✨Capítulo 26✨
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Si había otra cosa muy notoria en Crocus, era lo marcado que tenía las diferencias de clases sociales. Aunque no tenían problemas de pobreza extrema, o a familias muriendo de hambre, lo que daba aquella impresión de carencia eran las viviendas que se hallaban más pegadas al muro. Estas fueron desalojadas en su momento ante el derrumbe, y con el tiempo los escombros las acabaron sepultando en gran medida y fueron olvidadas. Por ello, para Makarov no fue muy difícil encontrar lo que buscaba, y al divisar la gastada fachada que tenía otro tipo de estructura diferente a lo acostumbrado, supo que había llegado a su destino.
¿Debía sólo tocar y ya? ¿Cómo se presentaría? ¿Siquiera lo recordarían? Decidió que en esos momentos no existían las formalidades y se acercó dispuesto a tocar, entonces un alboroto que se oía en el interior lo alertó y le hizo reconsiderar lo que estaba por hacer. Logró ocultarse justo en el instante en que la puerta se abrió con un estruendo y surgió la figura de la persona que justo buscaba.
—Por los dioses, Jellal, quédate quieto y déjame ver tu herida —rogó Cana, tropezando cuando el ángel se tambaleó y casi se apoyó en ella—. ¿Ves lo que te digo? Déjame ver tu herida.
—Le pasó algo —balbuceó, todo le daba vueltas y tuvo que apoyarse contra el marco de la puerta. Una vez se sintió con la suficientes fuerzas para continuar, dio un par de pasos hasta que su cuerpo colapsó y cayó sin remedio—. Erza... está inconsciente, recibió un golpe muy duro.
Se llevó la mano a la frente mientras la gitana morena gritaba a alguien en el interior del establecimiento para correr y ayudarlo. Makarov decidió que no podía esperar a buscar el momento oportuno para hacer notar su aparición. Salió de su escondite tras uno de los viejos edificios y sin ningún esfuerzo rodeó la cintura del hombre que sangraba en la misma zona donde vio que la Comandante fue golpeada, con su otra mano pasó el brazo del hombre por sobre sus hombros.
—La Comandante Erza fue arrestada y llevada al palacio —murmuró, mirando a Cana con expectación—. ¿Dónde lo dejo? Yo lo llevo.
Cana, incapaz de hablar por la conmoción, señaló el interior del local y se adelantó para guiarlo escaleras arriba. Jellal ya ni siquiera protestaba, y su cuerpo se volvió tan blando que Makarov tuvo que afianzar su agarre. Detrás suyo escuchó pasos apresurados, más no se detuvo a observar a pesar de las expresiones de pánico que se dejaron oír tras sus pasos. Cuando por fin llegó al segundo piso, otra joven de lacios cabellos azules y baja estatura surgió de la habitación a la que se dirigían. Para Makarov fue consciente el momento en que los ojos de la niña se llenaron de un extraño terror al verle, y con algo de renuencia se desviaron al hombre que parecía estar inconsciente en sus brazos.
—Wendy, muévete. Algo le pasó a Erza, Jellal se desplomó hace unos instantes y su frente está sangrando. Intenta contactar a Loke, salieron al mismo tiempo.
Loke. Aquel nombre le resultaba familiar a Makarov, o quizás sólo lo escuchó en alguna parte, se dijo. Acostó al hombre en una vieja colchoneta que la mujer de ropas gitanas tendió en el suelo. Cuando hubo acostado al herido, pareció recobrar la consciencia, y una mirada de reconocimiento hizo cambiar su expresión de dolor y confusión a una de sorpresa.
—¿Makarov? —Jellal le aferró del cuello de la camisa e intentó levantarse—. ¿Eres tu el mayor Makarov? No me digas que ya me morí y eres un fantasma de ese viejo depravado.
—Señorita, no creo que sea tan grave, sigue siendo un gracioso. —Confirmó, levantándose con la rapidez suficiente para que Jellal perdiera el agarre y aterrizara de vuelta a la improvisada cama. Se dirigió entonces a la mujer que le veía con la tez algo descolorida—. Disculpe mis modales, no me he presentado. Mi nombre es Makarov, ex comandante de Crocus.
—Mu-mucho gusto, mi nombre es Cana. Gracias por ayudarme con Jellal.
