Capítulo 5 🌹
Samuele
Me encontraba en mi habitación, buscaba una chaqueta que ponerme para ir con Carter a esa fiesta quien sabe donde. No era de ir mucho a fiestas mucho menos si eran de pubertos ebrios e idiotas pero Carter prometió que todo saldría bien. No debía creer en él, claramente era un idiota y todo saldría mal pero esta vez intentaría confiar en él, al menos un poco.
—¿A dónde crees que vas? —la puerta se encontraba abierta. Vania se asomó y apoyó el hombro en el marco de esta.
—Vamos a una fiesta —le respondí. Cerré las puertas del closet y me puse la chaqueta —. ¿Qué? —tenía una ceja arriba —. Apúrate, ni creas que voy solo. Vitale te paga para que me cuides.
—Lo que debería hacer es atarte a la cama para que no seas un problema, así me evito regaños por parte de tu hermano —masculló.
—Sí, pero no lo vas a hacer —dije con suficiencia y le sonreí.
—Bien —espetó —. Voy por una chaqueta.
—Gracias —se dio la vuelta y me mostró el dedo medio.
Salí de la habitación y al bajar las escaleras Vitale iba saliendo del pasillo que lleva al sótano, su ropa estaba cubierta de sangre, desde los costosos zapatos hasta la camisa blanca que tenía restos de piel y carne. Su cabello estaba peinado hacia atrás y sus mejillas salpicadas de carmín. Estaba consciente que ahí abajo había un traidor y que mi hermano lo estaba torturando para que hablara pero viendo a Vitale así creo que no habló y lo mató, es lo que Vitale hacía con sus enemigos, él mismo se hacía cargo de ellos aunque tuviera a un ejército de matones a su cargo o a Chiara que al igual que Vania era una profesional.
—Lo mataste —asintió y se acercó.
—Tenía que hacerlo —suspiró —. ¿Te vas? ¿Vania va contigo?
—Ya sabes que sí —miramos hacia las escaleras y Vania venía bajando. Traía el cabello suelto, una chaqueta de cuero cubría la parte de arriba mientras que abajo unos jeans ajustados junto con unos botines que la hacían lucir un poco más alta —. Me pagas para cuidarle el trasero a este tonto —se quedó a mi lado.
—Nada de drogas —me señaló Vitale —. Lo cuidas —se dirigió a Vania que no dudó en asentir.
—Ve a darte un baño, apestas a sangre —me quejé y me giré para salir de la casa.
Carter esperaba afuera del auto con los brazos cruzados, pero al ver a Vania los bajó y se le quedó mirando de arriba abajo.
—No va a pasar, niño —Vania pasó a su lado y subió al auto. Ella iba a conducir esta noche. Abrí la puerta del copiloto dejando a Carter con las ganas de ir él al lado de Vania.
—Te toca atrás —le dije y a regañadientes se sentó atrás.
Vania condujo fuera de la propiedad y se metió en la avenida principal.
—No sé cómo les gustan este tipo de fiestas, solo hay alcohol, drogas y sexo —masculló.
—Por eso nos gustan —Carter se asomó entre los dos asientos.
—Tonto —Vania rodó los ojos —. No cabe duda que son unos pubertos —con una mano sostenía el volante mientras que la otra la apoyó en la ventanilla.
—¿Qué edad tienes, Vania? Porque pareces de treinta —dijo Carter.
—Ya basta los dos —intervine. Había veces que podían llegar a los insultos si es que nadie los detenía. Era mi trabajo meterme y que esto no terminara en golpes, aunque ya sabía quien iba a ganar, Vania, obviamente.
No tardamos en llegar a la casa donde se llevaba a cabo la dichosa fiesta. El lugar estaba rodeado de autos y camionetas, la puerta se encontraba abierta, personas entraban y salían del lugar. Había más personas de las que me imaginé pero ya estábamos aquí así que iba a disfrutar esta noche.
Vania estacionó el auto cerca de la entrada y salió al mismo tiempo que lo hacíamos Carter y yo. Miramos el lugar de hito en hito. La música se escuchaba hasta donde estábamos, parecía que adentro todo estaba mejor. Entramos a la casa, las personas iban de un lado al otro, botellas de cerveza, latas y rebanadas de pizza.
—Vaya —dijo Vania a mi lado —. No sé porque siento que algo va a salir mal —se quejó y se alejó —. Voy por cerveza —fue hacia lo que era la cocina y me quedé con Carter que no tardó en dejarme solo. Cuando me di cuenta ya no estaba a mi lado.
—Imbécil —espeté y fui a la cocina pero Vania no estaba ahí.
Había un barril en medio, de donde todos tomaban cerveza, así que preferí coger una botella que estaba cerrada. Salí de ahí y anduve por toda la casa que estaba a reventar, cada minuto que pasaba más personas llegaban, ¿dónde cabían tantas personas? ¿Por qué había tantas personas?
Subí las escaleras buscando un baño, pero me encontré con un armario, un baño que estaba ocupado y dos habitaciones que estaban cerradas. Seguí por el pasillo hasta que el ruido que provenía de una de ellas me hizo detener y pegué la oreja a la madera. Algo se rompió dentro, mi mano viajó hacia el picaporte.
—¡No! —ese era el grito de una mujer —. Por favor —giré el picaporte sin pensarlo tanto y justo en el momento que empujé un sujeto estaba encima de una chica, levantó el brazo y soltó un golpe mientras que los que lo acompañaban grababan con sus móviles.
Fiore
No estaba tan convencida de venir a esta fiesta, mucho menos de pensar en otra cosa que no fuera la idea de huir del Regio de Calabria y empezar mi vida en otro lugar donde ellos no estuvieran. Quería alejarme de mi madre y ese bastardo, sabía que me estaban buscando pero todavía no iban con Anto a buscarme ahí, quizá era por el hecho de que no sabían donde vivía pero no iban a tardar en dar con el edificio así que no me podía confiar. Tenía que huir cuanto antes de este lugar si quería ser libre y no regresar a la prisión en la que estuve encerrada tantos años.
—Vamos, Fio —dijo Anto a mi lado. Me dio un empujón con sus caderas —. Esta noche no pienses en otra cosa.
Es lo que más anhelaba, no pensar en nada de lo que me había pasado últimamente pero aunque intentaba sacar todas aquellas imágenes estas seguían incrustadas en mi cabeza cómo dagas enterradas en lo más profundo de mi ser.
Entramos a la casa que era mucho más grande que donde viví por tantos años. Empujamos la puerta y lo primero con lo que nos topamos fue con un lobby repleto de personas que iban de un lado al otro, la música estaba a todo volumen, tanto que uno que otro tenía que gritar para que la persona que estaba a su lado o enfrente lo pudiera escuchar. Seguí a Anto hacia lo que era la cocina, ahí había menos personas porque nada más entraban para servirse un poco de cerveza y salían. Un gran barril de madera descansaba en la isla de la mesa de donde todo mundo se servía.
—Toma —Anto se giró hacia mí con una botella que había abierto ella misma. Le agradecí y chocamos las botellas.
Miré a ambos lados, buscando a Enrico o Adriano, quien nos invitó a este lugar pero al que no veía por ningún lado. Debo admitir que Enrico se me hacía guapo, no la clase de chico por el que todas babean pero tenía lo suyo. Pero ahora mismo yo no podía pensar en nadie más, estaba tan rota y sucia tanto por dentro cómo por fuera que la sola idea de que un hombre me pusiera las manos encima me daba miedo y asco.
—Vamos a ver que más hay —asentí a Anto y juntas regresamos al lobby donde había muchas personas bailando, muchos de los que estaban ahí eran del colegio y otras más ni siquiera las había visto en toda mi vida.
Salimos a la piscina que recorrimos de un extremo al otro. El agua se veía azul y algunas personas estaban adentro disfrutando de la fiesta y lo que sea que se habían metido esa noche. Fuimos a uno de los camastros que había al lado de la piscina y nos sentamos una al lado de la otra.
—No quiero que te vayas —dijo Anto a mi lado —. Sé que tienes que irte pero eres mi mejor amiga —sostenía la botella con ambas manos.
—Yo tampoco quiero irme pero no puedo esconderme para siempre de ellos, tengo que trabajar y salir. Me pueden encontrar —la música aquí no se escuchaba tan alto así que podíamos hablar tranquilas —. Conozco a mi madre, está esperando que regrese pero cuando se dé cuenta que no regreso a su lado me va a buscar y sabes que el primer lugar a donde va a ir es a tu casa.
—Lo sé —suspiró —. ¿A dónde vas a ir?
—Quisiera ir a Sicilia, lejos de aquí para que nadie me encuentre. Solo necesito trabajar para poder pagar un piso y ya. Será difícil pero no imposible —me llevé la cerveza a los labios y le di un sorbo.
—Nunca pensé que ibas a tener el valor para salirte de esa casa.
—Sabes que lo hubiera hecho antes pero me acobarde y dejé que pasaran muchos años. Ahora que he salido de ese lugar no pienso regresar, no viva.
—No digas eso —me dio un manotazo. Tenía el ceño fruncido.
Anto bebió lo último que tenía en su botella y se puso de pie.
—Vamos por más —asentí y la seguí dentro de la casa. Regresamos a la cocina para dejar las botellas vacías y coger dos llenas —. Necesito ir al baño.
—Creo que está arriba —nos metimos entre el tumulto de personas y al fin logramos subir las escaleras para buscar un baño. Pasamos frente a una habitación pero esta estaba cerrada así que caminamos hacia la otra puerta que para nuestra fortuna estaba abierta. Cerré la puerta y Anto abrió la puerta para entrar al baño.
—Un baño limpio —escuché desde adentro. No pude evitar sonreír y negar con la cabeza.
La puerta se abrió de golpe y Enrico entró mirando a su alrededor.
—Fio, pensé que no ibas a venir —estaba sentada en el filo de la cama, pero cuando vi que dos chicos más entraron me puse alerta, en mi pecho se formó un vacío. Las alarmas se encendieron cuando uno de ellos cerró la puerta y Enrico se acercó a la puerta del baño para cerrarla.
—¿Qué haces?
La mirada que me echó me lo dijo todo. Él sabía que había entrado con Anto a esta habitación.
—Fio, ¿qué pasa? Abre la puerta —empezó a aporrear la puerta desde dentro.
—Déjanos ir —le pedí a Enrico —. No te hemos hecho nada, por favor.
Mis ojos se llenaron de lágrimas. Me miró de arriba abajo.
—¡Fio, abre la puerta! —gritaba Anto —. ¡Fio!
Miré detrás de Enrico y los chicos que lo acompañaban habían sacado su móvil, estaban grabando todo lo que estaba pasando aquí. Mis manos empezaron a temblar, tenía miedo y no paraba de imaginar todo lo que podía pasar sino salía de aquí ahora mismo. Así que no lo pensé tanto, le eché la cerveza a Enrico y quise correr pero el muy infeliz me detuvo de la cintura y me aventó hacia la cama, se puso encima de mí y me dio una bofetada que me dejó noqueada y aturdida.
—¡Zorra! —me gritó en la cara. Sus manos rodeaban mi cuello, apretaba tan fuerte que no podía respirar bien —. ¿Qué pensabas hacer? Iba a ser lindo contigo pero me has hecho enojar y lo vas a pagar. Te voy a follar tan duro que vas a sangrar.
Lágrimas ácidas recorrían mis mejillas. Anto gritaba desde el baño, yo intentaba zafarme de su agarre pero estaba tan débil que apenas podía mantener los ojos abiertos.
—Por favor —le pedí —. No...no lo...
Otro golpe en mi mejilla me dejó inconsciente un par de segundos que Enrico aprovechó para soltarme y colocarse a horcajadas. Sus manos fueron a mis senos y mi intimidad que apretó sin pudor.
¿Es que acaso este era mi destino? Ser violada una y otra vez sin que pudiera hacer nada al respecto. No, no quería esto. Ya no por favor.
—¡Fio! —escuché a Anto.
—Cuando termine contigo voy a seguir con tu amiga, podríamos jugar todos juntos. Dicen que son lesbianas —Enrico junto a los idiotas que lo acompañaban se empezaron a reír a carcajadas. Solté un manotazo y la botella cayó al suelo estrellándose por completo.
—¡No! —lo empujé —. Por favor. ¡Basta!
No podía permitir que a Anto le hicieran esto, ella no tenía que vivir lo que yo había vivido por tantos años.
—¡Suéltala! —escuché y en un parpadeo Enrico estaba en el suelo siendo golpeado por otro chico. Era tal la furia de sus golpes que cogió su cabeza con ambas manos y la estrelló en el suelo. Seguido de eso una chica rubia entró en la habitación con un arma en las manos.
Aproveché la confusión para ir al baño y abrir la puerta. Anto salió asustada mirando la escena.
—¡Déjalo! —gritó la rubia quitando de encima al sujeto que golpeaba una y otra vez a Enrico —. ¡No vale la pena! ¡Suéltalo! —volvió a gritar.
Estaba confundida, asustada y aterrada. Lo apartó y tenía el pelo pegado a la frente, los nudillos rojos y llenos de sangre. El chico se apartó de la rubia, más personas se asomaron a la puerta y les quitó los móviles que no dudó en estrellar en el suelo. Su pecho subía y bajaba.
—¿Qué hiciste, imbécil? —se quejó uno de ellos pero este chico no dudó en cogerlo por el cuello de la camisa y estrellar su delgaducho cuerpo contra la pared que tenía cerca.
