28. Maldad, en demasía, y bondad, una pizca
— Hazle la prueba — ordenó mi padre.
Luego de que mi padre me encontrara sobre el cadáver de ese viejo, rodeada de sangre y hombres sombras, ingresaron a la habitación los demás. Cuando ellos llegaron, las sombras ya habían desaparecido, como si les molestara la presencia de más personas.
Malcolm se detuvo de súbito al verme, en la condición que me encontraba. Le había impactado seguramente mi aspecto sangriento y magullado.
Genette se acercó a mí. Y como lo había hecho antes, abrió una pequeña herida en mi dedo, y la sangre que cayó de ella, la juntó dentro de un extraño cáliz. Esta vez pude ver lo que sucedió en su interior. La mujer batió con cuidado el contenido, bailando la copa en círculos, y así, la sangre, de a poco, fue oscureciéndose, hasta tornarse completamente negra.
Seguramente me hubiera impresionado por ese truco de magia, sino me encontrara en una especie de shock por lo que me acababa de suceder.
— Está lista — indicó ella luego de observar el contenido del grial.
— Perfecto — respondió Cronos, en su tono de voz pude captar cierta satisfacción y emoción. Esa que se genera cuando concluyes un trabajo que te llevó mucho tiempo —. Limpien el lugar — le ordenó a Glotón y a Jared, esquivando los manchones de sangre y vísceras del suelo, con algo de repulsión, caminando hacia la salida —. Y tú, bruja, prepárala para el ritual.
Genette asintió en acuerdo, y no volvió a ponerse recta hasta que mi padre salió de la habitación.
Sintiéndome en algún extraño sueño que no podía despertar, centré mis ojos en mis manos, tenía la piel de ellos bañados en sangre, y debajo de las uñas, piel de mi atacante. El rojo cubriéndome, me recordó cuando me bañaron en la sangre de María, pero esta vez era diferente. No sentía la urgente necesidad de bañarme, no percibía esa apremiante sensación al fondo de la garganta, amenazando con vomitar todo, mi corazón no se estremecía ni un poco, y mi mente se encontraba tranquila, confusa, sí, pero tranquila.
Esta sangre no me molestaba llevarla encima, es más, me causaba cierta satisfacción bañarme en ella. La sangre de ese monstruo era como un trofeo.
Mis labios se entreabrieron, mostrando mis dientes, y sintiendo la lengua algo reseca, una carcajada escapó desde el fondo de mi garganta, no, mucho más atrás, salió desde mi alma.
— Se ha vuelto loca — expresó Jared, casi en un susurro.
— Cállate — le dijo Malcolm.
— Iré a mi habitación — anunció Genette, no supe a quién —. Necesito buscar los elementos para prepararla — y con eso escuché unos pasos de tacón alejarse por la puerta.
Alcé los ojos cuando sentí que alguien se posicionó delante de mí. Los ojos de Malcolm estaban puestos en mi pecho, pero su mirada no era para nada erótica, no, sus labios estaban estirados en una línea recta y tensa. Sus ojos, parecían pesados y con los párpados caídos.
Los brazos de Malcolm me sujetaron por los hombros, me tomó con precaución, como si temiera hacerme más daño sólo por tocarme. Y me instó a retroceder.
— Vamos — dijo y yo lo seguí casi como una zombie.
Supe que habíamos entrado al baño cuando las botas de Malcolm pisaron uno de los fragmentos del espejo.
— Ten cuidado con el espejo — dijo y barrió los pedazos rotos con su pie, hacia la pared.
Caminé, hasta internarme al interior de la tina.
Temblé de frío cuando el agua de la ducha cayó sobre mi cuerpo, a pesar de que este permaneciera aún, parcialmente, cubierto por mi ropa desecha.
Tirité y me quejé cuando el agua alcanzó las heridas de mi pecho, haciendo que se resintiera dolorosamente. Alcé mi rostro, y la lluvia me dio de lleno en los ojos y la boca, dificultándome la respiración.
