29. Círculo de fuego
— Pudimos contratar a un alpinista — se quejaba Andrei, mientras batallaba con el empedrado para no perder el equilibrio e irse de cara al suelo —, si me hubieran hecho caso, ahora no estaríamos perdidos.
— No estamos perdidos — discutí, sorteando una roca que parecía algo inestable. Estaba seguro que si me sostenía de ella, se desprendería y caería, junto con ella, rodando por la pendiente. Y tendría que empezar la subida, otra vez, desde cero.
— Estoy de acuerdo con Chris — intervino Mayo —. Yo no siento que estemos perdidos.
— ¿Cómo puedes estar tan segura?, ¿he?, ¿a dónde nos dirigimos? — rebatió, más que ofendido por mi contraria y porque Mayo me secundara.
— Bueno... — Mayo colocó una expresión pensativa, y luego de analizarlo unos segundos llegó a la conclusión de qué: — no, no, la verdad no lo sé.
— ¡Ven!, a eso me refiero. ¿Cómo vamos a encontrar la entrada al tártaro, si ni siquiera sabemos dónde estamos?
— Estamos en el volcán Hekla, eso sí puedo asegurártelo — aclaró Raguel con algo de obviedad, anexándose a la conversación de repente. Andrei frunció el ceño, ya que sintió que nuestro amigo se estaba burlando de él.
Andrei le echó una mirada analítica. El chico, caminaba, aguantando el peso de una mochila en sus hombros, mientras, enfocaba la vista en un libro. ¿Cómo arcángeles hacía para no tropezar en medio de la subida e irse en picada hasta el fondo?
— No es momento para leer — dijo Andrei —. Está bien que seas un ratón de biblioteca, pero no es muy seguro traer tus libros a un volcán, ya sabes, lava, fuego, hoja, inflamables — miré a mi amigo de manera divertida. Si no fuera por él, seguramente me encontraría tensionado todo el camino —, y es mucho menos seguro estar leyéndolos mientras escalamos, y creo que esta vez no necesito explicarte el por qué...
— Es La Divina Comedia — informó este, pero en vez de cerrar el libro, lo vi buscar entre las primeras páginas —. No estoy haciendo esto por ocio. Esto es parte de la investigación.
— ¿Qué quieres decir? — le pregunté, impresionado.
— Aquí se relata como Dante tiene miedo de cruzar el círculo de fuego, pero es persuadido por Virgilio.
— ¿Virgilio? — preguntó Andrei, como si nunca en su vida hubiera escuchado ese nombre.
—Un poeta romano — aclaró Mayo, pero su respuesta no esclareció nada para mi amigo.
— Dante, luego de ingresar a aquel círculo de fuego, se encuentra con la puerta que lo lleva al infierno — dijo, levantando la vista de sus letras para posarla sobre mí.
— ¿Puede tratarse de una coincidencia? — pregunté, el círculo de fuego podría ser sólo una metáfora para referirse a un volcán.
— Creo que es algo más que una simple coincidencia — contestó mi amigo, luego de enviarle una mirada pensativa al libro que sostenía entre sus dedos.
Puede que haya querido decir algo más que eso, pero se vio interrumpido, cuando de repente, la chica pelinegra que iba a su lado, tropezó con una de las rocas de la pendiente, esta se desprendió, cayendo varios metros al vacío. Mayo se tambaleó en el lugar, perdiendo el equilibrio. Raguel se colocó detrás de ella, y soltó el libro para poder sostenerla por los hombros.
Andrei vio como el libro cayó por la pendiente, hasta quedar sobre unas rocas lejanas. Recuperarlo nos atrasaría mucho.
— Cuidado — dijo Raguel a su espalda, aún sin soltar sus hombros.
Mayo, la chica que siempre parecía inexpresiva, de repente, tiñó, levemente, casi imperceptible, sus pómulos de un rosado suave. Era evidente su bochorno, así que intentó aliviarlo bromeando sobre la situación.
— Soy un nephilim, un tropiezo no puede herirme.
— Lo sé, pero a pesar de saberlo no puedo evitar estar pendiente de ti.
Mayo abrió la boca, y cualquier respuesta coherente murió en sus labios. La sorpresa era evidente en su silencio y en su expresión.
Raguel soltó los hombros de Mayo, dejándola totalmente abochornada, y luego se asomó al precipicio para observar su libro perdido. Parecía apenado, pero no le dio mucha importancia, seguramente lo valía para lucirse ante su enamorada.
— Ayy, qué cursis... — canturreó Andrei soportando una carcajada. Raguel ignoró el comentario de mi mejor amigo, pero Mayo, evidentemente, no, ya que se vio el doble de avergonzada.
— Déjalos en paz — lo regañé.
Miré a Mayo y a Raguel, habían comenzado a caminar, pero esta vez, estaban exageradamente uno distante del otro. La vergüenza era evidente en ellos. Raguel, luchaba contra sí mismo, para no apabullar a mi prima con sus sentimientos, y ella, intentaba volver a su expresión seria de siempre, pero le era imposible. Tener esos sentimientos para una chica como ella, debía ser una sensación nueva y difícil de entender.
Y lo comprendía, personas como nosotros... se sienten abrumados con sentimientos de esa clase. Se supone que los sentimientos son una virtud exclusiva de los humanos, pero... los ángeles también se enamoran a veces, pero para nosotros, no es un sueño hermoso, no, siempre termina en tragedia.
O por lo menos, eso creían los de mi especie. Ya que los que se habían aventurado a amar alguna vez, al final, descubrieron que el amor no es para ellos.
Por supuesto, yo creía que era nada más que una creencia sin fundamentos, por eso apoyaba a Raguel.
Pensé, de repente, en Amanda, y no supe cómo sentirme al respecto. Sólo sabía que quería sacarla del infierno. No quería que sufriera nada más, quería que estuviera bien, a salvo y sonriendo.
Me pregunté... cuándo la vuelva a ver, ¿seré capaz de verla sonreír una vez más?, sabía de lo que eran capaces los demonios... y eso me atemorizaba... que le hayan arrebatado su sonrisa.
Pensar en esa posibilidad me enfureció.
— Quiero mi invitación a la boda, ¿he? — Andrei los seguía molestando — ¡No! ¡Mejor quiero ser el cura que los case! — el chico miró insistentemente a mi prima, divertido por su reacción —. Siempre quise usar una de esas sotanas..., ¿Eh? ¡Espera!, Mayo, era un chiste... — dijo, siguiendo a Mayo por detrás, la cual comenzó a caminar a paso veloz, alejándose de nosotros, como si intentara huir del bochorno.
Estuve a punto de regañar a Andrei una vez más, pero no lo hice, al ver que Mayo, estando varios metros por delante de nosotros, se detuvo de súbito. La vergüenza abandonó por completo su rostro, para ser reemplazada por una expresión de cabal estupor.
Los demás la alcanzamos varios segundos después, trotando hasta ella. Nosotros colocamos la misma expresión.
Mis ojos se reflejaron en ámbar, al contemplar aquel lago de azufre líquido. Era una circunferencia perfecta, como un ojo hirviente, un círculo de fuego infernal.
El primero en romper el silencio fue Raguel.
— Es como el mismísimo infierno.
— No, todavía no hemos entrado a él — le contesté, antecediéndome a los fuegos que nos esperaban.
Todos, cada uno de los que estábamos allí presentes, lo sentimos. Esa sensación, esas sombras, la sacudida de las llamas, el olor a muerte, la pesadumbre de las sombras, todo, todo eso provenía del interior de ese extraño volcán. Por supuesto, un humano normal no lo percibiría, pero nuestra parte de ángel nos gritaba el peligro, aquello que reconocemos como enemigo desde que el icor surca por nuestra sangre.
— ¿Cómo vamos a ingresar? — preguntó Mayo.
— No lo sé — contestó esta vez Raguel. El chico que parecía saber y conocer una respuesta para todo, ahora no tenía ni idea qué hacer.
— ¿Deberíamos arrojarnos al lago de fuego?
— ¡Andrei! ¿Estás loco?, somos nephilim, pero nuestros cuerpos siguen teniendo características humanas. No somos inmortales, la lava nos mataría de inmediato — le recordé antes de que hiciera alguna locura.
— ¿Entonces cómo vamos a entrar?, debe existir alguna forma... — se cuestionó Raguel, observando el círculo de fuego, como si intentara hallar la respuesta en él.
Andrei se colocó el pulgar sobre sobre el mentón, analizando la situación minuciosamente. Sentí algo de miedo por una expresión resoluta que colocó de repente. Oh, no... algo estaba tramando.
— ¿Andrei? — le pregunté, intentando que revelara su idea.
