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Capítulo 4 🌹

Beatrice

El Night Club era uno de los más exclusivos de todo el Regio de Calabria, a ese lugar solo entraban los hombres más ricos de esta parte de Italia, ya que tenía a las mujeres más hermosas, sanas y limpias, algo que no había en las calles donde trabajé por tantos años en los que tuve que vender mi cuerpo. No esperaba quedarme aquí, no tenía nada que hacer en este lugar empezando porque no calificaba para el puesto, solo esperaba que me echaran a la calle cómo en los otros lugares y que André me siguiera vendiendo por unos cuantos euros.

Al entrar al club la atmósfera se sintió tan diferente a los otros clubes en los que estuve, las luces rosas eran tenues y te dejaban apreciar a las personas que había a nuestro alrededor. Había un pasillo que llevaba a las escaleras y a cada lado mesas con dos o más sillas donde había hombres que eran recibidos por chicas lindas con uniforme, faldas cortas y tops que dejaban ver su vientre. Miré hacia la izquierda y ahí había una barra, André me llevó con él casi arrastrándome, nos detuvimos frente a un hombre alto y piel oscura. Al vernos me miró de arriba abajo y arrastró la mirada hacia André que no dejaba de mirar a su alrededor.

—¿Qué haces aquí? Te dije que no te quería ver aquí, André —masculló.

—Vengo a hacer un trato contigo —me señaló disimuladamente pero alcancé a verlo.

—¿Qué clase de trato? —se cruzó de brazos ante el silencio de André.

—Hablemos en otro lugar —el sujeto le hizo una seña hacia las escaleras y pasó a nuestro lado. Lo seguimos de cerca y subimos detrás de él, al terminar de subir seguimos de largo y dimos vuelta en el pasillo a mano derecha, a cada lado del pasillo había puertas pero una de ellas, al final de este era diferente a las demás, el color de esta era más oscuro. El sujeto abrió la puerta y la empujó dejándonos pasar primero.

Al entrar me detuve al ver a una mujer sentada detrás del escritorio, con un cigarrillo de esos largos sobre los labios.

—Madame Ricci, déjanos hablar solos —le ordenó a la mujer que se puso de pie sin decir nada y salió, pero cuando pasó a mi lado pude sentir su mirada curiosa sobre mí.

—Beatrice —André me hizo una seña con la cabeza mirando hacia la puerta y entendí de inmediato que tenía que salir también, no protesté e hice caso, era lo mejor para mí.

Al salir la mujer estaba apoyada en la pared de al lado con el cigarrillo sobre los labios y el codo apoyado en su mano.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó.

Me quedé a un lado de la puerta con las manos enlazadas frente a mí. Se veía de unos cuarenta años, más o menos, traía el cabello recogido y un largo vestido de color negro junto a unos zapatos de tacón del mismo color.

—Beatrice —dije bajo.

—Mucho gusto, Beatrice, me puedes llamar Madame Ricci, así me dicen las niñas en este lugar —fruncí el ceño.

—¿Las niñas? —pregunté con la voz llena de curiosidad.

—Todas las chicas que trabajan aquí son mis niñas, yo las cuido del idiota ese —señaló dentro, donde estaban André y el sujeto ese.

—Entiendo —musité.

—¿Cuántos años tienes, Beatrice?

—Veintidós años.

—Eres muy joven y bonita —sonrió al decir esto —. ¿Es tu esposo? —se refería a André.

—No, vivimos juntos pero no nos hemos casado y tampoco creo que lo hagamos un día.

—¿Por qué? —ladeó la cabeza. Quizá no debía abrir la boca pero con ella sentía que podía hablar y no me iba a juzgar o reclamar cómo casi siempre lo hacían al saber cómo me trataba André.

—Solo soy la mujer que le da dinero y ya, o sexo cuando quiere. No me ama así que no creo que algún día sea su esposa y estoy bien con eso.