¿Por qué últimamente cuando me bañaba era para limpiar la sangre de mi cuerpo?
Tuve que apartar mi rostro del agua de la ducha cuando mis pulmones ardieron. Respiré hondamente, y fue una tortura aquella acción, ya que, al hincharse mi pecho, sentía como la piel de mis mamas se estiraba. Las lágrimas cayeron de mis ojos, sólo para confundirse con las gotas del baño.
Las manos de Malcolm deslizaron los girones fuera de mi cuerpo. Dejándome completamente desnuda. No sentí ninguna clase de pudor o de vergüenza al estar completamente desnuda, y mucho menos cuando sentí que él me pasaba un trapo por la piel para limpiar la sangre seca.
Lo pasó por mis piernas, espalda, brazos, y yo sólo me dediqué a observarlo. Se había remangado la camisa negra, y algunos mechones de su cabello estaban húmedos, porque lo había alcanzado la ducha. Apretaba los dientes cada vez que pasaba la tela húmeda por mis brazos, y fruncía las cejas con preocupación cuando se acercaba a una herida grande. Lo peor fue cuando tuvo que encargarse de mi pecho.
Me miró a los ojos y me extendió el trapo, con intenciones de que lo hiciera yo misma. No me moví. No podía, no podía salir de mi estado de destrucción. No podía despertar de esa pesadilla, en la que mi alma era arrancada y llevada a las sombras. No, no era una pesadilla, era la realidad. Me estaba consumiendo, me estaba quebrando, rompiendo, cayendo profundamente en el abismo, y la oscuridad que me esperaba abajo ya había comenzado a consumirme.
Cuando es tu propia mano la que arrebata una vida, cuando le robas el trabajo a la parca, algo cambia en tu alma y ya no vuelve a ser la misma, nunca jamás. Talvez, talvez esto era lo que se sentía ganarse un lugar en el infierno.
Malcolm se dio cuenta que no recogería el trapo y que no me limpiaría por mí misma, así, que, apretando los labios con frustración, volvió a su tarea de asearme. Posó la tela abultada sobre la herida y yo salté a causa del dolor producido al mero tacto.
— Aguántalo — dijo con suavidad.
Sonreí débilmente, reposando mi cabeza sobre los azulejos.
— Para que seas tierno conmigo, debo verme de la mierda — dije, y él en vez de contestar, sólo siguió con su trabajo.
Golpeó de manera casi imperceptible la tela sobre la herida, y yo contuve mis gritos, mordiéndome los labios.
Malcolm evitó mis ojos en todo aquel proceso de limpieza, o de tortura debería llamar. Sólo se detuvo cuando consideró que ya estaba lo suficientemente limpia.
— Espera aquí — dijo y salió hacia la habitación, dejándome sentada sobre la tina, secándome con la toalla envuelta en mi cuerpo húmedo.
A los minutos, volvió cargando una botella de lo que parecía ser aguardiente y una camisa blanca.
— En esta casa no hay antisépticos ni gasas — me informó, y sin darme tiempo a predecir lo que haría a continuación, usó la botella de licor para desinfectar la herida, vaciando sobre ella una buena cantidad de líquido.
Lloré miserablemente sintiendo como la bebida alcohólica me quemaba la piel. Las burbujas de la mismas sólo agravaban mi agonía. Sentí un gran alivió cuando lo vi dejar la botella a medio vaciar sobre la superficie del lavado.
A continuación, se dedicó a cortar la camisa vieja, pero limpia, en varias tiras de tamaño y grosor similar, con las manos. Yo me quedé sentada en la tina, con una toalla cubriéndome, y mirándolo cortar la camisa pacientemente, tirando de la tela, rajándola, creando las gasas caseras.
