.
Al estar dentro me quedé a un lado de la puerta y Vitale me llevó hacia la pequeña sala que había ahí, el lugar era espacioso y tranquilo. El ruido de la música no se escuchaba para nada. Se alejó un poco y cuando regresó a mi lado sostenía un vaso con agua.
—Toma —lo cogí con ambas manos.
—Gracias —le sonreí y me llevé el vaso a los labios para darle un sorbo.
—Lamento si dije algo que debía pero conocí a tu padre y sigo sin creer que él haya hecho algo cómo eso. No puedo y no entiendo.
—Tú no sabes pero desde que empezó a tomar todo se volvió complicado. La comida nunca faltó pero tuve que cuidar de él porque llegaba tan ebrio que apenas podía sostenerse, muchas de las veces tuve que ir por él a la cantina para que llegara a la casa, pedía prestado para comer y tuve que dejar de ir a la escuela —solté un suspiro y mis ojos se quedaron fijos en algún punto en la pared frente a mí.
—Lo siento tanto —giré la cabeza para verlo y sus cejas estaban hundidas. Se podía ver claramente la pena en su bonita mirada azulada. Tenía una mano apoyada en el reposabrazos del sofá —. No merecías pasar por todo lo que viviste.
—No importa —le di un trago al vaso —. Ahora todo es diferente. Madame Ricci dijo que lo mejor que me pudo pasar es que André me vendiera a Flavio y ahora sé porqué lo decía. Aquí me han tratado tan bien, tanto que no me quiero ir pero tengo que hacerlo, ¿cierto?
Asintió.
—En la casa estarás bien.
—¿Y qué haré ahí? Seré un estorbo.
—Nada de eso, Beatrice, puedes acompañar a mi madre, desde que papá falleció no es la misma y aunque Samuele intenta de todo para que salga y haga su vida de antes ella se niega. Tal vez tú puedas ser de mucha ayuda.
—¿Yo? —fruncí el ceño —. Yo también estoy rota, Vitale, estoy sucia y nadie en su sano juicio querría a una mujer que estuvo en las calles dentro de su casa. Mucho menos tu madre, siendo una mujer distinguida y elegante.
—No juzgues sin saber, Beatrice.
—Dime, Bea —le pedí —. Beatrice se escucha muy formal.
—¿Ya tengo derecho a llamarte Bea? —inquirió apoyando la barbilla en su mano y esta seguía en el reposabrazos. Se veía tan tierno así que me daban ganas de abrazarlo y no soltarlo nunca.
¿Qué cosas estaba pensando?
No debía pensar que alguien cómo Vitale se podía fijar en mí, no era digna para él. Ni en mil años se podía dar algo entre él y yo, y tenía que sacar esos pensamientos. Ahora solo debía preocuparme por sanar todas las heridas que tenía tanto por dentro cómo por fuera.
—Ahora sí —musité con pena.
—Pues no debes juzgar antes de saber, mi madre también está rota, no ha podido superar la muerte de papá y me gustaría que le hagas compañía. Tal vez contigo se pueda abrir porque con Samuele y conmigo no lo hace —suspiró.
—Pero me vas a dejar hacer algo más, no me gusta estar en un lugar y no hacer nada, me siento cómo una inutil —puso una mano encima de la mía —. ¿De acuerdo?
—Está bien, Bea, pero no...— se escuchaba tan convencido.
—Vitale.
—Está bien, buscaremos algo que puedas hacer en la casa, ¿bien?
—Bien —le sonreí.
Escuchamos que tocaban a la puerta y Vitale se puso de pie.
—Adelante —la puerta se abrió y un chico apareció con una caja de pizza en las manos.
—Trajeron esto, dijo que usted lo había pedido —Vitale se acercó a la puerta y cogió la caja.
—Gracias —el hombre hizo un asentimiento y se alejó.
Regresó al escritorio y le ayudé a guardar algunos papeles que tenía para meterlos en los cajones, al abrir uno me quedé estática cuando vi que dentro había un arma. Dejé la carpeta y cerré el cajón, era entendible que alguien cómo Vitale tuviera un arma en su oficina. El día que mató a Flavio sin compasión entendí que Vitale es de esos hombres a los que no puedes traicionar, ni siquiera puedes pensar en la idea de hacerlo porque si él lo sabe estarás muerto y tu muerte no será fácil, se encargará de hacerte sufrir cada segundo. Así que lo dejé pasar y empezamos a comer la pizza de anchoas que estaba deliciosa, la masa era crujiente, la salsa tenía especias que se podían sentir en la lengua y el queso estaba caliente y se deshacía en la boca. Vitale sacó una botella de vino que guardaba en el librero con dos copas y la noche se nos fue en platicar un poco de lo que había pasado todos estos años en los que no nos vimos.
Por más que intentaba acordarme de él solo había pedazos de mi infancia, y sabía que estaba ahí entre lo poco que recordaba pero no había más, solo la imagen borrosa de un joven delgado y dueño de unos abismales luceros azules.
Bebí más de la cuenta y es que no estaba acostumbrada a beber así, pero sabía lo que hacía y lo que decía, aunque se me soltaba un poco la lengua cuando tenía unas copas encima.
Regresamos al evento pero este ya había terminado, los hombres importantes se habían ido y las chicas se estaban cambiando para ir a sus casas, los meseros estaban levantando las sillas pero la música se escuchaba baja en la distancia.
—Yo quería ver —me quejé. A mi lado estaba Vitale mirando hacia abajo como yo.
—¿Quieres bailar? —lo miré sorprendida por la pregunta. Parpadeé y me entregó su mano invitándome a bailar.
—¿Bailar? —movió la cabeza diciendo que sí.
—Vamos —dudé unos segundos en coger su mano y aceptar ir con él. Bajamos las escaleras uno al lado del otro y cuando estuvimos abajo nos quedamos mirando un par de segundos, las luces eran tenues todavía pero se veía a la perfección lo que había a nuestro alrededor.
Di un paso cerca de él y deslizó sus manos a la altura de mi cintura, las mías fueron a su cuello y nos acercamos un poco más para terminar con la distancia que nos separaba. Estaba lo suficientemente cerca para poder sentir el olor de su colonia en la punta de mi nariz. Olía rico y me gustaba estar cerca de él.
—No te haré nada, Bea —dijo porque estábamos separados para poder bailar bien.
Sentía miedo de acercarme, nunca estuve así de cerca de algún hombre sin recibir dinero por ello, así que estar cerca de Vitale era algo nuevo para mí.
Terminé por acercarme a él y mis senos se apretaron a su duro pecho, la tela de su camisa y saco rozaban con la piel de mi pecho. Nos balanceamos de un lado al otro al ritmo de la música que se escuchaba a lo lejos. Apoyé mi cabeza en su hombro y sentí su barba rozar la piel de mis mejillas, me hacía cosquillas.
—De ahora en adelante no vas a tener miedo, Bea, te voy a cuidar de todos. Lo prometo.
Había algo en él que me hizo creerle todo lo que prometió esa noche. ¿Le creía sí? Era el único hombre al que siempre le iba a creer cada promesa que me hacía.
Fiore
Había salido a buscar trabajo cómo cada día desde que me fui de la casa de mi madre y dejé atrás esa vida llena de miedo y tristeza. Ahora me sentía más segura y ya no temía despertar en la madrugada porque Alonzo estaba en mi cama tocando mi cuerpo.
Nunca pensé que algo así podía pasar porque cada día desde que ese imbécil llegó a mi casa fue un infierno y la posibilidad de no verlo era algo casi imposible, ahora no quería que esto terminara.
Aquella mañana regresé desilusionada ya que nadie me quería dar trabajo porque apenas había cumplido los dieciocho años y no tenía experiencia. ¿Cómo querían que tuviera experiencia sino me daban la oportunidad de trabajar? No entendía a estas personas. Si las cosas seguían así iba a tener que salir de Calabria para encontrar algo mejor, aunque tuviera que separarme de Anto y su familia que me quería cómo si fuera parte de esta.
Di la vuelta a la calle y me acomodé la mochila en los hombros. Me detuve de golpe cuando el móvil me vibró en el bolsillo de la sudadera. Al mirar la pantalla y ver que era Anto no dudé en responder.
—Anto.
—Fio —se escuchaba agitada —. No vengas al departamento, tu madre está aquí.
Cuando dijo esto levanté la cabeza y afuera del edificio estaba el auto de mi madre con el chofer a un lado de este. Había una patrulla atrás. Regresé a la esquina para esconderme.
—No tengo tiempo pero tu madre con el imbécil ese están aquí, la policía también, no vengas, Fio.
Ni siquiera pude responderle porque me colgó. Mi corazón empezó a latir a toda prisa, mis manos temblaban, mi estómago se hizo un nudo y sentía que iba a vomitar.
Esto estaba pasando y sabía que ella no iba a tardar en buscarme, de alguna manera irresponsable y estúpida había puesto en peligro a Anto y toda su familia. Esperaba que mi amiga guardara mi mochila para que mi madre no se diera cuenta que estuve ahí.
Me di la vuelta y caminé de regreso, alejándome del edificio y con ello de Alonzo. Tenía la poca vergüenza de ir a buscarme cuando sabía perfectamente que estaba huyendo de él y sus abusos. Siempre quise verlo muerto pero ahora lo deseaba con toda mi alma, anhelaba que llegara el día que pagara por todo lo que me hizo.
No sabía a donde ir, o qué hacer ahora que mi madre había ido con Anto, ella y sus padres sabían que decir, acordamos que iban a negar todo de mí, yo no estuve en esa casa y jamás me vieron.
Anduve por ahí dando vueltas por el lugar, evitando a toda costa regresar a donde vivía Anto, no tenía que acercarme porque conociendo a mi madre estaba segura que no se iba a ir pronto, así que fui a una cafetería y pedí un café junto a una rebana de pastel, no tenía mucho dinero y ahora que todos mis ahorros estaban en el departamento de Anto pues no podía gastar tanto.
De nuevo mi móvil empezó a sonar y lo cogí de inmediato sin mirar el número en la pantalla.
—Fio —Anto se escuchaba más tranquila.
—¿Qué pasó? ¿Ya se fueron? —pregunté mirando a mi alrededor.
—Sí pero dejaron a dos hombres para que cuiden el edificio. Le dijimos a tu madre que aquí no estabas y que no te hemos visto, creo que no nos creyó. Mis padres le dijeron lo mismo.
—Menos mal, que bueno que no les hicieron nada.
—No encontraron tu mochila, la escondimos pero ahora tú no tienes dinero y no puedes regresar. Fio, ¿qué va a pasar ahora? —su voz se escuchaba rota.
—No te preocupes por eso, ya veré que hago o a donde ir —suspiré. Me dejé caer en el sofá.
—Fio...No, no puede estar pasando esto.
—Pero está pasando —comenté —. Lo mejor es que no vieron la mochila, lo de los hombres no importa y mucho menos importa a donde voy a ir.
Una idea surgió en mi cabeza. Algo que no sabía que iba a hacer.
—Fio...—empezó a sollozar.
—Estaré bien, Anto.
—¿Y tu mochila? Ahí tienes tus ahorros, te van a servir mucho ahora. Si quieres te los puedo a llevar...—la detuve antes de que dijera algo más.
—Nada de eso, los hombres que están cuidando la puerta te pueden seguir y no te voy a poner en peligro. Además tengo un poco de dinero aquí —mentira —. No te preocupes por eso.
—¿Segura?
—Sí, estoy segura. Voy a buscar donde quedarme y te aviso.
—Está bien, Fio, cuídate mucho y me mandas mensaje si necesitas algo. Nos vemos.
—Nos vemos.
Colgué y mi corazón se hundió en mi pecho, los ojos me picaban y quería llorar. No tenía a donde ir, me había quedado en la calle, puse en peligro a mi mejor amiga y no tenía dinero. Todo podía salir mal en este momento pero ya no tenía nada que perder.
Me quedé en la cafetería lo más que pude pero un hombre alto y regordete me pidió irme ya que no había consumido nada más que el café y la rebanada de pastel. Estaba a nada de que el sol se metiera y yo seguía sin tener donde dormir.
Busca a Samuele, él te va a ayudar.
Mi conciencia seguía repitiendo lo mismo a cada rato y yo me decía que no podía buscar a un chico al que solo había visto una vez en toda mi vida. Pero esa vez bastó para saber que podía confiar en él y que, como lo hizo aquella noche me podía defender.
Pregunté a varias personas si sabían donde vivían los Schiavone, a algunos les sorprendió que preguntara por ellos, no era normal que una chica de mi edad preguntara por los mafiosos más temidos de toda Calabria. Cuando por fin alguien me dijo cómo llegar a su casa no dudé en coger un taxi y pedirle que me lleve con ellos.
Anduvo un buen rato hasta que por fin llegamos a su casa, que estaba apartada de la civilización, una casa en medio de grandes terrenos verdes llenos de árboles.
—¿Está seguro que es aquí? —le pregunté al hombre mirando por la ventanilla.
—Es aquí —dijo serio y extendió su mano para que le pagara el viaje.
Saqué los últimos euros que traía en mi bolsillo y se los entregué al hombre.
Salí del taxi y cerré la puerta, miré a mi alrededor y me acerqué a la reja, esta era alta y estaba reforzada, nadie que no fuera invitado podía entrar por ahí. Toqué el timbre y esperé que alguien saliera.
—¿Sí? —escuché del otro lado del interfono.
—Buenas tardes, ¿se encuentra Samuele?
—¿Quién lo busca? —era la voz de un hombre.