—Mi niña —botó el humo por la boca —. No te mereces una vida así —me encogí de hombros.

—Tal vez no pero es lo que me toca vivir —ella me inspiraba confianza, no sabía porqué pero le podía hablar con la verdad.

—Nadie se merece una vida así, te lo aseguro.

—No puedo cambiar mi vida, solo si estuviera muerta podría salir de este infierno.

—No, nada de eso —dijo madame Ricci —. ¿Por qué sigues con ese imbécil?

—Porque es peligroso...—me callé de tajo cuando la puerta se abrió y detrás salieron André seguido por el otro sujeto del cual desconocía su nombre.

—Llévala con las demás —abrí los ojos al escucharle decir eso, madame Ricci también lo hizo y miró al hombre al lado de André sorprendida.

—Pero...—madame Ricci contradijo a su jefe.

—¿André? —pregunté con miedo —¿Qué pasa?

—Ahora te vas a quedar aquí —habló André.

—¿Qué? ¿Por qué? —negué con la cabeza repetidamente —. No, no...

—Ricci, hazme caso —ordenó el hombre a la mujer.

—Flavio...—le pidió ella con voz neutra.

—¡Haz caso y llévala con las otras chicas!

—¿¡Me vendiste!? —le reclamé a André, cómo no respondió me le fui a los golpes —. Eres un malnacido, hijo de puta, maldito imbécil —le escupí en la cara —. ¡Te odio!

Empecé a llorar del coraje, el muy maldito me había vendido a ese tal Flavio.

Sentí un empujón seguido de una bofetada que me dejó en el suelo llorando.

—¡No le pongas una mano encima o te las vas a ver conmigo maldito bastardo! —madame Ricci se interpuso entre André y yo mientras que Flavio miraba la escena de lejos.

La mujer se giró hacia mí y me tendió la mano para ayudarme a ponerme de pie. Pasó sus dedos por mi mejilla, justo en la zona donde André me había pegado.

—Llévala con las demás chicas —ordenó Flavio una vez más y esta vez ambas le hicimos caso.

—Él me vendió —musité. Madame Ricci acariciaba mi espalda con una mano mientras que con la otra cogía mi mano —. Lo hizo y ya, le fue tan fácil deshacerse de mí —sentía las lágrimas querer salir de mis ojos pero intentaba controlarme. Salimos del pasillo y giramos a mano derecha frente a las escaleras, ahí había otro largo pasillo pero solo unas cuantas puertas.

—No tengas miedo, lo mejor que te pudo pasar es que te vendiera a Flavio, pero...—se quedó callada —. No sé cómo se lo va a tomar Vitale.

—¿Vitale? —la miré de reojo.

—El dueño de este lugar, no le gusta que compren a las mujeres y Flavio lo ha hecho —chasqueó la lengua —. Quizá lo mate pero será lo mejor que pueda hacer.

Sus palabras me hicieron temblar. Nos detuvimos frente a una puerta y la empujó con cuidado, al mirar dentro había una cama, un pequeño sofá y a mano izquierda una ventana que estaba cubierta por unas cortinas.

—Esta es mi habitación, me imagino que te vas a quedar aquí —cerró la puerta y me señaló la cama —. Siéntate —le hice caso y me senté en la orilla de la cama —. Estás muy delgada y me imagino que ese imbécil te golpeaba.

Asentí sin mirarla a los ojos.

—Él lo hacía cada que se enojaba porque no llevaba dinero a la casa —mis manos se asieron a la orilla del colchón —. Tuve que soportar sus maltratos por seis años y ahora....—levanté la cabeza y las lágrimas que había retenido en las esquinas empezaron a salir —. ¿Qué va a pasar conmigo? —mis hombros temblaban.

—Lo primero es que te vas a dar un baño, te voy a traer algo de cenar y vas a dormir, ya es tarde y no puedes bajar así.

—Me veo muy mal, ¿no? —negó un poco con una sonrisa en los labios.

—Te vas a reponer de esto. Él ya no te va a poner un dedo encima.

—¿Lo jura? Dígame que ya no me va a golpear de nuevo, que no lo voy a volver a ver.

—No podrá entrar a este lugar —con sus dedos apartó algunos rizos que caían en mi rostro —. Vas a estar mejor aquí.

Le sonreí y se puso de pie, cogí su mano con miedo de que me dejara sola.

—No pasa nada, Bea, voy por algo para que cenes, no tardo.

—Está bien —solté su mano y me regaló una sonrisa antes de salir. Abrió la puerta y salió de la recamara.

Examiné más la recamara, había algunas fotografías de ella cuando era más joven, era muy hermosa, no lo dejaba de ser a pesar de la edad. En la otra pared había una puerta que supuse era el baño y al lado dos más que eran el closet. Todo en este lugar estaba bien acomodado y pulcro.

Tenía miedo de lo que pudiera pasar el día de mañana pero estaba segura que no podía ser peor de lo que ya había vivido todos estos años, al menos ya no vería a André. Me dolía pensar que ese poco hombre me vendió cómo si fuera solo un objeto y no una mujer. Ahora estaría mejor sin él.

Fiore

Al llegar el edificio donde vivía Anto junto a sus padres miré a ambos lados asegurándome de que mi madre o el sucio de su esposo no anduvieran por aquí. Entré y subí las escaleras hasta llegar al tercer piso donde estaba su departamento, di la vuelta a la izquierda y recorrí el pasillo en completo silencio, a esas horas de la noche no había nadie afuera.

Toqué a la puerta con los nudillos y esperé hasta que la puerta fue abierta por dentro. La madre de Anto me recibió con una bonita sonrisa.

—Fio, pasa —se hizo a un lado y me dejó pasar.

Al dar un paso dentro los pequeños hermanos de Anto salieron juntos y se arremolinaron a mi alrededor.

—¡Fio, estás aquí! —me abrazaron fuerte.

—Niños, dejen a Fio en paz —se apartaron y seguí a su madre hasta la cocina.

—Traje un pastel —los niños gritaron y saltaron de felicidad cuando dejé el pastel en la mesa.

—¡Fio! —Anto salió del pasillo con la pijama puesta y al verme extendió los brazos para abrazarme —. ¿Cómo estás?

—Bien —mentí. No quería hablar de esto con sus hermanos y su madre aquí —. ¿Hablamos después? —ella asintió.

—¿Qué es todo este revuelo? —su padre salió del pasillo y al verme sonrió —. Fio, ¿qué haces aquí?

—Tuvo problemas con su mamá —respondió Anto.

—Queremos pastel —dijo uno de sus hermanos —. Por favor —miró a su mamá.

—Solo un pedazo porque ya es tarde, ¿verdad, Fio? —asentí dándole la razón a la mujer.

—Una rebanada pequeña.

Los cinco ocuparon un lugar en la mesa y su madre le quitó la tapa al pastel para empezar a cortar las rebanadas.

—Yo no quiero, cómanselo ustedes —les dije.

—¿Segura?

—Sí, ya he cenado.

No era cierto pero al ver el rostro de felicidad de los niños no pude evitar mentir. Eran pocas las veces que se podían permitir comer un pastel o alguna chuchería, así que me hacía feliz verlos contentos.

—Vamos —seguí a Anto y pasamos a su recamara para dejar la mochila y salimos por la ventana para subir a la azotea por las escaleras de emergencia —. ¿Qué pasó? —arriba hacía frío.

—Ya no podía más con esa mentira, tener que fingir siempre era algo que me estaba consumiendo, Anto —saqué un cigarrillo junto con el mechero. Le di una calada al cigarrillo y guardé la cajetilla.

—Te entiendo. ¿Tu madre sabe que no estás?