El mencionado caminó hasta nosotros, y tomándonos por los hombros, nos acercó, pegándonos unos a otros junto a él. Mi hombro chocó con el de él y yo lo miré de manera interrogativa.
— Tengo una idea.
— ¿Cuál? — pregunté.
— Esta — dijo, y de repente, sentí como mi espalda era impulsada por la fuerza de un brazo, obligando a mis piernas a ceder, trastabillando entre ellas. Sin ser capaz de recobrar el equilibrio a tiempo, fue aterrador estar completamente consciente cuando mi cuerpo se empinó hacia el lago de fuego llameante, sentí el viento rozar mi cara, el polvo y las cenizas pegarse contra mi pantalón. Todo pasó a cámara lenta.
Y así, no pude evitar caer sobre el azufre.
Grité cuando el fuego me atrapó. Esperé el dolor, sentir mi piel carbonizarse, la agonía del fuego cocinando mi piel y mis carnes, pero nada parecido sucedió, en vez de calor, sólo sentí frío, mucho frío. Cuando más me adentraba, la sensación se volvía más invernal. Era como el frío de la muerte, de los cadáveres, que me atiesaba los músculos y luchaba por paralizarme el corazón. Esa horrible sensación se detuvo cuando mi cuerpo cayó sobre una superficie sólida y dura. Se trataba de un suelo de roca maciza.
Levanté la vista, y me encontré con Raguel, ayudando a una asustada Mayo a levantarse del suelo.
¿Qué acababa de pasar?
— ¡Eso fue genial! — Ah, cierto, el idiota nos empujó.
Eso había dicho Andrei luego de caer desde el círculo de fuego que estaba sobre nuestras cabezas. Aterrizó grácilmente, y no se estrelló contra el suelo como nosotros.
— ¡¿Estás demente?!, ¿y si moríamos? — lo regañé, pero él no se vio ni un poco arrepentido.
— Pero no lo hicimos — dijo, esa parecía razón suficiente para no preocuparse por su accionar. ¿Acaso no podía pensar antes de actuar?
La voz de Mayo nos interrumpió.
— Chicos... — nos llamó, con la voz algo cortada, como si un asombro repentino le hubiera robado parte del habla.
Me levanté del suelo, algo adolorido por la caída y elevé la vista para ver aquello que Mayo señalaba.
Pasé saliva cuando mis ojos dieron con una enorme puerta. Esa puerta ya la había visto antes, en el sótano de la biblioteca. La puerta que se alzaba ante nosotros era exactamente idéntica a la que mi padre había logrado invocar, sólo que esta era de dimensiones colosales. Nos hacía sentir pequeños, como hormigas ante semejante entrada de hojas negras.
Pero eso no era lo único que había allí. No, no lo era. Una figura colosal obstruía nuestra llegada a la puerta. Se trataba de una estatua que parecía ser de roca sólida e irrompible. Esta retrataba a un ángel magnánimo, con alas pesadas en su espalda, tiesas por la roca, de torso fuerte, cabello abundante, sus facciones eran hermosas, como cualquier ángel. Pero lo más característico en él fue aquel yelmo que le cubría la cabeza y tomaba la forma de la cabeza de un león. Sus brazos musculosos, sostenían una espada que hundía su punta sobre la roca del suelo.
Raguel miró a aquella figura con reconocimiento en sus ojos. Buscó aquellas largas horas de lectura que había dedicado al conocimiento, hasta dar con el nombre de aquel ángel de piedra. Lo supo de inmediato al ver ese yelmo en forma de león se trataba de...
— El ángel que guarda la entrada al infierno — expresó sus pensamientos en voz alta —, Nasargiel.
Y como si escuchar su nombre, fuera algún mantra o una palabra conjurada, toda la caverna que nos atrapaba tronó con fuerza y sus cimientos temblaron como hojalatas.
Nasargiel abrió los ojos al escuchar su nombre, como una invocación divina. Sus ojos que brillaban como soles, como la lava misma que nos había tragado, se posaron sobre nosotros. Y así, la roca que lo cubría se fue resquebrajando toda, hasta liberar su colosal cuerpo de su prisión.
Ciñó la espada con ambas manos y tomó una posición defensiva.
Mi corazón latió con fuerza, porque supe, en ese preciso momento, que, para pasar al infierno, primero debíamos vencer a su ángel custodio. Y eso... era imposible de hacer.
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