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Cap 16: Cómo tratar con un ex-arcángel.

La iglesia por dentro no concordaba en lo más mínimo con el exterior: las paredes estaban libres de humedad y moho (aunque parecía que la pintura se había descolorido hacía mucho), los ventanales no estaban rotos, y hasta había un par de muebles. En donde probablemente había estado el altar, un cálido fuego crepitaba en un círculo de piedras, como una perfecta fogata de acampada. Un círculo de sillones de aspecto viejo estaban orientados de frente a él, formando una especie de sala de estar algo peculiar.

El techo, alto y con las vigas algo despintadas, estaba surcado de humedad de lado a lado, mientras que un par de goteras de dudosa procedencia dejaban caer gotitas de agua de poco a poco. Cassiel podía ver, si se esforzaba un poco, cómo unas cuantas enredaderas se habían colado por algún agujero oculto, y dejando caer sin problemas sus ramas con escasas hojas dentro del lugar.

Los largos bancos de madera habían sido apartados a un lado, y parecían haber acumulando mugre por al menos unos cuantos años.

<<Sí que se nota que aquí vive un hombre soltero>> no pudo evitar pensar Cassiel, mientras hacía esfuerzos por no estornudar por culpa de la gran cantidad de polvo que había en el ambiente.

Astartea no era tan disimulada.

-¿Es que no hay escobas aquí o qué?- chilló, sonándose la nariz por tercera vez consecutiva.

Cupido Eroshell la miró con molestia.

-¿Por qué no dejas de lloriquear y me dices por qué estaban en mi maldita puerta?- le espetó con rudeza.

El hombre no era musculoso ni alto, pero era robusto. Si bien no era tan viejo, no era un jovenzuelo: su pelo, bien corto, cortado de cualquier manera (lo que sugería que él mismo lo hacía) estaba casi gris por las canas; su rostro tenía varias arrugas, pero todavía había tenacidad en sus ojos. Un rastro leve de barba le crecía por toda la barbilla, cosa que él parecía no darle importancia.

Llevaba puesta un simple saco, pero este parecía abultarse en su espalda, como si estuviera tapando una joroba.

Al ver que nadie le contestaba, el hombre abrió la boca para probablemente gritarles que se largaran, pero fue interrumpido por Faith, quien se le acercó y le sonrió con rapidez, casi rebotando en el sitio.

-¿Entonces usted es su tío? ¡É fantastico!- exclamó, con el acento marcado- Sin ofender, pero nunca lo imaginé capaz de socializ- 

-¡De tener hermanos!- gritó Lauren con rapidez, tirando del brazo de la chica de piel café para indicarle que se callara- Es decir, se nota que usted es un hombre totalmente sociable y que aprecia a su familia, al igual que a sus sobrinos- dijo, hablando con rapiez. Cassiel casi podía oírla chillando de vergüenza internamente- ¡Y creo que tal vez es momento de que nos vayamos!- añadió, casi arrastrando a Faith hacia la puerta de salida, seguida por Tatia.

-¿Perché? ¡Espera, quiero quedarme a socializar!- oyeron protestar a la más bajita.

-¡Puedes hacer eso en cualquier lado, Faith!

Nadie dijo nada hasta que oyeron la puerta cerrarse con fuerza. Entonces, Cupido los miró con un torbellino de ira y curiosidad reflejados en todo su ser.

-Explíquense: ¿quienes son y que rayos hacen aquí?- les dijo, cruzándose de brazos y entornando esos ojos morados en una mueca molesta.

Cassiel oyó como Zachary tragaba en seco, jugueteando nerviosamente con sus plumas.

-E-Es una historia un poco larga...

-Tengo tiempo- respondió secamente Cupido, sentándose en un de los sillones, pero con el arco aún en la mano.

Lanzandoles una mirada a los demás viajeros del Calleum, Zachy suspiró. Y le contó todo. Cómo habían atacado el Instituto; a quiénes se habían llevado; el veredicto final de la Orden; lo que habían averiguado y su escapada a la Tierra. Escuchado de los labios de otra persona, Cassiel descubrió que, todo junto, su patético plan no se oía tan mal. Se oía terrible, apresurado y muy, muy  desesperado. Lo que reflejaba casi a la perfección a sus creadores.

Cupido escuchó toda la historia en absoluto silencio, y, cuando finalmente Zachary terminó, se inclinó hacia ellos, con una sonrisa irónica:

-¿Y qué les hace pensar que les creeré?- dijo, con tono burlón.

Los ojos de todos se abrieron como platos. Ninguno, aún en el peor escenario, se habría imaginado una pregunta así.

-¿D-De que habla?- tartamudeó, alarmada, Aziel, mientras ella y su melliza daban un paso adelante- ¡Ya le contamos toda la historia, y todo es verdad!

Uriel asintió.

- Usted es el único que sabe dónde está la base de los Arcángeles. ¡Tiene que ayudarnos!

-A ver, niña, dejemos algo bien claro- la cortó Cupido, reclinándose en el sofá y apoyando los pies en la mesita llena d manchas de café que estaba enfrente a él- Yo no le debo nada ni a ustedes ni a nadie. No "tengo que hacer" nada. Y hasta donde yo se- añadió, riendo secamente- Ustedes no pueden asegurar que sea quien ustedes dicen.

La sangre de Cassiel se congeló por un segundo.

-¿De que habla?- exclamó, ahora ya confundida- ¡Por supuesto que usted es Cupido Eroshell!

-Oh, pero es mi palabra contra la suya, niñata- se burló el hombre, ocasionando que la ira ya comenzara a manifestarse en los viajeros.

-¿¡Y eso qué significa!?- rugió Astartea en dirección al arquero, echando chispas por los ojos- ¿¡VA A DEJAR A MERCED DE UNOS MANIÁTICOS A UNOS JÓVENES QUE SON COMPLETAMENTE INOCENTES!?

Cupido ni se inmutó ante el estallido de la explosiva chica, y, en cambio, sonrió con fiereza.

-Sí, sí lo haré, niña- le susurró, sin perder esa odiosa expresión, y volviendo a reclinarse sobre el respaldo con despreocupación.

Cassiel sentía como la ira llenaba su torrente sanguíneo poco a poco, devorando todo lo que estaba a su paso y consumiéndolo en un mar rojo. Apretó los puños hasta que se le pusieron blancos, mientras centraba todo su esfuerzo en no saltar a golpear a aquel despreciable pedazo de... La chica luchó por tranquilizarse, dando un largo suspiro y cerrando los ojos por un momento. Abariel, piensa en Abariel, se repitió para calmarse.

Tenía que encontrar una manera de convencer al antipático ex-arcángel de ayudarlos, o todo su viaje habría sido en vano.  Habían llegado muy lejos, ¡y no iba a desistir solo porque ese marginado no quería-!

De repente, una idea le vino a la cabeza tan abruptamente que pareció como si Cupido finalmente le hubiera disparado una flecha en sus pensamientos: Cupido era un marginado, exiliado tanto del Calleum como de los Arcángeles. Era, como decían, un "lobo solitario", que solo se preocupaba por su propio bienestar.

Así que si quería llegar a algo, debían ofrecerle algo que ganar.

Cassiel sonrió.

-Bueno, es una lástima que no nos ayudes- dijo, encogiéndose de hombros.

Los demás giraron la cabeza para mirarla, con los ojos abiertos de confusión y sorpresa. Cassiel simplemente se dio la vuelta, e hizo el amague de comenzar a caminar hacia la puerta de salida. 

-Supongo que, ya que es evidente que no vas a colaborar en esto, simplemente es mejor que nos vayamos, ¿cierto, chicos?- añadió, mirando con una sonrisa misteriosa a los demás.

-Cassiel, ¿qué estás haciendo?- le susurró Aziel, confundida, e intentando que Cupido no viera su expresión de nerviosismo.

-¿Te volviste loca, mujer?- exclamó Ágramon, un poco menos discreto, y echando dagas por detrás de sus lentes oscuros- ¿Qué pasó con el plan? ¿Y con los secuestrados? 

-¿Qué pasa con nuestros amigos?- chilló Astartea, dando un paso adelante y fulminando con la mirada al ángel femenino- ¿QUÉ PASA CON MI HERMANO?

Usando toda su fuerza de voluntad para no encogerse de miedo en el lugar, Cassy negó con la cabeza, sin bajar la sonrisa. Sabía que esto probablemente podría causarle una muerte dolorosa y repentina, a juzgar por las expresiones de la demoniesa, pero solo veía esa opción si querían que Cupido Eroshell les diera la información que necesitaban.

-Lo siento, Astartea, pero ya oíste al hombre- le respondió, señalando a Cupido con una mano, el cual parecía extrañamente interesado en lo que estaba sucediendo- Él no nos debe nada. Y no tenemos nada que ofrecerle tampoco. 

-¡Al Enferton con todo eso!- la interrumpió Aster con furia, para luego volverse hacia el ex-arcángel con el pelo humeante- ¿Usted sabe siquiera lo que está haciendo? ¡Podría haber vidas en juego, y usted se quedará ahí sentado con su estúpido arco sin hacer nada!

Cupido parpadeó lentamente un par de veces, como sorprendido por el repentino arrebato, pero ni mostró otra variación en su actitud.

Cassiel negó con la cabeza, volviéndose de nuevo hacia la puerta.

-¿Lo ves, Astartea? Es inútil- <<Llegó la hora del show>> pensó ella, sonriendo genuinamente, antes de continuar- No va ayudarnos de ninguna forma...aún cuando eso significara que él podría volver al Calleum.

Aún de espaldas, Cassiel pudo sentir como el hombre se tensaba de repente, al mismo tiempo que oyó cómo los resortes del sillón chirreaban, como si se hubiera inclinado lentamente hacia adelante. 

<<Bingo>> 

-Sí, es una completa lástima, ¿no?- prosiguió, mirando con toda la intención a los demás viajeros, incitándolos a que le siguieran el juego.

Hubo unos segundos de silencio. Y luego, los rostros de los ángeles, la demoniesa y el diablo se iluminaron casi al unísono, comprendiendo de repente por dónde quería llegar Cassiel.

Uriel sonrió.

-Si, es verdad Cassy- asintió, caminando hasta quedar frente a la enorme puerta de la iglesia- Es decir, ¿te imaginar lo que la Orden podría hacer si se enterara de que un marginado contribuyó en el rescate de los ahora famosos rehenes del Instituto? ¿Tú que dices, Ziel?- le preguntó a su hermana, quien se veía algo escalofriante con esa expresión de quien está haciendo algo malo.

Ella rió.

-Oh, estoy segura de que, como mínimo, le permitirían volver al Calleum. Eso claro, si no se considera reparado instantáneamente todo el posible mal que pueda haber hecho de joven.

-Sin mencionar que su honor quedaría restaurado- añadió Zachary, uniéndose.

-¡Y tal vez ser reconocido por la Orden como un ángel completo, quien sabe!- dijo Ágramon, ajustándose los lentes con una sonrisa llena de colmillos.

Y, como una bella campana de cristal, de pronto les llegó el sonido de Cupido parándose de un salto. 

Habían dado justo en el centro de la diana.

Cupido era un marginado, sí, pero uno torturado por sus decisiones pasadas. Si había dejado a los Arcángeles, inclusive cuando estos podrían ser su única opción de respeto, significaba que, de hecho, no estaba de acuerdo en lo absoluto con su ideología. Pero no podía volver al Calleum, porque el daño ya estaba hecho. Estaba condenado al deshonor, tanto de parte de sus antiguos compañeros rebeldes como el de su propia especie. 

Y ahora, ellos le estaban insinuando que todo eso podía cambiar. Que tenía la posibilidad de volver a ser respetado, e incluso de por fin enmendar sus vergonzosos errores... Era, en otras palabras, agitar miel frente a una abeja.

Así que, cuando Cassiel estaba a punto de poner la mano en la argolla de la puerta, no se sorprendió en lo más mínimo al escuchar como Cupido Eroshell le gritaba:

-¡Esperen!

Lentamente, ella se dio la vuelta, sonriendo triunfante con disimulo al ver como los ojos morados del hombre la observaban con algo que ella sabía que era ansiedad, anhelo, y desesperación.

Cupido suspiró, dejando caer los hombros, y apoyando el arco en el sillón con delicadeza. Luego, para sorpresa de Cassiel y los otros, se deshizo de el saco que llevaba, dejando a la vista una vieja musculosa blanca. Y dos pares de alas blancas, demasiado pequeñas como para un ángel de su tamaño (y, dicho sea de paso, para cualquier ángel) se extendieron en su espalda.

Cruzándose de brazos, el ex-arcángel de alas diminutas bufó:

-Lo ayudaré.




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