—Sí, le dije que la verdad, le recordé que su esposo abusaba de mí pero no me creyó, cómo siempre —suspiré —. Siempre le cree a él y a mí que me lleve el diablo —le entregué el cigarrillo a Anto.

—¿Y ahora qué?

—Tengo dinero pero no lo suficiente y necesito irme de este lugar, no puedo estar aquí, lo sabes —asintió —. No sé que vaya a pasar más adelante pero te juro que no regreso a esa casa viva.

—No digas eso —frunció el ceño —. Te voy a golpear —me dio un empujón con el hombro.

—No voy a regresar a esa casa.

—Supongo que al colegio tampoco —negué.

—Estoy segura que me van a buscar ahí y aquí, por eso necesito irme a otro lugar —el frío me caló los huesos y tuve que abrazarme para aminorar el frío que me recorría la piel —. No te voy a poner en peligro, ni a ti ni a tus padres o hermanos.

—Sabes que te puedes quedar el tiempo que quieras y si llegan a venir yo voy a decir que no te he visto —era muy linda pero sabía que al igual que yo que mi madre podía ser muy insistente.

—Eso no va a funcionar con ella —musité. Me entregó el cigarrillo —. Puede ser muy molesta —las dos asentimos.

—Lo que sea que hagas yo te voy a apoyar, Fio, no dudes eso —puse mi mano encima de la suya.

—Prometo no ser una molestia para ti o tus padres —negó un poco.

—Nada de eso, ellos te quieren mucho al igual que los cinco monstruos que están devorando el pastel en la cocina —reímos juntas —. Eres mi mejor amiga, Fio, no te voy a dejar sola.

Venir aquí fue la mejor idea que pude tener, al fin pude dormir bien sin estar pensando que alguien podía meterse en mi cama y tocarme, eso ya no iba a pasar porque Alonzo estaba muy lejos y ya no me podía hacer daño. Todo lo que viniera después no podía ser peor que todo lo que viví con esos dos.

Vitale

—¿Vitale? —la voz de mi hermano se escuchó lejos, tan lejos que apenas fue audible para mí —. ¿Vitale? —movió la mano a la altura de mis ojos y solo así pude salir de mi ensimismamiento.

—¿Qué pasa? —estaba jugando con una navaja.

—¿Qué pasa contigo? Entré y estabas cómo ido, cómo si no estuvieras aquí.

Es que no estaba aquí.

—¿Recuerdas al hombre que trabajó para nuestro padre? —Samuele fue hacia una de las sillas frente al escritorio.

—¿Qué hombre? Muchos trabajaron para él.

—Lorenzo, el de la niña que tenía los cabellos rizados, al que dejó su esposa y después se volvió un vicioso —Samuele se quedó pensando unos segundos hasta que chasqueó los dedos.

—¡Ah! Ya sé cuál, ¿qué con él?

—Desde que dejó de trabajar para él no supimos nada de ellos, de Beatrice —mi voz se rompió al decir lo último —. Recuerdo que era una niña vivaz, se la pasaba hablando y andaba de un lado al otro... Ahora debe tener más de veinte años —suspiré.

—¿Acaso ella te gustaba?

—¿Qué? ¡No! —dije horrorizado —. Era una niña y yo un adolescente. Pensé en ella y llegué a la conclusión que tal vez terminó en un burdel, vendida por unos cuantos euros o lo peor de todo: muerta en una zanja.

—¿Por qué piensas en eso ahora?

—No sé —me erguí —. Solo pensé en ella y llegué a esa conclusión.

—No te quiebres la cabeza con esas cosas, cómo dices, no sabemos donde pudo terminar esa niña —asentí.

La puerta se abrió y detrás salió Chiara.

—Tenemos que irnos, Vitale —me puse de pie y dejé la navaja en el escritorio.

—Yo voy —Samuele se puso de pie y cogió la navaja para seguirme hasta que salimos de la casa donde ya esperaba una camioneta con dos hombres afuera. Detrás estaba otra con más hombres que nos cuidaban la espalda.

