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Capítulo 18: Inesperada visita.

El muchacho se percató de que Mervyn tenía un micro diminuto pegado en el torso de su camisa negra. Como era tan pequeño apenas se podía apreciar diferencia alguna. Muchos creerían que se trataba de un botón. El segundo se fijó de lo que miraba el primero y, antes de que dijera algo, Mervyn se adelantó. Sin emitir la voz, Nathan leyó de sus labios:

«Destrúyelo».

Y así hizo. Sostuvo el diminuto aparato y lo arrojó al suelo rompiéndolo de un fuerte pisotón.

Fue ahí cuando entendí que, todos los ángeles que casi estuvieron a punto de nombrar algo acerca de la muerte de los padres del joven, terminaban muertos por el micro que jamás se lo permitía. Destinados a morir si confesaban la verdad. Muy desafortunado.

—¿Quién está tras ese micro?

—El supremo —confesó Mervyn.

—Dime su nombre, ahora.

—Solo conocen su verdadero nombre quienes se los ganan. Ni siquiera le he visto la cara una sola vez. Recibo órdenes y, si en la orden mi misión es correcta, puedo tener la posibilidad subir puntos y permanecer con los que están al lado del supremo.

—¿Lo tomáis como un maldito juego? ¡Sois unos cínicos! ¡Mervyn, acabas de disparar a Scarlett!

—Y te prometo que no quería hacerlo. Pero era eso o... morir yo. Tengo miedo a morir.

—¿Qué puedes decirme sobre el supremo? Dímelo todo.

—Solamente el tiene las respuestas que buscas, pero no te las dará tan fácilmente. Quiere verte sufrir por el simple hecho de ser una raza superior. No quiere que seas superior a él.

Puede que Mervyn hubiera cometido un acto horrible bajo la orden de su superior, pero Nathan sabía que decía la verdad. Estaba arrepentido e incluso se sentía liberado de poder confesar con absoluta verdad sin que lo estuvieran escuchando.

—Cuando disparé a Scarlett me sentí decepcionado conmigo mismo. ¿Hasta qué punto puede llegar un ángel por obedecer órdenes de un supremo al que parece que la envidia le ha vuelto marajeta? Da miedo.

—No durará reinando por mucho tiempo —aseguró él—. Me encargaré de verlo arder.

—Yo tampoco permaneceré mucho tiempo aquí —susurró—. Estoy seguro que seré el próximo en caer.

—Ocúltate. Escóndete lo mejor que puedas en Tokio. Por muy cruel que me parezca lo que hayas hecho, no dejaré que caían más ángeles atemorizados.

Dicho aquello, Nathan pretendió marcharse, pero Mervyn lo interrumpió.

—¡Déjame ocultarme contigo!

—¿Perdona? —él lo miró con cara de pocos amigos.

—Déjame quedarme en tu apartamento. Si estoy con el nephilim personalmente, no se acercarán. Ellos solo actúan desde lejos.

—Angelito, no soy tan caritativo. Me has dado muchos problemas estos días.

—¡Por favor! —se arrodilló ante él.

Nathan puso los ojos en blanco. No le gustaba aquella postura.

—Sí, sí, venga. Levántate. A la mínima que hagas algo sospechoso, te volaré la cabeza.

—¡Gracias!

—Aunque...

—¿Qué ocurre?

—Ellos no sabrán que estás conmigo —dijo—. Si finges que sigues con ellos, puede que algún día puedas ver la cara del líder que controla a todas sus marionetas. Solamente tienes que hacer show. Así me podrás compartir información de todo lo que ocurre.

—No es tan simple. Tiene ojos en todas partes, no sé como lo hace pero siempre sabe donde estamos cada uno de nosotros. No sé qué planea. No entiendo cómo voy a hacerle creer que soy un privilegiado, porque sabe captar una mentira por muy embustero que seas. Los privilegiados saben su nombre, pero los que no, lo llamamos Sombra.

—Solo actúa, Mervyn. Sabes hacerlo bien. No tengas miedo. Ahora estás en el bando correcto.

Él asintió.

—¿Scarlett está... muerta? —preguntó con miedo de la respuesta.

Nathan lo observó y contestó:

—No.

Mervyn respiró aliviado.

*

Scarlett había estado toda la mañana arreglando la ventana rota a causa del disparo. La habitación se había quedado hecha un desastre y tuvo que barrer los cristales y limpiar la lluvia que había entrado desde que ella no permaneció en casa. Una vez arreglado el ventanal, la joven se alejó para observar su trabajo y dijo:

—Debería plantearme poner cristales antibalas —se dijo para sí.

—Sí, deberías, corazón —interrumpió Kaiser sentado en la silla en escritorio de su habitación.

La muchacha se sobresaltó, inquieta de la voz profunda del hombre. No se acostumbraba a que tanto Kaiser como su sobrino Nathan la sorprendieran de tal manera.

—¿Qué haces aquí? —interrogó ella.

—Ver cómo te encuentras. Después de lo sucedido tenemos la vista fijada en ti.

—Kaiser, ve al grano. Sé que tienes otras intenciones.

Kaiser cruzó su pierna sobre la otra.

—Chica lista. Vamos a visitar a tu madre. Así que indícanos donde vive tu progenitora.

—¿A mí madre? ¿Por qué le haremos una visita?

—Oculta algo, guapa. Lo sabes y lo sabemos. Toda información que se oculte, hay que sacarla. No está la vida como para guardar secretos ahora.

—Dudo mucho que mi madre tenga algo que ver con todo este embrollo.

—Scarlett, es mejor cuestionar que asumir. No asumas todo. No te estoy diciendo que tu mamá sea el enemigo, pero sí que oculta algo importante. Así que haznos el favor de llevarnos hasta ella para interrogarla.

La muchacha guardó silencio durante algunos segundos, pensando detenidamente las palabras de Kaiser. Finalmente se decidió.

—Está bien. No perdemos nada por preguntar.

Él sonrió.

«Pobrecita si crees que no esconde nada», pensó.

—¿Dónde está Briseida?

—En casa.

—¿Dejas a una niña de siete años sola en casa?

—Querida, no es tan sólo una niña de siete años —sonrió de lado.

—¿Los demás también van a venir?

—Sí. En cuanto me des la dirección.

Ella asintió.

*

Scarlett llamó a la puerta de la vivienda de su madre. Esperaban impaciente a que la señora los recibiera. Elisabeth creyó que solo su hija venía de visita y, cuando abrió la puerta y los encontró a todos allí, se le borró la sonrisa. Kaiser agarró la mano de Elisabeth y se la besó. Ella hizo una mueca, incómoda.

—Un gusto volver a verla.

—¿A qué se debe esta inesperada visita?

Kaiser entró en su casa sin ella haberlo invitado a pasar. De todas maneras aunque ella le dijese que no pasara, lo iba a hacer, así que no se molestó en abrir la boca. La mujer buscó respuesta en el rostro de su hija, pero la pelirroja se encogió de hombros.

No comprendió por qué Nathan aún no había llegado, pero lo esperaría con paciencia.

Kaiser observaba la casa, los objetos, los muebles, todo. Era acogedora, muy acogedora.

Elisabeth le ofreció algo de beber a Kaiser amable.

—Un whisky, por favor —dijo él.

—¿Tan temprano? —preguntó ella con asombro.

—No va a matarme —contestó.

Elisabeth asintió y, del mueble bar que tenía en el salón, sacó el Whisky y un vaso. Se lo tendió a Kaiser y lo agarró con gusto dándole las gracias. Le dio un sorbo pequeño y sonrió mirándola.

A Kaiser le parecía muy divertida la inquietud de la señora. Sólo con ver aquella actitud se podía intuir que ocultaba algo.

—¿Habéis vuelto a ver a Mervyn después de lo sucedido? —preguntó Elisabeth intentando irse de tema ante de que Kaiser preguntase.

—Más le vale que se esconda bien porque como le vea la cara... —la joven dejó la frase inacabada ante lo que ocurría frente a sus ojos.

Un humo completamente negro apareció en el salón. Apenas se podía ver nada hasta que de este salió Nathan agarrando a Mervyn del brazo. El segundo con cara afligida observo a Scarlett.

La pelirroja reaccionó con terrible histeria al verlo. Se apresuró al varón y lo agarró del cabello apretándoselo mientras él se estremecía. Lo estampó contra la pared. El apoyó las manos en la pared intentando despegarse un poco, pero ella tenía bastante fuerza. Deseaba matarlo.

—¡Para, por favor! —suplicó—. ¡Lo siento mucho, Scarlett!

—¿¡Bromeas!? ¡Podía haber muerto por tu maldita culpa! ¿Por qué coño estás aquí?

—Nos dará información de su alrededor —confesó Nathan, sosegado—. Puedes maltratarlo todo lo que quieras, aunque ya está muy arrepentido.

Nathan se colocó al lado de Kaiser. Observaba con gusto todo aquello. Nathan ya le había dado su merecido, aunque sintiese que debía darle más, pero ver a la pelirroja también dándoselo era muy excitante.

—¿Quieres un poco? —le ofreció Whisky tan tranquilo mientras Elisabeth no sabía qué hacer.

—Claro —contestó él sin dejar de observar aquello.

Scarlett notó su arrepentimiento, pero aún así no lo perdonaría. No podía hacer la vista gorda y hacer como si nada hubiera pasado. No con él.

—Disculpe el espectáculo en su propia casa, pero estamos aquí para preguntarle algo.

No. Elisabeth ya sabía la pregunta y no sabía como iba a responder.

—¿Qué fueron esas imagenes que me trasmitiste cuando me tocaste en el hospital? ¿Quién es Aizen?

Elisabeth apartó la mirada. Era hora de confesar. No había vuelta atrás


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