—¿Te parece gracioso grabar cómo se aprovechan de una chica? ¿Eh? ¿Crees que es gracioso? —estrelló el puño en la pared a la altura de su cabeza y no hizo más que negar con la cabeza.
—N-no —respondió temeroso. Abrazaba a Anto, tenía tanto miedo.
—Samuele —dijo la rubia guardando el arma —. Tenemos que irnos —el tal Samuele la ignoró por completo.
—Mira a tu amigo, más te vale que no vuelvas a hacer una estupidez así o vas a terminar peor que él —lo arrojó al suelo al lado de Enrico que estaba inconsciente, sangrando. ¿Estaba muerto?
—¿Samuele? —otro chico al que no había visto nunca entró a la habitación —. ¡Santo Dios! ¿Qué hiciste?
—¡No hay nada qué hacer aquí! —la rubia empezó a sacar a todos los chismosos que estaban asomados en la puerta —. ¡Fuera, fuera! —cerró la puerta y Samuele se acercó a nosotras pero dimos un paso atrás.
—No les voy a hacer nada —musitó. Nos entregó su mano pero me rehusé a cogerla.
—Nos tenemos que ir antes de que alguien sepa quien eres —la rubia pasó a su lado y quedó frente a nosotras —. Vamos, no les vamos a hacer nada. Pero tenemos que salir de aquí —negué con la cabeza —. No las vamos a dejar aquí con esos idiotas.
Miré a Anto con miedo.
—Vamos —la rubia me cogió de la mano y la seguimos fuera de la habitación. Al salir todos estaban a cada lado del pasillo, la música se escuchaba baja. En las escaleras también había personas que nos miraban con desdén, otras con curiosidad y muchas más sorprendidas.
Salimos de la casa en completo silencio y cruzamos la calle, ellos se detuvieron al lado de un auto. Iba aferrada al brazo de Anto y no quería dejarla ir. No conocía a estas personas, y estaba agradecida por lo que hicieron pero no sabíamos cuales eran sus intenciones.
—Suban —dijo la rubia y abrió la puerta. El chico de nombre Samuele subió del lado del copiloto mientras que su amigo subió del otro lado. Subí primero y detrás de mí lo hizo Anto, a lo último subió la chica rubia.
—¿A dónde vamos? —preguntó el otro chico encendiendo el auto.
—Tú conduce —le dijo Samuele.
Asintió y dio la vuelta para salir de ese lugar.
—¿Cómo estás? —Samuele se miró los nudillos pero se encogió de hombros, sin darle tanta importancia a estos que estaban rotos y sangrando.
—¿Cómo están? —Samuele se asomó entre los asientos, nos miró a Anto y a mí.
—Bien —dijo mi amiga. Yo seguía aferrada a su brazo. La mirada azul de Samuele se quedó en mí más segundos de los que me hubiera gustado y tuve que mirar hacia la ventanilla para huir de su mirada —. Muchas gracias por lo que hicieron, sino hubieran entrado quien sabe que sería de nosotras.
—¿Conocen a ese chico? —preguntó ella.
—Sí, por desgracia —musitó Anto —. Va conmigo al colegio.
Samuele seguía asomado entre los asientos.
—Tienen que decirle a sus padres lo que ha pasado —comentó.
—Aunque hablemos nada podrán hacer —suspiró Anto —. Llévennos a casa, por favor —los miró a los tres y ellos se miraron entre sí.
Samuele regresó a su lugar.
—Dime donde viven —habló el otro chico del que no sabíamos su nombre.
Anto le indicó por donde ir y este siguió al pie de la letra sus indicaciones. Al llegar al edificio detuvo el auto y la primera en salir fue la rubia, seguida de Anto y después yo. Samuele salió pero su amigo se quedó dentro del auto.
—Gracias, por todo —les dije a los tres.
—Samuele Schiavone —se presentó —. Ella es Vania —señaló a la chica rubia y bajita que estaba a su lado. Era de baja estatura pero se veía peligrosa más que nada, cuando sacó el arma y le apunto a Enrico y sus amigos lo supe, no iba a dudar en disparar de ser necesario.
Samuele miró el edificio detrás de él y regresó su mirada hacia mí.
—Hola —Vania levantó la mano y nos sonrió.
—Si necesitan algo...—lo corté de tajo antes de que dijera algo más.
—Ya han hecho mucho por nosotras, pero gracias de todos modos —apretó los labios en una sonrisa.
—No se metan el problemas —dijo Vania, nos señaló y abrió la puerta del copiloto para entrar.
—Gracias por todo —le dijo Anto a Samuele.
