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18. No tenía a nadie de mi lado

Me quedé inmóvil, sentada, con el trasero aún en la caja. Verlo de tan cerca me había pasmado, dejado como una idiota que no comprendía nada. ¡Y es que así era!, no entendía por qué estaba Malcolm sacándome de mi castigo en vez de Glotón.

¿Qué significaba esto?

Intenté hallar la respuesta en el chico.

Vestía de negro como siempre. Esta vez se veía bastante holgado, con una camisa de seda negra. Me pregunté si no tenía frío, pues, en esa habitación estaba helando de manera infernal. Tanto que creería que podría morir de hipotermia, pero hasta el momento no había sucedido.

Su gesto, como ya era costumbre, era serio, no parecía denotar ni una mísera pista que pudiera servirme para revelar sus intenciones conmigo. Debería rendirme en intentar leerlo sólo con la vista, pero era muy terca como para dejar de intentarlo. Siempre, siempre lo observaba intentando descifrarlo.

Pegué un pequeño respingón al escuchar su voz.

— ¿No piensas salir? ¿O piensas quedarte allí todo el día? — al parecer, el pelinegro se había percatado de que tenía la vista puesta en él. Seguramente me había visto de manera extraña observándolo fijamente.

Coloqué las manos a los costados de la caja e hice impulso con el cuerpo para levantarme. Se me escapó un pequeño quejido al sentir como se resentían mis músculos por moverlos después de mantenerlos quietos en la misma posición durante horas.

— Siéntate — indicó señalando una silla.

Fue entonces cuando comprendí por qué me había sacado de la caja.

Mi estómago gruñó como un animal hambriento al descubrir una pequeña mesa con una bandeja de comida. La silla que me señalaba Malcolm estaba a un lado predispuesta para sentarme a la mesa, con esos víveres ante la nariz.

No tardé en obedecerle. Comencé a andar, al principio se me hizo dificultoso, pues sentía todos los músculos endurecidos y dolía como cien infiernos cada vez que daba un paso. Con gran esfuerzo logré llegar a la silla, me senté en ella, y sin esperar una señal de él o algo parecido, me serví una porción de pollo rostizado. No se veía muy apetitoso, ni que tuviera mucho sabor. Si esa presa sabía a plástico no me extrañaría, por suerte, después de darle el primer bocado, comprobé que no era una maravilla, pero por lo menos era comestible.

Era la primera vez, desde que estaba allí, que me alimentaban con algo más que pan y jamón rancio.

Estaba tan hambrienta que perdí de vista el pudor por un momento y me llevé la pata a la boca manipulándola con las manos. ¡Tenía el tenedor y cuchillo a un lado!, pero estaba tan hambrienta que fue como si tuviera una ceguera que no me dejara verlos.

Tomaba algunos sorbos de agua cada tanto para ayudarme a tragar los grandes pedazos de carne que tenía en la boca, procurando no ahogarme en el proceso.

Me detuve de súbito cuando una imagen de una pequeña niña pasó por mi mente. Era como si me trajera a la realidad nuevamente.

Miré el pollo, ya no le quedaba nada, estaba prácticamente pelado en su totalidad. Lo había devorado. Sólo quedaba un bollo de pan.

Me maldije internamente por no pensar en ella antes de actuar.

— Estúpida... — me insulté a mí misma.

— ¿Qué dices? — me preguntó curioso Malcolm, quien había optado por tomar un lugar junto a la ventana, a pesar de que esta estuviera tablada.

— ¿Y María?

— ¿Quién? — me preguntó confundido. Lo miré sorprendido. Realmente parecía no saber de quién le hablaba.

— La niña... — le indiqué — la que está en la habitación — Malcom pareció entender. Parecía imposible que en verdad no tuviera idea de cómo se llamaba. ¿En serio era tan poco importante? ¿Entonces por qué diablos la habían secuestrado al igual que a mí?

— ¿Qué tiene? — preguntó, sin descruzar sus brazos. Al parecer el tema en cuestión le tenía sin cuidado. Era como si preguntara por una cosa sin importancia, como el clima.

— ¿Ella qué comerá?

Malcolm intercambió conmigo, lo que duró un segundo, la mirada, de manera inmóvil e inamovible. Parecía que no existiera persona sobre la faz de la tierra que pudiera conmoverlo, incluso si se trataba de aquella pequeña y triste niña que se había ganado mi corazón.

