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1._Capitulo Único


Era una noche ventosa de diciembre, pero dentro de ese sótano acondicionado como bar el ambiente era un tanto caluroso. Él sabía que ella estaría ahí. Esa mujer amaba ese tipo de lugares bohemios y con esas bandas de jazz con aire a cabaret de los años cuarenta. Él siempre se mostró indiferente a los gustos musicales y ambientales de ella, pero le ponía atención a sus preferencias. Aunque esa mujer no parecía darse cuenta de eso o fingía no darse cuenta de eso. Con Mary nunca podía estar seguro de cuanto sabía y de cuanto no. A ratos eso le era molesto, muy molesto.

Ese mundo se le hacia tan simple y caótico a la vez a aquel dios que no solo atravesó un universo para llegar ahí, sino también, por primera vez, se mezclo entre esa gente extraña. Siempre imaginó que de hacer eso su presencia provocaria un escándalo, pero Mary le decía que había sitios donde pese a su aspecto no llamaría ni un poco la atención. Esa noche lo confirmo. Con suerte voltearon a verlo mientras descendía por la escalera y mientras se abría paso entre la gente algunos le sonrieron divertidos nada más. Todo el mundo estaba metido en sus propios asuntos como para interesarse en un sujeto con disfraz. Los parroquianos tenían su escaso interés puesto en una conversación pretenciosa, para ligar a alguna chica, o en dar vueltas al compás de la música.

En la estrecha tarima la vocalista del grupo agitaba su falda, mientras cantaba, enseñando unas piernas cubiertas por unas medias negras y con un delicado encaje. Ella le giño un ojo, él la ignoró para quedarse de pie junto al escenario buscando a esa odiosa mujer a quien no tardó en encontrar. Llevaba puesto un vestido negro sencillo que descubría su espalda. Y en esa fracción de piel desnuda reposaba la mano de un extraño con el que ella estaba bailando.

Verla bailar con otro no le provocó ningún disgusto. Sin prisa se fue a sentar sobre una mesa vacía que todos ignoraban por estar desprovista de sillas y en un rincón oscuro, incómodo de ese saturado lugar. Desde allí se le quedó viendo con una paciencia que nadie podía llegar a creer alguien como él pudiera tener. Mary bailaba en brazos de un extraño, se le veía sonriente. Ella siempre sonreía cuando tenía la oportunidad de bailar esas canciones. Lo hacía por los pasillos y solitarios ángulos de su casa, de su palacio, de cualquier lugar en que se sintiera envuelta por esa pacífica y cálida soledad que solía buscar por los recobecos del mundo.

Mary no lo había visto. Bills no le sacaba los ojos de encima pese a lo molesto que le resultaba todo allí. El aire estaba viciado con esa mezcla de licor, sudor y tabaco que le disgustaba a su olfato. Uno de los parlantes zumbaba haciendo de la música algo, a ratos, irritante. Pero no tenía pensado abandonar ese sitio mientras ella estuviera ahí.

Habían tenido una discusión. Siempre tenían discusiones, pero esa fue diferente. Esa le tocó una de sus fibras más internas. Una tan escondida como olvidada y sucedió en un momento tan íntimo que abrió una fisura demasiado grande para solo ignorarla. De casualidad ella miró hacia donde él estaba y su sonrisa se borró, pero no se apartó del sujeto con el que bailaba. Bills le sostuvo la mirada sin lograr que Mary se sintiera incómoda o molesta por su presencia. Si estaba algo sorprendida, mas no fue hacia él. Siguió bailando como si no le hubiera visto, casi como si lo estuviera desafiando. Bills no respondió permaneciendo al amparo de las sombras observando como el pelafustan ese tocaba a su mujer. Aunque lo hacía de manera tan torpe que lejos de hacerlo enojar, lo hacía reír. El tipo era un tonto. Un imbécil posiblemente. Apoderándose del vaso de whisky de un descuidado, Bills descanso su cabeza en su mano y siguió vigilando a la mujer. Que odiosa podía ser Mary cuando se enfadaba. Casi prefería que le gritara en lugar de que tomara esa actitud de dama orgullosa ofendida.

El baile terminó e inicio otro, pero Mary fue a sentarse a una de las butacas. Desde allí podía ver a Bills bebiendo con su mirada puesta en ella que giro el rostro a otro lado y pronto estableció una charla con su compañero, mas esos ojos no la dejaban en paz. La banda había hecho una pausa para reformar al grupo e interpretar otro tipo de música que pronto inundó el lugar sacando parejas a la pista. Ella se abstuvo de salir a bailar en esa oportunidad para ir por sus cosas y retirarse. La presencia de Bills no fue de su agrado en esa oportunidad. Al avanzar hacia la salida perdió de vista al dios y se apresuro en cruzar la puerta para ir a tomar un taxi. Para llegar a la parada tenía que pasar frente a un callejón del cual una fuerte brisa la golpeó agitando su vestido y su cabello. Amparándose los ojos, Mary miró hacia al interior del pasadizo descubriendo a Bills sentado sobre un bloque de concreto que evitaba algún vehículo pasará por ahí. Su figura casi blanca gracias a la luz de una vieja lámpara, que pendia de un gastado alambre, contrastaba con el marchito cartel publicitario de una película que había sido puesto sobre la pared de ladrillos. Pero lo más llamativo de todo era el cigarrillo que Bills sujetaba en su boca y cuyo humo se desintegraba en el viento.

Mary no fumaba. Pero en ciertas ocasiones quemaba un cigarrillo y el que Bills estuviera haciendo eso fue lo que la invitó a acercarse. Sus zapatos producían un eco claro que terminó cuando llegó a un metro de él que con un aire orgulloso la miró de reojo para quitar el cigarrillo de su boca y dejarlo colgando de su mano. No le fue difícil conseguir uno de esos al interior de ese lugar, cuya música llegaba amortiguada hasta ese callejón que no estaba sucio ni olía mal, pero cuyos muros estaban tan cubiertos de papel que parecían estar derramando cera de vela derretida.

–Siempre te estás quejando que cuando enciendo un cigarrillo todo queda oliendo a humo– le dijo Mary.

Bills apagó el tabaco y lo arrojó a un bote de basura del otro lado del callejón. Con suavidad descendió del bloque de concreto y avanzó un paso hacia ella que levantó un poco la mirada para verle a los ojos. Él se quedó de pie frente a ella como esperando algo, pero nada sucedió. Entonces, sonríendo travieso, Bills cerró los ojos para después preguntar con ese tono meloso que sacaba a veces:

–¿Bailaría está pieza conmigo, señorita?

Mary siguió la mano de Bills, que acercó a ella, con una expresión un tanto boba. Y es que la primera idea que pasó por su cabeza fue que él le estaba jugando una broma, pues Bills nunca fue galante con ella. Desde que se conocieron su trato fue bastante natural, brusco a ratos y sobretodo pasional. Mary se quedó inmóvil,
titubeante.

–Por favor...– insistió inclinandose un poco hacia ella en un gesto señorial.

La muchacha terminó extendiendo su mano a la de él con curiosidad. Cuando Bills sintió el toque de esos dedos, los acercó a su boca como si hubiera querido besarlos. Mary arqueó una ceja en respuesta y se medio encogió de hombros. La situación le era por lo bajo extraña. Impropia de los dos, mas se dejó llevar acabando pegada a Bills que puso una mano en su espalda a la altura de la cintura obligandola a descansar la suya en el hombro de él, que muy suavemente comenzó a moverse al ritmo de esa canción que era un murmullo entre los centenares de murmullos de esa ciudad tan grande para ella, pero tan diminuta para él.

El suave vaivén de aquella danza clandestina comenzó a embriagar los sentidos de ambos. El calor de sus cuerpos, los aromas de sus pieles, el ritmo de sus respiraciones, de sus corazones se fueron fundiendo en aquella cadencia a la tenue luz de una farola que comenzó a parpadear, haciendo el paisaje más difuso para los dos. Hasta la música pareció desaparecer, aunque la verdad la banda había dejado de tocar al interior del local en el subterráneo. Sin embargo, la grave voz de Bills extendió las notas para postergar ese momento un poco más. Él murmuró la canción acelerando el ritmo de forma lenta, sutil, pero constante lo que obligaba a hacer de sus pasos algo más amplio, más ligero y al mismo tiempo más fuerte. Se abrió un espacio entre los dos. Una distancia necesaria para que de tanto en tanto, ella girara sujeta de su mano y rodeada por su brazo, como una luna que órbita un mundo. Cada cual a su compas, pero juntos entre las tinieblas del espacio.

Oír murmurar una canción a Bills no era algo extraño. En ocasiones hacia eso, pero que lo hiciera para ella era nuevo. Y que lo hiciera así, sonríendo, disfrutando de expresar ese lado de él sin duda era un evento especial. Mary se contagio de ese ánimo jovial de Bills y se le dibujo un sonrisa amplia, como pocas veces él había visto. Ella sonreía sí, pero que enseñará esa dentadura blanca no era usual. Que sus ojos se poblaran de esas luces coquetas tampoco era algo que sucediera fácilmente. Mary podía ser sensual cuando se lo proponía, pero en ese momento tenía un matiz diferente.

Una media vuelta que abrió ese vestido como un paraguas dejó a la mujer con la espalda pegada al frente de él que le atrapó las manos, creando unos eslabones que los aprisionaron a los dos que bajaron la intensidad de aquel acompasamiento que se estaba haciendo más caluroso. Y es que esa postura y roce de sus cuerpos avivaba esa llama tan propia de los bailarines. El hombro pálido de Mary brillaba un poco bajo la luz de aquel foco que peleaba por no apagarse. Bills bajo un poco la nariz para respirar en esa zona que ella amplió estirando el cuello y bajando un poco el brazo. El murmullo de Bills llegó más nítido a su oído en ese momento. Su aliento le hizo cosquillas en la oreja y juguetona levantó los brazos para terminar la vuelta y quedar de frente a él.

El dios apretó esa cintura contra la suya mientras Mary subía los brazos hacia su cuello para quedar suspendida de allí...

–Siente lo que provocaste– le dijo Bills al apretarla un poco más contra su cuerpo.

–No me culpes de tus debilidades– respondió la mujer al sentir aquella inquieta pelvis contra la suya.

Bills se sonrió taimado y le tomó la barbilla con los dedos, poniendo su dedo pulgar casi en los labios de Mary que sujeto su mano con ternura y así mismo le miró antes de cerrar los ojos para decir un vocablo que quedó suspendido en su boca al oír dos palabras:

–Feliz cumpleaños...

Lo siguiente que Mary escuchó fue el chasquido de dedos de Bills y el foco estallando dejándolos al amparo de un ángulo oscuro en que la danza se extendió un poco más, al compás del rumor de la voz del dios que finalmente le dio a esa mujer el obsequio que ella se atrevió a reclamar y que solo por tratarse de ella él estuvo dispuesto a dar.

El viento de la noche llevó aquel vals por toda la ciudad, pero nadie oyó ni un poco más que la canción que en un suspiro dejo de sonar.

Fin.

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