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Capítulo 3 🌹

Beatrice

El dolor se acentuaba en zonas específicas de mi cuerpo, aquellas en donde André había dejado marcas visibles por los golpes que me dio la última vez que se enfureció tanto que casi me mata, pero no lo hizo y yo lo deseaba tanto, quería que terminara de una vez por todas con este maldito sufrimiento que me hundía más y más. Solo quería que esta vida terminara de una vez por todas, ya no quería sentir solo quería vivir en paz.

Pero tal parecía que la vida tenía preparadas otras cosas para mí.

Al despertarme y salir de la cama André no estaba a mi lado, quizá había salido a buscar su vicio o a follar con la primera mujer que se le pusiera enfrente. Lo que hacía era algo que ya me tenía sin cuidado, lo odiaba tanto que quería verlo muerto.

El departamento donde vivíamos era pequeño, lo suficiente para dos personas, con un baño, sala comedor, una recamara y la cocina. Al salir no había rastro de André y pude suspirar en paz, al menos la mañana no sería tan mala. Cuando iba hacia la cocina escuché que tocaban a la puerta, me llevé una mano a los costados y caminé despacio hacia la puerta, los golpes se intensificaban con el paso de los segundos.

—Voy, voy —me quejé y abrí la puerta con cuidado, al asomarme me encontré con Ele, así que abrí la puerta aún más y dejé que pasara. Me dio la espalda sin darse cuenta de los golpes en mi rostro.

—Dios, hace tanto que no te veo en la calle que pensé te había pasado algo malo —al girarse abrió los ojos de par en par —. Ese malnacido —espetó y se acercó a mí —. Por eso no has ido, mira cómo te dejó.

Puso su mano en mi barbilla y giró mi rostro para verme mejor.

—Lo odio, quisiera matarlo con mis propias manos y...—siseé para que no dijera nada más.

—Ya no sigas, por favor —fui hacia la cocina y puse agua para prepararme un té. Tenía pastillas para el dolor y eso era lo que iba a tomar para dejar de sentir.

—Es que no puedo creer que te siga haciendo esto, es un bastardo —masculló. Estaba furiosa —. Un día te va a golpear tanto que no te vas a poder levantar, Bea y tú no ves eso.

—¿Crees que me gusta esta vida? —inquirí, molesta —. ¿Crees que me gusta ser violentada y que me trate cómo una basura? No me gusta, pero no puedo hacer nada, André es peligroso y si intento siquiera pensar en alejarme de él es capaz de matarme.

—Ay Bea —se acercó a mí y me abrazó dejando un beso en mi mejilla.

—Odio esta vida, Ele, quisiera morirme de una vez por todas para dejar de sufrir —solté con pena —. Creo que estoy embarazada —escupí con asco.

—¿Qué? —me separó de ella y me miró sorprendida.

—Como lo oyes, no sé si estoy enferma o embarazada pero no me siento bien —fuimos al sofá y nos sentamos una al lado de la otra —. No me puede estar pasando esto, no quiero un hijo de André, lo odio tanto que sé que no podré soportar algo así.

—No estás embarazada y si así fuera nos vamos a encargar de ese asunto, no vas a tener un hijo de ese bastardo —se puso de pie.

—¿A dónde vas? —le pregunté.

—Voy a comprar una prueba de embarazo, vamos a salir de las dudas de una vez por todas —asentí sin más y salió del departamento, dejándome sola de nuevo.

Me preparé un té y saqué una tostada, no había más así que no me quedó de otra que comer eso. Ele era una buena amiga que conocí en las calles, a ella nadie la obligaba a vender su cuerpo pero eso no quería decir que estuviera bien pero a esto nos había llevado la sociedad y era mal visto, pero no nos podíamos morir de hambre tampoco.

Cuando escuché golpes en la puerta me puse de pie y abrí, Ele entró con unas bolsas en las manos, dejó todo en la encimera de la cocina y empezó a sacar un poco de despensa.

—Sal de las dudas de una vez —me entregó una cajita de color azul. La prueba de embarazo —. Anda.

Le hice caso y fui al baño, tomar té me ayudó a que pudiera hacer pipí. Salí del baño con el plástico en la mano y miraba a Ele con esperanzas, no quería estar embarazada.

