LA MUJER DE MIS SUEÑOS
-¡Cariño! -exclama mi querida esposa, Belén, cuando abro la puerta. Tiene una gran sonrisa en su rostro que muestra sus dientes-. ¡Bienvenido a casa! -añade mientras extiende sus delgados y pecosos brazos hacía mí. Sin dudarlo ni un instante, la estrecho entre mis brazos y huelo su agradable colonia a girasoles.
-Te he echado de menos -murmuro con mi cara escondida en el punto en donde se une su cuello y hombro.
-Yo también -ella se aparta un poco hacia atrás, pero sin dejar de abrazarme. Me mira con esos hermosos ojos azules que tiene-. Te he preparado tu comida favorita. ¡Tortilla de patata!
-¡¿De verdad?! -Belén asiente con la cabeza de tal manera que sacude su largo cabello naranja. Yo suelto una carcajada y la beso en la frente-. ¡Muchas gracias, querida!
Mientras cenamos, le cuento como me fue en la salida con mis compañeros de trabajo, que también son mis amigos. Belén no pudo venir, porque no se encontraba bien. Últimamente le vienen algo de náuseas.
-¿Te encuentras mejor ahora? -le pregunto antes de llevarme otro pedazo de tortilla a la boca.
-Sí, gracias... -responde, para desués agachar la mirada-. Lorenzo...
-¿Sí, querida?
-Tengo algo que decirte... -sus enormes ojos brillan como zafiros y una sonrisa adorna su redonda cara. Agarro mi copa y tomo un sorbo de vino justo cuando ella dice-: ¡Estoy embarazada!
Yo me atraganto, y comienzo a toser de forma violenta. Belén se asusta y rápidamente se levanta para acercarse y darme palmaditas en la espalda.
-¡Lo siento! ¿Estás bien?
-Sí, sí, no te disculpes... -respondo mientras me pongo de pie y la tomo de las manos. Siento mis mejillas arder de la emoción-. Belén, no lo puedo creer... ¡Es maravilloso!
-Hasta a mí me cuesta creerlo -confiesa entre risillas, antes de rodearme el cuello con sus brazos-. Te amo.
-Yo también.
Y tras ese romántico intercambio, compartimos un dulce beso. Siempre he adorado sus labios, que tienen un sabor a fresa por el bálsamo que usa.
Tras terminar de escribir esa última línea, agarro mi taza de café y tomo un sorbo, dejando la taza blanca vacía. Lo dejo sobre su platillo mientras resoplo, para después masajearme las sienes. ¿Qué hora era ya? Miro la hora en mi reloj de muñeca; eran las 11 y cincuenta y cinco. Resoplo. Últimamente me la paso tan inmerso escribiendo, que las horas pasan volando. Antes solía escribir unas dos horas y después tomarme un descanso para hacer otras actividades, como ir al parque y pasear por sus hermosos jardines, o ver una película en casa.
Pero he estado tan deprmido últimamente... Y me he sentido tan sólo... Y mi añoranza va creciendo sin parar... Esta historia es lo único que me hace olvidar de lo miserable que soy, y me engañaba pensando en que había logrado quedarme con la persona que amo.
Belén...
Por las noches sueño con ella, que estamos felizmente casados en una bonita casa color crema en un campo lleno de girasoles, mientras comemos tortilla de patata y reíamos recordando nuestra infancia.
<<¡Hey, Lorenzo! ¿Recuerdas cuando tú y Julio queríais jugar a mamá y papá con esa niña, Lucía? ¿Pero los dos queríais ser el papá y acabásteis peleando y tirándoos arena el uno al otro?>>
<<¡Sí, sí! Ella se hartó y se fue a jugar con Pablo>>
Risas.
Ay... Quizás por soñar, tanto con los ojos cerrados como abiertos, me he convertido en escritor. En sus historias, soy como un Dios, en donde podía decidir que sucedía y que no. Así que decidía que el protagonista al final era feliz, a pesar de todo el sufrimiento. Que la mujer de sus sueños se daba cuenta de que ya no amaba a su marido, y ambos escapaban juntos para ser felices por siempre.
Pero claro, tuve que añadir algunos pequeños cambios, como los nombres o la profesión. No me agrada la idea de mostrarme como alguien patético... Aún cuando realmente lo soy.
Releo el texto una vez más, esta vez leyendolo en voz baja, asegurándome de que no hubiesen faltas de ortografía, o de que el texto tuviese sentido. Aquel era el epilogo, el momento cumbre de máxima felicidad, en el que los protagonistas por fin eran felices, después de todas las dificultades por las que pasaron.
Bajo la tapa del ordenador portátil, me levanto y agarró la taza y el platillo para dejarlos en el fregadero de la cocina. Después regreso al salón, me tumbó boca arriba en el sofá y me quedó mirando fijamente el techo blanco apenas iluminado con la lampara de pie que hay al lado del sofá.
Se supone que tengo que entregar mi historia en tres meses, pero con la pasión que escribí aquella historia, tardé uno y medio. Lanzo un hondo suspiro de tristeza antes de cerrar mis ojos oscuro, para caer al instante dormido y soñar con ella de nuevo.
Belén...
***
He estado enamorado de mi hermosa Belén desde que somos niños.
Veréis, mi padre y yo no teníamos una relación muy... cercana que digamos. Él nunca quería jugar conmigo, apenas hablaba conmigo, y siempre se la pasaba encerrado en su despacho. Lo único que le interesaba era mis notas. Sin embargo, tampoco es que fuese una relación terrible. Quiero decir, por lo menos teníamos dinero gracias a su trabajo de maestro, el cuál se tomaba realmente en serio. No era mi profesor, por si os lo preguntáis. Era una mujer de unos cuarenta y algo, llamada Noelia.
Sin embargo, algo sucedió que me provocó un gran odio en él... pero al mismo tiempo, agradecimiento. Sé que suena confuso, pero esperad, seguid leyendo y entenderéis.
Yo adoraba los animales. Que demonios, los sigo adorando. Sin embargo, en aquel entonces no podía tener mascotas, por lo que me dedicaba a mirar con tristeza los escaparates de las tiendas de mascotas. Deseaba un gato. Me parecían (y me parecen) super adorables...
Un día, cuando tenía unos 10 años, encontré un gatito con una de sus patas delanteras lastimadas. El pobre estaba detrás de unos cubos de basura que estaban cerca de la tienda de gominolas a la cuál solía frecuentar. Se lamía la patita, mientras me miraba con tristeza. Era blanco, de manchas negras, ojos dorados y muy pequeñito... Simplemente no lo podía dejar ahí. Así que con cuidado, lo tomé, corrí a mi casa, entré por la puerta trasera, y asegurándome de que mi papá, que seguía en su despacho, no me oyese, subí lentamente hasta dejarlo sobre la cama de mi cuarto. Busqué en la cocina el botiquín y regresé para curarlo lo mejor que podía. Había aprendido un par de cosas del dueño de la tienda de mascotas, Leo, un señor muy simpático, viudo y que tenía una hija con la cuál apenas hablaba, a pesar de que ibamos a la misma clase. Él me dejaba ver los animales de cerca, me hablaba sobre como cuidarlos y hasta me dejaba acariciarlos (los más tranquilos, claro). Pensé en llevarlo mañana con él, para que lo curase mejor, y se hacía tarde. Así que lo acosté a mi lado, y me quedé dormido mientras sentía como me lamía la mejilla derecha.
Pero a la mañana siguiente, me llevé una desagradable sorpresa.
Porque cuando abrí mis ojos, el gatito ya no estaba. Rebusqué por todo el cuarto, y al notar la puerta de mi cuarto abierta (la cuál estaba seguro de que había cerrado) decidí salir a buscarlo. Sin embargo, al bajar al salón, mi papá estaba sentado en su sillón favorito de brazos cruzados, y con una fría expresión.
-Despertaste.
-Am, sí... -dije incómodo mientras me frotaba un brazo y miraba al suelo.
-Siéntate -ordenó con voz grave. Yo obedecí y me senté en el sofá-. Esta mañana encontre un gato en tu cuarto -di un respingo al oír eso-. ¿Qué te he dicho sobre animales?
-¿Dónde está? -pregunté, ignorando lo que papá acababa de decir. Sentí mi estómago dar un vuelco por el pavor.
-¿El gato? Lo eché. ¿Qué más iba a hacer?
-¡Tenía la pata lastimada! -me puse de pie de un salto-. ¡Y es un gatito bebé! ¡No puedes echarlo así sin más!
-¡Es un jodido animal! -se puso también de pie, y su altura y el hecho de que había soltado un insulto, cosa que él jamás hacía, me hicieron estremecerme-. ¡¿Qué más da si vive o muere?! ¡No quiero que vueltas traer animales a esta casa! ¿Me oíste?
-Sí... -susurré, mirando hacia otro lado, mientras mi visión se volvía borrosa. Mi padre finalmente se fue, subiendo a su despacho probablemente, y yo, sin dudarlo un segundo más, salí corriendo de la casa, aún en mi pijama y en mis zapatillas de andar por casa peludas.
-¡Señor Motaaaaaaas! -comencé a llamarlo, mientras recorría las calles. Pero no lo encontré. Con piernas temblorosas, me apoyé sobre una pared y me deslicé en el suelo, mientras mi labio inferior temblaba como loco y mis ojos lagrimeaban.
-¿Estás bien? -me preguntó una niña en voz baja. Yo di un respingo, ya que para mí, aquella niña salió de la nada. Al ver su pelo naranja recogido en dos largas trenzas, sus ojazos verdes, y su cara y brazos recubiertos por pecas, la reconocí al instante.
Era Belén, la hija del señor Leo.
Al oír su pregunta, solté un sollozo.
-No... -solté con voz quebrada. Mi respiración sonaba agitada-. Mi gatito... El Señor Motas... Mi papá lo echó... -cruzé mis brazos sobre mis rodillas, escondí mi cara y me eché a llorar. Belén se limitó a acariciarme la cabeza.
-Siento oír eso... -dijo con voz suave-. ¿Cómo es tu gatito? Te ayudaré a buscarlo.
-¿De verdad? -balbuceé mientras alzaba la mirada. Lágrimas caían por mis redondas mejillas. Ella asintió.
-¿Cómo es?
-Es diminuto... -hice un gesto con mis manos para más o menos mostrarle el tamaño exacto-. Super peludo -sorbí por la nariz-. Es blanco y tiene manchas negras -me pasé un brazo por mis ojos-. Uno en este ojo -me señalé el ojo derecho-. Y una de sus patitas esta lastimada. Lo curé, aunque creo que no muy bien.
-Hm... -ella se frotó la barbilla, la cuál tenía un lunar, con el pulgar derecho. De repente, sus ojos se abrieron de manera exagerada, como si hubiese recordado algo-. ¡Oh! -alzó sus brazos-. ¡Hace rato, encontré uno, justo como lo describiste, con la patita y todo! Lo llevé a mi papá.
-¡¿De verdad?! -me puse de pie de golpe.
-¡Sí!
La abracé con fuerza.
-¡Graciacgraciasgraciasgracias...!
-Sí, sí... -ella me dio palmaditas en la espalda y me apartó. Yo no dejaba de sonreír como un tonto-. ¿Quieres ir a verlo? Segurísimo que mi papá te deja.
-¡SÍ QUIERO!
Cuando encontré al Señor Motas de nuevo, lo abracé y acaricié mietras lagrimeaba. Él me lamió las mejillas y ronroneó. Para mi suerte, y para mi amigo animal, el señor Leo lo adoptó y dejó que se quedase en la tienda. Eso fue suficiente para mí. Al menos estaría seguro...
Todos los días lo visitaba. Y al mismo tiempo, me hice más amigo de Belén, debido al rescate que hizo. Ella y yo jugábamos por varias horas. Ya no me sentí tan sólo...
Un año después, llegaron nuevos vecinos, con un hijo, el cuál se convertiría en mi mejor amigo. Se llamaba Julio. Pásabamos él, yo y Belén tardes enteras jugando, ya sea en casa de uno de los tres, o alrededor del pueblo en donde vivíamos. Fueron años muy felices...
Conforme ibamos creciendo, yo me iba enamorando de Belén. Y con cada año que pasaba, ella se volvía más hermosa... y más cercana a Julio. Aquello me dolía. Sentía algo retorcerse cada vez que los veía susurrarse cosas y reírse, mientras yo era apartado de aquello. ¿Cómo podía ser? Ella me conoció a mí primero. Nos hicimos amigos antes de que Julio llegará. ¿Por qué se estaba volviendo tan pegados? Traté de apartar ideas que me mantenían despierto en la noche, y dando vueltas en la cama, mientras el estómago me ardía.
"Sólo piensas tonterías", me decía. "Estás paranoico, porque no quieres que Belén se aleje de ti. No te preocupes, todo va a estar bien".
Sin embargo, fui sacado de mi ilusión a la fuerza cuando un día en el que quedamos a tomar helado en el parque, me soltaron en la cara a la vez:
-¡Estamos saliendo!
Se sintió como una bofetada. Una traición. Lo peor es que lo dijeron tomados de la mano, y con un gran cucurucho de helado en la mano libre, y sonriendo ampliamente mientras sus ojos brillaban, y sus mejillas enrojecían.
No supe como reaccionar. Quedé en blanco, y cualquier palabra que hubiese querido soltar, preguntar, gritar, fue reducido a un débil:
-¿Qué?
-Que estamos saliendo -repitió Julio.
-... ¿Estáis bromeando? -aquello no podía ser real. Había sufrido demasiado con aquella idea haciéndose realidad, y esforzado demasiado para tratar de apartarla de mi mente, convenciendome de que sólo eran paranoias. Maldita sea. Literalmente, mi mayor miedo se había hecho realidad.
-Am, no... -respondió Belén, mirándome ligeramente preocupada-. ¿Estás bien?
Entendí por qué me preguntó eso. Podía sentir mi rostro palidecer, y sudor frío comencando a caer por mi frente. Aparte de mi expresión de puro terror, por supuesto.
No respondí a la pregunta de Belén sobre mi bienestar. Sólo di media vuelta sobre mis talones y eché a correr, mientras ignoraba los gritos de mis mejores amigos. Corrí y corrí hasta llegar a mi casa. Di un portazo, subí de dos en dos las escaleras, y una vez en mi cuarto, me eché sobre mi cama a llorar. Patético...
Mientras lloraba, comencé a reflexionar.
Es cierto, amo a Belén, y siempre había soñado con hacerla mi novia. Y sin embargo... también quiero a Julio. Es decir, ¡es mi mejor amigo! Alguien gracioso, que siempre me ha apoyado, y defendido de mi padre cuando podía. No quiero perderlos a ninguno de los dos... Lo más importante es que no nos separemos.
Y para eso, debía mantenerme callado.
Oí como llamaban a la puerta. Me sequé las lágrimas lo mejor que pude, inspiré y exhalé hondo, y bajé las escaleras, tratando de aparentar calma. Cuando abri la puerta, los vi a ambos, mirándome preocupados, y yo sentí un nudo en el estómago.
-¡Hombre! -exclamó Julio-. ¿Estás bien, amigo?
-¡Sí, nos asustaste! -añadió Belén. Tenía sus manos entrelazadas a la altura de su pecho. Yo forcé una sonrisa.
-Perdona, no era mi intención -alcé una mano, para restar importancia-. Es que me sorprendí muchísimo, de verdad.
-¿Seguro? -preguntó Julio, alzando una ceja. Asentí. Él sonrió ampliamente-. OK.
Y para mi sorpresa, me dio un gran abrazo.
-¡No vuelvas a pegarnos esos sustos! -ordenó mientras me agitaba, sin dejar de abrazarme. Belén soltó una suave risita, y mi sonrisa forzada se convirtió en una genuina. Podía aguantar. Debía aguantar.
Teníamos 17 años.
***
Pasaron 14 años. Actualmente tengo 31, vivo en un piso barato, con una gata a la cuál he llamado Bianca, y estoy soltero.
Esta mañana recibí una llamada perdida de Julio. No pude responder ya que estaba dándome una ducha para refrescar mi mente. Hacía un calor insoportable y los recuerdos y dolor se me pegaban como el pegamento.
El mensaje decía lo siguiente:
-¡Hola! ¿Estás vivo? Quería decirte que estas invitado a una cena en nuestra casa. Que demonios, puedes quedarte a dormir si quieres. ¡Ya sabes que eres parte de la familia! Dinos cuando llegas, o si puedes venir en primer lugar. ¡Es importante! Nada grave, por cierto, así que no te asustes. Belén te manda besos. ¡Y yo un abrazo!
Mi corazón dio un brinco al escuchar la parte de Belén, aún sabiendo jodidamente bien que ella estaba casada desde hace años (más concretamente, desde hace tres años). En cuanto a la invitación... No suena mal. Seguro que es divertido, será agradable ver a Julio de nuevo... y a Belén.
Lo bueno de ser escritor, es que puedo decidir mis propios horarios. Así que eso, más sumando que ya terminé la novela, creo que no hará daño que pase un par de días en casa de mis mejores amigos. Y más si significa ver a Belén...
***
Esa noche soñé con ella. En como la sostenía entre mis brazos, queriendo tenerla a mi lado y nunca dejarla ir. En como besaba cada parte de su cuerpo, aún cuando no era la primera vez que lo hacía (en mis fantasías) mientras en susurros, le prometía que nunca nos separaríamos.
Un sueño hermoso... que fue interrumpido debido a Bianca lamiéndome la cara.
***
-¡Lorenzoooooo! -exclama Julio al verme. Yo sonrio ampliamente.
-Hol... -soy interrumpido por un abrazo. Me estruja tan fuerte entre sus robustos brazos, que siento como me va a romper todas las costillas. Y para el colmo, me palmea la espalda varias veces, dándome la sensación de que me iba a destrozar la columna vertebral.
-¡Te echamos mucho de menos! -exclama-. ¡Entra, entra!
Julio y Belén viven en una casa bastante bonita, de tejado rojo, y de paredes color crema. Su jardín, protegido por una valla blanca, esta lleno de flores. Una vez dentro, Belén, que estaba sentada en el sofá, sonríe ampliamente y se me acercá a darme un abrazo. Sigue igual de delgada, pálida y pecosa, pero se ha cortado el pelo hasta los hombros. Y... está embarazada. De 8 meses.
-¡Es bueno verte!
-Lo mismo digo... -respondo, mientras disfruto del olor a girasoles que desprende su cabello.
-Los demás amigos llegaran pronto -me aclara Belén-. Pero ponte cómodo. ¿Quieres que te sirva algo?
-¡Cariño, ya te he dicho que no tienes que hacer nada! -exclama Julio, mientras le rodea los hombros a su esposa, quien se limita a soltar su típica y adorable risita. Una risita que me recuerda a la época en la que ella era libre, y yo aún podía fantasear con que terminariamos juntos. Contengo un suspiro, mientras Belén pone sus ojos en blanco.
-Mi amor, estoy embarazada, no inválida.
-Ya, es que últimamente te sientes más cansada, y más náuseas, y ya han pasado 8 meses y...
-Que sí, que sí, lo entiendo -interrumpe mientras lo besa en la mejilla. Luego me mira con sus preciosos ojos verdes-. Está nervioso, porque en cualquier momento, puedo dar a luz.
-Enhorabuena... -es lo único que puedo decir. Ellos dos sonríen ampliamente para después exclamar a la vez "¡Gracias!".
Igual que cuando me soltaron a la vez el hecho de que estaban saliendo. Siento la misma bofetada, y una gran sensación de soledad al sentirme fuera de lugar.
***
No pasó nada interesante cuando llegaron los invitados. Cenamos, luego jugamos un par de juegos de mesa, y después se fueron. Yo fui el único que se quedó. Al parecer, tenían un cuarto de invitados. Los tres nos quedamos hasta algo tarde charlando, recordando viejos tiempos y aliviando un poco el dolor que siento.
Esa noche no soñé nada.
***
Hoy... todo ha terminado. No sé si para bien o para mal.
Planeaba irme en la mañana, pero ellos me dijeron que no tenía que irme tan pronto, que podía quedarme un rato más en su casa. Así que acepté. Cualquier cosa con tal de pasar más tiempo cerca de Belén.
Mientras Julio estaba trabajando, me quedé en casa con Belén, charlando. Me contó algo curioso que sucedió un día antes de que yo llegase: los vecinos habían peleado, y por algún motivo, Penélope, la vecina, se había ido de casa.
-No me contaron mucho, excepto que sucedió algo muy grave, y que se van a separar -conclcuyó, con una mirada de tristeza en sus ojos verdes como el campo. Yo apoyé una mano sobre su hombro. Ambos estábamos sentados en el sofá rojo.
-Que pena oír eso -respondí, sin saber que más decir. Personalmente, no me afectaba, excepto la tristeza de Belén, quien me esbozó una débil sonrisa.
-Es lo que hay -se encogió de hombros-. La vida no siempre es perfecta.
-Sí... Aunque parece que a ti y a Julio os va muy bien.
-Así es -sus ojos brillaron intensamente como esmeraldas a la luz del sol-. Y cada vez va a mejor.
-Genial... ¿te apetece ver una peli? -pregunté rápidamente, deseando cambiar de tema. Ella asintió, y entre los dos elegimos una película de aventuras, que Belén y Julio habían alquilado recientemente. Ella se quedó de brazos cruzados, y con una expresión calmada en su rostro, mientras yo tragaba saliva y trataba de poner toda mi atención en la peli. Y para mi suerte, poco a poco olvidé con quien estaba... hasta que en un punto dado, me giré para verla, ya que desde hacía media hora, ella no hablaba.
Belén se quedó dormida.
Tenía la cabeza apoyada en el respaldo del sofá. Su cabello naranja estaba ligeramente despeinado. Su boca estaba ligeramente entreabierta. Sus brazos habían caído ambos lados de su cuerpo. Su respiración lenta, pausada.
Ella tenía una camisa sin mangas, de color verde aguamarina, y unos pantalones de andar por casa de color blanco, que le llegaban hasta las rodillas. No llevaba calcetines, y podía ver las uñas de sus pies bien recortadas y pintadas de rojo vivo.
Luego me fijé en su abultada barriga, y tragué saliva, imaginándome al bebé. ¿Cómo sería; pelirroja como su mamá, o pelinegro como su padre? ¿Tendría pecas, o sería más bien bronceado?
Tragué saliva. Ojalá ese bebé fuese mío...
Después no sé muy bien que pasó, sólo sé que empecé a fantasear; ella, embarazada, pero de mí bebé. Ambos estábamos nerviosos, porque nuestro hijo podía nacer en cualquier momento, así que nos quedamos toda la noche viendo pelis, pero ella se quedó dormida. Ahora yo la miraba con ternura. Me levanté, me puse de rodillas delante de ella y le di un breve beso en la barriga, cegado por la ilusión de que el bebé que crecía su vientre era mío. No noté como su cuerpo se estremecía ligeramente, y me levanté e incliné lo máximo que pude para darle un beso... pero Belén abrió sus grandes ojos de repente, y pegó un grito, haciendo que yo retrocediese de golpe, completamente pálido.
-¡¡Lorenzo!! -gritó incorporándose lo mejor que pudo. Sentí que ya no podía respirar, una gran piedra atascada en mi garganta, mi estómago hecho mierda, y un gran peso sobre mi pecho-. ¿Por qué... ? ¿Qué estás haciendo? ¡No lo entiendo! Me has asustado... Yo... Tú... -sus palabras apenas eran entendibles, ya que sonaban a un balbuceo, a palabras dichas al ton y son, como si no supiese que decir primero.
-Be-Belén... -empecé, sin saber que decir. Estaba aterrado; no tenía excusa. Era obvio lo que sucedía, y Belén no es ninguna estúpida-. Es que... Yo... Yo... -¿Yo qué? ¿Que podía decir para arreglar mi desliz? Sin pensarlo más, eché a correr hacia las escaleras, mientras ignoraba los gritos de Belén. Me encerré en mi cuarto de un portazo, me apoyé contra la puerta, y me cubrí la cara, temblando de puro miedo.
Oí unos suaves golpes contra la puerta de mi cuarto.
-¿Lorenzo? -preguntó en un tono suave. Sentí mi corazón aletear. ¡No sonaba enfadada!-. ¿Estás bien? Por favor, hablemos.
Inspiré y exhalé hondo. Lentamente, abrí la puerta... y cuando vi el rostro de Belén, sentí que mi cara se me caía de la verguenza.
-Belén... -balbuceé mirando al trozo de suelo que había entre nosotros dos.
-¿Acaso tú... estás...? -preguntó en voz baja, a pesar de que estábamos sólos. Asentí con los ojos cerrados, mientras mi cara ardía.
-Sí -murmuré. Oí a Belén suspirar.
-Lorenzo... -puso una mano sobre mi hombro, y yo, no sé por qué, me eché a llorar. Ella me rodeó entre sus brazos, pero no me acaricio la espalda ni el cabello. Yo lloré durante un buen rato sobre su hombro izquierdo-. No lo sabía... -lentamente, me echó hacía atrás, y yo me sequé las lágrimas con el antebrazo-. ¿Desde cuándo?
-Desde que somos niños... -respondí, con la voz quebrada. Vi como sus ojos verdes se abrían de forma exagerada por la sorpresa.
-Wow... -agachó la cabeza-. Siento que hayas sufrido por tantos años... -dijo en voz baja, sin mirarme-. Pero lo que hiciste antes... No está bien -me miró fijamente a los ojos, y mi cara enrojeció-. Lo sabes, ¿verdad?
Asentí con la cabeza. Ella soltó un hondo suspiro.
-No le diré a Lorenzo -añadió. Yo abrí mis ojos como platos.
-¿Por qué?
-Quiero que los tres sigamos siendo buenos amigos -confesó, con sus ojos cristalizados-. No quiero que eso cambie.
-No lo hará -le prometí. Ella esbozó una pequeña sonrisa.
-Es bueno saberlo.
-Aunque... creo que deberia irme.
Su sonrisa se esfumó.
-Me temo que sí. Ahora mismo estoy algo... incómoda. ¡Eso no significa que no quiera volver a verte! Sólo que...
-Lo entiendo -interrumpí.
Hice mi maleta, le di un abrazo a Belén, quien prometió que le explicaría más o menos a Julio, y después me subí a mi coche.
Aún sigo enfrente del volante. Tengo miedo. ¿Y si Belén cambia de opinión? ¿Y si le cuenta a Julio? ¿Y si... dejamos de ser amigos?
Sólo el tiempo lo dirá.
-*-*-*-
¡Por fin! Tras tantos días, aquí lo tenéis. Por favor, dejenme su crítica, y que os pareció. ¡Gracias de nuevo por leer! Besitos.
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