Capítulo 23
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Juvia frotó una vez más el anillo sobre su dedo, y una salpicadura de agua salió del mismo, flotando ante ella como si hubiera ausencia de gravedad. El agua comenzó a moverse por sí misma, como una sigilosa serpiente que dio vueltas hasta formar un espejo líquido con forma ligeramente ovalada. Aguardó a que una imagen apareciese del otro lado. No ocurrió. El agua se cristalizó y se hizo pedazos en el suelo hasta desaparecer en forma de vapor. Derrotada dejó caer los hombros y apoyó las manos sobre la mesa, tratando de no sucumbir a la desesperación por no saber nada de su ángel, Gray.
—¿Todavía nada? —preguntó Jellal atrás suyo. Éste sólo la vio tensarse antes de frotar con su dorso sus mejillas, girándose a él con una expresión de calma absoluta. Trató de no mostrar sorpresa porque el acercamiento del ángel sin que lo notara. Su sistema estaba fallando si dejó que Jellal se aproximara tanto.
—Lo sigo intentando. Supongo que ha desactivado el contrato. No puedo contactar por medio del anillo ni mentalmente. —Juvia procedió entonces a tomar los tubos de ensayo, ordenados en una gradilla a su lado—. Supongo que debemos aguardar a que pueda contactarse. Mientras, debería seguir analizando estas muestras.
Jellal tomó uno de los tubos de ensayo, observando el líquido rojo en su interior, y dirigiendo su atención a Juvia una vez más. Sabía que ella sufría, que la desesperación se estaba adueñando de sus pensamientos, y que quería salir corriendo en busca de su ángel. Sólo bastó con ver su pulso tembloroso cuando extrajo una gota de sangre y la colocó bajó el microscopio que Gray había perfeccionado unos meses atrás para los análisis que ambos hacían.
—Juvia... —comenzó. No obstante, algo lo detuvo, y lo único que atinó a hacer fue a sacar la alas para cubrir a la portadora al tiempo que arrojaba a ambos al suelo, cuidando en todo momento de no hacerla cargar con su peso.
Algo destelló en el sótano, un brillo poderoso y de tonalidades azules. Jellal alzó la mirada, sin soltar a Kiri y notando a su portadora bajando las escaleras apresurada. Intentó alertarla, pero apenas Erza puso un pie en el último escalón, cientos de fragmentos cristalizados salieron disparados en todas direcciones. La Comandante maldijo por lo bajo cuando uno de ellos se clavó a la altura del hombro, y Jellal permaneció tenso cuando la herida se traspasó a él.
《Si algo hiere a tu portadora, como castigo recibirás la misma herida física》, resonó en su mente como un eco lejano.
El brillo adoptó forma humana, y ondas de agua se crearon debajo, salidas del intenso fulgor. Juvia alzó la cabeza y tiró de las plumas del ángel para abrir un pequeño hueco. La sorpresa la llenó ante aquella magia tan conocida y la voz de Gray que sonó por toda la habitación.
《Soy un ángel de Mercurio, guerrero de Hermes, el dios mensajero. Que su poder me permita obrar mi magia, y lleve a mi portadora, su guerrera reencarnada en el mundo humano, el don de dar mi último mensaje》.
El agua retrocedió al centro de aquel brillo, y la luz se fue apagando, dejando una figura que se materializó en el suelo. Juvia no esperó a que Jellal se levantara, se puso de pie y a trompicones caminó al hombre que yacía inerte, pisando un ala del ángel en el proceso. Jellal miró a Erza, y ella hizo lo mismo. Ambos sin entender. La Comandante se sujetaba el hombro herido y miraba con mal humor como un mechón de cabello le había sido cortado en el proceso.
—Es la magia de Gray —aseguró la portadora de cabellera azul, inclinándose sobre la figura humana. La decepción hizo presa de ella al ver que no se trataba de Gray, por lo que se arrodilló junto al joven—. Ángel mío, he recibido tu mensaje... Erza, ven aquí. Es el príncipe, Sting.
—¿El príncipe? —Erza sacó el cristal de su hombro, y lo miró con una mueca cuando la sangre bajó por su extremidad entumecida—. Gray se ha lucido, no era necesario el teatro de las cuchillas voladoras.
—Fue la defensa, por si hubiera algo que pudiera dañar a su alteza —aseguró, dándole la vuelta al joven que parecía recuperar la conciencia. Apartó los cabellos de su rostro, impaciente por saber el motivo por el cual su ángel le envió a ella—. Alteza, ¿puede oírme? Soy Juvia, ¿se encuentra bien?
—Creo que voy a vomitar... —Fue toda la advertencia que dio antes de apoyarse en un costado y devolver el poco desayuno que había ingerido aquella mañana. Jellal apartó la vista con una mueca de asco mientras la mujer frotaba la espalda del joven a modo de consuelo.
—¿Por qué está aquí?
—¿Acaso no te has dado cuenta? Gray lo envió —afirmó Erza, deseando no haberse quitado la hombrera para no tener semejante herida en el hombro. Estaba limpiando la sangre con un paño cuando notó las manos de Jellal cerca de ella, por lo que retrocedió de golpe y le señaló con el dedo—. Atrás, ni lo pienses.
—No seas terca, estás sangrando. No me has dejado curar ninguna de tus heridas —espetó, reteniéndola al sujetarla por el brazo herido. Cuando ella apretó los labios para reprimir un quejido, y él sintió la punzada, estuvo seguro de lo que haría.
—No necesito de tus poderes para sanar, puedo hacerlo sola —espetó.
Juvia sólo escuchó un golpe de algo impactando en la pared antes de escuchar los gritos ahogados de Erza. Algo insegura observó por sobre el hombro, parpadeando repetidas veces con un sonrojo al notar que Jellal tenía a Erza sujeta por el rostro y la había apoyado en la pared mientras la besaba con cierta rudeza, reteniendo a la mujer contra su cuerpo. Erza no dejaba de patalear y pegarle con los puños, pero las llamas los cubrieron a ambos. Estas no quemaban, sino que, como lenguas luminosas, se adentraron en las heridas y las hicieron sanar. Jellal no se separó hasta estar seguro de que ya no tenía herida o morado alguno. Juvia decidió que era mejor no mirar, y ayudó a Sting a incorporarse mientras atrás suyo escuchaba los gritos de la pelirroja y la bofetada que resonó en todo el lugar.
—¡Te he dicho mil y un veces que detesto que lo hagas, maldita sea, no me voy a morir por una cortada! Si tanto te molesta que me haga daño, porque te lo traspaso a ti, sencillo, ¡rompe el jodido contrato!
Jellal la ignoró mientras se frotaba la mejilla herida, ajustando la camisa que Erza había roto en su forcejeo. Cuando su portadora notó que no le hacía ni cosquillas, se plantó frente a él con los miembros tensos y la mano cerrada sobre el mango de su espada.
—¡Escúchame, te estoy hablando! ¿Cómo se rompe? —Jellal siguió sin verla, doblando las mangas hasta los codos. Erza sintió una horrible frustración, y los ojos se le llenaron de lágrimas cargadas de ira—. ¡Jellal!
Él finalmente la miró, y le dio una sonrisa torcida cargada de cinismo.
—No lo sé —respondió con simpleza.
Erza clavó la hoja a milímetros del rostro de Jellal, atravesando la pared y respirando con fuerza. Juvia trató de centrarse en Sting, que la veía confundido y algo pálido. En la habitación sólo se escuchaba el pesado respirar de la Comandante, y luego un tintineo. A su costado, Juvia descubrió que Erza había arrojado el anillo y ahora subía los escalones de dos en dos.
—Cuando sepas que sucede, Juviq, me avisas. Tengo cosas que hacer —ordenó, cerrando de un portazo. Segundos después, se escuchó como los trabajados mecanismos que ella había hecho colocaron el seguro en la puerta.
Juvia tomó el anillo y se incorporó, dispuesta a dárselo al ángel de Marte, pero fue verlo y decidió guardarlo. Jellal tenía la mirada perdida en algún punto, se veía tranquilo, incluso pareciera que estaba aburrido. Pero las voraces llamas que lo cubrían, y que ya habían derretido la espada de Erza, indicaban lo contrario. El poder del ángel era sin duda uno poderoso, y él mismo mostraba el extraordinario control que tenía sobre el mismo. Las llamas sólo quemaron la hoja, más no a su ropa o cualquier otra cosa que estuviera cerca suyo.
Más tarde, cuando el color regresó al rostro del príncipe, e informó a Juvia sobre el modo en que llegó allí, ella no tenía duda de que Gray pensó que tenerlo los ayudaría. Pero ¿cómo? ¿Qué vio su ángel que ella no lograba? Evaluó al futuro gobernante, notando el ligero temblor de sus manos para tomar la taza, o cómo masticaba sin mucho ánimo la comida.
—Yo no lo entiendo, ellos siempre fueron personas que se preocupaban por los demás, siempre me hablaron de lo importante que era... ¿Por qué hacen esto? —Sting dejó el platillo cuando supo que no lograría pasar bocado. Desesperado por el caos de sus emociones dejó caer su cabeza entre sus manos. No quería llorar. Le daría vergüenza. Pero se sentía tan terrible que no lograba controlarlo—. Y luego hablaron de ángeles, ¿qué quisieron decir con ello? Yo sé que la magia existe, pero ángeles y dioses, eso es ridículo, ¿verdad? Quiero decir, si de verdad existieran, en la clase de mundo en que vivimos, ¿por qué habrían de ocultarse? ¿Por qué iban a permitir que sucediera tantas cosas malas?
Juvia notó que Cana miraba con desconfianza al joven, pero decidió mantenerse al margen y no decir nada. El príncipe apartó el largo flequillo de sus ojos y la miró con cautela.
—Dijo que... que los ángeles eran una fuente inagotable de alimento, que así dejaría al pueblo en paz. Señorita Juvia, ¿qué estaba queriendo decir? ¿Sabe algo al respecto? Yo no comprendo.
La portadora de Mercurio no mostró expresión alguna, se mantuvo serena y se puso de pie, girándose a Cana que les veía a ambos, esperando alguna reacción de los dos. Sting se puso de pie atrás suyo.
—Por favor, si sabe algo, quiero que me lo diga. No sé quiénes son, o por qué están aquí cuando claramente mi padre se encargó de que los gitanos fuesen repudiados. Supongo que debe haber una razón muy poderosa, ¿no es así?
—A veces... el conocimiento se vuelve en nuestra contra —comenzó Juvia sin verlo—. Si bien te hace poderoso, se debe andar con cuidado. Porque... muchas veces ese conocimiento puede ser beneficioso, pero desata una serie de consecuencias en cadena que no todo el tiempo es buena. Es un pensamiento recurrente que ha venido a mi mente al pensar en lo mucho que quiere a su padre, a pesar de todo lo que ha hecho.
—¡Mi padre no era así, él era muy buena persona, me amaba y a mi madre! No sé quién le está haciendo esto, pero si me mantienen en la ignorancia no podré ayudarles.
Juvia no quería. Erza le dijo que Sting era también un portador. Ellos tenían dicho que, al encontrar un portador, debían ponerle al tanto de la situación. No obstante, el General fue informado, y ese exceso de información le costó la vida. Ella no le conocía de mucho, pues no solía ser muy habladora, pero aquel hombre las dejó huir a ella y a Lucy.
—Lo siento, Alteza. No puedo decirle nada al respecto. Pero, si gusta, puede quedarse aquí dada la situación de...
Un pitido proveniente de un pequeño cubo en uno de los tantos estantes llamó la atención de todos. Cana se paró de puntillas para tomarlo el cubo que cabía perfectamente en su mano y se lo tendió a Juvia, quien lo dejó sobre una mesa y luego lo escaneó con una luz que surgió de su pulsera. Frunció el ceño cuando verificó un código que se dibujo en el interior de su muñeca, y girándose a la gitana informó:
—Es un comunicado del rey, lo está transmitiendo a todo Crocus.
—¿De mi padre? —Rara vez Yuri hacía uso de ese medio de comunicación. Normalmente se usaba para transmitir mensajes de prevención cuando las heladas se acercaban, o si por las costas eran vistos barcos extraños—. ¿Podrías ponerlo?
—En eso estoy —Juvia presionó una de las cuentas de su pulsera, y el pequeño cubo se abrió, revelando una luz de su interior que se alzó hasta el techo y donde formó un holograma con forma cuadrática, en cuyo interior se mostró la imagen de Natsu.
Sorprendido, Sting intercambió una mirada con las mujeres presentes, quien parecían haber visto a un fantasma luego de identificar al General. Pero había algo que para el príncipe no pasó desapercibido, y era el hecho de que, además de que fuese Natsu quién apareciera la imagen, también se trataba de su ropa. Estaba uniformado. Y no cualquiera, era el uniforme que correspondía a su rango.
—Habitantes de Crocus, últimamente han ocurrido una serie de extraños sucesos. El ejército ha tratado de actuar con el mayor sigilo posible para no causar el pánico, pero es preocupante la gran cantidad de personas desaparecidas que se han registrado en los últimos años. Al principio se creía que se trataba de un caso de contrabando de esclavos. No obstante, luego de una ardua y exhaustiva investigación se encontró con la sorpresa de que, aunque han sido pocos, algunos fueron hallados a las afueras de la metrópolis, con signos de tortura y sin una gota de sangre. Otros vuelven en un estado mental tan deplorable que se cree jamás lograrán reponerse.
—Miente —afirmó Cana con furia—. Bastardo hijo de... ¡Está mintiendo!
El local estaba vacío, pues Cana no solía abrirlo en días posteriores a la luna llena. A veces los ángeles acababan malheridos y debían recobrarse, o Juvia solía perfeccionar sus armas cuando se daba cuenta de que había de hacer mejoras. Normalmente los pocos devoradores que lograban huir, volvían siendo mas feroces y resistentes.
En ese instante, varias figuras bajaron por las escaleras, y Sting se puso de pie cuando notó que Lucy bajaba cojeando de una pierna, ayudada por un hombre de cabellera naranja y alborotada. No lo había visto antes. Tras ellos, Wendy, junto con Erza y Jellal, también descendían. Estos tres últimos tenían la mirada fija en el holograma que ofrecía cuatro vistas distintas de la imagen del hombre que hablaba.
—¿Qué está pasando? ¿Ése es Dragneel? —Erza no daba crédito, por lo que empujó al ángel de Marte y Venus para abrirse camino y quedar al lado de la portadora de Mercurio, quien no apartaba sus ojos del comunicado que transcurría en tiempo real.
La imagen se alejó, y para sorpresa de todos se mostró que el hombre se hallaba sobre el Ágora, la zona principal de Crocus, donde ya muchas personas se reunían alrededor y escuchaba sin parpadear apenas, enmudecidas ante lo que oía. Ya sé podía ver a los reporteros con sus flashes lanzando destellos al rostro inalterable del hombre.
—General Dragneel, ¿puede decirnos que está pasando realmente? ¿Tiene esto alguna conexión con los extraños símbolos que se encontraron está mañana alrededor de las viviendas de los civiles?
Juvia se quedó de piedra al escuchar aquello, y tanto Cana como Erza lanzaron una maldición cuando la imagen enfocó aquello que la mujer preguntaba. Eran las runas del campo protector que ella junto a Gray habían perfeccionado para evitar que los devoradores lograran atacar a los humanos una vez estuvieran resguardados en sus hogares. El foco de atención volvió al hombre que asintió y se inclinó sobre el micrófono una vez más.
—En efecto, en estos instantes, nuestro mejor grupo de soldados se encuentra en proceso de borrar el sello mágico que indica dónde se debe atacar...
La multitud rompió en fuertes jadeos y alguno que otro grito de horror. Erza golpeó la superficie de la mesa con un puño, provocando que el cubo temblara y la imagen se distorsionara un instante. Al volver, se veía a los soldados especializados en encantamientos conjurando hechizos de cancelación mágica. Y aunque se mostró la resistencia, las runas comenzaron a ser borradas.
—Pero, ¿entonces quién nos está atacando? ¿cómo podemos protegernos de ello? —La misma reportera insistió.
—Hace mucho tiempo, la magia se prohibió por una razón. Muchas personas comenzaron a usarla para propósitos egoístas y causar daños irreparables. Estas mismas personas crearon una especie de monstruos que suelen pasar desapercibidos a nuestro ojos. Los mismos que algunos de ustedes vieron la noche pasada. Estas criaturas no pueden salir ante los rayos del sol a menos que consuman sangre humana o se apoderen de un cuerpo. Los llaman devoradores.
—No... ¿por qué hace esto? —Lucy tuvo que sentarse, sin poder creer todo lo que oía. Desde la sorpresa de ver al hombre vivo cuando minutos atrás le aseguraron que había muerto, hasta el dolor de notar cómo mentía. Quizás lo de los devoradores era en parte verdad, pero desde el instante en que tacharon las runas de los guerreros de Mercurio como algo malo, supo que algo no iba bien allí.
—Y sólo obedecen a aquellos que les crearon y les dicen dónde atacar. Dentro de un par de horas, cada civil deberá presentarse al palacio para una toma de sangre. Necesitamos saber si no tienen a un devorador habitando en sus cuerpos ya. Si nota esas extrañas runas en algún lugar de su casa, favor de informarlo inmediatamente al ejército para que sea removido. Crocus está en riesgo si no tratamos está situación lo más pronto posible. Y la única manera de hacerlo es arrancando el problema de raíz. Yuri, su rey, lo intentó hace seis años, pero ustedes se resistieron debido a sus valores. Bien, es momento de que sepan la verdad.
—No te atrevas... —masculló Erza con la mandíbula tensa. Como si pudiera oírla, Natsu sonrió sin emoción.
—Los gitanos practicantes de magia prohibida, y se aprovecharon del corazón de las personas para no ser totalmente expulsados. Les pido ahora que, si encuentran alguno, lo entreguen a los soldados sin demora. Podrán reconocerlos con algún tatuaje en sus cuerpos, pues es la marca del tipo de magia que emplean.
—¿Todo aquel que tenga tatuajes es peligroso? —preguntó alguien de la multitud.
—No todos, incluso entre ellos hay niveles. Les diré cuáles son los más peligrosos: son aquellos que portan un tatuaje de alas en la espalda, los cubre por completo. Así que, esto va para ellos: si en algo aprecian su libertad, será mejor que se presenten en el palacio lo más pronto posible y se negociará su castigo a uno más leve por todo lo que han hecho. De lo contrario... No querrán saber lo que hacemos con traidores.
Sting no pudo evitar dirigir sus ojos a la espalda descubierta de Lucy, cuya blusa revelaba hasta los omoplatos, y sólo aquella porción de piel fue suficiente para ver el complicado pero hermoso dibujo de alas tribales haciendo en su piel.
—Habrá una recompensa para aquel que traiga ante mí a uno de esos tatuados. Sin más, es todo por ahora.
Y se dio la vuelta para marcharse, a pesar de que las personas se precipitaron para hacer decenas de preguntas y entrar en un pánico colectivo. La comunicación se cortó, y Erza fue quien dejó ir un grito de rabia cuando Juvia guardó el cubo.
—¡Ese hijo de perra nos ha traicionado, ha puesto precio a sus cabezas!
Sting no quiso decir nada. No podía. ¿Acaso Natsu no entendía lo que acababa de hacer? No hacía falta pensarlo mucho, las personas sabían que esa parte de la metrópolis era donde los gitanos solían alojarse, lejos de la bulliciosa zona central donde se llevaba a cabo la mayoría de la actividad social. Sólo era cuestión de tiempo para que...
Una serie de poderosos golpes impactaron contra la puerta principal, llamando la atención de todos.
—¡Abran la puerta, sabemos que están ahí!
•••
Continuará...
Holaa, ¿qué les pareció? ♡ Nos leemos.
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