Capítulo 27 🌹
Vitale
—Déjame ir contigo —me pidió Samuele —. Por favor, no vayas solo.
Me acerqué, puse las manos en sus hombros, mirándolo directamente a los ojos.
—No puedes ir, necesito que te quedes aquí, cuidando de ellas —todas las mujeres de esta casa se encontraban en la sala, hasta Bella estaba con ellas.
—Vitale...—quiso hablar pero no lo dejé.
—Nada, Samuele, me ayudas más quedándote aquí, con ellas —palmeé su mejilla y sonrió.
—Vas a regresar, ¿verdad? Lo harás —puse una mano en su pecho, donde latía su corazón, apoyé la frente contra la suya.
—No te voy a dejar, Samuele, siempre vas a contar conmigo —de nuevo sonrió, un poco más tranquilo.
—Confío en ti —le sonreí.
Dane Rossi era un tipo de cuidado, letal y sádico, no por nada todos le temían y le juraban lealtad con sangre porque sabían que si le fallaban pagarían con su vida, algo que nadie quería, mucho menos si era él quien se encargaba de hacerte pagar una traición.
Era un poco serio y podía decir que hasta malévolo nada más con estar a su lado podías sentir aquella parte de él a la que le gustaba destruir y matar. Se encontraba a mi lado, sostenía un cigarrillo, lo ponía sobre sus labios para darle una calada y después soltaba el humo lentamente hasta que este desaparecía arriba de nuestras cabezas.
Lo miraba de reojo mientras esperábamos lo que sea que le hubiera pedido a sus hombres, observaba cada uno de sus movimientos, que eran flemáticos, casi estudiados.
—¿Me podrías decir que hacemos aquí? —le pregunté después de un rato en el que solo me limité a mirarlo sin decir nada —. ¿Es una trampa?
—¿Crees que me atrevería a traicionar a Vitale Schiavone? —con el dedo señaló hacia la ventanilla a Vania que esperaba fuera junto a otros hombres. Chistó la lengua antes de hablar —. Nunca haría eso, Vitale.
—Sé que no lo harías porque conozco tus secretos —le dije y giré la cabeza en su dirección y alzó una ceja.
—Así como yo conozco los tuyos —también me miró. Tenía la mirada oscurecida por la maldad, parecía que no había nada en esos luceros, solo perversión pero no era así, Rossi no era tan malo como todos pensaban, había una pizca de bondad en su alma, no por nada tenía una hermosa hija, Adrienna Rossi, la princesa de Campania —. Y sé que no dirás nada —asentí dándole la razón.
—Sabes que mi hija es lo más valioso que tengo en esta vida, y lo sabes porque ahora que Alessia ha muerto tu hija te tiene nada más a ti. Estamos en la misma situación, Vitale.
—Y haré cualquier cosa por ella —levantó el dedo índice con el que sostenía el cigarrillo —. Así como tú por Adrienna.
—Que bueno que lo entiendes, Vitale —dentro de la propiedad se empezaron a escuchar disparos. Supuse que nuestros hombres se estaban encargando de todo por eso estábamos aquí, platicando como si fuéramos los mejores amigos de toda la vida —. Ahora que Massima pase a mejor vida espero que llevemos las cosas más lejos, Schiavone —le dio una calada a su cigarrillo, que por cierto no olía nada mal.
—¿A que te refieres con eso? —botó el humo por la boca.
—Podemos unirnos, Vitale, ser más poderosos, gobernar toda Italia con nuestras reglas, te conviene —me hizo un guiño —. Piénsalo.
—No sé, no quiero arriesgar a mi familia a todo lo que se viene —pensé en Bella y Bea, no me podría perdonar si algo malo les pasara por mi culpa.
—La querida Bea —echó la cabeza hacia atrás apoyándola en el asiento —. Que hermosa ragazza —entorné los ojos —. No me lo tomes a mal, Vitale, pero es una bellezza.
—Lo sé —me limité a responder. Yo más que nadie lo sabía, ella dormía a mi lado, vivía conmigo, podía verla de cerca cuando estaba en mi cama y solo yo podía tocarla y ese era un privilegio. Tenerla a mi lado era lo mejor que me podía pasar últimamente, amaba a Bea, tanto que daría mi vida por ella —. Yo mejor que nadie lo sabe, Rossi.
