Final
Justo al otro día de Angelo haberse ido y tras enfrentar los hechos, lo supo. Mackenzie tuvo parte de razón al acusarla de volver a cometer los mismos errores de adolescentes. Siendo una mujer adulta, era inconcebible que rogara amor de esa manera.
No se sorprendió al comprobar que lo amaba, tampoco al entender que, una vez más, Angelo no le correspondía. Si estuvo enamorada hace años o solo fue un idilio adolescente, no importaba. Lo que sí, era que debía alejarse un poco de todo.
No, se fue. Esta vez quiso quedarse allí en la ciudad con su familia, aunque lejos del público. Esperaba el congreso a realizarse dentro de seis meses y descubrió el tiempo no avanzaba como ella lo quisiera.
¡Solo tres meses han pasado!
Cerró el apartamento y se fue a vivir en el Penthouse desocupado en la clínica de Mark. Lloró hasta que su voz salió rota, solo el trabajo le permitía olvidar, por lo que triplicó sus consultas.
Un centenar de pacientes que se convirtieron en su mejor alivio. Muchos de ellos no podían costear algunos servicios médicos, por lo que ella y su hermano Marck hacían los honores. No recuerda en qué momento se hizo socia de la fundación que lideraba su hermano mayor, solo que fue la mejor decisión que pudo tomar.
Se encontraba desayunando con Alexis, su hermano había regresado al país y dedicaba tiempo a cada uno de ellos. Esa mañana fue el turno de ella y la paso realmente bien. Amó la madurez que vio en él y la manera divertida que tuvo de ver su fracaso matrimonial.
La amena charla tuvo que posponerse al recibir la llamada que uno de sus pacientes estaba internado en un hospital cercano. Fue llevaba al sitio por él, prometiéndole llamarle en cuanto terminara para seguir con la charla.
—Espero tomes esto como una alerta—aconseja a la mujer que yace en la cama y mira a su única hija—Esta vez tuvo mucha suerte, sé que puede llegar a ser difícil controlar lo que consumen, pero puedes hacerlo aún mejor.
Toma las manos de la mujer al terminar y apoya la otra libre encima de las suyas. Al tiempo que es observada por la hija con rostro lastimero. La anciana mujer tenía en su haber un sin número de enfermedades y muchas restricciones alimenticias. Unas que no prestaba mayor atención, haciendo el trabajo de su hija complicado.
—Haré mi mayor esfuerzo —comenta la chica de cabello negro y piel blanca—pero mi trabajo me impide estar con ella.
Mira a la anciana y finge rostro severo. En adelante todo dependerá de ella y que tan consciente este de su enfermedad. Le consta que su hija hace por ella lo humanamente posible, trabaja tres veces de lo normal, solo para poder pagar los medicamentos de su anciana madre (que no son baratos)
—Es hora de demostrar a Ana Luisa que la quieres y deseas estar con ella un tiempo más.
Ante ese comentario, la mujer mira a su hija, quien parece estar haciendo su mejor esfuerzo para no llorar. De orígenes latinos, bastante humildes, pero con unas ganas de salir adelante inmensas. Madre e hija se las han arreglado para seguir adelante tras la muerte de su padre y esposo cuando Ana solo era una niña.
—No me basta con que asientas—le reta al ver que solo mueve la cabeza—Luisa, necesito de tu compromiso o nada de lo que hagamos servirá.
—Lo prometo doctora...
—No solo a mí, también a Ana. En últimas es quien se desvela contigo —comenta a la mujer —tienes mi número, no dudes en llamarme Ana... no importa la hora.
Hace las despedidas pertinentes, firma la salida y sale a los pasillos hasta llegar a la salida. Ha visto frente al hospital una farmacia, conoce a Ana y lo orgullosa que puede llegar a ser. Es notorio el cansancio en sus ojos, sombras oscuras debajo de ellos y ha adelgazado más de lo normal. Trabaja más de lo que admitirá, por lo que le dará una mano.
La chica detuvo su vida por cuidar de su madre, la misma mujer se lo ha dicho, piensa mientras entrega la tarjeta tras pedir en la farmacia y mira a frente en la zona de urgencias. Cuenta con un trabajo fijo y encima también labora por horas los días de descansos. Luisa, su madre, está todo el tiempo sola y por eso suele pecar con la comida.
Pero si la cuida no trabaja y por ende no podría comprar su medicina. En realidad, es su madre quien debería ser un poco más consciente del esfuerzo que hace Ana por ella.
—Tenga.
—Gracias—le dice al farmaceuta y se enfrenta con un problema.
El hombre debe notar la duda en sus ojos porque enarca una ceja. Ana Luisa no aceptará el obsequio y podría ofenderse.
—¿Sucede algo? —le pregunta el hombre al ver que no recibe el paquete.
—Es un obsequio a madre e hija y me temo que ella no querrá mi ayuda—confiesa y el hombre mira el envoltorio, luego a ella con rostro de ¿Y a mí qué?
—¿Qué habitación es? —escucha la voz de una mujer detrás de ella y al girar ve a la enfermera que la atendía a Luisa hace unos minutos.
Cruza hacia su auto al dejando en manos de la mujer la entrega de los medicamentos, no sin antes agradecerle el gesto de complicidad al pedir no revele su nombre.
Se detiene de golpe al ver el auto que avanza a la zona de urgencias lentamente.
—¿Angelo?
Puede ser cualquier otro, le dice su cerebro a su desbocado corazón. Al que decide no oír cuando su humanidad baja del auto y su cabeza se ve por encima del capó de su auto. La alarma se activó cuando lo vio cojear y al salir detrás del auto notó su pierna ensangrentada.
Una enfermera corre en su dirección y le ve decirle algo a lo que la mujer niega. Ella se ha quedado estática en ese lugar y sin poder moverse. No deja de reprender a su loco corazón por latir de esa manera con solo verle.
¿Puede un ser humano notar que es observado? Quizás no, pero ha descubierto que Angelo tiene ciertos comportamientos más desarrollados que cualquiera. Su dorso gira al tiempo que sus ojos dorados parecen buscar a quien le está viendo. Sacude su mano molesto, de los enfermeros que le instan a entrar.
Su piel se achina cuando sus ojos hacen contacto, el corazón amenaza con salirse e hiperventila. No puede reaccionar de ninguna manera al ser vista de esa manera tan especial. Ternura, cariño, admiración y quería creer que añoranza.
¿Estaba viendo eso o era su estúpido corazón de nuevo? Desearía pensar que está allí por ella, pero al parecer es un juego cruel del destino que quiso coincidieran en ese sitio.
—¡Angelo!
Alcanza a gritar al pensar que acabara en el suelo cuando lo ve tambalear y se permite reaccionar. No logra caer, dos enfermeros lo han sentado en una silla de ruedas, en la que había que admitir, se ve ridículo.
—Herida de bala, pierna izquierda de entrada y salida...
Es lo primero que escucha cuando él, se deja guiar hasta una camilla sin dejar de verla que corre detrás de ellos. En toda su vida ha visto miradas y compartido silencio, debe confesar que nunca ha existido nada igual a la que está sucediendo entre Angelo y ella.
—No puede entrar doctora, lo lamento. — la detiene una enfermera y obedece sin dejar de verlo.
—Es mi mujer—le escucha decir a él con rostro y voz solemne.
Ella, que intenta controlar su desbocado corazón ante esa confesión, lo siente paralizar. ¿Estaba allí por ella? Existía acaso esa remota posibilidad y de ser así ¿Puede perdonarlo? Sin negar o afirmar se limita a verle en silencio.
—En ese caso —comenta haciéndose a un lado y permitiendo su entrada.
—¿Qué ha sucedido? —le pregunta un enfermero —¿Un asalto? —insiste.
Niega mirando al cuerpo médico presente, deberán llamar a la policía y a ellos sí tendrá que decirle lo ocurrido.
—Alexis me dijo que estabas aquí.
Era todo lo que necesitaba saber para qué su piel se erizara. Su hermano se lo había advertido, si se topaba con él le haría pagar todas sus lágrimas. Pasa saliva mientras él solo le lanza un guiño cómplice.
—Estaba limpiado el arma, no estoy acostumbrado a ellas aún.
Ríe ante la imagen de él siendo torpe con un arma y los presentes la ven intrigados. El que no señalara a su hermano debería alertarla, Angelo no es de los que deja pasar una afrenta. Menos una de ese calibre, pero está dispuesta a defender a Alexis.
Si lo hizo es por ella y por todo lo que le había confesado.
(...)
La llegada de un oficial le obliga a salir justo en el instante en que su familia irrumpe en el hospital. No es una herida de gravedad, pero sí de cuidado, necesita creer que Alexis supo en qué lugar disparar. Unos centímetros más y una arteria estaría comprometida.
Es su madre quien le hace un pequeño resumen del encuentro entre ambos. Una parte de ella se alegra al saber que la ha buscado y que incluso hizo guardia en la entrada de su apartamento. La otra le recuerda lo inconstante que suele ser este Vryzas en particular.
—¿Por qué no estás feliz? Pensé era lo que querías escuchar. —mira a Christine antes de responder.
—Ya he pensado que me quiere en otras ocasiones, ha hecho cosas por mí que me hizo sentir especial—confiesa—prometí no volver a caer con él.
—Recibió una bala—le recuerda su pequeña hermana entre murmullos —Alexis me dijo que te quiere...
—¿Se quedarán con él? —les pregunta a sus padres y afirman en silencio con rostros perplejos al verla dar media vuelta.
—¿A dónde vas?
—Lejos de él...
Porque es dañino y su presencia le hace vulnerable, haciéndole recordar momentos en que no se amó lo que requería.
Toma un taxi a la salida y se dirige a Central Park. Ha comprado un café, se ha ubicado en la mejor vista que encuentra disfrutando de la imagen ante ella. Observa a pequeños y grandes grupos de familia distraerse aquel sábado a medio día. En las horas que siguen intenta controlar su corazón, que este y la razón se pongan de acuerdo.
No puede irse y volver a su vida como si nada. Le rogó por qué se quedará, le lloró, puede irrumpir de nuevo y señalarla como "Su mujer" ¿Por qué tanta autoconfianza?
—Porque tú se la diste cuando te arrastrabas tras de él —se reprende a sí misma.
Al caer la tarde y cansada de escuchar frases contradictorias en su cabeza, decide regresar al Penthouse. Su móvil se ha descargado antes de decirle a sus padres que está bien. Hace el camino de vuelta a pie, en un inútil intento que, al llegar cansada, logre dormir.
Disfruta del recorrido en silencio ¿Es normal ver tantas parejas felices? Quizás sea que hoy se fije en eso ante su corazón roto. A lo largo del recorrido es lo que ve, todos lucen felices en ese día y ello le amarga más.
Una vez en su destino, entiende que no desea cruzar todo el hospital. Por fortuna, cuenta con otra forma de llegar, el día de hoy no tiene ganas de ser hipócrita por lo que entra por el sótano, allí un ascensor la dirigirá directo al Penthouse. Cruza el sitio en la semi penumbra, saluda a los hombres de la caceta y a los tres más que se encuentra en el camino.
—Que pase buena noche—saludan al verla pasar y sonríe (o lo intenta).
Busca dentro de su bolso la tarjeta y al encontrarla la saca una vez está frente a la caja de cristal. Un bulto negro al costado izquierdo se mueve seguido de un quejido de dolor le hace saltar hacia atrás. Cuando sus ojos se han adaptado a esa oscuridad, la figura empieza a tener un poco más de claridad.
—¡Angelo!
Tirado en el suelo con las piernas estiradas y los ojos cerrados no reacciona a su voz. Avanza hacia él rápidamente y descubre arde en fiebre, tiene la pierna descubierta, un vendaje débil en ella y muestra que no se dejó curar como se debe.
—¿Sasha?
—¿Qué haces aquí? —pregunta sorprendida —y sin los cuidados ...
—Te fuiste—habla con voz débil—Salí a buscarte y no estabas allí... no estaba dispuesto a dejarte ir...
Era todo lo que necesitaba escuchar para completar en la cabeza el caos. Cierra los ojos y controla su impulso de golpearlo por lo testarudo y cabezota que puede llegar a ser hasta que lo escucha decir.
—Te amo cielo...—le toma las manos al verla arrodillarse ante él y abre los ojos para verla—no quería que te fueras sin que lo supieras... sé qué hace parte de tu profesión ese año lejos. No te pediré que no te vayas, te estaré esperando.
Cierra los ojos y descubre se ha desvanecido.
—Solo tú puedes decir eso y desmayarte Vryzas —se queja—como si fueras tan liviano y fácil de manejar... yo también te amo cariño. Aunque a veces me den ganas de ahorcarte.
No era un hombre fácil de ninguna manera, era consciente de ello. Aunque también que valdría la pena aventurarse a lo que sea la vida les deparara. Había muchas cosas que aclarar, la más importante de todas era que no sería el reemplazo de Aydey para Anker o para él. No estaba dispuesta a ser el paño de lágrimas de ambos, pero sí de amarlos a los dos.
Angelo
De saber que solo necesitaba dispararse y perseguirla por toda la ciudad o caer inconsciente ante ella, lo hubiera hecho con antelación. Fue cuidado, amado y mimado como nunca, no solo por la que hoy era su prometida, también por toda la familia.
Alexandra aceptó ser su prometida y casarse, pero se negaba a dar una fecha de bodas. Confiesa que se desesperó cuando le dijo que no estaba dispuesta a casarse rápidamente. Ella necesitaba saber que él en realidad quería dar ese paso, pues era para toda la vida.
Angelo solo era consciente que no necesitaba que otro hombre le diera la bendición que el gran jefe ya le había dado. ¡Lo había hecho! Cuando le permitió tener a su hijo, alejar a las malas compañías, perdonarse entre sus hermanos y el amor sincero de Alexandra.
¿Qué otra cosa podría esperar? Ya todo le sonreía, decidió no le importaba si no se casaba o no. Podría vivir eternamente sin casarse y encontró la manera que ella se pasara a su casa.
Ha recibido la visita de Axel, Alana y sus ahijados. La primera que sus amigos le hacían antes no era posible por la amenaza que Axel fuera asociado con él. Una de las tantas virtudes de ser legal, era que sus amigos y familia podían visitarle sin tener ese problema. Sentados en una de las mesas del Vryzas, al que debía decir con orgullo, el público recibió y aplaudió con honores. Los dos hombres observan a sus mujeres charlar animadas y a sus tres hijos jugar en el jardín.
—¿Le dijiste? — niega a Axel. —Ella podría salir embarazada...
—Es la idea —le responde sonriente viendo a su amigo quien junta las cejas.
—Estás tentando a tu suerte, las mujeres no perdonan fácilmente—le advierte viendo a su mujer charlar amena con Sasha en estos momentos.
Ha aprendido que puede poner en práctica algunos trucos de su antigua vida en esta de hoy día. En aquella, la presión y el soborno hacen parte del pan de cada día, el uso de la fuerza para obtener los resultados esperados también.
Era un hombre acostumbrado a tomar lo que quería y aunque en algún momento pensó, que Alexandra no era para él, hoy no concebía una vida sin ella y Anker.
—No ha querido casarse, detesto sentir que hago algo ilegal cada que deseo compartir tiempo con ella—se queja sin poder evitar la vehemencia de sus palabras.
Anker se llevaba bastante bien con ella, en un principio fue difícil asimilar que su padre y Sasha se casarían. Su hijo no había logrado superar la pérdida de su madre, fue precisamente Alexandra quien lo convenció de retomar el psicólogo. No fue algo mágico, invirtieron tiempo, horas y trabajos (los tres), pero hoy día pudo aceptar a Sasha como la futura madre de sus hermanos.
—Jamás creí que pudiera verte rogar por cruzar una iglesia y recibir bendición de un sacerdote.
Sonríe, ante la inocencia de su amigo, lo dejará pensar que su deseo es que un hombre le dé vía libre de amar a su mujer y a tener hijos. El matrimonio por la iglesia (a su juicio) solo era la cuota de hipocresía para ser aceptado en la sociedad. Las bases de una familia, según algunos, cuando la realidad, es que los cimientos de una son los valores y el amor mutuo.
—No sabes lo que dices —responde tras haber logrado controlar su risa y su amigo le imita
—No tienes remedio...
—¡En eso no! En todo lo demás puedes abrigar esperanzas—admite con una sonrisa que se ensancha al verla a ella acercarse a ambos.
—Axel... Será mejor si nos vamos —la advertencia de Alana le llega con las cejas juntas y mira a Sasha.
Sus ojos lanzan chispas, las manos en un puño y el comportamiento de quien quiere asesinar.
—Vendré mañana a recoger lo poco que quede de ti.
Su amigo sonríe al palmear sus hombros y levantarse, deja a su paso un beso en Sasha. Solo en ese instante, al ver a Axel sonríe, pero una vez sus ojos se encuentran con los de Angelo, el gesto enojado retoma.
—¿Nos llevamos a Anker?... —ignora el tono burlón de la pareja o la alusión a que aún son los tutores del pequeño y mira el vientre de Sasha.
Nunca pudo hacer el viaje completo con Anker, esté llegó a su vida cuando ella estaba por tenerlo y el compromiso con Kurn le impidió estar en los últimos días. ¿Cómo serían los hijos de ambos? Esperaba que se parecieran a ella...
Completamente a ella.
—¿Tienes algo que decirme?
Su voz irrumpe en sus pensamientos descubriendo que está bastante cerca y le zarandea los hombros. Alza el rostro hacia ella, mientras tira de su brazo hasta verla aterrizar en sus piernas.
—Soy culpable señoría—le dice abrazándola y dejando besos en su cuello—de amarla con locura y no quererla a ratos, de recurrir al momento más hermoso que una pareja pueda tener para que las noches sean eternas y ella no tenga que irse en alguna de ellas. Culpable de no querer un día sin amaneceres, porque ella suele irse en ellos...
—No creas que con tres frases vas a librarte de tu responsabilidad.
Pero ha visto su sonrisa en los labios y mil perdones cada momento que pasan juntos. Devuelve la sonrisa al ver que no puede disimular la dicha que siente y se lanza a sus brazos.
—Te perdono...
—¿Es una promesa? —pregunta atrayéndola hacia él y recibiendo a su hijo quien se instala en las piernas de ella
—Los quiero... mucho.
Le dice ambos y sus ojos se cristalizan en aquella lágrima solitaria que sale de ella junto con la sonrisa más hermosa que ha visto en alguien. Su hijo la observa también sonriente llevando su mano al vientre de Alexandra. No le sorprende que se lo dijera a él primero, una muestra del cariño que le tenía su hijo.
—¿Le puedo dar el nombre?
—¡Claro! —comentan ambos sonriéndole y afirma.
—No te debo nada Vryzas... recibiste mi comprensión, perdón, una sonrisa y un te quiero.
¿Qué tal otra deuda? Aquella de amarse hasta la muerte, de planear instantes los cuatro y no rendirse ante la adversidad. Sus palabras los hace a los dos sonreír y lo siente como si la vida le sonriera otra vez...
Y esta vez se aseguraría fuera para siempre...
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