✨Capítulo 3✨
N/A: Aquello que esté en cursiva se trata de un recuerdo. Por si las dudas, pregunten, no muerdo. ♥
Los puntos estos → [•••] significan un cambio de escenario. Algo que olvidé mencionar, puesto que los uso mucho.
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La brisa marina le gustaba mucho, era incluso relajante disfrutar de ver las olas que el enorme barco dejaba con su pasar; y es que era todo un espectáculo cuando los animales marinos decidían saltar, mostrando su belleza a aquellos que se detenían lo suficiente a apreciarla. De ser distinta la situación, disfrutaría del viaje. Peinó sus cortos cabellos hacia atrás, cosa que no sirvió de mucho cuando el aire los envió directo a su rostro.
Su expresión apacible cambió al girarse, encontrándose con algunos soldados que —pidió expresamente para aquel trabajo— estaban jugando entre ellos y corriendo por allí. ¿Se creían niños o qué? Su molestia se acentuó en su ceño fruncido al ver como uno de los soldados que, se suponía, debía mantener el orden en el barco, tropezaba y casi caía sobre unos jóvenes. Todo porque un hombre fue más rápido y alcanzó a empujarlo, enviándolo escaleras abajo a propósito. Ése mismo sujeto la miró, guiñándole un ojo, y eso provocó que pusiera los ojos en blanco. Algo que al varón —de ojos marrones— no le gustó.
No. Definitivamente esas no eran unas vacaciones. De hecho, ¿cuándo había tenido unas? Nunca.
—¡Dejen de holgazanear y aprovechen el viento, tenemos que llegar a más tardar mañana por la noche! —Gritó a todo pulmón, golpeando con su pie la superficie del barco donde estaba. Su orden fue acatada de inmediato, y los soldados comenzaron a correr en todas direcciones, chocando unos con los otros. Suspiró cansada, apretándose el puente de la nariz ante eso. Siempre era lo mismo. Pero su actitud mejoró al ver a unas cuantas personas soltar a reír por la cómica escena. Tenía a su alrededor a muchas personas, todas comiendo, pues ya era hora del almuerzo, y entre todos ellos podía distinguir: jóvenes, adultos y unas pocas personas más mayores.
Caminó a través de ellos, cuidando de no pisar a nadie y mostrándose gentil y servicial a los que necesitaran algo. Pero bajo aquella mascara despreocupada, sentía mucho pesar. Todas esas personas tenían una historia que contar: haber trabajo años de su vida en un proyecto que aún no entendía. Tantos meses que pasaron hambre, sin la satisfacción de tener un techo seguro, sin el calor de un hogar, o el cariño de una familia. Ellos estuvieron trabajando duramente, sin saber si algún día volverían o si verían un nuevo amanecer. A eso se redujo gran tiempo de sus vidas. ¿Y qué pedían ellos a cambio? Simplemente volver a casa, algo que le creaba un nudo en la garganta. Aquel deseo, ese bello anhelo se veía plasmado en sus tristes miradas.
Apretó con fuerza sus puños, viendo el océano que se extendía ante sí, todo para tratar de calmar la llama de la ira que crecía dentro suyo. Lo importante era que volvían a casa, ella había ido por ellos. Ver sus caras esperanzadas de volver, las sonrisas y los comentarios de algún hermoso reencuentro, eran suficientes para hacer enojar a cualquiera de aquello que les hicieron. Lo único "bueno" —porque para ella seguía siendo una mierda total— era que durante la ausencia de esos trabajadores, sus familias recibieron como compensación una considerable suma de dinero cada mes. ¿De verdad a eso se reducía todo? ¿Obtener dinero a cambio de separarte de un ser amado? Al parecer, era aceptable para muchos. El dinero podía hacer y deshacer cosas, tristemente, fueran o no correctas.