Quise cambiar de tema y saber que estaba pasando dentro, pero Rossi insistía en querer hablar cuando allá dentro parecía que se había desatado una guerra que no estaba a nada de terminar.
—Dime, ¿ya solucionaste ese problema llamado André Greco? —giré la cabeza hasta mirarlo detenidamente.
¿Cómo demonios sabe lo de André?
—Todos en Italia sabemos que el Don de la 'Ndrangheta estaba loco por encontrar al demente de André, dime —hundió su dedo en mi brazo —. ¿Ya está muerto o le estás haciendo pagar por tocar a tu mujer?
—No sé como sabes lo de André y no te voy a decir nada que tenga que ver con esa basura —espeté.
—El pobre André se escondía hasta debajo de las piedras para que no lo encontraras.
—Y vino directamente a mí —encogí un hombro. Rossi chistó antes de hablar.
—Estaba desesperado por no tener con él a su minita de oro —se burló de André —. No sabe lo que dejó perder.
—Para mí es mucho mejor que la haya llevado al Night Club, él perdió su "minita de oro" y yo encontré a la mujer de mis sueños.
—Hablando de eso, no la dejes ir porque no voy a dudar en acercarme a ella —fruncí el ceño.
—¿Eso es una amenaza?
—Es más una advertencia, Schiavone —de nuevo me hizo un guiño. En ese momento Vania se acercó a la puerta y tocó con los nudillos, Rossi bajó la ventanilla.
—¿Qué pasa, Vania? —le pregunté. Se asomó dentro del auto.
—Todo está listo —Rossi me miró por unos segundos.
Vania se apartó, Rossi salió primero y detrás de él lo hice yo.
—Espera —Rossi apagó su cigarrillo y sacó un frasco de su chaqueta que me entregó antes de entrar a la casa de Massima —. Toma.
—¿Qué es esto? —le pregunté mirando el frasco.
—Es un tipo de veneno que hará que Massima no pueda moverse y tú podrás hacerle todo lo que quieras. Todo lo que quieras —repitió.
—¿Y este veneno...lo has creado tú? —de nuevo encogió un hombro, restándole importancia a mi pregunta.
—Algo así —dijo despreocupado. Se adelantó y fue el primero que entró a la propiedad seguido de sus hombres quienes lo seguían a todos lados como si fueran unos perritos detrás de un hueso.
—¿Confías en él? —preguntó Vania. Entramos juntos a la casa, el patio estaba a oscuras y solo se apreciaban las luces dentro de la casa.
—Ahora es la única persona en la que puedo confiar —me guardé el frasco en el bolsillo interior de la chaqueta —. ¿Te han llamado de la casa?
—No, todo está bien ahí —sonrió. Seguimos a Massima dentro de la casa, tenía grandes muros, e impenetrables, pero el muy idiota nunca imaginó que sería uno de sus hombres quien lo iba a traicionar.
Menos mal que las cosas en la casa iban bien ya que Samuele estaba con ellas, por eso no quise que viniera conmigo, no quería que se quedaran solas y que algo malo llegara a pasar como lo ocurrido con André. Pobre infeliz, su desesperación y vicio no lo llevó a nada bueno, solo se metió en la boca del lobo y de ahí no iba salir con vida. No lo permitiría, jamás iba a dejar que le pusiera un dedo encima a mi querida Bea, primero me mataban antes de dejarlo ir. Era un bastardo que no merecía vivir, ni estar en las calles, otra chica podría pasar por lo mismo que pasó Bea, caer en las mentiras de ese bastardo.
Las puertas de la casa se encontraban abiertas, dentro todo era un desastre por donde lo vieras, los muebles tirados, arrumbados en una esquina, los cuadros despedazados, ni un mueble en pie o completo. Parecía que había pasado un tornado aquí dentro. Rossi pasó por el lobby y la sala para subir las escaleras, Vania venía detrás de mí, mirando todo lo que nuestros hombres habían causado dentro.
Nos detuvimos en el pasillo, cada una de las puertas estaban abiertas y dentro de las habitaciones yacían los cuerpos de los hijos de Massima, todos con un disparo en la cabeza. Seguimos avanzando y llegamos a la que era la habitación principal, donde se encontraba Massima, atado de manos y pies sobre su cama, amordazado para que no pudiera hablar, solo se retorcía intentando zafarse de las ataduras que le impedían moverse. Al verme abrió los ojos de par en par, sin creer que yo estaba detrás de todo esto.
—Que bonita escena, el yerno y el suegro juntos por primera vez —Rossi se sentó al lado de Massima, este lo miró con desprecio y regresó su mirada a mí —. Pero que mal momento para verse por última vez —chasqueó la lengua.
—Cierra la boca —me quedé bajo el umbral de la puerta —. Hasta que tenemos el gusto de hablar —Rossi subió el brazo para rodear los hombros de Massima. Lo sacudió un poco pero este seguía molesto, incrédulo, estupefacto sin poder decir nada, solo emitía quejidos y quizá hablaba pero nadie le entendía.
—Deberíamos irnos, ¿no?
—No tengo mucho que decirle a esta basura —espeté. Saqué la botella que Rossi me entregó pero al darse cuenta de que no llevaba una jeringa le pidió una a uno de sus hombres. Me imaginaba que usaron el mismo veneno con sus hijos ya que les fue fácil entrar y matarlos sin que hubiera tantos disparos.
Me entregaron la jeringa, la misma que llené con lo que sea que tenía el frasco y me acerqué a él, se retorcía cual gusano, como lo que era, una larva, un ser tan insignificante que no merecía nada en esta vida, ni siquiera un minuto de mi tiempo para perderlo con él. Sin dudarlo enterré la aguja en su cuello, su rostro se deformó al instante así que miré a Rossi.
—Se me olvidó decirte que este suero mata a las personas en minutos, pero antes de eso destroza todo lo que hay dentro —miró a Massima, este tenía los ojos tan grandes que parecía se le iban a salir de las cuencas —. Primero destruye tus pulmones, provocando que te sea imposible poder respirar, baja un poco más a tu estómago y ya sabemos lo que pasa, sigue con tus riñones, intestinos, páncreas, tráquea y así hasta que todos y cada uno de los órganos en tu cuerpo se convierten en un licuado, y mueres —palmeó su hombro.
También lo miré sorprendido.
—No me dijiste eso —le reclamé. Se enserió de inmediato.
—¿Acaso importa?
—¿Debería preocuparme? —le pregunté y su ceño pasó de estar serio a uno alegre. También me confundía en demasía.
—Tú no, él sí —señaló a Massima —. Ese licuado en tu cuerpo va a terminar saliendo por todas partes —se apartó y se puso de pie a mi lado —. A lo que veníamos, niño bonito —me dijo.
—No puedo creer que un ser como tú haya tenido el privilegio de tener una hija como Alessia y una esposa como tu mujer, aún así nunca dejaste de ser un hijo de puta que pudrió todo lo que tenía a su alrededor. ¿Por qué? —le pregunté con dolor —. ¿Qué mal te hicieron para que terminaran muertas de esta manera? —uno de los hombres le quitó la mordaza de la boca, apenas lo hizo Massima escupió sangre. Rossi se asqueó a mi lado.
—Las dos me traicionaron, esa hija de puta tuvo una hija contigo —se retorcía por el veneno que le inyecté minutos atrás —. No podía dejar pasarlo, hubiera matado a tu hija también, iba a ir por ella —antes de que dijera otra palabra ya estaba frente a él golpeándolo en el rostro.
—¡No te atrevas a hablar de mi hija! Cuando tú has sido el peor padre de toda la existencia —di un paso atrás porque sino era capaz de matarlo yo mismo pero no valía la pena ensuciarme las manos con una basura como él —. Dejaste a mi hija sin su madre, la condenaste de por vida y todo por tu maldito orgullo de macho. Me das asco —se empezó a reír lo que me hizo rabiar mucho más.
—Un día vas a tener tu merecido, Schiavone.
—Lo sé, sé que voy a obtener mi merecido y lo acepto, pero a diferencia de ti haré lo que sea por Bella...
—Así que Bella, eh —lo señalé. De nuevo su cuerpo empezó a sacudirse por los espasmos provocados por el veneno que de seguro ya estaba haciendo efecto.
—Rossi se va a quedar con todo lo que es tuyo, va a gobernar tus calles, dime, ¿de qué te sirvió matar a tu hija y tu esposa? —di un paso cerca —. No sabes como voy a disfrutar verte morir.
Escupió más sangre que manchó sus impolutas sábanas blancas. Debí apartarme pero su arrogancia me estaba sacando de mis casillas, en este momento solo quería deshacerme de él, asfixiarlo hasta la muerte, que dejara de respirar de una vez por todas.
—Nunca será cómo yo, jamás podrá gobernar como lo hice yo todos estos años, como lo hizo mi padre —miré a Rossi que se mantenía impasible en su lugar.
—No soy yo quien está en esa cama a punto de morir —fue todo lo que dijo.
—Estás acabado, Massima, no hay nada que se pueda hacer por ti —me senté a su lado y acomodé su pijama manchada de sangre y quien sabe que más líquidos extraños y asquerosos.
Quiso hablar pero el dolor y los espasmos no permitían que pudiera pronunciar palabra alguna.
—Pobre, pobre Massima, que muerte tan lenta y dolorosa —chistó —. ¿Por qué no terminas con su vida de una vez por todas, Vitale? —entendí esas palabras de inmediato, lo peor de todo es que no tuve que procesarlo para entender lo que quería decir, a donde quería llegar.
Así que sin decir nada cogí una almohada que llevé a su rostro, apretando con toda la fuerza que tenía y podía ejercer para asfixiarlo, se retorcía y movía intentando buscar aire pero no le permití que lo hiciera, en su lugar apreté la almohada mucho más hasta que dejó de moverse, hasta que dejó de respirar. Aparté la almohada, sus ojos ya sin su brillo, la boca abierta, aquello me causó un horrible escalofrío.
—Si que tienes agallas —dijo Rossi, me senté al lado de Massima —. Entonces es cierto lo que dicen en las calles, Vitale Schiavone no es un pan de Dios —sonrió perverso.
—¿Y ahora qué? —le pregunté limpiando el sudor de mi frente —. ¿Qué va a pasar ahora?
—Tal vez los podemos cortar en pequeños pedazos como si fueran carne molida y se los echamos a los cocodrilos —sus ojos perversos brillaron con maldad —. ¿Qué tal? ¿Te gusta?
—Es un poco macabro pero sí, así no quedara rastro de ninguno de ellos.
—Por eso no te preocupes, sabes que quien hizo todo esto fui yo —me hizo un guiño —. Limpien todo —les ordenó a sus hombres.
—Vania —dije sin más y entendió lo que quería decir.
—Entiendo, Vitale —salió de la habitación dejándonos solos.
—Ahora solo tienes que preocuparte por el hijo de puta que se quiera acercar a tu pequeño retoño el día que sea toda una mujer —lo miré con ganas de matarlo.
—Cierra la boca —lo señalé, se rio por mi molestia —. Tú también tienes una hija —ahora fue él quien se molestó.
—No digas eso, no vayas por ahí, Schiavone —ahora yo fui quien se rio de él, estaba acojonado —. Adrienna va a tener novio hasta que tenga cincuenta años.
—Si bien te va —me burlé y me puse de pie. Miré el cuerpo de Massima, el pobre no supo como iba a terminar, lo mal que lo iba a pasar antes de morir. Me subestimó demasiado, creyó que era un pobre idiota al que podía ningunear a su antojo, que nunca haría nada en su contra por ser el Don de la Cosa Nostra, pero nunca se imaginó que sería yo quien terminara con su patética vida. Si tan solo no hubiera matado a Alessia, si tan solo le hubiera dado la oportunidad de vivir esto no hubiera terminado de esta manera para él. Admito que me hubiera gustado hacerlo sufrir mucho más pero el infierno lo iba a recibir con los brazos abiertos y pagaría todo el mal que hizo aquí en la tierra.
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