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✨Capítulo 20✨

Capítulo 20.


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Cana terminó de descender las escaleras y acabó de secar sus manos en el trapo que tenía enganchado a la cintura de su falda. En la primera planta, los presentes se pusieron de pie en un salto. Pero fue Loke, transformado en humano, quien pudo encontrarse con la mirada de la morena. Él sintió que la sangre volvía a correrle por las venas cuando ella sonrió para tratar de aligerar la tensión y se encogió de hombros.

—Se pondrá bien, sólo necesita reposo. Ya he neutralizado el veneno, el problema será conseguir más antídoto. He usado la última reserva.

—No importa, sólo ella lo necesitaba. —Erza respiró hondo y peinó sus lacios cabellos fuera de su frente—. ¿Ha despertado?

—Todavía no, sigue durmiendo. Creo que le di demasiada anestesia... —Cana desvió la mirada hacia un lado, encontrándose con los ojos de Loke. Algo insegura, regresó su atención a la portadora—. ¿Puedo decirte algo? Se está volviendo demasiado humana, Erza. Tuve que sedarla porque le estaba haciendo mucho daño extraer el veneno ya cristalizado.

Loke suspiró con pesadez y dejó caer los hombros. Se dio la vuelta para comenzar a caminar sin un rumbo fijo, bajo la atenta mirada de todos. Él gruñó por lo bajo y soltó una maldición. Regresó a su camino sin sentido cuando no encontró qué decir. Erza volvió a tomar asiento y dejó caer la frente contra su mano.

—Esto ya lleva meses, Loke.

—¿Y qué quieres que haga? Yo no soy portador, y aunque tú estuvieras disponible, no eres portadora de Luna —gruñó el hombre, un sonido más animal que humano. Y antes de recibir respuesta, Wendy se plantó frente a la mujer de cabellos escarlatas.

—Bien, preocúpense por la inútil, olvidemos que el mismísimo rey de Crocus tiene a Gray prisionero. Me decepcionas Juvia, en tu lugar habría salvado a mi ángel en lugar de esa llorona. Por mí que se vuelva todo lo humana que quiera y a ver si así se muere más pronto.

—¡Wendy! —Loke dio un paso hacia ella, y la joven se hizo a un lado como temiera ser contagiada.

—Tú no entiendes. —Fue todo lo que Juvia susurró a modo de respuesta, sin atreverse a alzar la mirada o protestar por lo escuchado.

Wendy hizo una mueca de desdén.

—Ni lo intento, pero no comprendo cómo pudiste dejar que se llevaran a Gray. De verdad, yo...

—Si hubieras salido de tu burbuja protectora, quizás no estaría Gray en su poder. Te ocultaste, Wendy, no te hagas la digna —cortó Erza en seco. Y la nombrada enrojeció de ira y vergüenza.

—¡No iba a arriesgar mi vida por humanos estúpidos, mucho menos por Lucy!

—No, sólo salvas tu culo —espetó Loke, y luego agregó con malicia mientras caminaba a ella—. Ah, no, espera. No tienes.

—Los ángeles no tenemos por qué servir a portadores como tú —señaló Wendy hacia la Comandante, ignorando por completo el comentario de Loke o su cercanía—. Personas ingratas y sin magia, incapaces de apreciar nuestro poder y nuestros sacrificios. Erza, la gran Comandante, no eres más que una...

—No te atrevas, Wendy —intervino Jellal, quien se había mantenido callado hasta entonces. Mantuvo su atención en sacar filo a su daga, pero sus palabras se dirigieron a la misma chica—. No dejes que te llenen de malas vibras.

—¡Es que eso ya lo hicieron! —Estalló, golpeando con su puño la mesa donde se apoyaba para inclinarse hacia Erza con un rencor retenido en sus pupilas avellanas—. ¿Cómo puedes dejar que Erza te trate como se le dé la gana? Eres un guerrero de Ares, un ángel, un inmortal, ¿qué tienes que estarle besando los pies a la alzada esa?