—¿Por qué decidiste venir? —le pregunté al subir. Dejó que Chiara pasara primero y después lo hizo él cerrando la puerta.

—Me dices que tengo que estar más al pendiente de los negocios y cuando quiero hacerlo te molestas —chasqueó la lengua —. ¿Quién te entiende, Vitale?

El chofer encendió la camioneta y salió de la propiedad.

—Solo fue una pregunta —Chiara estaba en medio escuchando la conversación.

—Solo quiero ir —encogió un hombro, despreocupado.

—Está bien —no dije nada más.

Era raro que Samuele asistiera a uno de estos lugares ya que no eran sus favoritos, prefería ir a los bares o alguno de los otros negocios pero los clubes siempre los detestó, prefería mantenerse lejos.

Al llegar al Night Club esperé que Samuele saliera primero, se hizo a un lado para dejar pasar a Chiara y después lo hice yo, me acomodé los puños del saco y miré a ambos lados. Todo se veía tranquilo así que me dispuse a entrar.

Samuele silbó mirando el club.

—Que lugar —barrió el club de arriba abajo.

—Dile a Flavio que estoy aquí —le pedí a Chiara y subió las escaleras. Fuimos a una mesa para tomar asiento, mi hermano se sentó a mi lado.

—Has invertido mucho en este lugar —asentí —. ¿Cómo van las ganancias?

—Bien pero hay mucha competencia, le ilegalidad lleva la delantera en esta ciudad —espeté —. La policía está comprada, los socios se van y si seguimos así será nuestra perdición.

—Entonces todo bien —se dejó caer en el respaldo de la silla.

Uno de los sujetos que estaba detrás de la barra se acercó para dejar dos vasos con vodka encima de la mesa. Chiara no tardó en bajar y detrás de ella lo hizo Flavio, esperaba no tener quejas de él porque cada que venía a este lugar las tenía, era el peor de todos y si seguía así no tendría más que deshacerme de él.

—¿Cómo van las cosas, Flavio? —cogí el vaso y lo llevé a mis labios.

—Bien señor, las cosas van bien —pude notar que desvió la mirada un segundo pero eso fue suficiente cómo para saber que mentía.

—Dime la verdad —le pedí para después darle un sorbo al vaso.

—Es la verdad, señor —puso las manos frente a él.

—No sé porqué no te creo —suspiré.

—¡Por qué está mintiendo! —madame Ricci bajaba las escaleras deprisa. Traía puesto un camisón que volaba detrás de ella.

—¡Cierra la boca, mujer! —la amenazó Flavio —. Te ordené que te quedaras arriba.

—¿Qué pasa, Donna? —le pregunté a la mujer que se detuvo exhausta de tanto correr.

—Flavio...—no la dejó hablar porque la mirada que le echó lo dijo todo.

—Habla, Donna —le pedí impaciente.

No sé porque esto no me gustaba en nada, había algo raro y sabía que iba a terminar mal.

—Ayer vino un hombre y...—de nuevo se calló.

—Donna, no lo mires a él —se hizo a un lado para dejar de ver a Flavio que se interponía entre ella y yo.

—Ayer vino un hombre con una joven, subieron a la oficina y se la vendió a Flavio, no sé cuánto le dio por ella pero ese hombre la golpeaba, está asustada y sé que la vendió —su mirada era sincera, se escuchaba preocupada —. Yo la veo muy mal.

—Señor...—habló Flavio pero levanté la mano para que guardara silencio.

—¿Dónde está ella? —le pregunté a Donna.

—En mi recamara, no quiso bajar. Cómo le dije tiene miedo —su voz se escuchó rota.

—Llévame con ella —Donna asintió y me puse de pie —. No dejen que se vaya —les ordené a mis hombres que asintieron a la orden —. No dejes que se vaya y si se mueve lo matas —le dije a Chiara.

