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Capítulo 13 🌹

Beatrice

Habían pasado dos días desde el atentado que sufrió Vitale. El doctor le dijo que tenía que guardar reposo pero era tan necio que ya había salido de su cama y bajó las escaleras, aún quejándose por la herida que no había sanado del todo.

—Vitale —insistí una vez más para que regresara a la cama pero era inútil hacerlo cambiar de opinión —. No deberías estar haciendo esto —nos detuvimos unos segundos en las escaleras.

Tenía la mano en la herida.

—Llevo dos días en esa cama, tengo que tomar aire fresco —se quejó. Sostuve su brazo con cuidado y seguimos bajando lentamente hasta que estuvimos abajo.

—Eres tan necio. Tu mamá se va a enojar conmigo—me miró y sonrió.

—Nadie se podría enojar contigo —sostuvo mi barbilla con dos dedos y se acercó para dejar un casto beso sobre mis labios.

—De todos modos, no deberías caminar...

—No me va a pasar nada, Bea —dimos un paso para ir a su despacho pero la puerta de la casa se abrió y detrás salió madame Ricci. Al verla casi suelto a Vitale pero me contuve y solo sonreí.

—Donna —pronunció su nombre y después soltó un quejido.

—Eres un niño testarudo y necio —cerró la puerta y se acercó a nosotros —. ¿Cómo estás querida? —nos saludamos con un beso en la mejilla.

—Estoy muy bien, madame Ricci, ¿y tú? —puso su mano en mi brazo. Sus uñas largas y bien cuidadas cómo siempre.

—Cariño, dime Donna —pidió.

—Está bien, Donna —sonrió y me pellizcó la mejilla derecha.

—Supe lo que te pasó y tenía que venir a verte —se dirigió a Vitale —. ¿Cómo te sientes?

—Como si me hubiera pasado un camión por encima —los dos se rieron, Vitale con un poco más de dificultad —. Vamos a mi despacho.

Entramos al despacho de Vitale y lo ayudé a sentarse en uno de los sofás, madame Ricci lo hizo en el otro sofá.

—No creo que solo hayas venido a verme —madame Ricci dejó su bolso a un lado y soltó un suspiro. Me miró y por esa mirada supe que esto tenía que ver conmigo —. Lo que sea que vas a decir Bea lo puede escuchar —tiró de mi mano y me senté a su lado.

Vitale me daba mi lugar y para mí era tan importante que lo hiciera. Me sentía tan segura a su lado.

—Pues vengo con malas noticias —murmuró —. André logró entrar al club, estaba buscando a Bea pero como no la encontró se puso como loco. Amenazó con regresar y que ella esté ese día ahí. Obvio que nadie le dijo nada, antes muertos que abrir la boca.

Empecé a sentir pánico cuando madame Ricci dijo que André logró entrar al club. Pensé en la mínima posibilidad de que me hubiera encontrado ahí si no estuviera aquí con Vitale.

—No sé como le vas a hacer pero no quiero que nadie hable, que nadie diga donde está Bea —madame Ricci asintió

Pudo notar mi incomodidad por la manera en la que me aferraba a su mano, siendo esta mi único soporte ahora mismo.

—Bea...

—André es peligroso —murmuré.

—Yo soy mucho más peligroso que André, y más le vale no acercarse a ti porque lo voy a matar —zanjó. No había ni una pizca de diversión en su voz, su rostro era impasible.

Madame Ricci no se amedrenta con las palabras del Don, al contrario, se mantuvo quieta y seria en su lugar. Lo conocía tanto que sus palabras ya no le daban miedo.

—Lo haré, Vitale, nadie va a decir donde se encuentra Bea —me sonrió.

—No tienes nada de que preocuparte —sostenía mi mano con delicadeza —. André no volverá a ponerte un dedo encima. Lo juro.

Creí en sus palabras porque sabía que lo haría, que iba a cumplir con ese juramento, él me iba a cuidar de André, del maldito que hizo de mi vida un infierno todos estos años.

—¿Algo más? —preguntó Vitale. Madame Ricci negó de inmediato.

—Nada más eso, tenía que avisarte lo que está pasando en el club y venía a ver como estabas también. Samuele nos dijo lo que pasó y no podía dejar de venir —Vitale sonrió ante las palabras de madame Ricci.

—Gracias por venir, Donna —se puso de pie y cogió su bolso.

—No es nada, Vitale —me puse de pie y nos despedimos con un beso en la mejilla.

Antes de que Donna saliera del despacho, la madre de Vitale entró, al verla se borró toda sonrisa del rostro de Fran, efectuó una mueca de incomodidad y saludó a madame Ricci más a fuerzas que con ganas de hacerlo.

—Donna —la matriarca se hizo a un lado.

—Señora Schiavone —hizo un asentimiento de cabeza, se despidió de nosotros y salió del despacho.

—¿Qué haces aquí, madre? —se acomodó a mi lado y se quejó de nuevo.

Te dije que no era buena idea que salieras de la cama.

—Fui a tu habitación pero no estabas, Chase me dijo que te vio entrar aquí —miró el camino por el que se fue Donna —. ¿Qué hacía Donna aquí?

—Me trajo noticias del club —no le sorprendió pero tampoco dijo nada.

—Bien. Voy por algo para tomar —Vitale asintió y Fran salió también.

—¿Puedo preguntar algo? —me dirigí a Vitale cuando su madre salió.

—Dime.

—¿Pasa algo entre Donna y tu madre? Se puede notar la incomodidad entre ellas —quizá estaba siendo un poco imprudente.

—Donna entró a trabajar desde muy joven con mi padre, tenía quizá tu edad y era una chica muy bonita. Empezó vendiendo su cuerpo porque tenía que comer para poder vivir y papá la aceptó porque atraía a los clientes. Mamá se ponía celosa de Donna, pensaba que papá la engañaba porque empezó a confiar más en ella. Pero nunca pasó nada entre ellos, de eso estoy seguro, papá siempre le fue fiel a mi madre hasta el último día de su muerte.

Una sombra de tristeza y pena cubrió sus bonitos luceros. Todavía le dolía hablar de su padre.

—¿Algún día me vas a hablar de eso? —asintió con una sonrisa triste sobre los labios.

—Pero antes de eso tienes que cerrar tus heridas también, ¿sí? No puedes cargar con el peso de otras personas cuando todavía no sueltas tu pasado.

—Lo haré, quiero hacerlo por ti, por mí. Me gustas y quiero empezar algo contigo, quiero sanar las heridas que siguen ahí, que las cicatrices cierren. Estoy cansada de luchar —solté un suspiro —. Quiero empezar de nuevo.

Cogió mis manos entre las suyas con sumo cuidado como si yo fuera una pieza delicada que se podía romper con el más mínimo roce.

—Lo haremos juntos, yo te voy a ayudar a que así sea.

—Eres encantador y guapo, Vitale —sonrió más de la cuenta y se acercó para dejar un beso sobre mis labios. Pero nos separamos cuando Fran entró sin avisar.

—Vitale —informó asustada —. Tu abuela está aquí —miré a Vitale y sus orbes se abrieron mucho más.

—¿Qué?

—Ha llegado —Fran apoyó la espalda en la puerta —. Dios, ¿cómo le vamos a decir lo que te pasó? Se va a enojar —su rostro se descompuso.

¿Cómo le tienen miedo a una mujer de su edad?

—Tal y como pasó —habló Vitale —. Bea, ayúdame —me puse de pie y lo ayudé a levantarse del sofá. Juntos fuimos al escritorio y jalé la silla para que tomara asiento.

—Pero no es solo eso, han pasado tantas cosas y yo no le dije nada —suspiró sonoramente.

—Madre, no va a pasar nada, ¿sí? —Fran asintió.

—Voy con ella y no dudes que vendrá a verte —Vitale movió la cabeza y su madre nos dejó solos de nuevo.

—¿Debería irme? —le pregunté y como respuesta cogió mi mano.

—No, tú te quedas aquí —pasé saliva y me quedé a su lado tal y como lo pidió —. La abuela no es mala, solo le gusta estar enterada de las cosas que pasan en la familia, pero quien la manda a andar por ahí —se quejó de nuevo.

—¿Te duele mucho? ¿Quieres que vaya por tus medicinas? —dejó caer la cabeza en el respaldo de su silla y bufó.

—No, quédate a mi lado —sonrió tan dulcemente y no pude negar a sus peticiones.

El despacho de Vitale estaba alejado de la puerta principal por lo tanto era casi imposible escuchar lo que pasaba afuera, solo si alguien gritaba o hablaba muy fuerte. A veces los ladridos de Aslan se llegaban a escuchar pero si estaba cerca o en el pasillo. Pero aquel día la voz de una mujer mayor resonaron por toda la casa. Estaba preparaba para los regaños por parte de la abuela de Vitale, algún reclamo o yo que sé.

Me quedé de pie al lado de Vitale que no soltaba mi mano.

La puerta se abrió y Chase entró con las medicinas de Vitale.

—Tu abuela llegó y está que echa humo por las orejas —se acercó y dejó las medicinas junto con una jarra de agua y un vaso encima del escritorio.

—Chase, cierra la boca —se encogió de hombros y se alejó saliendo del despacho.

—¿Cómo demonios se te va a olvidar de ayer para hoy, Francesca? ¿Eh? Son mis nietos y debo saber todo lo que pasa en esta maldita casa.

—Mamá, sin maldecir —le pidió Fran.

—Yo maldigo las veces que yo quiera —zanjó.

La puerta se abrió de golpe y detrás apareció una mujer mayor de cabello canoso, corto, era mucho más baja que su hija, vestía bien. Me miró al lado de Vitale y después entornó los ojos a su nieto que se mantenía impasible en su silla.

—Vitale —se acercó a nosotros y saludó a su nieto cogiendo sus mejillas, las apretó y dejó un beso en cada mejilla —. ¿Por qué nadie me dice nada de lo que pasa en esta casa? —se escuchaba molesta —. ¿Quién es esta linda señorita?

Soltó a su nieto y cogió mis manos entre las suyas.

—Que linda niña —dijo tierna.

—Mucho gusto señora, mi nombre es Beatrice Caruso —le sonreí. De cerca no era intimidante, al contrario, se veía agradable.

—Dime, Bianca, cariño —soltó mis manos y cogió el vaso que era para Vitale, se sirvió agua y le dio un gran trago.

—¿Cómo estuvo tu vuelo, abuela?

—Cansado, hijo —jaló una de las sillas frente al escritorio y se sentó —. Había una tormenta eléctrica y ya sabes, una persona se asustó tanto que tuvieron que sedarla para que se calamara. Luego llego a casa y me dicen que tuviste un accidente —miró de reojo a su hija.

—Ya te expliqué porque no te dije, madre —Fran se quería justificar. Bianca hizo un movimiento con la mano.

—Cariño, dile a ese chico que prepare el almuerzo, muero de hambre. Por cierto, ¿dónde está mi niño Samuele?

—Trabajando, abuela. Tiene que salir ya que yo no puedo hacerlo —asintió.

—Fran, ¿sigues ahí?

—Sí, madre —esta vez se giró por completo a su hija.

—Ve y dile a Chase que prepare el almuerzo —Fran salió rápidamente —. Y tú llámale a tu hermano, quiero estar en familia.

—Como órdenes —cogió el teléfono para llamarle a Samuele.

—¿Y tú qué haces aquí? —me preguntó —. Digo, es que no sé quien eres, cariño. No me malinterpretes.

—Es una larga historia, abuela —respondió Vitale.

—Lo bueno es que hay tiempo para que me cuentes —Vitale habló con Samuele y le dijo que su abuela estaba aquí y lo mejor era regresar de una vez por todas a la casa.

Bianca era una mujer refinada, educada y agradable, esperaba llevarme bien con ella porque era alguien muy importante en la vida de Vitale al igual que lo era su madre. Las dos mujeres eran uno de los soportes en la familia Schiavone, si no teníamos la aprobación de una de las dos entonces nuestra relación no iba a dar para más.

Samuele

La abuela había regresado en el peor momento. Pensé que iba a tardar mucho más en regresar, en darse cuenta de lo que estaba pasando en esta casa, mamá no le había dicho nada de esto y al llegar se llevó una gran sorpresa al ver a dos chicas aquí cuando antes éramos nosotros nada más.

—Así que Beatrice y Fiore —habló la abuela.

Tuve que venir rápido a la casa para almorzar con ella, porque prácticamente lo ordenó.

—Sí —habló Vitale —. Beatrice y Fiore —miró a las dos chicas y les sonrió.

—No sé que es lo que pasó antes pero les aseguro que aquí no les va a faltar nada —aseguró —. Mis niños son unos caballeros, atentos y educados —señaló —. Y sino es así solo me dicen para ponerlos en su lugar.

—Abuela, por favor —le pedí.

—¿Qué? —se encogió de hombros —. Nunca es tarde —siguió almorzando como si nada.

A veces podía ser un poco...comunicativa pero era una buena persona. Siempre ayudaba a los demás apoyando a organizaciones, donaba dinero a casas hogar, donaba ropa y comida a las personas con bajos recursos. Para mí era la abuela más divertida y buena de todas, al menos lo era para mí.

—¿Cuándo me iban a decir lo que le pasó a Vitale? —se dirigió a mi madre.

—Cuando estuviera mejor, no tenía caso avisarte sino podías hacer nada —se justificó mamá.

—Ya sé, pero pude regresar antes y estar aquí para ayudar. Saben que puedo ser muy útil —mamá negó con la cabeza —. No soy tan vieja tampoco.

—Nadie dijo eso, abuela —le sonrió a Vitale —. Pero estoy bien —le entornó los ojos.

—Te voy a creer.

Aunque nadie le creía, todos sabíamos que no se sentía bien del todo pero Vitale no estaba acostumbrado a no hacer nada. Él era el Don y por ende lo normal era andar de aquí para allá revisando los negocios, para él estar en la cama sin hacer nada era como una tortura, pero tenía que hacer caso. Por lo pronto sería yo quien se hiciera cargo de todo.

Estaba en la habitación de Vitale, tenía que descansar pero era un necio que no hacía caso. Lo tuve que obligar a subir para que descanse un poco y que tomara las medicinas para el dolor y que no se le vaya a infectar la herida.

Miraba por el ventanal hacia el jardín donde estaba Fio, observando las flores, pasaba sus dedos por los pétalos y las olía. Aslan iba detrás de ella y la seguía a todos lados.

—¿Ella te gusta? —escuché a Vitale y no supe que decir.

—No sé —me encogí de hombros —. Ella es tan...inocente y frágil, es tan linda y yo...

—¿Tú qué? —preguntó.

—Yo soy una manzana podrida. ¿Te das cuenta, Vitale? Su vida ya ha sido demasiado cruel, ¿qué le puedo ofrecer yo? ¿Más miseria y tristeza? —me mantenía con los brazos cruzados.

—Tú no eres una manzana podrida, Samuele, eres bueno a pesar de haber crecido entre muertes y maldad. Yo creo que tú le gustas a Fio, pero le da miedo acercarse, lleva un gran peso que debe soltar poco a poco. Solo tú la puedes ayudar —me giré hacia él y me senté a su lado en la cama.

—¿Y cómo hago eso? No tengo ni idea de como ayudarle y quiero hacerlo. Creo que Fio se merece poder superar todos los traumas que ese maldito dejó en ella —apreté la mano en un puño y golpeé el colchón.

—Con paciencia y amor, es lo que ella más necesita. Lo que las dos necesitan —corrigió.

—Bea te gusta y no me lo puede negar —sacudió la cabeza.

—No, no lo niego, ella me encanta, es tan bonita y dulce a pesar de la vida que ha llevado todos estos años.

—¿Y Alessia? —pregunté con curiosidad.

—¿Ella qué? —frunció el ceño.

Hacía tanto que no hablábamos de ella, Vitale había prohibido mencionar su nombre a cómo diera lugar.

—¿Ya no sientes nada por ella? —negó de inmediato —. ¿Nada, ni una pizca?

—Nada, todo sentimiento por ella se murió el día que se fue y me dejó. Ahora a quien amo es a Bea y por ella estoy dispuesto a lo que sea. A lo que sea, Samuele.

—Fui al club y me dijeron lo que pasó con André, les di órdenes de no dejarlo entrar y si llegaba a pasar no dejarlo irse por nada del mundo.

—Que bueno que les dijiste, lo mejor es detenerlo antes de que llegue a ella —zanjó. Hablar de André no le gustaba nada.

—¿Qué harás con él? —no sé para que preguntaba si ya sabía bien lo que me iba a decir.

—¿Qué crees tú que le haré? —una sonrisa malévola se dibujó en sus labios.

—Mejor dicho, que no le harás al pobre cristiano —asintió —. Pobre de él si se atreve a poner un pie dentro —se rio llevandose la mano en la herida.

—Deberías hacer lo mismo con el bastardo que se atrevió a poner un dedo encima de Fio —se acomodó y le ayudé a poner una almohada en la espalda.

—¿Crees que no lo he pensado? Lo que me detiene es la madre de ella, tiene un puesto en el gobierno...

—¿Y eso qué? —enarcó una ceja —. Eso nunca nos ha detenido y no lo hará en este momento.

—Tengo que pensar bien las cosas —musité.

—Pues no lo pienses mucho —ladeé la cabeza —. Sabemos que esa clase de hombres no se detienen ante nada, Fio ya no está con él y...

No sigas, hermano.

—No me digas esto, Vitale —me puse de pie y me pasé la mano por el rostro, con frustración.

—Samuele, las cosas no son tan fáciles, no sabemos si ahora mismo no le esté haciendo lo mismo a otra niña, lo mismo que le hizo a Fio todos estos años o peor.

¿Peor?

Vitale se encogió de hombros pero lo que me dijo me dejó una sensación amarga en el estómago, no dejaba de pensar en cada una de sus palabras. Alonzo era una mala persona que no merecía respirar, tenía que pagar lo que le hizo a Fio y lo pagaría con su sangre.

Salí a pasear por el jardín para intentar dejar de lado lo que estuve platicando con Vitale, aunque era imposible hacerlo.

—Hola —llegué al lado de Fio y me senté a su lado.

—Hola —me sonrió. Se pasó un mechón de cabello detrás de la oreja, apenada.

—¿Qué te parece mi abuela?

—Ella me agrada, habló conmigo después de almorzar, es una buena persona —musitó.

—Lo es, ayuda a los demás siempre. Deberías ayudarle para que te distraigas un poco, estar aquí encerrada puede llegar a ser aburrido.

—Yo no me aburro —sus manos se asieron al filo de la banca —. Me gusta estar aquí, no quiero salir porque temo que Alonso me encuentre —murmuró con la voz rota.

—Ese imbécil no te va a poner un dedo encima, ya no —puse mi mano encima de la suya y le di un apretón.

—¿Lo juras? —me miraba a los ojos. Los suyos tenían esa chispa de inocencia, pureza y bondad.

—Lo juro, Fio —sonrió.

Nos quedamos en ese lugar sin decir nada, la compañía del otro bastaba para entender lo que pasaba entre los dos, porque aunque yo me negara la verdad es que Fio me gustaba pero no quería lastimarla, era una niña rota que necesitaba solo amor y paciencia, no estaba seguro de que yo le podía dar todo eso, pero lo iba a intentar.

—Me dijo mamá que mañana va a venir la psicóloga para que empiecen con las terapias —asintió y soltó un suspiro.

—Tengo miedo —aceptó y me atreví a mirarla.

—¿Miedo de qué?

—Miedo de revivir todo lo que me hizo, miedo de decirle a alguien más el infierno por el que tuve que pasar —negó con la cabeza y empezó a llorar —. No quiero revivir nada de eso.

—Oye —rodeé sus hombros con mis brazos y la atraje a mi cuerpo —. No va a pasar nada, ¿no quieres liberarte de esta carga de una vez por todas? ¿No quieres empezar de nuevo?

—Sí, sí quiero —puse dos dedos bajo su barbilla obligándola a mirarme —. Lo anhelo más que a nada en este mundo.

—Entonces tienes que hacer esto si quieres empezar de nuevo, soltar para poder vivir, Fio, ¿sí? Yo estaré contigo, en todo momento, no te voy a dejar.

Su barbilla temblaba y sus ojos estaban empañados en lágrimas.

—¿Lo harás?

—Sí —le sonreí. Pasé mis pulgares bajo sus ojos —. Voy a estar contigo en todo momento.

—Gracias, Samuele —apoyó su cabeza en mi hombro y siguió llorando. Verla así me provocaba querer abrazarla, apapacharla y cantarle una canción para aminorar su dolor. 

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¡Hola! Regresamos con las actualizaciones de esta historia, en el próximo capítulo va a explotar la bomba que les dije desde la otra vez, no se lo esperan. Síganme en Twitter para adelantos.

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