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✨Capítulo 5.✨

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Estaba en la nada absoluta, donde la consciencia no tenía lugar y los pensamientos no gobernaban; hasta que lentamente, llegaron, llenando ese vacío. No oía, ni siquiera una suave brisa. Tampoco podía oler a su alrededor; no percibía absolutamente nada. Y aquello lo alarmó. Se suponía que ya estaba despierto. ¿Qué sucedía con sus sentidos?

Intentó determinar dónde se encontraba o por qué tenía el cuerpo adormecido. Pero después de esperar unos cuantos minutos y seguir sin ser capaz de percibir algo, su palpitar aceleró un poco más. Logró mover los brazos aunque, al intentar levantarlos, sintió un frío metal envolviendo sus muñecas impidiéndole elevarlas. Allí fue cuando pudo abrir los ojos. Quizás fue el susto, o simplemente su cuerpo se decidió a obedecerlo. Estaba prisionero, inmovilizado. ¿Por qué? ¿Cómo?

«¡Ya basta!», escuchó un pequeño eco surgir desde las cenizas de su memoria.

Intentó controlar el ritmo de su respiración cuando ni siquiera pudo levantar su cabeza. En su campo de visión, se veía sentado, con un par de grilletes que lo sostenían a los brazos de la silla donde estaba. ¿Cómo pasó eso? ¿Qué sucedió antes? ¿Cuál era su último recuerdo? Esas preguntas se repetían sin descanso en su cabeza. Sintió una sensación que creía haber olvidado, y le hacía volverse vulnerable en ciertos aspectos. Por más que trataba de recordar la razón por la cual estaba en tan extraña situación, su cabeza no le daba pistas.

«¡Mavis, corre!», una voz infantil resonó en sus oídos. Muchos otros le siguieron, haciéndolo desear poder cubrirlos. No quería oírlos. Estaba más ocupado pensando por qué sentirse así de perdido le parecía un dejá vu.

«No de nuevo», pensó, sintiendo un sudor frío bajarle por la espalda cuando una puerta sonó a lo lejos y los pasos llenaron el lugar; y aunque eran suaves, poco a poco recobraba la sensibilidad en sus oídos. Alguien se acercaba. ¿Era su captor? ¿De quién se trataba? Era horrible despertar y tener la mente en blanco.

«¡Natsu, ayúdame!», ¡esa maldita voz que sólo le traía pesadillas!

Una mano tocó su hombro y saltó del susto, queriendo escapar y preso de los recuerdos. Gruñó con fuerza, girándose y mostrándole los colmillos en su dentadura a la persona que retrocedió de golpe, apartando las manos. Fue un impulso por sentirse amenazado, como un animal presintiendo el peligro. Y sin embargo, detuvo su amenaza e intentos de librarse cuando vio a la gitana que había visto por última vez antes de llegar allí. Lucy. ¡Esa...! Se inclinó hacia atrás, deseando golpearse la cabeza con algo para desquitar la ira que le llenó al verla. Recordó entonces, ¿qué se traía esa loca? ¿por qué...? «Esperen..», frunció el ceño. ¿Esa chiquilla lo dejó fuera de combate? ¿Qué había sido lo que le sopló a la cara? ¿Eso mismo era la cosa culpable de tener los sentidos dormidos? Salió de sus pensamientos y apartó sus preguntas al verla retroceder, casi tropezando.

—Lo siento, no... no quería asustarte... —Se disculpó Lucy con voz temblorosa, sin dejar de retroceder al ver sus caninos. Él veloz cerró la boca, maldiciendo su mala suerte. ¿Y ahora qué le inventaba? «Oye, me limé los dientes.» Bajó la cabeza, eso era estúpido incluso en su mente. Se suponía que nadie debería saber sobre su condición. Nadie que no fuese el rey o Sting. Pero la excusa que su mente le dio por poco le hizo reír. Sí, ella tampoco podía ser tan tonta y tragarse el cuento. Aunque... había personas que nacían con dientes parecidos a colmi... ¡No! Él no tenía que responder dudas, sino ella. Ella fue la que lo secuestró en primer lugar.

—Yo tampoco... —suspiró, cuidando de no mostrar los caninos al hablar. Había aprendido a hacerlo y así estos pasaban desapercibidos. Eran confundidos como unos dientes más. Lucy no se acercó, seguía viéndole con pánico. No se sintió mal, ¿qué le quedaba hacer? Después de eso, no podía permitir que la gitana anduviera hablando de más. Sola se metió en problemas. ¿Sería que Erza decidió actuar ya? ¿O los gitanos lo hacían por su cuenta? La verdad era que desconfiaba de todos, y estar en ese momento, capturado por uno de ellos, aumentaba sus teorías sobre un conspiración que no sabia si realmente existía. Tiró de los grilletes, fingiendo estar atrapado. Trataría de escuchar, sólo por esa vez—. ¡Oye! ¿Fuiste tú la culpable? Libérame.

Golpeó el suelo con el pie intentando llamar la atención de la achocolatada mirada, perdida en algún punto. Genial, ya la traumó.

—¡Lu...! —La gitana le cortó con su susurro, su voz sonó muy baja. Pero fue como si se lo hubieran gritado a la cara.

—Devorador... —Natsu sintió la sangre abandonarlo al oírla, por lo que de inmediato buscó una excusa para lo que ella había visto. No, ¿por qué sabía sobre esas cosas? Era imposible que esa niña supiera de la existencia de tan aborrecibles seres, y si era así, ¿cómo?— eres un devorador...

—No lo soy. Olvida lo que viste, yo...

—No. Eres un devorador. No mientas. Por eso tus colmillos... —Lucy no podía salir de su asombro. Jamás sabía callarse, pero ése hombre al frente suyo le enseñó cómo. ¿Devorador? ¿En serio? No, no y no. ¿Por qué él? Se dio la vuelta, dispuesta a salir de allí lo más rápido posible. Ahora podía entender las ridículas ganas que tenía de patear algo, él tenía un maldito devorador viviendo en su cuerpo. Los devoradores y ella eran enemigos por naturaleza; ambos diseñados para exterminar al otro. Volvió del caos en sus pensamientos cuando escuchó al General intentar soltarse.

Él en cambió planeó que no podía dejarla salir de allí. Dondequiera que estuvieran. Si ella lo delataba, habría serios problemas. No, eso era decir poco.

—¡Espera, puedo explicarlo! No soy devorador, si lo fuera te habría atacado la primera vez —¿Por qué se molestaba en repararlo? Sería muy sencillo acusarla de alguna fechoría, encerrarla y listo. ¡Asunto resuelto! Era el General, y guardia de la familia real; podía hacer eso y mucho más y nadie podría detenerlo. Pero no lo hizo, no era así.

—Podrías intentar engañarme... —Lucy se replanteó la idea de entrenar. ¿Por qué no lo percibió antes? Oh, claro, porque sus poderes eran una caca. Eso. Incluso sabía que era echarse la soga al cuello al quedarse y escucharlo, incluso al hablarle.Erza ya la habría medio asesinado si la viera. Era un devorador el que tenía al frente, por naturaleza, su enemigo. «¿Por qué él, se lamentó de nuevo. Su instinto era como su suerte: nulo.

— No, si de verdad fuera lo que dices habría consumido tu alma cuando te atrapé —deseó darse una patada allí mismo. Con esas palabras sólo le hizo ver a ella que sabía de lo que hablaba. Buscó las palabra adecuadas antes de continuar, ya metió la pata. Ni para qué mentir; notó que ella quería respuestas. Pues él también. De nada le servía fingir demencia—. Si fuera devorador, te hubiera matado ya. Sabes que esas sombras sólo atacan sin pensar y buscan cuerpos con los cuales pasar desapercibidos, pero no duran mucho tiempo dentro de ellos.

La rubia se mantuvo silenciosa, viéndole con desconfianza y alerta.

—Te diré algo, puedo verlo. Me estás mintiendo, quizás no se muestre... pero hay un devorador en ti —aquello lo dejó helado. ¿Ella podía verlo? ¿Qué clase de chica era? Oía rumores de que los gitanos conocían sobre la magia —una de las cosas por las que eran rechazados por gente supersticiosa—. ¿Tanto era su poder? ¿O había algo más oculto? Recordó la segunda vez que ella lo arrojó al agua, cuando cayó junto con él. La gitana le habló mentalmente. No podía dejarla ir. No lo pensó dos veces, y tiró con suma fuerza de sus brazos, rompiendo el metal que le aprisionaba las muñecas. Cuando Lucy quiso escapar, la acorraló justo en la puerta, impidiéndole siquiera tomar el pomo. La observó fijamente, y ella le devolvió el gesto con la misma intensidad; los dos estudiándose en silencio.

—¿Cómo lo sabes? —exigió saber, luego de largos segundos. Jamás se topó con alguien que supiera magia, es más, los evitaba a todo costa. La ley de Yuri —que constaba principalmente en prohibir esas artes—, él la aplaudió en su momento. Lucy no era normal, eso le quedó muy claro.

—Intenta algo y te haré daño —le advirtió la fémina, acercando su mano a su torso descubierto. Su palma comenzó a brillar. Él sonrió ligeramente, sin retroceder. Se movió, como un animal al asecho, rodeándola, y sin perder la conexión con sus ojos. Y se sintió victorioso cuando fue Lucy la que estaba contra la pared. Veloz estampó ambas manos a los lados de su torso, encerrándola. Ella separó ligeramente los labios, más no emitió sonido alguno.

—Intenta gritar y ya verás —fue su turno de advertirle. Odiaba que lo amenazaran. Lucy le miró con algo parecido miedo, por lo que se obligó a tranquilizarse. Vaya embrollo en que se había ido a meter.

—Tú tienes la culpa. Se suponía que yo no tenía que estar vigilando al pueblo. No era mi tarea. —comenzó a renegar, olvidando su paciencia—. Y luego tú, molesta, vienes a enfadar para luego... ¡No tenías que saberlo! ¿Quién eres?

—Un ángel —Lucy no tuvo intención de ocultarlo. Él era un devorador; y ella, posiblemente, su verdugo. La sola idea le revolvió el estómago.

—No necesitaba que alguien lo supie... —siguió, hasta parpadear confundido por lo que había escuchado. Volvió la mirada a ella, que lo observaba de forma atenta con sus grandes ojos—. ¿Qué?

—¿El devorador tiene o no el control? —evadió ella, su palma aún brillaba, y la posó sobre su torso, en la abertura de su abrigo. Natsu gruñó con fuerza y retrocedió de golpe cuando sintió como si le hubieran pegado un metal ardiendo a la piel. ¡¿Qué le hizo?!

—¡Oye! —reclamó—. ¡Eso duele! ¡¿Por qué...?!

No pudo seguir cuando Lucy le saltó encima, rodeándolo con los brazos y tirándolos a ambos al suelo. Decir que se aterró por su efusividad, era decir poco. Se llevó la mano tras la nuca, lanzando maldiciones. Se golpeó al caer.

—¡No lo eres! ¡No has cedido! ¿Cómo le hiciste? Normalmente los devoradores consumen el alma de la persona que quieren usar como recipiente, pero tú no. Si fueras devorador no habrías sentido dolor, ellos son... parecen muertos, no sienten nada! —Natsu intentó apartarla, pero ella, simplemente no lo soltaba, casi subida sobre su cuerpo. ¿No conocía el espacio personal? Porque de verdad lo necesitaba en esos momentos—. ¡Anda, dime!

—Si pudieras quitarte de encima —no le gustaba el hecho de que estaba casi sobre su cuerpo. Lucy se levantó, enrojeciendo pero sin quitar su sonrisa alegre. Bien, lo comenzaba a asustar. Una sensación familiar lo embargó, y por un momento sólo la observó. Su manera de sonreír tan despreocupadamente le recordaba mucho a...

—Aún así eres muy raro... —Casi se echó a reír. ¿Ella diciéndole a él raro? ¡Que se viera al espejo! No era él a quien le brillaban las manos o secuestraba gente porque sí. Lucy miró los grilletes que el general había roto con un movimiento—, y fuerte.

—Eso pasa cuando compartes tu cuerpo con un devorador. —Al menos ella ya no parecía asustada o dispuesta a acusarlo. Más no se fiaba. En cambio, ¿por qué le hablaba? Allí es cuando deberían usar su rango para deshacerse de los problemas de una vez por todas. Eso sería lo mejor.

—¿Eso haces?

—No puedo expulsarlo y tampoco pienso ceder. Es bueno sacar provecho de la situación —y aunque no estaba lejos de la realidad, él no le diría la razón de ser así. La miró un momento, y Lucy —como aquella vez en el agua, bajo el bote— le saludó sonriente. Se contuvo de sonreír, eso le causó algo de gracia—. Además...

—¿Sí?

—¿Por qué mierda te estoy contando todo esto? —¡Listo, ya dijo lo que pensaba! Ya podía morir en paz.

—Porque es bueno hablar.

—Ajá... entonces, ¿a qué se debe el secuestro? —Comenzaba a ver el lado cómico de la situación. ¿Ella sola hizo todo o alguien le ayudó? No parecía el tipo de persona que pudiera soportar mucho peso, y él no era precisamente una pluma. Y no, no era que estuviera gordo, al contrario, le gustaba mantenerse en forma. Ejercicios era su pasatiempo cuando estaba aburrido. No se la imaginaba cargándolo.

Lucy se encogió de hombros, antes de sonreír culpable y soltar a reír nerviosamente.

—No fue secuestro, sólo... Erza iba a por ti. Y conociéndola, iba a pelear contigo. Así que... te traje aquí. —Natsu negó incrédulo ante eso.

—¿La Comandante?

—Sip.

— No le tengo miedo. —Como si fuera a tenerle miedo a aquella mujer tan molesta. Erza podía incendiar todo si quería, pero no le tenía miedo. Gustaba de provocarla con sus comentarios cada vez que tenían el desagrado de cruzarse en el camino de otro, y aunque no eran muchas veces; todas, y cada una de las ocasiones, él terminaba sonriendo y la Comandante revolcándose en su ira.

—Deberías, la última vez que Gray y Jellal dijeron eso... —Lucy se estremeció, recordando algo que sólo ella vio—, no se pudieron levantar en una semana, además de que les dio un resfriado muy fuerte por...

— ¡Alto, alto! ¿Quiénes son ellos? —¿En serio ella contaba todo a completos extraños? Conocía a personas así, y nunca pudo entender porqué lo hacían. ¿No sabían lo expuestos que quedaban a cualquier tipo de crimen? O siquiera... Bueno, no era problema suyo. No se quebraría la cabeza por ello.

—¿Quién? —Natsu rodó los ojos por su despistes, se contuvo de golpearse la frente.

—Grayy Jellal, ¿son gitanos o tienen algo que ver con la Comandante? —Pues ya que ella soltaba la sopa, ¡a sacar provecho! No le importaba comportarse así, tenía su objetivo claro. Le daban igual los gitanos o cualquier otra persona; pero estos últimos se estaban comportando extraños. Lo que había en su cabeza era el hecho de que si ellos tenían demasiado rencor, irían contra la corona, y si Erza estaba con esas personas... Él tendría que intervenir.

No dejaría que hubiera una guerra. Yuri le había dado una pequeñísima parte de lo que perdió, y estaba agradecido, lo cuidó cuando estaba solo. No le daría la espalda permitiendo un levantamiento en su contra.

—Ellos son igual que yo... —miró a Lucy, que estaba sentada en el suelo, con las piernas cruzadas y jugando con sus manos.

— ¿Y tú eres? —Por más que intentó, extrañamente no recordó la palabra que le dijo minutos atrás. ¿Qué pasaba con su cabeza?

—Ya lo dije, yo soy un án... —Lucy calló cuando un fuerte golpe, proveniente de la puerta, la asustó. La madera fue golpeada con suma fuerza y rápidamente despegada del marco; y eso último provocó que saliera volando, yendo en dirección a la joven rubia que permaneció estática. Natsu llegó a su lado en un movimiento, poniendo el brazo para detener el fuerte impacto.

—¡Mierda! —Maldijo cuando el condenado objeto le causó un corte en el brazo, luego de detenerlo con el mismo. «Al menos no la golpeó», suspiró internamente aliviado. Y de inmediato la soltó al verla muda, pues estaba cerca suyo. Ops, ni cuenta se dio del momento en que la agarró para apartarla. Miró en dirección a la entrada, localizando a la persona que, con una poderosa patada, había enviado a volar la puerta. Una sonrisa burlona se formó en su rostro cuando vio la ira de la mujer que bajó el pie. Se creía los rumores, ella era peligrosa. Pero seguía sin darle miedo.

—Te encontré, Novato. —Le dijo ella con fingida diversión. Ya no le importó que Erza lo reconociera; a pesar de que nunca antes le había visto la cara. Lucy lo llamó por su nombre, cuando no recordaba habérselo dicho. Lo que no sabía, era que la misma pelirroja era la culpable.

—Felicidades, Monstruosa.

•••

Sting caminaba por los pasillos de su hogar, buscando qué hacer. Había perdido de vista a Natsu y no quería salir solo. Una idea cruzó su mente, pero rápidamente la descartó: quería ver a su padre. Pero sus deseos traicioneros lo llevaron por largos corredores, a través de muchas escaleras. Sabía que luego podía arrepentirse, y aún así siguió buscando su objetivo hasta encontrarlo, o al menos, localizarlo.

Miró con pesar las enormes puertas llenas de grabados antiguos, donde sabía, el rey descansaba la mayor parte del día. Él sabía la razón, Natsu igual. Tembloroso levantó su mano, quería charlar un rato, pero no tuvo el coraje suficiente para tocar. Nunca lo tenía. No después de... de eso.

Suspiró cansado, sintiendo una tristeza que cada vez lo hundía más y más. Y antes de arrepentirse, siguió su camino por el pasillo.

—¿Sting? —Se detuvo de golpe, con el corazón incrementando su palpitar, atento por volver a escuchar aquello. Su mente ya le había jugado muchas, no quería otra decepción. No quería creerse de nuevo que su padre lo llamaba—. ¿Hijo, eres tú?

—S-Sí, soy yo. —No pudo evitar la emoción en su voz, se acercó a la puerta, esperando. Entrar sin tocar estaba mal, o sin esperar la señal para hacerlo. Era descortés.

—Ven aquí un momento.

Obedeció la orden, entrando a la habitación. Se sorprendió por su escasa iluminación, más no dijo nada. ¿Eso qué importaba? Su visión le ayudó a ver que su padre descansaba en su cama. Cerró la puerta atrás suyo, sabiendo lo que el rey detestaba la luz interna del castillo. Muchos podrían pensar que Yuri era un hombre ya mayor, quizás con canas y arrugas; tal vez con la voz gastada por la edad. Pero verdaderamente, era un hombre aún conservado, que haría creer a cualquier que pasaba por sus treinta y tantos años. En apariencia, sólo unos cuantos años mayor al general. Entonces, ¿por qué se hallaba postrado en una cama? Nadie se atrevía a preguntarlo, porque no obtendrían respuesta, así como tampoco oportunidad de volver a decir algo.

—¿Sucede algo? —preguntó cuidadoso, sin acercarse mucho. Otra cosa que odiaba Yuri, era que su hijo fuera un pegajoso. Y a él, le había costado aprenderlo.

—¿Tiene que suceder algo para que pueda ver a mi hijo? —Aquellas palabras le conmovieron, y una sonrisa cruzó los labios del joven. Le hacía recordar los tiempos donde su padre aún lo cargaba para jugar—. Pero sí, ¿dónde está mi soldado favorito? Natsu no ha venido a visitarme, me siento un poco solo.

Aquella declaración fue como un balde de agua fría para su ya dañada autoestima. Sting no dijo nada, sólo se quedó callado. Guardó aquellas palabras en su mente, repitiéndolas como si fuera un mal chiste. Claro, el rey quería mucho a Natsu, siempre alababa sus hazañas —unas que él nunca vio— y el hecho de que era un poderoso guerrero. Comparándolo todo el tiempo con él, con su hijo.

—Sting, te hice una pregunta. ¿Dónde está Natsu? —repitió más serio el rey.

—No lo sé, dijo que tenía unas cosas que hacer... —musitó, reteniendo las lágrimas que poco a poco nublaban su vista.

—Entiendo, siempre tan responsable. Deberías aprender más de él, sabe mucho de cómo pelear y, sinceramente, pienso que ya estás muy grande para que él siga cuidándote —espetó Yuri con voz dura, Sting sonrió, sin levantar la mirada.

Ya iban de nuevo.

Odiaba que lo comparara con Natsu.

Ambos eran diferentes, ambos tenían distintos pensamientos. No lo sabría de Natsu, pero él todavía tenía sentimientos. Amaba a su padre, y lo dañaba terriblemente que él prefiriera a alguien que ni era de su sangre siquiera. Está bien, él también quería a Natsu, pero... ¿Compararlos? ¿Por qué esa necesidad? Sólo servía para destruir ideas y sueños, comparar personas, sentimientos o pensamientos, eran ridículo. Una estupidez a su parecer. Obvio no se lo diría a su padre.

—Yo... Ya sé cuidarme solo, aprendí a pelear hace unos meses, puedo desarmar a los soldados y sé estrategias... Estuve estudiando mucho... —Las lágrimas empezaron a bajar por sus mejillas, haciéndolo sentir ridículo. Eso no borró la sonrisa de esperanza en su rostro, manteniendo la vista firme hacia su padre—. No soy una carga...

—Claro que lo eres —le expresó el rey, sin cambiar el tono de su voz. Sting retrocedió por el golpe que había sido para él, un dolor emocional—. ¿Sabes la razón por la que estás así? El devorador que hay en ti logró tomarte porque eres débil. No supiste protegerte y ahora tengo que esforzarme en buscar la forma de mantenerte cuerdo. Gracias a ese collar que llevas allí es que el demonio no consume tu alma, niño estúpido. Natsu en cambio, no lo necesita. Él sólo puede contra el devorador en él, no necesita de trucos ni cuidados como tú.

—Por favor... ya basta... Yo no quería, no quería ponerlos en peligro —suplicó, odiando recordar a ese devorador que lo atacó. No sólo uno, habían sido varios y Natsu lo había protegido, pero...

—¿Te duele la verdad? Eres patético, tienes diecinueve años y sigues llorando como un bebé. Eres una desgracia. Por ti es que tu madre murió. —Sus palabras dolían, lo rompían por dentro, se clavaban en su memoria y dañaban su corazón. Y esa última frase, fue la gota que derramó el vaso. Sting se dejó caer al suelo cuando un intenso dolor asaltó su pecho, justo en el corazón, impidiéndole respirar con calma.

—Yo no maté a mamá, ella... ella estaba delicada de salud. —Eso le habían dicho, no podían mentirle. No.

—Fueron mentiras, eras muy pequeño para decirte la verdad. Sorpresa Sting. —Un fuerte puñetazo fue asestado en su mejilla. Aturdido alzó la mirada, encontrando que su padre se había levantado, en sus ojos estaba marcada la crueldad pura. Retrocedió cuando lo miró acercarse. Acarició su mejilla lastimada, donde le había pegado. Le dolía.

—No dijiste eso... dijiste... dijiste que mi madre...

—Tu madre murió por tu culpa, Natsu tiene una cicatriz que tú ocasionaste, por ti todos sufren. Sólo traes desgracias, por ti yo... —Sting gritó en negación, cubriendo sus oídos, desesperado. El dolor en su pecho se intensificaba y sabía que el devorador en su cuerpo pedía salir. Aprovechaba ése estado vulnerable.

— ¡No sigas por favor, no, ya basta! —Imágenes terroríficas de todo lo que él había ocasionado llegaban a su mente, dañándolo como una intensa marea golpeando en un pequeño navío. No tenía oportunidad. No había paz. No había descanso. No existía el perdón.

—Eres una desgracia Sting, lástima que ahora no puedes morir. Tú mismo te condenaste. Pero... quizás logré hacer que te calles un rato. —El puño del rey se alzó y Sting cerró los ojos cuando el golpe fue directo a él, oscureciendo todo.


━━━★━━━


Continuará...


N/A:

♥Gracias por votar y comentar. Yo me leo todos sus comentarios y cuando puedo los respondo. Si tienen alguna duda ya saben, no duden en preguntar.

Nos leemos \(★ω★)/

|God-Serena|Conejo|

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