—Wendy, estás colmando mi paciencia. Será mejor que guardes silencio y te enfoques en la situación que tenemos —pidió Erza con una calma que no sentía. Apretando las manos sobre la mesa para no agarrar al ángel que despotricaba contra ella.

—Oh no, corran. La paciencia de la gran Comandante se está acabando —dramatizó con fingido terror—. Dioses, conmigo no cuenten. Todos son unos imbéciles, sólo ganarán que los maten.

—Parece ser que el encuentro con tu antiguo portador te ha puesto de malas, ¿no? —provocó la pelirroja con una sonrisa maliciosa antes de ponerse en pie. Jellal dejó de lado su daga para ver con el ceño fruncido a su portadora. Wendy en cambio, se quedó tensa al pie de la escalera—. ¿Qué, acaso crees que no lo noté sólo porque un devorador me arañó? No eres la única que puede sacudir los trapos, guapa.

Erza tenía aquellos arañazos en su mejilla, frescos y dolorosos. En cambio, Jellal estaba tan impecable como si jamás hubiese recibido el ataque gracias al contrato que tenía con la mujer.

El ángel de Marte se puso en pie y tomó el hombro de su portadora para pedirle que no siguiera con ello al verla avanzar a Wendy con el puño cerrado. Rápido comprendió que no debió hacerlo y sus dedos la liberaron como si no fuera más que una corriente de aire entre sus dedos. La sentía, pero era imposible de retener solo con ello.

—Erza, te estás comportando de forma infan... —La bofetada resonó como un látigo que cortó el aire, y todos enmudecieron, incluso Wendy abrió los ojos con incredulidad.

La mano de Tori temblaba, y duró unos segundos suspendida en el aire antes de que la bajase con lentitud, abriendo y cerrando los dedos por el entumecimiento. Deimos no parpadeó siquiera. Sus ojos se movieron con lentitud a la mujer que acababa de pegarle y ninguna emoción de reflejó en ellos cuando sus miradas colisionaron. Sobre la mejilla de ambos, apareció la marca pintada de los dedos femeninos. La única muestra de percepción que ofreció Tori fue que detuvo su respiración un instante, asimilando el dolor.

—Te dije que no me tocaras, ¿necesito repetirlo?

—No, no necesitas hacerlo —respondió con el mismo tono indiferente, a pesar de que por dentro quisiera tomarla de los hombros y zarandearle, gritarle hasta no poder más. Se esforzó con gran voluntad a ocultar su ira. "Es su escudo contra ti, es sólo su miedo hablando", se repitió una y otra vez.

—Entonces bien. —Luego, mentalmente agregó—. "Aquí el único con miedo, eres tú. Temes quedarte sin portadora porque entonces tu dios sabrá lo inservible que eres como guardián".

•••

Lucy abrió los ojos con lentitud, reconociendo en donde estaba incluso antes de comprobarlo con la vista. Su habitación, o más bien su pequeño pero adorado pedazo. Existía una paz que la relajaba y la instaba a quedarse horas y horas allí observando.

Sus ojos marrones se alzaron al techo, y una sonrisa bailó en ellos cuando en lugar de madera, halló una especie de espejismo creado por sí misma. Era un manto nocturno que cubría el techo por completo, con sus estrellas distantes pero hermosas y brillantes. De vez en cuando algún que otro asteroide falso flotaba por allí. Incluso se tomó la molestia de simular un planetario que orbitaba a un diminuto sol. Su pequeño pedazo de infinito universo.

Alzó la mano, girando la muñeca con lentitud. Las estrellas descendieron hasta ella, rodeándola para empezar a desaparecer en pequeños estallidos, como pequeños globos cargados de aire que al reventar, terminaban creando cientos más. Entonces se incorporó cuando escuchó pasos en la escalera, aproximándose a la habitación. Su espejismo desapareció de golpe y una pizca de polvo estelar le cayó en la nariz, misma que inhaló. Estornudó, dejando escapar una estrella fugaz en miniatura que voló hasta el visitante y se desvaneció en su pecho. Curiosa miró, para dejarse caer cuando la figura de Loke apareció bajo el umbral.

—Adelante, ya puedes empezar a regañarme, que sea lo antes posible —murmuró ante su acusadora mirada de "te lo dije".

—Sigue hablándome de esa forma y te voy a sentar sobre mis rodillas —advirtió él con el ceño fruncido, y se contuvo de reír al verla enrojecer. Era mejor adoptar una actitud positiva, porque verla con el labio partido, la nariz roja por el golpe recibido y un ojo morado, le hacían tener ganas de salir cazar al infeliz que la había golpeado.

—¡Olvídalo, no volverás a hacerlo! Eso fue muy humillante —replicó de inmediato, incorporándose y señalándole con acusación.

—También lo fue ponerme correa —gruñó de vuelta. Lucy resopló y le dio la espalda, dejando a la vista los tatuajes tribales que nacían de sus omóplatos y se extendían a lo largo de su espalda. Un par de hermosas alas estampadas en su piel. Su diseño era único, tal como las huellas dactilares de cualquier otra persona. Como sus alas, no había dos.

El hombre suspiró antes de acercarse y tirarse a su lado, mirando el nocturno cielo artificial que Lucy creaba sobre su cuerpo en ocasiones, y que en esos momentos comenzaba a dibujarse sobre ellos. Tocó una estrella y esta salió disparada por toda la habitación hasta desvanecerse, y no pudo evitar sonreír cuando eso ocurrió.

¿Cómo se suponía que iba a dejarla pelear si hacía cosas tan hermosas que no debían estar en una guerra? Lo admitía, se sentía terriblemente protector con ella, y no era para menos, la crió desde que era una niña. Y el lazo invisible que los unía sólo empeoraba su sentimiento de responsabilidad. Temía por ella a cada instante. Más aún ahora que, con pasmosa lentitud, se iba volviendo humana al no tener portador. Y el retardo de la sanación de aquellos golpes se lo demostraba.

Miró tras el hombro femenino, donde encontró un diminuto tatuaje hecho de runas que escribía sobre la piel la unión de ellos dos. Loke no necesitaba ver sobre su hombro para saber que tenía el mismo tatuaje en el mismo lugar. Estiró una mano y lo tocó con la yema de los dedos, sintiéndola tensarse antes de volver a relajarse.

El aroma salado de las lágrimas le hizo retroceder, y cerró los ojos para poder concentrarse en cambiar. Una vez transformado de vuelta a un can, se permitió pasar su cabeza bajo el brazo de Lucy, y se acomodó contra su espalda, exhalando en silencio.

—No me pidas que me quede sentada, Loke, porque jamás voy a volver a hacerlo. —La voz del ángel se hallaba rota, prueba de las lágrimas que habían escapado de sus ojos—. Lo siento si no soy tan feroz como los chicos, pero son mi familia, y no quiero perderlos.

Loke no mencionó lo rota que estaba esa familia. Siguió callado, escuchando.

—Ya una vez me escondí... Dejé que el miedo me ganara, y entonces... —Rompió a llorar en silencio, haciendo lo posible por no emitir sonido alguno. Sabía lo mucho que su familia detestaba verla llorar. Pero terminó girándose para abrazar a su can mientras una tierna mirada jade acudía a su memoria. Un recuerdo lejano y distorsionado. Sin embargo, tan cargado de sentimientos que la rompió en esos instantes—. Lo siento si no miré qué clase de portador era el General, te prometo que voy a concentrarme en buscar uno, para así poder obtener mis poderes al cien por ciento.

—Sólo voy a pedirte algo. —Entendía perfectamente a qué se refería, y no quería hacer más grande la herida con un comentario mal dicho.

Si ella se esforzaba por ocultar el dolor, por más evidente que fuera, él sería lo suficientemente humano para fingir no notarlo.

—¿Qué cosa?

—No obligues a nadie a ser tu portador, Lucy. Sé que no quieres terminar con el alma tan envenenada como Jellal, Gray o Wendy.

Lucy no emitió sonido alguno. Y no fue porque no supiera qué decir, sino porque recordó. Algo volvió a su mente, haciéndola saltar y arrojar a Juno de su costado. Gimió de dolor al intentar doblar su pierna, y reteniendo el aire apartó la sábana. Poco le importó estar solo con un camisón ante su can, que dirigió una mirada de dolor a su muslo. Su piel se veía pálida, pero la zona del muslo era una mancha púrpura con las venas dejándose notar de un color negro. Como una complicada telaraña, estas se dibujaban desde la mordida en la zona trasera y ascendían por la cara interna, curiosa apartó el camisón en la zona del pecho para tratar de seguir inspeccionando; terminó por ver que seguía a un costado y se detenía en su vientre. Juno bajó las orejas y apartó la vista con un gruñido.

—Maldita sea, las marcas son de donde alcanzó a llegar el veneno antes de que te pusieran el antídoto.

—No fue mucho —observó, resiguiendo una línea con su dedo.

—¿Qué no fue mucho? Estabas convulsionando. De haber llegado a tu corazón y sin portador, entonces tú...

—Estoy bien, pero... —Se detuvo, frunciendo el ceño y perdiendo la mirada por unos instantes. Acabó por patear las sábanas y se puso de pie en un salto. Tropezó y Juno se interpuso en su camino, sosteniéndola con el peso de su cuerpo. Ella no se detuvo, apoyó las manos en la pared luego de comprobar que sus alas estaban en un estado de sueño al no poder extenderlas. Loke la siguió de cerca, mirando atento sus movimientos.

—¿Qué intentas...?

—Gray —dijo sin aliento. ¡Por la diosa de caza! El veneno de devorador aún neutralizado dejaba una huella de dolor que tardaría días en sanar. Cerró los ojos cuando otra punzada la atravesó de pies a cabeza al apoyar la pierna e inhaló hondo cuando trató de dar otro paso. Volvió a caer cuando no pudo sostenerse y el can amortiguó su caída. Siguió negándose a estar quieta—. ¿Dónde está Gray? Él tenía muchas mordidas, y Juvia... Dioses, me duele mucho.

—¡Claro que te duele idiota! —Loke comenzaba a tener dificultad para respirar, todo porque el ángel le estaba transmitiendo una pequeña probada del dolor que la acometía gracias al nudo invisible entre ambos—. No es momento de salir, vamos, tienes que tomar reposo.

—Y Natsu... Ese bobo. —Continuó ella, apretando las manos en puños ante otra punzada—. Él nos ayudó, Loke. No es malo, sólo está confundido. Él evitó que yo...

—El hombre está muerto —escupió Loke sin darle muchos rodeos, atento a la reacción de la chica.

Si antes creyó que estaba pálida, ahora no sabía cómo describir el hecho de que la sangre dejó de correr por su rostro. Sus ojos estaban abiertos y sus pupilas se habían dilatado, antes de parecer humedecerse más de la cuenta.

—... ¿Qué? Pero él... Oh dioses... —Horrorizada se cubrió los labios temblorosos con las manos.

—Juvia dice que lo último que vio fue como le disparaban los soldados del rey. Eran demasiados bombón, no creemos que sobreviva a eso, ningún humano puede. Además, Gray está en manos del rey —explicó con calma, pues alguno de los dos debía guardarla. El semblante de la joven no había cambiado—. Lo siento, ya encontraremos a otro portador. Por ahora debes descansar, nosotros nos ocuparemos de traer a Gray de vuelta.

•••

Podía ver desde su celda como aquellos monstruos que los torturaban día tras día, traían a otro de los niños inconsciente. Lleno de golpes y con el horrible aroma a cadáver, característico de todo el lugar. La orina era otro aroma que lo envolvía, y si no confiaba en su olfato, sólo basaba con ver la parte delantera de los sucios y desgastados pantalones que cargaba el infante. Los mismos que todos los "sujetos de prueba" usaban. Maldijo y se recargó en la pared, usando las sombras para no ser visto. Lo último que quería era que otro guardia le provocara. Apenas había sanado su muñeca rota y recuperado la visión total de su ojo izquierdo.

—Éste también es un fracaso, ninguno sirve —gruñó uno de ellos—. ¿Por qué los seguimos manteniendo aquí? Sólo son más ratitas que vigilar, estoy harto de cargar con ellos. No saben más que chillar y orinarse en los pantalones.

El otro guardia a su lado le dio un golpe cuando encerró al niño de vuelta a su celda, y apuntó a donde Natsu se ocultaba. Gruñó y mostró los caninos cuando le vio acercarse. Si el hombre se atrevía a entrar, iba a hacer lo posible por sacarle los ojos. Era el mismo guardia que, una semana atrás, le rompió la muñeca al trabarla en la puerta, e intentó sacarle uno de los ojos.

—¿Y ya probaron con él? El hijo de puta no es común, sigue vivo.

—No lo que hacemos con los demás, el jefe le tiene un trato especial, igual que al otro sarnoso, todo porque ambos llevan ese estúpido sello en el hombro. ¿No viste las pruebas del mes pasado? El Doc. Intentó quitárselo pero el tatuaje fue imposible de borrar.

—¿Tatuaje? —Natsu vio a la niña de la celda contigua a la suya, que aún a través de las barras metálicas, buscaba acercarse a él. Siempre lo abrazaba cuando los guardias se acercaban.

No pudo ver sus facciones, o el color de sus ojos, pero distinguió el descuido de su cabello que parecía estar esponjado. De ser otra la ocasión, habría bromeado. Pero no pudo más que indicarle silencio y tomar su mano. Mientras no fueran vistos, no serían molestados.

—No lo sé... —admitió cuando los hombres se marcharon y sintió la angustia aparecer a su alrededor cuando la tensión se esfumó. Ya ni siquiera existían los gritos, sólo llantos resignados.

—Pero Natsu, tú tienes el tatuaje que ellos mencionan... —Ella intentó tocarlo, más no la dejó. Estaba muy sensible en la zona y no soportaría ni siquiera a una mosca parándose sobre su piel en dicha zona.

—Tranquila, todo estará bien.

•••

Yuri asintió al soldado que se detuvo frente a él con una cubeta de agua. Éste sonrió y se giró a la figura de un hombre que yacía inconsciente sobre una silla; con los brazos tras el respaldo de la misma y los tobillos sujetos por una especie de alambre lleno de púas, idéntico al que rodeaba sus muñecas. Su cabeza colgaba hacia delante, pues otra porción de alambre le rodeaba el pecho, donde las púas yacían enterradas con rastros de sangre seca. No sólo existían esas heridas, sino también pequeños agujeros donde se hallaban balas incrustadas que impedían la sanación que caracterizaba al metabolismo de aquel hombre.

El soldado tomó con firmeza el balde y arrojó su contenido sobre el pelinegro, quien reaccionó de golpe y tiró de las restricciones. Sin embargo, las púas se alargaron y se enterraron más profundamente, deteniendo su forcejeo de golpe y cortando su respiración por el dolor.

—Ya es de día, bello durmiente. No me creas un ignorante, sé que los artefactos comunes no tienen poder en ti, por lo que ni el alambre o a las balas están hechas para humanos corrientes. Deberías agradecerme, me tomé la molestia de pensar en ti —explicó Yuri con diversión, quitándose los guantes de sus manos y procediendo a desabrochar su saco, seguido del chaleco—. ¿Te sientes lo suficientemente fuerte para charlar un rato, General?

Natsu no respondió, todavía algo atontado por algo que no conocía su origen. Dirigió sus ojos primero al soldado, que reconoció como a uno de los nuevos reclutas. Acto seguido observó a Yuri, que doblaba la camisa a la altura de los codos y se acercaba por fin a él. Una vez lo tuvo al frente echó la cabeza atrás y le dirigió una mirada llena de ira.

—Lo tomaré como un sí... Eh, Bora, haz el favor de despertar al otro —pidió Yuri, tirando de una silla y poniéndola al frente suyo, donde se sentó con las piernas a cada lado del respaldo y la barbilla entre sus brazos—. ¿Qué te parece? Tengo a un ángel, después de muchos años, por fin he capturado a otro. Tendría a un segundo si anoche no hubieras intervenido, pero debí suponerlo, te gusta la gitanita esa...

—Me importa una mierda lo que le pase. —Le escupió entre dientes. Las púas no dejaban de clavarse, y todavía podía sentir las balas alojadas haciéndole daño. Por lo visto el rey no mentía, no eran armas normales. De lo contrario su cuerpo ya las habría eliminado y sanado. Pero, a pesar de la situación, no pudo evitar pensar de dónde sacó esas armas.

—Oh... es una pena, ya hasta pensaba atraerla para verte. —Puso una fingida expresión de pena, y luego le palmeó una mejilla—. Anda, admítelo, te gusta. Si no, ¿por qué la defendiste?

—Sabes lo que detesto las injusticias.

—¡No me hagas reír! —Yuri se levantó y soltó una sonora carcajada que adquirió un tono de desprecio antes de extinguirse y volverse una dura expresión—. Las injusticias son lo que a ti te importa una mierda, así que no me vengas con este repentino espectáculo ético, bastardo. Además, es la primera mujer a la que veo que le permites acercarse y no precisamente para llevártela...

Escucharon entonces un golpe atrás suyo y al soldado lanzar una pulla. Una vez interrumpido, Yuri caminó hacia el fondo de aquella habitación de interrogatorios, ubicada en el calabozo, y Natsu observó por sobre el hombro, abriendo los ojos por el escenario que encontró.

El aroma a sangre. El sudor envolviendo el cuerpo inerte, y el desprecio brotando por cada poro de su piel. Veneno se deslizaba por la gran infinidad de heridas que habían destrozado músculos sin piedad. Bora golpeó con la cubeta la cabeza inerte del hombre que cuyos brazos estaban estirados a los costados y sujetos por el mismo alambre de púas que habían usado para inmovilizar a Natsu.

—Gray... —susurró Natsu al reconocerlo, o lo que quedaba sano de él. El charco de sangre era alarmante a sus pies, así como la piel castigada y su inmovilidad. Yuri asintió hacia él y tomó los cabellos del ángel, obligándolo a alzar la cabeza.

El General sintió un nudo en el estómago al ver lo golpeado que estaba. Volvió la vista al frente y sólo escuchó.

—¿Ya te vas a dignar a hablar? —preguntó Yuri. No hubo respuesta—. Vaya, de verdad que eres terco. Pero está bien, te daré una excusa para que ya no lo intentes siquiera.

Un corte. El sonido de la afilada hoja deslizándose por la piel y un ahogado sonido de dolor. Natsu no pudo evitar ver, encontrando un atroz corte en el cuello del ángel. Estaba seguro de que la hoja de la daga le destrozó las cuerdas vocales, pues la poca fortaleza que creyó ver en su tensión, se disipó cuando uno de sus puños se volvió flojo y un pequeño objeto cayó, lanzado un destello de la luz que reflejó.

Un anillo bañado en sangre rodó hasta los pies de Natsu, quien cauteloso le echó tierra con los pies para ocultarlo de la vista de Apolo. Éste no pareció notarlo, pues estaba más ocupado clavando el diente en el lateral del cuello del ángel. Luego se alzó y limpió con el dorso de la mano. Bora le sustituyó de inmediato cuando recibió su permiso.

—¿No quieres un poco? Siempre he dicho que la sangre de un ángel tenía que ser diferente a la de un humano, pero no me imaginé que tanto... —Yuri volvió a sentarse delante de él y relamió una perla líquida y roja que se deslizaba por la comisura de sus labios—. No te culpo por haberte hecho amigo de esos ángeles. Ahora debemos conseguir a los otros, así no volveremos a pasar hambre y no tendremos que matar a humanos estúpidos. Los ángeles nos durarán todo lo que nosotros deseemos, ¿lo imaginas? Puedes tener a tu gitana como tu juguete personal si lo deseas.

—¿Ahora qué barbaridad escupes, Yuri?

—Okami... —Suspiró el rey melodramático antes de verlo directo a los ojos—. Vamos a ser sinceros. Y tú, Bora, deja en paz ya a ese ángel o lo vas a matar, es difícil conseguirlos.

—Lo siento, majestad. —El soldado retrocedió de inmediato y Gray dejó de aguantar la respiración—. Su sangre es muy deliciosa.

—Eso ya lo sé. —Yuri hizo un ademán con la mano, exasperado por oír lo evidente—. Llena aquella copa y tráemela.

Aunque Natsu trató de negarse, eso no evitó que Yuri, con ayuda de ese soldado, le hiciera probar la sangre del ángel que estaba a unos metros de distancia. Y tampoco fue como si tuvieran mucha dificultad. Una olfateada, más una gota que cayó sobre sus labios y él tuvo el error de probar. Sólo aquello bastó para que, avergonzado y con poca fuerza de voluntad, aceptara el intento de bebida.

Natsu no recordaba cuándo fue la última vez que entró en un estado de hambre tan agonizante como en esos instantes. Ya suficiente tuvo con resistir el olor de la sangre de la gitana rubia, por lo que casi lamentó el momento en que la copa terminó vacía y él dejó caer la cabeza hacia el frente, intentando controlar su errática respiración y los latidos desesperados de su corazón.

—¿Lo sientes? Eso provoca la sangre de ángel. Ellos tienen una ventaja, Natsu. Son inmortales, por lo que podrán alimentarnos y nosotros ya no tendremos que matar humanos. Intenté explicártelo antes, pero te alejaste de mí y alejaste a Sting de mi lado.

—No... —No había decisión en su voz. Estaba seguro de que tenía las pupilas dilatadas, pues los colmillos le habían crecido—. No a costa de alguien más...

—Son los ángeles, o los humanos. Te recuerdo que los segundos mueren con facilidad, y no deben conocer nuestra existencia. Dejaríamos de devorar almas, sólo bastará su sangre. Te estoy dando la opción de elegir, General. Tómalo o déjalo, si aceptas, te quedas con la gitana, ningún otro devorador podrá alimentarse de ella.

Natsu estaba en un serio dilema interno. Por un lado, lo que Yuri decía tenía sus puntos a favor. Si los ángeles eran inmortales, sólo bastarían pequeñas dosis de las cuáles ellos podrían alimentarse. El hambre se acabaría, y ya no habría más muertes para los seres humanos. Pero ese loco creía que estaba interesado en la gitana de rizos rubios. Si le decía que no, provocaría que los devoradores fueran a por ella. No podía permitirlo, así como tampoco dejar que esas criaturas fueran por los otros restantes. ¿Qué mierda iba a hacer? Una idea rondaba su cabeza, pero le provocaba tanta repugnancia como lo que el rey le ofrecía.

No, no podía. No podía. No era correcto. No.

Saboreó la sangre una vez más y exhaló con frustración. La sangre hacía estragos en su sistema luego de mucho tiempo sin beberla. Yuri sonrió al ver su reacción, leyendo su expresión hambrienta.

—Trae a Sting, Natsu, y yo me encargaré de que nunca más vuelvas a pasar hambre. Tendremos a los ángeles, y Sting podrá alimentarse sin perder su mente.

Gray miró con aborrecimiento como la voluntad del General terminaba por doblegarse. Y lleno de rabia supo que no tendría escapatoria. Era demasiado el veneno de devorador que recorría su sistema, además de imposible hablar luego de que le cortasen las cuerdas vocales. No le preocupaba, pues sanaría. Pero quizás para entonces, ya fuera demasiado tarde.

El General tenía un devorador. Debió haberlo visto antes. No pudo por... Gray tiró de las restricciones, y se contrajo de dolor ante otra punzada que atenazó su cuerpo. Rogó en silencio porque Erza desconfiara, porque Jellal pudiera usar su instinto de ángel y no dejase a aquel General acercarse.

Pidió a los dioses que ningún ángel tuviera la misma suerte que él.


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Continuará...

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