El pelinegro terminó por encogerse de hombros, quitándole importancia a mi pregunta para finalmente responder de la manera más frívola e indiferente — No lo sé — confesó, y sus palabras me helaron.

¿En serio? ¡¿En serio no lo sabía?!, sólo me faltó escuchar eso para saber que nadie se preocupaba por ella, nadie más que yo. La niña podría morir de inanición y seguramente no se darían cuenta hasta que su cadáver apestara. Esa indiferencia, ese desamor hacia uno de los seres más indefensos y tiernos, me revolvió el estómago y formó un nudo en mi garganta. ¿Cómo era posible...? ¿Cómo era posible tanta inhumanidad?

Estaba segura, ahora más que nunca, que María no había probado bocado desde que me habían sacado de la habitación.

Pasé saliva de manera dolorosa. No podía deshacerme de aquella impresión amarga. Odiaba que ignoraran a la niña de aquella manera, como si no tuviera ningún valor.

Tomé el pan que todavía quedaba intacto, sin tocar y lo apreté contra mi pecho. Era poco, pero era lo único que tenía.

— Toma — le dije a Malcolm extendiéndole el pan para que lo tomara.

El chico miró el pan de manera extrañada, como si no supiera lo que tenía que hacer con él.

Suspiré al mismo tiempo que me preguntaba quién era más estúpido, si él por no entender lo que yo le pedía, o yo por confiar que mi petición cabría en su comprensión egoísta.

— Llévaselo — aclaré.

Malcolm me envió la mirada más extrañada que una vez vi en él. Era como si le propusiera la cosa más loca del mundo. Como si dijera: ¡Hola! ¿Quieres tirarte en paracaídas disfrazados de payazos mientras tocamos una de mariachis? No... estaba segura que ni así se hubiera sentido tan desconcertado.

Pareció recomponerse, pero... pude ver en la manera en la que sacudía su cabeza en un gesto de resignación, que había algo en mi petición que le molestaba, como si yo estuviera fallando en algo.

"¿Quieres un consejo? No te encariñes". Un breve recuerdo me trajo de repente sus anteriores palabras. En ese momento, sentí que debía hacerle caso, que era la primera vez que realmente se preocupaba por mí e intentaba ayudarme de alguna manera. Lo entendía, entendía que si me preocupaba por aquella niña iba a sufrir el doble de lo que debería, pues tendría que preocuparme, ahora, no sólo por mí, sino también por el bienestar de María. Tendría que dividir mi comida con ella, cuidar de ambas, estar despierta el doble, preocuparme por las dos... Pero no podía, no podía hacer la vista gorda, no cuando había una pequeña niña indefensa sufriendo, pasando por un secuestro, por algo que un alma inocente nunca debería pasar. Ella debería estar en su casa jugando con sus juguetes, haciendo los deberes de la escuela con su madre y viendo las caricaturas por televisión, mientras ríe a carcajadas. No aquí, encerrada en esta casona antigua de aspecto degradado e infernal.

— Llévaselo — insistí al ver que había fracasado —, por favor — rogué.

— Es tuyo, termínatelo — ordenó Malcolm. Pero yo estaba muy lejos de darme por vencida.

— No, ya estoy llena — mentí. Podría comer otro pollo entero del hambre que tenía, pero quería que este pan se lo diera a la niña, no podría comerlo alegremente sabiendo que ella pasaría hambre.

Malcolm entornó los ojos, con una pizca de lucidez, él entendía bien que no estaba llena y adivinaba mis verdaderas intenciones a la perfección.

— No se lo llevaré. Cómelo — volvió a ordenar.

Apreté mis dedos en un puño con frustración.

¡Estaba cansada de esto!

En un impulso impetuoso, del cual ni siquiera pude predecir de mí misma, eché la silla hacia atrás y asiendo el pan en una mano, caminé hasta Malcolm totalmente decidida en no dar el brazo a torcer.

Coloqué el pan, con un movimiento brusco que denotara mi determinación, sobre su pecho, haciendo presión con él de manera notoria. Era imposible que Malcolm no pudiera interpretar la determinación en mis gestos y en mis ojos, era imposible que no supiera que no había manera de que me comiera ese pan.

— Por favor, te lo ruego, llévaselo.

Malcolm entrecerró los ojos, sin inmutarse por mi cercanía, ni porque levantara un poco la voz. ¿Acaso no causaba ni un sólo efecto en él?

— Si no vas a comerlo, entonces vuelve a la caja.

Abrí los ojos hasta que me dolieron cuando escuché aquellas palabras. ¿Acaso no iba a volver a la habitación? Esta era la primera vez que me sacaban para comer y me volverían a meter dentro. Nunca había pasado tanto tiempo encerrada en la caja.

— No lo haré — le dije... no entendía qué estaba sucediendo.

En ese momento ingresó Glotón a la habitación y se nos quedó viendo de manera extraña. Es entonces cuando me separé un poco de Malcolm, al percibir que lo tenía acorralado contra la pared. Por supuesto, en esa casa nadie creería que lo estaba amenazando o algo, como cualquier persona normal podría entender si lo viera. Pero los habitantes de esa casa, eran incapaces de creer que yo fuera capaz de enfrentarme a alguno de ellos.

Al parecer, el grandulón había venido por la bandeja, ya que se dirigió directamente a esta que todavía yacía sobre la mesa.

— Si ya terminó su comida, ¿por qué aún no ha vuelto a la caja? — preguntó Glotón. Yo no me giré para verlo de frente, no, no podía arrancar la mirada de los ojos de Malcolm, a quién miraba de manera suplicante, rogando en silencio porque tomara aquel bollo de pan — ¿Acaso quieres que Cronos se enfade?

— Si prometes... — susurré cerca del rostro de Malcolm, para que sólo él pudiera oírme — llevarle este pan a María, prometo que me meteré en la caja voluntariamente y sin hacer escándalo — dije, rogando internamente porque Malcolm aceptara aquel trato. Me parecía simple y para nada abusivo. ¡No había manera que lo rechazara!

Sentí que perdía el color de mi piel al escuchar su respuesta.

— No me importa si lo haces voluntariamente o no, eso lo dejo a tu elección. Nada cambiará — dijo mirándome fijamente. Sus ojos pasearon por toda la extensión de mi rostro, colocándome nerviosa cuando se detuvieron un segundo de más en mis labios —. Al final del día estarás de vuelta en esa caja. Sólo complicas las cosas para ti misma.

Entonces lo entendí. No importaba cuánto le rogara. Malcolm no tomaría ese pan y se lo llevaría a la niña. ¡Era un pan! ¡Sólo un pan!, ni siquiera la alimentaría correctamente, ni siquiera serviría más que para mitigar un poco el apetito, pero sólo de manera temporal e incompleta.

Era inútil.

Malcolm... no importaba cuanto me lo repitiera e intentara probar lo contrario: Malcolm era uno de ellos. Siempre lo había sido.

Entendiendo eso, me quedé congelada. No había nada que pudiera hacer. Nada. Pero al mismo tiempo, si no obtendría nada, tampoco acataría sus órdenes de manera sumisa. La resistencia era lo único que me quedaba, aunque esta fuera inútil.

— Entonces tendrás que encerrarme tú mismo, porque no pienso volver a esa caja de manera voluntaria — le dije.

Malcolm suspiró cansado. Como si mi actitud fuera propia de una niña caprichosa. Y como esperaba, él me tomó del brazo y me llevó hacia la caja, puse resistencia, pero no lo suficiente. Estaba derrotada, mis sacudidas, mis "no", no eran más que vanos, que faltos de honestidad. Era sólo un acto. En verdad me estaba dejando llevar, al saber, que no había manera de que pudiera evitar ser encerrada en la caja. No había voluntad, ya no importaba nada de lo que hiciera, estaba perdida. No tenía a nadie de mi lado. A nadie.

Malcolm me dio un pequeño empujón, uno que casi no fue empujón, Era como si él también entendiera mi rendición, mi "dejarme llevar por la corriente". Caí dentro de la caja de manera lenta y poco natural.

Lo último que vi antes de que la puerta de la caja fuera cerrada, fueron sus ojos negros como una noche, pero que, por primera vez, guardaban un extraño indicio de alguna emoción que no supe interpretar.

Esos ojos... se habían quedado grabados en mí, y no pude hacer más que repasarlos en mi memoria una y otra vez, mientras estaba yo sola con la oscuridad.

¿Qué había significado esa manera de verme? 

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