Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 23: Las teorías de Kaiser.

Kaiser pretendía hacerle una visita a Elisabeth, la madre de Scarlett. Si ya era misteriosa la mujer y de pocas palabras, para colmo ni siquiera contestaba a la puerta que estaba golpeando. Trató de llamar al timbre esperando respuesta, pero ni un solo paso ni una sola respiración tras ella se escuchaba.

Trató de entrecerrar los ojos y concentrarse en su oído que todo lo oía, incluso las gotas que caían de aquel grifo del baño. No escuchaba su respiración, si quiera ruido alguno. No se encontraba en casa.

«Pues si no estás en casa te haré un allanamiento de morada, mi amor», pensó para sus adentros.

Se atusó la chaqueta de su traje mientras se preparaba para entrar en la casa. Antes de usar su poder domoniaco, se percató que la casa tenía patio y que sería mejor entrar por ella sin correr el riesgo de que alguien lo viese.

—Más sencillo para mí.

Anduvo rodeando la casa. Un precioso jardín verde con sus respectivos árboles y flores adornaban el lugar. Lo tenía muy bien cuidado, se notaba que se preocupaba por el bienestar de su jardín.

Para su suerte, la puerta del patio estaba abierta. La casa no había estado vacía hacía mucho. Aún se respiraba el perfume que unos minutos la mujer se aplicó. Prosiguió su paso olvidando el olor y buscó indicios o alguna señal de que Aizen hubiese estado allí.

Nunca le dio buena espina Elisabeth, siempre sospechó de ella de manera exagerada. La mujer decía haber ayudado anteriormente a los ángeles con su poder de bruja, lo que significaba que estuvo con Aizen y, por qué no decirlo, ayudándolo; sirviéndolo.

En la mesita del salón había un papel que parecía estar en blanco, pero estaba dado la vuelta. Aizen tenía cierto fetiche con dejar notas por todos lados y Kaiser era conocedor de ello. Así que leyó el contenido:

«Estoy bien. No cometas ninguna estupidez, Elisabeth, por favor».

Contenía escrito la hoja.

Kaiser frunció el ceño. Por primera vez una carta no estaba firmada por Aizen. No era suya.

«¿Acaso es...?», barajó una posibilidad. Pero no estaba seguro de ello. Era imposible.

Elisabeth entró a la casa interrumpiendo los pensamientos que estaba teniendo. La mujer dejó caer su bolso de sus manos mientras vio el rostro de Kaiser sujetando aquella carta. Corrió hacia él tratando de quitarle la carta de sus manos, pero en menos de un segundo se había colocado tras ella.

—Yo también me alegro de verla, cielo —comentó él con un falso interés.

—¡Devuélvamela! —ordenó apretando los dientes.

—¿Por qué se pone tan histérica?

—¡No es asunto suyo!

—Desgraciadamente, sí es mi asunto. ¿Qué está pasando aquí?

Elisabeth se abalanzó hacia a él para quitarle la carta, pero éste la voló por los aires y agarró a Elisabeth de las muñecas con brusquedad. La obligó a permanecer a su lado y mirarle.

—¿Quién le ha escrito la carta? —interrogó.

—Suélteme. No quiero hacerle daño, Kaiser.

—No tiene porque hacerme daño si empieza a hablar.

—No puedo —sentenció.

—¿Por qué?

—Déjeme en paz y no se entrometa, se lo ruego.

Elisabeth desvió la mirada hacia la carta tirada en el suelo. Parecía que se iba a poner a llorar cuando volvió a mirarlo a los ojos y dijo:

—Todo lo que estoy haciendo lo hago absolutamente por una razón, por favor, no se meta en esto.

—¿Cómo no quiere que me meta? Sabe cosas que nosotros no sabemos. Debe decírnoslo.

—No le debo nada. Váyase antes de que salga perjudicado.

—¿Me está amenazando?

La mujer le habló en lenguaje de signos y el hombre la observó, atenta.

«Él escucha», había dicho en clave. Aizen ahora mismo estaba escuchando todo, Elisabeth tenía la casa plagada de micros.

—¿Puedo ayudarla en algo? —preguntó en voz baja tratando de sacarla de ese agujero en el que se había metido.

—No, no puede —finalizó.

Elisabeth empleó un hechizo para expulsarlo de su domicilio. Con solo una seña de dedos, logró agarrar a Kaiser con fuerza por los aires y lanzarlo fuera de la casa cayendo en el suelo. El caballero expulsó un quejido mientras vio como la puerta se cerró de un portazo. Trató de levantarse y entrar, pero una pared se lo impedía. Ya no podía.

*

En la madrugada mientras Nathan dormía con placidez, una voz en sus sueños comenzó a hablarle. Se oía con mucho eco, femenina y seductora. La mujer le estaba mostrando un cartel anunciante de un parque que ya conocía. Llevaba muchos años en Tokio y caminó tantas veces por aquellos lares que perdió la cuenta.

«Arisugawa no miya Memorial Park» Contenía el cartel.

La mujer le decía que fuese a ese parque ahora mismo, antes de que saliese el sol. Tenía algo importante que decirle, pero por sueños su energía se agotaba.

Y lo hizo despertar. El joven se incorporó y se apartó el pequeño sudor de su frente que comenzó a gotear. Parecía haberle drenado la energía y hubiera corrido un maratón.

La única forma de averiguarlo es seguir las indicaciones que la susodicha le dio.

—Las tres y media... —observó el reloj de su teléfono móvil—. Genial. Aquí vamos de nuevo.

Dicho aquello, se levantó decidido en tomar las indicaciones mencionadas.

*

Se decantó por utilizar sus alas y volar hasta allí, así se espabilaba y las ejercitaba. En aquellas horas solo podía encontrase a un par de borrachos, que apenas podían distinguir su propio rostro en el espejo. Así que no solía preocuparle que vieran una masa negra volando por la negrura.

Se dejó caer justamente donde se situaba el cartel que decía ser el parque.

El parque era hermoso. Los árboles predominaban. El aire fresco y el ambiente era muy natural, respirándose mucha tranquilidad. El leve viento mecía las hojas produciendo un sonido muy relajante. El sonido del lago, sus aguas oscuras pero cristalinas a causa de la noche. Transmitía mucha paz.

No había nadie, entonces, ¿dónde estaba la susodicha que le había citado en tal sitio? Intentó ubicar a algún alma por allí, pero estaba completamente ausente. Empezó a cuestionarse si el sueño que tuvo fue una sandez para tomarle importancia.

—No debí confiar en una mujer a las tres y media de la mañana —espetó para sí mismo.

Pero, sin previo aviso la susodicha asomó su torso del lago haciendo que él diese un brinco, se tropezase sobre sus pies y cayese a la hierba.

Quedó perplejo tras observarla; su torso era humano, desnudo donde yacían sus largos cabellos tapándole sus pechos. Lo sorprendente era su bajo vientre, tenía una cola de serpiente largísima que se asomaba por el lago, la movía con soltura. En su cabeza tenía unos cuernos puntiagudos.

—Una mujer puede ser muy interesante si te llama a las tres y media de la mañana, chico —respondió ella. Era la misma voz, la misma mujer que en su sueño, aunque jamás se la hubiese imaginado de tal forma

—¡¿Se puede saber qué es lo que eres?! Humana no, desde luego.

—Un demonio, cielo —aclaró—. En tus diecinueve añitos supongo que desconoces toda la clase de demonios que hay, pero soy uno de los tantos que existen.

—¿Por qué estás en el lago?

—No creo que quieras saber eso. Seduzco a hombres y luego...

—Entiendo —interrumpió—. Lo capto.

—Puedes llamarme Drubiel —esbozó una sonrisa—.Te he invocado por una razón. Tengo algo para ti, de tu padre.

El pulso del Nephilim se aceleró e inhaló una bocanada de aire. Drubiel sacó bajo el agua una espada. Era enorme. La empuñadura era negra con un diseño de un demonio con cuernos enroscado en el puño, más en la cruz de la espada tenia diseñada dos alas blancas.

—Esta espada la diseñó tu padre para ti —explicó—. Ezra había estudiado todo acerca de los Nephilim; el poder que tienen, las habilidades, la rapidez... ¡Lo fuerte que son! Como tu padre sabía su destino, decidió protegerte y provocarte a ti un destino diferente al suyo. Esta espada está hecha para que tú inyectes tu poder en ella. Si tu inyectas el fuego de tus manos en ella, ella se volverá fuego, será más fuerte y provocarás más daño. Ambos seréis uno, ambos estaréis unidos. Nadie puede tocar la espada salvo tú, así que no tendrás problema en que traten de destruirla. La he estado protegiendo como tu padre me ha pedido. Ahora tienes la edad suficiente para usarla. Una vez agarres esta espada, la espada te adoptará a ti como su dueño. ¿Aceptas el cambio de tu destino o por lo tanto deseas luchar sin ella?

Ni siquiera se lo pensó dos veces antes de decir que sí. ¡Tenía una espada que diseñó su padre! No había tal cosa gratificante para él que le diese las ganas de utilizarla contra Aizen.

—¡Claro que sí! —exclamó entusiasmado como un niño con los regalos de Navidad.

Drubiel sonrió ampliamente y le tendió la espada para que la agarrase. Una vez él tocó la espada, ésta vibró por si sola levitándose por los aires unos segundos, giró de manera sobrenatural sobre sí misma y acto seguido se clavó en la hierba.

—¿Por qué mi padre te dio la espada a ti para que me la dieses?

—Porque sabía que si me la daba a un demonio como yo, Aizen no iba a venir a por mí. Aborrece a todo demonio que su función es comer humanos. Tu padre estuvo estudiando y creando la espada en secreto, nadie sabía de su existencia, salvo tu madre. De todas formas, si hubiese venido Aizen hasta mí, hubiera enroscado mi cola por su delicado cuerpecito y lo hubiese partido en dos. No sabes el odio que le tengo a ese bastardo.

—¿Por qué has tardado tantos años en darme la espada?

—No todas las respuestas las tengo yo, querido, tu padre se llevó a la tumba el por qué. Simplemente yo obedecí sus órdenes.

—¿A cambio de qué? —preguntó ésta vez frunciendo el ceño.

—¿Tú qué crees? Dame carne y haré lo que sea por ti, Nathan.

Nathan hizo una mueca de disgusto y ella emitió una risa.

—Espero que estés contento con tu regalo. Y... Espero que consigas lo que te propongas. Muchos de nosotros vivimos entre rejas por culpa de Aizen. Ni siquiera estamos seguros en nuestro propio mundo.

Desapareció delante de sus ojos sin previo aviso.

Cuando estuvo dispuesto a marcharse con su nueva arma, su tío se presentó en el parque algo apurado. Le había estado buscando por el apartamento.

—¿Kaiser? —Lo llamó, dubitativo.

Kaiser señaló la espada que tenía en sus manos y, con cierto interés y estupefacción, preguntó:

—¿Qué diantres es eso?

—Una espada. Es de mi padre. Drubiel la tenía custodiada.

—¿Esa víbora guardaba algo de tu padre y yo sin enterarme de ello? Últimamente todos conspiran contra mí.

Nathan puso los ojos en blanco y soltó un suspiro.

—¿Qué haces aquí?

—Había ido a tu apartamento, pero no estabas allí. Tengo que contarte lo que he presenciado en casa de tu suegra.

—¡No es mi suegra!

—Sí, bueno... Tiempo al tiempo. A veces te toca la lotería con una suegra y otras el mismo infierno.

El hombre se acercó a su sobrino. Intentó tocar, curioso, el puño de la espada. Pero un tremendo calambre, casi parecido a una descarga eléctrica se lo impidió. Fue horroroso.

—Encima no puedo presumir de tener tal majestuosidad entre mis manos, solo puedes tú —gruñó—. En fin...

—Cosas de Nephilim —sonrió.

Kaiser no quería darle más vueltas al asunto, así que fue sin rodeos. Desde que estuvo en casa de Elisabeth, ató cabos. Sabía que algo no le cuadraba de aquella mujer y que escondía tantas cosas como el gobierno.

—Cuando he estado en casa de Elisabeth —manifestó—, le habían dejado una nota que aseguraba alguien estaba bien y que no cometiese ninguna locura. Comencé a cuestionarme si el padre de Scarlett realmente estaba muerto o retenido... Aunque también me viene a la mente otra persona —miró la espada de Nathan y el joven entendió su mirada.

—¿Qué insinúas? ¿Qué mi padre está vivo? —inquirió, incrédulo—. Lo vi morir cuando tenía cinco años, Kaiser. No juegues con eso.

Pero la mirada y el rostro serio de su tío no parecían querer jugar con aquella afirmación. Estaba convencido de ello. El muchacho soltó una risa nasal que sonó demasiado sarcástica y molesta. Se negaba rotundamente en creer en su hipótesis. No era posible. No para él.

—Eras muy pequeño, Nathan —dijo—. Tus recuerdos podrían estar...

—¡No! ¡Basta! Con eso no, Kaiser. Por ahí no te lo voy a permitir. ¿Sabes toda la sangre que vi? ¿Todo lo que lloré? ¡Los vi morir con mis propios ojos! La primera en caer fue mi madre... Yo... ¿Dónde estabas tú?

Y huyó. El joven Nephilim se retiró de aquella conversación, desapareciendo del lado de su tío. Kaiser observó el leve humo negro que dejó al emplear su poder de desvanecer.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro