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Catarsis

Sasha dormía en la cama, las copas de vino se le habían subido a la cabeza y acabó rendida en su pecho. La subió al dormitorio y la cubrió sin que se diera cuenta de nada. Observó su figura dormida por largo tiempo hasta que se extasió de ella y fue a la terraza.

"Planear", repite en su mente una y otra vez. Apoya ambas manos en la terraza, manteniendo una lucha interna. Necesitaba empezar desde el inicio. Es decir, antes de llegar a la isla, labores pendientes y cosas realizadas.

—Planear —repite esta vez en voz alta y contempla la noche estrellada.

Sasha duerme detrás de él, sin imaginar la lucha que tiene Angelo en ese instante. En nada tiene que ver con fumar o no, debe admitir es importante, pero no tanto como ser un padre para Anker. Conserva las ganas de vengarse de todos los que asesinaron a los suyos.

Hoy era distinto, no pertenecía a ese mundo y estaría por su cuenta. Ya no contaba con Noah y los demás, quienes al parecer ya no le importaba, nadie cubriría su espalda en caso de necesitarlo. Sin mencionar que tenía un hijo al que le debía amor y respeto. No era difícil ser un hombre legal en esta sociedad, si lo hacía por Anker.

Necesitaba organizarse antes de tomar cualquier decisión e ir a la fija. Su tío William le ha pedido (rogado es el término correcto), dejar las cosas quietas. Si no hay más ataques, lo mejor es dejar aquello como si fuera Kanoe el que dio la orden.

Pero no era así y él más que nadie lo sabía. Está tan sumergido en los detalles de los días previos a todos que solo unos gritos que se mezclan con el sonido del viento lo traen de vuelta.

Agudiza sus ojos y oído en búsqueda del sitio exacto en que los gritos parecen ahogarse a ratos. Mira cada ventana, puerta, jardín o cosa moverse en la noche oscura, hasta que la vista se posa en la casa vecina. Vive sola y según ha averiguado viuda, con un hijo que no vive allí. Sí, ha investigado a todos sus vecinos de la misma manera que ellos deberían hacerlo con él y con todos.

—¡Gary por favor! —esta vez el grito es más claro y la sombra que refleja la ventana muestran a alguien siendo golpeado.

Quién mierdas gobierne su alma, lo dotó de cierta debilidad por el dolor ajeno. Su mayor tormento, pues lo ha metido en muchos de sus más grandes problemas.

Solo veía siluetas, aun así, era claro que una de ellas ganaba a la otra en fuerza y estatura. Pensó rápido haciendo un cálculo entre su posición y el jardín, lanzándose al vacío antes de acabar con ella. Aterrizando en cuclillas y descubriendo no ha perdido el toque mientras corre en dirección a la puerta de su vecina. Se detiene al encontrarla cerrada por lo que toca el timbre escuchando los gritos en el interior.

Las maldiciones que siguieron eran de una voz masculina. Se quejaba, entre otras cosas, de la manera de tocar y molestar a los vecinos. Angelo sabía que su enojo no era otro, más que ser interrumpido mientras golpeaba a la mujer.

La puerta se abre en el momento en que está por volver a timbrar. La mujer mayor que hace unos días lo miraba con desdén hoy le sonreía o por lo menos lo intentaba. Abrió solo lo suficiente para asomar su rostro y decir.

—Lamento no poder recibirle, creo que las clases de ajedrez serán aplazadas.

"¿Quiénes la da, usted a mí o yo a usted?" quiso poder preguntarle, pero se limitó a afirmar y pensar rápido una respuesta inteligente. Era obvio no había tales clases. La dama se limitaba a verle como quien ve al mismo satanás, llegando al punto de hacerse la señal de la cruz. Ella pudo decir en forma despectiva que estaba bien y se largara, pero que le mintiera le hizo entender algo sucedían y era lo suficientemente malo para hacerle mentir y precisamente a él.

—Olvidé que lo mencionó —responde viendo la mirilla y consciente que detrás está el agresor quien quizás tiene un arma apuntando a la dama.

Nerviosa e implorándole irse con la mirada, la señora le observa revisar su pantalón mientras lanza una maldición. No ha traído las llaves y Sasha tiene el sueño profundo. Él esperaba durar lo suficiente hasta que ella despertará, balbuceaba aparentemente para él. Captando la atención de la señora Harrison que lo veía en una mezcla de miedo y alivio.

—¿Podría prestarme su teléfono, señora Harrison? —pregunta viéndola un instante y continuar con su escrutinio a su ropa —puedo esperar aquí sin problemas.

—Olvidé recargarlo, no tiene baterías —se excusa intentando cerrar la puerta.

Ángelo no está dispuesto a dejarse vencer y vuelve al ataque. Esta vez emplea una vieja técnica de adolescente. Apoya una mano en el borde la puerta, otra en el centro de la misma y empuja. La primera vez es para que la dama se suelte, la segunda es violenta, teniendo como objetivo derribar a quien está detrás. De adolescente quien solía estarlo era cualquiera de sus hermanos, quienes le impedían entrar a casa cuando llegaba tarde.

Borracho la mayor parte del tiempo...

Toma el cuerpo de la mujer que va rumbo al suelo sin perder de vista al imbécil que le golpeaba y ha caído al suelo. Treinta y tantos años pueda que menos, porque hay muestras del daño que ha hecho la droga su rostro. Arrugas en su frente y boca, dientes amarillos, mirada desorbitada, mal oliente y vestido en harapos.

Sin mencionar el cuchillo que ha rodado a unos metros de él y que ve anhelante viendo a Angelo que niega sonriente al saber sus intenciones. Avanza con las manos en un puño y la firme intención de hacerle pagar lo que acaba de verle hacer.

En respuesta, el individuo se arrastra y retrocede, con el terror en su rostro y observando en dirección a la anciana hasta llegar a una pared. Un par de manos le detienen y se interpone en su camino. La mujer está llorando, por unos segundos le es imposible formular palabra. Su cuerpo es un papel, no solo por el color sino por como tiembla ante el ligero contacto de Angelo, quien posa una mano encima de la suya al ver su estado.

—¡Por favor no! Gary ya se va. —implora la anciana.

Ángelo observa el rostro de la mujer perdiendo de vista por un segundo al agresor. Tiempo suficiente para que el individuo se arrastre hasta llegar a la cocina y salga por la parte trasera de la casa.

Una vez solo la señora Harris, baja el rostro dándole la espalda llevándose una mano en su cuello. Solo entonces nota la marca roja en esa parte de su anatomía. La estaba asfixiando y muy seguramente hubiera logrado su cometido si él no lo hubiera notado.

Camina hacia una esquina de la casa en cuya pared hay dispuestas varios retratos. Alcanza a escuchar un sollozo viéndola retirar un de las fotos.

—Era un chico divertido y hermoso, hasta que se topó con ellos —le dice estirando la foto hacia él, así supo era su madre.

La instantánea muestra a la típica familia americana en una navidad, frente a un árbol. Llevan puesto un horrible saco a cuadros verde, blanco y rojo, abrazados con varios regalos a sus pies y detrás de ellos.

—¿Cuánto tiempo?

—Diez años —responde en un sollozo —una tortura, cada uno peor que el anterior.

Camina hacia la cocina, saca dos tasas que llena con café y deja en la mesa de comedor indicándole sentarse. Es un hogar confortable, pese a la soledad conserva el calor de hogar. Quien le ocupa se ha encargado de mantener ese ambiente a través de las fotografías y adornos de las paredes.

Parece que señora Harrison había sacado todos los álbumes y con ellos había empapelado los muros de la casa. Una manera de no sentirse sola o la mejor forma de no olvidar la época feliz.

Tiene registrado cada instante, tan es así que puede notarse el paso de la droga en la vida de la familia. Las primeras eran juntas y sonreían, ya en las últimas solo estaba la pareja y en las pocas que aparecían los tres, su hijo estaba separado.

"Esos" como la llama no eran otros que los últimos en la escala de Moscú. Se dio cuenta al señalar una foto de su hijo con tres hombres más. Aquellos que conocía como amigos de Vladímir Jr. En la época en que quiso destruir la felicidad de su hermano Jedrek.

Uno a una va sacando las fotos y señalando como la oscuridad les fue consumiendo. Las primeras dosis fueron obsequio y el cambio en la actitud fue rápida. Suelen serlo, luego de lo cual cobran en dinero o trabajo, esperan a que esté en lo más profundo de ellas para actuar. Con Gary querían reclutarlo y el sabor amargo al reconocer esos trucos como propio de Sergey le heló la sangre.

—Gary era perfecto para soldado —dice con amargura —eso le dijeron... Era audaz, fuerte, inteligente y con un sexto sentido para captar el peligro. Esos malnacidos entraron a nuestra vida y no se largaron.

La culpa se apoderó de él al seguir escuchando los detalles y viendo cómo se enfriaba un café que no podía pasar. La gran mayoría de sus hombres eran huérfanos, sabía escogerlos, asesinos o recién salido de prisión. Sin familia y dispuesto a todo, porque Noah aseguró que de esa manera no tendrían problemas con terceros. Los demás no tenían el mismo modo de reclutar, dependía de lo que querían que hicieran, así los buscaban.

Gary era perfecto, probablemente por lo fácil que era en influenciar. Débil en la toma de decisiones y fácil de manejar, no había otra. Su padre murió esperando ver entrar a su hijo como en años anteriores y ella le prometió ayudarle.

—¿Qué sucedió con ellos? —señala el grupo en la foto y solloza aún más fuerte.

Su hijo estaba demasiado metido en las drogas para ser útil para algo. Fue un experimento que acabó convirtiéndose en fracaso. Lo desecharon al descubrirlo y desde entonces deambula en las calles. Entra a su casa a robar, golpea a su madre hasta que accede a darle dinero y vuelve a perderse, por semanas y meses.

Un círculo vicioso, uno al que ella confiesa, ha accedido por no poder controlarlo.

—Salto cuando el teléfono suena... Siempre es de la estación —le dice limpiando una lágrima de su rostro —respiro, aliviada es mejor eso que una morgue o la policía diciendo que murió abatido.

Eran los causantes de la destrucción de ese hogar, la droga que transportó, el grupo que entrenó o las armas que distribuyó hizo posible lo que hoy veía. Por primera vez le invadió el sentimiento de culpa. Lo vio en las fotos felices como se iba descomponiendo con el tiempo, en la soledad de la señora, en el maltrato de su hijo o el sonido lastimero que escucha.

Por lo que fuera, lo que tenía ante él era como la revelación de lo que tenía que hacer. Se queda el tiempo suficiente para ver que se ha calmado, se toma el café en un acto de cortesía y como lo imagina le sabe amargo.

—Lo siento—habla tras escucharla.

Por hacer parte de esto, porque estar lejos hoy día no le quita la culpa de lo que fue, por ser sus técnicas o porque el dolor de madre le sabe amargo, pues no deja de pensar en Anker. Apoya una mano sobre la de Angelo y sonríe una vez le dice.

—Se requiere más valor en aceptar un error y enmendarlo, que vivir toda una vida de perfección —empieza a decirle —quien ha vivido toda su vida en la claridad, no sabe ni sabrá, el valor que se requiere para dejar el pasado oscuro atrás.—hace una pausa antes de finalizar— Gracias por ayudarme esta noche y escucharme.

¿Lo sabe? Le dice su mirada confundida y la mujer sonríe señalando el tatuaje de su brazo.

—Creo que deberías retirarte este —señala la SS nazis —olvidé mencionar que mi esposo era del FBI y murió sin ver su sueño realizado apresar a los tuyos... —sigue y Angelo guarda silencio —me alegra que saber que Dios me permitió ver a alguien que logró salir de ese fango.

Aunque el precio que pagó era caro, cree Angelo levantándose y llevando el vaso al fregadero. Se queda allí unos instantes viendo la tetera en la hornilla y toda la vida solitaria de la señora Harris.

—Conozco un lugar en donde pueden hacerlo, debo tener una tarjeta en algún lugar —insiste la mujer y él sigue en silencio.

Por eso la mirada de odio, lo veía con tanta rabia retenida y lo creía satanás. Para ella lo era, el recuerdo de lo que habían convertido a su hijo.

—Aquí está —le dice mostrándole una tarjeta que Angelo toma entre sus manos —una chica y un bebé tan hermoso merecen que te esfuerces un poco ¿No te parece? —le pregunta cubriendo con la mano el tatuaje y mira ese gesto.

—Gracias... —le dice a la anciana antes de apoyar una mano sobre la suya —antes de llegar aquí tenía muchas preguntas, sin las respuestas adecuadas.

La mujer sonríe acompañándole a la puerta y señalándole la tarjeta. Camina hacia su casa atravesando el jardín de la señora y yendo directo al suyo por la parte trasera. Digita los números de la clave de acceso e ingresa por la cocina. Dentro del interior cambia los números de la clave de acceso como suele hacerlo siempre que usa esa parte de la casa para entrar.

—Siempre me he preguntado si tienes todo tu cuerpo tatuado o solo lo que está a la vista.

Sasha se ha despertado más curiosa que de costumbre y al girar a verla la observa viéndole con descaro. Aún tiene rastros de alcohol en su sistema y él sabe lo que eso causa en la traviesa rubia.

—¿Cómo deseas que te responda? ¿Teoría o practica?

—¡Teoría!

Responde sin vacilar y asiente yendo por un café para ella o esto acabará mal.

—Todo...

—¿Todo? —pregunta incrédula.

—Todo... — recalca sonriente.

De espaldas a ella busca todo lo necesario que deja cerca de él y escucha sus pasos hasta detenerse detrás de él. Su lejanía le afecta, su obsesión con Mackenzie le molesta, su cercanía causa estragos en su cuerpo...

—Te llamó un tal Elvis. —sigue y podría besarla por el cambio de conversación —Dice que viene con su esposo a instalar las cámaras y cambiar censores... tiene algo muy importante que hablar contigo...

—¿Dijo algo más? —pregunta conectando la cafetera.

—No. Solo me dijo que te dijera eso... ¿Qué hay tatuado allí?

¿Cómo pensó que ella lo dejaría pasar? Es Sasha O'hurn Ivannov, hija del mismo satanás que se hace llamar Ivanna y ello convierte a Vincent en Santo... Cuando menos.

—Un elefante... ¿Adivina donde está ubicado es la trompa?

Sonríe divertido al escuchar cómo se aleja y afirma satisfecho. Alejarla era más por la seguridad de Angelo que la de ella. Mientras no supiera como manejarlo lo mejor era tenerla a distancia.

—¡Cobarde! —le reta.

—¡Bribón! —se defiende... pero desde la sala de estar.

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