—Te traje algunas cosas, no es mucho pero así no te vas a quedar con hambre.

—No te hubieras molestado —le dije con pena —. No tenías que hacerlo, tú también necesitas ese dinero.

—No es nada. Mi madre dice que todo lo bueno que uno hace se regresa con creces y tú eres mi mejor amiga, no te puedo dejar así —le sonreí. Bajé la mirada hacia la prueba de embarazo y suspiré al ver que salió negativo.

—Menos mal —boté el plástico en el bote de la basura.

—Una preocupación menos —dijo y asentí.

—No tendrá que matarme a golpes para que no lo tenga, cómo hizo la otra vez —mi voz se rompió.

—Espero que un día de estos alguien lo ponga en su lugar y le dé un buen merecido, se cree muy machito por el pedazo de carne que le cuelga entre las piernas —resopló —. Pedazo de imbécil. Te mereces mucho más que esto —con sus dedos hizo al lado algunos rizos de mi cabello.

—Nadie merece una vida así —movió la cabeza en negación.

—Ni siquiera nosotras.

—Me gustaría regresar con mi padre y...—me quedé callada al darme cuenta de lo que dije —. Él me vendió con André y yo no puedo pensar en regresar con él.

—Bea, un día podrás salir de este infierno —sonreí con los labios apretados —. Yo sé que sí.

—Gracias por tus buenos deseos —escuchamos que la puerta se abría y André entró mirando en nuestra dirección, al darse cuenta que Ele estaba aquí hizo una mueca.

—Tú aquí.

—Eres un malnacido —empezó ella —. Un poco hombre que se vale de lo que sea para golpearla una y otra vez —no se quedaba callada. Se acercó y le dio una bofetada, tan fuerte que resonó por todo el departamento.

André no lo pensó tanto y sacó el arma que siempre llevaba con él.

—¡No! —me acerqué pero me dio un empujón y caí al suelo.

—¡No le vuelvas a poner una mano encima! —gruñó Ele.

—Y tú lárgate antes de que te meta un tiro entre ceja y ceja —apuntó directamente en la frente de Ele, quien no se inmutó ante sus amenazas.

—Hazlo, no te tengo miedo poco hombre. Aparte de golpeador serás un asesino.

—Cierra la boca, zorra —escupió con sorna.

—Yo soy una puta pero tú eres un maldito bastardo y eso no se te va a quitar jamás.

—Ele, basta —le pedí —. No sigas —ni uno de los dos me miraba. Me puse de pie y quedé al lado de mi amiga —. Por favor.

—Lárgate, zorra —escupió otra vez sin quitar la pistola de la frente de Ele.

—Vete —me miró con los ojos llenos de lágrimas.

—No quiero dejarte sola.

—Voy a estar bien —André se acercó a la puerta y la abrió en una clara invitación para que mi amiga se fuera.

—Bea —puso una mano en mi hombro —. Si pasa algo sabes donde buscarme —asentí y fue por su bolso a la cocina. Salió en silencio.

—No te quiero ver aquí —le advirtió André.

—Tú no me dices que haces, bastardo —André apretó la mandíbula y estuvo a nada de golpear a Ele pero ella salió del departamento y este cerró la puerta.

—¡No quiero ver a esa zorra aquí sino tú me las vas a pagar! —le dio un golpe a la puerta y se acercó para agarrarme del cabello y llevarme con él hacia la recamara.

—Basta —le pedí llorando. Me jalaba el cabello con tanta fuerza que sentí arrancaba las hebras desde la raíz —. Basta.

—Cierra la puta boca —cerró la puerta de golpe y con un movimiento me arrojó hacia la cama, rebotando un par de veces —. Quítate la ropa —me incorporé en mis codos y negué con la cabeza —. ¡Quítate la ropa! —ordenó y se empezó a quitar la chaqueta.

Estaba drogado solo así podía explicar el hecho de que quisiera tener relaciones con la mujer que tanto odiaba y la que le daba asco.

—¡Desvístete! —gritó y obedecí sin rechistar. Me puse de pie y me deshice de cada una de las prendas que cubrían mi cuerpo, al acercarse se estaba desabrochando el pantalón, me hizo darme la vuelta y me puso en cuatro en la cama.

—No hagas esto —suplicaba mientras se enterraba en mi interior sin compasión alguna —. Por favor —estaba llorando cómo magdalena y no lo podía evitar.

—No me importa escucharte, Beatrice —entraba y salía de mí sin pudor, sostenía mis caderas con ambas manos y apretaba tan fuerte que sentía que me iba a romper en cualquier momento —. Solo quiero follarte.

Apoyé mis codos sobre el colchón y cerré los ojos con dolor y pesar. Odiaba esta maldita situación y quería que esto terminara de una vez por todas, solo pedía que este infierno terminara de una vez.

Jadeaba cada que se enterraba dentro de mí, me estaba lastimando pero era algo que poco le importaba y le tenía sin cuidado, disfrutaba tanto hacerme sufrir y dañar más y más mi cuerpo, le provocaba placer hacer esto porque sabía que al final del día era el único que podía hacer conmigo lo que se le diera la gana y yo no iba a protestar y aunque dijera algo no le iba a importar, me cerraría la boca a punta de golpes y me follaría cada que quisiera hacerlo porque mi voz no tenía valor para él. Era nada a su lado, poca cosa para él, pero me tenía aquí a su lado haciéndome sufrir.

Gimió corriéndose dentro de mí, apretaba mis caderas con fuerza y salió de mí para acostarse a mi lado que seguía en cuatro.

—Deja de llorar —me miraba con asco.

—Si me odias tanto porqué haces esto, déjame ir.

—Nunca te voy a dejar ir, Beatrice, eres mía nada más —me subí la pijama que había quedado en mis tobillos. El líquido espeso y blanquecino se deslizaba por mis muslos.

—¿Por qué haces esto? Me odias, te doy asco y lo sé por tu mirada, lo que no entiendo es porque seguir con esta tortura que nos consume a ambos.

—Cierra tu linda boca, Beatrice y vístete bien, te voy a llevar a un lugar.

No esperaba nada de él, todo lo que hacía era solo para beneficiarse y a mí hacerme quedar cómo la zorra que era para él. No dije nada más y fui al baño para darme una ducha, me sentía sucia y denigrada a tal punto que me sería muy difícil ponerme de pie si es que algún día podía salir de este infierno.

El resto de la tarde André no se apareció por aquí y fue mejor así, me gustaba estar sola, que no anduviera molestando o echándome en cara lo que según él hacía por mí.

Cuando la noche cayó yo ya había cenado y él parecía estar más tranquilo o menos drogado, lo que era mejor. Cerró la puerta y me miró de arriba abajo.

—Vamos —ordenó y buscó un abrigo para mí.

—¿A dónde vamos? —le pregunté mientras me arrojaba el abrigo a los brazos.

—No te importa —espetó y abrió la puerta.

Pasé a su lado y salí del departamento. Bajaba las escaleras y dentro de mi pecho se sentía raro, cómo si algo malo fuera a pasar y yo no acababa de entender qué era. Pero mis ojos se llenaron de lágrimas y quise derramar todas y cada una de ellas. Al salir el aire nocturno me golpeó las mejillas y aparté los cabellos de mi rostro.

—Dime a donde vamos —le exigí saber.

—Vamos al Night Club —me agarró del brazo arrastrándome con él.

¿Por qué sentía que algo malo iba a pasar? Porque algo malo iba a pasar, el Night Club era propiedad de los Schiavone y aquello no era nada bueno. Sabía que algo iba a cambiar y no estaba preparada para lo que se me venía encima.

Fiore

Aquella tarde mi madre había llegado temprano de trabajar y quería que comiéramos todos juntos cómo la horrible y disfuncional familia que éramos. No nos soportábamos pero teníamos que fingir algo que no éramos y odiaba tanto hacer esto, estar sentada en este comedor con estas dos personas a las que odiaba más que a mi vida.

Mi madre estaba sentada al lado de Alonzo que estaba a la cabeza del comedor, ocupando un lugar que no le correspondía y le quedaba muy grande también. Hablaba amenamente pero yo no le prestaba atención, no me importaba nada de lo que ella decía, la ignoraba mientras ella reía y Alonzo tomaba su mano de vez en cuando fingiendo que le importaba lo que decía.

—¿Fiore? —levanté la cabeza para verla. Picaba la comida dentro del plato —. ¿Me estás prestando atención?