—Así que tu eres el hombre que provocó que la engreída se volviera más arrogante de lo que ya era —mencionó Wendy con más tranquilidad. A su lado e inclinada sobre Jellal, Cana le dirigió una mirada de reproche—. Genial, permite que te de una patada de agradecimiento más tarde.
—Mueve el culo y haz lo que te pedí —siseó Cana sin dejar de ejercer presión a la herida del ángel—. Bien guapo, vamos a ver qué tanto va a arruinar tu belleza esto. Tranquilo, sé de buena pinta que a mucha chicas les parece atractivas las cicatrices.
—Si me permite —carraspeó Makarov para llamar la atención de la mujer más pequeña—, nunca me sentí tan contento con una decisión como en el instante en que la señorita Erza tomó mi lugar. Desde que la conocí noté la determinación que tenía por servir en el ejército, y yo mismo me ocupé de entrenarla. Claro que tampoco me esforcé mucho, era muy talentosa y disciplinada.
—¿Y, quieres que te de un premio? —Wendy unió sus cejas en un gesto de concentración. Al ver la mirada llena de censura en Cana añadió—. ¿Qué? No me interesa.
—Eres una maleducada.
—Cana, o revisas la herida o te mueves —sentenció Jellal con intenciones de levantarse—. Y por el amor de... hazte a un lado.
Esa fue toda la advertencia que dio para volverse sobre su costado y tomar lo más rápido posible una cubeta cercana, donde solían hechas algo de agua al momento de limpiar los suelos. Expulsó lo poco que comió aquella mañana. Wendy adquirió un tinte verdoso y una mueca de asco fue lo último que mostró antes de correr fuera de la habitación. La gitana frotó con consuelo la espalda del hombre.
—Disculpe, mayor Makarov, ¿cómo conoce a Jellal? —intentó averiguar Cana.
—Sólo dígame Makarov, señorita. En realidad, lo conozco más que nada de vista. Siempre que la señorita Erza iba a recibir entrenamientos o a consultarme algo poco antes de mi retiro, solía verlo siempre cerca de ella. Aunque normalmente discutían.
—Sí, así son ellos —suspiró, dándole un leve pellizco a Jellal en el ala que se ocultaba a modo de tatuaje en su espalda. Él dio un respingo, pero su cabeza no se apartó de la cubeta ante las arcadas que lo estremecían.
Makarov escuchó unas leves pisadas y sintió, aunque casi imperceptible, el aroma de una mujer diferente de Cana o Wendy. Sus ojos se dirigieron a la puerta entreabierta, donde sólo vio un mechón rubio desaparecer, seguida de una mano con las uñas de un tono rosado. Frució el ceño ante el escalofrío que le recorrió la columna.
—¿Se puede saber qué haces aquí, Makarov? —Jellal escupió, usando el dorso de la mano para limpiarse la boca y verlo con seriedad. Cana se puso de pie, prometiendo volver con un vaso de agua para que se enjuagara. Cuando la mujer ya no estuvo a la vista, Jellal se sentó en un intento por recuperar su orgullo herido de verse tan vulnerable y lo enfrentó—. ¿Y bien? ¿A qué has vuelto? Dijiste que te irías porque la gente comenzaba a notar que no envejecías, ¿no crees acaso que ahora será más que evidente?
—Quizás luego debamos tratar estos asuntos sobre... inmortalidad —sugirió cuando escuchó unos pasos apresurados. Jellal, con ojos entornados, tardó unos segundos más en apartar la vista y ver hacía la puerta.
Lo que ninguno esperó encontrar fue a Juvia apuntando al recién llegado con un arma.
—Las manos, donde pueda verlas. Esta arma no es de diseño humano, sí te doy un disparo, te haré un agujero en el estómago del tamaño de tu cabeza.
Makarov alzó las manos con cuidado, mostrándole que no llevaba arma alguna. La única mochila que había llevado se la dio a uno de los cachorros. Le envió una mirada interrogatoria a Jellal, quien tampoco parecía creer que la portadora tuviera esa actitud ante un desconocido.
—Juvia...
—No es humano, Jellal. Pero eso tú ya lo sabes. La verdadera pregunta aquí es, qué es entonces.
—No tengo malas intenciones, lo prometo. Conozco a la Comandante Erza, he venido a informar que fue tomada bajo arresto.
