~Segundo Alba~
Mucho tiempo después, Jimin abandonó el gran salón, con la mirada gacha, ocultando esos ojos levemente hinchados y aún cristalinos. No quería dejarse dominar por la tristeza, porque ese no era un sentimiento que debería albergar el corazón de un ángel. Jimin lo sabía, y es por eso que luchaba con todas sus fuerzas por detener las lágrimas y levantar la frente como el príncipe que era.
—¿Qué te pasa? —aquella repentina pregunta lo tomó por sorpresa, haciéndolo saltar en su sitio y elevar la mirada a esos orbes de fuego.
—Y-Yoongi...
—Lloras.
Esa ya no era una pregunta y Jimin sabía que no podía engañar al pelinegro. Él podía descubrir la mentira incluso en las palabras más firmes y elocuentes. Y en ese momento, tanto su voz como sus brillantes ojos, estaban repletos de miedo. ¿Cómo fingir que todo estaba bien ante aquel arcángel?
—Sí... —susurró, inclinando de nuevo la cabeza, no queriendo que el otro lo viera así de vulnerable —. Esta situación me preocupa... —intentó mentir, pero el aura abrasadora que sintió, lo hizo acallar sus palabras.
—No me mientas —advirtió Yoongi.
—Es asunto mío ¿sí? —lo increpó, sintiendo cada célula de su cuerpo, tensarse.
—¿Y de Seokjin también? —cuestionó el pelinegro, a lo que el otro enfrentó su mirada con una afirmación. Estaba cansado de que Yoongi siempre lo intimidara para sacarle las palabras de la boca.
Pero esta vez, no pensaba decir más. Todo por el bien del pelinegro.
—Tengo que volver a mi cielo —anunció Jimin, apartándolo de su camino sin siquiera darse cuenta que ya lo tenía a centímetros de su cuerpo, y claro, Yoongi solo lo dejó ser. No lo retuvo ni le pidió más explicaciones. Si bien no podía evitar ser así de duro con todos solo porque estaba en su naturaleza, él también se preocupaba. Aunque nadie lo creyera, lo hacía, y ver gruesas lágrimas en el bello rostro de aquel arcángel no eran para nada de su agrado.
No pasó mucho tiempo para que el pelirrosa también saliera de la gran sala. Ambas miradas se cruzaron y una horrible tensión brilló sobre ellos. Sin embargo, Yoongi no dijo nada, solo se giró para el lado contrario al que se había ido el peligris y se marchó. Si Jimin le había dicho que no era asunto suyo, lo respetaría. Al menos por ahora, a pesar de que, tener esos pensamientos, provocara que algo en su pecho punzara.
De nuevo aparecía el mismo dolor y de nuevo sentía esa sed que lo hacía perder el aliento y querer arrancarse la garganta.
No lo pensó dos veces cuando aceleró su paso, desapareciendo repentinamente en una nube de humo carmesí que no tardó mucho en disiparse también.
Necesitaba llegar a su cielo cuanto antes.
Desde las sombras, Namjoon lo había estado observando como siempre hacía con todos. Seokjin había hablado de la unidad y de no desconfiar de ellos mismos, pero el peliverde había visto su mirada ardiendo. Y sabía que no debía dejar que la mente de ninguno flaqueara, o podrían ser corrompidos.
—Todo estará bien, Namjoon —susurró Jin, haciendo que el otro lo mirara sorprendido. Ni siquiera se percató del momento en que llegó hasta su lado. Al parecer no era el único que vigilaba al resto.
—Él...
—Yoongi no es —susurró el mayor, con una débil sonrisa —. Aunque no lo creas, él es el más fiel a su esencia. Es un tanto iracundo a veces, pero no podemos hacer nada contra eso. Después de todo, es la reencarnación de Samuel.
Namjoon asintió, y suspiró frustrado. Él no desconfiaba del pelinegro, solo quería cuidarlo, sintiendo que era el más débil de todos solo por aquella naturaleza guerrera.
Y, de hecho, tenía toda la razón.
En el quinto cielo, aquel arcángel de hebras negruzcas luchaba consigo mismo por resistir al dolor. Ni siquiera su propia llama podía protegerlo de lo que sentía. El dolor era sumamente inexplicable para Yoongi y eso provocaba pánico en todos sus ángeles que intentaban socorrerlo.
Ninguna de sus reencarnaciones había sufrido algo similar. Jamás se sintió tan débil como para llegar a caer sobre sus rodillas, apretando sus dientes con fuerza para contener el llanto y desviar el dolor.
No quemaba, no ardía, no se trataba de un dolor provocado por sí mismo como en aquellos días que apenas comenzaba a controlar su fuego. Era algo mucho peor. Si un mortal estuviera sintiendo aquello, seguro lo compararía con miles de espinas, queriendo clavarse en su corazón, intentando entrar hasta lo profundo, solo para soltar un potente veneno.
—¡Largo de aquí! —gritó Yoongi, luego de lograr encerrarse en su alcoba. No quería ser duro con aquellos que intentaban ayudarlo, pero también sabía que no había nada que pudieran hacer.
Necesitaba a Hoseok.
Y como si sintiera el llamado, aquel arcángel de cabellos naranja se apareció frente a él, sosteniéndolo en el momento justo en que su vista se oscureció.
—Estoy seguro de que solo se trataba de un malestar estomacal —escuchó a Hoseok bromear mientras él iba recuperando la consciencia.
Yoongi se encontró tendido en su cama de sábanas blancas mientras dos querubines ayudaban al otro arcángel a quitar el sudor de su cuerpo. Cuando los otros percibieron su mirada, el menor sonrió aliviado y los querubines se apartaron, inclinándose en forma de respeto. Y como el pelinegro no dijo nada, Hoseok fue quien les agradeció a éstos, pidiéndoles luego que se marcharan.
—¿Estás mejor?
Yoongi suspiró y asintió mientras se sentaba lentamente en la cama.
—¿Qué pasó? —Hoseok esperó por una respuesta mientras la mirada del otro se perdía a lo lejos. Sabía que cuando el pelinegro se quedaba sin palabras, era porque no conocía aquello a lo que se enfrentaba.
—Dolía... —susurró al fin, sin apartar la vista del ventanal que dejaba ver las nubes escarlatas —. Las nubes...
—Creo que también se preocupan por ti —respondió el otro, volviendo a acomodar las prendas de su hermano para dejarlo tan pulcro como siempre.
El cielo de cada príncipe siempre tomaba un color diferente cuando su regente no se encontraba del todo estable. El de Yoongi en particular se volvía rojo escarlata. Sin duda, ellos podían atreverse a mentir, pero no su cielo, que reflejaba la verdad de sus corazones.
—Le avisaré a los demás que ya te encuentras mejor.
—¿Los demás? —no quería parecer alterado, pero así comenzó a sentirse cuando sus hermanos fueron nombrados. No quería que los otros...
—Tranquilo, Yoongi. Nadie duda de ti —sonrió comprensivo el de hebras naranjas —. Solo se preocuparon cuando la noticia les llegó. Todos estamos alertas y todos queremos protegernos así que no dudaremos en salvar a un hermano. Y sé que eso mismo has estado sintiendo —frunció el ceño, hincando sobre su pecho —. Tu corazón me dice que te has estado preocupando de más. No debes temer porque el miedo fortalece al mal.
El pelinegro asintió algo apenado por albergar aquellos sentimientos, sabiendo lo que podrían llegar a provocar en él. Miró al menor y terminó prometiéndole que intentaría relajarse un poco para no volver a tener otra recaída.
Convencido de ello, Hoseok sonrió y palmeó su espalda con fuerza, para después ordenarle que descansara hasta recuperar toda su energía. Aunque Yoongi no pudo evitar mirarlo detenidamente cuando el otro se quedó de pie junto a la cama, sonriendo de forma angelical. Obviamente, el de cabellos naranja no pensaba salir de allí sin su recompensa y el mayor terminó por rodar sus ojos antes de volver a sentarse en la cama y desplegar sus alas.
—Tómala —bufó y Hoseok, contento, arrancó una pluma tan pura como su ser.
—Descansa mucho, Yoongi~—canturreó mientras desaparecía en una nube de humo gris.
Gris...
Ese color lo hizo pensar instantáneamente en aquel bello arcángel de mirada triste.
«¿Sus ojos seguirán llorosos?»
Suspiró cansado y cerró los suyos dispuesto a seguir con las órdenes del menor. Descansar un poco no le vendría mal por ahora.
—¿Qué haces aquí? —bramó aquel ser infernal al verlo.
El otro sonrió, quitándose la tela oscura que cubría su cabeza, acercándose sin miedo a aquel que lo observaba desde su trono.
—Ya elegí a uno~
—¡No te pedí que eligieras! ¡Te ordené que me trajeras a-!
—Todo a su debido tiempo, amo~
La criatura frente a él se puso de pie, viéndose imponente.
—No te atrevas a ir en contra de mis órdenes. Puedo destruirte cuando quiera.
—Lo sé, amo. Pero como su fiel sirviente debo hacer cosas malas ¿no? —El otro bufó viendo reír a aquel ángel —. Déjeme jugar con sus mentes, déjeme jugar con sus corazones, déjeme corromper todo de sus seres y cuando el momento llegue, el elegido vendrá a usted por sí solo.
—No me decepciones o tu vida pagará el precio.
Una sonrisa siniestra se formó en los labios de aquel ser celestial mientras desplegaba sus alas negras.
—Claro que no lo decepcionaré... amo Lucifer.
Nina Glastor
[corregido 08/04/19]
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