Capítulo 19 🌹
Vitale
Bea se hizo cargo de mis nudillos rotos y ensangrentados. Los limpió y curó con tanta delicadeza como si yo fuera frágil y ella la encargada de cuidarme y asegurarse de que todo estuviera bien conmigo.
La miraba embelesado mientras ponía alcohol en mis nudillos, pasaba las gasas con cuidado sobre mi piel y fruncía el ceño. Ya se había cambiado de ropa y ahora llevaba puesta su pijama con delgados tirantes que dejaban al descubierto sus hombros y brazos. Su piel de canela se veía sedosa. Soñaba tanto con poder probar su piel, lamer esta de un extremo al otro. Deseaba poder tocarla sin que se apartara y entregarme por completo a este sentimiento que me quemaba por dentro. Ardía y arrasaba con todo a su paso.
—¿Qué pasa? —me pilló mirándola.
—No puedo dejar de pensar en ti, quiero profanar tu cuerpo, Bea —sus ojos avellana se abrieron de par en par —. No me malentiendas, pero me vuelves loco —terminó de curar mis nudillos y se encargó de tirar lo que iba en la basura en el bote del baño y lo demás lo guardó en el botiquín y lo dejó en su lugar.
—¿Qué tan loco? —se sentó a mi lado y eso no ayudaba en nada al poco autocontrol que tenía cuando estaba así de cerca.
—Mujer —puse mi mano en su barbilla, enterrando mis dedos en sus mejillas suaves —. No te puedes imaginar todo lo que te quiero hacer, no te va a gustar.
—Tal vez sí me gusta, Vitale —miré la puerta que estaba cerrada, la cogí de las manos sentándola en mi regazo.
—¿Lo sientes? —se restregó sobre mi erección —. Estoy así por ti —hundí mi rostro en su cuello —. Hueles tan bien —era una mezcla suave y delicada, con notas florales —. ¿A que sabes, Bea? —murmuré sobre su piel.
—Averígualo —ladeó mucho más la cabeza dándome acceso a esa zona que quería lamer y porque no, morder también.
Abrí la boca para que mis labios se amoldaran a su piel, lamí, succioné y pasé mi lengua desde su garganta hasta su barbilla. Mordisqueé un poco y bajé de nuevo para seguir chupando. Bea se movía encima de mi erección, las bolas me dolían tanto por no follar desde hace tiempo, pero desde que la encontré de nuevo no podía dejar de pensar en ella, no quería estar con nadie más que no fuera Bea.
Sus brazos rodearon mi cuello, sus senos se apretaban a mi pecho y se movía encima como la diosa que es. Bajé mis manos a sus caderas siguiendo el ritmo pausado y gemía sobre su piel.
—Joder, Bea, me vas a matar de placer.
—Entonces vamos a morir los dos, Vitale —me separé de ella lo suficiente para observar su mirada llena de lujuria —. Yo también me muero por estar contigo.
—Te quiero hacer el amor, cariño, me quiero enterrar en esa vagina, quiero probar tus labios —enarcó una ceja —. Y no me refiero a estos —pasé mi pulgar por un extremo de sus labios al otro.
—Dime más —pidió en un jadeo.
—Quiero que me sientas todo mi esplendor, mi pene arremetiendo en tu sexo, lo haré despacio y solo si tú quieres puedo ser rudo —se mojó los labios —. Quiero correrme en tus labios o tu boquita —dejé un beso sobre sus labios —. ¿Me vas a dejar?
—S-sí —dijo apenas con la voz en un susurro —. Hazlo.
Apreté mis labios a los suyos y sin pensarlo dos veces, en un solo movimiento la puse boca abajo sobre el colchón, me metí en medio de sus piernas y devoré su boca con pasión y fervor. La tela de su pijama era tan delicada que me dejaba sentir la tibieza de su sexo. Subí una mano a su seno y con dos dedos pellizcaba por encima de la tela.
—Vitale —su voz salió baja y suplicante.
Se restregaba sobre mi miembro, poniéndome mucho más duro de lo que ya estaba.
—No puedo más, Bea, necesito probarte —me puse de rodillas, subí las manos a la orilla de su pijama y tiré de esta con fuerza. La prenda junto con sus braguitas fueron a dar a alguna parte del suelo.
Tenía las piernas abiertas para mí, su sexo cubierto por una ligera capa de vello, su monte de venus se veía suave y acolchado, sus labios estaban brillosos por sus fluidos. Me pasé la lengua por los labios y me perdí en medio de sus piernas. Mi lengua se paseó por su clítoris, lo chupó y me quedé pegado a este como si fuera una dulce paleta que tenía que lamer y morder para llegar al centro chicloso.
Bea movía las caderas en círculos, siguiendo el ritmo de mi boca. Deslicé dos dedos por sus labios y los metí en su vagina, húmeda, tibia y lábil. Gimió bajo mi toque. Sus tetas rebotaban con mis embestidas, subió sus piernas a mis hombros y sus talones se enterraron en mi espalda. Su pelvis seguía los movimientos de mis labios.
—Vitale —la escuché gemir bajo.
—¿Te gusta, Bea?
—Sí, me gusta mucho —pegó un chillido en el momento que mordí su piel.
Bajo la tela de mis pantalones estaba tan duro como lo había estado nunca. Quería correrme en su interior pero por ahora no podía hacerle esto, el día que se entregara a mí sería un día especial que ella recordara toda su vida. Quería hacerla sentir bien, como si fuera su primera vez.
No dijo nada pero no tuve que adivinar lo que se avecinaba, la sentí contraerse alrededor de mis dedos, sus piernas se apretaron mucho más y la escuché gemir bajito cuando el orgasmo explotó en todo su cuerpo. Enredó los cobertores en sus dedos echando la cabeza para atrás.
Cuando terminó me deslicé sobre su delgado cuerpo para quedar a su altura. Tenía algunos cabellos pegados en las mejillas y los aparté con mis dedos, sus mejillas estaban sonrojadas, tenía los labios ligeramente abiertos lo que me permitió dejar un beso sobre estos.
—Dios —jadeó. Su pecho subía y bajaba.
De un momento a otro sus bonitos luceros se llenaron de lágrimas. Pensé que había hecho algo mal porque un par de ellas resbalaron por sus sienes.
—¿Qué pasa? ¿Hice algo mal? —rápidamente negó con la cabeza.
—No es eso —suspiró —. Es que nadie había hecho algo así por mí. Era yo la que siempre les daba placer a los hombres, me pagaban por ello y por eso me siento...rara —se encogió de hombros. Giró la cabeza en mi dirección y sonrió dulcemente.
—Bea —puse mi mano izquierda en su mejilla derecha —. Jamás vas a tener que hacerlo de nuevo, ahora yo seré el encargado de cuidar de tu placer y te daré de este como la reina que eres. Te haré gemir y llorar, solo de deseo. Seré el dueño de tus orgasmos —hundió su rostro en mi pecho y gimoteó.
—Lo siento —se disculpó por algo que no hizo.
—No te disculpes, cariño, no lo hagas cuando no has hecho nada malo —dejé un beso en su frente.
—Mi vida ha sido tan difícil pero desde que te conocí todo ha cambiado para mí. En tan poco tiempo me has hecho sentir como una reina —seguía gimoteando.
—Eres una reina, Bea y quien diga lo contrario se las va a ver conmigo —levantó la cabeza y sonrió.
—Gracias, gracias —se incorporó arriba de mí, con sus piernas a cada lado de mi cuerpo.
—No tienes nada que agradecer —bajé mis manos a su trasero. Era pequeño pero bien definido. Sus pezones se transparentan bajo la delgada tela de su blusa —. No sabes cuánto había deseado esto, quería probarte y descubrir tu sabor.
—¿Y te gustó? —cogió mi barbilla entre sus dedos.
—Me encantas cada día más —de nuevo sonrió satisfecha.
Ahora más que nunca deseaba que la primera vez de Bea fuera especial, quería algo original para ella, que se sintiera bien y relajada. Nuestra primera vez tenía que ser inolvidable y no un mal momento que ella deseara olvidar con el paso de los años.
Todo este tiempo fue reprimida, sus deseos pisoteados para complacer a los demás, su pasión y excitación quedó de lado cuando empezaron a vender su cuerpo.
—¿Te puedo hacer una pregunta? —inquirí.
—Sí.
—¿Hace cuánto que no tenías un orgasmo? —se quedó pensando.
—Ni siquiera recuerdo si tuve uno, a lo mejor si lo tuve pero no se sintió como hoy.
—¿Ah no? —enarqué una ceja.
—No —deslizó sus manos por mis brazos —. Tú eres especial, me haces sentir bien y no me obligas a nada que yo no quiera.
—Nunca te obligaré a nada, Bea. Tú mandas aquí, eres la jefa.
—Tú eres el Don, tú mandas aquí —insistió.
—Nada de eso, la última palabra la tienes tú, mi amor. Nadie más que tú —puso sus manos en mis mejillas, se acercó para dejar un tierno beso sobre mis labios.
—Me gusta como me haces sentir, me cuidas y me tratas tan bien —sostenía sus caderas entre mis manos.
—Mereces eso y mucho más —se bajó y rodó a mi lado.
Ya dormía en mi habitación, que ahora era de ella también. Me puse de pie y cogí su pijama junto con sus bragas para ponerlas en su lugar.
—No me consientas de esta manera o harás de mí una niña caprichosa —me senté a su lado.
—No puedo evitar no consentirte, te amo tanto que te bajaré las estrellas si me las pides.
—Yo también te amo, Vitale.
Apretó sus labios a los míos, se separó y apoyó su cabeza en mi hombro.
—Mañana van a traer los resultados de la prueba, ¿estás nervioso?
—Un poco, la verdad. Alessia no se ha comunicado conmigo y temo que su padre le haya hecho algo —cogió mi mano.
—¿Crees que ya sepa que tiene una hija contigo?
—No creo porque de ser así ya estuviera aquí buscando guerra, queriendo matarme a como dé lugar —apretó mi mano.
—No quiero que nada te pase —soltó un suspiro.
—Nada me va a pasar, siempre voy a encontrar el camino para llegar a ti —se separó y nos miramos a los ojos —. Hay una oportunidad de hacer algo para deshacernos de Massima para siempre.
—¿Qué?
—Hablar con el Don de la Camorra, aliarnos a él para destruir a Massima. Él al igual que yo ha tenido muchos problemas con Massima y está harto de sus condiciones para pasar mercancía por su territorio.
—¿Y por qué no lo haces? —me rasqué una ceja.
—Es peligroso pero solo así puedo asegurar tu seguridad y la de Isabella —parpadeó.
—Yo te apoyo en todo lo que decidas hacer, siempre vas a contar conmigo.
Bea había llegado a mi vida en el momento correcto, no antes, no después. Y por más que me hubiera gustado no perderla de vista por algo nos habíamos encontrado ahora, cuando los dos nos necesitábamos sin buscarnos.
****
Al otro día las personas que vinieron días atrás para tomar las muestras de ADN regresaron, pero solo para entregar el sobre con los resultados. Samuele fue quien recibió el sobre y lo sostenía entre las manos. No quería saber lo que venía dentro y estaba aterrado de los resultados, más que nada que Isabella no fuera mi hija y no poder cuidarla de Massima, porque seguiría siendo su nieta.
—Ábrelo de una vez —le dije a Samuele. Estaba sentado frente a mí en el otro sofá.
Bea estaba sentada a mi lado e Isabella en mis piernas. Hoy llevaba puesto un lindo vestido de color rojo con unos suaves zapatos del mismo color. Bea se encargó de bañarla junto a mi madre, le puso crema para bebés y la ropa. Salió con ella al jardín para mostrarles las flores que tanto le gustaban.
Samuele rasgó el sobre con los dedos y sacó una hoja dejando el sobre de lado. Sus ojos iban de un lado de la hoja al otro, estos se abrieron y supe de inmediato que estaba leyendo los resultados.
—¿Qué dice? —preguntó mi madre, al borde del colapso. Todos estábamos en la sala, esperando una respuesta. Hasta Aslan estaba aquí, ya que para Samuele era parte de la familia.
—Es tu hija —murmuró mirándome a los ojos —. Dice que la compatibilidad es de un noventa y nueve punto nueve por ciento —se puso de pie entregándome la hoja. Leí rápidamente entre líneas y al final confirmaba lo que Samuele ya nos había dicho.
—Es mi hija —miré a Bea, a mi madre y a mi abuela. Las tres sonrieron, confirmando algo que ya suponían era verdad.
—Lo sabía, lo sabía —mamá se llevó las manos a la boca.
—La sangre llama, hijo —asentí y dejé un beso en la frente de Isabella.
—Por eso no llora tanto, sabe que eres su padre. Aunque su mamá no esté sabe que contigo está segura —añadió mi madre.
Metí mis manos bajo los brazos de Isabella que se chupaba una mano. Apoyó sus pies en mis piernas, ahora entendía porque mi madre no la alejaba o siempre quería estar a su lado, es su abuela y sentía este amor por su nieta.
—Te juro que te voy a cuidar con mi vida. Eres mi princesa, Isabella, la princesa de esta casa —la abracé con delicadeza —. Mi niña —murmuré.
—¿Qué vas a hacer ahora? —preguntó Samuele.
—Chiara —la llamé. Se mantenía a una distancia prudente pero cerca por si la necesitaba,
—Dime.
—Llama a Rossi, agenda una cita con él y dile que es importante —asintió y se quedó en su lugar.
—¿Lo harás? —mi hermano me miró expectante. No terminaba de creer que por fin haría negocios con el Don de la Camorra, pero ahora, al comprobar que Isabella era mi hija tenía que cuidarla de todos y de todo, hasta de su propia familia.
—Lo haré —sonrió feliz al saber que haría algo que él me sugirió y que anhelaba tanto como yo.
Fio
Samuele me dijo que me vistiera con algo cómodo, un vestido quizá pero no estaba acostumbrada a usar vestidos, aunque en mi closet había varios de ellos ya que Samuele le pidió a Vania comprarme ropa, zapatos y joyería.
Escuché algunos golpes en la puerta, me giré y descubrí a Samuele bajo el umbral de la puerta. Sonrió al verme y puso un pie dentro.
—Te ves muy bonita —se acercó y puso sus manos en mis brazos —. Por fin usaste uno de esos vestidos.
—Sabes que no soy fanática de los vestidos pero me dijiste que usara algo lindo —puse mis manos en su pecho.
Con Samuele me sentía protegida, amada y comprendida. A su lado no había más miedo o temor, sabía que no era bueno y que quizá podía encontrar a alguien diferente pero la cosa era que no quería a nadie más que a él, solo lo necesitaba a él.
—Ya te dije que te ves hermosa —insistió.
Quería hacerle muchas preguntas pero lo mejor para mí y mi salud mental era no saber nada que tuviera que ver con ese bastardo, o de mi madre. En las noticias no había nada con respecto a él y era raro que mi madre, queriéndolo como decía quererlo, no hubiese puesto una denuncia por la desaparición de su amado esposo. Se preocupaba más por esa basura que por mi padre, con el que se casó y al que le juró amor eterno.
—¿Cómo te sientes? —preguntó.
—¿Cómo te sientes tú? —suspiró.
—Bien, mejor. En paz —se escuchaba tranquilo.
—Gracias —lo abracé y rodeó mi cuerpo con sus brazos —. Por todo lo que haces por mí, no tengo como pagarte todo esto.
—Me basta con que estés bien y ya, no pido más, cariño.
¿Cariño? ¿Él me dijo cariño?
—¿Me dijiste cariño? —pregunté trémula. No me atrevía a mirarlo a los ojos.
—Sí, lo hice y no me arrepiento de nada —sonreí.
—Quisiera poder darte más de mí pero no puedo...tengo miedo, mucho miedo.
—Oye —puso dos dedos bajo mi barbilla, obligándome a mirarlo a los ojos —. No te pido nada, Fio tampoco necesito más de lo que ya me das. Te dije que te quiero ver libre, sana y feliz, con eso soy feliz. No quiero otra cosa de ti.
—¿Hablas en serio? —asintió.
—Sí y por eso te tengo una sorpresa —cogió mis manos entre las suyas y me condujo por el pasillo escaleras abajo. Me llevó a la sala donde Anto esperaba sentada en uno de los sofás.
—¡Fio! —se puso de pie al verme. Nos abrazamos con efusividad, mi corazón latía feliz, su abrazo se alargó y empecé a llorar.
—Anto, te extrañé tanto —murmuré —. ¿Cómo llegaste aquí?
—Samuele me llamó y me dijo que alguien iría a mi casa para venir a verte. No podía decir que no, necesitaba verte, saber que estás bien —tragué el nudo que tenía en la garganta.
Nos separamos. Sentía que había pasado una eternidad desde que nos vimos por última vez, habíamos hablado por videollamada pero no era lo mismo.
—Le voy a decir a Chase que les lleve las botanas al jardín —le sonreí a Samuele y no tardó en abandonar la sala, dejándonos solas.
—¿Él es Samuele? Lo recordaba diferente, quizá por lo que pasó aquella noche —asentí.
—Todo este tiempo se ha portado tan bien conmigo, me ha cuidado, me compró ropa, zapatos y joyería —sostenía las manos de Anto entre las mías.
—Te ves hermosa, divina. Amiga, este tiempo lejos de casa te ha hecho tan bien —sentí un nudo en mi pecho.
—No te puedes imaginar todo lo que ha pasado —me entregó su brazo para engancharme a este —. Pero dime como están tus padres, tus hermanos.
—Te extrañan mucho pero saben que estás bien, mejor de lo que estabas en tu casa —sonreí. Sus padres eran buenas personas que no se merecían estar en la situación en la que se encontraban.
—Tengo algo que decirte —salimos de la casa.
—¿Es algo malo?
—Primero respóndeme algo. ¿Por qué no me dijiste que Alonzo te estaba acosando? ¿Eh? Muchas veces te pregunté si lo habías visto y me decías que no —frunció los labios en una mueca.
—Ya tenías demasiadas preocupaciones para agregar una más. Además nunca me hizo nada.
—Pero era un violador, me hizo mucho daño y podía hacerte lo mismo. No me hubiera perdonado que te tocara, a ti no —me miró y sonrió.
—Gracias por preocuparte por mí, pero ya no lo he visto —fuimos hacia la mesa de jardín donde había una jarra con agua, dos vasos y botanas.
—De eso quiero hablar contigo —tomamos asiento para quedar una frente a la otra.
—¿Qué pasa? —Serví agua en los vasos.
—Samuele y Vitale se hicieron cargo de eso —enarcó una ceja. Se veía confundida, preocupada.
—¿A qué te refieres? —cogió un vaso con agua y le dio un sorbo.
—Lo sacaron de la casa de mi madre y se lo llevaron...
—Para hacerle algo malo, supongo —asentí —. Bueno, me gustaría decir que siento pena por él pero la verdad es que se tiene bien merecido todo lo que le pasa y tu madre debería pagar también por no ayudarte.
—Hay veces que he querido ir a buscarla y decirle que estoy bien sin ella y que todo este tiempo no la he necesitado —musité. Era mi madre pero nunca se había portado como una, parecía que me tenía odio y que disfrutaba verme sufrir.
Nunca creyó en mí, en ninguna de mis palabras, nunca me amó. Obtuve mucho más de otras personas que de mi propia madre, tal vez lo fue de nombre porque sus actos eran los de una enemiga hacia su propia hija.
—¿Y por qué no vas y se lo dices? Ahora que Alonzo no está puedes ir y estoy segura que Samuele no te va a dejar ir sola —sentí escalofríos al pensar en verla.
—No sé, no sé si quiero verla. Me odia y yo...
—¿Tú también la odias? —negué.
—Es mi madre, no importa que tan mala haya sido o cuánto me odie yo la quiero —jugaba con la orilla del vaso.
Quizá Anto tenía razón e ir a ver a mi madre era lo correcto, pero todavía no podía poner un pie en esa casa, había tantos malos recuerdos ahí que la sola idea de entrar y rememorar todo me daba miedo.