—No fue nada —musitó él —. Se cuidan —ambas le dijimos adiós con la mano y abrió la puerta para entrar en los asientos de atrás. Vimos cómo se alejaron y desaparecieron dando vuelta en una esquina.
Anto y yo soltamos un sonoro suspiro. Casi me echo a llorar ahí en la calle, todavía no podía entender cómo es que el imbécil de Enrico se había atrevido a tanto. Me iba a violar y después lo haría con Anto, y no suficiente con eso lo harían los tres. Dios. ¿En qué momento mi vida se había ido tanto a la mierda? ¿Cómo pasó esto? ¿Por qué simplemente no podía ser feliz y ya?
Sé que no merecía esta mierda, merecía mucho más pero la vida me estaba llevando a un caminó, el cual no quería pisar todavía. Por más fuerte que esta me golpeara yo me iba a levantar las veces que fuera, no me iba a dejar vencer tan joven, no era tan cobarde.
Subimos a su departamento en total silencio, ni una de las dos dijo nada. Entramos sin hacer mucho ruido para no despertar a sus padres o hermanos, pero conociendo a esos pequeños monstruos estaba segura que nada más al abrir la puerta ya se habían despertado. Entramos a su habitación y cerramos la puerta, nos cambiamos en plena oscuridad sin hacer mucho ruido. Fuimos al baño para cepillarnos los dientes y al meternos bajo los cobertores ella soltó el primer sollozo.
—Anto —se acercó a mí y no dudé en abrazarla —. Lo siento tanto, amiga, no hubiera querido esto para ti.
Sus hombros empezaron a temblar y un nudo se formó en mi estómago. No pude evitar llorar y soltar un par de lágrimas mojando sus mejillas. Mi amiga no dejaba de llorar y hablar de lo que había pasado.
—No puedo imaginar lo que has pasado tú todos estos años, eras una niña cuando ese malnacido se aprovechó de ti —pasaba mi mano por su cabello.
—No quiero esto para ti, Anto, eres muy valiosa para que algo así te pase. No a ti —negó con la cabeza.
—No le podemos decir nada a nuestros padres, conozco a mi padre y sé que aunque le pida que no haga nada lo va a hacer y no quiero que Enrico o sus padres le hagan algo.
—Anto...—quise refutar pero no me dejó hacerlo.
—No, Fio, no pasó nada así que no vamos a decir nada. Sabes cómo se las gastan Enrico y toda la bola de imbéciles con los que se junta, no quiero que nos haga nada. Por favor —se incorporó y me miró con los ojos llenos de lágrimas.
—Anto, tenemos que decirles —negó.
—No, vamos a decir nada y ya, ¿entendido? —asentí sin más y le hice caso.
—Está bien, no vamos a decir nada, ¿pero qué vas a hacer tú? Lo vas a ver cada día hasta que salgas del colegio —se acostó a mi lado mirando el techo.
—Nada, solo lo voy a ignorar y ya, si yo no hablo él no tendrá que buscarme.
—No es tan fácil, Anto —yo más que nadie sabía eso —. Los tipos cómo él y Alonzo se alimentan del miedo de sus víctimas, te va a amenazar con algo, con tu familia.
—Pues que no se atreva a hacerles nada porque te juro que yo misma lo mato, lo mato, Fio —puse mi dedo sobre mis labios.
—No digas eso, Anto, no hables así.
—Pues es la verdad, que nadie se atreva a hacerles daño porque no voy a dudar en matar por ellos —dijo determinada. Tal vez yo estaba siendo exagerada pero la conocía tan bien que supe que todo lo que dijo era verdad.
—Mantente alejada de él, es mejor no buscarlo. No lo quieres encontrar.
—Tenemos quien nos cuide —dijo con orgullo. Entendí por quien lo decía.
—No te hagas ilusiones —regresé a mi lugar —. No creo que volvamos a ver a Samuele, se nota que su vida no es cómo la de nosotros.
—No, no es nada cómo la de nosotros —el tono que usó para decir eso me dijo que ella sabía algo que yo no.
—¿Por qué lo dices?
—¿En serio no sabes quien es él? —negué —. Samuele Schiavone, hermano de Vitale, el Don de la Ndrangheta.
En ese momento lo entendí todo, por eso es que todos miraban a Samuele así y no era por lo que había pasado o hizo, sino por el hecho de ser hermano del Don de la Ndrangheta, una de las mafias más poderosas de toda Italia.
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¡Hola! El primer capítulo de la semana, espero les haya gustado, yo estoy amando los personajes, más que nada Vitale es tan 🤤
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