Subí las escaleras detrás de Donna y fuimos a la recamara que ocupaba en este lugar. Era la encargada de cuidar a las chicas de este club y ver que cosas cómo lo que había pasado no pasaran, era una buena informante.

—Está ahí pero ten cuidado —Donna se detuvo en la puerta y cogió el picaporte sin girarlo —. Está golpeada y tiene miedo.

—Seré cuidadoso, Donna —no me creyó pero aún así abrió la puerta y entró primero, lo hice detrás de ella y miré la recamara de hito en hito.

—Bea, sal por favor, no pasa nada.

¿Bea?

Al lado de la puerta había un mueble donde Donna tenía algunas fotografías de ella cuando era joven. Se asomó detrás y la seguí de cerca, al lado del mueble estaba una joven delgada, abrazaba sus piernas con sus brazos y sollozaba. Los cabellos le cubrían el rostro. Donna se arrodilló frente a ella y puso sus manos en sus brazos en una suave caricia.

—Bea, no tengas miedo, no pasa nada. Todo va a estar bien.

La mano de Donna se deslizó hasta la mejilla de la joven con cuidado y lentitud hasta revelar su rostro. Era ella, la pequeña niña que había conocido hace años estaba aquí, frente a mí, solo que ahora ya no era una niña sino toda una mujer.

—Todo está bien —arrastró la mirada de mí a Donna quien le sonrió tan dulce cómo si se tratara de su hija —. Él es Vitale, el dueño de este club y ahora estarás segura.

Me miró de nuevo y frunció el ceño al escuchar mi nombre.

Era ella, Beatrice Caruso, no había duda alguna de ello. ¿Cómo es que llegó a este lugar? Se miraba muy mal, estaba muy delgada, ojeras bajo los ojos, tenía un gran moretón en la mejilla izquierda y pude ver algunas marcas en sus brazos.

—Necesito que me digas que le dijo ese hombre a Flavio —Donna le ayudó a Beatrice a ponerse de pie.

—No sé, ellos entraron solos a la oficina y no supimos que tratos hicieron —Beatrice estaba a su lado y se aferraba al camisón de Donna.

Esperaba que Beatrice hablara pero no decía nada.

—Voy a sacarle la verdad a ese infeliz —mascullé y me di la vuelta para salir de la recamara. Recorrí el mismo camino de regreso a las escaleras, cuando bajé Flavio estaba rodeado por mis hombres y Chiara que no lo dejaba salir —. Dime que tratos hiciste con el hombre que trajo a esa chica —señalé las escaleras.

—Yo...—se quedó callado.

—¡Habla! —le exigí pero tal parece que no quería hacerlo. Samuele miraba la escena desde la silla con diversión —. Habla antes de que me colmes la poca paciencia que tengo y te mate ahora mismo —me pellizqué el puente de la nariz.

—Me dijo que tenía deudas que pagar, la chica se iba a quedar aquí hasta que ganara lo suficiente para pagar las deudas que tenía con André y después se la iba a llevar.

Esto me sobrepasaba.

—Vaya —bufé —. ¿Por qué lo hiciste? Sabes que aquí no está permitido eso.

—Ese hombre es peligroso —musitó.

—Yo lo soy más —me acerqué a la mesa donde estaba Samuele y le arrebaté la navaja con la que jugaba.

—Señor, no debí hacerlo, pero por favor...—no le permití terminar.

—No, Flavio, no debiste hacerlo —pasé mi dedo por el filo de la navaja y terminé con la distancia que me separaba de ese infeliz bastardo.

—Por favor —le hice una seña a Chiara y obligó a Flavio a arrodillarse —. Pagaré por lo que hice pero...—levanté la mirada hacia él y en un solo movimiento enterré la navaja en su cuello, la sangre empezó a salir a borbotones mojando su ropa y el suelo debajo de él.

Escuché un grito lleno de horror, al mirar hacia las escaleras Beatrice hundía la cabeza en el hombro de Donna, había visto todo y ahora tenía más miedo. El cuerpo de Flavio cayó al suelo en un golpe seco, la sangre se empezó a esparcir por la loseta oscura y sus ojos quedaron abiertos de par en par.

—Desháganse de eso —señalé su cuerpo pasando el filo de la navaja por mi brazo para quitar los restos de sangre.

—Vamos, vamos —le decía Donna a Beatrice. Ambas subieron las escaleras.

—Donna, espera —se detuvo antes de terminar de subir —. Ven —le ordené.

Dudó un poco en bajar mirando a Beatrice que me miraba cómo si fuera el peor monstruo de todos. ¿Quién la había lastimado tanto para que pensara así?

—Dime —ambas bajaron y se quedaron a escasos centímetros.

—Si ese hombre regresa no quiero que lo dejes pasar, no quiero que se acerque a ella, ni él ni nadie la puede tocar —Donna asintió acariciando el cabello de Beatrice —. No quiero que ponga un pie dentro —les ordené a los hombres que cuidaban el club.

—Está bien, Vitale —respondió Donna —. ¿Qué va a pasar con ella?

—No me quiero ir —murmuró Beatrice, ahora ni siquiera me miraba a los ojos —. No me echen de aquí, por favor —miró a Donna y después a mí, sus ojos estaban inyectados en sangre y las lágrimas rodaban por sus mejillas.

—Déjala conmigo, te aseguro que no será ningún problema para ti —no era eso lo que me preocupaba en este momento.

—Si ese sujeto regresa me avisan. Estás a cargo de este lugar —me dirigí a Donna —. Si llega a pasar algo no dudes en llamarme.

La mujer asintió con la cabeza abrazando a Beatrice y esta se aferraba a ella cómo si solo le tuviera confianza a la mujer que apenas había conocido, pero era comprensible ya que Donna era una buena mujer, amable y tierna, quizá por eso Beatrice no se quería separar de ella ni salir de este lugar.

Asentí a su persona y me di la vuelta para salir, cuando di un paso afuera tomé una gran bocanada de aire dejando salir el aire caliente que se había acumulado en mis pulmones. Chiara tardó un poco en salir pero Samuele se quedó a mi lado en la acera.

—¿Qué pasa contigo? —preguntó poniendo una mano en mi hombro.

—¿Recuerdas que te hablé de esa niña? —asintió.

—¿Qué con ella? —preguntó con curiosidad.

—Es ella —señalé el bar —. La chica que está con Dona, Beatrice es esa niña.

—¿Qué? —estaba igual de sorprendido que yo.

—Así cómo lo oyes —me pasé las manos por el rostro para quitar esta incertidumbre —. Dios, no puedo creerlo.

—El mundo es un pañuelo, Vitale —asentí porque tenía razón —. Mira donde la viniste a encontrar.

—Se ve muy mal —musité.

—La vida no la ha tratado nada bien. ¿Y ahora qué vas a hacer?

—No tengo ni idea pero la escuchaste, no quiere salir de aquí y tampoco la puedo echar a la calle cuando el bastardo que la vendió anda allá afuera —bajó la mano de mi hombro.

—¿Te preocupas por ella? No digas que no —no negué ni afirmé nada —. Joder —se rio un poco y se rascó la ceja —. Espero que esto no te traiga problemas, Vitale —abrió la puerta de la camioneta y entró dejándola así.

¿Qué si me preocupaba por ella? Claro que sí, esta mañana había pensando en ella y ahora estaba aquí, la encontré sin siquiera buscarla y esta vez no iba a dejar que se fuera.


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¡HOLA! Espero les esté gustando la historia porque ustedes no saben la lluvia de ideas que tengo, espero que la trama les guste al igual que los personajes. 

Sé que es pronto pero me gustaría saber cuál es su personaje favorito o quien les agrada más o quien menos 👀

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