14. Sólo respuestas vagas y confusas
La mañana siguiente fue algo incómoda. Pues, al parecer, a María le parecía algo embarazoso que una desconocida la hubiera abrazado, por horas, entre sus llantos, hasta que logró dormirse de nuevo, y esta vez, el consuelo de una desconocida, pareció espantar sus pesadillas, y durmió como un angelito hasta la mañana siguiente.
Por supuesto, como la adulta me desperté una hora antes, pero me mantuve en silencio, sin ninguna intención de perturbar su sueño, ya que la niña parecía que no había dormido tan plácidamente en un buen tiempo.
La niña despertó perezosamente, se sentó en la cama y cuando me vio sentada en el diván frente a ella, a unos pocos metros, se vio gravemente avergonzada. Bajó la vista de inmediato y apretó la sábana en un puño.
No esperaba esa reacción.
Intuí que la niña no se sentía lo suficientemente confiada conmigo, como para actuar más suelta todavía. Así que intenté buscar un tema de conversación para aligerar el ambiente.
— Ya deben estar por traer el desayuno — dije sintiendo como rugía mi estómago.
La niña no me miró, ni tampoco respondió. Se la veía perdida en sus pensamientos.
Ah, parecía en vano cualquier intento de acercarme a ella. Entendía que debía ser muy duro pasar por un secuestro a tan temprana edad, era duro para mí también, pero desde que ella estaba aquí, sentía que debía ser fuerte por ella, había despertado cierto sentimiento maternal y de protección en mí. Talvez era mi inconsciente intentándome salvar de caer en las sombras de la locura, al darme aquella tarea.
Suspiré derrotada. No sabía cómo enfrentarla, hasta el momento había mostrado pequeños episodios de fragilidad en el que me dejó ver a su verdadero yo y se apoyó en mí. Sí, sí, hace poco que nos conocíamos, pero estábamos solas en esto. Ella no podía apoyarse en nadie más que en mí. Pero, cuando la veía, me sentía como una estúpida por considerarla una niña y que yo era la única adulta allí. Pues, cuando levantaba la cabeza del suelo y me dejaba ver sus ojos, estos no concordaban con su carita pueril, no, tenía la mirada de alguien que había dejado la infancia muy atrás.
En el silencio de su ausente respuesta, varias dudas pasaron por mi cabeza. ¿Qué hacía esta niña aquí? ¿Cuál era su papel en mi cautiverio? ¿Qué querían de ella?, también pensé en la caja que usaban para mi tortura. ¿A ella también la meterían allí?
¡La caja!, gritó mi mente en un descuidado entendimiento.
Di un pequeño respingón en el lugar al entender algo. Pues, ya habían pasado varios días desde que Cronos y la mujer no habían venido a hacer esas extrañas pruebas con mi sangre y a pedirme que les entregue el anillo ese que ellos llamaban de Mireya. ¿Por qué?... ¿Por qué no había vuelto a la caja desde que María había llegado?
Miré a María de manera grave. ¿Qué...? ¿Qué diablos significaba todo esto?, sentía que la respuesta estaba más cerca de lo que creía, pero era tan inútil para llegar a ella.
Por suerte, para terminar con aquel ambiente incómodo y con el fuero de mis pensamientos que se había formado, los goznes de la puerta giraron, abriéndola por completo. Por ella ingresó Glotón con una bandeja, caminó hasta la mesa de centro que estaba frente al diván y la depositó allí. Después de él ingresaron Cronos y Jared, el último se asomó de manera curiosa, como si esperara encontrar una fiesta dentro de la habitación. ¿Ese chico nunca se ponía serio?
Justo a tiempo, pensé mirando la bandeja con el desayuno, pero fruncí el ceño de inmediato al ver la cantidad que había sobre esta, era la misma de siempre.
— Aquí hay una sola porción — anuncié, obligándome a mí misma a mirar a mi padre para reclamarle el plato faltante — ¿Dónde está el desayuno de María?
La niña me miró asustada. Por su expresión podía adivinar que prefería saltarse el desayuno antes de que yo enfrentara a mi padre. Esa niña les tenía terror. Yo también, pero no tenía caso privarme de expresarme cuando estaba segura que ellos eran incapaces de hacerme daño, sólo podían mandarme a esa caja, y estaba segura que después del desayuno sería allí donde me enviarían.
Odié escuchar la voz que me respondió. Todo ese tiempo que llevaba allí cautiva, había aprendido a odiar todo lo que provenía de mi padre. Su presencia, su perfume, sus ojos, su arrogante sonrisa artificial y su grave voz, la cual nunca usó para decir algo lindo o paternal.
— No me interesa si la niña muere o no — dijo escuetamente, como si hablara de un objeto, de algo sin ninguno tipo de valor. Un nada. Abrí la boca con sorpresa, volviéndome incapaz de responder ni de detenerlo cuando se dio la media vuelta con intenciones de irse. Lo vi pasar por la puerta.
