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✨Capítulo 22✨

✴✴✴✴✴

Sting estaba removiendo la comida de su plato cuando escuchó pasos acercarse. Olfateó con discresión antes de relajarse y llevarse el cubierto a los labios para aparentar ante la llegada de una mujer, cuyos rosados cabellos, junto a las arrugas en su rostro delataban ya una avanzada edad. Esta se acercó hasta él y colocó las manos en sus caderas para observarle con el ceño fruncido.

—Alteza, no ha comido nada, ¿acaso no es de su agrado el platillo?

—No, no. Todo está delicioso, señora Porlyusica, es sólo que... no tengo mucha hambre. Además, ya te he dicho que me llames Sting, no es necesaria esa formalidad. —Sonrió ante aquello último, y la mujer le devolvió el gesto.

—Niño Sting, sabe perfectamente que ciega no estoy. Y bien sabe dios que siempre que ve a su padre, deja de irradiar esa luz tan característica suya. Si no quiere contarlo, no le culpo, pero no debe permitir que los demás ensombrescan sus días.

Los hombros del joven se hundieron. La mujer no estaba lejos de la realidad, sin embargo, aquella ocasión lo que le entristecía era que no pudo ver a su padre. Quería hablar con él, más no lo logró.

—Lo sé... —confesó, mirándola de soslayo. Entonces sonrió y trató de cambiar el tema—. ¿Le parece si me llevo esto a mi habitación? No quiero ofender al cocinero, está todo muy delicioso, sólo que mi estómago se rehusa a retener esto.

—Por supuesto que...

—No, come y cállate —ordenó una tercera voz desde fuera. La mujer puso cara de fastidio y frunció el ceño, dirigiendo su atención a la puerta a esperar a la figura que no tardó en aparecer—. Necesito hablar contigo, Sting. Así que termina tu desayuno.

—Hablando de personas que sólo amargan los momentos, buenos días para usted también, señor Dragneel. —La mujer se limpió las manos en su delantal y se dio la vuelta con la espalda erguida, abandonando la habitación.

Sting suspiró mientras se limpiaba con cuidado la comisura de la boca y le mandaba una mirada de reproche.

—No le agradas a Porlyusica.

—Y eso no me quita el sueño. —El cuenco de manzanas que había en el centro fue invadido por la mano del General que tomó una par. Una la metió en su bolsillo y la otra la mordió con cizaña—. Si tanta hambre tienes, ¿por qué no le pides que te prepare algo?

—Preocúpate por ti, que eres un verdadero peligro cuando intentas hacerte el guerrero con armadura y espada en mano —espetó sin pensar, y sin notar la rigidez que arrasó con el cuerpo del príncipe—. No creas que lo he olvidado, así que prepara tus mejores excusas.

—No tengo ninguna —murmuró, empujando el platillo lejos suyo. Natsu, que ya se retiraba, todavía con manzana en mano, le miró por sobre el hombro.

Fue entonces que las piedras preciosas que colgaban de su lóbulo derecho, lanzaron un destello del rayo luminoso que reflejaron. Sting se llevó el dedo índice y pulgar a su propia oreja, donde sintió el peso de una diminuta joya. Sintió el color abandonar su rostro, y de pronto comprendió cómo fue posible que Natsu le diera clases cuando niño y supiera tantas cosas que el mismo Yuri se sorprendió en su momento.

—¡Eres un rey! —No se molestó en preguntar. Se puso de pie en un salto. Natsu movió la cabeza, de modo que su largo cabello rosa cubrió la joya. Algo inútil, puesto que Sting ya la había visto—. P-pero... Oh, mierda, de verdad eres un rey...

—Reúnete conmigo en la sala principal dentro de una hora, y cállate. Y más te vale recordar tus modales, cuida esa boca.

Sin esperar una confirmación a su orden, se marchó. Sting tuvo que volver a sentarse, todavía atónito por lo que acaba de ver y descubrir. Eran escasas las cosas que sabía de Natsu, más de la mitad dichas por su padre. Siempre se preguntó, con su curiosidad natural, de dónde venía su guardia, quién había sido antes del título de General. Sobre todo, luego de que su padre le confesara el modo en que se conocieron. Y de pequeño, siempre que intentaba obtener un poco de información, no recibía más que silencio y ocasionales gruñidos.

