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24. Lluvia de sangre

Fui llevada a la habitación de siempre. Al principio presenté un poco de resistencia, pero, esta fue sustituida de inmediato por un shock que me arrancó cualquier forma de voluntad. Al comprender lo que acababa de suceder en su completitud, no podía actuar por mí misma, sólo me dejé llevar. Una mano, ceñida a mi antebrazo, me arrastró por aquel conocido pasillo.

Atravesamos dos puertas hasta que me hallé frente a la ducha.

— Límpiate — me dijo aquella voz que reconocí propia de Malcolm. Después sentí que la puerta detrás de mí se cerraba, así quedaba sola en esa pequeña habitación.

Pasé de largo el espejo. Esquivé su reflejo. Caminé directo hasta la ducha.

Mis dedos se sentían algo tiesos, como si una capa de algún liquido comenzara a secarse y dificultara la flexibilidad de la piel. Con los ojos bien abiertos, pero sin enfocar la vista en nada en particular, procedí a liberar cada botón de su ojal, uno a la vez, de manera perezosa y torpe, tomándome mi tiempo de manera lenta. Me sentía en un estado extraño, superfluo, como si flotara y no existiera en absoluto. Era como un sueño que no entendía.

Tiré la camisa a un lado y luego tomé el elástico de mi pantalón y arrugué este hasta mis tobillos. Este lo dejé junto a la camisa.

Mis pies pasaron por encima de la valla de la tina. Me quedé inmóvil allí, sintiendo frío, a causa de mi desnudes y de la humedad que me cubría.

Mis ojos encontraron, de manera involuntaria, mi reflejo sobre las baldosas de la ducha. A la imagen me vino el shock. Un nudo de lágrimas y bilis ascendió por todo mi esternón hasta alojarse en mi boca, de manera dolorosa y ahogante.

Giré la perilla que daba lugar a la entrada del agua, con nerviosismo. Mis dedos peleaban con aquel mecanismo, pues los temblores, que me atacaban el cuerpo entero, no me dejaban desenvolverme con soltura.

Logré activar el agua y una lluvia cayó sobre mi cabeza, empapándome el cuerpo completo.

Tenía frío. Pero sabía que esa no era la razón por la que mi cuerpo convulsionaba como un terremoto.

Mis ojos por fin se enfocaron, y lo hicieron sobre mis manos. El líquido que las cubría, que se había tornado amarronado, volvía a su color rojizo oscuro y espeso al humedecerse una vez más, en contacto con el agua de la ducha. Ese color rojo, carmín y brillante, me dio, como un flash, la imagen de una lluvia de sangre sobre mi cuerpo. Aquella lluvia de sangre aún permanecía en mi mente, el horrible recuerdo, y su huella en toda mi piel.

Todo el rojo que me cubría era el recuerdo de su muerte.

Tenía que deshacerme del rojo.

Comencé a tallar con fuerza mis brazos, mis piernas, mi costado, mi cabeza, mi estómago, mi pecho, todo, todo lo que tenía huellas de aquella lluvia carmín. Todo, todo me cubría. Era una pesadilla.

Mi piel comenzó a arder a causa de mi tallado excesivo y tosco. Pero debía hacerlo, debía limpiar la sangre en mí.

La sangre de María estaba sobre mí...

Un quejido de dolor escapó desde lo más profundo de mi garganta, mientras mis ojos se volvían nublados. Mis lágrimas se mezclaban con la lluvia de la ducha. No podía ver, pero si cerraba los ojos era peor, sobre mis párpados estaba la imagen de la lluvia de sangre, explotando sobre mi cabeza.

No podía.

No podía.

Tallé con fuerza, pero la sangre no se iba. No, esta vez era sangre nueva... creo que era mi propia sangre mezclándose con la de ella.

Me limpiaba tan fuerte que mi piel comenzó a sangrar en algunos lugares en específico. Pero aún así, con ese dolor lacerante, el ardor de una piel que rogaba por paz, no podía, no podía dejar de limpiar, de tallar, de deshacerme de la sangre, para traer otra en su lugar, la mía.

Mis piernas fallaron cuando el dolor de mi piel fue opacado por uno mucho más profundo, que provenía desde el interior más lejano de mi corazón y de mi alma.

Mis rodillas se tambalearon temblorosamente y de manera torpe, hasta que me obligué a sentarme en el suelo de la tina, abrazada a mis piernas, completamente desnuda, mientras la sangre de mi cuerpo era lavada por la lluvia que caía sobre mi cabeza. No pude detener mi llanto y mis gritos de dolor, los cuales desgarraban mi garganta y parte de mi corazón. Lo hice sin temor a hacer bullicio, pues, en esa casa, nadie se preocuparía por mi pérdida de locura, nadie iría a preguntarme: ¿estás bien?

Estaba sola.

Ahora de verdad.

María había muerto. Frente a mis ojos y me habían bañado de su sangre.

El recuerdo fresco me produjo una sensación repugnante en el fondo de mi lengua. Sentí nauseas, me sentía tan débil que ni siquiera tuve fuerzas para levantarme y evacuar en el interior del váter. Me incliné, mi cuerpo sufrió un espasmo y lancé todo por la boca. El agua de la ducha se encargó de llevarse todo lo que saqué allí. Vomité un par de veces más, lo hice hasta que sentí que mi garganta dolía por completo, como si algo me presionara y la cerrara.

Me abracé con fuerza a mis rodillas, y enterré mi cabeza entre ellas, ocultándome del mundo.

María...

¿Qué te habían hecho?

¿Cómo esos monstruos pudieron matarte de esa forma cruel?

Estaba en un infierno y ellos eran los diablos.

Ni siquiera me moví cuando escuché unos golpes en la puerta.

— ¿Amanda? — tampoco lo hice al escuchar mi nombre.

Sentí que el pestillo giraba y la puerta se abría. Unos pasos caminaron hasta el centro del baño, deteniéndose justo enfrente de mí.

Aquel intruso se mantuvo en silencio. Yo también lo hice. No levanté la cabeza para descubrir de quién se trataba. No me interesaba saber nada de nadie en ese momento.

— Llevas tres horas en la ducha — al escuchar su voz supe de quién se trataba.

No respondí a pesar que interpreté su consiguiente silencio como el requerimiento para que lo hiciera.

Sentí que la lluvia sobre mi cabeza se detuvo cuando el dueño de aquella voz giró la perilla de la ducha.

— Sal — indicó, pero no me moví.

Pasaron unos segundos de silencio.

Creí que iba a dejarme tranquila allí, lamentándome sola, temblando y llorando en mi miseria, pero no.

El chico me cubrió los hombros y la espalda con una toalla. Luego sentí como unos brazos me rodeaban por la espalda y las piernas. El vértigo me atacó cuando mi trasero fue separado del suelo, pero mi debilidad, sólo me permitió quejarme con un pequeño gemido.

Sentí que aquella persona me cargó de vuelta a la habitación. Delicadamente fui depositada sobre una superficie blanda. Había sido sentada en la cama.

Ante mis ojos cayó ropa limpia. Yo la miré inmóvil, sin realizar ni un solo movimiento.

Escuché que el intruso suspiró con un fastidio.

Sus dedos se aferraron a mi muñeca y la elevó para separarla de mi cuerpo. Por el movimiento, la toalla que me cubría se desprendió de mis hombros, y cayó hasta mi trasero, dejando mi desnudez completamente descubierta. Pero, el shock y la tristeza tan grande que me consumía, ni siquiera me dio deseos de cubrir mi desnudez, de vuelta, ni vergüenza fui capaz de sentir.

Sentí como por mi brazo, el chico intentaba pasar la manga de aquella blusa limpia, pero, al sentir la tela haciendo presión para pasar por mi brazo, reaccioné retirando mi brazo con brusquedad de los dedos que lo sostenían.

— ¡Déjame! — grité con la voz rasposa. Mi garganta dolía.

— Si no te vistes te vas a enfermar — dijo con naturalidad, volviendo a tomar mi mano para realizar un segundo intento de vestirme.

— ¿Y a ti qué diablos te importa si enfermo? — levanté la vista, con veneno ardiendo en mis pupilas. Mis ojos se clavaron en los suyos negros — Si te importara, aunque sea una mierda, nunca me hubieras entregado a ellos... a mi ...— no pude llamarlo por lo que era, no podía concebir ni aceptar mi parentesco con ese horrible hombre.

Aparté la vista de Malcolm al sentirme frustrada con mi situación. No quería ver su gesto indiferente al escuchar mi reproche, porque sabía que nada le importaba, nada le afectaba.

