Capítulo 20 🌹
Vitale
La hoja de mi navaja paseaba por su mejilla ensangrentada, gemía de dolor bajo la luz mortecina de la lámpara que colgaba en su cabeza. Di la vuelta a su alrededor sin quitarle la mirada de encima, se quejaba, a ratos lloraba, pedía no seguir pero ni Samuele ni yo le hacíamos caso. Disfrutamos tanto verlo sufrir, rogar y suplicar, era tan placentero saber que por primera vez en toda su vida estaba pagando por lo que le hizo a Fio y tal vez a muchas chicas más que tuvieron la mala suerte de caer en sus manos.
—P-por favor —gimió.
—No te escucho —Samuele estaba detrás de él. Cogió su cabello entre sus dedos dejando al descubierto su garganta. Su boca estaba rota, los labios abiertos, ya ni siquiera tenía algunos dientes porque Samuele se encargó de sacarlos él mismo con unas pinzas que encontró por ahí.
—Ya no más —gimoteó —. Ya no —su cuerpo se estremeció cuando mi hermano tiró más fuerte de su cabello.
—Fio también te pedía que pararas y no lo hiciste —espetó Samuele. Se acercó a su oreja provocando un escalofrío en su cuerpo.
—Te decía que ya no más y seguías lastimando su cuerpo, lastimándola tanto por dentro como por fuera —deslicé la navaja por su garganta expuesta y subí a sus labios metiendo la hoja en su boca.
—Yo no le hice nada, ya les dije —levantó la cabeza dejando ver su rostro, estaba hinchado, lastimado, cubierto por la sangre que le hicimos derramar.
—Maldito mentiroso —espetó Samuele y soltó sus cabellos.
Más de una vez perdió la paciencia con esta basura y lo golpeó tan fuerte que lo dejó inconsciente, aún así no se detuvo y lo seguía golpeando hasta sacar todo el odio que sentía hacia su persona. Era la primera vez que mi hermano se involucra de esta manera con alguien, nunca perdía el control así de fácil pero con Alonzo no tenía paciencia, solo tenía que hablar para empezar a golpearlo.
Me aparté en el momento que se puso a mi lado y logré vislumbrar sus intenciones en aquel par de luceros.
—La violaste una y otra vez, profanaste su cuerpo, dejaste traumas en ella que no puede superar —lo cogió de la barbilla obligándolo a mirarlo a los ojos —. La hiciste sentir una basura cuando la basura aquí eres tú nada más. Y te juro que vas a pagar, vas a pedir y suplicar que te mate, ¿ y sabes qué? Lo voy a disfrutar tanto.
—Nadie hará nada por ti, Alonzo —me crucé de brazos.
—Mi esposa sí —nuestra carcajada resonó por todo el lugar.
—No hará nada porque si desobedece tendrá el mismo final que tú. No creo que sea tan tonta —Alonzo se rio y aquello hizo enojar a Samuele que no dudó en golpearlo en la cara con un puñetazo que le hizo girar la cabeza.
Lo golpeó una y otra y otra vez hasta que no resistió y quedó inconsciente.
—Maldita basura —gruñó apartándose.
—¿Qué más quieres? —le pregunté entregándole una toalla para que se limpiara las manos.
—Quiero que ruegue y suplique de rodillas —me miró fijamente —. Eso es lo que quiero.
—No te conformas con nada, ¿eh? —pasaba la toalla entre sus dedos para quitar el rastro de sangre.
—He visto a Fio en sus peores momentos. La ha escuchado gritar y llorar por cada una de las pesadillas que tiene con esa basura —señaló a Alonzo que todavía no despertaba —. He visto el dolor en sus ojos, la vergüenza y la tristeza, Vitale. Tú mismo lo has visto con Bea y dime que no harías nada para vengar lo que ese bastardo le hizo —no me quitaba la mirada de encima.
—Lo haré el día que encuentre a esa basura —su mirada me lo dijo todo.
—Entonces no me digas lo que tengo o no que hacer —dejó la toalla a un lado. Cogió una botella con agua y se acercó de nuevo a Alonzo para mojar su rostro y despertarlo —. Haré lo que sea para vengarla, lo que sea —zanjó.
En el momento que Alonzo despertó fue Samuele el que se encargó de torturarlo, debo reconocer que para eso es mucho más creativo que yo y persistente. Últimamente me aburría fácil, ya no me apetecía torturar o lastimar a alguien aunque ansiaba en demasía tener en frente a André y hacerle pagar por todo el daño que le hizo a Bea, todo el tiempo que la obligó a prostituirse, vender su cuerpo para pagar sus deudas.
Chiara estaba encargada de buscarlo hasta por debajo de las piedras, encontrarlo y traerlo a mí para así torturarlo cada día de su asquerosa vida. Tampoco dejaba de pensar en él, en el día que lo tuviera frente a mí, disfrutaría tanto verlo sangrar.
—¡Yo no hice nada! —gritó en el momento que Samuele arrancó su dedo de su mano.
Mi hermano estaba manchado de sangre, su camisa, sus manos, hasta sus zapatos. No quería parar aunque Alonzo ya no tenía energías para suplicar o levantar la cabeza, estaba tan agotado que abrir los ojos era una tortura.
—Samuele —se llevó ambas manos a la cabeza, su cabello se quedó en su lugar con la sangre en sus dedos —. Ya basta —le pedí.
Estaba sentado en una mesa comiendo un pedazo de manzana mientras Samuele disfrutaba torturar a Alonzo. Giró la cabeza hacia mí y entornó los ojos.
—Ya es tarde —miró la hora en su móvil.
—Está bien —soltó un quejido de frustración y se irguió para limpiarse las manos
Samuele
Al llegar a la casa subí a mi habitación para darme una ducha y quitar la sangre que manchaba mis manos y mi ropa. Pasé de largo sin mirar a nadie pero Vitale se quedó en la sala con Bea e Isabella, ahora que había confirmado que era su hija estaba mucho más tiempo con ella y Bea. Vitale era cariñoso con su hija y ahora más que nunca la iba a cuidar de quien sea, hasta de su propia familia.
Al salir del baño escuché dos golpes en la puerta. Abrí sin preguntar y me encontré con la dulce mirada de Fio. Al ver que solo llevaba puesta una toalla alrededor de la cintura levantó la cabeza para mirarme a los ojos.
—Hola —musitó.
—Hola —me hice a un lado para que entrara a mi habitación pero se quedó bajo el umbral.
—Me dijo Bea que ya habían llegado pero que te vio mal —se encogió de hombros.
Fio me parecía tan dulce e inocente que no me acababa de entrar en la cabeza como es que su vida fue tan difícil, pasó por mucha mierda antes de llegar aquí pero desde ahora yo me haría cargo de que solo fuera feliz y que nadie más le pusiera un dedo encima.
—Pasa —entré a la habitación, Fio lo hizo detrás de mí y cerró la puerta —. Estoy bien —observó la ropa salpicada de la sangre de Alonzo y sé que estaba ansiosa por preguntar pero se rehusaba a saber algo que tuviera que ver con ese bastardo.
—¿Seguro? —abrí la puerta del closet y saqué una camisa junto con un pantalón de chándal —. Tus manos están lastimadas —señaló mis manos pero no le di importancia. No me dolían, era más el coraje que sentía por querer hacerle pagar a Alonzo todo el daño que le hizo.
—Estoy bien —me puse la camiseta y aparté la toalla para hacer lo mismo con el pantalón. Evitaba mirar a toda costa. Sabía que se le dificulta poder pensar en algo sexual, también estaba consciente de que pensaba que podía hacerle daño pero nunca haría eso. Iba a respetar lo que ella decidiera.
—Necesito hablar contigo —la invité a sentarse en mi cama.
—Dime —la miraba atento.
—Hoy en la terapia, la psicóloga insistió en que debo salir para empezar a hacer mi vida.
¿Hacer tu vida lejos de aquí?
Creo que pudo ver la decepción en mis ojos porque habló rápidamente.
—No me quiero ir de aquí...
—No lo hagas —la interrumpí.
—Pero tengo que seguir, Samuele, tengo que estudiar. No me quiero aprovechar de ti, o Vitale, de tu madre y abuela —negó —. No soy nadie para hacerlo.
—¿Ya no te sientes cómoda? ¿Es eso? ¿Te han dicho algo malo? —acorté la distancia que nos separaba y me puse frente a ella.
—No, no es eso...
—¿Entonces? No te vayas, por favor —se puso de pie y quedó a mi altura. La sentía tan pequeña y frágil, pensaba que con tan solo un toque se iba a romper en mis brazos pero más de una vez me demostró que era mucho más fuerte de lo que parecía.
—Samuele —una de mis manos bajó a su cintura y la otra la puse en su mejilla —. No es tu obligación cuidar de mí.
—Lo hago con gusto —sonrió —. Por favor, no te vayas. No me dejes, te necesito —mi confesión la tomó por sorpresa, tanto que sus ojos se abrieron de par en par.
—¿Me-me necesitas? —parpadeó —. ¿Por qué?
—Te necesito para poder continuar, Fio —apoyé mi frente contra la suya —. Desde que llegaste a mi vida has mejorado todo, ya no es gris, ya no es triste —apoyó sus manos en mi pecho.
—No me digas eso —murmuró con dolor —. No lo hagas.
—No me dejes —le pedí de nuevo —. Haré lo que me pidas, puedo ir contigo a otra ciudad si es lo que quieres, puedo...
—No te puedo pedir eso.
—Sé perfectamente que tu sueño es estudiar arte y aquí no puedes hacerlo, estoy consciente de eso y no me importa dejar mi vida aquí para que tú cumplas tus sueños.
Una vez me dijo que al cumplir la mayoría de edad se iba a ir a Italia para estudiar arte, iba a rentar un pequeño departamento que quedara cerca de la universidad, trabajaría para pagar sus estudios. Haría todo eso al salirse de su casa pero ahora estaba aquí.
—No te puedo pedir que dejes tu vida por mí, no soy tan egoísta —con las yemas de mis dedos dejé suaves caricias en su mejilla.
—Lo hago por ti, por mí —sonreí —. Ahora tus sueños son los míos también.
—¿Y tu familia? ¿Los vas a dejar por ir conmigo a Italia? —asentí. Sus ojos se llenaron de lágrimas —. ¿En serio?
—No tengo nada que pensar, Fio, quiero estar a tu lado, no importa a donde vayas yo iré contigo. Seré tu guardián.
—Eres mi superhéroe, Samuele —me abrazó tan repentinamente, me quedé perplejo en mi lugar pero correspondí a su abrazo.
—Solo quiero hacer las cosas bien por ti —se separó y dejó un beso en mi mejilla —. Haremos lo que tú quieras pero anhelo que antes de tomar una decisión estés sana, tanto física como psicológicamente —cogí un mechón de su cabello y asintió feliz.
Se puso de puntitas y dejó un tierno y casto beso sobre mis labios. Quería mucho más de ella pero no le podía pedir algo que por ahora no me podía dar. Por ahora me conformaba con estos pequeños momentos que me regalaba y sus castos besos que no llegaban a más.
—¿Samuele? —tomó mis manos entre las suyas.
—Dime.
—¿Me puedes tocar una canción? —sonreí feliz por su petición.
—Claro que sí, Fio, encantado.
Bea
Todo estaba tan en paz que me aterraba, me daba mala espina que no pasara nada y que las cosas estuvieran tan tranquilas cuando hace poco todo era una tormenta. Quizá lo que dicen que después de la tormenta llega la calma es cierto, pero pasé tantos años dentro de esta que se me hacía raro vivir tranquila, sin preocupaciones.
Este día Ele vino a verme, me hacía tan feliz tenerla conmigo, verla y platicar de todo lo que ha pasado en este tiempo. Por lo que sabía no le estaba yendo bien ya que se enfermó y dejó de trabajar por un tiempo, ahora estaba a nada de perder su departamento y que la echen a la calle.
Hablé con Vitale de eso y me dijo que mi amiga tenía un lugar asegurado en su club o en otro trabajo, pensé que podía dejar de vender su cuerpo y hacerse cargo de otras cosas. Amo tanto a Ele que la sola idea de que alguien le haga daño me aterra, ella al igual que Fio y Vania son importantes para mí.
—No te ves bien —estaba delgada, pálida, los ojos hundidos.
—Ese maldito virus casi acaba con mi vida —se quejó.
Estábamos en la mesa del jardín, Chase se encargó de traernos algo para tomar y botanas.
—He hablado con Vitale —la mirada que me echó no me gustó nada —. No me mires así —la señalé con un dedo —. Te he dicho que ya no quiero esa vida para ti...—me interrumpió.
—Pero es la única vida que conozco —dijo con la voz rota.
—Lo sé.
—No sé de que más puedo trabajar que no sea vendiendo mi cuerpo —tomé sus manos y les di un apretón.