Malcolm me extendió una mano, y yo tardé en tomarla, pero al final lo hice. Me ayudó a salir de la tina, y me ofreció un pequeño banco que había traído de la habitación para sentarme. Me rodeó el cuerpo, colocándose detrás de mi espalda, y comenzó a envolverme con aquellas tiras improvisadas. Sus dedos fríos me rozaban la piel desnuda, al cubrirme con las telas, produciéndome un cosquilleo a su paso. Pero no era cosquillas lo único que sentía. Al primer contacto con la tela, las lágrimas saltaron de mis ojos, pero el dolor menguó un poco cuando la carne expuesta fue escondida detrás de las tiras.
— Están muy apretadas — me quejé.
— Es para que la herida se cierre — comentó y yo tuve que soportarlo.
Malcolm dio el último nudo a las vendas, y yo me sentí un poco mejor. De esa forma, el dolor era un poco más soportable.
Sintiéndome que comenzaba a salir levemente de mi sopor, y que la realidad que me rodeaba ya no la percibía tan lejana, abrí mis labios y pronuncié una duda que había estado molestándome los últimos minutos.
— Él... — pronuncié débilmente, y Malcolm dejó de acomodarme las vendas, se quedó quieto, como atento a mis palabras — dijo que ya estoy lista, ¿qué significa eso?, ¿qué pasará conmigo ahora?
Malcolm apretó unas tiras sobrantes en un puño, y luego me miró seriamente.
Sus ojos grises... me miraron de manera extraña. Su rostro, siempre inexpresivo, descubrí en ese momento, que, en verdad, guardaba mucho más que seriedad. Era cómo..., cómo si tuviera mucho que decir, pero sus palabras estuvieran vedadas.
Talvez, Malcolm no era tan indiferente como creía.
Sus labios se abrieron, dispuestos a proferir una respuesta, pero se cerraron de inmediato, cuando un sonido del otro lado de la habitación se sintió acercarse.
Los pasos de tacón regresaron, internándose al baño, interrumpiendo de aquella manera la respuesta de Malcolm, la cual nunca llegué a escuchar, pero que averiguaría no dentro de mucho.
— Vuelve con los demás, yo me ocuparé de ella a partir de ahora — le indicó al pelinegro, este, luego de un segundo analítico, asintió y se encaminó a la puerta del baño. Genette ve las vendas que cubren mi pecho y coloca una expresión incrédula —. Has desperdiciado una camisa en vendas. No tiene sentido curarla si va a ser sometida al ritual...
La respuesta de Malcolm se tardó en llegar.
— No queremos desperdiciar más sangre para el ritual, ¿verdad? — respondió este en cambio. Genette lo miró con una mano en la barbilla, analizando sus palabras. Para, un segundo después, asentir en acuerdo.
— Eres un chico precavido, me gusta eso de ti. Ya veo por qué Cronos dejó que un mestizo fuera parte de sus huestes.
Malcolm, entendiendo, que no había nada más que decir, volvió a girarse hacia la puerta, pero antes de salir, me envió una efímera mirada, entornando los ojos, clavando sus pupilas sobre las mías, y después, se marchó dejándome sola con a aquella que Cronos llamó bruja.
Genette traía entre manos una prenda blanca, que llegaba hasta el suelo. La extendió y entendí que se trataba de un vestido.
— Levántate — dijo y yo me quedé en el lugar. Ella tiró de mi mano bruscamente para ponerme de pie. Yo me quejé, ya que el tirón resintió la herida de mi pecho, manchando las gasas con rojo.
Me paré frente a ella, elevé las manos sobre mi cabeza siguiendo sus indicaciones.
Genette deslizó el vestido por mi cuerpo, pasándolo por mi cabeza.
Me miré en los pedazos del espejo que aún permanecían sobre la pared, me vi a mí misma varias veces reflejadas, con aquel vestido recto, sedoso y simple, como un camisón, hasta cubrirme los pies. Mis hombros estaban mayormente descubiertos, ya que la prenda se sostenía solo por dos pequeñas tiras, dejando al descubierto algunas heridas de mi piel y parte de mi pecho y las vendas que lo envolvían.