Un pensamiento extraño pasó por mi mente. ¿Acaso Malcolm se había quedado esas tres horas del otro lado de la puerta? ¿Esperando por mi regreso? No supe cómo tomar eso.

Apreté los dientes con fuerza, conteniendo un sentimiento angustiante y lleno de rabia.

No, no debía dejar que me engatusara con una simple acción como esa. Él era parte de ellos, era parte de los que mataron a María.

Hirviéndome la sangre en mis venas, me dejé llevar por un impulso violento. Me envalentoné hacia Malcolm, lo tomé de la tela de la camisa y lo sacudí con violencia, pero él apenas fue afectado por mis débiles intentos de desestabilizarlo. Era como intentar tirar un muro de piedra con brazos desnudos. Pero no me importó, la rabia que contenía no me dejó actuar con lógica, sólo quería una explicación, quería que alguien me explicara por qué tenía que pasar por todo esto.

Una frase de él, antes dicha, volvió a resonar en mi cabeza: "¿Quieres un consejo? No te encariñes".

Abrí los ojos mientras sentía que un suspiro se atoraba en mis pulmones. Clavé mis ojos de vuelta sobre los suyos.

— ¡Lo sabías! — las siguientes palabras se atoraron en mi lengua al comprenderlo. No podía creerlo. Entender aquello... dolía y me hervía la sangre de rabia, despertando una sensación oscura — ¡Por eso me lo advertiste!

La mirada de Malcolm, fue seria, pero el pequeño desliz en su boca, fue suficiente para tener una confirmación. ¡Él lo supo todo el tiempo!

Golpeé su pecho, repetidas veces, y con fuerza, al comprender su gesto. Quería golpearlo, quería hacerle daño, quería que él sintiera lo mismo que yo sentía en mi interior. Estrellé mi puño contra su pecho, una y otra vez, sin temor a que recibiera un castigo por esto, no me interesaba ya nada, sólo quería que él se sintiera tan destruido como yo me sentía por dentro, tan destruido como para pensar racionalmente, tan destruido como para pensar con algo más que ira.

Pareció ser suficiente para Malcolm. Ya que detuvo mis puños con ambas manos, y los mantuvo en alto, con fuerza, impidiéndome volver a golpearlo. Por más que ejerciera fuerza y me sacudiera, no me soltaba.

— Basta — ordenó, pero yo seguí insistiendo con que me soltara, intentando librarme de su agarre.

— ¡Lo sabías! ¡Siempre supiste lo que iban a hacerle a María! ¡Pero nunca hiciste nada para detenerlo! — mis ojos lloraban otra vez... no podía creerlo. El dolor en mi corazón era más de lo que podía aguantar —, sólo... ¿acaso te divierte todo esto?, este sufrimiento que me hacen cada día.

— No se trata de eso... — dijo y yo, pasmada por su respuesta, dejé de luchar contra él.

Al quedarme inmóvil, viéndolo fijamente, Malcolm comprendió que ya no intentaría golpearlo, así que, lentamente, fue soltando mis muñecas, un dedo a la vez.

— ¿Entonces de qué se trata?, porque no lo entiendo. No entiendo por qué me secuestraron, por qué me torturan, me encierran en esa maldita caja... por qué cada cosa que hacen es para hacerme sufrir, para volverme loca... ¿Cuándo habrá un final?... ¿siquiera lo habrá?

— Sí, lo habrá — me inquietó recibir una respuesta de su parte.

¿Así que esto tendría un fin? No podía creerlo...

Pasé saliva dolorosamente e hice mi siguiente pregunta.

— ¿Cuándo? — me atreví a cuestionar.

— Cuando mueras — respondió secamente, como si revelara una nimiedad, nada importante.

Mi cuerpo entero se erizó y una ráfaga de frío me recorrió. Fue allí cuando fui consciente de mi desnudez, y traté de cubrir las partes expuestas con mis brazos.

Aquel final había despertado un sentimiento aterrante dentro de mí. Ellos estaban tratando de matarme... no, ellos estaban torturándome, mis últimos días los estaban convirtiendo en la peor de las pesadillas, para al final, simplemente quitarme la vida. Pero... ¿por qué?

— Cuando mueras ya no sufrirás — me dijo y yo lo miré incrédula. Hablaba como si todo el dolor que me hicieran pasar no fuera culpa de ellos, y fuera algo inevitable.

— Pero... no quiero morir, a pesar de todo este dolor que siento, quiero seguir viviendo — declaré.

Malcolm, me miró seriamente, y luego sus brazos me rodearon. Me tensioné por su acción. No entendía porque de repente me abrazaba.

Sus brazos ascendieron por toda mi espalda, llevando con ellos el toallón que antes me habría cubierto, para dejarlo una vez más, sobre mis hombros.

Me sentí una idiota por pensar que su intención era abrazarme.

— No quiero morir — le repetí con insistencia, inclinando mi espina levemente en su dirección, a pesar que sentía, muy dentro de mí, que era en vano insistir.

Malcolm me miró fijamente. Como siempre, era difícil interpretar algún sentimiento o emoción de sus facciones.

— Ustedes humanos, sólo viven para morir un día — abrí la boca con sorpresa. Otra vez hablando como si él no perteneciera a los humanos — ¿Qué importa si mueres hoy o mañana? De igual forma todos moriremos algún día.

— Sí, pero me gustaría morir cuando deba hacerlo, no ahora... siendo decisión de alguien más.

Malcolm no apartó sus ojos de los míos. Los tenía eclipsados con el reflejo de los míos. La comisura de sus labios dibujó una pequeña curva decaída. Sus belfos se abrieron levemente, indicando que tenía algo más por decir, pero el rechinido de la puerta abriéndose, lo interrumpió antes de decir cualquier cosa.

En ese momento entró su padre, Cameron, pero no venía solo. Lo acompañaba el hombre al que había apuntado un arma a su cabeza y no había sido capaz de apretar el gatillo. Era el padre de María, siguiendo los pasos del pelinegro, ingresando sumisamente a la habitación.

Malcolm colocó una expresión para nada de acuerdo, cuando vio ingresar a ese hombre por la puerta. Esa expresión no pasó desapercibida ante los ojos de su padre, quien pareció disconforme de inmediato.

— ¿Cuál es el problema? — lo regañó su padre — ¿Acaso te has encariñado con la humana?

Malcolm colocó una expresión de asombro. Fue la primera vez para mí viendo una expresión semejante en aquel chico inexpresivo.

El chico negó con su cabeza, de lado a lado.

— No hay posibilidad de que algo así suceda nunca — le respondió, y yo sentí que algo punzaba dentro de mí, de manera dolorosa, como una espina que abría carne y piel.

— No me decepciones — le advirtió de repente, y el matiz en su voz, tan recio y frío, causó en mí tensión en mi cuerpo —. Si vuelves a mostrar una expresión así, yo mismo me encargaré de relevarte de tu puesto, y te degradaré a un clase baja.

Malcolm lo miró preocupado. Como si acabara de cometer el peor error de su vida.

— Padre, te equivocas, yo nunca podría sentir simpatía por esta mujer.

Esa espina en mi corazón se hundió aún más profundo.

— Bien, entonces dejémoslos solos. Tiene que familiarizarse con su nuevo compañero de habitación.

Me giré velozmente en su dirección, con mi corazón a mil. ¿Acaso había escuchado mal? ¿Pretendía encerrarme en esta habitación con ese hombre?

Malcolm miró hacia mí, su expresión pretendía ser seria e inexpresiva, pero algo falló en los párpados de sus ojos que cayeron pesados, y en sus labios, que se apretaron en una línea tensa.

Pensé que diría algo, que intentaría contradecir a su padre, pues, creí que eso deseaba... pero no lo hizo, sólo me dedicó un pequeño asentimiento, ¿o era para su padre? Y se levantó de la cama, en la cual estaba sentado a mi lado y caminó en dirección a la puerta. Pasó directo, sin mirar al cerdo que ahora sería mi compañero, y sólo se centró en su padre.

— Lo entiendo — dijo sólo, y luego salió de la habitación, sin mirar atrás.

Cameron, segundos después lo siguió, cerrando la puerta detrás suya, dejándome sola en esa habitación con el padre de María, con el hombre que había vuelto la infancia de su hija un infierno.

Instintivamente, me envolví con la toalla de manera nerviosa, a pesar de que esta ya me cubría casi por completo. Me sentí expuesta, de repente, en peligro.  

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