No entendía, si era así ¿por qué la habían traído a esta habitación?, ¿encerrándola aquí conmigo?. No entendía la presencia de aquella niña aquí. ¿Quién era María que parecía tener algo que ver en todo este embrollo, pero que no parecía tan importante como para que se preocupen por que no muriera de hambre? No entendía nada.
Glotón sonrió, y de sus belfos escapó un hediondo aliento que me penetró la nariz. Tuve que tapármela con una mano, para evitar una arcada. El grandulón miró a la niña que permanecía todavía en la cama, y sus ojos la miraron de manera apetitosa, esa mirada me supo repugnante. Ese tipo oloroso nunca me había caído bien.
— María, ven, vamos a comer — la llamé cuando vi que Glotón no dejaba de verla como a algo que pudiera comerse de un bocado.
La niña se levantó de la cama y caminó velozmente hasta donde estaba yo parada.
— Vete, te llamaremos cuando la bandeja esté vacía — le dije al tipo.
Este sonrió.
— Tú no puedes darme órdenes — dijo con su nauseabundo aliento.
— Glotón, ¿no ves que las chicas no te han invitado?, para eso debes ser más genial. Como yo — dijo y se señaló así mismo de manera orgullosa. No sabía si estaba diciéndolo en serio, o simplemente trataba de ayudarnos. Con lo poco que conocía a Jared era difícil adivinarlo —. Vete, no podemos empezar la pijamada si estás aquí con tus pestilencias — dijo mientras abanicaba el aire con sus dedos de uñas negras pintadas, como si intentara dispersar su mal olor.
El grandote hizo un mohín de frustración resentida. Al parecer, Jared sí podía darle órdenes, ya que salió por la puerta y la cerró detrás de él de manera algo enfadada.
— Grac... — quise agradecerle, pero la sorpresa que me generó su salto me detuvo y corrió a sentarse ante la mesita de centro, con la bandeja frente a sus ojos, con las rodillas en el suelo y los talones en el trasero.
— Es genial, se siente como si estuviéramos en un país asiático.
Iba a sentarme sobre el diván, pero al ver que María lo imitaba, no me vi con la valentía de ser la única que rompía aquella "pijamada" de temática oriental, según Jared.
Jared extendió la mano para tomar uno de los sándwiches, pero se detuvo de súbito con mi voz de alarma.
— ¡Alto!
El pelinegro me miró sorprendido.
— Esto no es una pijamada, es nuestro desayuno — intenté sonar lo más amable posible, después de todo él nos había ayudado a deshacernos del grandulón.
Miré lo que había sobre la bandeja. Lo que allí se encontraba era suficiente para una persona, pero poco para dos. Y mucho menos para tres. Tenía que evitar que Jared se comiera una parte.
Jared hizo un visible puchero con los labios, captando el mensaje.
— Ah, ya entiendo, no necesito comer para divertirme en la pijamada — dijo mientras se tiraba hacia atrás, para acostar su espalda sobre la alfombra. Llevó ambas manos a su nuca y me sonrió infantilmente.
Miré la bandeja luego de que se me escapara un suspiro y dividí las viandas a la mitad, una para mí y otra para María. Era poco, sólo constaba de un vaso de naranja, el cual yo tomé hasta la mitad y le dejé el resto a ella. Y había tres sándwiches, de fetas delgadas y panes de poca miga. A simple vista se veía que no tenían mucho valor nutritivo, pero peor nada. Nos tocó a cada una uno y medio. Por supuesto a ella le di la mitad más grande del tercer sándwich.
La niña comió de manera relajada. No sabía si era que no tenía apetito, o simplemente procuraba tener modales a la mesa, aunque por dentro muera de hambre. Jared se dedicó a tararear una canción, la cual yo desconocía.
Mientras íbamos terminando de desayunar, no pude soportar más la impaciencia y solté la duda que había estado acarreando aquella oscura y fría mañana.
— Anoche... — dije de repente, llamando la atención de María. Por su expresión entendí que era un tema que la volvía incómoda, pero aún así, no pude callarme — ¿Qué soñaste?
Esperé en silencio, sólo descubriendo cómo su expresión cambiaba de una tranquila a una incómoda y algo perturbada. Por supuesto, no quería hablar de ello.
Cuando creí que no respondería y que recibiría por su parte sólo silencio. Abrió su pequeña boca para decir una palabra.
— Pesadilla... — dijo en un hilo suave y nervioso — Sólo fue una pesadilla.
Fruncí el ceño.
— Se oía muy fea — dije intentando sacarle más información. Puede que estuviera actuando mal al intentar socavarle información de su vida privada, pero verla anoche de aquella manera, envuelta en llanto, gritando entre sueños, me había dejado terriblemente intranquila.
— Lo era — respondió y entendí que no tenía caso seguir preguntándole por el momento. Ella no tenía suficiente confianza conmigo como para abrirse. Por el momento y de esta manera, sólo obtendría de su parte respuesta vagas y confusas.
— Esta es la pijamada más aburrida a la que he ido — se quejó de repente Jared cortando con la conversación. Se sentó de súbito y María lo miró algo sorprendida — ¿Saben lo que falta para que sea una pijamada de verdad? — preguntó mirando a la niña con una enorme sonrisa.
Ella negó de manera tímida. Al parecer la personalidad estridente y bizarra del chico la intimidaba un poco.
— Música y baile — señaló como si fuera un gran sabedor del tema.
María se quedó perpleja, mirándolo con la boca abierta, como si hubiera escuchado algo que erraba a su entendimiento.
El chico de cabello largo, se levantó del suelo y como un rayo corrió hacia la pared más cercana. Allí había un toca discos, con una bocina dorada que brillaba en aquella oscuridad, y una caja de madera añeja, pero hermosa, seguramente se trataba de esos antiguos que leían discos de vinilo. Seguramente era una reliquia y no había sido accionado en muchos años.
Miré a Jared intentando encender aquella cosa. Dudaba mucho que supiera cómo funcionara, o mejor aún, era posible que el gramófono mismo ya no sirviera y estuviera averiado.
En contra de mis vaticinios, Jared logró que comenzara a girar y colocó un disco negro debajo de la aguja. De inmediato la sala fue inundada por una melodía antigua y tosca, pero era alegre, y eso me hizo despertar una sonrisa.
Jared se giró orgulloso.
— Es una canción algo pasada de moda, pero sigue siendo una buena canción —bromeó Jared y, luego, caminó veloz de vuelta a la mesa, para extender su mano, con la palma abierta, en dirección a la niña. Ella miró su palma con los ojos abiertos, sin entender qué hacía. Al parecer la niña no era capaz de entender su invitación. La invitaba a bailar. La niña se negó al principio, pero se dejó llevar por el insistente movimiento que hacía Jared con la mano para que ella la tomara.
Jared arrastró a una tímida y descalza María al centro de la habitación y allí la hizo girar y saltar, sin poder seguir muy bien el ritmo de la melodía.
Me reí a carcajadas. Ambos eran un desastre.
María pareció soltarse un poco al ver que Jared no era peligroso y que no pretendía con ella nada más que un baile, así que se dejó llevar e intentó imitar sus desastrosos pasos.
Los tres terminamos riendo. Se había formado una atmósfera extraña, la niña cada tanto se volteaba para verme, como asegurándose que yo estuviera allí. Y en una de esas veces, me dedicó una enorme sonrisa antes de continuar con su aparatoso baile.
Mi corazón se estrujó con fuerza. Esa niña... era la primera vez que sonreía desde que había llegado a este lugar.
La música se detuvo de inmediato, interrumpiendo el baile de aquellos dos. Todos nos sorprendimos al ver que se trataba de Malcolm. Estaba parado junto al gramófono y sostenía en alto la varilla de la aguja. Tenía una expresión grave en el rostro, y nos miraba como si fuéramos unos niños desobedientes.
Pasé saliva.
— Jared... — el chico se separó de María cuando escuchó el tono correctivo en su amigo — ellas no son nuestras amigas. Lo sabes — sus palabras distaban un tono extraño, como ese que se utiliza para recalcar algo discutido con anterioridad un centenar de veces. Talvez Jared... — Vete y ya no vuelvas a esta habitación.
Miré sorprendida la escena. Jared me miró, haciendo una extraña mueca y luego abandonó el lugar, dejándonos a nosotras solas con Malcolm.
El silencio no duró mucho, ya que Malcolm volvió a hablar, pero esta vez se dirigió a mí.
— Sígueme — y así lo hice. Me levanté del suelo y caminé junto a él hacia la puerta, sin ninguna valentía para regañarlo por lo de Jared. Él no estaba haciendo nada malo. Pero no pude quedarme callada cuando vi que sólo saldríamos Malcolm y yo de aquella habitación.
— ¿Y ella? ¿No viene con nosotros?
Malcolm se detiene un segundo antes de cerrar la puerta. María estaba del otro lado, mirándome con sus manitos hechas puños en el pecho. No quería quedarse sola allí, lo entendía, era un lugar aterrador para estar sola.
Malcolm pareció batallar consigo mismo antes de darme una respuesta. Era como si intentara mantener a raya algo dentro de él que comenzaba a surgir. ¿Por qué?, era como si se viera un poco más humano...
— ¿Quieres un consejo? — no entendí por qué, pero se vio muy enfadado conmigo y consigo mismo para querer dar un consejo — No te encariñes.
Y dicho eso, cerró la puerta con un fuerte golpe, haciéndome saltar en el lugar. Para luego comenzar a caminar por un largo y antiguo pasillo.
¿Por qué lucía como si se preocupara por mí?
No, eso era imposible.
Seguí sus pasos de cerca, con el corazón a mil. Pues, era la primera vez que salía de la habitación.
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