—Fiore, nos conocimos la otra noche en una fiesta. Soy la chica a la que defendió —apreté los labios después de decir esto.
—Un momento —al levantar la cabeza me fijé que a cada lado de la reja había una cámara que seguía mis movimientos y tenía una lucecita roja al lado que parpadeaba.
Esperé por algunos minutos en los que no sabía que hacer, si irme o quedarme. Quizá él ni estaba aquí y yo nada más estaba perdiendo el tiempo. O tal vez no me quería ver.
La puerta pequeña se abrió y una mujer muy bonita salió, miró a cada lado y cuando reparó en mí entornó los ojos. Levanté la mano y le sonreí.
—¿Buscas a Samuele? —asentí —. Ven conmigo.
Se hizo a un lado, invitándome a pasar. Al dar el primer paso dentro me quedé sorprendida al ver la enorme casa, los jardines llenos de flores de tantos colores, árboles en cada rincón y arbustos pegados a la pared.
—Vamos —seguí a la mujer. Avanzamos por un camino de piedras que llevaba a la puerta de la casa. Frente a esta había dos camionetas y afuera de esta un hombre mucho mayor que yo. Nos detuvimos frente a él —. Vitale —informó la mujer —. Esta chica busca a Samuele, pero tu hermano no está.
Así que él era el hermano mayor de Samuele, el Don. El jefe.
—Eres la chica a la que ayudó mi hermano —me señaló.
—Sí, necesito hablar con él.
—Puedes esperarlo no debe tardar.
—Puedo esperar afuera —Vitale negó.
—No puedo permitir que esperes afuera —le hizo una seña a la mujer —. Chiara, llévala con Chase.
La mujer asintió ante la orden de su jefe, quien me regaló una sonrisa antes de entrar a la camioneta, miré de reojo sobre mi hombro y cuando miré al frente ya estaba dentro de la casa.
—Te voy a llevar con Chase, que te prepare algo en lo que llega Samuele, ya no debe tardar.
—Pero yo...—no me dejó terminar, negó con la cabeza y guardé silencio. La seguí por toda la casa hasta que llegamos a la cocina. Me quedé bajo el umbral y un sujeto detrás de la isla se nos quedó mirando a la mujer de nombre Chiara y a mí —. Puedo esperar afuera.
—Esta chica va a esperar a Samuele aquí, prepara algo para que cene.
¿Tan mal me veía? Quizá sí, quizá me veía tan mal que pensaban que estaba hambrienta y sí, la verdad ya tenía hambre.
—Está bien —respondió el hombre. La mujer se dio la vuelta y salió de la casa.
—Ven, ven —me llamó para ir con él. Le hice caso y me senté en el taburete a su lado —. ¿Qué te gustaría que te prepare? Para eso me pagan.
—Lo que sea está bien para mí —entornó los ojos —. De verdad.
—Te voy a preparar algo rico.
Al verlo mejor me di cuenta de que traía uno de esos uniformes que usan los chefs, hasta eso tenían en esta casa.
Las horas pasaron y el sol me metió por completo pero Samuele no había llegado.
—Lo mejor es que esperes a ese tonto en su habitación —dijo Chase.
—¿En su...En su habitación? —asintió.
—No sé a donde fue pero ya tardó —se puso de pie y me llevó con él hacia el piso de arriba. Recorrimos los pasillos hasta que se detuvo frente a una puerta, al final había una terraza desde donde se alcanzaba a ver la parte de atrás de la propiedad.
Chase abrió la puerta y me invitó a entrar. La habitación era mucho más grande que la mía y la de mi madre juntas. Las paredes eran blancas, excepto una que era de color azul índigo. La cama era grande con cobertores de color gris, frente a esta empotrada en la pared estaba una pantalla, debajo un mueble con algunos portarretratos. En otra pared había un librero con trofeos y libros. Todo aquí estaba limpio y en su lugar.
—Espera aquí.
Chase salió y dejó la puerta abierta. Fui hacia el ventanal y corrí las cortinas que se movían con la suave brisa de la noche. Este lugar estaba lleno de paz y olía tan bien. Olía a Samuele.
Me senté en la orilla de la cama. Iba a esperar a Samuele y hablaría con él. Sé que no era su responsabilidad cuidar de mí pero en estos momentos no tenía a nadie, ya no tenía nada, estaba sola y algo dentro de mí me decía que él me podía ayudar, ¿de qué manera? No sé, pero era mayor que yo, inteligente y obvio tenía los recursos. Si me podía ayudar para ocultarme de mi madre y su esposo se lo iba a agradecer de por vida.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro