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Sucesos

Este salvaje me trajo a una sala de billar completamente desierta. A diferencia de las que ya había visto, esta tenía una solitaria mesa en el centro. Una vez dentro me suelta, se gira hacía la puerta cerrándola con llave, para luego guardar esta en el bolsillo de su pantalón.

—Pero ¿qué diablos haces? Abre la maldita puerta.

—No. Aquí nos quedaremos hasta que me digas que rayos te pasa.

Su tono no dejaba lugar a otra interpretación, estaba mucho más que molesto.

—¿A qué rayos estás jugando? abre la puerta de una buena vez.

Paso por su lado y comienzo a golpear la dichosa puerta y a gritar destruyendo de paso mis cuerdas vocales con el único fin de que alguien abriera.

—Puedes gritar todo lo que quieras, nadie vendrá. Estabas muy ocupada coqueteando con todo lo que se paseaba ante ti como para notar cuando di la orden de que vaciaran esta sala y que no nos interrumpieran.

—Por si no te diste cuenta, acabo de cerrar el trato ¿Acaso no era eso lo que tanto querías? —rebato furiosa.

—¿Y tenías que exhibirte como una cualquiera ante ellos?

—Si algo aprendí de ti, es que no importa el cómo solo conseguir el objetivo. ¿Y qué crees? Aprendí demasiado bien la lección y lo conseguí. Así que me importa bien poco lo que pienses o digas. Ya está hecho, te guste o no.

—Sabes que este acto tendrá sus consecuencias ¿verdad?

—¡Me vale! Ahora, si ya aclaré tus dudas y eres tan amable, abre la puta puerta de una jodida vez o juro por Satán que soy capaz de tumbarla a patadas.

—Adelante, quiero ver como realizas la gran hazaña de romper una puerta doble de roble tan solo con tus piernas.

En ese momento lo odié, poquito, pero lo odié. No soporto tener que doblegarme ante la voluntad de nadie. Es algo que en mi sistema no estaba configurado. Tal vez por eso soy tan vengativa y rencorosa.

—Dime que quieres y acabemos con esto de una vez —no me queda otra que ceder, por el momento.

—Así está mejor —se acerca a mí, enjaulándome entre su cuerpo y la puerta —desde que te dejé en el ático esta mañana estas muy fría ¿Quiero saber que tanto hablaste con tu hermano para que te estés comportando de esta manera?

No me extraña que supiera que Julián me había visitado hoy. No ha perdido la costumbre de tenerme controlada, a veces me parecía hasta divertido y utilizaba las mismas cámaras que tenía por el ático para tocarme ante ellas, sabiendo que él lo estaría viendo y llegaría a la casa como un cavernícola hambriento, y no precisamente de comida.

Pero esta vez no fue así. Me sentí invadida, y no en el buen sentido.

—Julián no tiene nada que ver en esto.

—¿Entonces qué es?

—Que estoy harta de tus secretos. Cada día a tu lado es un misterio que no logro descifrar. Sé que hay cosa que aún no me dices y sé que prometí respetar tus tiempos, pero ya no aguanto más.

—¡Con que es eso! Está bien, te diré todo lo que quieras saber, pero a mi manera y en una partida de billar. Por cada bola que logres entrar me harás una pregunta que yo te responder. Pero, por cada una que entre yo te quitaras una prenda. ¿Hecho?

—¿Y cómo sabré que es estarás diciéndome la verdad? —sigo desconfiada.

—Tendrás que confiar en mí, no tienes de otra.

Seguía sin estar del todo segura de que fuera así de fácil, pero no tenía otra. Antes de seguir dándole vueltas digo la palabra que él estaba esperando.

—¡Juguemos!

Me alejo en dirección a la mesa para coger uno de los tacos, y prepararme para el primer tiro después de que el pusiera las bolas en posición

A pesar de que el billar nunca ha sido uno de mis fuertes, tampoco estoy mal del todo. Realizo mi tiro poniendo toda mi concentración en mis movimientos, y las bolas comienzan a rodar por la mesa. Ninguna entra en las troneras, pero si me facilitó mucho la entrada de una bola rayada para mi siguiente jugada.

—Las rayadas son mías —declaro.

Asiente y sigue sin perderse ni uno de mis movimientos, como un león que acechaba a su presa. Realizo mi tiro y fallo, por muy poco.

—¡Uff! Que lastima. Bien, es mi turno —hago una reverencia hasta hacerme a un lado —podrías por favor no inclinarte tanto sobre la mesa. Tu vestido no deja nada la imaginación y si estas así, es imposibles que logre concentrarme.

Lo reconozco, me había puesto en una posición descarada con ese propósito. Oye, que él era una máquina en los juegos y yo una simple aprendí, algo debía hacer para poner la balanza a mi favor ¿no?

—Si tienes algún problema con mi vestido me lo puedo quitar —pongo cara de inocente.

—No te apresures, eso pasará en poco tiempo —se pone en posición y tira logrando entrar una —creo que me debes una prenda muñeca.

¡Maldita sea mi estampa! Adiós zapatos.

—¿Alguna vez dejas de ser un completo arrógate pretencioso?

Me regala una de esas sonrisas lobunas tan suyas y que ya conocía tan bien.

—Nunca

—Creo que estás demasiado acostumbrado a tener lo que quieres y tendré que hacer algo al respecto.

—Lo estoy, y justo ahora te quiero desnuda y tendida sobre esta mesa para cogerte tan duro que olvidaras como te llamas. No me detendré hasta que grites mi nombre, y lo voy a conseguir.

No reconoceré ni bajo amenaza de muerte que mis bragas se despidieron y cayeron en un continuo baile de fluidos. Joder estaba por venirme con solo escuchar esa declaración.

—Bien.

Se prepara para tirar y yo me siento en la otra punta de la mesa frente a él, balanceando las piernas que estaban ligeramente abiertas y dejando un poco de más a la vista. Hasta que tira y como es mi objetivo, falla.

—Creo que deberías concentrarte más cariño. Es mi turno.

Me bajo de la mesa, alisto mi tiro en una posición perfecta ¡y yes! logro entrar una, así que no dejo que pase mucho tiempo y suelto mi pregunta.

—¿Qué relación hay entre tu interés en mí, desde que nos conocimos con la intromisión de tu gente en mi empresa? —es mejor no darle tiempo para procesar mucho.

—Francisco quería una fachada para el lavado. Se nos estaba juntando mucho trabajo y la policía estaba siguiéndonos la pista, ya había sospechas sobre nosotros. Vi la oportunidad para regresar a tu vida y resolver la situación. Le sugerí tú empresa y aceptó. Mataba dos pájaros de un tiro.

Su respuesta tenía sentido de alguna manera, pero sabía que aún había nudos en esa cuerda. Preparo mi próximo tiro, pero el muy puto me toca una nalga en el preciso momento del tiro, y por si no fuera obvio, fallo.

—Maldita rata tramposa, no puedes hacer eso.

—No sabía, qué pena —maldito, su puesta en escena de cordero degollado no se lo creía ni él.

Mi tiro fallido había facilitado demasiado su turno así que ya estaba más que lista en quitarme la ropa. Para lo que no estaba lista era para que entraran dos en un solo tiro.

—No te apures. Tenemos toda la noche para esto —pero lo veo acariciarse la entrepierna, dejando por el piso toda la credibilidad de sus palabras.

Esta vez me quito el collar, si vamos a hacer trampas que sean jodidas. A este le sigue el vestido, y me quedo tan solo en bragas y medias ya que con ese vestido mostraba tanta piel que no llevaba sujetador.

—Creo que me voy a replantear la idea de que te quites la ropa. No pensé en las consecuencias que eso me traería.

—Ya terminaste el inventario visivo o puedes seguir jugando.

Se pasa la mano por la cara, soltando un suspiro vuelve a ponerse en posición. Yo aprovecho que está inclinado para ponerme a su lado, explorándome los senos, me detengo un poco más de lo necesario en dedicarles toda mi atención. Entre caricias y pellizcos se van endureciendo junto con la presión de sus ojos sobre ellas.

Con la otra mano desciendo hasta detenerme sobre mis bragas acariciando ligeramente el clítoris por encima de la ropa.

Estaba decidida a hacerlo perder, pero eso no significaba que no podía disfrutar en el acto. Dejo caer la cabeza atrás mientras suelto un gemido involuntario Y ¡BOMM!

Debo decir que hacer esto para que perdiera me excitó más de lo que hubiera imaginado.

—Al diablo con esto.

Suelta el taco y viene hacia mí. Se cuela entre mis piernas en lo que su mano viaja a mi nuca y me obliga a besarlo. Su lengua experta y rápida se enreda con la mía y es... ¡Joder! Me roba cada gramo de voluntad y todo sentido común. Ajenas a todo este baile de bocas, sus manos ocupan el lugar en el que segundos antes estuvo la mía. Si ahí. Justo en mi centro.

» Te encanta provocarme ¿cierto? Aquí me tienes, y espero que puedas ser capaz de soportar a la bestia que acabas de despertar.

Se arrodilla ante mí, corre las bragas a un lado y comienza su dulce tortura, esa a la que ya me había vuelto adicta ¡Oh por el amor de Dios! nunca me cansaré de esto.

—Dominic.

Grito cuando un dedo se une a la fiesta, entrando y saliendo a un ritmo devastador. Él ignora mis tristes intentos de resistencia y sigue en lo suyo. No logro aguantar más y me dejo ir en ese tsunami de sensaciones que explota dentro de mí. No despega su boca hasta obtener la última gota y estar seguro de dejarme saciada.

Termina, se pone en pie y me penetra. Ni siquiera había tenido tiempo de salir del estado al que me sumergía después de un orgasmo y ya tenía a su pene alojándose dentro de mí. ¿Pero qué importa? El resto del mundo podría irse a la mierda, solo me importaba seguir teniéndolo dentro de mis piernas y esos deliciosos movimientos pélvicos que me estaban volviendo literalmente loca.

«¡JODER!»

Sigue así, entra y sale sin parar. Esta vez no es calmado, no se contiene, no quiere retrasarlo. En esta ocasión necesita marcarme o demostrarme que le pertenezco, tanto o más como necesita respirar, y eso me encanta. Juntos nos acercamos al final. Un poco más, unos movimientos más y llegamos al clímax. Juntamos nuestros bocas en un apasionado beso.

—Si quieres saber algo o tienes alguna duda tan solo tienes que decírmelo, pero no te crees películas en tu cabeza —aun seguíamos con la respiración acelerada —me mata cuando actúas como lo has hecho hoy.

—No me des motivos, sabes que no manejo bien la incertidumbre, y no puedes negar que hay demasiados secretos.

—Te prometo que sabrás todo a su debido tiempo, confía en mí aún no es el momento.

Sé que no debería bajar la guardia, sé que debía insistir, algo en mi interior me pedía que indagara más. Pero como tonta enamorada al fin, me dejo engatusar y decido darle su tiempo. Arreglamos nuestros atuendos y nos vamos a casa.

Un mes después

—¡No aguanto más!

Me dejo caer en el asiento del jet. Dom y yo debíamos ir a México para traer personalmente los camiones con la mercancía de nuestro nuevo socio.

Al ser el primer trabajo desde la alianza, era parte del trato que nosotros lo haríamos personalmente, ahora mismo no estaba muy convencida de esa decisión.

En este mes habíamos invertido en hoteles, y apoderarnos de gran parte de los clubes más importantes, todo esto en tiempo récord.

Dom se había encargado de comprar a cada uno de los ministros, no había duda de que las elecciones a la presidencia las ganaría ese a quien decidimos patrocinar y que haría nuestro trabajo mucho más fácil. Todo marchaba sobre ruedas.

—Ya falta poco, nena. Ya casi termina esta pesadilla.

—Eso espero. Estoy cansada de todo esto.

—¿Quieres un masaje? Ya sabes que mis manos están a tu disposición siempre que las necesites.

—Será mejor que mantengas esas manos lejos de mi o correrás el riesgo de desconcentrarte y no nos podemos dar ese lujo.

—Correré el riesgo. ¿Uno rapidito? —pone cara de niño bueno.

—Hmm. Tal vez te deje azotarme cuando lleguemos a casa

—¿Segura?

La noche anterior habíamos visto 50 sombras de Grey, película que solo sabría él como no la había visto aun, pero había despertado su Grey interior y estaba más que ansioso en repetir una de las escenas. Su mirada se oscurece y yo solo logro tragar saliva, creo que había perdido la capacidad del habla.

Me voy a la habitación que teníamos en la parte trasera y en cuanto siento la suave cama bajo mi peso, me duermo como un bebé. Dom me despierta con un beso tiempo después, pero para mí era como si tan solo hubieran pasado algunos segundos, aunque el reloj dijera lo contrario.

—Despierta dormilona, ya llegamos —me levanto aún más cansada de cuando me acosté.

El estrés y cansancio acumulado estaban haciendo estragos en mí.

—Dame unos minutos, ya salgo.

Díez minutos después ya estábamos en el coche para encontrarnos con nuestro mexicano favorito.

Llegamos a su rancho poco más de una hora después y creo que la palabra grande era muy pobre en comparación a la majestuosidad que estaba ante mí.

Era una casa grandiosa que tenía unos terrenos igual de imponentes, de seguro que llegaba mucho más lejos de lo que se podía ver.

Se notaba que la seguridad aquí no era tomada a la ligera. Había hombres armados a cada lado que miraba. Bajamos del coche y hasta ese momento percibo que vino detrás de nosotros una camioneta durante todo el camino escoltándonos.

Pablo Martínez, el mexicano como más bien me refería a él en la reunión, ya nos esperaba en la puerta.

—Bienvenidos a mi humilde morada, es un placer tenerlos por aquí —nos damos las manos como saludo y entramos a la casa —espero que sea de su agrado la habitación que preparamos para ustedes.

—Que atento, muchas gracias. Tiene una casa espectacular. Menuda maravilla tiene aquí.

—Y aun no has visto nada. Tengo los terrenos más fértiles de la región, y mis animales los más envidiados por todos, fieles pura sangre. Debo mostrarte el patio trasero, es la joya de la corona.

—Creo que se lo puedes mostrar luego ¿Nena no me dijiste que estabas cansada?

Dom que hasta el momento había permanecido en silencio, no tardó en meterse en la conversación al sentir lo que dice él, una amenaza.

Dios esto no puede ser cierto. ¿Este hombre era insoportable?

—Sí, pero creo que hay cosas más importantes de las que debemos ocuparnos. Ya descansaré luego —se muerde la lengua para no decir nada, pero sé que al rato me lo hará pagar.

—Si, hay mucho que tratar antes de la entrega. Vayamos a almorzar, luego les daré un recorrido mientras les voy contando cómo será el trabajo de esta noche.

Nos lleva al comedor y comenzamos el almuerzo en un ambiente un poco tenso. Dom no estaba poniendo de su parte0y supongo que las miradas furtivas que me daba Pablo de vez en cuando tampoco ayudaban.

—Está increíble la comida ¿Qué es?

—Eso mi dulce niña, son las famosas enchiladas de Doña Rita. Espera a probar su pozole o sus tamales, están para morirse.

» Bueno vayamos a lo nuestro. Los camiones están divididos en, uno para la mercancía, y otro para el dinero. Partirán desde Chihuahua esta tarde. Nosotros lo esperaremos a quince kilómetros de la frontera, harán el cambio y cruzarán. Ésta, es una de las rutas más peligrosas, así que ojo. Estarán solos con mi mercancía y si algo llegara a salir mal... — deja frase a medias.

—Está de más la desconfianza señor Pablo. Y por su mercancía no se preocupe, nosotros estamos más que preparados para lo que pueda pasar—me adelanto a decir.

—Me preocupa que el delegado no nos ha dado luz verde para la operación. Habíamos acordado de que pondría a policías de su confianza para que vigilaran que todo iba bien una vez llegarán a la frontera, pero no ha dado respuesta. Pueden tener problemas en el cruce o que los hagan detenerse para revisar el contenido de los camiones.

—Ya me ocupo yo de eso.

Como era de esperar Dom comienza a teclear en su móvil por unos minutos antes de levantarse para atender una llamada. No dudaba que pudiera controlar la situación, si alguien podía hacer que las ranas crecieran con pelo, ese era él. Mientras, sigo hablando con Pablo de todo lo que necesito saber.

—Todo listo. Pasaremos sin problema.

Y aun dudan porque lo amo. Este hombre con todas y cada una de sus facetas, sigue siendo el mejor en lo que hace, no hay quien pueda ganarle en su terreno.

—Perfecto cariño, aquí Pablo me estaba comentando que deberíamos dar una vuelta a caballo por sus tierras ¿Qué te parece?

—Con gusto

Con la mirada fija en mí, vi una chispa en sus ojos. Por alguna razón supe que algo no muy bueno se le había ocurrido.

Nos cambiamos la ropa de viaje por una más apropiada. Caminamos hasta los establos que estaban al fondo de la casa. Los mozos tenían listos los caballos, pero antes de salir Pablo recibe una llamada y nos pide disculpas por tener que ausentarse. Alegó que era algo importante y que debía ocuparse personalmente.

Eso no nos impidió a nosotros dar el paseo, uno al lado del otro apreciando la belleza y tranquilidad del campo. Estuvimos un buen rato así, disfrutando de este momento hasta que Dom me dice de tomar un descanso.

Lo hago y él amarra a los caballos a un árbol cercano. Saca unas botellas y latas vacías de la bolsa que tenía y las pone sobre una cerca de madera.

—Es hora de que aprendas a disparar. Esta noche está más que asegurado que tengamos problemas y no podré defenderte estando en el otro camión. Y no, esta vez tú clases de defensa personal no servirán.

Trago saliva al comprender el peso de sus palabras. No imaginé que fuera tan complicado. ¡Por dios! Solo era cruzar una maldita frontera de los demonios ¿Qué tan mal podría salir? Aunque si Dom lo creía, lo más seguro era de que así fuera.

—OK —logro decir.

Me toma de la mano y me posiciona a unos metros de la cerca.

—¿Ves esas botellas de allí? Quiero que las derribes. Separa las piernas —lo hago —ahora extiende los brazos —obedezco —toma bien la pistola y no pongas el dedo en el gatillo hasta que vayas a disparar. Relájate, quédate en esa posición hasta que te sientas cómoda. Vista al frente, y concéntrate en tu objetivo. Toma un respiro profundo y dispara cuando estés lista —me pone las manos en las caderas y eso me desconcentra.

—Te molestaría alejarte un poco, así no puedo —hace lo que le pido y yo vuelvo a concentrarme, recordando cada cosa que me había dicho.

—Está bien, pero recuerda mirar tu objetivo y no...

Sea, lo que sea lo que iba a decir después no lo escuché, porque el sonido del disparo lo silenció.

—Maldita sea ¿Hay algo en esta puta vida que no sepas hacer?

Que puedo decir, donde pongo el ojo pongo la bala, nunca mejor dicho. Hago como en las películas del oeste y soplo la punta la de pistola.

—Cariño cuando aprenderás que yo soy la mejor en todo, y las armas no serán la excepción.

—Por eso te amo —lo beso, pero él se aleja rápidamente —de como hagas eso de nuevo se acaba la clase y te hago mía aquí mismo, no me importará si hay alguien cerca. Mejor sigamos con las armas, aun debes saber algunas cosas.

—Si profesor.

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