3. El vuelo a través del huracán
Advertencia: Escenas que pueden herir la susceptibilidad de algùn lector (angst).
Año 1981.
Lima, Perù.
Orfanato ''Los niños del sol''.
Es una característica humana, el errar cuando se es inexperto de la vida. Siendo jóvenes, muchas veces se cree tener el dominio de las situaciones. Si los mortales, tan solo tuviesen el don de prever las consecuencias futuras de nuestros arrebatos, seguramente el mundo estaría vacío de sabiduría, y estaría lleno de soberbia.
Se adquiere sabiduría errando en nuestras acciones, y así Miguel, un joven peruano de quince años de edad, comenzó a entenderlo cuando huyó de su orfanato junto a su mejor amiga.
Cansados de no conocer el mundo exterior, ambos se encaminaron hacia una encrucijada que les mostraría la dureza de la rutina, y la supervivencia, en un mundo en donde ambos serían víctimas no solo del estigma social por ser jóvenes crecidos en un hogar de protección de menores, sino que también, por no pertenecer a ningún sitio.
Miguel y Marìa, su mejor amiga, aún no comprendían las consecuencias de sus actos. Siendo jóvenes, inexpertos, sin una guía parental y, mucho peor, siendo siempre marginados del resto, jamás fueron capaces de discernir entre los actos responsables e irresponsables.
Y aquello, lamentablemente les llevó a sufrir el más grande infierno, cuando por varios meses, pernoctaron expuestos a las gélidas noches de Lima.
Naturalmente, al volver al orfanato, ya nadie les recibió. El hecho de que ellos huyeran de tal sitio, aunque un desacato al reglamento del recinto, por otro lado, constituía un beneficio para ellos, después de todo, los niños y jóvenes de aquel lugar eran cifras numéricas que atender y alimentar.
Si uno de ellos se iba por su cuenta, mejor así; menos bocas que llenar, y menos presupuesto que gastar.
Y desde aquel punto, para Miguel y Marìa, todo comenzó a hundirse en un abismo.
Y peor fue el panorama, cuando tuvieron que volver a pernoctar muchas noches por las calles y, posteriormente, Marìa comenzó a sentir malestares.
Y malestares que apuntaban a un embarazo.
Y con los meses posteriores, ambos no supieron cómo lidiar con ello. Entre su ignorancia ante aquella situación, asistían en busca de ayuda a recintos médicos, pero siempre eran atendidos a medias, y sin recibir mayores antecedentes, o información de cómo sobrellevar un embarazo.
En cuanto veían que ellos provenían de un hogar de protección de menores, eran lanzados hacia un lado, como si fuesen ganado cualquiera.
Y aquello, pasó la cuenta a Marìa un día.
—¡Ma-Marìa! —Con ropajes harapientos, Miguel se incorporó a socorrer a su amiga—. ¡Marìa, reacciona!
La muchacha, presa de la malnutrición, de las bajas defensas, y de su avanzado embarazo, un día simplemente no soportó toda la carga física y mental que conllevaba formar a un ser humano en el vientre.
Y ese mismo día, fue llevada por Miguel al hospital más cercano.
Y la vida, les demostraría a ambos, la más grande injusticia cometida en contra de las jóvenes madres y pobres.
—Parto natural —dijo el matrón, apenas vio la procedencia de Marìa.
—¿Está seguro? La joven viene demasiado débil como para...
El matrón dedicó una hostil mirada a la partera; esta se encogió en su lugar.
—La cesárea es para quienes pagan. Hagan un parto natural a la señorita. Toda mujer está preparada para parir en esas condiciones.
Y el parto de Marìa, se hizo bajo las condiciones del matrón. Y, aunque el parto estaba programado para demorar cierto tiempo, este se excedió brutalmente, dejando a Miguel en la más completa indefensión al no saber nada de Marìa y su hijo.
Y la razón por la que aquel parto jamás llegó a buen puerto, dejaría a Miguel desnudo frente a la fiereza de la vida adulta.
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—¡La señorita no está reaccionando! ¡Por favor, traigan fórceps!
—El bebé está coronado... ¡Se está asfixiando! ¡Necesitamos ayuda!
—¡Ella ya no puja, necesitamos sacar al bebé al menos!
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Y Marìa, una joven de tan solo dieciséis años, fue asesinada por la indiferencia de la humanidad, en aquella sala de parto.
Porque Marìa fue asesinada. Asesinada por la violencia obstétrica. Por culpa del asqueroso don de la falsa moral, que se auto atribuyeron, quiénes debían velar por su dignidad humana y bienestar. Asesinada por el machismo y por la misoginia. Porque Marìa, siendo una madre joven, nativa de una etnia indìgena, y perteneciente a la casta más desamparada de aquel país, fue burlada por todos quiénes atendieron su parto.
Y, lamentablemente, su hijo también sufrió las consecuencias de la maldad de la violencia obstétrica.
Porque un parto, que debía ser un ritual sagrado y bendito para un hijo que conoce a su madre, fue desbaratado por matrones y parteras.
Y mataron a Marìa, arruinaron la vida a su hijo y, posteriormente, dejaron a Miguel en la más completa indefensión.
Y todo, por aquel ridículo deseo de castigar a una madre joven y pobre, víctima de la marginación y de la nula guía parental. Por culpa de aquellos que jugaron a ser una deidad con el poder de juzgar, y que provocaron un daño irreversible a dos vidas que tenían aún esperanzas de surgir, pero que, por causa de la estigmatización social, les fue simplemente negada.
(...)
—¿Joven... Miguel?
A eso de las cuatro de la mañana, una partera salió a la sala de espera. Miguel, tirado en una silla por causa del cansancio, se incorporó de inmediato, sosteniendo una expresión angustiada.
—¿Nació mi hijo? ¿C-cómo está Marìa? —Una leve sonrisa se dibujó en sus labios—. Ella está bien, ¿verdad?
La partera bajó la vista. Miguel sintió su angustia acrecentarse.
—¿Q-qué pasó con ella? ¿Dónde está Marìa y mi hij...?
—La joven Marìa falleció —susurró sin tapujos—. Su hijo ha nacido, pero...
Miguel quedó petrificado en su lugar. Se echó de rodillas al suelo, y no quitó su expresión angustiada del rostro de la mujer; sintió que el pecho se le desmoronaba.
—Sufrió una muy grave asfixia. El bebé ha tenido que ser sacado con fórceps. Lamentablemente sufrió una grave lesión de parto.
Miguel, incrédulo ante la terrible realidad que le golpeaba, contrajo sus pupilas, y negó con su cabeza.
No podía estar pasando, no podía ser realidad.
Marìa estaba muerta, y ahora su hijo, había sido dañado de forma irreversible.
(...)
Con dieciséis años de edad, Miguel tuvo que afrontar la vida solo desde ahí en adelante. Sin tener padres o hermanos, sin tener una guía al que seguir, o alguien a quién preguntar por un consejo, tuvo que tomar a su hijo entre brazos, y salir a la calle.
Y, aunque siendo joven e inexperto de la vida, vacío de alguna muestra afectiva, y siendo siempre objeto de malas miradas por parte del resto, se aferró a lo único que tenía en la vida, a quien le daba fuerzas para sobrevivir y, por sobre todo, la única persona que le entregaba un amor sincero a pesar de su procedencia.
Su hijo Daniel, o como èl amaba llamarlo; Dani.
Y el tiempo fue pasando, y el diagnóstico de Dani, fue concreto: Parálisis cerebral infantil.
Porque aquel día, en la sala de parto, no solo Marìa fue dejada morir, sino que también se obró sin cuidado con el cuerpo de Dani, provocándole una irreversible y severa lesión cerebral.
Y Miguel, desnudo frente a la voraz sociedad que le intimidaba, tuvo que comenzar a volverse un adulto. Siempre con Dani entre sus brazos, rebajó inclusive su dignidad a pedir limosnas. Intentó muchas veces inclusive hurtar de las tiendas algo de leche para su hijo, pero siempre era sorprendido y golpeado por los guardias del recinto.
Y Miguel, atado de pies y manos, entonces comenzó a sacar fuerzas de su hijo, que aunque fuese mirado por el resto como una carga sin utilidad alguna, él veía en sus pequeños ojitos, la luz que le impulsaba a seguir adelante.
Y Miguel, comenzó a surgir desde sus ruinas hacia la vida, y todo, gracias a su hijo Dani.
Con su hijo en una pequeña cuna portátil que él mismo construyó, lo llevaba a todos lados. En una primera instancia, trabajó limpiando vehículos, y con el pasar del tiempo, consiguió un empleo de medio tiempo como camarero.
Pero siempre, con Dani bajo su cuidado. Porque Miguel, le amaba por sobre todas las cosas, y si tenía que arriesgar su propia salud física y mental por dar comodidad y dignidad a su hijo, entonces que así fuese.
Y con sus dos primeros sueldos, Miguel pudo acceder al alquiler de una pequeña habitación, y aquella fue el nido en donde un padre y su hijo, se albergaron de la indiferencia del resto.
(...)
—¡Wooah! ¡Qué guapo se ve este niño hoy!
Miguel, con diecinueve años de edad, levantaba como de costumbre a su hijo. Le tomaba entre brazos, y le cambiaba de ropa con sumo cuidado, pues el cuerpo de Dani no respondía, y él, era responsable de ser los ojos y las manos de su pequeño.
—Hoy será otro gran día de trabajo, ¿No, bebè? —sonrió dulcemente a su pequeño—. Hoy papi pidió horas extras en el restaurant. Habrá un evento importante, y así podré sacar más dinero.
Dani solo le observaba con atención. Porque, a pesar de no tener mayores reflejos o palabras que decir, la fuente de comunicación del pequeño niño, eran sus ojos.
Y, a través de sus ojos, profesaba el profundo amor y apego que sentía hacia Miguel. Porque Miguel era su ángel, su padre, su héroe y su amigo. Miguel era para Dani el amor de su vida, y Dani, era para Miguel, su razón de vivir.
Se amaban inmensamente.
—Gaah, ggaah... —balbuceó el pequeño a su padre, ladeando su boca en señal de una sonrisa—. Ggh, gaah.
Miguel sonrió enternecido.
—Así que tienes hambre —descifró—. Está bien mi amor, ya iremos a comer. Solo déjame terminar de cambiarte, te subo en tu silla, y nos vamos al trabajo, ¿vale?
El niño lanzó otro balbuceo como respuesta.
(...)
Y aunque Dani era un niño silencioso, inclusive así constituía una molestia para el resto. Era objeto de malas miradas, de murmullos por lo bajo, de risas ahogadas, y de comentarios ofensivos.
Y Miguel, jamás le dejó en la indefensión ante tales actos de discriminación.
—Mamá...
En el metro, una pequeña niña tiró del abrigo de su madre; esta se agachó a la altura de ella.
—¿Qué pasa?
—Ese niño me asusta... me quiero bajar.
Y nuevamente, Dani era objeto de malas miradas. Con sus ojos quietos, su cabeza apoyada en una almohadita que Miguel le había confeccionado, y con un baberito que hacía juego con su ropa, observaba a la niña, sin entender su mirada cargada de miedo, y de repelús hacia su persona.
—Mamá, sácalo, no me gusta.
—Señor.
Miguel observó a la mujer que le habló.
—¿Puede voltear a su hijo hacia la pared? A mi hija le asusta.
Miguel sintió que una llamarada se levantaba en su interior.
—No, no lo haré —respondió sin más—. A mi hijo le gusta observar por la ventana, no lo voy a voltear hacia la pared.
La mujer le miró con hostilidad.
—Yo pagué para ir cómoda en este lugar —espetó—, lo mínimo que pido es respeto de su parte. Es una falta de respeto que usted suba a...
—¿Qué es una falta de respeto? —La voz de Miguel comenzó a quebrantarse—. ¿Es una falta de respeto acaso, que yo suba a mi hijo al transporte? ¿Le molesta su presencia?
La mujer asintió. Y Miguel sintió que todo se le fragmentaba por dentro.
—No es mi problema que usted sea una mala madre —acusó Miguel—. Es una mala madre por no enseñar a su hija a entender que, en este mundo, existen personas con distintas capacidades a ella. Que este lugar nos pertenece a todos, ¡no es justo que miren de esta forma a mi hijo!
Y la señora, presa del arrebato, solo dijo por última vez:
—Es desagradable ver la saliva que se le cae, y esos ojos que no sé hacia dónde apuntan. Es molesto y punto, y mi hija le tiene miedo.
Y Miguel sintió que el corazón se le partía. Y con la gente de alrededor, siendo cómplices silenciosos, en la estación más cercana, Miguel entonces tomó la silla de ruedas, y con su hijo bajó.
Y se sentó en la banca más cercana, y se deshizo en el llanto más amargo posible.
Rutina de cada día; solo eso era. La discriminación hacia ellos era habitual, pero Miguel, sentía que cada día le dolía más. Y que cada día que pasaba, un poco más de su dignidad humana era arrebatada.
Y cuando miraba a los inocentes ojos de Dani, sentía que el pecho se le deshacía. Y no comprendía. No comprendía la razón por la que eran marginados. Por qué razón la gente le temía a lo diferente. Y porque razón Dani, un pequeño niño inocente, y de puros sentimientos, era visto como algo inútil por el resto, cuando para él, su hijo era lo más valioso sobre el universo.
(...)
Para el año 1988, Miguel ya era un joven de veintidós años, mientras que Dani, un niño de tan solo seis.
Aquel año trajo malos presagios. En una mañana gélida, Dani presentó de forma sorpresiva el primer ataque epiléptico, lo que luego, desencadenaría en continuas crisis. Posterior a ellas, Miguel fue capaz de reunir ingresos para llevarlo a una consulta médica, y el diagnóstico, dejó al joven padre por los suelos.
Síndrome de Lennox-Gastaut, consecuencia de la lesión cerebral producida por negligencia médica al momento de su nacimiento.
A los días posteriores, el alquiler de la habitación duplicó su precio. Miguel entonces, comenzó a sentir que se hundía en un abismo sin salida.
—Se-señor... por favor, no puede hacerme esto. —Miguel sostenía a Dani entre sus brazos—. Necesito esta habitación, es mi hogar, y el de mi hijo. A mi hijo Dani, le han diagnosticado una nueva anomalía, y estoy gastando mucho en sus anticonvulsivantes; él necesita un hogar... ¡No puedo llevarlo nuevamente a la call...!
—Pero Miguel pues... ese no es mi problema —dijo el dueño del recinto—. Entiendo que es difícil, pero también tengo mis problemas aparte. Mi hija ha entrado a estudiar a la universidad, y necesito más ingresos para ella.
Miguel sintió que el mundo se le venía abajo.
—Por favor, se lo suplico... —Se arrodilló frente al hombre; le miró suplicante—. En mis dos empleos no me pagan lo suficiente... ¡Necesito esta habitación! ¡Es nuestro hog...!
—Tienes dos semanas para encontrar otra chamba —dijo sin más—. Lamento tu situación, pero también tengo mis problemas.
Y se fue, dejando a Miguel y Dani, en la soledad de la habitación, ya no sintiéndose ambos en un nido que les protegía de la indiferencia del resto, sino que siendo víctimas de la nula ayuda social que existía en aquella época por Perú.
Y Miguel, tuvo que salir nuevamente a la calle. Sin nada más que hacer, y con lo último de fuerzas que le quedaban, optó por un tercer empleo de barrendero.
Y laburando en condiciones inhumanas, y por una extensión de horarios inaguantables y extenuantes, Miguel hizo su mayor esfuerzo por reunir el dinero del alquiler, siempre motivado por proteger a su hijo Dani, de volver a las frías noches de la capital.
Porque él jamás lo permitiría; él no volvería a la calle, no de nuevo. Él y Dani tenían un hogar; allí eran felices. Y a pesar de que la vida les daba todo en su contra, a pesar de que Dani ahora sufría de una nueva crisis, él jamás daría su brazo a torcer.
Miguel iba a luchar por su hijo.
E hizo todo lo humanamente posible para lograrlo, pero muchas veces, ciertas cosas están destinadas a ocurrir y, hagamos lo que hagamos, su suerte será la misma.
Aquella fatídica noche, Miguel llegó junto a Dani de una extenuante noche de trabajo. Aquel día, Miguel despertó a las seis de la mañana, trabajando desde ese horario, y de forma continua, hasta las dos de la mañana.
Su cuerpo estaba hecho pedazos. Su mente estaba en blanco. Ni siquiera un animal de carga, podía soportar tal extensión horaria por llevar material de arrastre.
Miguel había sido explotado de una forma inhumana.
—Da-Dani... —susurró, llevando apenas, y con sus últimas fuerzas, a su pequeño hijo, el que yacía dormido entre sus brazos; lo tendió en la cama, y rendido, se echó a su lado.
No sentía las piernas. Los párpados le pesaban como un saco de plomo, y sentía que iba a desfallecer en cualquier momento por el terrible cansancio corporal y mental.
—M-mi pequeño bebé... —susurró, casi inconsciente—. Te amo... mi pequeño. T-tú... eres mi todo. To-todo esto es por ti, Da...ni.
Y con el sueño luchando brutalmente por obcecar sus sentidos, Miguel cedió hacia un descanso profundo e imperturbable. Su cuerpo quedó estático, y ni siquiera, fue capaz de utilizar su nula fuerza para despojarse de su ropa de trabajo.
Y todo fue negro en la consciencia apagada de Miguel; no fue capaz de escuchar ruido alguno de su respiración, o un estímulo externo que no fuese su propio sueño.
Y por causa del terrible cansancio, Miguel no fue capaz de percibir lo que en aquella misma noche, le marcaría para siempre.
Porque en medio de la madrugada, lamentablemente un suceso inesperado y nefasto, arrebató la esperanza de Miguel desde lo más profundo de su corazón.
Y también, arrebató el aliento de Dani, cuando aquella misma noche, una nueva crisis epiléptica atacó al pequeño niño.
Y Miguel, inmerso en un profundo sueño, no pudo percatarse por su obcecada consciencia apagada, de los leves alaridos que emitía el pequeño, y del temblor que se extendía por su débil cuerpecito.
Y durante cinco minutos, su cerebro recibió cargas eléctricas inaguantables, robándole el aliento a mitad de la noche, y sellando su destino de forma definitiva.
Y aquella noche, Dani murió.
Y al día siguiente, Miguel despertó, y le observó con sus ojitos nublados, inyectados en sangre, y desorientados. Con su pijama orinado, y su boquita pigmentada de un intenso carmín.
Y con el corazón despellejado, Miguel desgarró su garganta vociferando un grito desde lo más profundo de sus entrañas. Se arrodilló en la cama, y fundió el inerte cuerpo de su hijo en su pecho. Y lloró brutalmente, como si su vida fuese aplastada de forma desgarradora, y sin contemplación alguna.
''¡¡DAAAANIIIIII!!''
Y Miguel, deseó morir. El dolor que le quemaba por dentro, no tenía comparación alguna. Su pecho se deshacía en la más grande agonía, y parecía estar sumido en la más grande desesperanza.
Porque la muerte de un hijo, provoca el más grande dolor, y Miguel, aquella mañana lo pudo comprobar.
(...)
Miguel no solo tuvo que soportar el dolor de la pérdida, pues a los días posteriores a la muerte de Dani, un juicio se inició en su contra por el deceso de su hijo.
Como un cuerpo vacío y carente de alma, Miguel tuvo que enfrentar tres audiencias por el delito de parricidio. Y, aunque las pruebas de su abogado defensor apuntaban a la completa inocencia del joven, lamentablemente Miguel estuvo condenado desde su nacimiento.
Al ser hijo de nadie, y perteneciente a un hogar de protección de menores, Miguel fue estigmatizado por el juicio del magistrado, y fue puesto en prisión preventiva.
Y un mes completo fue cautivo de su libertad corporal, y allí mismo, atentó contra su vida en dos ocasiones, usando la primera vez una soga, y la segunda vez, robando medicamentos de la farmacia dentro del recinto.
A los días otra audiencia fue hecha para la puesta en libertad de Miguel, y aquella vez, su inocencia fue declarada mediante una sentencia de recurso de apelación que revocó la resolución del tribunal inferior.
Pero nada de ello le alegró. Miguel no deseaba vivir; él deseaba morir.
Y a los días volvió a su habitación, allí, en el mismo sitio en donde vivió alguna vez junto a su hijo Dani.
Y la vida le estorbaba. Escuchar sus latidos le dolía. Sentir su cálida respiración le llenaba de ira y frustración.
Y se fundió en lo único que le cegó momentáneamente del desgarrador dolor que le despellejaba el alma en carne viva.
Y el alcohol fue su única salida, y con ello, a diario rasgaba la piel de su antebrazo con una filuda cuchilla.
Y que exquisita se sentía la sensación de su piel rasgando, porque aquello, le recordaba que tan solo él era el culpable de la muerte de su hijo.
Porque él no fue capaz de cumplir su promesa. Porque quizá no dio lo suficiente para salvar la vida de Dani. Porque se sentía un mal padre. Porque no merecía vivir. Porque era un asco. Porque cada noche el rostro angustiado y petrificado de su hijo, se dibujaba en su mente, y sentía que era aplastado por la agonía.
Porque Miguel quería morirse, y quería morirse ahora. No quería más respirar, necesitaba apagarse; lo anhelaba.
Y una vez más, su cuchilla rasgó su piel deshecha, y cortó una vena. Y luego cortó una tras otra, y la habitación fue un grotesco festín de sangre.
Y posteriormente, un vecino fue advertido por causa de los desgarradores gritos de Miguel, y aquel momento fue decisivo para que entonces el Estado, le tomara como a un joven prioridad en un hospital psiquiátrico.
Y con veintidós años de edad, Miguel fue puesto a completa merced de aquel recinto de blancas paredes, allí en donde volvería a encontrar la ayuda que jamás le fue brindada, una guía parental en la cual pudo sostenerse y, empujado a superar lo que tanto le carcomía por dentro.
(...)
Y a los dos años de ingresado en el hospital psiquiátrico, Miguel fue dado de alta. La imprescindible ayuda de Julio Paz, su psiquiatra de cabecera, fue primordial para que Miguel, pudiese superar las recurrentes crisis que le agobiaban.
Aunque, experimentaba de forma recurrente ciertos cuadros de tristeza, Miguel se hallaba estable dentro de lo que podía.
Y desde aquel entonces, él comenzó a tomar en cuenta las palabras de su psiquiatra.
''Mi recomendación es que puedas irte de este sitio. Este país te ha quitado muchas cosas. Yo, siendo un hombre extranjero que trabaja aquí por servicio social, debo decirte que más allá de estas fronteras hay nuevas oportunidades. Miguel, eres un hombre joven, y debes encontrar una razón por la que seguir. Cambia de atmósfera, en el futuro, recordarás mis palabras''.
Y con veinticuatro años de edad, Miguel entonces dio rumbo a su nueva vida. Con el dolor aun punzando en su pecho, y con los recuerdos de Marìa y Dani más vivos que nunca, tomó fuerzas, y se echó a andar en lo que más anhelaba.
Buscar una nueva razón por la que vivir. Y, si ya no existía una razón por la cual mantenerse con vida, entonces él mismo se encargaría de inventarla.
Y, un día caminando por la zona residencial de Lima, el destino puso por delante de sus ojos su misión de vida.
''El gobierno hace un llamado general a todos los jóvenes peruanos que no tuvieron la oportunidad de terminar su educación secundaria. El régimen de estudios constará de doce meses y será intensivo. Posterior a esto, podrán tomar los exámenes pertinentes para seguir con sus estudios superiores. Más información en nuestras oficinas gubernamentales.
Ministerio de Educación de Perú.''
(...)
Y fue un año completo en que Miguel, empujado por el voraz fuego que ahora encendía su alma, tomó aquel curso intensivo de doce meses.
Los resultados posteriores de aquel curso intensivo, le llevaron a obtener las calificaciones más altas de aquella generación.
Posterior a ello, Miguel rindió ambos exámenes previos para acceder a la educación superior, y los resultados fueron tan sorprendentemente favorables, que Miguel fue capaz de obtener una beca para seguir cursando sus estudios superiores.
Pero no; no sería en Perú. No en el país que, a pesar de ser su origen, le había facilitado tantas heridas desgarradoras.
''Más allá de estas fronteras, hay nuevas oportunidades''. Las palabras de su psiquiatra de cabecera, le hicieron entonces tomar su decisión.
Santiago de Chile...
Y aquello, fue el inicio de su travesía. Allí, en donde Miguel dedicaría su vida a estudiar aquello que le apasionaba, que le motivaba a hacer del mundo un mejor lugar para todos los niños con capacidades especiales y, en donde las personas se educaran respecto del trato a quiénes percibían la sociedad de una manera diferente.
Aquello que lograra hacer del mundo un lugar cómodo y digno, para niños como Dani.
Y Miguel, a sus veinticinco años, se mudó a Santiago de Chile, y comenzó a estudiar Educación Diferencial, dejando sus cicatrices en el pasado, y extendiendo sus alas de fuego esperanzador hacia un nuevo vuelo.
Para cuando Miguel terminó de hablar, Manuel mantenía su mirada perpleja inundada de lágrimas. Con la respiración descontinuada, y el corazón en el puño, Manuel solo fue capaz de tomar las manos de Miguel, y besarlas.
—Mi-Migue, yo... —Tomó una fuerte bocanada de aire, y prosiguió—. A-ahora entiendo la razón del porque t-tú... tú eres tan bueno conmigo y con Panchito... y-yo...
Miguel sonrió entre lágrimas.
—La razón por la que no puedo abandonarles, es porque en usted y en Panchito, me veo a mí y a Dani. —Su voz comenzó a quebrantarse nuevamente—. Hace más de diez años, yo también viví el dolor de la discriminación. Sentí en carne propia el sentimiento de indefensión, y experimenté en cuerpo y alma el sacrificio por un hijo, y el amor infinito que profesamos hacia ellos...
—Miguel... —Manuel comenzó a sollozar más fuerte.
—Y hoy mi Dani tendría dieciséis años de edad... —Cerró sus ojos con fuerza; su voz comenzó a desmoronarse—. ¡Y no puedo dejar de pensar en él! ¡No hay noche en que no piense en su regreso! El alma me duele, me duele pensar que la vida me lo haya arrebatado de esta forma. Su rostro y su voz permanecen en mi memoria, y no sabes cuánto anhelo un cálido abrazo de él. Sueño con verle sonreír nuevamente, con sentir sus manitos, su vocecita iluminar mis días. Miro a veces el parque, pensando en que mi bello Dani será uno de esos niños que juega. Cierro mis ojos e imagino que entre mis brazos lo contengo, que su presencia está cerca de mí. Lo imagino en su sillita sonriéndome, que me habla, que me dice: papá, ¿hoy saldremos a jugar?
Manuel sintió que el corazón se le desmoronaba.
—¡¡No puedo aceptar esta realidad!! ¡Y aunque han pasado tantos años, esta aguja permanece en mi alma! ¡No puedo soportarlo, me duele tanto, tantísimo! ¡Y por más que llore, y por más que piense en otra cosa, su recuerdo sigue y me duele! ¡Lo extraño, lo extraño tanto!
—Migue...Migue...
—¡¿Por qué Dios es tan injusto?! —gritó desesperado, ahogándose con sus propias lágrimas—. ¡¿Por qué a mi hijo?! ¡¿Por qué se llevó a mi hijo?! ¡Yo sé que él quería seguir viviendo! ¡Yo sé que anhelaba seguir viviendo! ¡¿Por qué se siente de esta forma?! ¡¿Por qué siento que jamás lo voy a superar?! ¡¿Por cuánto tiempo me dolerá de esta forma?! ¡¿Cuánto más?! ¡Ya no quiero sentirme de esta forma, me duele, me duele tantísimo! ¡Quiero abrazarlo, solo un momento, solo un poco más! ¡Basta, por favor, ayuda!
Y Manuel, fragmentado por la desesperación que Miguel demostraba, se aferró a él en un fuerte abrazo contenedor.
Y Miguel, reventó en un desenfrenado llanto en el pecho de Manuel. Y rememorando cada dulce recuerdo junto a su hijo Dani, imaginó sentir las pequeñas manitos de su hijo entrelazarse a sus dedos.
Y expulsó todo el dolor que yacía impregnado en su pecho. Y con cada sollozo, Miguel extendía un poco de su dolor. Y con cada alarido, Miguel recomponía un pedacito de su alma fragmentada.
Porque Miguel, un hombre de dulce y tierna actitud, de fuerte voluntad y de una capacidad de resiliencia admirable, también tenía una historia por detrás.
Y por causa de aquella historia, Miguel fue capaz de ser lo que hoy era.
Y por varios minutos extendió su llanto en el pecho de Manuel. Y el director, con manos bondadosas y sinceras, solo se dedicó a acariciar el negro cabello del profesor, como construyendo con su tacto un infinito lazo de apoyo a la persona que amaba.
—Lo... lo siento... —susurró Miguel, separando su rostro levemente del pecho del director—. Y-yo... yo no debí llorar así, no debí...
—Miguel... —musitó dulce Manuel—. Por más fuertes que aparentemos ser, todos tenemos un límite. Sé que esto jamás lo has hablado con alguien, y si tuve yo el honor de ser tu primer confidente, créeme que soy capaz de contenerte cuántas veces sea necesario. Ya no escondas lo que sientas, sentir es humano. ¿Eres humano? Yo creo que eres uno muy hermoso y de admirar, siente ese dolor que llevas dentro, vívelo; aquí estaré yo para escucharte, y contenerte cuánto quieras.
Y nuevamente, se aferró a Manuel en un abrazo.
—Gracias, por tanto, Manuel... —musitó en un hilo de voz, aferrándose al cuello del director.
—No, Migue... —musitó—. Gracias a ti.
Y ambos, fundidos en lo melancólico y utópico de aquel momento, se quedaron abrazados quién sabe por cuánto tiempo, dedicándose únicamente a sentir el calor corporal, y la ternura espiritual del otro.
Porque ambos en aquel abrazo, fueron capaces de sostenerse sus miedos y debilidades.
—Bonita escena.
Una voz femenina se oyó en la habitación. Manuel y Miguel, se separaron de inmediato, con el corazón martilleándoles con fuerza, y con los nervios a la orilla de un abismo.
—Ca-Camila... ¿Có-cómo entraste a la cas...?
—¿Erì' imbécil? —espetó la mujer, sosteniendo a Panchito dormido entre sus brazos—. ¿Estás tan embobado con ese peruano, que te has olvidado que me entregaste una copia de las llaves?
Miguel sintió que su corazón se encogió.
—Manuel, creo que... creo que es mejor que me vaya... —Miguel caminó hacia el sofá, y retiró su abrigo y bolso.
—No —espetó el chileno, tomando a Miguel por el brazo—. Quédate, por favor.
—¡Wooah, bravo! —exclamó sonriente Camila—. Hacen una bella pareja, sin duda. Sin embargo, les voy a pedir que hagan sus actos enfermizos, y asquerosos, fuera del alcance de mi hijo, ¿no les da vergüenza?
Manuel sintió que el pecho le ardió de la cólera.
—¿Y tú? —Dirigió su mortífera mirada hacia Miguel—. ¿Por qué mierda no te devuelves a tu país? Un profesor que trabaja con niños, no puede tener este tipo de desviaciones. ¿Por qué mejor no trabajas limpiando inodoros? Peruano de mierd...
—¡¡¡YA CÁLLATE!!!
Manuel lanzó un grito desgarrador, signo de la ira que le consumía el alma. Panchito, dormido entre los brazos de Camila, dio un pequeño respingo por causa de ello. Miguel se interpuso por delante del chileno, intentando dispersar su terrible ira.
—Ma-Manuel, tranquilo... por favor...
—Hazle caso al profesorcito —espetó la mujer, dibujando una media sonrisa en sus rojos labios—. Tranquilízate, o vai' a despertar al niño.
Y a paso relajado, Camila se adentró hacia el pasillo, y posteriormente, a la habitación de Panchito.
—Manuel... —Miguel le tomó del rostro, intentando fijar la mirada del director.
—Ma-maldita desgraciada, maldita, perra de mierda... —espetó entre dientes.
Y Miguel, se limitó solamente a abrazar suavemente a Manuel, en un intento por apelar a la emotividad de hace un rato.
Y, con el pasar de los segundos, aquella maniobra funcionó.
Y nuevamente, ambos estaban fundidos en un tierno abrazo.
Y a pesar de que sintieron los tacones de Camila acercándose por el pasillo, poco les importó la presencia de aquella mujer, e ignoraron su mirada inquisitiva que provenía desde la puerta, antes de que se retirase.
—Weones asquerosos —dijo solamente, retirándose, y dando un brusco golpe a la puerta.
Y ambos, sonrieron de forma leve, aun aferrándose en los brazos del otro.
—Que se vaya a la conchesumadre —susurró Manuel; Miguel rio divertido—. ¿Te sentì' mejor?
Separó de forma leve a Miguel para observarle el rostro; este sonrió apenado.
Y Manuel, bajó su mirada hacia los brazos del moreno. Acercó sus labios a las cicatrices, y las besó; Miguel contrajo sus brazos.
—Migue...
—No... —susurró incómodo—. Me... me dan mucha vergüenza. Son... horribles.
Manuel le observó apenado.
—Tú sientes vergüenza por estas cicatrices, pero ¿sabes qué? —Deslizó sus dedos por cada una de ellas, como palpando la historia que se escondían en su apariencia—. Yo en ellas veo resiliencia. En tus cicatrices veo a un hombre fuerte, un hombre bello y valiente. Un hombre que amó a su hijo, y que dio todo lo humanamente posible por darle todo lo que careció de niño. Veo a un hombre que sufrió y que tomó fuerzas, y se levantó. Veo a un hombre que, a pesar de que la vida se ensañó con él, buscó un propósito, y hoy, dedica su existencia a hacer del mundo un mejor lugar para niños como Dani y Panchito.
Y ante aquellas palabras, Miguel sintió que una exquisita sensación cálida abarcó en su pecho.
Sonrió melancólico.
—No sé qué haría sin ti, Manuel...
Manuel sintió que su propósito por alegrar a Miguel, entonces había hecho efecto; se sintió dichoso por ello.
—Ni yo tampoco sé que haría sin ti, Miguel.
Y unas intensas ganas por aferrarse al otro, entonces les obcecó de todo. Con sus cálidas manos, Manuel tomó el rostro de Miguel, sintiendo a través de ellas, que aquel momento era solo para ambos, que ya nada podría arruinarlo.
Era ahora o nunca. Debía decirle a Miguel que le amaba. No podía dejar pasar más tiempo para ello.
Y acercó sus labios a la frente del profesor; le beso con suma ternura. Y Miguel, cerró sus ojos complacido. Y con sus manos, acunó también el rostro de Manuel, depositando un dulce beso en su mejilla.
Y ambos, quedaron sumidos en la dulce mirada del otro. Necesitaban sacar lo que llevaban dentro. El amor que sentían de forma mutua rebasaba a través de aquel lenguaje en sus miradas.
Y Manuel, dio entonces el primer paso.
—Miguel...
Y el profesor, tan solo sonrió enternecido. Entrecerró sus ojos dorados, y se entregó completamente a la merced de Manuel.
Y Manuel, entonces lo hizo.
Con sus manos gentiles, acunó el rostro del moreno, tomándole y acercándole de forma suave a su rostro.
Y ambos, de forma lenta acortaron distancia, sintiendo sus cálidas respiraciones de cerca, y sintiendo como un exquisito elixir les embriagada de a poco, siendo capaces de percibir la atmósfera pasional que les rodeaba.
Y, tan solo un pequeño roce se sintió en sus labios, cuando...
—¿Qué hacer ese hombre aquí?
La voz de Panchito provino por detrás de ellos; ambos se separaron de inmediato.
Y Manuel, pudo notar como su hijo les miraba con total susto. Con su expresión angustiada y sus ojitos tristes, observaba desde la pared, aferrándose tras ella, y ocultándose por detrás.
—Pa-Panchito... —Manuel se acercó de inmediato a èl—. Cariño, ¿qué haces despiert...?
—Ese hombre ser malo —dijo temeroso, observando directamente a Miguel—. Ese hombre no gustar a Panchito.
Y Miguel, sintió que su pecho se encogió. Sus pupilas contrajeron, y su boca abrió de la perplejidad.
Manuel quedó atónito por las palabras de su hijo.
—Pa-Panchito, ¿qué cosas dices? Cariño, él es Miguel, tu profesor Miguel, ¿lo recuerdas? Vamos con él al parque, todos los dí...
—Ese hombre hacer mal a Panchito —dijo, rompiéndose su voz—, sacarlo de casa, no gustar a Panchito, hombre malo, darme miedo...
Y los ojos de Miguel, se llenaron de lágrimas.
—Panchito... —susurró débil—. Cariño... ¿qué dices? Yo jamás te haría daño, eres mi querido niño, ¿cómo yo podría...? —Y Miguel, empujado por el dolor que le consumía el alma, intentó acercarse más hacia Panchito.
Pero el pequeño reaccionó de forma inesperada, lanzando un grito ensordecedor, preso del pánico.
—¡¡¡MIGUEL SER MALO, MIGUEL DAR MIEDO!!! ¡¡¡FUERA DE CASA, PANCHITO NO QUERERLO, MALO, HOMBRE MAL...!!!
Y Miguel sintió que se le desgarraba todo por dentro. Y sus lágrimas, cayeron. Y Manuel, preso de la frustración que le cegaba los sentidos, sintió que todo le quemaba.
Que, por causa de aquella situación, Miguel se iría de su lado, y no lo soportó.
No soportó la frustración. No soporto el cúmulo de situaciones que le ensordecían de algún claro panorama y, objeto de la ira e incertidumbre que le consumían, vociferó de forma brutal:
—¡¡¡CÁLLATE, FRANCISCO, CÁLLATE!!!
Y aquel brutal bramido, dejó a todos estupefactos. El pequeño niño quedó petrificado, encogió sus pupilas, y abrió su boca, preso del miedo que ahora le inspiraba la terrible expresión de su padre.
Y se orinó en su pijama.
—Manuel, no, no, no... —Miguel se le acercó de inmediato, y le empujó levemente hacia atrás. Se agachó a la altura de Panchito, en un intento por consolarlo.
Pero el pequeño dio un salto en reacción al tacto del profesor.
Y Miguel, sintió que el mundo se le caía, cuando pudo ver que Panchito, le dedicaba una expresión inundada de terror.
—Panchito, por favor, ya basta... —dijo el chileno en un hilo de voz—. Ya no más, Panchito...
Y Miguel, preso de la situación que le sobrepasó, se alzó, tomó sus cosas, y se dirigió hacia la puerta.
—¡Miguel! —Manuel le siguió, y le detuvo, tomándole del brazo. Miguel alcanzó a abrir la puerta, y salió levemente hacia la calle—. Por favor, no te vay...
—Tengo que hacerlo —dijo Miguel, sintiendo que su nudo en la garganta se deshacía—. No puedo generar ese malestar en el niño, Manuel, por favor, no está bien lo que hizo. No puedes gritarle así a tu hij...
—¡Lo siento! Lo siento, no sé qué hice, me siento mal, no debí gritarle, pero, pero...
Tomó su cabeza, y tiró de sus cabellos.
—Estoy... estoy tan... tan frustrado...
Y Miguel, tomó sus manos de forma suave, las acarició, y susurró de forma apacible.
—Todos tenemos límites, Manuel. —Dedicó una dulce sonrisa a la angustiada expresión del chileno—. Y yo sé que usted no ha querido gritar a su hijo, sé que lo ama. No voy a negarle que me duele como no tiene una idea lo que oí decir a Panchito. —Nuevamente sus ojos cristalizaron—. Pero si mi presencia a èl le provoca un daño, no voy a insistir en quedarme. Manuel, ahora vaya dónde su hijo, abrácelo, discúlpese y recuérdele que lo ama.
—Miguel... perdón, perdón, yo... no sé porque èl actuó así. No sé qué hacer para que èl...
Miguel sonrió de forma leve.
—No se disculpe, Manuel. Por favor, solo vaya donde su hijo, y abrácelo. Mañana será un nuevo día, espero que todo esté bien.
Y con una expresión melancólica, Miguel abandonó el hogar de Manuel. Y entre la espesa noche, se abrió paso hacia su hogar, sintiendo como un ardor de dimensiones indecibles le abría el pecho y le desollaba.
Porque vivir el rechazo de Panchito, era para Miguel algo sumamente doloroso.
Para el día siguiente, Manuel marcò a Miguel incontables veces, más no obtuvo respuesta alguna el profesor; quizá podrían verse en la escuela.
Y, aquella mañana con Panchito en el vehículo, partió nuevamente a la escuela, pero esta vez tomando un camino distinto; por la calle en donde habitualmente hacía su recorrido, estaban arreglando el asfalto.
Y aquello, sería el hincapié de otro amargo episodio para ambos.
Al costado del semáforo, fue capaz de ver un carro policial fuera de un apartamento. Curioso, entornó sus ojos, e intentó divisar el lugar del dónde salían y entraban policías.
Y, cuando pudo percatarse de alguien que conocía fuera de aquella casa, sintió que el corazón se le detuvo. Y de forma abrupta, giró el volante, y estacionó el vehículo fuera de aquella casa.
No creyó lo que veía.
—Panchito —dijo entre jadeos, sintiendo como la ira le consumía una vez más—. Cariño, ¿puedes quedarte aquí a esperar?
El pequeño no le hizo mucho caso. Ensimismado, jugando con sus carros de juguete, solo asintió levemente con su cabeza.
Aquel día era gélido, más de lo habitual, y Manuel, dejó pequeñas aberturas en las ventanas de su vehículo, dejó todo con seguro, y bajó apresurado hacia aquel apartamento.
Y cuando vio lo que ocurría, quedó estupefacto.
—¡Saquen todo! ¡Una prueba debe haber!
Un policía vociferó a otros, mientras sacaba del hogar de Miguel, un montón de pertenencias, lanzándolas al suelo y provocándoles daño.
—¡¿Miguel?! —Manuel se acercó al profesor, el que yacía con una bata de descanso fuera de su casa, observando hacia el suelo con una tristeza profunda en su faz, y con la vergüenza golpeando en su rostro—. ¡¿Qué mierda está pasando?! ¡¿Qué están haciendo?! ¡¿Què chucha?!
Pero Miguel no contestó. Con los ojos cegados de melancolía, solo observaba como sus pertenencias eran dañadas por el personal de policía.
Y Manuel entonces, sintió que la ira le cegaba de cualquier acción racional.
—¡¿Qué mierda creen que hacen?! ¡Pacos culiaos! —vociferó iracundo, tomando a uno de los policías por el cuello de su uniforme—. ¡¡Déjenlo en paz, basta!! ¡¡Paren la weà!!
El policía se zafó de un movimiento violento y observó a Manuel con total hostilidad.
—Denuncia anónima por recepción y almacenamiento de material pornográfico infantil.
Manuel quedó en blanco por varios segundos, y luego de hilar aquella frase, se alzó contra el policía, e intentó asfixiarlo.
—¡Manuel, no! —Miguel corrió hacia él, e intentó persuadirlo—. ¡Manuel, ya basta!
El policía se zafó violento, y sacó su pistola.
—Atrás —indicó, alzando su arma—. Dejen que la policía haga su trabajo en paz.
Pero Manuel no podía permitir aquello; nada de eso era justo. No, Miguel no era un pederasta, ¡¿qué clase de monstruo podría haber hecho algo como eso contra él?! La ira le consumía todo por dentro, no podía hilar nada.
Nada de lo que hacían en contra de Miguel era justo.
—¡Señor, encontré algo que podría ser material pornográfico infantil! —dijo un policía de rango inferior, saliendo del apartamento de Miguel, y extendiendo una fotografía de un menor recostado en una cuna.
Miguel sintió que el corazón se le encogió.
—¡Es una foto de mi hijo, huevòn! —vociferó humillado, zafando de inmediato la fotografía de las manos del policía.
Otro policía corrió hacia el exterior.
—¡Señor, encontré lo que parecen ser drogas ilegales! —dijo, mostrando a su superior un montón de cápsulas.
Y Miguel, nuevamente se sintió humillado.
—¡Esas son mis pastillas para dormir! —Se las quitó de las manos—. Sufro de insomnio y ansiedad. Debo tomarlas para poder conciliar el sueño.
Los policías se miraron entre ellos. El de rango superior, dibujó una mueca desaprobatoria en su rostro.
—Entonces... ¿qué hacemos? —preguntó uno de ellos. El otro se alzó de hombros.
El policía de mayor rango sacó su radio, y dijo a través de ella:
—Denuncia anónima sin resultados favorables. No se encontró el objeto de la denuncia en el hogar del acusado. —Apagó la radio, se oyó una pequeña interferencia, alzó su mano, y dijo a los otros policías—: Vámonos.
Y mientras se retiraban, Manuel sintió que la ira subió por su espina, y se volteó furibundo, gritándoles a lo lejos:
—¡¡Hijos de perra, giles culiaos!! ¡¡Acaban de arruinar el día a una persona inocente!! ¡¡Choquen en su caga de auto, y mátense, pacos culiaos, desgraciados!!
Y luego de desahogar toda su ira a través de aquellas palabras, volteó hacia Miguel, y le observó de rodillas en el suelo.
Miguel ya ni siquiera lloraba. Solo era capaz de mantener una expresión melancólica en su rostro.
Con sus manos débiles, tomó parte de sus pertenencias, alzándolas y cayendo estas al suelo por el terrible daño que habían recibido.
Manuel se agachó con él.
—Migue... escucha, voy a ayudarte a reponer tus pertenencias, ¿sí? Compraremos lo que falte. No te pongas triste por esto, voy a apoyart...
—No es necesario, Manuel... —susurró de forma débil—. No es necesario...
El chileno sintió que el pecho se le encogió.
—No me duelen mis pertenencias... —musitó—. Me duele el hecho de que injustamente, nuevamente se me haya acusado de algo que no hice.
Y su voz se quebró.
—Me duele...
Aquel día, Miguel no hizo clases. Manuel tuvo que avisar a los padres de los alumnos, que lamentablemente el profesor había sufrido una situación de fuerza mayor. Por aquella ocasión, Panchito estuvo todo el día junto a él en la oficina.
La jornada escolar y laboral terminó, y el regreso a casa fue silencioso.
Esa misma tarde, Manuel marcó nuevamente a Miguel, pero no obtuvo respuesta. Al parecer, aquel episodio había dejado al profesor más afectado de lo que Manuel habría imaginado.
Y tampoco era para menos. Recibir aquellas palabras hirientes de Panchito y, aparte el hecho de que su hogar fuera desbaratado por una falsa denuncia anónima de pederastia, podría ser detonante de tristeza para cualquier persona.
Y Miguel, no era tampoco la excepción, y por causa de ello, aquella tarde decidió alejarse y tomar aire en un parque aledaño, allí donde pudiese relajar su mente, y pensar las cosas con mayor objetividad.
Necesitaba tan solo un tiempo a solas.
—Buenas tardes.
Miguel oyó una voz proveniente desde la parte trasera de la banca. Con los ojos cansados e hinchados, volteó su cabeza hacia el costado, intentando reconocer las palabras de la nueva persona visitante.
Y el alma se le encogió cuando pudo percatarse.
—¿Por qué estás tan solo acá en el parque? ¿Acaso no has venido junto a Manuel y Panchito?
Miguel bajó la mirada. Un nudo se formó en su garganta.
—Ay, cariño... —Camila se sentó a su lado, y cruzó las piernas. Encendió un cigarrillo, y se cruzó la cartera—. Arriba ese ánimo, hoy te ves muy apagado, ¿ocurrió algo?
Miguel solo mantuvo la boca cerrada, y la expresión melancólica; Camila sonrió.
—¿Recibiste mi regalito en la mañana? —preguntó, haciendo referencia a la visita de la policía a su hogar—. Fue un presente de mi parte.
Y Miguel, furibundo se incorporó de la banca. Le observó perplejo, y sintió que una sensación cálida le retorcía las entrañas.
—Sí cariño —dijo Camila, alzándose con delicadeza, y mirando a Miguel a su misma altura—. Yo fui —aseveró—. ¿No te dije ayer acaso que no te metierai conmigo?
Los ojos del moreno cristalizaron. Jamás en su vida se había sentido tan humillado.
—¿C-cómo es posible que hagas algo como eso? —dijo en un hilo de voz—. ¿Por qué me haces esto? ¿Por qué insistes en desgraciar mi vid...?
—Quiero que te alejes de mi familia —dijo seca, dibujando una expresión severa en su rostro—. Tú no perteneces al lado de Manuel y de nuestro hijo. Vete y no vuelvas, no te entrometas en dónde no debes.
Miguel sintió que el pecho se le encogía.
—Sí, yo te mandé ese presente hoy en la mañana, ¿y sabes qué? —De su cartera, sacó un montón de papeles; los extendió hacia Miguel. El moreno los tomó con las manos temblorosas, los leyó, y sintió que el mundo se le venía abajo—. Sí, querido, te lo dije. No te metas conmigo. Miguel Prado, ¿no? Ese es tu nombre, ayer me lo dijiste. Sè que eres peruano, y... te busqué en la base de datos del Ministerio de Justicia y... ¡PUM! Resulta que estuviste en la cárcel por... ¿matar a tu hijo?
Miguel comenzó a temblar ligeramente, preso de la angustia que le invadía.
—Uy... ¿di en el clavo? —sonrió triunfante—. Eres un asesino de niños, ¿no?
—¡Yo no soy un asesino! —exclamó Miguel, quebrándose su voz—. Fu-fue un accidente, y-yo... me dormí y... y no sentí a... a mi hi-hij...
—Eres asesino y ya —dijo seca—. En aquella página encontré todo lo relativo a tu caso. Evidencia fotográfica, peritos, declaraciones... —Inhaló su cigarrillo, y lanzó el humo en plena faz melancólica de Miguel—. Uf, la evidencia fotográfica... de verdad que ese pobre niño quedó hecho añicos.
Miguel sintió que el aire se le fue por un instante. Una estocada le arrancó el corazón, cuando en su mente se dibujó por un segundo la imagen de Dani muerto.
—Eeen fin —dijo Camila, arrebatando de las manos de Miguel los documentos—. Mira, cariño, seré clara contigo.
Miguel aún yacía congelado. Su expresión angustiada era clara evidencia de que no podía hilar nada.
—Hoy en los noticieros se anunció la muerte de una jovencita de doce años. En la escuela sus compañeros la molestaban porque su madre es... desviada; gusta de las mujeres. —Se cruzó de brazos—. Eso es algo parecido a lo que tú y Manuel practican, ¿no?
Miguel le observó perplejo, y con las lágrimas escurriendo.
—Pues mira cariño, tú sabes que mi pequeño Panchito sufre de un trastorno que la hace distinto al resto. Todo el mundo lo mira diferente, todos le hacen a un lado. ¿No crees que con eso ya es suficiente?
Miguel no comprendió en primera instancia las palabras de la mujer.
—Te estoy diciendo que solo arruinarás la vida de mi hijo, ¡maldito desviado! —vociferó ella, tomando a Miguel por el brazo, y apretándole—. Mi hijo no solo será molestado por el resto por ser distinto a ellos, sino que también porque tiene a dos padres desviados y enfermos. ¡¿Quieres que mi hijo termine con su vida por causa de ustedes?!
Y Miguel comprendió al fin el mensaje. Su pecho se encogió.
—¡¡Tu presencia solo provocará desgracia en mi familia!! ¡¡Terminarás orillando a Manuel y Panchito hacia un abismo!! Manuel necesita de una mujer, y Panchito, necesita de una madre.
Miguel bajó la mirada, completamente desolado por las palabras de Camila.
—Si un juez de familia se entera de que Manuel es un desviado, te aseguro que la tuición del niño él ya no la tendrá. Mi pequeño hijo sufrirá por tu causa, ¿quieres que eso pase?
—N-no... claro que no... yo amo tanto a Panchito, èl es la luz de mis oj...
—Entonces vete. —Empujó a Miguel con fuerza; este chocó contra el tronco de un árbol—. Toma tus malditas cosas, y múdate a tu cagà de paìs. ¡Àndate, culiao!
Miguel, preso de la desesperación, negó con su cabeza, y dedicó una mirada inundada de agonía a Camila.
—Te doy hasta mañana a medio día —dijo ella—. Mañana a medio día debes abandonar esta ciudad, o de lo contrario, pondré en conocimiento de la justicia la desviación de Manuel; no creas que no tengo pruebas... ¡porque claro que las tengo! Y por culpa tuya, él perderá la tuición de su hijo, y posteriormente, el sufrimiento de Panchito será tanto, que no será capaz de seguir viviendo.
Miguel se llevó ambas manos al rostro, totalmente perturbado por las palabras de Camila.
—Ándate —dijo por última vez—. Vete o harás que Manuel y Panchito terminen con sus propias vidas. Vete, maldito.
Y con Miguel hundido en la más grande desolación, Camila se alejó a paso relajado, sintiendo que ahora tenía toda la situación a su completo favor y merced.
Y el hombre de pulcros sentimientos, sintió que no tenía salida.
Que a pesar de amar a Manuel con su vida entera, y a pesar de sentir a Panchito como a su propio hijo, ya nada podía hacer.
Porque a pesar de que prometió a ambos seguir a su lado por el resto de sus vidas, sabía que aquella promesa ya no podría ocurrir.
Porque Miguel, sabría que aquel sufrimiento para ellos sería momentáneo, y prefería que aquello pasara antes de que padre e hijo fueran separados por la justicia.
Porque imaginar el dolor de Manuel sin su hijo, e imaginar el dolor de Panchito sin su padre, traía a Miguel una desolación nefasta en el interior de su alma.
Y Miguel, entonces lo decidió, y a pesar de que aquello le dolía como nunca antes lo había sentido, sabía que era la única salida.
Y Miguel, nuevamente se dañó a si mismo, motivado por el inmenso amor que sentía hacia otras personas.
—Papá, ¿qué hacer con mi mochila? —preguntó Panchito, notando como Manuel introducía un extraño aparato en un bolsillo escondido de su mochila.
—Cariño, escucha bien —dijo él, cerrando el bolsillo, e introduciendo una prenda para que ocultara bien el aparato—. Eso de allí es muy importante, ¿sí? No debes mencionar a la señora que esto está en tu mochila. Es un secreto muy secreto, si lo mencionas, papi se pondrá muy triste.
Panchito se sorprendió.
—Es secreto —repitió èl.
—Sí cariño, es muuuy secreto, es nuestro secreto, ¿sí?
El niño asintió, y abrazó a su padre.
Y posterior a ello, la puerta se abrió.
—Camila. —Manuel se alzó, y miró a la mujer con total indiferencia.
—El niño —pidió ella sin tapujos—. Me lo llevo.
Manuel asintió.
—Deberás cambiarla de ropa —mencionó, cruzándose de brazos, y alzando su barbilla—. Si quieres jugar a ser mamà, entonces deberás comenzar a practicar.
Camila frunció el ceño, y rodó sus ojos.
—Vamos —dijo seca a Panchito; el niño volteó a mirar a su padre con cierto temor, y avanzó hacia su habitación.
Y Camila, dejó su cartera sobre la mesa de la habitación.
Y Manuel sonrió extasiado.
Y comenzó con su plan.
Porque él sabía que algo raro se escondía tras todo lo que ocurría. Porque sabía que los repentinos ataques de ira que Panchito tenía, no eran normales. Porque sabía que el incidente de aquella mañana no era una simple denuncia anónima. Porque sabía que Panchito no odiaba a Miguel, que algo muy extraño se escondía tras aquellos cambios tan repentinos.
Y él, estaba dispuesto a llegar al fondo del asunto.
Con la mayor velocidad posible, e intentando ser discreto, tomó el celular de Camila, y activó la opción que le permitiría llegar a una posible pista.
''Opción de grabar llamadas: activado''.
Y guardó el celular nuevamente en la cartera, cuando sintió que los tacones de la mujer resonaban por la extensión del pasillo.
—Me voy; regresaré a la noche —dijo, prácticamente arrastrando al niño hacia la habitación. Caminó hacia la mesa, y tomó su cartera. Manuel se acercó a su hijo, y le puso su mochila.
—Recuerda —susurró a Panchito; èl sonrió enternecido.
—Vamos, niño —dijo sin más, tomando a Panchito de la mano, y dirigiéndolo hacia el exterior.
Y sería una cuestión de tan solo horas, para que Manuel comprendiese entonces el fondo del asunto.
Pero él jamás pensó, que todo ello le desgarraría de la forma más brutal posible.
La tarde pasó lenta para Manuel. En la incertidumbre y la soledad de su hogar, extrañaba la presencia de Miguel. Incontables veces intentó marcarle, pero siempre recibía nada como respuesta. Dejó varios mensajes de voz al profesor, intentando persuadirle y consolarle de lo pasado aquella mañana, a pesar de que él mismo le había pedido personalmente que deseaba pasar el día solo, pues necesitaba meditar ciertas cuestiones relativas a lo pasado.
''Miguel, soy yo, Manuel. Sé que me pediste estar solo el día de hoy, pero no puedo evitar pensar en ti. Estoy muy preocupado por cómo te sientes, y quiero recordarte que, si de verdad necesitas mi presencia, puedes venir a mi casa o, puedes llamarme y yo iré corriendo hacia ti. Eres una persona especial para mí y Panchito, no te olvides de eso.
Te queremos mucho''.
Aquel fue el último mensaje que Manuel envió a Miguel, antes de que nuevamente, la puerta se abriera, dejando a su vista ver la silueta de Camila y Panchito, pero con este último más despierto que nunca, teniendo dos grandes ojos, similares a los de un lémur.
Y Camila, venía con una cara del terror.
—Bienvenido —dijo Manuel extasiado, alzándose del sofá, y abrazando a su hijo—. ¿Cómo la pasaste?
El pequeño no dijo nada. Torciò los labios, y bajò la mirada. Manuel observó descolocado.
—Bueno, te lo dejo, yo me vo...
—¡Epa! —Manuel se interpuso en la puerta—. El niño viene despierto, asì que hazlo dormir.
Camila miró sumamente ofendida.
—Ese es tu trabaj...
—No po, preciosa —dijo él, con sarcasmo—. ¿Qué pensabai', Camila? ¿Qué un hijo es solo llevar al parque y ya está? Es toda una serie de responsabilidades. —Se acercó al niño, le sacó la mochila, lo tomó entre brazos, y se lo pasó a Camila—. Comienza a ser una madre de verdad. No seai' fresca de raja. Hazte responsable. Esta weaita no es un juego.
Y Camila, con fuego de ira en su mirar, dedicó una expresión totalmente hostil a Manuel; este sonrió divertido.
—Qué paja la weà... —resopló ella, tirando su cartera en el sofá, y dirigiéndose hacia la habitación del niño, arrastrando los pies.
—¡Léele el patito feo, es su preferido! —dijo entre risas—. Y asegúrate de hacerle dormir bien, èl demora una hora en hacerlo.
Y cuando Manuel confirmó que ambos estaban instalados en la habitación, se volteó de forma rápida, y sacó la grabadora de voz de la mochila de Panchito.
Casi de inmediato, se dirigió a la cartera de Camila, y sacó el celular. Y, antes de poder retirarse, observó una extraña carta a la cual antes no había tomado atención. E, impulsado por mera curiosidad, la arrebató de la cartera, y se encaminó hacia la habitación de su hijo.
Asomó la cabeza por la puerta.
—Iré al baño —avisó a ambos, observando a Panchito con los ojos muy abiertos—. Voy a tardar.
Camila solo se volteó mirándole con enojo, como si dormir a Panchito fuese un acto despreciable. Siguió leyendo con tono desagradable.
Y Manuel, sin perder más tiempo, corrió hacia el baño.
Y allí se encerró con pestillo.
Y comenzó a revisar la evidencia.
Lo primero que hizo fue revisar las llamadas grabadas en el celular de Camila. Escuchó todas las que se suscitaron en la tarde. Algunas eran sin importancia, pero una le llamó la atención por sobre las otras.
Aquella llamada era la solución a lo que tanto temía.
.
.
Llamada realizada a las 7:36 pm.
*Pip*
—¿Aló? ¿Abogado?
—Señorita Camila, que gusto recibir su llamada. ¿En qué puedo ayudarle?
—Bueno, verá... es una duda que tengo. Bueno, no es que me haya pasado, pero es el caso de una amiga, y quería consultar.
—Soy todo oídos, cuénteme.
—Pasa que mi amiga se ha enterado que el padre de su hijo es gay. ¿A ella le darán la tuición? ¿Le quitarán el hijo a ese hombre por ser gay?
—Jajajajajajajajaja.
—¿Qué es tan gracioso, abogado?
—Señorita Camila, eso es ridículo.
—Pero yo vi un caso así, lo vi en una...
—¿Novela?
—Eh, bueno...
—Señorita Camila, como abogado debo informarle que eso es una falacia. La tuición de los hijos funciona en relación a la protección del interés superior de los niños, no en relación de los padres. Si el hijo de su amiga es feliz y es cuidado impecablemente por su padre, ese niño será siempre de él. Es un principio del derecho de familia, los niños se quedan con los padres que los amen y cuiden, independiente de su orientación sexual. Eso jamás será una causal de la pérdida de la tuición.
—E-entiendo...
—¿Alguna otra pregunta?
—N-no...
—Entonces nos vemos, ¡Adiós!
*Pip*
Fin de la llamada. 7:39.
.
.
Manuel tuvo que aguantarse las ganas de gritar en aquel instante. Tomó el celular entre sus manos, y lo aprisionó contra su pecho. Una sonrisa radiante ensanchó sus labios, y sus ojos cristalizaron de la pura emoción.
Pero ahora no era tiempo de celebrar, por más feliz que estuviese en aquellos instantes; debía proceder rápido, pues el tiempo en que Panchito se dormiría, podía ser menos de lo habitual.
E, impulsado por el éxtasis del momento, entonces prendió la grabadora de voz que había puesto en la mochila de Panchito.
Y apenas la grabadora comenzó a sonar, Manuel sintió que el corazón se le rompiò.
.
.
*Pip*
—Francisco, abre la boca, y tómate la medicina.
—Panchito no querer tomar la medicina. La medicina dar ganas de vomitar.
—¡Tómate la medicina, cabro chico mongòlico!
—Pa-Panchito no gustar, a Panchito darle mucho sueño esa medicina. Hacer sentir mal.
Y se oyó el sonido de una bofetada. Y el llanto de Panchito posteriormente.
—¡Hazme caso, retrasado de mierda, abre tu maldita boca!
—¡N-no! ¡Señora de algodón, no! ¡Papà Miguel no hacer esto con Panchito! ¡Él nunca hacer esto con Panchito!
—¡¿Qué chucha tiene que ver Miguel aquí?! ¡Él es una mierda! ¡Él es malo! ¿Sabes lo que él quiere hacer contigo? Miguel quiere alejarte de tu padre para que nunca más lo veas, ese es Miguel.
—N-no, Miguel ser bueno, Miguel no golpear a Panchito. Profesor Miguel querer a Panchito. Miguel ser papa de Panch...
Otro fuerte golpe se oyó en la grabación. Otro grito de Panchito resonó.
—¡Miguel es un hijo de perra! ¡Es un hombre asqueroso y malo! ¡Él te quiere matar a ti y a tu papá! ¡¿Lo sabías?!
—Miguel no, Mi-Miguel bueno...
—Eres tan estúpido, niño tonto. Eres tarado, no entiendes nada. ¿Tú padre te ha dicho lo que tienes? ¿O eres tan estúpido como para no comprenderlo?
Panchito guardó silencio.
—Tienes síndrome de Down, eso quiere decir que eres retrasado. Nacista con una enfermedad que te hace distinto al resto, por eso nadie se te acerca, porque provocas asco. Eres un imbécil, eres un tarado, eres más tonto que una babosa. Niño inútil, y asqueroso.
Panchito guardó silencio.
—Si le dices a tu padre que algo de esto pasó, tu papá se va a morir, ¿entiendes?
Panchito comienza a sollozar despacio.
—¿Le dirás algo?
—Pa-Panchito n-no... no quiere que papá muera. E-èl no dirà nada... Panchito no dirá nada...
*Pip*
.
.
.
El dolor que Manuel sintió con aquella devastadora grabación, fue el peor que sintió en su vida. El aire se le fue por un instante, y preso de la maldita culpa que le carcomía por haberse dejado engañar por aquella ruin mujer, fue tanta que se le hizo necesario expulsarla.
O sintió que iba a estallar.
Y de un movimiento brusco pegó un puñetazo en el espejo. Su puño se ensangrentó, y el ruido del vidrio quebrándose provocó un ruido sordo.
—Mal...maldita pe-perra... desgra...desgraciada... desgraciada...
Apretó sus dientes de una forma tan potente, que un sabor metálico se extendió por su paladar. La ira le consumía la razón; no podía permitirse guardarla.
El peor sentimiento que jamás pensó sentir, fue el de escuchar a su hijo ser maltratado y humillado. No podía soportarlo.
Y preso nuevamente de la ira que le obcecaba, comenzó a lanzar los objetos del baño, provocando un fuerte estruendo en todo el lugar.
Aquello alertó a Camila.
—¡¿Qué haces?! —Le gritó desde la habitación de Panchito.
Y Manuel, sintió que, al escuchar su vomitiva voz, nuevamente la ira se alzaba de forma peligrosa.
Pero, a sabiendas que debía guardar su furibundo sentimiento para concluir con su plan, respiró de forma profunda, y dijo:
—Nada, se soltó un mueble.
Y Camila dejó de preguntar.
Y Manuel se echó en el suelo, hundió su rostro entre sus rodillas e, intentando no levantar más sospechas, sollozó de forma amarga.
Y se quedó allí por un par de minutos, intentando dispersar la ira que le consumía el alma, y le volvía una fiera incontrolable.
Y el ruido de otro objeto cayendo en el baño le sacó de la inmersión de su agonía, advirtiéndole entonces que no tenía tiempo que perder.
Solo quedaba leer esa sospechosa carta que sacó de la cartera de aquella mujer vomitiva.
Y lo hizo.
.
.
''Administración de Asuntos de Niños y Familias, presente:
Honorables señores, escribo esta carta para solicitar el beneficio del cual recientemente me he enterado por medio de los afiches a las afueras de su oficina gubernamental.
Me presento, mi nombre es Camila, soy una madre que ama profundamente e incondicionalmente a su hijo; Francisco Gonzales.
Hace aproximadamente un mes mi esposo falleció de una enfermedad terminal. Lamentablemente, siendo yo una víctima de la situación, sus hijos emprendieron un juicio en mi contra y me despojaron de toda herencia, alegando de mi mala fé al momento de contraer matrimonio con el señor, sumado a un abandono en todo el proceso de enfermedad de mi esposo, cosa que obviamente es mentira.
Actualmente me encuentro desprotegida. Tengo algunas pertenencias que son mías y que conseguí en la vigencia del matrimonio, pero hoy me encuentro sola, y sin ningún aporte monetario; estoy desorientada y empobrecida.
Actualmente, yo cuido sola de mi hijo Francisco, que es un niño precioso y un ángel de Dios, pues sufre de síndrome de Down. Me he enterado que ustedes están entregando desde hace poco una subvención del Estado para padres con hijos que poseen este síndrome, para poder apoyarles económicamente en todo lo que conlleva esta condición. Según tengo entendido es un aporte mensual de $500.000, y me temo decirles que necesito ese dinero.
Yo misma me encargaría de ir a buscar ese dinero todos los meses, en conjunto a mi hijo, para que ustedes puedan verificar la veracidad de mis palabras.
Sin otro particular, me despido. Desde ya gracias por su generosidad. Espero poder recibir ese dinero de forma mensual.''
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Cuando Manuel terminò de leer la última palabra, sonrió melancólico. Era obvio; Camila solo se acercó a Panchito para recibir un beneficio económico, no podía ser otra la razón.
Y qué caradura era Camila, cuando ni siquiera se hacía cargo de su hijo, y tener la desfachatez para pedir el pago de aquella tan dichosa subvención estatal.
Porque eso era lo único que le importaba a Camila: el dinero. Deseaba recuperar a su hijo solamente para tener riqueza entre sus manos, pero jamás se vio motivada a volver hacia Panchito por amor sincero o desinteresado.
No como lo haría Miguel. Jamás como lo habría hecho su amado y preciado Miguel.
—¡¿Manuel?!
La vomitiva voz de Camila, y el fuerte golpe a su puerta, sacó a Manuel de la inmersión de sus pensamientos.
—Manuel, ¿has visto mi celular, y una hoja que estaba en mi cartera?
Y el chileno, tomó aire, y lo expulsó de forma leve. Secó sus lágrimas, guardó toda la evidencia en el bolsillo de su chaqueta, y salió hacia el exterior.
Y allí estaba Camila. Qué asco le provocaba el verla.
—¿Has visto mi...?
Pero ella no pudo terminar su frase, pues una bofetada fue impactada en su rostro. Lanzó un fuerte alarido, y miró con susto a Manuel.
—¡¿Qué te pasa, abusador conchetumadre?! —bramó entre lágrimas—. ¡Eres un salvaje, un abusador! ¡¿Cómo golpeas a una mujer?!
—Tú no eres una mujer —dijo Manuel, intentando controlar la ira que le obcecaba—. Tú eres una bestia, Camila.
La mujer quedó estupefacta. Observó a Manuel, aún con una de sus manos en la mejilla golpeada.
—Voy a denunciarte... —musitó descolocada—. ¡VOY A DENUNCIARTE! ¡Te quitarán a Panchito, la tuición será mía! ¡Te arrepentirás de esto, maldito desviado, lo har...!
Y Manuel, con los ojos inundados en lágrimas, sacó de su bolsillo el celular de la mujer.
Y Camila sintió que la sangre se le congelaba.
—¿D-de dónde sacaste eso? Dámelo. —Acortó distancia hacia Manuel, estirando su brazo para agarrar el objeto—. ¡Dámelo, es mío!
—El abogado que llamaste hoy no opina lo mismo que tú, Camila —dijo Manuel, provocando que la mujer encogiera sus pupilas, y retrocediera algunos pasos.
No podía creer lo que oía.
—¿C-cómo tú... cómo tú sabes sobre e-es...?
—Grabé tus llamadas y luego las escuché —dijo sin más.
La mujer sintió que el mundo se le venía abajo.
—También siento mucho la muerte del viejo rico con el que te casaste —sonrió complacido Manuel—, según supe, los hijos te dejaron fuera de la herencia por no cumplir con las obligaciones del matrimonio. Qué triste, Camila.
Los ojos de la mujer se cristalizaron. Sintió una punzada en su estómago.
—Manuel, escucha... —Su tono de voz comenzó a cambiar, de uno lleno de soberbia, a uno muy azucarado—. Yo amo a Panchito, ¿sí? E-es cierto que... que quedé en la ruina, pero yo me acerqué a Panchito porque lo amo, lo necesito a mi lad...
—Quieres cobrar una subvención que está entregando el Estado para padres a cargo de hijos con síndrome de down —acusó sin titubeos—. Supongo que quinientas lucas no te vienen nada mal, ¿no?
Camila sintió que desfallecía.
—Manuel, por favor... —sollozó amargamente—. ¡Yo amo a Panchito! ¡Amo a mi hijo!
Y Manuel, preso de la ira que producía en él aquel perverso montaje de Camila, vociferó con fuerza:
—¡¡¡UNA MADRE QUE AMA A SU HIJO, NO LA MALTRATA, MALDITA BESTIA!!!
Y de un solo movimiento, sacó de su bolsillo la carta, y la grabadora de voz; la mujer quedó perpleja.
—No solo usaste a mi hijo como un medio para obtener un beneficio económico, sino que además también... también lo golpeaste, y lo humillaste. —Sus pupilas se llenaron de ira—. Metí en la mochila de Panchito una grabadora de voz, ¿y adivina qué? Oí todo, Camila, lo oí todo.
La mujer comenzó a sollozar.
—Oí como le obligabas a tomar una droga para adormecerlo, y así no fuese tan inquieto contigo. También oí como lo golpeaste. Oí como le hablabas pestes de Miguel, y oí como lo humillaste por su síndrome.
Camila quedó de piedra. No sabía qué responder ante la revelación de su plan.
—¡Eres una maldita bestia! ¡Voy a denunciarte! ¡Vai' a morirte en la cárcel!
—¡Nooooo! —Camila, ya rendida y despojándose de todo su orgullo, se lanzó a los brazos de Manuel—. ¡Yo te amo Manuel! ¡Siempre fuiste el amor de mi vida! ¡El hombre de mi vida!
Manuel la empujó con fuerza.
—¡Mírame, Manuel! Yo soy toda tuya. Mi cuerpo te pertenece, todo esto —se despojó de su abrigo, quedando tan solo con un fino vestido— te pertenece. Tómame completa. Hazme el amor. Yo soy tuya, yo te daré lo que tanto has esperad...
—Me das mucho asco —dijo Manuel, haciendo una divertida mueca.
Camila sintió que su orgullo era pisoteado.
—Tú lo sabes, ¿no? —Se acercó a ella, y tapó su cuerpo con su propio abrigo—. Amo a Miguel. Es a èl a quién deseo. Es èl de quién estoy enamorado.
Y Camila, ya hastiada no solo de que su plan fuese descubierto, sino que también su orgullo de mujer fuese pisoteado, vociferó iracunda:
—¡¿Cómo puedes preferir a ese hombre por sobre mí?! ¡Yo soy una mujer hermosa, una mujer de verdad! ¡Soy curvilínea, mis senos parecen el de una chiquilla, mi trasero es bien formado! ¡Mi piel es blanca como la leche, y mis ojos de color! ¡¿Por qué prefieres a esa bestia por sobre mí?! ¡¿A ese peruano de mierda, de piel oscura, sin clase, y que no se compara a mi belleza, por què tù...?!
Y Manuel, agraciado por las vacías palabras de Camila, se acercó a ella, y le susurró en el rostro.
—Porque mi querida Camila... tú eres hermosa, es cierto. —La mujer sonrió, creyendo que Manuel le habría correspondido—. Pero solo eso, hermosa físicamente, pero nada más. Porque Camila, tú podrás inspirar a los hombres deseo, lujuria y sucios pensamientos, ¿pero sabes que no podrás inspirar jamás en la vida? Amor.
La mujer sintió que el pecho se le rompiò.
—Jamás podrás inspirar amor en una persona. Jamás nadie te querrá en su vida. No inspiras sentimientos sinceros y puros, porque solo eres capaz de activar los órganos sexuales de los demás, mas después de una noche de lujuria, nadie te recuerda, porque no vales nada.
Camila comenzó a llorar.
—En cambio Miguel inspira amor en mí, y en Panchito. Inspiró amor en su hijo y en su pareja alguna vez, e inspira amor a todos sus alumnos de la escuela y sus colegas. Es una persona que se recuerda a diario, y alguien que deja una bella marca en la vida de quiénes conoce. Él y tú, jamás podrán ser comparados. Tú eres asquerosa basura, Miguel, en cambio, es amor en su estado más puro.
Camila estaba petrificada.
—Y ahora vete. —Se encaminó hacia la puerta, y la abrió—. Vete de mi casa. No vuelvas en tu vida a acercarte a mi hijo, no vuelvas a buscarlo más. No vuelvas a aparecerte en la vida de Miguel, nunca. Vete del país, quiero verte lejos.
—N-no tengo a dónde ir, no teng...
—No me interesa —dijo seco—. Te doy tres días para que tomes un vuelo lejos de este sitio, porque si no lo haces, expondré todas las pruebas en fiscalía, y tribunales de familia, ¿y sabes que pasará contigo? Te irás a la cárcel toda tu asquerosa vida.
La mujer se arrodilló ante Manuel, y le abrazó las piernas.
—¡Noooo, por favor, por favor no lo hagas! ¡Manuel, yo te amo! ¡No me hagas esto! ¡No lo hagas, por fav...!
—Entonces deja en paz a mi familia. —Le tomó por el brazo, y la alzó fuertemente, sin cuidado—. Aléjate, o te vai a pudrir en la cárcel tu vida entera... ¡¡¡VETE!!!
Y Camila, presa del pánico que le generaba aquella amenaza, tomó sus cosas, y huyó despavorida hacia la calle, siendo entonces aquella la última vez en que Manuel, tuvo el desagrado de verla.
Y él, con un gran peso menos encima, entonces se decidió a que debía hacerlo, pues ya no había nada que estorbara en su misión definitiva.
Y Manuel, al día siguiente se confesaría a Miguel en la escuela, definitivamente lo haría.
Y aquella noche, confeccionó un ramo de flores para el profesor. Y al día siguiente, por fin podría tener la dicha de abrazarlo, besarlo, y comenzar a amarle sin tapujo alguno.
Al día siguiente el vehículo no partió, pero eso no fue razón suficiente para amargar el día de Manuel.
Hoy era el día en que él comenzaría a ser feliz. Era el día en que por fin él, Panchito y Miguel, podrían comenzar a ser una familia definitivamente.
Y bueno, también tomaría fuerzas para pedir a Miguel que se fuese a vivir con ellos. Si querían ser una familia en serio, entonces Miguel debería empezar a ser el segundo padre de Panchito.
Y su esposo también, ¿por qué no? El solo hecho de pensar aquello le revolvió todo por dentro, como pequeñas maripositas revoloteándole los sentidos.
Le puso la mochila a Panchito, lo tomó en brazos, se colgó el bolso con las flores dentro, y corrió hacia la estación de metro.
Y en una cuestión de veinte minutos, llegaron entonces a la escuela.
—¡Panchito quiere ver a profesor Miguel! —exclamó el pequeño, sonriendo ansioso por entrar rápido a la clase del profesor.
—Yo también estoy ansioso por verlo —dijo Manuel, dedicando una tierna sonrisa a su hijo.
Y cuando entraron al recinto, Manuel dejó al pequeño en el suelo; este se incorporó, y corrió de inmediato al aula del profesor.
Y apareció Martìn.
—Señor director —dijo Martìn—. Hoy, el profesor Miguel no hará clases. Los niños están a cargo de la profesora Luciana.
Manuel paró en seco.
—¿Cómo?
Martìn se removió nervioso en su lugar.
—Vino hoy muy temprano por la mañana. Se veía fatal; hecho mierda.
Manuel dibujó una angustiante expresión en su rostro.
—¿Q-qué le pasó...?
Martìn se encogió de hombros.
—Creo que está enfermo, señor. Al menos yo le vi con una cara muy débil. De todas formas, dejó un documento sobre su escritorio. Creo que se trata de una licencia médica, o bueno... eso creo que es.
Y Manuel, sin importar la presencia de niños y colegas en el recinto, corrió desesperado hacia su oficina; cerró la puerta y buscó en su escritorio.
Y allí estaba.
Con sus manos temblorosas tomó el documento, abriéndolo de forma lenta, y dándose cuenta entonces, de que aquello no se trataba de una licencia médica.
Era una carta, y una de despedida.
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''No sé por dónde comenzar todo esto.
Señor director, o mejor dicho... Manuel. Hay algunas cosas que me he privado de decirte en este tiempo, por mucho miedo.
Cuando leas esta carta de mi puño y letra, yo ya estaré muy lejos de aquí, en la estación de trenes que me lleve a mi destino, y créeme, que habría querido tanto entregarla yo mismo en tus manos, pero...
Pero no soy capaz de mirarte a los ojos, ni a ti, ni a Panchito, porque si lo hiciera, moriría del dolor, y no quiero flaquear en esto.
Este último tiempo me he percatado, y me he descubierto, porque sí... aunque parezca algo gracioso que, aun teniendo treinta y dos años, y siendo ya un hombre, hay cosas que recientemente he comprendido por completo.
Hace muchos años atrás, cuando tuve quince años, sentí algo similar a esto, pero nunca con esta misma intensidad. Es gracioso, ¿no? Que, siendo ya un hombre hecho y derecho, incluso mis pensamientos estén más alocados que en aquel entonces; pareciera que con el pasar de los años mi alma anheló tanto sentir esto que, ahora que lo siento, me cuesta tanto desligarme de ustedes dos.
Desde que te conocí a ti y a Panchito, sentí una llamarada encender todo en mi interior. Mi alma que estaba en una línea monótona y rutinaria, comenzó a vacilar, y provocaste en mí, una nueva razón para proseguir en esta dura lucha.
Manuel, seré preciso y breve en lo que siento: te amo.
Sí, te amo. Te amo Manuel, te amo como no tienes una idea. Me has enamorado al punto en el que vuelvo a sentirme un joven que experimenta por primera vez el amor.
Sé que te prometí que jamás te dejaría solo. Que de mi boca salieron palabras jurándote que te acompañaría hasta el final de nuestros días, pero Manuel, te pido que me entiendas...
Estoy fragmentado. Fragmentado por el inmenso amor que siento hacia ti y Panchito, pero también fragmentado por el deseo que siento por el bienestar de ustedes.
Manuel, amor de mi vida, yo... renuncio a ti. Eres lo que más amo en esta vida, y te estoy diciendo adiós. Un hasta siempre.
Mi amor, el hombre de más puros sentimientos que he conocido, el mejor padre que he conocido en mucho tiempo, que de hijo posee a un hermoso niño que es bello e inteligente; les deseo todo el bien de este mundo. Gracias por todo, gracias por sostenerme entre sus brazos y armar las piezas rotas de este hombre que, sin saberlo, se enamoró perdidamente de otro hombre, en un país lejano, que me enseñó de nuevo lo que se sentía amar, y ser amado.
Sé fuerte, es lo único que voy a pedirte.
El amor es un sentimiento pulcro y para nada egoísta, y por ello me marcho, Manuel. Me marcho lejos de este sitio, por el bienestar de ambos. Yo quiero que sigas manteniendo la tuición de tu pequeño, y jamás podría perdonarme si es que por mi causa, el lazo de padre e hijo que ustedes tienen, se ve corrompido.
Perdóname, amor mío. Cómo habría yo querido seguir a tu lado y amarte, protegerte y abrazarte todos los días de mi vida, hasta que el aliento se me gastase. Cómo habría querido yo ser el segundo padre de aquel hermoso pequeño, pero hay cosas en la vida que no siempre pueden ocurrir a nuestra merced, y esta es una de ellas.
Sigue adelante, Manuel, y sigue siendo el gran hombre y padre que has sido hasta el día de hoy. Mi corazón te pertenece por siempre, mi preciado anhelo. Soy tuyo completamente, y siempre será de está forma. Mi corazón completo te pertenece, y la huella que dejaste en mi alma, jamás podrá ser borrada.
Te amo con mi vida, Manuel. Perdóname, mi amor.
Quién siempre te llevará en lo más profundo del corazón, y quien siempre te recordará con la mano en el pecho y una sonrisa.
Miguel. ''
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Cuando Manuel concluyó con la lectura, sus manos temblorosas dejaron caer las hojas sobre su escritorio. Y su rostro, sin darse él cuenta, era empapado por tímidas lágrimas que caían por causa del intenso dolor que le deshacía el pecho.
No podía ser. Miguel no podía irse así sin más. No podía dejar ir a la persona más maravillosa que conoció en el mundo.
No podía dejar ir así al amor de su vida. Él jamás se lo podría perdonar.
¿Y hacia qué lado se fue? ¿A dónde habrá marchado? Y, empujado por una densa desesperación, abrió nuevamente la carta y buscó.
''En la estación de trenes...''
Y abrió sus ojos perplejos. Y una llamarada voraz encendió todo en su interior.
—Señor director hay nuevos documentos que... —Martìn abrió la puerta de forma sorpresiva, encontrándose con la perpleja expresión de Manuel—. Creo que llegué en un mal momento...
Manuel le tomó de su chaqueta, y le arrastró hacia el interior.
—¿Tienes vehículo? —disparó sin tapujos, tomando a Martìn por los hombros, y alzándolo.
—S-s-sí... —musitó Martìn nervioso, metiendo su mano al bolsillo, y sacando las llaves de su auto.
—Perfecto —dijo Manuel, secando sus lágrimas, y metiendo la carta en su bolsillo—. Me acompañarás a la estación de trenes. Yo conduciré, y tú te irás atrás con mi hijo.
Y Martìn, completamente descolocado, vociferó:
—¡¿Qué?!
—Nada de peros, vamos rápido. Soy tu jefe, es una puta orden... ¡o te despido!
Y tomó a Martìn por su traje, arrastrándole por el pasillo, y yendo en rescate de Miguel.
''El próximo tren hacia el norte sale en cinco minutos. Se ruega a los pasajeros subir al transporte''.
Aquella voz a través del parlante, daba aviso a Miguel, que ya pronto estaba por abandonar la ciudad.
Con su abrigo por causa del gélido clima, y con la maleta a la rastra, Miguel se volteó por una última vez, observando la entrada del recinto ferroviario, como despidiéndose con la mirada de la presencia imaginaria de Manuel y Miguel.
Y el pecho se le apretó enormemente. Sus ojos dorados se cristalizaron.
—Señor, por favor suba, estamos pronto a partir.
Una señorita asistente de la línea ferroviaria, dio la indicación a Miguel. Este ladeó su rostro con una expresión sumamente melancólica, y solo asintió con una sonrisa leve.
—Solo un momento más... —susurró; la señorita asintió.
Y Miguel, bajó su mirada hacia el suelo, y cerró los ojos. Respiró profundo, e intentó anular el llanto que luchaba por salir despavorido de sus labios. Respiró por última vez el gèlido aire de Santiago de Chile, la ciudad que le formó como profesional, y en donde conoció alguna vez el hombre al que ama, y al niño que conmovió su corazón.
Y con el último bocinazo que el tren hizo para llamar a los pasajeros, entonces Miguel abrió sus ojos, y puso un pie en el interior del transporte.
Hasta que algo, le detuvo en seco.
—¡¡¡Papáaa!!!
Y Miguel, de espalda a aquello, abrió sus ojos de forma abrupta, sintiendo como un calor reconfortante se extendía por su pecho.
Y se volteó de forma lenta, con la esperanza de que aquella voz fuese de quién realmente había pensado que era.
Y Miguel, sintió que el corazón le daba un brinco.
Sì; habìa escuchado con claridad...
Con los ojos cristalizados, soltó su maleta de golpe, sintiendo como un sinfín de emociones afloraban en su interior.
Y Miguel, vio a Panchito corriendo hacia él. Y, por un instante, Panchito pareció ser para él la silueta de Dani.
Y por unos segundos, Miguel vio a Dani corriendo hacia él.
Y se llevó ambas manos a sus labios, sin poder retener sus leves alaridos de la emoción.
—¡¡Papá!! ¡Papá!
Y el pequeño Panchito se lanzó a los brazos de Miguel. Y el profesor, simplemente fue demasiado débil ante aquella palabra.
''Papá''.
Y se agachó a la altura de Panchito, y se aferró a èl en un abrazo eufórico. Comenzó a sollozar de forma desconsolada.
—¡Pa-Panchito! ¡Panchito! ¡Pequeño hermoso! ¡Mi querido niño! ¡Cariño de mi vida, Panchito!
Y tomó al niño por la nuca, y le aferró más fuertemente a él, recomponiendo de a poquito su alma que estaba diversa y fragmentada.
—Papá Miguel, papá Miguel —dijo èl, separándose levemente, y dando pequeños besos en el rostro del mayor—. Papá Miguel es bueno, el no tener que llorar.
Miguel sonrió enternecido.
—¿Te ibas a ir así, sin más?
Y aquella voz le sacó el alma del cuerpo. Miguel, con la emoción sobrepasando todo en su interior, alzó su vista hacia la persona en frente, y cuando se percató de la identidad de aquel hombre, Miguel sintió que el corazón le daba un brinco.
Era Manuel.
—Campeòn, eh... Panchito, vamos, el tío Martìn te comprará un chocolate fuera, ¿sí? —Martìn se inmiscuyó de forma tímida entre los tres, separando al pequeño de los brazos de Miguel, y llevándoselo hacia otro sitio.
Y Manuel y Miguel, se quedaron petrificados, observándose a los ojos, sin poder decir nada por varios segundos. Miguel se incorporó del suelo, y se puso a su altura.
—Miguel...
El moreno no pudo evitar llorar nuevamente. Una expresión repleta de dolor inmortalizó en su faz.
—Ma-Manuel... —sollozó de forma amarga—. ¿P-por qué... por qué has llegado hasta aquí? S-sí t-tú y Panchito vienen, y-yo no puedo despedirme, no puedo hacerl...
—No tienes que despedirte —dijo Manuel, tomando las manos de Miguel, y entrelazándolas a las suyas—. Porque no te irás de mi lado. Miguel, te necesito junto a mí.
Miguel contrajo sus pupilas.
—Pe-pero...
—Señor, es el último llamado. El tren zarpará dentro de dos minutos —habló la misma funcionaria.
—Él no se irá, señorita —dijo Manuel, antes de que Miguel pudiese decir algo—. Por favor, solo pueden partir.
Y ante la perpleja expresión de Miguel, la señorita asintió, y se retiró.
—¡P-pero debo irme! —exclamó descolocado—. ¡¿No leíste mi carta?! ¡Ahí te lo explico tod...!
—Leí tu carta. —Miguel se sonrojó de inmediato—. Y debo decir que escribes hermoso, mi amor.
Miguel sufrió de un espasmo repentino. Se soltó de las manos de Manuel, se las llevó al rostro, y el color carmìn le inundó completamente el rostro.
—¡¿Q-q-qué?!
Manuel sonrió enternecido. Tomó nuevamente las manos de su amado, las entrelazó a las suyas, y con voz suave dijo:
—Miguel, ya no hay nada que temer. —Se acercó al rostro de su amado, acuno su barbilla con sus manos y dijo—: Ya no hay más amenazas, Camila se fue de este lugar.
Miguel contrajo sus pupilas, por causa de la impresión.
—Miguel, ya no hay nada que nos pueda detener. —Acercó su frente a la de Miguel, quedando ambos separados por tan solo unos pocos centímetros.
Y el tren lanzó el último bocinazo, y entonces, comenzó a marchar despacio. El vapor comenzó a extenderse por sobre sus cabezas.
—Miguel, yo te amo —dijo Manuel finalmente—. Te amo, mi amor. Me enamoré de ti perdidamente, y ya no puedo imaginar la vida sin tu presencia. Eres el ser humano más maravilloso que he conocido en mi vida, y no puedo permitirme perderte. Panchito es tu hijo, èl te ama, y yo sé que tú también a èl. Eres amor en su estado más puro, y no puedo dejarte ir. Miguel, yo te amo.
Y en todo momento, Miguel y Manuel, mantuvieron el contacto visual directo. En los dorados ojos del profesor, lágrimas comenzaban a surcar. Su rostro pigmentado de un intenso carmín, era además adornado por una leve sonrisa enternecedora.
Y Miguel, jamás se sintió más feliz en su vida como en aquel instante.
—Miguel, ¿quieres formar una familia conmigo?
Y el corazón le dio un brinco; ya no había más espacio a la cobardía. Dibujó una tierna sonrisa en sus labios y, con una sensación cálida abarcando todo su espíritu, dijo con total sinceridad:
—Sí, Manuel. —El chileno sonrió emocionado—. Quiero formar una familia contigo. Quiero estar a tu lado hasta que la vida me conceda tal honor, y quiero ser el papà de Panchito.
Y ambos, entonces sonrieron con el corazón más feliz que nunca. Al fin sintiéndose plenos, y con el amor rebosando en cada instante en que sus ojos chocaban con aquel universo infinito que constituía el lenguaje de las miradas.
Y se besaron.
Fundieron sus labios en un inocente beso, signo del amor que les uniría hasta el final de sus días, y signo del pulcro sentimiento que les empujaba a unir sus vidas, a pesar de la posible estigmatización que crecería en torno a ellos.
Mas nada de eso les importó.
Y después de varios segundos con los labios fundidos, Manuel y Miguel se miraron a los ojos, entendiendo entonces, que esta vez ya nada les detendría.
Que aquel era el inicio de su infinita historia de amor.
Y la risa les ensanchó los labios desde aquel momento a la eternidad, y en compañía de su querido hijo Panchito, ambos comenzaron un nuevo porvenir.
Porque siendo ambos hombres, padres, profesionales y, ya adultos que sobrepasaban los treinta años de edad, torcieron el brazo al destino, y jugaron a crear sus propias reglas.
Porque el amor no tenía reglas, y ellos muy bien lograron comprenderlo.
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Para el año 2010, Manuel, Miguel y Panchito se mudaron entonces a Argentina. Para ese mismo año, Argentina fue el primer país en Latinoamérica en legalizar el matrimonio igualitario. Manuel y Miguel, formaron parte de los primeros matrimonios en celebrarse en dicho estado. A los tres meses siguientes y, tras un extenuante proceso burocrático, Panchito pasó legalmente a ser hijo de Miguel, pues en Argentina, el proceso de adopción homoparental era legal desde el mismo año.
Para el año 2012, Manuel y Miguel fundaron una ONG, cuya principal misión era prestar orientación legal y médica para niños con problemas neurológicos. Para ese mismo año, ambos abrieron un centro de rehabilitación a bajo costo, en donde familias de sectores de riesgo, pudiesen buscar opciones de terapia para sus hijos.
La ONG, y su centro de rehabilitación, tomaron como nombre:
''De Panchito y Dani, para el mundo''.
N/A;
Con esto, hemos llegado al final de la historia. Como les mencionè antes, esta historia es una adaptación, de otra obra mìa. Quise hacerle para este fandom, porque este es mi hogar, he estado en este fandom por alrededor de diez años, y creo que este es un buen sitio par adaptar esta obra, que personalmente me gusta mucho, por el tema que desarrolla. Muchas gracias a todos los que leyeron esta historia corta. <3 ¡Nos vemos en ''Entre el Callao y Miraflores''! Estoy trabajando en la actualización :)
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