—La verdad es que no —fui sincera porque ya estaba harta de mentir. Sus ojos se abrieron grandes, con sorpresa y me acomodé en mi lugar.

—Fiore —espetó Alonzo y al escuchar su voz hice una mueca de asco.

—Me dijo Alonzo que te la pasas encerrada en tu habitación —sostuve con fuerza la cuchara en mi mano.

—¿Y qué más te ha dicho el mentiroso este? —los miré a los dos —. Porque supongo que la verdad no.

Apoyé mis codos en la mesa, esperando que alguno de los hablara.

—Fiore —repitió Alonzo pero esta vez no me quedé callada.

—Tú no hables, no te estoy hablando a ti —arrastré la mirada hacia su asquerosa persona, lo detestaba, me daba asco y lo quería ver muerto.

Ojala tuviera la suficiente valentía para matarlo yo misma y terminar de una vez con esta pesadilla, pero estaba segura que ni su muerte terminaría con mi pesar, con cada una de las cicatrices que llevaba por dentro y aquellas iban a ser más difíciles de sanar. Estaba podrida, estaba sucia y nadie iba a querer a una mujer así, ni yo misma me podía ver en el espejo porque me daba asco por su culpa.

—¡Fiore! —gritó mi madre defendiendo a la escoria que tenía a su lado.

—¡Estoy harta de ustedes dos! Los odio —espeté —. Ojalá estuvieran muertos —mi madre se puso de pie al momento y se acercó para darme una bofetada que disfruté con toda mi alma, me dolían menos sus golpes que las asquerosidades que Alonzo me hacía cada noche.

—Retráctate —espetó —. Pídele una disculpa a Alonzo —me puse de pie.

—Primero muerta antes que pedirle una disculpa a ese bastardo. Cuando te des cuenta de con quien duermes ya será demasiado tarde, ¿y sabes qué? Yo no voy a estar aquí para decir "te lo dije" —levantó el brazo con la intención de golpearme de nuevo pero detuve su mano en el aire y la aparté con furia —. Ojalá estuvieras muerta.

Sus ojos se llenaron de lágrimas pero no me sentí mal por mis palabras, a ella no le había importado meter a un enfermo a nuestra casa pues a mí no me importaba hacerla sentir mal con una verdad que ella no quería ver.

—¡Fiore! —intervino Alonzo —. Discúlpate con tu madre.

—¡Tú cierra la maldita boca, imbécil! —salí del comedor y corrí escaleras arriba. Mamá me siguió pero cerré la puerta con seguro antes de que pudiera entrar.

Tenía que salir de aquí cuanto antes, no merecía esta vida, no merecía una madre así y no merecía vivir esta tortura cada noche. No quería seguir así.

Fui al closet y empecé a meter ropa en una mochila, en cuanto tuviera la oportunidad me iba a largar de esta casa. Metí poca ropa, lo necesario para salir de aquí, junto con todo el dinero que había estado ahorrando todo este tiempo. Ya no podía estar en esta casa donde nadie me quería, donde nadie se preocupaba por mí, donde la persona que se supone debía apoyarme me atacaba y me odiaba por el solo hecho de haber nacido.

—¡Abre la maldita puerta, Fiore! —empezó a aporrear la puerta.

—¡Lárgate! —le grité de vuelta —. No quiero verte, te odio, te odio tanto y odio que seas mi madre. Ojalá estuvieras muerta.

Me dejé caer en el suelo llevando mis manos a mis orejas, no quería escucharla, no quería saber nada más de ella. No me creía el cuento de que estaba preocupada por mí, todo era una farsa de su parte.

—Fio, por favor —bajó el volumen de su voz.

—¡Lárgate! —no iba a salir de esta recámara, no pensaba dejar este lugar que era el más seguro para mí en este momento.

—Está bien, me voy pero tú y yo tenemos que hablar.

—No quiero hablar contigo —espeté —. Lárgate —le pedí una última vez y parece que ahora sí entendió que no quería verla porque ya no la escuché hablar y sus pasos se alejaron hacia las escaleras.