El arete que Sting portaba era una joya que sólo los herederos al trono adquirían, y que al finalmente hacerse con un reino, se le sumaba otra joya que lo hacía ver. Eso funcionaba a veces para saber si alguien llevaba verdadera sangre azul, aunque no entendía del todo porqué tanta obsesión con aquel tema. Sin embargo, ahora lo agradecía. Veloz se dirigió a la biblioteca, sacando de un estante un libro de gruesas tapas, medio escondido y lleno de polvo. Sopló la suciedad y terminó por retirar la restante con la punta de sus yemas. Ojeó veloz, pasando notas e imágenes hasta encontrar la sección que buscaba.

Sonrió emocionado, sin saber del todo la razón. Natsu tenía cinco piedras, y a pesar de verlas por pocos segundos, se le habían anclado con velocidad en la mente. Fue uno de los temas que más le emocionó aprender en su niñez. La primera era roja, con la forma de una corona, la cual significaba que era un rey. La segunda, de un color gris y parecida a una daga, significaba que había desterrado a otro rey del trono. Se congeló con ese hecho. ¿Natsu mató por llegar al trono? Deshecho aquella idea tan rápido como llegó. De ser así, la gris iría primero y no la roja. Así de importantes eran esas piedras, cuyos colores contaban en forma descendente la historia de quién las portaba. Era una tradición ya casi olvidada, pero seguía siendo la favorita de ladrones y asesinos, quienes orgullosos desfilaban con ellas, mostrando al mundo sus crueles actos sin que estos supiesen su verdadero significado.

La tercer piedra, de color blanco Y tenía forma de... ¿Qué forma era? Nervioso se dio cuenta de que no podía recordarlo. Le costaba... No lograba recordarlo. Miró el libro en sus manos, preguntándose porqué lo había sacado en primer lugar.

Alguien se paró a su lado. Una figura alta, cuyo cuerpo se hallaba cubierto por una túnica de un gris oscuro, así como una capucha que cubría sus facciones. Su postura, y la dirección de la luz, hicieron que sólo fuese capaz de ver la sonrisa de aquel extraño. Un par de caninos asomaban del labio superior, no supo decirlo, pero le pareció familiar. Sus ojos, sus ojos parecían una mancha de vino tinto. ¿Vino?

El intruso posó una mano ante sus ojos, y el libro cayó de las manos del príncipe, que le siguió poco después. Acabando inconsciente sobre la alfombra. El hombre alzó la barbilla en un gesto altanero, y procedió a buscar entre los libros, borrando su sonrisa conforme notaba que allí no estaba lo que quería. Un pitido en su muñeca le hizo descubrirla, notando una luz parpadeante, seguido de una voz distorsionada.

—Alguien se aproxima, tienes que salir de allí, ahora.

Tomó a Sting en brazos, y lo acostó en un sillón cercano, luego le colocó el libro en el pecho, y procuró con una inspección visual que todo estuviese en orden. Cuando escuchó pasos por fuera, corrió a la ventana, donde se subió para sacar un pequeño bote y rociar atrás suyo. Comprobó que su aroma no estuviese en el aire y guardó el objeto. La puerta fue abierta justo en el instante en que desaparecía tan rápido como llegó, ordenando al príncipe despertar, quien logró mirar la cicatriz de su dorso derecho. La cual extrañamente se parecía a una estrella de seis puntas.

—Alteza, el General solicita su presencia en el salón principal. —Informó una sirvienta con tono respetuoso.

—Sí... Ahora voy, gracias Virgo...

¿Qué demonios había pasado? Se preguntaba mientras de daba cuenta que la hora que le había dado Natsu, se le fue en apenas cinco minutos. Y el tatuaje... ¡Alguien había entrado al palacio! Más apresurado, se dirigió casi corriendo al salón, empujando las puertas y quedándose de piedra al ver a Natsu, gritando a su padre, quien lo seguía con la mirada, sentado en su trono. Ambos hombres se giraron a él y guardaron silencio.

Yuri sonrió y le lanzó una mirada curiosa, inspeccionando algo que sólo él sabía. Sting se removió incómodo. Le costó, pero mantuvo las manos quietas y entró con toda la calma que fue capaz de aparentar. Natsu frunció el ceño, volviendo su atención al rey.

—Date cuenta de lo que estás haciendo, sólo vas a provocarles, Yuri. No los hagas venir.

—Sting, hijo mío... —Ignorando al General, se puso de pie y avanzó hacía él, posando sus manos sobre sus hombros, que apretó con algo de fuerza—. Mi pequeño idiota...

—Yuri —advirtió Natsu.

—Pero se puede curar, sólo hay que ser un poco más duro con él, ¿verdad, Sting? —Quitó una arruga imaginaria del cuello de su camiseta y volvió a su asiento—. Ya está dicho, se hará dentro de dos noches.

—¡No voy a hacerlo! —sentenció Natsu, caminando amenazador. Al instante, se quedó estático. Y tanto él como Sting dirigieron la vista a sus pies, donde unas manos físicas y de color negro surgían de la alargada sombra del rey, misma que se encontraba a los pies del General—. Hijo de perra...

—Natsu, no seas mal hablado, hay niños presentes. Quedamos en un trato, y vas a hacer lo que te digo. ¿No lo haces por mí? Bien, hazlo por Sting. Él es un pequeño cachorro hambriento, y los ángeles son el alimento perfecto: deliciosos e inagotables.

—¿Ángeles? —El intento del joven por entender aquella conversación se vino abajo cuando su padre dijo aquello. Éste le vio con fastidio, como si fuese su culpa no comprender qué se discutía allí.

—Ángeles, sí. Seres inmortales, y con una fuente de alimento que jamás se agotará. No volverás a sufrir hambre, Sting. Ni tú, ni yo, ni Natsu. Pero aquí el General moralista no quiere participar. Le he dicho que debemos atraer a los otros con el que ya tenemos en custodia, pero...

—¿Tienes a un ángel en custodia? —Aquello parecía tan irreal. El concepto que él tenía de ángeles no cuadraba con el que su padre le ofrecía. Según tenía entendido eran seres etéreos, luchadores de dios e invisibles al ojo humano—. Yo... No entiendo.

—Y no sería una novedad —añadió con disgusto su padre. Su sombra retrocedió, liberando por fin los tobillos del General, que retrocedió y comenzó a caminar alrededor del lugar. Unos segundos después, la puerta fue tocada un par de veces. La puerta que daba directo a los calabozos. Yuri sonrió y se incorporó—. Oh, mira. Justo a tiempo. Adelante.

Un par de guardias entraron, arrastrando por los brazos un cuerpo que luchaba debilitado, arrastrando las cadenas que sujetaba sus tobillos, conectada a la que rodeaba sus muñecas, unida finalmente a un collar en su cuello. Sting sintió una terrible sed al oler su sangre, y retrocedió un paso, aferrando en un puño el collar que mantenía bajo control al devorador dentro de él.

Los guardias dejaron la figura del hombre, que se apoyó en las rodillas y los brazos para intentar levantarse, localizando su mirada furiosa en Natsu. El General lo ignoró, y despidió a los soldados con un movimiento de su mano. Por primera vez, Sting vio en su rostro el peso de las experiencias; aquellas que Yuri alababa sin cesar desde algunos años atrás. La frialdad característica de las personas de su tipo, aquellos sin escrúpulos para llevar a cabo actos deplorables tal como privar a otros de su libertad, o incluso, arrebatarles la vida. Natsu cambió a sus ojos. O mejor dicho, él cambió su forma de verlo. El verdadero rostro de Natsu, un hombre sin empatía por los demás, duro y exigente, desagradable si sus órdenes no eran acatadas.

Todo un rey, había dicho Yuri una vez. Y una sonrisa sin emoción cruzó sus labios cuando se dio cuenta de la verdad tras esas palabras. Ironía pura.

—No se saldrán con la suya... —Gray luchó por ponerse de pie, apretando los puños al notar que no lograba enfocar siquiera la vista. Estaba mareado ante la pérdida de sangre. Sanguijuelas. Eso eran los devoradores que le habían mordido horas atrás—. No podrán tocar a ningún ángel más.

Sting lo conocía, al menos de vista. Era uno de los hombres que habían estado en la taberna. Si mal no recordaba, amigo de Lucy. Ignoró la silenciosa advertencia, y caminó hasta él. La fría mirada del ángel se posó sobre su persona, receloso y herido, evaluando qué daño sería capaz de inflingirle si le permitía acercarse un paso más. Sting alzó las manos, sintiendo la afilada mirada de su padre sobre su espalda, y rodeó cuidadoso la cintura del fornido hombre. ¿Ángel? Le parecía más un guerrero forjado para la guerra, tan grande como Natsu o Yuri. No es que él no tuviera buena complexión, pero vaya que le superaban.

—Tan misericordioso hasta con la cena, sí señores, ese es el desperfecto que tengo por hijo —suspiró con pesar el rey. Sting apretó la mandíbula, evaluando las cadenas e ignorando sus palabras. Entonces dirigió sus ojos furiosos a Natsu, quien se negaba a verle.

—Dame las llaves.

—¿Qué?

—Que me des las llaves. ¿Qué mierda te pasa? Es una persona, Natsu, no un objeto. Por eso estás curado, ¿verdad? Te has alimentado de él... Papá y tú... ¡¿Qué les pasa?!

Sting no podía creerlo. El cuerpo le temblaba. Por la ira y el peso del ángel, se dijo valientemente. Su padre, quien siempre le habló de humildad y amor, del respeto y la empatía, factores que harían de él una gran persona. Alguien que valdría la pena conocer. Y Natsu... Oh, ese General hipócrita. Sus charlas sobre lo importante que era la vida, y el respeto a tenerle, llenaron su cabeza. Todo se le venía abajo. Se suponía que era quien era por esos dos hombres, ¿y se atrevían a convertirse en todo aquello que le enseñaron a despreciar?

Que su amada madre se levantase de la tumba si él lo iba a permitir.

—¡Dame las llaves! —exigió, con la mandíbula temblorosa de lo fuerte que la apretaba.

Gray, con uno de sus cerrados cerrado por la sangre y la hinchazón, no pudo más que sorprenderse. Y no porque el príncipe de Crocus lo estuviese defendiendo. No sabía si era la paliza, o el poco poder que le quedaba, pero veía un aura alrededor de Sting. Un aura que podía llegar a cegar si estallaba, cálida y a su vez llena de fuerza. No obstante, parecía estar contenida, tan atrapada como él y todos los ángeles forzados a someterse a los designios de los dioses. Aquello fue como un rayo de esperanza, y comprendió que si alguien iba a alertar a los demás, sería Sting.

Aunque, ahora que presentaba una amenaza potencial para lo que Yuri le tenía preparado, debía actuar lo más rápido posible. Y sabía que eso, le costaría caro. No obstante, fue ver el rostro de Juvia, cada que cerraba los ojos ante la llegada del dolor, y su cuerpo enteró cobró vida, volviendo a sentir calor y llenándose de su magia perdida. Una última vez, se dijo, sólo una más.

—Soy un ángel de Mercurio, guerrero de Hermes, el dios mensajero. Que su poder me permita obrar mi magia, y lleve a mi portadora, su guerrera reencarnada en el mundo humano, el don de dar mi último mensaje —recitó, alto y claro en un perfecto griego. Cuando Yuri se dio cuenta de lo que planeaba, él ya había extendido las alas, rodeando al príncipe y creando una cúpula protectora que nada ni nadie podría jamás romper. Porque eran las alas de un ángel, junto a sus ganas de dar guerra, su mejor defensa. Miró a Sting, que observaba maravillado como sus alas se alargaban, como dedos protectores ante ellos, difuminando el exterior.

Natsu se tuvo que cubrir los ojos cuando la cegadora luz azul, emitida en el escudo protector de aquél ángel, creció hasta volverse insoportable. Yuri gritó algo, más no logró oírle, maravillado por aquella muestra de poder que creció, para luego retroceder y volverse un pequeño punto azul. Acto seguido, desapareció. El ángel de Mercurio se dejó caer, y sus alas cayeron cual plumas ligeras, retrocediendo hasta volverse el tatuaje que cubría su espalda. Y Sting, él ya no estaba.

✴✴✴✴✴

Lykaios.

Natsu Drganeel les había llamado, necesitaba de su ayuda, y los requería pronto a su lado. Makarov no pudo evitar sonreír. Tenía unos pocos años sin ver al bribón de su rey. Desde que se marchó, dejándole a cargo, muchos intentaron llegar al trono. Pero antes debían de acabar con la guardia del soberano, y luego derrotar al mismo a duelo. No pudo evitar reír al recordar la gran cantidad de cachorros que escaparon de sus garras con las colas entre las patas.

Iba a ser sincero, llevaba al menos un siglo en aquella ciudad, y jamás había conocido a un alfa tan justo como él, así como estricto, y solitario... Demasiado retraído. No hablaba mucho, pero vaya que por lo poco que le había descubierto. No era alguien de quien uno pudiera burlarse, no al menos sin obtener consecuencias.

—No entiendo cómo tú y los demás pueden seguirle llamando majestad, o considerarlo siquiera parte de ustedes —gruñó un hombre, cuya cabellera se encontraba despeinada en otras direcciones, dejando al descubierto su frente. Sus ojos se centraron en el hombre mayor—. Se fue y nos dejó sin mirar atrás, Makarov.

—Nos dejó siendo más civilizados. Los hombres dejaron de ser tan salvajes, y nuestras mujeres por fin pueden decidir a quién quieren como pareja. Son castigados aquellos que intentan obligarlas a un matrimonio forzado. Dragneel se encargó de ello. Te lo digo, cachorro, tú no estuviste aquí antes de su llegada. La manada era un caos.

—Lo tratan como una especie de dios —continuó con disgusto.

—Le tratamos como parte de la familia —corrigió, terminando de empacar las pocas pertenencias que planeaba llevar consigo—. Además, él me salvó la vida cuando todos me dieron por muerto, le tengo aprecio.

—Y a él le importan tanto como una roca.

—Bien, dime cuál es tu problema. Tú llegaste un par de años antes de que él se fuera. Si, quizás no es el muchacho más carismático o risueño del mundo, ¿y eso qué? Hablan más las acciones que las palabras, ¿no te lo he dicho muchas veces?

—Supongo...

—Cuando llegó aquí, y todavía para irse, jamás permitió que se le subiera el poder a la cabeza. Su casa la transformó en un refugio para los cachorros sin padres, y a las personas que enfermaron. Nos devolvió la humanidad, y lo único que nos pidió a cambio fue que no busquemos venganza contra aquellos que nos hicieron daño. Guió a todos, incluso a mí, a una mejor vida. —Makarov no entendía el recelo de Larcade. Era cierto, Natsu no tenía amigos, ni tampoco se unió a una mujer para algo más que no fueran unos encuentros mientras estuvo junto a ellos, pero no fue malo. Al contrario, todos estuvieron de acuerdo en que él fue el cambio que necesitaban para que su raza no terminase por extinguirse.

—Y si tan bien hacía su trabajo, ¿por qué se fue?

Antes de que Makarov terminara mandándolo a freír espárragos por su terquedad, las puertas se abrieron y por ella entraron dos hombres, de aspecto jovial e idénticos el uno del otro. Unos gemelos. La única manera de diferenciarlos era por el largo de su cabello; mientras que uno lo tenía corto y algo alborotado, el otro lo llevaba largo, sujeto a una coleta baja. Fue el primero quién sonrió con picardía y miró a Larcade con burla. Su nombre era Lyon. Mientras que aquel de aspecto más cuidado, se llamaba Invel.

—Eso mismo nos preguntamos mi hermano y yo. Invel dice que solo se aburrió y se largo a recorrer el mundo. Yo digo que una chica le puso las cosas difíciles y fue a por ella. Digo, quizás no es igual a nosotros, pero tiene rasgos. Y tú sabes lo que nos encanta una buena cacería.

El hermano, que hasta ahora escuchaba en silencio, sonrió al ver el disgusto en Larcade. Ambos disfrutaban de molestar al hombre, quien desde su llegaba, había expulsado envidia absoluta por cada uno de sus poros ante la posición y la popularidad de su jefe.

—¿Nos necesitabas? —preguntó Invel, mirando con confianza a Tom.

—Sí, viejo, ¿para qué somos buenos? Acaba de terminar la luna llena y todavía me siento un poco dolorido —informó Lyon con una sonrisa, lamiendo uno de sus caninos al exponerlos.

—¿Cansado de tanto consolarte? —provocó Larcade. Lyon le guiñó el ojo.

—A diferencia de ti, yo tengo a alguien que lo hace con gusto.

—Muchachos, ya basta —Makarov tuvo que reprimir una sonrisa. Larcade andaba más agresivo de lo normal. Iba a vigilarlo—. Drafneel llamó, nos necesita.

—¿De verdad? ¿Dónde está ese infeliz? —La alegría era evidente en ambos hermanos.

—En Crocus, una metrópolis a pocos días de aquí. Nos necesita los más pronto posible. Como saben, hasta hace unos años estuve trabajando allí como Comandante del ejército. Apenas encontré al suplente perfecto, regresé aquí.

—Tú di cuándo —concedió Invel, luego meditó—. Así que Crocus... Es una ciudad-estado independiente, ¿no? Dijiste que es un territorio humano. No imagino porqué iría allí, ¿cómo oculta su instinto? Yo no lo soportaría.

—Lo que haga o deje de hacer no es de nuestra incumbencia. —Intervino Lyon, mirando abiertamente a Larcade.

—Me incumbe si es un patán que se hace llamar mi rey y espera que le bese los pies.

Cansados, los hermanos resoplaron a la vez y uno de ellos se encogió de hombros para agregar:

—Caballeros, he aquí el gran ejemplo de cómo saber qué tan infeliz es una persona. Simplemente hay que ver cómo le molesta que los demás lo sean.

—Cállate pulgoso.

—A mí la pulgas se me quitan con un baño, a ti ni volviendo a nacer se te quitará la envidia por Dragneel.

—¿Entonces admites que tienes pulgas?

—¿Y tú que la envidia te consumió el cerebro?

Cuando Larcade se levantó dispuesto a llevar más lejos el ataque verbal, y los hermanos se acercaron a sus costados para enfrentarle; Makarov decidió intervenir. Se puso ante ellos, tomando al hombre de cabellos rubios por los hombros y empujándole hacía atrás.

—Ya basta, niños, ya están grandecitos.

—El lobo más grande se come al chihuahua que no para de ladrar y temblar.

—Seguro hablas de ti y tu hermano.

—¡Dije que ya! —Ladró Makarov con voz inusualmente gutural. Los hombres se tensaron pero decidieron desistir por respeto al soldado, quién alisó las arrugas inexistentes de su gabardina antes de decir—: muevan el culo, tenemos hasta al anochecer para movernos.

•••

Angelos.

Una vez que Natsu logró recuperar la visión ante aquel brillo celeste, miró estupefacto como el ángel se mantenía en pie, con la respiración pesada y con los miembros destrozados por la tortura. Pero admiró la mirada retadora que le dirigió al rey, así como la sonrisa que le hacía ver que nadie jamás podría obligarlo a arrodillar su espíritu si él no lo permitía antes.

—Ojo por ojo. Tienes un ángel, yo tengo un devorador, en el cuerpo de tu hijo —Gray inhaló hondo, temblando hasta dejar caer una rodilla. Después apoyó un brazo y tuvo una arcada. Yuri sonrió ante ello y se puso de pie con lentitud.

—Sí, supongo. Lo extraño es que me haces un gran favor al deshacerte de él. Como ya habrás visto, tiene un corazón demasiado blando. —Yuri se detuvo ante él y le intentó tomar el rostro, pero Gray se incorporó con rapidez e intentó sujetarlo. Antes de llegar a tocarlo, los guardias le habían sometido contra el suelo—. Tu espíritu es fuerte, pero sé que todos los ángeles tienen la misma ridícula habilidad.

Sacó una daga del interior de su túnica, y posó la afilada punta sobre la yugular del ángel. Gray siguió sin mostrar otra expresión que no fuera un profundo desafío. A pesar de reconocer la daga perteneciente a Lucy. Ante esto, el rey sonrió y deslizó la afilada punta por su cuello.

—¿Debería cortar tus cuerdas vocales de nuevo? Eres demasiado molesto cuando hablas.

—Necesitas de tu hijo —afirmó el ángel entre dientes, enviando una mirada furtiva hacia donde el General les veía en silencio—. ¿Por qué no le dices lo que en realidad haces?

—Ah, ¿ya lo descubriste?

—No te saldrás con la tuya. Esta gente comenzará a recordar, y al recordar te destrozarán. El proyecto estrella caerá, hagas lo que hagas.

—No lo creo, ha estado funcionando a la perfección durante seis años. Claro, con mi gran ayuda, tenemos mejores condiciones para... el pequeño trabajo que se lleva a cabo.

Gray escapó de su agarre, y ante su abrupto movimiento la hoja cortó un poco de su cuello. Yuri se centró en el vital líquido escarlata, mientras el ángel veía a Natsu con incredulidad.

—¿Tienes idea de lo que hacen? Lo que construyeron fueron palacios, pero dentro de ellos hay laboratorios. ¿Por qué crees que los humanos perdieron la fe en la magia? ¿O que muchos de ellos, sin estar calificados, puedan usarla?

—Porque no existe.

—¿Acaso no estoy yo aquí?

—Eso es... diferente.

—No me sorprende que seas su perro —escupió al suelo, tensándose por completo y evitando gritar cuando fue mordido por uno de los guardias allí donde su sangre fluia—. No sé... No sé qué vio en ti, pero estás equivocado. Y si de verdad aprecias en algo al príncipe, vas a... tendrás que...

Natsu vio como el cuerpo de Gray se volvía laxo y su cabeza caía hacía delante. El soldado poseído por el devorador se limpió los labios con el dorso de la mano y dejó caer el cuerpo del ángel, relamiendo sus dedos. Yuri caminó hasta el General, posando una mano sobre su hombro y dándole un suave apretón.

—Es tu decisión si quieres ir o no por Sting, el pequeño granuja jamás nos dejará completar esta misión. —Al ver que Natsu no apartaba su vista del ángel, insistió—. Está intentando engañarte. Los ángeles son egoístas, no entienden que, o son ellos, o los humanos. No le haré daño al pueblo, Dragneel.

—¿Qué fue lo que construiste, Yuri?

—No puedo decírtelo por ahora, Natsu. Sé comprensible. Los ángeles son nuestra prioridad en estos momentos y...

De un rápido movimiento, Natsu tomó la mano sobre su hombro y empujó al hombre contra la pared, ejerciendo un punto de presión al brazo que retorció tras su espalda. La evidente sopresa en el rostro de Yuri fue rápidamente reemplazada por una mueca de diversión, y Natsu mantuvo su atención en los guardias que apuntaron sus lanzas hacia él.

—Diles que bajen las armas, o te arrancaré la cabeza aquí mismo. No dudes que lo haré —amenazó, y el rey le creyó cuando sintió la afilada hoja de su propia daga sobre su cuello—. ¡Ahora!

—Bajen sus armas, sólo está un poco exaltado —comentó con calma. Con cierta renuencia y miradas amenazantes, estas cayeron al suelo.

—Ahora, quiero que me cuentes todo. ¿Qué fue lo que mandaste a construir, y para qué?

—¿Te parece si vamos a un lugar más privado? Te prometo que te contaré todo.

—Estás demente si crees que te voy a soltar.

—Entonces ordenaré a los guardias salir, ¿contento? —No obtuvo respuesta, pero habló alto y claro con los uniformados—. Tomen un descanso, no pasará nada. Mi General y yo tenemos asuntos que atender.

—Como ordene, majestad. ¿Qué hacemos con el ángel?

—Déjenlo allí —se apresuró a decir Natsu, antes de que Yuri siquiera tuviera tiempo. Los soldados vieron de reojo al rey, quien asintió. Cuando se marcharon, el General sólo aumentó su agarre sobre el hombre—. Comienza a hablar, ¿qué es el proyecto Estrella?

—Ustedes tomaron mi diario, creo que no son tan listos como lo pensé —murmuró, negando. Natsu retorció el brazo, a un paso de romperlo—. No te lo aconsejo.

—Aleja a tu sombra, y dejaré de presionar —amenazó. No necesitaba girarse para saber que la sombra de Yuri se había alargado bajo la suya, en dirección contraria desde donde la luz llegaba. Cuando su pedido se cumplió, su agarre aflojó sólo un poco—. No me obligues a torturarte, sabes que lo haré. ¿Por qué quieres a los ángeles? Nunca antes los habías mencionado, ¿por qué comenzar la cacería ahora?

—Nada se te escapa, ¿eh?

—Eres un... —Escuchó algo detrás suyo, y antes de lograr dirigir su atención a ello, un dolor atroz le paralizó y le hizo gritar de agonía. Intentó sujetarse la cabeza ante las punzadas que recibía, e incrédulo notó una serie de ondas mentales que estaban intentando entrar a su cabeza. No recordaba que en ese tiempo se enseñara esa magia tan antigua y prohibida. Se suponía que todos los usuarios de control mental habían muerto en la Gran Guerra. ¿Entonces?

Otra punzada le hizo caer de rodillas, incapaz de moverse y su visión desapareció. Ante sus ojos, el pasado se vislumbró, desalentador y oscuro. Los soldados caían alrededor, y los demonios se alimentaban del dolor y el odio. Él se giró, y otra escena le aguardó. Una más aterradora y dolorosa. Una que creyó olvidar, y que después de muchos años, volvía a resurgir de entre las cenizas.

—Maldita sea, quiero que le frías el cerebro. No creí que se pondría en mi contra de esta forma —Fue la orden de Yuri. Natsu le oía a la lejanía, y en su campo de visión no se hallaba más que el cuerpo frágil e inerte de una mujer. Su larga cabellera, húmeda por la lluvia y el barro, caía junto con su cabeza.

Es una ilusión, es una ilusión. Se repitió una y otra vez. Pero la red de la magia en la que le tenían prisionero era poderosa, jamás se había enfrentado a un usuario igual. ¿Quién era? Dejó de ser consciente de su presente, y su mente perdió la batalla cuando le hizo regresar a aquel tiempo en que quedó maldito por la eternidad.

Con sus dedos tocó los labios morados de aquella chica, y sintió las lágrimas bajando de su cara. Era tan real, podía sentir la frialdad glacial de su piel. Ella... Ella estaba muerta. Mavis estaba muerta entre sus brazos.

La herida estaba allí, en el inicio de su pecho. La hoja seguía clavada, y el corazón ya no le latía. Una vez más, y con la palma de la mano en carne viva, intentó retirarla. Esta le quemó y se negó a soltarla a pesar de ello. Gritó, quiso llamarla, pero de sus labios no salía siquiera un suspiro.

Mavis se deshizo como neblina entre sus dedos, y todo se oscureció. Se sintió perdido, se extravió de nuevo. Su mente engañada le ganó al maltrecho corazón. Sabía que volvería de ese juego mental. El problema radicaba en cuánto daño causaría antes de lograr tomar control de sí mismo. Trató de escapar de aquellas garras invisibles, cayendo en un torbellino de desesperación donde aquella escena se repetía una y otra vez.

—Hijo de... Quiero que recupere a Sting, por más que me desagrade, tengo que tenerlo conmigo. Y trae al ángel de Luna, los que recluté para el proyecto estrella ya no me sirven. —ordenó Yuri al notar que el General dejaba de luchar y se quedaba con la mirada perdida en algún punto a sus pies—. Los demás serán mi cena. ¡Muévete! Quiero que me obedezca sin titubear, y manda a llamar al periodista. Es hora de movernos, los ángeles no tardarán en actuar.

—Como ordene, majestad —respondió una voz distorsionada. En el campo de visión del confundido pelirosa aparecieron un par de botas que sólo los soldados solían usar. Entonces una muda de ropa cayó frente a él, con los colores del ejército—. No es nada contra ti, Fierce... Pero tu cara me recuerda a alguien a quién detesto mucho. Lo lamento.

•••

Continuará...

N/A:

Holaaa, me gustaría saber qué les está pareciendo la historia, pues recuerden que ésta es una adaptación a la original. ¿Les gusta? ¿Sienten que le falta algo? ¿Odian o aman la actitud de uno por aquí? ¿Siguen sin entender de qué va y sólo siguen a éste loco conejo en su viaje a la locura?

Respondan o me veré obligada a secuestrar la historia >:v


No me obligue a convertirme en lo que juré destruir... ocno.

Nos leemos.

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