—¡Comandante! —Le llamó un soldado, siendo empujado por otros dos. Ninguno quería ser el que diera la noticia a esa mujer que se había ganado con su propio esfuerzo aquel puesto tan envidiado por muchos. Algunos intentaron usurparlo, hasta que entendieron por las malas la razón por la cual Erza, también conocida como "Comandante" tenía ése puesto. Era una mujer bella, pero con un carácter de los mil demonios.
—¿Qué sucede? —Se cruzó de brazos, arqueando una oscura ceja y viendo al hombre que rezaba por no hacerla enojar con su "noticia". Los soldados atrás suyo soltaron una risa por lo bajo, hasta que ella los miró y se fueron por allí.
—Hay nubes negras por allá, me temo que una tormenta se puede estar aproximando —vaciló, bajando la mirada a las botas militares de su superior. Luego tragó, rascándose la nuca. Era obvio que todos notaban la tormenta acercarse—. Deberíamos descansar en el próximo puerto. Porque, también necesitamos suministros... se nos han acabado.
Fue escuchar lo último para que Erza avanzara amenazante al hombre, quien palideció de pronto.
—¡¿Y por qué no me dijiste antes, Jet?! —Lo más importante en aquel momento, para ella, era que esas personas que llevaba consigo estuvieran lo más cómodas posibles. Entre ellas, que comiesen todo lo que quisieran, que disfrutasen la paz.
—¡L-lo siento, yo...! —intentó explicarse Jet, retrocediendo al verla avanzar directo a él. Pero miró con sorpresa tras la Comandante, mientras que ella sentía como una mano se posaba en su hombro derecho. El tacto le resultó familiar, por la temperatura extrañamente elevada que esa piel ajena despedía.
—Tranquila, Comandante. Es mi culpa, vengo de revisar el almacén, no me había dado cuenta —explicó una voz justo sobre su oído, con un toque de diversión. Sin levantar la mirada —que había bajado al sentó a esa persona atrás suyo—, hizo una seña para que el soldado se fuera. Cosa que aprovechó el hombre para huir. Respiró tranquila, manteniéndose lo más relajada posible antes de girar, encontrándose con el cuello de alguien, cubierto en parte por un paño. Subió la vista para ver el rostro divertido de un hombre, cuyos ojos de un tono marrón, le hacían rabiar en más de una ocasión. Se dijo que no perdería los estribos.
«Relájate», se animó mentalmente.
—Tu trabajo es estar al pendiente de todo eso, no estas de adorno, Jellal —gruñó Erza, golpeándole el pecho con el dedo índice. El hombre sonrió divertido, mientras la observaba fijamente durante largos segundos; haciéndola parpadear confundida por su mirada, no sabía qué pasaba o lo que pensaba. Hasta que Jellal estalló en carcajadas, provocando que más de uno se girara a verlos. Algunos se contuvieron de aplaudirle al hombre, puesto que, ninguno lo reconocía como parte del ejercito —a pesar de tener el uniforme puesto— era el único que se atrevía a reírse de la mujer justo en su cara. Para todos, Jellal era una persona que no tenía nada mejor que hacer y trabajaba cuando se le diera la gana.
—Inmaduro. —Erza no necesitaba saber la razón por la que se reía. Ya lo sabía, luego de encontrarlo mirando con atención su cabello.
—¿Cabello negro? Pienso que no te va. Ponte el anillo, estoy aburrido. —Jellal detuvo sus risas para mirarla con seriedad. Ahora la que sonrió fue ella.
—No pienso ponerme esa cosa. Es tiempo de libertad que no voy a desperdiciar. Odio el rojo, y no quiero mi cabello así.
—Qué pena. Usa el anillo —demandó.
—No quiero.
—No me hagas repetirlo, Erza —advirtió relajado, avanzando a ella y haciéndola retroceder un par de pasos.
—Lo repites porque quieres, ahora ve a tu puesto que me estas cansando. —Erza se detuvo. No tenía que retroceder sólo porque a ése se le diera la gana.
—Es aburrido fingir que soy un soldado, no hacen nada interesante y sólo compiten por quién será el próximo desafortunado en acercarse a ti. Y es mucho menos interesante si soy el encargado de limpiar el jodido barco.
—Qué pena... Me da igual —rió Erza, fingiendo lástima y usando sus propias palabras para burlarse de él.
—¿En serio? —Esa fue la advertencia final del peliazul antes de lanzarse sobre ella. Erza fue más rápida, agachándose y tomando el tobillo del hombre, alzándolo para provocar que se tambaleara y cayera del barco. Ante eso, no pudo evitar romper en sonoras carcajadas.
—¡Hombre al agua! —Alertó sin dejar de reír, yendo hacia el timón. Hablaría con el capitán para informarle sobre el pequeño percance: debían hacer una parada. Desde allí vio a varios soldados tratando de subir a Jellal de vuelta.
Sonriendo, sacó un anillo plateado de un collar que mantenía oculto, y se lo colocó. Al instante, la pequeña gema transparente que portaba se tornó de un intenso rojo y de inmediato, sus cabellos se tornaron escarlatas. Todos estaban tan distraídos que nadie lo notó, y con ello aprovechó para colocarse una boina que cubría la mayoría de sus cabellos.
«Me las vas a pagar...», escuchó la advertencia de su compañero en su mente. Miró donde los soldados ya lo ayudan a subir, sujeto de una cuerda y completamente empapado. Desde esa distancia, Erza le guiñó un ojo.
«Mira el miedo que tengo».
Erza era la Comandante, encargada de dirigir el ejército del rey Yuri(Apolo)*. Aunque mayormente vigilaba a los soldados y mantenía el orden, además de entrenar junto a ellos. Ahora, temporalmente ocupada en transportar a aquellos trabajadores de vuelta a casa. Las personas que fueron "elegidas" para el proyecto Estrella.
La mujer suspiró una vez todos los pasajeros a bordo bajaron del barco. Tenían que pasar la noche en aquella pequeña ciudad en lo que la tormenta pasaba. No iba a arriesgarse a dejarlos expuestos. Cualquier cosa que viera como amenaza en aquel viaje, era mejor evadirla. Entró al camarote principal del barco, donde rápidamente colocó un pequeño broche en una mesa. Suavemente pasó los dedos por el objeto y un holograma hizo aparición.
—Príncipe Stingt, soy yo, la comandante Erza. ¿Cómo van las cosas por allá? —Comenzó con mucho respeto, esperando que una imagen se mostrara en aquella proyección. Así fue, el príncipe de todo su reino hizo aparición, sonriente y con una pequeña bandita en la nariz.
—¡Hola Erza, por acá todo bien! Fierce hace un buen trabajo, hasta ahora no ha habido problemas. —Erza no pudo evitar la paz que llenó su rostro. Había estado muy preocupada. Puesto que al irse, el caballero y guardia personal del príncipe, había quedado a cargo del ejército y el orden en la ciudad. Y sinceramente, no confiaba en él. Jamás lo había visto, siempre se la llevaba dentro del palacio y cuando ella intentaba conocerle, le evadía. Era un rarito. Aunque, si se habían encontrado en varias ocasiones, y discutido verbalmente. En más de una ocasión, deseó quitarle la máscara que solía usar, para romperle la cara. Así de molesto era.
—Me alegra oír eso. ¿Por qué tiene eso en la nariz? —No pudo evitar preguntar, y se señaló la zona. Se miraba gracioso, pero se contuvo de mostrar su diversión.
—¿La bandita? Nada, es sólo que "alguien" me dio con la puerta en la cara —comentó Sting haciendo énfasis en la persona. Erza arqueó una ceja cuando pudo escuchar otra voz.
—No es mi culpa que estuvieras de entrometido y pegado a la puerta. —Aquella voz... ya la había oído antes.
—Oh, Natsu, de todas formas dolió. Debiste darte cuenta de que estaba tras la puerta. —La Comandante mantenía toda su atención en aquella conversación. Natsu, ése era el soldado. Lo reconoció de pronto, era el "rarito anti-social".
—Me di cuenta. Tienes razón.
—¿Es el Novato? —Quizás no lo había visto, pero ya antes habían tenido encuentros verbales, sin verle la cara; suficiente para grabarse su masculina voz. Ella se burlaba de su puesto, pues era el guardia del príncipe mientras que ella comandaba al ejército. De ahí a que le pusiera su apodo de "Novato". Era gracioso porque se suponía que él tenía más tiempo que ella allí, y aún así tenía un gran puesto.
—Hola monstruosa, ¿ya devoraste a otro hombre? —Aquello le cayó como un balde de agua fría. Él se refería a que si ya había asustado a alguien más. ¡Maldito fuera! No era su culpa que los hombres fueran tan cobardes con ella. Primero se hacían los valientes, y luego no aguantaban ni siquiera un round.
—Mira vejete, deberías tener cuidado con lo que dices —advirtió, acercándose al holograma, segura de que él sí la vería—. No quieras creerte mucho porque ahora vigilas la ciudad, en cuanto vuelva, regresarás a tu puesto.
—Todo tuyo monstruosa, es molesto vigilar la zona.
—Oigan, los dos —llamó Stingt—. Ya tranquilos. Erza, ¿puedo saber cómo van las cosas por allá?
—Tuvimos que desembarcar en un puerto, los suministros se acabaron más pronto de lo que pensé y una tormenta se acerca —explicó, intentando olvidar la ira que tenía contra el hombre de nombre Natsu.
—Ya veo... —suspiró Sting.
—Príncipe, ¿y su padre? —Erza sabía que no deba hacer aquella pregunta. Pero no pudo evitarlo. Vio su error cuando Sting borró la sonrisa de su rostro y su mirada se apagó. Iba a intentar repararlo, pero escuchó una maldición y luego la comunicación se cortó cuando una maño masculina bloqueó cualquier visión. Supuso que Natsu había sido el culpable.
—Eres experta en dañar momentos conmovedores. Un aplauso para ti. —Escuchó una sarcástica voz desde la puerta. Sólo pudo rodar los ojos mientras guardaba el dispositivo de comunicación—. Comandante.
Erza sonrió malvada mientras se giraba a Jellal, su irritante y terriblemente pesado compañero y guardián.
—Y tú eres experto en darme dolores de cabeza.
—Te va a doler algo más sí vuelves a arrojarme al agua —amenazó él acercándose, exprimiendo el agua de sus ropas.
•••
Natsu miró con furia el dispositivo por donde había sido la comunicación con la Comandante, como sí esa cosa fuera el culpable de la tristeza de Sting. Sabía que un aparato no tenía la culpa, más si la mujer que había abierto la bocota a través del objeto. Sus ojos cambiaron su centro de atención hacia el príncipe; la diversión se había borrado de sus facciones y ahora permanecía pensativo, encerrado en sus pensamientos. No le gustaba verlo así. Sting era risueño y un ocurrente, y que una pregunta tan delicada le fuera hecha en aquellos instantes, lo ponía de malas.
—Sting... olvida eso, ella sólo quería saber cómo estabas. —No obtuvo respuesta, pero sí el asentimiento del joven. Gruñó por lo bajo, buscando qué hacer para que volviera su humor—. ¿No quieres salir un rato? —preguntó, sabiendo su punto débil. Lo logró al verlo sonreír abiertamente antes de correr a la puerta como niño pequeño. Para ambos eso era extraño; en primer lugar porque él nunca antes le hizo tal propuesta, y en segundo porque Sting tampoco se ponía a pensar en el primer punto —ni lo mencionaría, no todos los días su guardia se dignaba a salir—. Suspiró, todo por no verlo así.
—¡Vámonos! —gritó Sting antes de correr por los pasillos, listo para algo de libertad. Natsu sólo negó mientras intentaba alcanzarlo. Estaba mojado, debía cambiarse primero. Y rogar por no encontrarse a la gitana de nombre Lucy.
•••
—¿En serio hay tantas personas? —Sting se encontraba viendo todos los puestos que recorrían las calles, acercándose a cada cosa. Natsu sólo agradecía el hecho de alcanzar a ocultarlo. Poniéndole una túnica, no quería escándalos. Y las personas quizás fueran abrumantes al ver a su príncipe entre ellos.
—¿Qué te creías? Los años pasan Sting, la ciudad ha crecido mucho. —Natsu recordó entonces la última vez que Sting había salido del palacio. Había sido cuando todavía podía cargarlo sobre sus hombros, cuando todavía era un niño. Aunque ahora que lo veía bien, parecía uno, viendo y tocando cuanta cosa podía. Obvio que su tamaño era distinto, y no planeaba echárselo a los hombros.
—Pero... Pero... ¡Es tan genial! —El príncipe avanzó apresurado a ver un lugar donde hacían bocadillos. Situados justo fuera de la tienda para que a las personas les atrajese el olor del pan recién horneado y se atrevieran a comprar algo. Tan ensimismado estaba que Natsu decidió dejarlo ver cuanta cosa quisiera. Sting no dejaría de ser aquel niño que una vez cuidó, al cual, también le falló.
***
—¿Seremos siempre amigos? —Quiso saber el pequeño rubio, mientras lo miraba con admiración, dejando de lado el ejercicio de lectura que hacía. Natsu lo miró largos segundos, para terminar negando duramente. El príncipe tenía la inocencia característica de un niño de su edad.
—No podemos. Tú vas a crecer y envejecerás, en cambio, yo no puedo. Ya no. —Aquello era lo que más odiaba de lo que le habían hecho. Lo habían dejado marcado, y maldecido quizás para toda una eternidad.
—¿Y eso qué? —objetó el infante molesto—. No importa la edad, sino el sentimiento. ¿Seremos amigos? Tú eres amigo de papá. ¿Por qué no puedes ser amigo mío también?
Aquello le había llegado como un golpe, el niño le tendía su dedo meñique, queriendo hacer una promesa que no podría cumplir por siempre.
—Olvida eso. Debemos irnos, ya es tarde. —Fue cortante, pero no le quedaba de otra.
***
Ahora Natsu entendía a qué se refería. Mentiría si dijera que no se había encariñado de ése idiota. Al igual que lo había hecho tiempo atrás con alguien, a quien ya no tenía a su lado. Eso era lo malo, la vida no era justa y todo aquello que llegara a apreciar, se perdía.
—¡Sting! —Le llamó, viendo como el "príncipe" —que ahora más parecía marrano con la boca llena a más no poder— compraba unos bocadillos. O mejor dicho, pagando lo que ya estaba tragando. Inhaló hondo, antes de arrepentirse—. ¿Amigos para siempre?
Vio como Sting se quedaba de piedra al ver que tendía el dedo meñique. Se sentía ridículo haciendo aquello. Pero ese chico le había soportado tanta cosas, era su único amigo. El que estaba seguro, ahora no podría perder. No después de lo que les sucedía a ambos. Sting terminó de tragar los pastelillos, y acto seguido corrió hacia él; y en vez de darle el meñique, le abrazó con fuerza, casi tirándolo.
—¡Sabía que me querías! —Fingió llorar de emoción. Natsu sintió su rostro enrojecer de vergüenza por el espectáculo que estaban dando. Ya estaba más incómodo. Había varias personas girándose a verlo. La opinión de la gente tenía tanto valor como una roca, nada. Sin embargo, su vergüenza radicaba en que no estaba para nada acostumbrado a las muestras de afecto tan escandalosas.
—Sí, sí. Ahora, ¡espacio personal! —Exigió, logrando alejarlo.
—Lo siento, la emoción. —Se disculpó el joven, fingiendo una seriedad que en esos instantes no sentía. ¿Qué le pasaba a Natsu? Llegaba de su guardia y hacía cosas que antes no había hecho. Lo miró larga y fijamente. Había algo extraño en él... ¡Pues no le importaba, sacaría provecho de su extraño comportamiento y pasearía por allí!
—Aww, qué linda amistad —Natsu se tensó al escuchar aquello. Esa voz... Ay, no. Adiós paz y tranquilidad. Quizás si cerraba los ojos y se daba la vuel... ¡¿Qué niñerías andaba pensando?! ¡No huía, y menos de una mujer, peor aún, gitana!
Vio a Sting buscar de dónde provenía la voz femenina. Pero él la localizó antes al reconocer el aroma característico de ella: fresas. Aquella gitana escurridiza estaba sentada a unos metros de ellos, sobre un barril y con las piernas cruzadas, viéndoles con una sonrisa.
—Tú... —Natsu ya estaba molesto. Esa chica lo iba a hacer estallar en cualquier instante. Dirigió la vista a Sting, dispuesto a alejarlo de allí, pero éste parecía embobado. Entonces cayó en la cuenta de que estaba viendo a Lucy—. ¿Sting? ¿Sting...?
—Qué linda... —el pelirrosa frunció el ceño. ¿Qué había dicho? Chasqueó los dedos frente al rostro del príncipe, pero simplemente no le prestaba atención. Sting estaba petrificado viendo a Lucy. Tuvo unas increíbles ganas de golpearle el rostro con la palma abierta de la mano y terminar de romperle la nariz de una vez. No le gustaba ser ignorado si daba una orden.
—¿Sting?
—¿Sting? ¿El príncipe? —Lucy se emocionó. Erza le había hablado sobre él, por lo que veloz se bajó de donde estaba y avanzó al chico que la miraba fijamente. Ansiosa tomó su mano para saludarlo de manera efusiva—. Mi nombre es Lucy, Erza me ha hablado mucho de ti.
Sting se sonrojó, viendo la sonrisa de la chica mientras que él le imitaba. Ambos no notaban lo gracioso de sus manos unidas y sacudiéndose con fuerza casi alarmante.
—¿Conoces a Erza? Mucho gusto. —Natsu no sabía quién era más patético. Sting que parecía haber olvidado parpadear o Lucy que fingía no recordar las veces que lo había mandado a bañarse en el puerto, porque eso parecía al tener el descaro de seguirse acercando a él. ¿Se habían puesto de acuerdo para ignorarlo? Debía buscar la manera de vengarse, ella no podía humillarlo y esperar que la cosa quedase impune.
—Erza es muy linda, me contó sobre ti. Dice que te tienen encerrado en el castillo. —El General rodó los ojos al escuchar lo primero. Era definitivo, ése par lo sacó de la plática en sus propias narices. No le importaba. Pero su ceño se frunció al escuchar el último comentario. ¿Qué tanto escupía esa Comandante bocona? Y fue eso mismo, hizo que pusiera atención a la conversación.
—¿De verdad te dijo eso? Bueno, no es mentira. —Sting se encogió de hombros, dando una pequeña risa. Natsu lo fulminó con la mirada. Estaba tratando a esa chiquilla molesta y rara como si la conociera de toda la vida.
—Sí, ella me cuida y me suele contar muchas cosas. ¿No te parece aburrido estar encerrado? Yo no lo soportaría.
—Es muy aburrido, pero mi "guardia" es un holgazán —Mientras que sting andaba quedando bien con alguien que ni siquiera conocía, además de ganarse una paliza por estar hablando de él. Su preocupación se acentuaba en Erza. ¿La Comandante conocía a Lucy? Entonces, ¿era una rebelde? Lo pensaba por el hecho de que los gitanos estaban en eso, contra el rey. Y aunque nunca entendió porqué Yuri se volvió un delicado respecto a ellos, tampoco los defendió. No era como si le interesasen. ¿Habría un complot? Aquello no le sonaba nada bien. Quizás exageraba, pero tenía el suficiente conocimiento e instinto para saber que no todo era color de rosa. Siempre —y había aprendido por la malas— a esperar lo peor.
—¿Qué haces por aquí? —Quiso saber el joven rubio. Natsu estaba seguro de que podía caer un meteorito y el hablador seguiría sin soltar la mano femenina.
—Paseaba un poco. Lo mismo, es cansado estar encerrada todo el día.
—Ni que lo digas. —Sting sabía perfecto sobre eso.
A el General casi le dio un tic en el ojo. ¿Cómo se habían hecho amigos tan rápidos? Sabía la respuesta, Sting estaba desesperado por conocer a personas que no tuvieran nada que ver con la realeza o el palacio. Y eso era porque con sólo ser hijo del rey, casi lo trataban como una especie de dios, y sabía que era algo que no le gustaba. Lucy en cambio, no mostraba mucha sumisión ni en la voz o sus gestos. Para ella era un ser humano más. El problema es que seguía siendo parte de los gitanos, y él no le importaba. Sin embargo, Yuri era otro asunto... Decidió no decir nada, haría como que todo estaba bien. Pero aquello que acaba de escuchar, lo hacía desconfiar de la Comandante. Tendría que poner doble vigilancia a su alrededor.
Claro, no creyó que fingir estar calmado lo llevaría a algo sumamente desagradable. ¿Cómo fue a meterse en ése lío? Bien decían que había que tener cuidado con lo que se deseaba; él quería dejar de estar sin nada que hacer, allí estaban las consecuencias.
•••
El sonido de la flauta y demás instrumentos llenaban el lugar. Los gitanos danzaban en parejas, intercambiándola cada ciertos giros. Sting bailaba alegre, riendo con la chica que recién había conocido aquella tarde. Lucy, muy energética, era quien le guiaba en aquella danza tan movida. Lejos de ellos, en un rincón, Natsu veía disgustado todo. Además de que, de nuevo, tenía la mirada agresiva de varios gitanos. No le parecía divertido tener que vigilar a Sting en medio de toda aquella situación. ¿Qué tal si sus suposiciones eran ciertas? Si los gitanos estaban contra la corona podrían atacar al príncipe allí. Eso lo alertó. Comenzó a desconfiar. ¿Quién decía que Lucy no estaba siendo, en realidad, enviada por Erza? Oh bueno, estaba exagerando tal vez, aunque ella había demostrado una gran destreza para salir huyendo. Debía tranquilizarse. No se veía peligrosa, pero vaya que era irritante. Siempre se la había llevado encerrado en el palacio, cuidando de Sting, y de un día para otro debía vigilar la ciudad entera, y siendo víctima de pesadas bromas. Sólo agradecía que no tendría que ir a las demás ciudades a indagar.
—¡Natsu, ven! —Invitó Sting, al tiempo que cambiaba de pareja, dejando que Lucy se perdiera de su vista. Sin quitar su gesto de molestia se negó. Ya debían irse—. ¡Anda!
—Me niego... —susurró, seguro de que lo escucharía. Empezó a jugar con el mango de la espada que cargaba siempre en un costado. Hasta que un aroma ya familiar se acercó y alguien le tendió una bebida.
—¿Quieres tomar algo? No pareces muy animado —Lucy habló, inclinándose un poco para intentar que le viera a la cara. No subió la vista en ningún instante.
—No, gracias. Estoy esperando a que esto termine para irnos. —Ella no le dijo nada más que emitir un bufido de molestia y marcharse sin más. Por un momento creyó incluso que andaría de insiste como tanto parecía ser, o quizás la había ofendido. ¡Ojalá! ¿Qué caso tenía? No es como si la conociera de mucho. ¿Por qué se debía sentirse mal? Seguramente tragar agua salada le estaba alterando el cerebro, tampoco es como si estuviera muy cuerdo, pero no pensaba disculparse por estar irritado.
Sintió el aroma de Sting y lo miró aburrido. El príncipe estaba incluso un poco sudado por la actividad, lo cual sólo hacía empeorar su —ya de por sí— mal olor. Para él era un poco insoportable, no importaba cuánto pasara, seguía sin acostumbrarse. Seguro era por...
—Oye, ¿por qué no te nos uniste? Es divertido, esa chica es muy linda y muy divertida... —pareció intentar recordar, y sonrió al hacerlo—, ¡Lucy, eso!
—Felicidades. ¿Ya podemos irnos? —No estaba de humor.
—¡¿Ya?!
—Sí, ya es tarde.
—Pero... Pero...
—Pero nada, nos vamos —sentenció el General, sujetando la capa que cubría al príncipe y llevándolo casi a rastras. Se sentía observado, y si era así, tampoco podía exhibirse mientras buscaba; sería mostrarle al enemigo que ya era consciente de que lo vigilaban. Había aprendido a confiar en su instinto, jamás le fallaba.
•••
—¿Lo notaste? —Una voz masculina preguntó a una figura que se encontraba a su lado, sólo unos pocos centímetros más baja; y oculta tras un grueso abrigo, se hallaba una mujer de azules cabellos y mirada melancólica. Ambos estaban en el segundo piso de la taberna, donde la luz no lograba llegar.
—¿Hablas de qué ha estado vigilando todo desde que llegó? —Dio ella en respuesta, viendo curiosa la puerta por donde el príncipe y su acompañante habían salido. Conocía al príncipe por Erza y la fotografía que les había mostrado. Pero el hombre... No estaba segura de si en verdad era su guardia. Debía serlo, ¿no? Les habían dicho que Sting jamás saldría sin él. Y justamente ése día lograron ver por fin en persona al futuro soberano de Crocus, aunque fuera desde lejos.
—No Juvia, se sentó a contar mosquitos —añadió sarcástica la misma voz de hombre. La nombrada se sonrojó con fuerza, quedándose callada un momento. Se apenó de pronto al notar la reacción en ella, y carraspeó incómodo—. Lo siento, es sólo que nada de esto me gusta. Hay algo que no está bien. El ambiente se sintió pesado con él aquí.
—No creo que debamos meternos aún, Erza dijo que sólo viéramos que no se interesara demasiado en su puesto —Lamentablemente, sin saber cómo era físicamente, no supieron encontrarlo entre los soldados. Y además, no llevaba el uniforme que el ejército tan característicamente usaba.
—No es eso, ha estado vigilando todo el lugar como si buscara algo. Ella no contó con que vendrían hasta aquí.
—¿Crees qué...?
—Quiero pensar que no. Porque sí es así, tendremos un serio problema.
—Tranquilo Gray, no debemos sacar conclusiones apresuradas.
—Eso espero...
━━━★━━━
Continuará...
N/A:
Yuri (Apolo en la versión original), aclaro porque aquí en esta historia hasta los nombres tienen "cierta" relación. ¿Spoiler? ¿Dónde? :v Es por si al finalizar el libro deciden seguir leyendo la saga en su versión original. Porque, como ya dije... SÓLO ADAPTARÉ ÉSTE LIBRO
¬u¬ <3
Nombres de los personajes:
Natsu= Okami (alías General Tsundere)
Lucy= Mitzuki (alías la histérica)
Cana= Magissa
Loke= Juno
Erza= Tori
Jellal= Deimos
Gray= Ryo
Juvia= Kiri
Yuri= Apolo
Creo que son los que hay por ahora... ñe.
Nos leemos <3
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