Termine de guardar lo poco que cabía en la mochila y la cerré, busqué una chaqueta y la dejé encima de la cama, busqué entre mis pertenencias una navaja que había comprado hace poco pero que no había tenido que usar hasta hoy, no me importaba lastimar a quien sea con tal de defenderme y salir de este infierno.

Esperé a que cayera la noche y que ni uno de ellos estuviera abajo para salir de aquí. Cogí mi mochila y me calcé la chaqueta, me puse la mochila sobre los hombros y cogí la navaja con una mano mientras que con la otra abría la puerta, con tanto cuidado para no hacer ruido. Saqué la cabeza y miré ambos lados del pasillo, estaba desierto y solo la luz al final estaba encendida, así que salí con mucho cuidado, cerré la puerta y me encaminé hacia las escaleras. Me acomodé la mochila sobre los hombros y empecé a bajar, no había nadie abajo tampoco así que fui directamente hacia la puerta, pero antes de abrir las luces de la sala se encendieron.

—¿A dónde crees que vas? —era Alonzo, el mismo demonio del que estaba huyendo —. ¿Y esa mochila? —abrí la navaja que sostenía en mi mano sin que Alonzo se diera cuenta de que la tenía conmigo.

—Me voy de esta casa, me orillaste a esto y no sabes cómo quiero irme de aquí —me giré lentamente sobre mis talones y se estaba poniendo de pie.

—Tú no vas a salir de esta casa, no sin mi permiso —se acercaba peligrosamente a mí, así que levanté la navaja a la altura de su rostro pero Alonzo no se amedrentó —. ¿Qué haces? —se rio de manera burlona —. No seas tonta —quedó frente a mí.

—No soy tonta, no subestimes mi inteligencia, acércate un poco más y te juro que no voy a dudar en clavarte esta navaja en tu asqueroso cuerpo.

Una sonrisa ronca salió de su garganta y dio un paso más cerca. No me temblaba la mano y haría lo que fuera para defenderme, no iba a tener piedad de él.

—¡Alejate! —grité y se quiso acercar.

—Cierra la maldita boca —espetó y levantó la mano para pegarme.

—Anda, pégame, nada más eso te falta por hacer porque ya me has arruinado tanto que no me va a doler si me llegas a pegar —sentí un nudo en la garganta pero no le iba dar el placer de verme llorar, ya no iba a llorar por su maldita culpa.

—Cállate —se pellizcó el puente de la nariz —. Baja esa navaja y regresa a tu maldita habitación, es lo que debes hacer en lugar de pensar en salir de aquí. No importa a donde vayas, no importa con quien estés te voy a buscar hasta por debajo de las piedras y el día que te encuentre te vas a arrepentir por haber desobedecido.

—¡No soy de tu maldita propiedad! —le grité con toda la intención de que mi madre escuchara —. ¡No eres mi dueño! ¡No soy tuya solo porque me hayas violado!

—¿Violarte? —se llevó las manos al pecho. Estaba incrédula —. Yo no te he violado, tú te entregaste a mí por gusto, porque así lo querías.

—Eres un maldito enfermo —escupí —. Jamás me hubiera entregado a ti por gusto, me das asco, te odio y te repudio, quisiera verte muerto. ¡Déjame ir!

—¡Qué cierres la boca! —de nuevo se acercó pero esta vez no dudé y en un hábil movimiento de mi mano rocé su mejilla haciendo un corte profundo desde la boca hasta la oreja —. ¡Maldita zorra! —la sangre empezó a brotar de su mejilla y para mi buena suerte mi madre apareció en las escaleras.

—¿Qué pasa aquí? —se sorprendió al ver a Alonzo con la mejilla cubierta de sangre. La decepción llegó a mí en el momento que vi la preocupación en sus ojos, pero no por mí —. ¿¡Qué hiciste!? —me reclamó.

—Yo...

—Se quiere ir de la casa y estaba hablando con ella —ahora estaba nerviosa, no podía sostener bien la navaja, sentía que se me iba a caer.

—¡No es cierto! Este malnacido me ha violado desde que llegó a la casa —mi madre llevó a Alonzo a uno de los sofás —. Se ha aprovechado de mí cada que puede y me obliga a tener relaciones y...—un par de lágrimas cayeron de mis ojos —. Me obliga a hacerle cosas que yo no quiero hacer —musité.

—Eres una mentirosa —dijo ella —. Alonzo no puede hacerte eso, él te quiere cómo a una hija.

—Porque no soy su hija lo hace, y te aseguro que aunque lo fuera no iba a dudar en aprovecharse de mí —sentía que el mundo se me venía encima.

—¡Cierra la boca! —me gritó mientras le entregaba un pedazo de papel al bastardo que tenía cómo esposo —. Eres una malagradecida, una mala hija.

—No espero que me creas, no eres precisamente un buen ejemplo de madre —se acercó con toda la intención de golpearme pero levanté la navaja —. No te acerques porque no voy a dudar en hacerte lo mismo que esa basura —escupí.

—No serías capaz de hacerle daño a tu madre.

—¿Cuál madre? —se detuvo a escasos centímetros de mí —. Yo no tengo una madre, porque tú en lugar de ponerme por encima de las demás personas prefieres creerle a ese imbécil y a mí dejarme a mi suerte. Metiste a este hombre a nuestra casa sin saber la clase de basura que es, permitiste que se acercara a mí sin conocer sus sucias intenciones y me violó, sí madre, me violaba cada noche mientras tú estabas en tu recamara dopada con las malditas pastillas que te metes para no saber nada de nadie, más que nada de mí.

—No me hables así —me señaló.

—Yo te hablo cómo a mí se me dé la gana, no eres nadie para reclamarme y te advierto que me dejes salir sino...—apreté mucho más la navaja.

Le daba la espalda a la puerta pero pude abrirla y empecé a salir.

—Fiore, si sales de esta casa no regresas nunca más.

—¿Crees que quiero regresar? No tengo nada porqué regresar, no tengo a nadie. No me busques, ni siquiera te atrevas a preguntar por mí —sostenía la navaja en alto y no pensaba bajarla hasta salir de este lugar. Cerré la puerta y me di la vuelta para correr hacia la entrada, escuché los gritos de esa mujer pero no me iba a detener cuando ya podía sentir la libertad rozarme los dedos.

Corrí tan rápido cómo mis piernas me lo permitieron, con la luna en mi cabeza, con las manos en puños y lágrimas en los ojos, pero no volteé a ver hacia atrás, no quería hacerlo porque temía que si lo hacía todo pudiera ser un mal sueño o una pesadilla nada más. Corrí esquivando a las pocas personas que había a esas horas de la noche y no podía evitar sonreír al saber que era libre, que ya nadie iba a poner cadenas en mis pies y me iba a detener. Corrí hasta que no pude más y tuve que tomar aire. Apoyé la espalda en una pared y miré a ambos lados, las manos me temblaban, mi corazón iba a toda velocidad, mis mejillas estaban heladas por el intenso frío que cubría las calles del Regio de Calabria.

Empecé a andar de nuevo, guardé la navaja y saqué mi móvil. Busqué el número de Anto y le llamé. El tono sonó dos veces y al escuchar que del otro lado respondían me apresuré a hablar.

—Ya sé que es tarde pero me salí de mi casa. Sé que es una locura pero tú mejor que nadie sabe el infierno que vivía ahí —solté un sonoro suspiro.

Fio, está bien, puedes venir a mi casa. Sabes que no tengo mucho pero no te voy a dejar en la calle, deja hablo con mi madre.

—Anto, no es necesario —apreté los labios.

Fio, insisto, ven a mi casa por favor, ya es tarde y no quiero que algo malo te pase.

—Está bien, Anto, voy para allá —escuché un suspiro.

No tardes —asentí y colgué.

No sabía que iba a hacer ahora, no tenía idea de a donde iba a ir porque no quería ser una carga para Anto o sus padres. Tendría que buscar trabajo lejos de aquí porque esta zona era bien conocida por la mujer que me trajo a la vida y al asqueroso de su esposo. Ahora tenía un techo donde dormir pero mañana no estaba segura.


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¡Hola! ¿Qué tal el capítulo? ¿Odiamos a Alonzo y a André? Los odiamos y con mucha razón, son seres horribles y la madre de Fio no se queda atrás, lo malo es que no estamos alejadas de la realidad, existen personas así en la vida :( 

¿Qué creen que pase con Fio y Anto?

¿Cómo creen que las vidas de ellas dos se unan con las de los hermanos Schiavone?

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