— ¿Qué es eso del ritual? — pregunté. Pensé que Genette me ignoraría, pero... no lo hizo.
— Se trata de un sacrificio, en el que le entregarás tu sangre a Cronos.
— ¿Mi sangre?, ¿para qué necesita mi sangre?
— ¿Por qué crees que lo llaman Cronos? — me respondió con otra pregunta en cambio.
Yo la miré fijamente, y luego negué con mi cabeza.
— No lo sé.
— ¿Acaso nunca has leído algo de mitología griega? — Genette negó con la cabeza, como si se avergonzara de mí por ser tan poco culta en aquella cultura clásica.
— Cronos, así llamaban los griegos a un dios antiguo, el cual se comía a sus propios hijos.
Yo la miré sorprendida. Mi boca se abrió y mis labios temblaron.
— ¿Me sucederá lo mismo que con María?
La bruja se rio y me respondió sacudiendo su melena rojiza en una negación.
— Es un ritual, una sangría — dijo, y luego cambió su tono de voz a uno más idílico —. Ante la presencia de un brujo, el santo grial y un verdugo, abrirán las venas de una sangre santa de corazón corrupto. Quien beba de la sangría, hasta la última gota atisba, vida longeva recibirá y de poder sin nombre se abastecerá— relató, no, más bien recitó de memoria, como si eso lo hubiera leído en algún libro y se hubiera obligado a recordarlo perfectamente —. Pero recuerda: para beber un hálito de icor, busca de las sombras el amaine. Maldad, en demasía, y bondad, una pizca. Para no buscar a la muerte prefecta, esa es la porción perfecta.
La miré completamente atontada. No había entendido ni una sola palabra de lo que decía, sólo podía adivinar de qué eran unas muy malas noticias para mí, eso estaba claro.
Genette rodó los ojos con fastidio al ver mi expresión de incomprensión, y se apuró a ponerlo en palabras fáciles de entender.
— Cronos te abrirá el cuello, y beberá hasta la última gota de tu sangre.
Mis ojos se desorbitaron, sus palabras bruscas, ya no dejaban lugar a confusiones, no era una analogía ni ningún eufemismo, era literal, mi padre me mataría.
No podía creerlo, tanto sufrimiento, todo lo que me hicieron pasar... era sólo para matarme al final. No tenía ningún sentido para mí.
— ¿Por qué no me mataron antes de hacerme pasar todo este sufrimiento? — pregunté con algo de resentimiento —, si igual voy a morir, pudieron ahorrarme toda la tortura y el dolor — María, ella no merecía todo lo que le hicieron, y yo tampoco....
— No funciona así — negó ella mientras me peinaba el cabello —. Si Cronos bebe una sangre tan fuerte en icor sagrada, terminará por matarlo. La corrupción en ti sirve para neutralizarlo. Y de esa manera, Cronos, aumentará su poder.
Entonces, simplemente, me habían arruinado el alma, el corazón y la mente, parecía que eso era parte del ritual.
— ¿Esta no es la primera vez que hace esto?
Genette se rio bajito, y yo me quejé cuando sentí que tiró con fuerza de un mechón para desenredarlo.
— ¿Cómo crees que llegó a ser uno de los demonios más poderosos y temibles, tanto como el mismo Lucifer?
Esa fue la confirmación para entender que yo no era la primera, durante años, seguramente han muerto, cientos de medios hermanos.
Quería llorar, pero mis lágrimas ya no salían. No estaba bien, estaba tan rota, que incluso, algo tan humano como llorar, de repente, se había vuelto algo imposible para mí. Pero el dolor, eso sí era humano y podía sentirlo con fuerza en mi interior. Era abrasador, me consumía entera, en cada fibra de mi cuerpo y alma, sufría, me rompía, me derrumbaba.
Fruncí el ceño con fuerza. Era injusto, me dolía el pecho, y no sólo era por las heridas. Me dolía el corazón de ser engañada, usada y traicionada, una y otra vez. A nadie le importaba, no era nada para nadie. Y moriría de la peor manera. En un ritual de unos locos...
Esperen..., ¿había escuchado bien?
— ¿Demonio...? — pregunté mientras las piezas comenzaban a encajar en mi cabeza. No, siempre lo supe, pero nunca quise aceptarlo. Absurdamente, siempre quise esperar que la lógica, que la realidad existiera mandada sólo por las leyes de la naturaleza. Pero no, las sombras, siempre estuvieron allí, vivas, persiguiéndome.
Era ciega, no, yo me esforzaba por no ver la realidad. Jared un millar de veces había dejado pistas para mí, Malcolm, mi padre, era obvio.
— Sí que eres lenta para comprender lo que te rodea — dijo, carcajeándose horriblemente, su risa salió aguda, rasposa y taladrante —. El mundo no sólo es lo que puedes ver — dijo la bruja —, lo has negado tanto, incluso sabiendo que tú perteneces a este lado también.
— ¡Es mentira! — le dije, recobrando algo de vitalidad repentina. Me removí con furia, me negaba, yo no era igual a ellos.
— Síguete engañando a ti misma. No importa, lo único valioso en ti es tu sangre, mitad ángel, mitad demonio.
Mis ojos se encallaron en aquella maldita arpía. Ella había dejado de peinarme, elevó el peine a la altura de su abultado pecho, y me miró analíticamente, como si contemplara un artista a su obra terminada.
— ¿Por qué me cuentas todo esto? — le pregunté, tanto tiempo habían evitado en explicarme algo, y ahora, ella lo desembuchaba todo junto.
— Porque ya no representa ningún peligro si lo sabes o no, después de este ritual estarás muerta y contigo morirá el secreto.
Dejé caer mi rostro, sentí como mi barbilla golpeó mis propios omóplatos. De mí escapó una risa irónica, acallada por una desesperanza muy grande, que ya estaba instalada en mí.
Ya nada tenía sentido. No, nunca lo había tenido. Mi vida, sobre todo, siempre significó menos que nada. Y ahora moriría, seguramente nadie se acordaría de mí en pocos días, ¿quién me querría?, ¿quién vendría ahora por mí?
Nadie.
Estaba sola.
No tenía nada ni nadie.
— Estás lista — dijo, depositando el peine sobre el lavado, y luego giró en dirección a la puerta del baño —. Sígueme, ha llegado la hora.
Mi cuerpo dejó de temblar cuando escuché esas palabras y todo cobró sentido para mí.
"¿Qué importa si mueres hoy o mañana? De igual forma todos moriremos algún día", había dicho Malcolm, y ahora entendía que tenía razón. Ya no tenía sentido seguir luchando por vivir, si ya no tenía a nadie. Mi madre, María, todos muertos. ¿Ellie?, era mejor que ella no se rodeara de gente como yo, y ¿Chris?, él seguramente siguió con su vida. Él y su padre dijeron que me consideraban como de la familia... no, lo habían dicho sólo por lástima. ¡Y yo ya no quería más lástima de nadie!, incluso me había cansado de sentir pena por mí misma.
Levanté mi rostro y lo fijé al frente, decidida a morir. Lo haría, si no tenía escapatoria, con orgullo hasta el final, con un lloro en el corazón, pero con los ojos secos, sin una lágrima. No les daría el gusto a mis captores de verme llorar, de descubrir cuánto me habían destruido, no, eso me lo guardaría para mí misma, hasta el final.
— Deja de perder el tiempo — dijo con su voz rasposa, afanándome a seguirle.
Di el primer paso por mí misma, mi planta del pie, descalza, crujió al pisar pequeños fragmentos de espejo, incluso manchó el piso con roja sangre, pero no me detuve, di el siguiente paso.
Y así, en silencio, sin bajar la cabeza, caminé hacia mi muerte resoluta, siguiéndole los pasos a una arpía de cabellos colorados, como los fuegos del infierno.
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