Expulsión y Devoción
Veinte años atrás
Lo más difícil de estar en el monasterio eran las noches. Angelo, no lograba dormir y cuando lo hacía tenía el mismo sueño, aquel que lo perseguía desde que vio aquel animal bañado en sangre.
El sueño no era muy revelador en sus primeros inicios, salvo él estar rodeado de sangre o mucha de esta a su alrededor en una habitación oscuro, en otras en el jardín de una casa. Con los años a ese sueño se le fueron anexando rostros y voces, ninguna de ellas conocidas para él. Lo único que sabía era que ese sueño le daría las respuestas sobre el porqué le llamaba la atención la sangre.
—Señor Vryzas, el obispo lo solicita —Angelo no detiene su "oración" y continua con su penitencia —cuando acabe —sigue diciendo el sacerdote.
Quien le viera en la capilla, arrodillado, manos juntas y cabeza baja, concentrado en pedir perdón y orar por su alma, no imaginaba que en realidad estaba cantando. Ha perdido el interés en fingir ser un hombre de Dios y decidió mostrarse tal cual es. Se hace la señal de la cruz, se levanta y da media vuelta enfrentando al hombre
—Siempre supe esto no era para ti—comenta.
Supone que la revisión que ha solicitado el nuevo obispo dio sus frutos. "Ha llegado la hora, ganar o morir", susurra siguiendo al hombre que se abre campo en medio de sus compañeros. Todos dejan sus tareas a medias para verle pasar y sonríe.
—Fue bueno mientras duró —le comenta a su mejor cliente y este afirma sonriente.
—Esto no será lo mismo sin ti Vryzas.
Acelera los pasos siguiendo al hombre de túnica negra y zapatos finamente lustrados. Debajo de esa sotana, hay un hombre, con deseos, debilidades y muchos pecados.
Él lo sabe, ellos intentan no pensar en ello y disimular, pero al final, la debilidad de la carne puede más. Se detienen frente a una puerta que abre y le indica entrar.
Se sienta en el banquillo de los acusados, el obispo frente a él y tres sacerdotes a su alrededor. Uno de ellos lo reconoce como el de aquella noche, por lo que le sonríe. Sonrisa que es devuelta, la de Ángelo aumenta al tiempo que su ceja se arquea divertida. No ha tenido su primera experiencia sexual, pero tiene claro ama a las mujeres. El obispo nota el intercambio de miradas, se aclara la garganta llamando al redil a su amante y este baja en rostro.
—Has creado un mercado persa en este sitio sagrado Vryzas. —inicia sosteniendo en sus manos un rosario —eres el encargado de traer el pecado a este sitio. No tienes el mínimo respeto con tus compañeros de fe, contigo y tus superiores... ¿Qué tienes que decir?
—Nada que no hayan encontrado o que desconozcan. Me declaro culpable —dice encogiéndose de hombros y apoyando sus manos en su regazo.
—¿Quién te da acceso a tantas cosas? —pregunta el nuevo obispo —Estamos esperando muchacho, eso no llega a este sitio por obra de Dios.
—Y yo que creí eran hombres de fe. —responde con ironía.
Se cruza de brazos y alza el rostro en dirección a los sujetos. Uno de ellos, probablemente el único con vocación allí (el nuevo obispo), alza una caja de cuyo interior empieza a sacar diversas cosas. Revista de adultos, licores, cartas de amor, ropa interior femenina y masculina, libros prohibidos, etc.
Nunca dimensionó el rumbo que tomaría su pequeño negocio hasta este día.
—¿Aceptas la culpa? —pregunta a Ángelo y se limita a verle sin dar respuesta.
—Creo que ha llegado la hora de ser honesto contigo mismo. —habla un segundo y los ve a cada uno sorprendido.
—"Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado" (Isaías 29:13). —les interrumpe —conozco las escrituras, señores, pueda qué mejor que ustedes. Seré todo lo honesto que ustedes lo sean.
Su respuesta es vista como lo imaginó, el anciano golpea con el puño cerrado el reluciente escritorio intentando callarlo. No ha sido posible controlarlo y en ese punto saben no lo harán, fueron muchos años siendo libre para que hoy día le intenten lavar el cerebro a base de padres nuestros y ave marías.
—No uses la palabra de Dios a tu amaño...
—Ni ustedes sus instalaciones para actos hipócritas, bochornosas y dignas de un burdel —responde en calma. —el mundo debería mirar dentro de estos lugares. Yo no soy más hipócrita que ustedes. Aquí están los cimientos de todo el puto mal de la humanidad... en la FE.
Su rostro se detiene en el único hombre que sabe, es limpio en aquel lugar. No ha encontrado en él un solo dato con que sobornarle. Bastante divertido, de comportamiento alegre y todos aman sus horas de variedades. Por un instante no dice comentario alguno y solo ve Ángelo en silencio.
Al igual que Angelo, él debió escuchar los rumores ignorados todos y cada uno de ellos. Le aplicaron la ley del miedo, en respuesta y a manera de supervivencia él usa la del silencio.
—¿Tienes algo que decir? Si lo tienes hijo...
La pregunta es un tanto estúpida ¿Quién no sabe lo que allí ocurre? Las orgías de ese anciano o las prostitutas que entran disfrazadas de monjas. Fija sus ojos en la imagen en bulto del Jesús crucificado sin dejar de pensar que su llegada a este mundo y su posterior muerte fue en vano.
Su padre lo sabía y aun así lo envío a padecer, era como Axelia con él, pese a saber no daría resultado le envió a exorcizar su alma.
—¿Confesar? Muchas cosas, ¿Por dónde empiezo?...
—Es un chico astuto señor Vryzas, con una capacidad de reacción única ante el peligro —le interrumpe el obispo, cuya actitud cambia rápidamente. Tras pensar por largo rato antes de seguir, tiempo en el que los ojos dorados de Ángelo lo ven con burla, sigue —pero no vemos en ti el llamado.
—¿Y el de ustedes? ¿Fue un llamado real?
—Esta quizás no es tu verdadera vocación, —continúa y acaricia la sarta de cuencas del rosario mientras dice aquello ignorando sus preguntas. —hay otros escenarios en los que puedas servir a Dios.
—He estado aquí más de dos años, tiempo suficiente para tener una idea clara sobre la fe y el llamado. —les aclara —La gran mayoría aquí están huyendo de lo que realmente son y me incluyo. —se señala jugando con su alzacuello que sostiene en sus manos — ¿Yo no soy el único que debería estar aquí? ¿Dónde están quienes me buscaron? No han encontrado nada dentro de mis cosas y muchas en los otros sitios ¿Por qué entonces soy yo el único a quemar en la hoguera? Si no hay consumidores no hay productores, en otras palabras... yo no soy el mal aquí, son ustedes. —les señala.
—Señor Vryzas...
—Permítale, señor obispo, hablar tiene todo el derecho a Discernir
Los labios del obispo se aprietan con fuerza y los demás esperan atentos. Ser sacerdote allí va de la mano de ser gay, quien no lo fuera y tenía problemas con el celibato ¿Qué otra salida había para sus miserables vidas?
Dos más dos...
—¿No me van a responder? —insiste y mira a los otros tres personajes —¿Se han arrepentido de estar aquí? O lo que es igual... ¿Están aquí por su cuenta o al igual que a mí, fueron lanzados a este sitio por no saber qué hacer con su comportamiento? Rellenaron sus dudas e ineptitudes diciendo "Dios lo soluciona" y se olvidaron de ustedes.
Se remueven incómodos en la silla, frotan sus manos o miran a un lado. La pregunta es sincera, ha estado allí lo suficiente para saber que el 90% no tiene vocación, sus motivos son variados, como lo son la manera de pasar el tiempo allí. Por no decir su inclinación sexual o por decirla, ser chicos problemas e hijos de padres incapaces de controlarlos. Una minoría en donde el griego aparece en primera fila está allí por tener a uno o ambos padres fanáticos.
—Empaque sus cosas, señor Vryzas, le enviaré a casa... Necesito que esté seguro de la decisión que va a tomar.
Señala la puerta y Ángelo se incorpora, se divirtió mucho allí, pero debe ser consciente, no es su lugar. Al avanzar a las habitaciones empezó a pensar en lo que sería su vida en adelante. Solo intercambia cartas con Eros y Demitrius, aparte de pedir "mercancía", ambos están preocupados por lo que sería su vida al salir.
Es miembro de una de las mejores familias de Grecia, dueños de restaurantes y hoteles. Su hermano Demitrius estudia alta cocina y a futuro trabajará en uno de los Vryzas. Angelo ha decidido seguir el mismo camino de su padre.
Atenas, Grecia.
Dos días después
Desde lejos podía verse la casa, su ubicación estratégica en lo alto de una colina lo hacía posible. En la cima y con el Egeo bañando sus playas. Las paredes blancas, techos marrones y palmeras bordeando el sendero que da a ella, le dan la certeza está en casa.
Esa revelación no llena su alma, no lo emociona salvo el hecho de estar con sus hermanos. No había llamado para contar su salida, fue el último "favor" que le hizo el obispo John. No puede evitar sonreír al recordar su rostro exhausto al darle salida. Su llegada sería una sorpresa, el que fuera agradable o no, dependía de los hermanos que se topara.
—¿Te quedarás mucho tiempo? —Kailash mira al chico por el espejo retrovisor y sonríe. —has cambiado, ahora te pareces más a Demitrius y ambos a Anker. —su padre.
—Es mejor que parecerse a Axelia Vryzas. Estaré lo suficiente para enojarla y que me mande al diablo. —el chófer guarda silencio ante la respuesta explosiva.
Su padre sigue siendo un tema delicado, su desaparición en alta mar y posterior muerte trajo a ellos muchos cambios. Uno de ellos marcó a Ángelo para siempre, solo su padre podía entenderlo, Axelia Vryzas, nunca se ha tomado el trabajo de hacerlo. Acomoda el morral en sus hombros y continúa deleitándose con el paisaje.
—¿El tío William no ha llegado?
Kailash quita la vista de la carretera y mira al segundo de los Vryzas. Lo ha hecho en un par de ocasiones, sin durar lo suficiente para quedarse a dormir. Sigue teniendo mala relación con su hermano y el comportamiento de este no es el mejor.
—¿Qué quieres decir exactamente?
Su madre tuvo la genial idea de llamar a sus hijos por el nombre de los hermanos de su esposo. Demitrius, el hermano mayor, contó con la suerte de llevar el mismo nombre de su tío. A ninguno de ellos llamó Anker y Angelo se prometió su primer hijo se llamaría como él.
—Ha iniciado la venta de los negocios a un precio estúpido. —el anciano acomoda su boina antes de seguir—son palabras del joven William y no mías.
—Lo deduje Kailash... Pierde cuidado, estás conmigo. —sonríe afirmando antes de seguir.
Todos aseguran se le está corriendo una teja y su comportamiento llevará a la ruina a la familia. Ángelo recuerda todo lo que forzó a su abuelo para retirar el apellido Vryzas de William y quitarle así la posibilidad de heredar. Tanto esfuerzo para que toda esa fortuna fuera malgastada.
Sin dudas está loco.
—La señora Axelia y sus hermanas ha solicitado que lo vea un psiquiatra...
No puede evitar reír al saber aquello, Axelia era capaz de todo para salirse con la suya. No dudaba que fue ella la que insistió al tío William para que le ayudara. No es algo de su interés, no tiene nada que ver con restaurantes y hoteles.
El auto bordea la mansión dándole a Ángelo una vista de su hogar, para detenerse al pie de una palmera. Axelia observa su arribo con rostro inexpresivo, este no se molesta en verle más de lo permitido. Toma el morral del maletero caminando hacia el interior viendo fijamente a la mujer que se interpone en su camino.
—¿Qué haces aquí?
—Yo también te extrañé mamá. —responde rodeándola para avanzar, pero de nuevo se lo impide.
—No eres bienvenido, no después de saber lo hiciste...
—Habla por ti madre —sonríe ante la voz de su hermano mayor y al girar lo ve en pie detrás de él, con una sonrisa en los labios —según tengo entendido esta casa es tan tuya como nuestra, y Ángelo es un Vryzas. —abre los brazos antes de seguir —¡Bienvenido!
Dos años han sido suficientes para notar lo que ha cambiado su hermano. Demitrius Vryzas ha adquirido el porte de su padre, su estatura y hasta su sonrisa.
—Han pasado mucho tiempo...
—Ocho cientos días para ser exactos...
Eros avanza del interior de la casa sin camisa, descalzo y con la tabla de surf en sus hombros. Camina a pasos lentos hasta llegar frente a Ángelo, tira la tabla y le abraza. Después de Demitrius, Eros era la única persona que sabía, le había extrañado y su más fuerte socio.
—¿Te expulsaron o te aburriste? —le pregunta al oído.
—Un poco de la las dos —responde viendo a su madre cruzarse de brazos.
El sermón que sigue es sobre su comportamiento y expulsión, asegura no puede creer que haya sido capaz de tentar a un hombre tan santo. En ese sitio no se va a quedar sin hacer nada y le asegura, está dispuesta a hacer de él un hombre de bien, ello solo es posible regresando al lugar donde está seguro, no lo quieren.
Él se encargó que así fuera.
—Estudiará alta cocina —interrumpe Eros.
Se dirige a Axelia, sin importar que a ella le disguste ese acto. Su mayor pecado es ser el fruto de una infidelidad, llegó a casa cuando él y Angelo tenían seis años y tras la muerte de su madre durante un segundo parto. Eros tuvo una niñera especial, porque Axelia se negó a cuidarlo, lejos de dañarlo eso le sirvió... la mujer lo adoraba como un hijo.
Para molestia de Axelia Vryzas, Eros era al que mejor le va en los estudios, más aplicado y audaz en los negocios.
—No cuentes con el apoyo familiar, regresarás a ese sitio al cumplir ese año...
—Ya escuchaste mamá... Va a estudiar. Entra y descansa, hablaremos después —la voz de Demitrius es más alta de lo normal, impidiendo que su madre siga hablando.
Al verla lo supo, ella no le daba mucha fe, no esperaba que tuviera futuro. Solo se graduaría por el apellido que ostentaba y al final acabaría ella o alguno de sus hermanos por darle una mano.
—No te preocupes... no vas a verme más de lo que te lo permitiré.
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