—¿Bajo qué cargos? —Jellal caminó hasta Juvia y tapó el cañón del arma para evitar que disparara. Su mano adquirió un tinte rojizo que provocó a la portadora a apartar el arma de su toque—. Makarov, ¿qué fue lo que viste?
—Un hombre... —comenzó, todavía le costaba asimilar lo visto. Su único consuelo era que no se trataba de nada más que control mental—. El General del rey, la llevó bajó arresto. Ella intentó resistirse, pero la golpeó muy duro y cayó inconsciente.
—...Repite eso —susurró Jellal con voz débil, como si alguien le oprimiera la garganta e impidiera así el paso del aire.
—Estaba inconsciente cuando se la llevaron —explicó sin entender. Entonces los puños de Jellal se cerraron, y su cabello pareció desafiar la gravedad cuando las llamas nacieron en él. Juvia de inmediato se acuclilló y Makarov la inmitó cuando el hombre lanzó un grito de rabia y las voraces llamas se extendieron por toda la habitación en busca de algo qué quemar. Cana, que venía entrando, fue tirada por alguien a sus espaldas y el vaso que llevaba consigo cayó al suelo, rompiéndose y derramando su contenido.
—¡¿Quién lo hizo?! —Jellal se giró a Makarov. El cazador estaba impresionado por aquella muestra de bruta ira. Siempre supo que los ángeles de Marte eran temperamentales, más Jellal era excepción con sus aires bromistas y su coquetería natural. Ahora se veía como lo que en realidad era, un guerrero de Ares.
—Jellal, baja las llamas, nos vas a quemar —exigió Cana, descubriendo a Lucy sobre su espalda para protegerla de las llamas. A su costado, Juvia veía con preocupación el fuego sobre sus cabezas que envolvía la habitación sin salida alguna.
—Jellal, mi sistema de enfriamiento no funciona bien últimamente, por favor —pidió Juvia nerviosa, dejando caer el arma.
Pero el ángel no las oía, sus ojos seguían fijos en Makarov, y la más pura rabia los cubría. Un destello llamó la atención de ambos, el ángel alzó la mano donde un brillo anaranjado nacía a la altura de su anillo, dibujando otro sobre el mismo. Las llamas en Jellal menguaron, y su ceño se frunció cuando observó por sobre el hombro. Wendy entró a la habitación, evitando pisar a las mujeres en el suelo, y con una mano a la altura de su rostro, movió los dedos que expulsaron una suave luz que se dirigió hacia el ángel, penetrando en sus sienes. Los ojos de Jellal cambiaron de tonalidad, y su tensión se esfumó. El ángel de Venus sonrió cuando él aceptó los sentimientos del recuerdo que ella hizo salir a flote.
—Eso es, tú sólo coopera... —murmuró con tono angelical. Los ojos de Jellal se pusieron en blanco, y antes de poder siquiera sostener, una última palabra escapó de sus labios antes de desplomarse a sus pies.
—Pajarillo...
—¿Qué hiciste? —inquirió Cana, incorporándose para acercarse al ángel y revisar que aquella loca no le hubiese matado.
—Sólo lo he puesto a dormir. Todos tenemos un lugar seguro en nuestros recuerdos, porque estos contienen emociones que pueden hacernos reaccionar o incluso perder el control. Tomé esas emociones para calmarlo, es el recuerdo que más atesora.
—¿Tienes poderes mentales? —Makarov no dudó en preguntarlo. Quizás ella podría ayudarles.
—No, yo no puedo alterar memorias o entrar en tu mente. Lo único que hago es tocar recuerdos. Trabajo con las emociones. Si un recuerdo te causa mucho dolor, puedo tomar ese dolor y amplificarlo hasta volverte loco —explicó con una sonrisa maliciosa. Atrás suyo se incorporó la chica que arrojó a Cana al suelo, y tomó el hombro del ángel para girarla y hacer que la encarara. Makarov no podía verla desde su posición, pero fue indudable la energía que desprendía.
Era una guerrera de Artemisa, de la diosa a la que él servía. ¿Sería una de la nueva generación, aquellos que se llamaban ángeles? Pero había algo extraño, su poder estaba muy debilitado. Si lo percibía era más que nada por su cercanía.
—¿Qué emoción usaste para doblegarlo? —Lucy no soltó a Wendy a pesar de la mirada ácida que le dirigió a su toque.
—¿Acaso importa? Al menos hice algo más que tirarme al suelo?
—Wendy, lo hizo para evitar que el fuego me alcanzara —la defendió Cana.
—Contigo, pero dejó expuesta a Juvia, y permitió que Jellal siguiera expulsando poder aún cuando él contrato ha sido desactivado temporalmente. Y todos los ángeles aquí sabemos lo peligroso que es usar poder cuando nuestro portador no está para ayudarnos a contenerlo.
—No le estás haciendo daño, ¿verdad?—insistió Lucy, inclinándose un poco para estar a su altura. Wendy se enfadó ante eso. Era la de más baja estatura entre ellas, y odiaba profundamente que se lo recordaran con gestos como aquel.
—Y si así fuera, ¿qué? —Wendy ladeó la cabeza, y aquel simple movimiento le permitió a Makarov ver el rostro del ángel de Luna.
La sangre dejó de correr en su cara y sintió que el mundo entero se le caía encima. Un vacío abismal nació a la altura de su estómago, y el nudo en su garganta se volvió tan doloroso que sintió jamás podría liberarse de el. Sus pulmones ardieron exigiendo aire. Incapaz de decir algo, se puso de pie, ganando la atención de la culpable de su actual estado.
—¿Se encuentra bien? Se ha puesto muy pálido de pronto —Lucy olvidó a Wendy y caminó hasta el hombre que despedía la misma energía de Loke. Estaba aterrada de tenerlo cerca, no iba a negarlo, pero su carácter no le permitía dejarlo allí al ver lo mal que parecía sentirse. Makarov retrocedió de inmediato.
—Sí, sólo... ha sido la sorpresa de ver a un ángel de Luna —mintió. Ya antes vio ángeles de Luna. Pero no a ella. A ella no.
Lucy se quedó quieta de pronto. Echando una mirada a Juvia quién asintió.
—Él sabe lo que somos, y según Jellal tampoco es humano. Erza una vez me dijo que era de confiar, pero que se aparezca de la nada no me da incentivos para ello.
—Tenía otros asuntos, pero me he encontrado con esto... —admitió. Loke. Ahora recordaba ese nombre. ¿Dónde estaba ese maldito cazador? Lo iba a descuartizar. Lucy le dio la espalda, y por el corte de su blusa a los hombros fue capaz de ver el inicio de un par de alas tatuadas en su espalda alta. Así como un extraño tatuaje tras el hombro—. Soy un cazador de Luna. Uno de los canes de caza de la diosa Diana. Creo que ustedes la conocerán como Artemisa.
Lucy, que ayudaba a Cana a levantar a Jellal, le echó una mirada cautelosa. Makarov no podía dejar de verla, ¿ella sabía algo? No. De ser así, sería otra su actitud, no aquel recelo. Conocía esa mirada de cuidado, por lo que se apresuró a arreglar la tensión que ella mostraba hacía él.
—Evangeline*, disculpe. Conozco el recelo de las doncellas para con los canes, le aseguro que yo no...
—Yo no soy Evangeline* —le cortó con un tono que nadie había escuchado en ella antes. Wendy la miró incluso con sorpresa. Makarov deseó no haber hablado—. ¿De dónde ha sacado eso?
—Ha sido un error mío, me pareció... la confundí con alguien más. —No, imposible. Estaba seguro de que ella era Evangeline*. Maldita sea, el mismo aroma, la misma voz, incluso la misma apariencia. Su recelo se volvió mayor, y ella se alejó de él con mayor rapidez.
—Cana, iré a buscar a Loke. Yo no confío en otros cazadores, lo siento.
—Eso fue raro —admitió Wendy, peinando una de sus coletas y mirando a Makarov con curiosidad—. ¿Cuál es la riña entre los guerreros de Artemisa? Hasta donde sé, no pueden verse ni en pintura. Esa inútil de allí siempre ha sido alejada de ellos por un cazador que la cuida.
—Guarda silencio —censuró Juvia.
—¿Por qué? Trabaja para los dioses y no es humano. No como ese General, creí que era de confianza, pero esto demuestra que los humanos son engañosos. En especial él que cuenta con un devorador dentro de su cuerpo. Mierda, ¿en qué diablos estábamos pensando? Esto de comportarnos tan gentiles con los extraños, sólo porque tienen poderes, nos costará un día la vida.
Makarov apenas y oía lo que hablaban delante suyo. Ya incluso había olvidado qué fue su motivo para regresar a Crocus. Todo tomó un camino diferente ahora que volvió a ver aquella mirada que tenía retratado el cielo que alguna vez abandonó.
•••
Dos soldados entraron cargando por cada brazo el relajado cuerpo de una mujer. Uno de ellos la soltó mientras rebuscaba entre sus llaves e introducía una en la celda del frente. El sonido del viejo metal terminó por traer a Gray de los brazos de Morfeo a tiempo para ver cómo los hombres volvían a sujetar el cuerpo, por los pies enfundados en botas militares, y lo arrastraban dentro.
Cabellera roja. Una pluma que quedó en el pasillo y el destello de un anillo plateado en su mano derecha le hicieron contener el aliento.
—¡¿Erza?! —Llamó con voz ahogada. Sus cuerdas vocales seguían sin recuperarse del todo por la última vez que Yuri las cortó. Impotente contempló cómo le colocaban unos grilletes a los tobillos desnudos. Después le quitaron la hombrera y el saco del uniforme se unió al montón. La sangre en su rostro le provocó examinar sus rasgos para determinar dónde estaba la herida. No obstante, se encontraba tan débil que costaba un verdadero esfuerzo enfocar la vista o mantener abiertos los ojos siquiera. Los cerró un momento, y escuchó el pesado mecanismo de poleas ser activado.
Los grilletes comenzaron a alzar las piernas de la Comandante, siguiendo por sus caderas y finalmente su torso, hasta que sólo sus brazos quedaron tocando el sucio suelo. Pero incluso estos fueron tomados para ser esposados tras su espalda y que no encontrara posibilidad alguna de escapar.
—Quiero que la desvistan —ordenó una voz que comenzaba a conocer demasiado bien. Gray no se detuvo hasta que las cadenas le impidieron continuar caminando hasta las rejas. Preso de la ira, apartó el rostro cuando la hoja de una daga resplandeció para sacar los pantalones de la mujer—. Está bien, vamos a proteger el pudor de la dama, dejen su ropa interior. Con eso será suficiente para probar algo.
Yuri emergió desde la oscuridad del pasillo y permaneció de brazos cruzados, cubriendo a la Comandante de la vista de Gray y dándole la espala al mismo.
—¿Te digo algo, ángel de Mercurio? Estuve a punto de meter a Natsu aquí contigo, casi la mata. Parecer ser que no entiende el significado de un golpecito lo suficientemente fuerte para dejar fuera de combate. Creí que por un momento sólo me había traído un cadáver. —El sonido de la ropa cayendo al suelo hizo a Gray temblar de la rabia—. Ah, así que no era una leyenda urbana después de todo. Allí está. ¿Qué te parece?
Cuando Yuri se apartó para acercarse, la curiosidad por saber qué era aquello que llamaba su atención motivo a Gray a mirar. Deseó no haberlo hecho.
Erza siempre usaba el uniforme, y cuando no, llevaba ropa igual de cubierta, pantalones ajustados y camisetas a botones con mangas largas. Ahora podría entender un poco el motivo. Así como la razón por la que jamás usó los conjuntos que Cana le preparaba cuando querían hacer eventos en el local.
Las marcas de quemaduras en brazos y pecho no le parecían grotescas ni mucho menos algo de lo que avergonzarse. En cambio, sintió admiración por aquella mujer. No podía evitar compararla con las humanas; y sin ninguna duda supo que estas enloquecerían con tener una sola de esas cicatrices. Pero Erza era distinta, siempre lo vio. Quizás no eran muy allegados, ni tampoco podrían ser llamados íntimos amigos, pero ella tenía cierto encanto que siempre lo motivaba a mirar una segunda vez cuando de armas tomar se trataba.
Su atención se centró en la cicatriz más grande y visible. Gozaba de los suficientes conocimientos para saber que era un corte demasiado limpio, por lo que ella tuvo que estar inconsciente para que se la practicaran con tal exactitud. La cuestión era, ¿por qué? No quería hacerse idea por el lugar en que estaba situada. Era difícil no sacar conclusiones, siendo que estaba a la altura de su vientre. Algo cayó desde la espalda de la Comandante, tan rápido y diminuto que ni los soldados o el rey lo notó. Estaban demasiado ocupados admirando el cuerpo de la mujer. Pero Gray descubrió que era el anillo del contrato, y que ahora ella estaba despierta.
—Cobarde hijo de puta —bramó, moviéndose con esfuerzo para intentar soltarse. El movimiento sólo provocó que se meciera de un lado a otro y la carcajada de los presentes—. Espera a que te ponga las manos encima...
—Oh, vamos, tienes demasiado optimismo para pensar de esa forma —admitió Yuri, echando a los soldados con un movimiento de su cabeza—. Me agrada, lo admito. Eres una mujer con carácter. Dime, ¿cuánto dolor y decepciones sufriste para forjarlo?
Erza no respondió, y no por miedo o fastidio, sino que logró ver más allá de Yuri y se encontró con la mirada sorprendida de Gray. Ella tuvo que ladear un poco la cabeza para estar segura de que el exceso de sangre en ella, sumado al golpe recibido, no le estaba jugando una mala pasada. La rabia envió una descarga de adrenalina que la incentivó a dar un cabezazo al abdomen del rey. Sin ningún punto de apoyo, acabó dándole un ligero roce y causando diversión en él.
—Algo me dice que éste recuerdito de aquí tiene que ver un poco con este mal genio —musitó, tocando con su pulgar la cicatriz en su vientre. Erza se quedó tiesa y una mirada cautelosa se dirigió a Gray para comprobar que él ya la había visto también. Sin manera alguna de ocultar o alejarse de aquella mano ajena, se quedó en silencio—. ¿Ahora te quedas callada? Error.
El ángel de Mercurio vio impotente cómo el tirano hombre sacaba la daga que llevaba sujeta en una funda a su espalda. Reconoció el arma como propiedad de Lucy, y eso le hizo fruncir el ceño. Ningún ser podría tocar el arma de un ángel a menos que... Sus cavilaciones se vieron interrumpidas ante el grito de Erza y la sangre salpicando el calzado del hombre. Un corte superficial en uno de los extremos de la cicatriz dejó sin respiración a la mujer durante unos instantes.
—Qué desperdicio, ¿te importa si lo limpio? No eres en lo primero que pienso cuando tengo hambre, pero no hueles nada mal.
Y con ello sus caninos asomaron para clavarse en el corte recién hecho. El pecho, apenas cubierto por el sostén, se hinchó y bajó con rapidez un par de veces mientras Erza torcía sus facciones en una expresión de dolor y soportaba ser el alimento de un devorador. Gray no soportó ver aquella expresión en tan fuerte humana, y tiró de las cadenas con todo lo que tenía, dando un furioso grito de impotencia cuando ella abrió los ojos y las lágrimas asomaron en la mirada esmeralda. Cuando la portadora percibió la cólera en el ángel, trató de mostrar entereza y le ofreció una sonrisa tirante. Un minuto más tarde, Yuri se retiró saboreando la sangre que manchaba sus labios.
—Una de las habilidades de los devoradores, y de aquellos que conocen lo que es el icor y saben trabajarlo, es la capacidad de leer memorias en él. Es interesante y muy divertido. No necesito tener ningún poder mental u obligarte a hablar con esto. Creo entender ahora un par de cosas.
Sin decir alguna otra cosa, Yuri se dio la vuelta y se retiró, cerrando la celda y luego la entrada al calabozo. Fue entonces que la tensión abandonó el cuerpo de Erza y la palidez se apoderó de sus facciones mientras sus ojos se clavaban en él. Por más que el decoro le dijo a Gray que dejara de verla para que no lo malinterpretara, no podía dejar de ver esa cicatriz y la herida recién hecha.
—Intentaría hacer que el hielo llegara a ti para cubrir la herida, pero me temo que he agotado mi magia y estas cadenas están encantadas... ¿Cómo fue que te capturaron?
—¿Recuerdas el dispositivo de escucha que le pedí a Juvia hace un par de meses? —Cuando él asintió, decidió continuar—. Hice que Loke ordenara a uno de los criados ponerlo en la habitación del rey. Bien, dejando de lado que fue así como me enteré de sus pasos y los cargamentos que salen y entran a Crocus, esta mañana escuché por casualidad que había mandado a por mí. No importaba dónde estuviera, tenían que llevarme. Inmediatamente salí de la casa de Cana y dejé a Jellal con ellos. Creí que podría manejarlo.
La derrota era algo que le costaba asimilar, así como los errores, y eso fue evidente cuando apartó la mirada de él y cerró los ojos unos segundos.
—Dos días antes de la lluna llena, cuando fuiste capturado, me demoré porque fui a mi antiguo hogar —murmuró sin verlo. Gray frunció el ceño—. Quería ver con mis propios ojos que la tumba de mi hermana estaba allí...
—¿Y? —Insistió al verla guardar silencio. Ante su mirada hostil no pudo evitar molestarse—. Por favor, ¿no crees que ya es demasiado crítica la situación para andarnos con delicadezas?
—La tumba de Irene fue saqueada —escupió con rabia—, pero sus restos estaban allí. Necesitaba alejarme, pero como podrás recordar, Jellal se pegó cual sanguijuela.
—¿Y no es normal? Después de todo ella era su... —Allí fue cuando Gray recordó un dato importante, así como las charlas de Cana que siempre le pedían ser más gentil al momento de decir las cosas. Con un suspiro se corrigió—. Lo siento mucho, Erza. Si gustas, cuando salgamos de esto, puedo acompañarte para tratar de buscar quién lo hizo. Ahora necesitamos enfocarnos en el presente. Dime, si conocías todos los movimientos de Yuri, ¿por qué lo dejaste llegar tan lejos?
—Tal vez por la misma razón que...
—¿Qué?
Los ojos de Erza se entornaron.
—Quizás por la misma razón que vi el cuerpo de Juvia apagarse como una máquina un instante.
Aquella revelación cortó el suministro de aire en el ángel, quien lo primero que hizo fue buscar su anillo, y al no encontrarlo comenzó a buscar por los suelos desesperado.
—¿Y bien, algo que decir al respecto? —Motivó la mujer con un tono demasiado altanero para la bochornosa situación en la que se hallaba—. Tengo un par de teorías, y en una de ellas veo a Lucy involucrada de una forma que me desagrada el sólo pensarlo. Así que pasaré directamente a las conclusiones.
—Bien, te escucho —aguardó con tensión. Ni siquiera recordaba cuándo fue la última vez que vio el anillo.
—Estamos en esta situación por querer hacer las cosas a nuestra manera —concluyó, inhalando hondo cuando la herida envió punzadas dolorosas. No era profunda, ni mucho menos mortal, pero de seguir así podría convertirse en un serio problema—. Y si captura a las chicas, jamás me lo perdonaré.
—¿Qué hay de tu ángel?
—Él sabe cuidarse. —Erza aguardó a que Gray hiciese algún otro comentario, pero una idea llegó a su mente y algo indecisa volvió a llamarlo—. ¿Puedo hacerte una pregunta? No será sobre Juvia ni lo que me ocultas.
—Te escucho.
—¿Cómo se rompe un contrato entre ángel y portador? —La pregunta lo tomó por sorpresa y la miró sin poder creerlo. A ella le molestó lo que sus ojos transmitían—. No me mires como si te hubiese pedido matar a un crío. Si sabes cómo se rompe un contrato, dímelo... por favor.
—No me pidas eso —suspiró— es la mayor vergüenza a la que puedes someter a un ángel. Por Hermes, Erza, dejen de ser unos niños y hablen las cosas como lo que son, unos adultos.
—¿Por qué no me sorprende tu estúpida faceta de ser sabio?
—Maldita sea, ¿acaso olvidas a Wendy? La muy tonta no puede volar.
—Ella se lo buscó, no fue su portador quien la despreció, sino al revés —le recordó—, olvídalo, tú nunca lo entenderás. Los ángeles se creen que saben qué es lo mejor para sus portadores. Imbéciles.
—Hey, mucho cuidado —advirtió— nosotros nos desvivimos por nuestro portador, y seguimos sus órdenes hasta el fin de nuestros días. No tienes ni idea de lo débiles que somos ante ellos.
—No lo parece —replicó. Ninguno agregó nada, sabiendo que fue primero aquel mismo silencio lo que provocó que ahora estuvieran en grandes aprietos.
•••
Continuará...
N/A:
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