—Desde que llegué aquí no he salido, tengo miedo —le admití a Anto.
—Te entiendo y está bien pero algún día te tienes que enfrentar a ella, lo sabes, ¿ no?
—Estoy más que consciente y sé que así tiene que ser, pero ahora no quiero verla. Al menos no por ahora —Anto me sonrió.
—Mejor dime que como te ha ido. Esta casa es enorme, el jardín es hermoso y se ve que Samuele te quiere mucho.
—¿Eso crees?
—No hay que ser tan inteligente para darse cuenta que le gustas —su rostro se puso serio cuando no dije nada —. ¿Él te gusta?
—Sí, me gusta pero tengo miedo. No sé si sea capaz de entregarme por completo a alguien. No sé si algún día mis traumas se van a ir y no sabes como me aterra pensar que no podré ser feliz.
—Oye —deslizó su mano por encima de la mesa y cogió mi mano —. Me dijiste que estás yendo a terapia y que llevas un buen avance —asentí —. Entonces no te des por vencida tan rápido. Un día podrás dejar el pasado de lado, pero tienes que creer más en ti.
—Tú crees en mí más de lo que yo lo hago —me sonrió.
—Soy tu mejor amiga, Fio, siempre voy a estar a tu lado. Aunque por lo que me has dicho también Bea es tu amiga —entorné los ojos —. No me mires así, yo te vi primero.
—No te pongas celosa, Anto, siempre vas a ser mi mejor amiga.
Anto se quedó a la comida y conoció a Bea, le agradó y las dos se cayeron bien. Me hacía feliz saber que mi mejor amiga y mi nueva amiga se agradaran porque ahora que Anto no corría peligro nos podíamos ver más seguido, además de que por lo visto Bea iba a vivir aquí ya que oficialmente era la novia de Vitale y yo, bueno yo todavía no sabía que iba a pasar conmigo y con Samuele, éramos muy jóvenes para decir que estaríamos juntos de por vida pero no quería pensar en el futuro solo tenía el presente y estaba más que segura que quería estar aquí con todos ellos que se habían portado como una familia para mí.
Escuché golpes en la puerta y al girarme Samuele venía entrando a mi habitación.
—Desde que Anto se fue has estado pensativa —caminó hasta quedar frente a mí.
—Anto me dijo algo que me dejó pensando —cogió mis manos.
—¿Puedo saber que te dijo?
—Que tal vez ir a ver a mi madre ayude un poco —me encogí de hombros.
—¿Y tú quieres ir?
—No sé —mi voz se rompió. Me llevó hacia la cama y se sentó a mi lado.
—Yo te apoyo en lo que tú decidas hacer y si quieres ir a verla yo te acompaño. No te voy a dejar sola, mucho menos con ella.
—Gracias —ladeó la cabeza.
—¿Por qué?
—Por todo lo que haces por mí, no tengo cómo pagártelo.
—Nunca te he pedido que lo hagas. Solo quiero verte libre de las cadenas que te ataban, de los fantasmas del pasado, de tus traumas. No deseo nada más para ti que tu felicidad —con dos dedos cogió un mechón de mi cabello y se acercó.
Parpadeé un par de veces, tenía miedo, mi cuerpo temblaba por dentro, estaba aterrada. No dije nada cuando sus labios se apretaron a los míos, se movieron encima buscando abrir mi boca para corresponder a su beso y cuando me di cuenta de que no quería llegar a más abrí lentamente mis labios dejando entrar su lengua en mi boca.
Aquel beso fue lento, suave y dulce, no había intenciones ocultas detrás, solo era un beso que había deseado pero dudaba mucho que fuera a pasar, pero ahora estábamos aquí, él a mi lado cogiendo mi mano, besando mis labios.
—No sabes cuánto había deseado esto —confesó. Apoyó su frente contra la mía y sonreí.
—¿Ah sí? —asintió —. ¿Cuánto?
—Mucho, y fue mucho mejor de lo que me imaginé —subí mi mano a su mejilla dejando una suave caricia
🌹🌹
Síganme en mis redes sociales para adelantos.
Twitter:
elena_santos92
Instagram:
elena_santos.92
librosdeelena
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro