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✨Capítulo 7✨

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El ocaso llegaba, y con ello las sombras comenzaban a cubrir con lentitud la ciudad de Crocus.

—¿Me dirás qué se supone que son tus amigos? —preguntó Natsu aburrido, caminando a una distancia considerable de la Comandante. Sí, se había quedado con la duda. Parecían gitanos, al menos tres de ellos por su forma de vestir. ¿Espías? No, eso ya era exagerar. No sabía qué pensar respecto todo lo ocurrido aquel loco día.

—No, qué flojera decirte ahora. Tardaría mucho en explicártelo y sólo quiero llegar al palacio —comentó Erza, estirando sus brazos por sobre su cabeza, y dando un largo y sonoro bostezo. Caminando al lado del General. Natsu gruñó por lo bajo ante su respuesta, y siguió caminando sin verla. Pero empezó a escuchar una risa femenina, tan fuerte que se giró, viendo como Erza reía hasta el punto de abrazarse el abdomen—. Allí vas de nuevo... Grr... Grr... —imitó ella sus gruñidos, fingiendo tener garras y a punto de atacarle, deteniéndose cuando la risa era demasiada—. Fierce te va como guante... Grr...

Natsu la miró confundido por sus movimientos, hasta que entendió que ella fingía estar en pose de pelea, gruñendo e imitándolo. Negó, dándose la vuelta y volviendo a caminar, pero esta vez, con grandes pasos. No quería que ella le alcanzara, eso no le daba gracia. Pero ya era costumbre suya gruñir, no podía evitarlo.

—¡Hey! Sr. Grr, ¿a dónde vas? —Luego de gritar aquello volvió a romper en carcajadas. Molestando más al hombre.

—Creí que eras más seria —masculló por lo bajo, sin detener su caminata. Era la Comandante y quien dirigía las tropas del rey, ¿qué le daba tanta gracia?. Erza lo alcanzó, posándose frente a él con el brazo extendido, impidiéndole avanzar.

—Soy seria cuando lo necesito, no hace nada malo reír un rato —explicó incrédula por el carácter que el General se cargaba. Dejó de reír al ver que sólo lo molestaba más. Seguiría haciéndolo, como venganza a todas las veces que la dejó llena de ira por sus comentarios sarcásticos, pero ahora debían trabajar juntos. Era mejor comenzar a llevarse bien. Sonrió amablemente cuando recibió una mirada de reojo—. Incluso tú deberías sonreír, puedes. No es un pecado.

—No es tu problema sí lo hago o no. —La evadió, siguiendo su camino. Recordó que no podría librarse de esa pesada mujer al caer en cuenta de que se dirigían a la misma dirección. Oía los pasos femeninos atrás suyo. Ni siquiera se molestó en verla, sólo se enfocó en esquivar a las personas que se atravesaban en su camino y que luego lo esquivaban al notar su humor alrededor.

—Tienes razón, no lo es. Pero hasta yo puedo ver porque Lucy te estuvo siguiendo. —Aquello lo detuvo un instante. Erza trató de no sonreír al ver que había captado su atención—. La regañé por exponerse a un caballero del ejército, ¿y sabes qué me dijo?

—No me importa que te haya dicho la gitana ésa, no son nada mío. Acepté trabajar con ustedes porque todo esto es demasiado extraño, pero no soy su amigo. Apenas los conozco —declaró con dura expresión. Natsu no necesitaba que nadie más le importara. Ya tenía suficiente. Estaba harto de los sentimientos. Creyó que la Comandante se ofendería, o incluso trataría de hacerle algo. Pero ella rió por lo bajo mientras negaba. Y una sonrisa pequeña adornó los labios femeninos.

Erza meditó un momento, leyendo su expresión corporal y atenta a la forma que ése alzado tenía de responderle. Está bien, era igual de amargado que Gray. Y a ella le encantaba pinchar la paciencia de tipos así.

—Ella me dijo que vio en ti dolor, mucho dolor. No lo hubiera creído hasta que te escuché hablar. Pero está bien, no me meto más en el tema —finalizó misteriosa. El ceño fruncido del pelirosa se suavizó, y su rostro mostró algo de sorpresa al escuchar aquello.

—¿De qué hablas? ¿Ella... Cómo... Por qué...? —La siguió. ¿Qué había dicho de él esa rara?

—Ya, ya. Dije que no seguiría con el tema, así que no molestes —cortó despreocupada, sin siquiera verle.

—Pero, ¿cómo pudo darse cuenta de...? —Fue interrumpido cuando Erza se giró a verle, fingiendo una gran sorpresa.

—¡Oh! ¿No se equivocó? —preguntó mordaz, haciéndolo retroceder.

—No. Yo no dije eso...

—¿Entonces?

—Yo... —Guardó silencio al ver que habían llegado ya a las puertas del gran muro que protegía el castillo. Levantó la vista, viendo a varios soldados descansando sobre el mismo, riéndose y haciendo bromas entre ellos. Desvío la mirada al frente al ver a dos de los guardias que cuidaban de las puertas señalarlos con sus lanzas.

—¡Ustedes! ¿Quiénes son? —Natsu dirigió su mirada al soldado que le había dicho eso, y que al verle, retrocedió de inmediato—. ¡Lo siento, General, Comandante! No los había visto.

—Hola chicos —bostezó Erza pasando de largo, dándole una palmada en la espalda al pelirosa. Los soldados se apartaron, y uno de ellos se llevó la mano a los labios, dando un fuerte silbido a aquellos que estaban sobre el muro. Pocos instantes después las puertas se abrieron. Erza observó sobre el hombro a su acompañante—. Bien Novato, luego hablamos.

—General, de verdad lo siento. Últimamente algunos gitanos vienen por aquí exigiendo tonterías y creí que...

—No importa —cortó a modo de respuesta antes de entrar. Aún así, no pudo evitar pensar en quiénes podrían ser los gitanos que estaban causando problemas en el muro. Tampoco quería averiguarlo, su tranquila y aburrida rutina había desaparecido luego de aquel día.

No obstante, su mente le mostró un par de ojos con un tono achocolatado grabado en sus iris.

•••

Sting miró una vez más la pieza de ajedrez que tenía entre sus manos: el rey. Rodó la pequeña figura blanca entre sus dedos, escuchando el eco de los pasos que se acercaban. Un familiar aroma inundó el aire y una sonrisa maliciosa cruzó sus labios. La puerta se abrió suavemente, y por ella Natsu entró; quitándose la espada que amarraba a su cintura. Mostró un gesto de molestia al encontrar al príncipe allí y gruñó por lo bajo, procediendo a avanzar a su cama y dejar su espada enfundada allí.

—Te he dicho cientos de veces que no entres a mi habitación cuando no estoy. Falta mucho para tu cumpleaños y no tengo nada en el armario... —comenzó exasperado, recordando todas las veces que había tenido que arreglar los destrozos de Sting. Era como un niño, nomas de metiche. Y siempre con la excusa de buscar su regalo de cumpleaños. Estaba pensando en no darle uno ese año sólo para que sufriera un poco.

—No vengo por eso —articuló el príncipe con voz indiferente, antes de dejar la pieza en el tablero y ponerse de pie. Natsu se sintió curioso. ¿Qué otra razón tendría ése rubio para andar allí? En lo que llevaba de experiencia... ¡Ninguna! Sólo cuando era niño y se despertaba por las pesadillas que a veces tenía. Terminaba levantándolo en la madrugada o simplemente escabulléndose hasta tomar su almohada y un lugar en su cama. En su momento lo dejó porque era un chiquillo, ¡pero ya no!

—¿Y qué haces aquí entonces? —Se estiró perezosamente, se daría un baño y luego comería algo. Claro, eso si la servidumbre no andaba por la cocina. No le gustaba cruzarse mucho con ellos. Nada personal, simplemente prefería hacer sus propios alimentos, y ellos se ofendían a veces por esa razón. ¿Qué se quejaban? Les quitaba trabajo. Ingratos.

—Papá quiere que vayas a verlo —declaró Sting con el mismo nuevo tono que estaba empleando, ocultando su mirada al mantener la cabeza agachada. Natsu se tensó al escuchar aquello. ¿Yuri? ¿Sting lo fue a ver? Aquello lo molestó de sobremanera, le había dicho a Sting que dejase a Yuri en paz. Y no, no por la salud del rey, sino por el bien del príncipe.

—¿Lo fuiste a ver? —Transcurrieron tensos y largos segundos de silencio total. Se acercó a él con enojo—. Te dije que no lo fueras a ver. ¡Te lo dije, Sting!

—Como sea, quiere que vayas —restó importancia, haciendo que su guardia entrecerrase los ojos con disgusto.

—Estoy muy cansado, quizás en otro momento.

—Dijo que si no ibas ahora tendría que venir él. —Natsu deseó golpear algo en aquel instante, se suponía que Yuri estaba demasiado enfermo como para poner un pie fuera de su cuarto. Miró con duda a Sting, lo sentía un tanto extraño, y era obvio. Le había prohibido ir a ver a Yuri. Lo miró largo rato, hasta que algo en el pómulo izquierdo del joven llamó su atención.

—¿Qué tienes en la cara? —Se inclinó, buscando apartar el cabello rubio que caía por sus mejillas para verle mejor la cara. El príncipe bajó aún más el rostro, y se incorporó con velocidad.

—Nada —aseguró tensó también, negándose a permitirle a su guardia verle la cara. Creyó que con la oscuridad de la habitación sería suficiente, grave error. Olvidó que la oscuridad no era problema para Natsu. Y el General, en ése momento descubrió que no sólo el pómulo del joven estaba de un color ligeramente morado. Antes de que lograse articular algo para detenerlo, el rubio avanzó a la puerta, presuroso por salir y ocultar sus golpes.

—¡Sting!

—¡A ti no te importa! —Azotó la puerta en el instante en que se marchó. Natsu maldijo, no era tan tonto, había logrado ver los morados formándose en aquella zona. Una idea de la razón por la cual tendría eso llegó a su mente. Furioso, pero sin demostrarlo como usualmente hacía, salió. Rápido se dirigió por los pasillos, hasta encontrar unas escaleras. Ignorando la altura dio un salto, cayendo hasta tres pisos más abajo: la habitación del rey se encontraba un piso bajo tierra. Había decenas de conexiones en el castillo, para llevar a distintas zonas, pero las que había usado eran la que empleaban los criados para no tener que recorrer tanto entre el gigantesco lugar y llegar de prisa allí donde fueran llamados: eran atajos. Él sabía muy bien cuál tomar para llegar lo más rápido posible a su destino. Tenía mucho tiempo recorriendo todos aquellos corredores y habitaciones.

Avanzó por el lugar, divisando varias puertas, de habitaciones que ni ocupadas estaban; pues los sirvientes tenían su propia sección del castillo. Dio finalmente con la puerta que daba a la habitación de Yuri, y controlando su ira, tocó la madera con pequeños golpes. Él mismo se aplaudía, porque fue ver a Sting, e inmediatamente hubiera echado la puerta abajo por la cólera. Al menos caminar lo despejó un poco, aunque no disminuía la llama del rencor que había dentro suyo. Yuri lo iba a oír, una cosa era que hiciera con su pueblo lo que quisiera, él no veía por ellos. Aunque sonase cruel, esa era su realidad. Pero Sting...

—Adelante. —Surgió una potente y, para nada débil, voz desde dentro. Una vez obtuvo el permiso entró, cerrando detrás de sí. Estaba muy oscuro dentro. Fuera de que la habitación estaba bajo el nivel de la tierra, no había ni una lámpara o vela encendida. Parpadeó varias veces, acostumbrándose al instante al cambio de ambiente, y buscó en la oscuridad, encontrando a Yuri sin pierde. Estaba en su cama, recargado en unas almohadas situadas tras su espalda, con uno libro entre sus manos y leyendo a pesar de la escasez total de luz.

Aquella escena no lo engañó.

Había un horrible aroma a cadáver en la habitación.

—Natsu, que gusto verte después de tanto tiempo. Comenzaba a creer que me habías olvidado —rió Yuri, sosteniendo el libro con una mano y estirando el brazo a una bandeja de plata que se hallaba cerca suyo. Tomó algo entres sus dedos, llevándolo a su boca. Aquello que su pulgar e índice sostenían parecía una pequeña gema, que lanzaba destellos sin parar hasta desaparecer dentro de sus labios. El pelirosa se tensó terriblemente, pegándose todo lo que pudo a la puerta y evitando seguir respirando. Las ganas de hablar se esfumaron, junto con sus fuerzas para seguir manteniendo la rabia consigo.

—No debería creer eso. Sólo es que no he tenido tiempo. Anduve muy ocupado vigilando todo mientras la Comandante Erza viajaba por los trabajadores que usted envió hace seis años para el proyecto Estrella. —El sólo pensar lo que Erza y los otros le había dicho, le daban ganas de ir sobre Yuri y exigir la verdad, pero no podría. No en ese instante que el aroma a cadáver lo atontaba más y más, mientras el rey comía plácidamente frente a sus ojos, un alma. Yuri alzó la vista, dejando el libro y sonriendo de lado. Natsu le retuvo la mirada, y ninguno parpadeó mientras veía al otro.

—¿Usted? —repitió el rey, soltando una risa—. ¿Por qué las formalidades, General? ¿Estás asustado de que te regañe por estar jugando con los gitanos? Dime, ¿te divierte Lucy?

Natsu se quedó sin habla al oírlo, no obstante, no cometió el error de demostrarlo. Ocultó su expresión incrédula antes de siquiera mostrarla. Yuri frunció el ceño, pero la sonrisa se ensanchó cuando se reclinó hacia atrás y arqueó una ceja ligeramente más oscura que el resto de sus cabellos.

—¿Sorprendido?

—¿Me estabas vigilando? ¿Mandaste a alguien? —No creía posible que hubiera mandado a alguien. Natsu tenía los sentidos tan malditamente agudizados que podría haberse dado cuenta. Hasta donde sabía, nadie lo siguió. Pero un sabor amargo se instaló en su boca al recordar a cierta chiquilla con lacios cabellos rubios noqueándolo con una facilidad alarmante. Apretó los puños, y finalmente apartó la mirada. Estaba dudando de Yuri. Y eso estaba mal. Las palabras de Erza y los demás gitanos comenzaron a sonar en su cabeza, como una alarma, tratando de prevenirlo de algo que él no lograba ver. O que no quería ver.

—Linda niña, pero creí que tu tipo era otro —siguió Yuri, llevándose otra de esas cosas que parecían gemas resplandecientes.

—No soporto que me vigilen y tú lo sabes. Eso no significa nada, estaba con ellos porque...

—Tus motivos no me interesan. —Los ojos del hombre lanzaron un destello peligroso, y vio con frialdad a quien, en algún momento, fue su guardia personal. Ahora era guardia de su hijo. Su sonrisa volvió, y tomó la última alma cristalizada que quedaba dentro de la bandeja de plata. La mostró al pelirosa.

—Sé que tú serías incapaz de traicionarme, eres mi amigo. ¿O me cambiarás por un par de ojos bonitos?

—Ni siquiera sé por qué metes ése asunto aquí —observó irritado, sin éxito en ocultarlo.

—Sólo decía. Por cierto. El proyecto Estrella... ¿ya está listo? Que rápido pasa el tiempo —comentó con fingida nostalgia, devorando otro bocado de su alimento. De reojo veía al General, sabiendo las razones por las que verdaderamente bajó a verlo. Por Sting: el niño llorón. Natsu evitaba respirar, el aroma a cadáver lo estaba envolviendo, y su apetito se despertaba.

—Sin ofender Yuri, ¿pero no puedes esperar a que me vaya para que comas? —Comenzaba a sudar, le dolían las encías y le oprimía un dolor en el pecho. Conocía esa sensación tan asquerosa, la conocía demasiado bien. Esa hambre inhumana que asaltaba sus sentidos y le recordaba lo que era.

—No me niegues éste placer. —Se mofó divertido—. Está delicioso. ¿No quieres probar?

—No —sentenció cortante, y se dio la vuelta a la puerta, tomando el pomo—. Si no necesitas nada más, debo retirarme.

—¿Por qué? ¿El aroma a cadáver despierta tu apetito? ¿O son las almas de gente inocente? —Natsu se detuvo, sin mostrar expresión o sentimiento alguno—. ¿Qué sucede Natsu, tienes hambre? Recuerdo cuando solías comportarte como el animal que eres, te convertiste en una buena mascota. Ahora finges ser civilizado, pero ambos sabemos lo que eres en realidad.

—Jamás he negado lo que soy... —«Un monstruo», pensó con amargura.

—Eso es bueno, nunca debes olvidar tus raíces.

—No lo haré.

Natsu salió veloz, ignorando la carcajada de Yuri. Recorriendo pasillos, evadiendo a las personas que escuchaba caminar cerca. El estómago le gruñía, le dolían los colmillos y sus manos temblaban. Tenía hambre.

Quería consumir almas.

Esa era su penitencia por todo lo que había hecho, vivir con el hambre y el deseo de devorar almas. El sólo recordar lo que había hecho en un pasado lo asqueaba, pero era cierto. Jugaba a ser lo que no era.

Yuri y Sting lo sabían, y luego también estaba Lucy. Ella ya sabía lo que él era. Por eso no podía tener amistades fuera de allí, por ello no debía tener sentimientos hacia nadie. Los devoradores consumían almas, excepto entre ellos. Y Yuri, Sting y él lo eran. Sólo que su condición era distinta de los dos primeros, él no era normal. Había algo malo en él. Y era algo que había costado la vida de lo que más amaba. Era un monstruo en toda la regla.

•••

Natsu gruñó cuando un movimiento insistente lo fue despertando. Estaba muy cómodo dormido. No había tenido una gran noche royendo un hueso entre los colmillos sólo para entretenerse, como un maldito perro. La comparación que su mente le envió le habían hecho triar el hueso y buscar algo más decente en la desierta cocina; pero nada llenaba su apetito. Se dio la vuelta en su cama, quedando de costado en una de las orillas, y el movimiento persistió... cercano, como si alguien saltara en el colchón. Frunció el ceño y tanteó con una mano la almohada a su lado. No había nadie allí. La pereza no le permitió abrir los ojos.

—Sting, si eres tú te voy a... —Un brinco a su lado hizo que terminara cayendo al suelo por el rebote del colchón. Molesto se incorporó, listo para partirle la cara al chistoso. Pero su mandíbula se desencajó por completo al ver a la persona que saltaba divertida en su cama como si fuera suya. ¡¿Qué hacía allí dentro, en su habitación?!

—Soy Lucy, General Bobo —rió la gitana, parando de saltar. Natsu seguía helado, no creyendo que ella estuviera allí. Lucy se encogió de hombros antes de volver a saltar, haciendo rechinar los resortes por su peso. Divertida siguió brincando hasta caer acostada, exclamando alegre—. ¡Es tan cómodo!

—¿Qué... Cómo... Cuándo...? —No podía articular nada bien. Se suponía que estaba en el castillo, en su habitación. ¿Qué hacía ella allí?

—¿Qué? ¿Loke te comió la lengua? —preguntó antes de soltarse a reír, como si hubiera dicho el mejor chiste de todos. Dándole la espalda mientras se acomodaba en el colchón. Miró su espalda cuando algo en ella llamó su atención. En los omóplatos, habían tatuadas un par de alas extrañas, de complicados pero bellos tatuajes tribales. Y toda ésta estampa era ligeramente dorada; simulaba que el tatuaje era una especie de diamante, casi irreal por la belleza del mismo. Ya hasta podía decir que era como tener un diamante incrustado en la piel; y sin embargo, estaba seguro de que no había ninguna piedra preciosa allí, no por la manera en que ella se movía con tanta facilidad.

—¡Oye! A mí no me metas —bostezó un perro un tanto grande, subido sobre el asiento donde solía dejar su ropa. Normalmente era ordenado y casi se volvía loco al ver el desorden de su habitación. Lamentablemente estar vigilando la ciudad le quitó el tiempo para asear su cuarto. ¿Qué hacían esos intrusos allí? Es más, ¡¿qué hacía un chucho pulgoso sobre su ropa?! Fantástico. Apenas despertaba y estaba por estallar cual volcán. Invadían su privacidad y no lo dejaban dormir—. Por cierto, hombre, deberías aprender a poner en orden tu ropa, estaba toda hecha bola en tu armario.

—¿Disculpa? —preguntó atónito por dos cosas. Una: el perro habló, juraba que el golpe lo despertó y no estaba alucinando. Dos: ¡¿qué tenía que estar revisando su armario?!

—Sí, digo. Tendrías más espacio si hicieras eso —siguió el can antes de recostarse en su lugar. Natsu se dio un golpe con el puño en la mejilla para saber si estaba verdaderamente despierto. Cerciorándose de ello cuando sintió el dolor. Sí, había visto y vivido cosas raras. Pero, ¿un perro hablando? Eso era nuevo.

—¡Cállate Loke! No le hagas caso, Natsu, siempre quiere tener todo en orden. A mí todo el tiempo me regaña. —Lucy restó importancia con gesto aburrido hacia el animal, volviendo a lo suyo. Natsu se puso de pie al verla demasiado callada, viniendo de ella y en lo poco que la había tratado, eso no era bueno. Se incorporó, entrecerrando los ojos y tratando de ver qué hacía luego de escucharla pasar una hoja. Pudo jurar que estaba por salir vapor de sus orejas por la ira.

—¿Se puede saber qué haces con eso? —arrastró las palabras con los dientes fuertemente apretados. Ella tenía su cuaderno, donde dibujaba cuando el sueño no llegaba. Más molesto se sintió cuando Lucy no se giró siquiera.

—¿Tú los dibujas? Son muy lindos. —Escucharla decir aquello cesó su ira un momento, antes de que volviera cuando ella leyó la leyenda de uno—. «Hasta el corazón más duro, se derrite en los brazos de la persona indicada».

Natsu abrió los ojos con horror. Esa loca secuestradora e invasora de la privacidad no podía ver el dibujo que seguía de esa leyenda. Ella no podía ver lo que dibujó la noche pasada. Antes muerto.

—¡Dame eso! —Sonrojado a más no poder le arrebató la libreta. Se suponía que la tenía bien escondida para que ni el metiche de Sting la viera. No sabía que también tendría que tenerla a prueba de gitanas.

—¡Espera! —La rubia alzó ambos brazos al frente, con una seriedad que no vio en ella antes. Esa fue razón para detenerse y verla con una ceja arqueada.

—¿Qué? —Ya no sabía qué esperar de aquella niña.

—¿Ya la encontraste?

—¿Qué cosa? —Las orejas de Loke se movieron, y el can dirigió su vista a ambos, viendo al pelirosa con cierta desconfianza. Lucy estaba loca, él lo sabía mejor que nadie. El problema era que, cuando a esa loca se le metía algo a la cabeza, ni los mismos dioses podían hacerla cambiar de opinión.

—A la persona indicada. —La pregunta lo sorprendió, y le hizo esconder más el rostro. ¿Qué se traía ella? Iba a responderle pero la puerta se abrió de golpe y Jellal hizo aparición.

—¡Lucy, tienes que ver...! —El peliazul se detuvo al observar al pelirosa. Su mirada marrón se volvió terrorífica cuando analizó la situación—. ¿Qué sucede aquí?

—¿De qué hablas? —quiso saber Lucy confundida.

—Hablo de que ése tipo sólo trae los pantalones puestos. —Jellal apretó un puño, pues empezaba a sentir fuego en las yemas de sus dedos—. ¿Qué intentas hacer con Lucy, eh?

—¡¿Qué?! —Natsu no podía estar más indignado por aquello que ese gitano insinuaba. Él dormía así, no era su culpa que invadiera su habitación. ¡Entrometidos! Su humor empeoró –si es que todavía era posible– cuando los ojos de Lucy bajaron de su rostro a su torso desnudo, para luego sonrojarse y cubrirse la cara con las manos.

¡Ops! —rió nerviosa.

—¡Fuera de aquí! —demandó en un furioso bramido.

━━━★━━━

Continuará...

N/A:

¡Hola! Espero sea de su agrado ^^. No tengo mucho que decir, excepto mostrarles lo que hice en photoshop para ponerlo en cada capítulo de la historia original :"v <3

Nos leemos. XD.

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