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(Pasado, año 1980)
Hoy, un día, sin duda, el más apaciguo del siglo. Tras guerras y estándares supersticiosos, sin ningún sentido relativo, se puede decir que la llamada paz, está de nuestro lado, por ahora, siempre y cuando todo lo mágico e imperceptible para la humanidad se mantenga donde debe. A salvo de los humanos y su descontrolada organización sobre todo lo sobrenatural que tocan.
Una vista de más sobre nosotras, y los rumores nos conllevarán problemas infinitos hasta símbolo de guerra. El hombre no está hecho para esto, le queda demasiado grande. Solo es necesario, mantener la mente fría, a cada detalle que se nos pueda escapar, a no ser que hubiera alguien más, nos toca protegernos de nosotras mismas.
— ¿Sta. Young? — Tocan la gran fortaleza con un puño impactando sobre la madera, sonorizándonos con un pequeño eco de su voz preguntando por mi nombre.
Balanceo mis dedos por el aire inexistente y consigo que la puerta se deslice por el suelo ligeramente hasta abrírseme al frente. El joven se encuentra desesperado de mi aprobación, manteniendo la vista aún tras el bordillo de la puerta abierta.
— Tiene permiso. — Libre de ello, da un paso al frente, totalmente dentro de la sala y pasando la fortaleza que le he permitido atravesar.
— ¿Qué era?
— Los señores Benedetti dan celebración a las nuevas del pueblo. A ustedes concretamente Sta. Young. — Tomo un respiro de la petición y recogiendo la carta que me da el inocente muchacho trajeado.
Miro el papel firmado a dirección de los Benedetti, con la caligrafía a fina punta, y el famoso sello azul categorizándoles en los líderes del pueblo. Entonces tomo la decisión más no esperada por mis mujeres.
— Joven, ¿cuál es su nombre?
— Oliver, señorita. Soy Oliver — dice algo nervioso.
— Encantada, Oliver, llévele la respuesta a los señores, y déjeles un mensaje de mi parte, si no es molestia.
— No, no, por supuesto que no es molestia Sta. Young, ¿que le gustaría que les transmita?
— Esto,— camino bajo mi crinolina un par de pasos hasta él, y tener su oído a centímetros de mi boca, — acriter mors mortis...— sus piernas se aflojan, sus párpados se cierran, y su cuerpo completo cae al suelo, envuelto en el dolor, y la muerte consumiéndole.
Encima de él queda la carta que le había entregado, la cual me llevaré yo misma a la celebración, cerrando esta, con la muerte del joven Oliver.
— ¡Nekane! ¿¡por qué!? — Lisa corre apurada hasta él, observándolo, pensando como ayudar, y recitando un par de hechizos para devolverlo a la vida, pero como era de esperar, sus intentos son completamente, y absolutamente nefastos.
Pobre.
— ¡Este hombre no tenía culpa! ¡ y era nuestro sirviente, a quien tendremos ahora de cara a los humanos!— Grita furiosa.
Un seseo entre mis dientes simulan la risa que me provoca, — ¿hombre? Ese novato no había llegado aún ni a su década segunda, no era más que un inocente con el fin de morir, y sobre que era nuestro sirviente...es un detalle sin importancia, conseguiremos otro.
— ¿A alguien que guarde nuestro secreto? ¡somos brujas, no asesinas!
— Cierto mujer, pero debe comprender que no pretendo ser una asesina, él es solo la amenaza.
— ¿Amenaza? — Dice otra de mi mujeres.
— Si, amenaza. Vamos a asistir a la celebración, cuya celebración solo será la prueba para comprobar que nadie, absolutamente nadie, sabe quienes somos, por el contrario, este muchacho será el inicio de nuestra guerra si nos presentan amenazas, no sería la primera vez.
— Posee demasiada desconfianza Nekane — se permite de decir Lisa, que se levanta recta ante una posición decisiva, y en contra a mi.
— Lisa, eres mi ayudante, mi segunda líder, mi compañera, no te gustará pasar al cargo de mosquita muerta, ¿verdad? — me mira amenazante dispuesta a retarme ante lo que acabo de decirle.
— Una amenaza no es rival a mi, y lo sabe muy bien cómo líder que es, solo pido conciencia ante sus actos.
— Ouh, y la tengo, las únicas que están siendo un estorbo son ustedes señoritas. Y permitid que deje claro algo, cualquiera que se interponga en mi camino, acabará destruida, sea quien sea.
— Busca enemigos, cuando aún no sabe si los hay, Nekane — Dice una de las más jóvenes entre las siete que somos.
— ¡Ni una palabra más u os haré desaparecer! ¡Aquí la que da la orden soy yo, yo mando aquí! — Enfurruscada, me retiro de la sala, y antes de salir por la puerta les dejo un último mensaje:
— Y os quiero listas en un santiamén, nos vamos pronto a la celebración. — Hecho mi última mirada de atención despreciable y continuo hacia el exterior y poder prepararme para el festival de bienvenida, necesito estar preparada, avecinando a los malos actos que me pueden planear los hombres, y llevar la poción es la mejor forma para matarlos a todos en un abrir y cerrara de ojos, por si se da el caso, de que tengo razón.
Entro a mi sala secreta del castillo, ni las otras brujas ni ningún humano lo sabe. Soy solo yo la llave para permitir el acceso.
Entre las repisas de madera deslumbrante por pociones, encuentro entre mis libros, mi caja de la guarida, la cual, al abrirla, se ve a contigua el pequeño frasco de cristal, y el gas rojo creando su propio mal dentro de este. Mi querida poción, mi querida bendición, y mi querida maldición. Con ella solo hace falta un conjuro para crear cualquier hechizo de vida, o muerte.
La observo con admiración como si fuera el plenilunio mejor visto de la historia. Lo guardo después en la bolsa bajo mi falda y...ahí lo tendré por si haga falta. Recordemos que soy una bruja algo previsiva, y también, llamadme egoísta.
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