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✨Capítulo 19✨

Capítulo 19.

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Cana golpeó con fuerza al can de pelaje negro y que desprendía una gruesa nube de humo, justo cuando este se lanzó sobre ella. Sonrió al verlo desvanecerse y aseguró su agarre sobre la vara que sostenía entre sus manos. Tan ocupada estaba mirando al frente que no advirtió que había otro atrás, enseñando los caninos ensangrentados y agazapado, listo para saltar sobre su espalda y morderle. Y saltó sobre ella.

No obstante, el devorador no logró llegar a su objetivo. Otro can, de anaranjado pelaje y un collar con pedrería cuidadosamente colocada en su cara externa, se lanzó sobre el devorador que se arrojó sobre la gitana. Cana retrocedió a trompicones al escuchar un aullido seguido de gruñidos, jurando ya sentir la mordida de aquel ser. Loke no lo permitió, mordió la yugular del animal y utilizó el peso de su gran cuerpo para inmovilizarlo mientras sacudía la cabeza en un rápido y mortífero movimiento, rompiéndole el cuello. Más no paró hasta haber cercenado su cabeza, que fue cuando el devorador se extinguió en una nube de espeso humo que parecía dejarlos imposibilitados para respirar durante largos segundos.

—Gracias, chucho —agradeció la mujer con una sonrisa divertida. El can se lamió la pata y la miró de soslayo antes de gruñir. ¿Cómo esa mujer creía que con sólo un garrote iba a defenderse? Estaba loca.

—Abre los ojos, mujer. Esto no es un juego y si hubiera llegado a ti, ya no existirías.

—Me tomó con la guardia baja —replicó, apoyando la vara en su hombro.

—Cualquiera —volvió a gruñir en respuesta, haciéndola enojar y señalarle con la improvisada arma que terminó de arrancar de una de las mesas que Jellal y Erza habían roto en su última pelea dentro del local.

—Eres un presuntuoso y...

La mujer no pudo seguir con su respuesta cuando un gritó femenino interrumpió el silencio que había caído luego del exterminio de los demonios.

—¡Loke, Cana! —En apenas unos segundos, Lucy descendió desde la oscuridad del cielo hasta ellos. Ambos se giraron de golpe al verla y corrieron a su encuentro incluso antes de que sus pies descalzos tocasen el suelo—. ¿Están bien?

—¿Tú estás bien? —Loke saltó desde donde se hallaba, descendiendo los escalones de un salto.

No obstante, cuando llegó al suelo no lo hizo a cuatro patas, sino en dos piernas y cubierto tan sólo con unos pantalones desgastados y algo flojos que se sujetaban por dos gruesos tirantes a sus hombros; dejando al descubierto la figura tonificada conformaban su cuerpo y mostrando a un hombre de ojos negros y una alborotada melena del mismo tono que era su pelaje.

—Vaya. Lucy, querida, deberías poner a prueba los nervios de Loke más seguido, quizás así le veamos hacia arriba en lugar de arrojarle un palo para llamar su atención. —Cana llegó a la recién llegada e hizo una inspección visual con rapidez, no encontrando más que suciedad y sangre, pero no halló ninguna herida. Y eso la hizo suspirar internamente con alivio.

—Cállate Cana, esto es serio.

Loke tomó el rostro del ángel y la miró unos instantes antes de dirigir su atención a su muslo, donde había un rastro de sangre seca. La herida de dónde surgió ya no estaba. Apretó la mandíbula y evitó gruñir por ello. Sintió el momento exacto en que un objeto punzante se clavó en la piel de Lucy, pues su secreta conexión con ella le permitió sentirlo en carne propia.

—¿Qué te pasó?

—Loke, un devorador te arañó el pecho. —El ángel tocó con la delicada yema de sus dedos los cuatro arañazos que comenzaban bajo la clavícula del hombre, pasaban por el centro de su pecho y acababan en el costado izquierdo. Ella hizo una mueca, recordando la sensación que la había invadido y que la hizo paralizarse al pensar en su can herido, luego no pudo pensar nada más cuando Natsu los empujó a ambos contra la vitrina de aquel lugar.

Apenas la tocó, un brillo plateado surgió de sus dedos, transmitiendo el resplandor a la herida que comenzó a sanar. Cana abrió los ojos de par en par, y antes de que Lucy pudiera acabar de cerrar la herida de su amigo, éste fue jalado desde la nuca por la morena. Gruñó y maldijo cuando su cuello pareció emitir un crujido.

—¡Perro mentiroso, dijiste que no te había alcanzado con las garras! —Tiró más fuerte, casi haciendo que su cabeza estuviese a la altura de su cintura. Loke agradeció no romperse la columna gracias a su flexibilidad.

—¡Suéltame!

Lucy resopló, peinando su cabello con sus manos y usando el listón que llevaba a modo de tiara para agarrarse la cabellera en una coleta alta. No tenía tiempo que perder. Durante todo el camino había intentado comunicarse con Erza y Juvia. La primera no tomó la llamada y la segunda contestó, mas no escuchó otra cosa que no fueran devoradores gruñendo y disparos como respuesta. La situación era crítica y no podía quedarse allí.

—Loke, ¿las armas de Juvia están donde mismo? Voy a tomar una —declaró, recogiendo sus faldas y comenzando a amarrarlas de modo que terminó en una especie de falda más corta y que le ofrecía mayor movilidad sin estorbarle.

—¿Qué?

—Iré con los chicos.

Ya estaba por entrar bajar al sótano de la taberna cuando el hombre se interpuso en su camino, viéndole con una obstinada negación en sus facciones.

—Tú no irás a ningún lado, te quedarás conmigo y con Cana. Vamos a cuidarte en lo que los chicos se encargan del resto.

—¿Qué? —Ahora era ella puso una expresión de terquedad. No quería comenzar con ello de nuevo, por desgracia, él sí quería. Loke trató de tomar su brazo pero retrocedió de golpe.

—Lo que oíste. Tú no vas a pelear, bombón. Vamos, quédate adentro y no salgas por nada. —Entonces se dirigió a Cana—. Tú ve conmigo, ahora mismo te enseñaré a disparar con las armas de Juvia.

—¡No voy a quedarme sentada mientras a todos ustedes les patean el trasero! —replicó el ángel, tomando una de los tirantes del hombre y deteniendo su avance. Él se giró hacia ella, alzando la barbilla en un gesto de superioridad, y ella hizo lo mismo a modo de reto.

¿Tan poca confianza tenían en ella? ¿Ni siquiera el beneficio de la duda? Está bien, quizás sus poderes no eran tan agresivos como los de Gray o Jellal, pero ellos tenían portadoras. Tal vez Wendy era buena en la defensa, a pesar de haber perdido, o mejor dicho, haberse deshecho de su portador para quedarse con su poder. Pero ella era buena defendiéndose, tenía coraje, tenía habilidades más desarrolladas que un humano. Y no iba a permitir que a sus amigos les hicieran daño si ella podía ayudarles.

Sus ojos se dirigieron a Cana cuando ésta volvió a aparecer con un par de armas en manos, esperando que, como la mayoría de las veces, no permitiera que la hicieran a un lado como a una niña que quisiese que dejase de estorbar. No obstante, la mirada de la mujer era de pena, para luego evitarla y no volver a verla ante la orden de Juno.

—Loke... —comenzó con tono de súplica.

—La diferencia, cariño, es que ellos pueden devolver el daño. Tú no. Entiéndelo, sin portador no tienes poderes, Lucy. No puedes pelear, no tienes a nadie a quién proteger, por lo tanto la furia de los ángeles no existe en ti, morirás apenas pongas un pie fuera.

—¡Cana siempre pelea con ustedes! —Claro que no era su mejor argumento, sino más bien el de un berrinche por no obtener lo que quería. Sin embargo, quería que su amigo entendiera su punto, ambos, incluso los otros, amaban y admiraban a Cana por su fuerza para enfrentarse a las oscuras sombras y luchar al lado de ellos.

—¡Mi deber es protegerte, Cana sabe a lo que se atiene! No me hagas repetirlo, no puedes pelear.

—¡Esto no es justo! —Se dio la vuelta y avanzó a paso decidido a la puerta. Sus ojos se elevaron a la hermosa luna cuando atravesó el umbral, cuyos rayos de luz buscaban traspasar las espesas nubes que cubrían las estrellas distantes en el cielo.

Sus ojos reflejaron al astro nocturno y se llenaron de una sombría decisión. Supo que Loke se dio cuenta de lo que pensaba cuando se abalanzó sobre ella. Pero Lucy fue más ágil y se deslizó por el suelo, volviendo a incorporarse en cuestión de un parpadeo y girarse a Cana que avanzaba a ellos. Le arrebató una de las armas en un ágil movimiento para alzar finalmente el vuelo.

—¡Lucy, vuelve aquí! —Exigió Loke, sin poder creer lo que acababa de suceder.

No es que quisiera echárselo en cara, o burlarse de ella. Pero un ángel sin portador estaba muy indefenso, casi un humano. Si no corrió tras ella fue porque al menos media docena más de devoradores se acercó a ellos desde la oscuridad, y no dejaría a Cana sola contra esos seres. Lanzó un aullido de rabia e impotencia antes de abalanzarse sobre el par que ya iban hacia ellos con los dientes preparados para morder. Su cuerpo ya había abandonado su forma humana cuando cayó sobre ellos.

•••

Juvia disparó con precisión al devorador que se había lanzado a ella desde el muro que se erguía al frente, apenas diez metros quedaban de lo que alguna vez había sido. La bala mágica le dio en el entrecejo y el ser lanzó un descomunal grito animal antes de desintegrarse en una nube de polvo que la hizo cubrirse los ojos un instante y evitó respirar.

Tosió y se talló los ojos, parpadeando repetidas veces para tratar de volver a concentrarse. Pero un dolor estalló tras su muslo derecho y la hizo lanzar un quejido para caer de rodillas. Eso no evitó que girara el torso y disparara a la sombra que trataba de atacarla desde atrás. Horrorizada vio una herida nacer allí, hecha por nada. Lo que significaba que...

Buscó con la mirada a la persona que minutos atrás había estado a su espalda para cuidarle de ese tipo de ataques. Y el terror la llenó cuando sólo descubrió una montaña de sombras sobre un cuerpo, del cual apenas y veía una mano que arañaba el suelo en busca de un agarre. Otra sensación de mordida le llegó, esta vez tras el cuello, y un grito subió a su garganta antes de que un pesado can la embistiera desde un costado, arrojándola al suelo.

Sus manos sujetaron las mandíbulas del devorador e ignoró el dolor de los feroces dientes clavándose en sus dedos mientras sus ojos, inevitablemente, se dirigían a su ángel. La mano que asomaba bajo los devoradores ya no se movía.

—¡Gray! —llamó presa del pánico. Miró con decisión al devorador sobre ella y libró una mano que estiró hacia donde el arma estaba. Su pistola llegó a la palma de su mano como un metal al imán, y ella no dudo en clavarla dentro del can y volarle la cabeza. No había sangre, tampoco órganos, sólo nubes de polvo.

Sacó otra arma de debajo de su falda, sujeta a su pierna, y juntó ambas. Estas se conectaron una a la otra con trabajados mecanismo y velocidad excepcional, transformándose en una más grande y poderosa. Apuntó con experiencia, observando por la mirilla con uno de sus ojos y disparó.

Los devoradores volaron en todas direcciones cuando la bala les dio de lleno, estallando como una nube de gas. Y aquellos que no se desintegraron, se arrastraban intentando huir. La figura de Gray quedó por fin a la vista, de cara al suelo y con la ropa desgarrada; la camisa más que nada, dejando a la vista las espantosas mordidas que le habían propinado aquellas bestias para alimentarse. Mismas mordidas que se habían traspasado a ella gracias al contrato.

Controló el área, abriendo la palma de su mano para observar el holograma que surgió de la misma y le mostró una especie de radar, un mapa hecho por ella que prácticamente controlaba todo Crocus. Por lo pronto, no había devoradores cerca. Exterminó a los que todavía agonizaban y corrió al hombre. No logró ver si se hallaban en otros lados, por alguna extraña razón su radar había dejado de tener largo alcance. O bueno, sí sabía la razón, más no era momento de remediarlo.

Contuvo un gemido de angustia al ver la espalda desgarrada del hombre. En lugar de ver su hermoso tatuaje de alas tribales, sólo halló músculos destrozados y mucha sangre.

Presionó un botón en su pulsera con premura y la acercó a sus labios.

—E-Erza, soy Juvia. Gray ha quedado inconsciente, le han logrado morder muchos devoradores. Te-temo que el veneno le esté haciendo daño y yo no pueda saberlo. Ya sabes que nuestro contrato... —Guardó silencio. No hacía falta explicar aquello—. Necesito que vengan a buscarlo, no quiero llevármelo y que más devoradores quieran entrar por esta zona de Crocus.

No se preocupaba por las personas, no mientras estas se mantuvieran dentro de sus hogares. Años atrás, cuando controlar a las sombras empezó a volverse más difícil, combinaron sus conocimientos sobre los mismos con la magia dada por los dioses, y dibujaron invisibles campos de fuerza contra las sombras en cada hogar y refugio de Crocus. ¿El problema? No podía hacerlo lo suficientemente grande para toda la zona, sólo pequeños pedazos. Y tampoco podían sentarse a esperar que sólo eso protegiera a los humanos, pues los campos tenían un límite a su resistencia, y descubrirlo les costó caro. Muy caro. Eso sólo sería una berrera momentánea en lo que la ayuda llegaba.

Colgó y procedió a revisar las heridas, extendiendo cuidadosamente la piel con sus dedos índice y pulgar para buscar que ningún colmillo estuviese allí alojada. No podía moverlo por miedo a herirlo más, pero eso no quitaba el sabor amargo de la impotencia al tener que revisarlo en aquellas condiciones. Se quitó la bolsa que colgaba de su cintura, escondida bajo el pesado abrigo, y la abrió en busca de unas pinzas especiales. Había palpado por lo menos tres dientes en su espalda.

Estaba sacando un cuarto diente cuando escuchó un ruido a sus espaldas. Apenas tuvo tiempo de tomar su pistola, que cargó al tiempo que se volvía a la persona que se acercaba hasta ellos. Se quedó sorprendida al ver a Lucy alzando las manos y retrocediendo asustada, dejando caer una de sus armas al suelo.

—¡Lucy! —Bajó el arma y la guardó con un suspiro de alivio—. Por Hermes, me has asustado.

—Creo que eso debería decirlo yo. ¿Qué pasó? —El ángel volvió a tomar el arma. Entonces se tensó y se giró, apuntando con ella, a la vez que extraía de la correa en su muslo su inseparable daga de mango lleno de grabados cuidadosamente tallados.

—Se resisten, eso pasó —declaró Yuri, surgiendo desde las sombras como un espectro.

Juvia cargó el arma y se puso de pie, apuntando sin titubear al rey de Crocus. Éste sonrió al ver la decisión y alerta en las posiciones de ambas mujeres. Sus ojos lanzaron un destello y se oscurecieron cuando una espesa nube cubrió la luna, y con ello, sus tenues rayos. No fue un impedimento, los presentes podían ver perfectamente.

—Así que quieren jugar a las guerras, ¿eh? Está bien, ¿quién quiere pelear primero? —Miró a Juvia con un deje de burla—. Una escaza cyborg, me pregunto qué tan ruda eres.

—Tu problema no es con ella. —Lucy no intentó negar lo que su amiga era. ¿Para qué? Aquel hombre debía haber visto lo suficiente para haber llegado a aquella conclusión. O como ellos, llevaba tiempo vigilando. Lo confirmó cuando él volvió a hablar.

—Y el ángel sin portador. ¿No te han dicho que el patio de juegos no es este, dulzura? Mi problema es con todos ustedes echando a perder a mis cachorros que sólo desean comer.

—No me subestimes. —Aferró con más fuerza el mango de la daga, y su dedo se posó sobre el gatillo en su otra mano. Sin mirar atrás sus palabras se dirigieron a la portadora de Mercurio—: Erza y Jellal vienen hacia aquí, intenta llevarte a Gray.

—¿Qué vas a...?

—¡Vete de aquí, Juvia! El rey tiene un devorador dentro de su cuerpo, intentará llegar a Gray si no te apresuras.

Lucy rogó porque el temblor en sus manos no se viera. Tenía miedo, tenía miedo de no estar a las expectativas. De pronto, las palabras de Loke volvieron a su mente y veloz las pateó fuera de su mente. Puede que quizás no se viera capaz de ganar una pelea, pero de que iba a luchar con uñas y dientes de ser necesario para que Juvia pudiera llevarse al herido Gray, lo haría.

—Quizás sea demasiado tarde —confesó el hombre con una sonrisa misteriosa y mirando tras ella en un pequeño intervalo de segundo.

Lucy giró en redondo cuando sintió un escalofrío subiendo por su columna. Un devorador saltaba sobre Juvia, que por intentar estabilizar a su ángel no lo vio venir y cayó al suelo con el animal clavando sus caninos llenos de veneno en la conexión de su cuello y hombro. La sangre manchó el abrigo de la portadora, y su grito se vio acallado en un débil gemido cuando los caninos destrozaron sus cuerdas vocales.

Otros devoradores más se acercaron, perdiendo su forma física para convertirse en una espesa neblina que cubrió por completo el cuerpo del ángel. Lucy no dudó en disparar al devorador que había mordido a la mujer, pero captó un movimiento por el rabillo del ojo para descubrir a otro devorador corriendo hacia ella. Incrédula descubrió que no salió ninguna otra bala, y furiosa arrojó el arma al suelo mientras giraba sobre su propio eje. Le propinó una patada giratoria en la cabeza, mandando a volar al devorador. Y su daga se ensartó en la cabeza de otro cuando la lanzó en su movimiento giratorio. Pero uno más salió de la nada con los dientes al descubierto. Cruzó los brazos sobre el rostro y cerró los ojos en la espera del dolor. Olvidó que estos podían volverse sombras, y por lo visto, ese se convirtió en la suya.

Jamás sintió la venenosa mordida.

Escuchó un aullido y luego el lloriqueo de un can. Abrió los ojos para descubrir, no sin sorpresa, las anchas espaldas de un hombre, cubierto de un traje desgarrado, que estaba ante ella y tenía al devorador entre sus manos. Lo apresaba del cuello y no lo soltó hasta que le lanzó una advertencia con un sonido que pareció al de un furioso animal.

—¿Natsu? —preguntó con asombro. El recién llegado apenas la miró un momento antes de avanzar a Yuri, provocando con su paso que los amenazadores devoradores allí reunidos retrocedieran entre gruñidos.

—Yuri, es suficiente. No sé qué trato tengas con estos demonios, pero no permitas que sigan haciendo lo que quieran. Éste no eres tú, maldita sea, ¿qué estás haciendo?

—¿Un mensaje inspirador, General? —se preguntó el rey, mirando al pelinegro y comenzando a caminar alrededor suyo—. Halagador pero innecesario.

—Yuri...

—Natsu, ¿no te has preguntado jamás por qué la sangre es tan adictiva y lo único capaz de llenarnos, además de un alma?

Lucy no se permitió quedarse viendo aquello a la espera de que se decidiera qué harían con ellos. Controló a los devoradores con la mirada, mismos que no osaban acercarse a ellos desde la llegada del pelinegro. Tampoco iba a detenerse a preguntarse la razón. Incluso aquel que mordió a Juvia se recuperó gracias a que la bala no le dio en su punto débil y ahora se movía de un lado a otro como un animal enjaulado sin quitarles su amarillenta mirada de encima.

—Ya basta, ¿por qué haces esto?

—¿Por qué? —Se preguntó Yuri en voz alta y frotándose la barbilla—. ¿Debo acaso tener un motivo?

Juvia tomó con dificultad el cuerpo de Gray, mostrando una mueca de dolor cuando sus miembros doloridos protestaron por el esfuerzo. Lucy estaba por ayudarla cuando alguien tocó su hombro y la hizo girarse. Sólo fue capaz de ver un par de ojos amarillos llenos de hambre, antes de que el puño de un hombre le diera de lleno en el pómulo y cayera al suelo por la sorpresa.

Natsu se tensó al tiempo que giraba, viendo incrédulo al soldado que había golpeado al ángel y ahora volvía a arremeter contra ella. Estaba por dirigirse hacia él hasta que Yuri le atrapó desde atrás, tirando de él y lanzándolo lejos como si no fuera más que un pequeño objeto en su camino. Entonces el rey se encaminó al ángel varón que había terminado desprotegido, pues su portadora peleaba contra una cuadrilla de soldados dominados por devoradores.

Lucy logró sacarse a dos de encima, y estaba repeliendo a un tercero cuando sintió el dolor estallar en su ser. Empezando por una dolorosa mordida tras su muslo, para extenderse como una corriente de veneno por todo su cuerpo y paralizarla. Un endeble quejido de angustia escapó de sus labios, y los soldados la tomaron de los brazos, mientras uno tercero le alzaba el rostro. Volvió a golpearla con el puño, y la sangre se deslizó tanto por sus labios como su nariz. Su cabeza se vio lanzada hacia atrás, pero trató de recomponerse y miró abajo suyo, descubriendo a un devorador con sus caninos visibles y profundamente clavados en su pálida piel, misma que ahora comenzaba a adquirir un tinte amoratado.

Su cuerpo cedió al instante, y si no cayó fuer por los hombres que la sostenían. El devorador retiró sus dientes por una orden, y se mantuvo cerca, relamiéndose, dispuesto a acabar el trabajo. Su visión se tornó borrosa y sus ojos se cerraron. Recordó a Juvia y la situación de Gray, y apretó los puños, tomando impulso y extendiendo sus alas, alzó las piernas y golpeó al soldado que quería volver a arremeter contra ella, desequilibrando a los otros dos. Se elevó hasta que quedó libre.

Natsu maldijo al ver lo ocurrido y se lanzó contra el rey, quien ordenaba a los soldados actuar. Miró a Juvia y vio como Lucy caía de nuevo al suelo, con su pierna adquiriendo un tinte negro. No preguntó, pues eran segundos valiosos los que tendrían.

—¡Corran!

La portadora de Mercurio vio con impotencia como Gray quedaba lejos de su alcance cuando corrió a auxiliar al ángel que acababa de caer, y entonces el horror la lleno cuando los devoradores volvieron a cubrirle. Se incorporó de un salto y corrió hacia él, ignorando el llamado del General.

Lo único que Juvia tocó al llegar a la nube que cubría a su ángel, fue el suelo, y a las partículas dispersándose con su llegada. Gray no estaba, se había desvanecido. El rey emitió una protesta cuando el General lo inmovilizó y lo retuvo contra el suelo. Natsu entonces sacó algo del interior de su gabardina y pulsó el único botón presente. Juvia abrió los ojos con sorpresa y corrió de vuelta a Lucy, ayudándola a incorporarse y tratando de alejarse lo más posible de allí.

Lucy apenas logró abrazar a Juvia y rodear sus cuerpos con sus alas cuando el dispositivo estalló con un potente resplandor. La portadora sintió al ángel tensarse cuando el peligroso gas que soltó la bomba casera le dio alcance, quemando con su acidez sus alas y espalda, para luego caer inconsciente en sus brazos.

Natsu tardó varios segundos en volver a recuperar la visión, y miró sin una pizca de remordimiento a los soldados caer muertos, con los devoradores abandonando sus cuerpos, agonizantes. Descubrió que las mujeres ya no estaban. Había querido echar al ángel sobre el caballo para que pudiese escapar. Pero el panorama fue peor de lo que esperaba; los soldados, que eran al menos una docena, lo rodeaban y apuntaban con sus armas. Yuri estaba montado sobre su corcel. El ángel no estaba por ningún lado.

—Así que, ¿ese es el bando que eliges, General? —Yuri asintió, y sin verle chasqueó los dedos. Un soldado dio un paso delante y le golpeó con la parte trasera de su arma en la sien—. Es una pena, esperaba que pudieras acompañarnos a Sting y a mí en el baile. Por lo visto, ya no estarás presente en nuestro banquete.

Otra orden silenciosa y todos apuntaron. Natsu no dejó de ver a Yuri con neutralidad aun cuando todas las armas se dispararon y él fue el blanco.


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Continuará...

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