—Eleonor, por favor —sus cejas se hundieron.
—No me gusta que digas Eleonor, cuando me dices así pienso que estás molesta conmigo —negué.
—Nada de eso, pero entiende, me preocupo, quiero una vida mejor para ti. No me gusta que vendas tu cuerpo —sus ojos se llenaron de lágrimas —. Eres mi mejor amiga y quiero ayudarte, deja que lo haga. Tú me ayudaste por mucho tiempo sin pedir nada a cambio, ahora que yo puedo hacerlo no me dejas.
—Es que no tienes que hacerlo.
—Lo sé, lo sé pero quiero hacerlo, no me perdonaría si algo te pasa —las lágrimas que había estado reteniendo rodaron por sus mejillas.
—Bea, no me hagas llorar —soltó una de mis manos para coger una servilleta y secarse las lágrimas.
—Acepta, por favor. He hablado con Vitale y dice que puedes trabajar en donde quieras. Tiene un hotel y puedes trabajar ahí.
—¿Tiene un hotel? —parpadeó. Asentí.
—Al igual que empresas, restaurantes, cafeterías, otro tipo de negocios y tiene su propia marca de vino —abrió la boca, sorprendida —. Hay mucho trabajo, solo tienes que decir que sí.
—Está bien —levantó un dedo —. Pero voy a empezar desde abajo, sé que será difícil dejar una vida a la que ya estaba acostumbrada pero no creas que quiero trabajar en esto toda mi vida. En un futuro quiero casarme y tener hijos, no quiero que se avergüencen de mí —estaba feliz porque decidió dejar este trabajo de lado.
—Sé que eres muy fuerte y que puedes salir adelante.
—Gracias —palmeó mis manos —. De verdad, muchas gracias por esto que haces por mí.
—Ya te dije que eres mi mejor amiga y siempre estuviste para mí, es hora de que te pague tus cuidados y tu amor.
—Me vas a hacer llorar —sonrió, sus ojos se aguaron —. Vamos a cambiar de tema mejor. Dime, ¿qué se siente ser la madrastra de Isabella?
—Isabella es tan linda, no llora, no se enferma. Me he encariñado con ella —dije con pena.
—¿Estas consciente de que tiene a su madre? —asentí —. Ella puede regresar uno de estos días y llevarse a la niña —me llevé una mano al pecho.
—Ele, no sé porque pero siento que algo malo va a pasar —frunció el ceño.
—¿Con Alessia? —negué.
—No sé si con ella, pero algo malo va a pasar y tengo mucho miedo. No quiero que Isabella o Vitale salgan heridos, o cualquiera de esta casa. Se han portado tan bien conmigo, me tratan bien, me cuidan, se preocupan. Son mi familia —Ele sonrió.
—Como no van a ser tu familia si todos son tan lindos. La señora Fran es tan linda conmigo, no me mira mal, al contrario es muy linda. Me hubiera gustado que mi madre fuera así —suspiró.
—Por eso no quiero que nada les pase.
—No pienses en eso —pidió —. Solo piensa que ahora tienes una gran familia, un novio que te ama y que ya no vas a tener que pasar por lo mismo que hace meses.
—Ya no voy a regresar a ese mundo oscuro del que Vitale me sacó, antes de eso prefiero la muerte —la mirada que me echó me lo dijo todo.
—No, nada de eso.
Todavía tenía miedo al saber que André andaba por ahí haciendo daño, siendo un peligro para los demás. Por lo poco que sabía no estaba en Italia, nadie lo había visto pero Vitale no se iba a dar por vencido, no, estaba decidido a encontrarlo y hacerle pagar.
—Mira quien viene ahí —dijo Ele. Me giré hacia la puerta y Vitale junto con Isabella venían hacia nosotras —. Que hermoso se mira Vitale cargando a su hija.
Le di la razón porque era cierto, Vitale podía ser un hombre serio pero con Isabella se derretía, la cuidaba mucho, era un sol con su hija.
—Hola, Ele —saludó a mi amiga.
—Hola, Vitale —le sonrió.
—Alguien quiere verte —Isabella estiró sus brazos hacia mí y no dudé en cogerla entre mis brazos —. Ha estado inquieta —se rascó la mejilla —. Las dejo.
Dijo adiós con la mano y se alejó de regreso a la casa. Ele no dejaba de observar a Isabella y por como la miraba sabía lo que todos pensábamos con respecto a ellos dos.
—Son idénticos, ¿verdad? —asintió.
—Es tan bonita, ¿cómo es su mamá?
—Es rubia y muy bonita —admití porque era cierto. No podía mentir con respecto a eso, tampoco debía tenerle coraje o celos a Alessia ya que lo que hubo entre ellos ya pasó y de aquella relación solo existía Isabella —. Viste muy bien, es elegante y con cada paso que da solo irradia belleza.
—¿En serio? —parpadeó, perpleja —. ¿No tienes miedo de que regrese a la vida de Vitale? —cogí un pedazo de fruta y se lo entregué a Isabella que lo sostuvo con sus pequeñas y pálidas manos.
—No, la verdad es que no tengo miedo. Confío en Vitale y lo que siente por mí, sé que me ama y que lo que sintió por Alessia ya no existe —dije con una sonrisa en los labios.
—Quien como tú que tienes al lado a un hombre como él —soltó un suspiro largo y sonoro —. ¿A qué puedo aspirar yo?
—Hey —dije ceñuda —. Nada de eso, eres una chica hermosa, inteligente y muy valiosa —una bonita sonrisa se dibujó en sus labios. Sus ojos se llenaron de lágrimas —. Un día vas a encontrar a un buen chico que te ame y te respete como lo mereces.
—Eres un sol, Bea —se pasó los dedos bajo los ojos para borrar el rastro de lágrimas que amenazaban con salir.
—Tú también lo eres.
Ele no dejaba de mirar a Isabella, decía que era igual a su padre, los ojos y los cabellos, aquella sonrisa, era igual a su padre. No me quería imaginar cuando fuera una mujer hecha y derecha, sería hermosa y muy inteligente.
Samuele
Cuando Fio me dijo que quería salir y dar una vuelta nunca pensé que me pidiera venir a ver a su madre. Tenía miedo de su reacción, de lo que iba a hacer en el momento que la viera. No sabía que haría ella al ver a su hija, si le iba a reclamar o lloraría al verla. Esperaba que fuera lo segundo, solo quería ver a Fio en paz, nada más.
—¿Estás segura de esto? —le pregunté una vez más. Me giré para verla a la cara y miraba a través de la ventanilla.
—Sí —pasó saliva con pesar. Podía sentir el miedo atenazar su piel. Sus ojos iban de un lado al otro, me miraba por segundo y después miraba hacia afuera.
—Podemos regresar y fingir que nada de esto pasó —sostenía sus manos entre las mías, pasaba mi pulgar por su dorso dejando suaves caricias.
—Tengo que hacer esto, sino lo hago no podré estar bien nunca. Solo pido paz —soltó un quejido que parecía más que nada un dolor agudo que le quemaba el pecho.
—Cuando nos vayamos a Italia te juro que vas a tener la paz que tanto mereces —cogí con dos dedos uno de sus mechones y lo puse detrás de su oreja.
—Italia —suspiró —. Se escucha tan lejano —en sus luceros pude ver un atisbo de esperanza, aquella que se le había negado desde hace años, aquella que perdió y apenas estaba empezando a recuperar.
—Se escucha lejano pero no lo es. Más pronto de lo que te imaginas vamos a estar ahí, en un departamento pequeño para los dos, con las paredes tapizadas de tus dibujos, pinceles y pintura por todos lados. Tu ropa salpicada con pintura, el olor a acrílico —sonrió —. Un gato.
—¿Un gato? —frunció el ceño.
—Sí, un gato —puse mi mano en su mejilla —. ¿Quieres eso? —asintió mordiéndose el labio.
—Lo anhelo tanto que a veces pienso que es imposible.
—No lo es, Fio, más pronto de lo que te imaginas estaremos ahí, ya no será un sueño —se acercó para dejar un casto beso sobre mis labios.
Inhaló profundamente y exhaló fuerte, apretó mis manos entre las suyas.
—Vamos, antes de que me arrepienta —abrí la puerta y salí primero para ayudarle a bajar del auto. Vania esperaba afuera de la camioneta que estaba detrás del auto.
Sostuve la mano de Fio, miraba a cada lado con miedo. Su mano empezó a temblar, sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Vania —se acercó cuando le hablé —. Quédate aquí y vigila —asintió.
Venía con dos hombres más pero yo solo le podía confiar mi vida a ella, sabía que no iba a dudar en ponerse frente a una bala para salvar mi vida.
Empujé la puerta de la entrada y esta cedió sin problemas, se me hizo raro que no estuviera cerrada como aquella noche. Sostenía la mano de Fio y cruzamos el patio para llegar a la puerta principal, de nuevo esta cedió. Dimos un paso dentro, el lugar estaba igual a como lo dejamos aquella noche, los cuadros en el piso, los sillones volteados, nadie se atrevió a recoger nada.
Miramos el lugar de hito en hito, Fio fijó su mirada en las escaleras y no dudó en subirlas para cruzar el pasillo y entrar a la habitación de su madre. Sobre la cama estaba la mujer, con una botella de algún tipo de alcohol, la misma mancha de sangre prevalecía en las sabanas y tal parecía que ella no se había movido de ese lugar.
—¿Fio? —hipó. Sostenía la botella con fuerza para no dejar caer el contenido.
—¿Qué pasó aquí? —preguntó Fio.
—¿Dónde has estado todo este tiempo? Te he buscado por todos lados y nadie sabe nada de ti —me miró ceñuda al darse cuenta que estaba al lado de su hija.
—Tú me obligaste a irme, con tus reproches, tus insultos, me odias —su madre negó un poco.
—No es cierto, yo te quiero —ahora Fio negó con la cabeza. Solo había melancolía en sus ojos.
—Tú no me quieres, solo quieres al bastardo ese que tienes a un lado —hizo un puchero y se echó a llorar —. Yo no te importo, nunca te he importado desde que mi padre se fue —espetó.
—Se lo llevaron —musitó —. Vinieron y se lo llevaron.
—¿A quién? —preguntó. Tenía que fingir que no sabía nada.
—Alonzo —se encogió de hombros —. ¿Por qué?
—Tal vez porque es un violador —se puso de pie con violencia y arrojó la botella cerca de Fio, sino fue porque la hice a un lado esta le hubiera dado en la cabeza haciéndole daño.
—¡No es un violador! ¡No vuelvas a decir eso de tu padre!
—¡Él no es mi padre! —respondió Fio molesta —. Es un violador que se metía en mi cama cada que te dopabas con esas malditas pastillas —señaló el frasco que yacía sobre la mesilla de noche —. Me tocaba sin mi consentimiento, me tomaba a la fuerza —apretó su mano a la mía —. Te lo dije no una, muchas veces y nunca me creíste —dos lágrimas rodaron por sus mejillas.
—Fio —musité a su lado. Me ignoró y siguió sacando todo lo que había guardado por años.
—Eres una mala madre, la peor de todas y no te deseo el mal pero espero que algún día pagues todo el daño que me has hecho. Me duele saber que por esa basura lloras y bebes hasta quedarte dormida mientras que por mi padre no derramaste ni una lágrima.
Me fijé bien y en el suelo había varias botellas de alcohol.
—No me digas estas cosas...
—No, lo que tú te mereces es algo peor que todo lo que te estoy diciendo. No mereces ni un poco de mi compasión, no mereces que nadie te quiera —Fio empezó a llorar —. Te odio, te odio tanto y no te mereces ni eso —puse una mano en su hombro —. Espero de corazón que puedas ser feliz pero dudo mucho que puedas conseguir paz. De mi parte te digo que estás muerta para mí, yo estoy muerta para ti.
Giró la cabeza en mi dirección.
—¿Nos vamos?
—Vámonos de aquí —le sonreí.
Salimos de la habitación de su madre, a lo lejos se escuchaban sus gritos desesperados, le pedía a su hija regresar, rogaba para verla pero Fio no hizo caso. Al salir de la casa soltó un suspiro que se sintió como si estuviera dejando atrás todo el dolor que había estado cargando todos estos años.
Al salir a la acera lo primero que hice fue abrazarla tan fuerte para que supiera que estaba con ella y que no la iba a dejar ir, que no importaba lo que pasara yo siempre iba a estar a su lado.
—Abrázame más fuerte —pidió en un sollozo.
—Aquí estoy bonita, aquí estoy —pasaba mi mano por su cabello.
Sollozaba bajito para que nadie más la escuchara, sus lágrimas mojaban mi camiseta, sus brazos rodeaban mi espalda.
—¿Quieres regresar a casa? —negó.
—Quiero que me lleves a donde tú quieras, solo quiero estar contigo —dejé un beso en su frente.
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