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✨Capítulo 18✨

CAPÍTULO 18.

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El cuerpo del General impactó con rudeza contra una pared que se agrietó ante el choque. Luego cayó al suelo y su mano liberó el amuleto por la conmoción, mismo que rodó varios metros lejos de él.

Natsu maldijo y alzó la mirada a Sting, quien sonreía siniestramente y caminaba con cierta cojera hacia él. Una de sus manos se movió en un repetido movimiento, abriendo y cerrando los dedos; hasta que se vio rodeada por el mismo extraño humo que componía las alas a su espalda. Este se volvió sólido, como una especie de nueva extremidad asemejada a la que había cubierto. Pero más grotesca, tanto que le hizo arrugar la nariz por el intenso olor putrefacto que despedía.

—Te prometo que si salimos de esta, estarás castigado de por vida —declaró, poniéndose de pie al instante que el devorador arremetía contra él, usando la extraña y afilada hacha en la que se había transformado el brazo de su recipiente.

Porque Natsu sabía que Sting ya no tenía voz allí; el niño quiso hacerse el valiente y terminó perdido, dejando a una sombra enloquecida de hambre manipular su cuerpo. Debía cuidar que no dañara a nadie, y que tampoco se hiciese daño a sí mismo. En esos momentos, encontrar a Yuri pasó a otro plano. El rey siempre fue consciente de lo que era y lo que podría llegar a hacer si no se cuidaba. La prioridad de ambos siempre fue Sting, el más débil para soportar una situación de aquella magnitud.

—El débil cuerpo de este humano me servirá lo suficiente para destruirte. —Natsu se levantó después de agacharse para tomar el amuleto, viendo entre la sorpresa y la confusión al rubio.

—Así que puedes hablar.

No era la primera vez que escuchaba a una persona poseída por el devorador hablar. Aunque normalmente se les dificultaba formar frases y sólo gruñían ciertas palabras de lo que querían.

—Por supuesto que puedo, una vez consigo mi hogar temporal. Pero el humano no me sirve por mucho tiempo, tendré que buscar a uno de esos ridículos ángeles que juegan a las luchas por allí.

Era raro oír aquella burla y el desprecio acompañándola con la voz de Sting. Él que le conocía desde su nacimiento, sabía cómo era el corazón del príncipe, y el egocentrismo no era para nada algo que lo caracterizara. Al contrario, era mucho más noble que otras personas que alardeaban de serlo.

—Entonces voy a pedirte que lo dejes ya, o me veré obligado a eliminarte.

—¿Eliminarme, a mí? He estado por más de seis años en este asqueroso cuerpo, ¿y apenas ahora quieres eliminarme? Es demasiado tarde, su mente está tan dañada que ahora puedo hacer lo que yo quiera con él.

—Te equivocas, Sting es más fuerte de lo que tú crees.

—Díselo a su cadáver andante. —Y con ello volvió a arremeter contra él una vez más.

Natsu logró hacerse a un lado, pero en su búsqueda de tomar el brazo del joven, no esquivó por completo el hacha; provocando que rozase su pómulo izquierdo y creara un corte que pronto le molestó. Volvió a perder la concentración cuando escuchó un grito cercano, y el sonido le pareció familiar.

Por el rabillo del ojo divisó una figura caer hacia atrás, rodando por el suelo hasta detenerse y soltar un quejido. Veloz miró en su dirección, sorprendido de ver a Erza tirada de espaldas y sin intención de levantarse, aun cuando un devorador con forma canina corría hacia ella.

—¡Hey, Comandante! —Dio alarma, pero ella no se movió. Y no pudo ver qué hacía aquel devorador cuando alguien arremetió contra él. Unos brazos rodearon su cintura desde atrás, y su pómulo dio de lleno contra el suelo al caer.

Y como si aquel golpe no fuese suficiente, gruñó de dolor cuando la mandíbula del príncipe se cerró sobre su hombro izquierdo, penetrando con sus colmillos la piel y haciéndole sangrar. Lo sintió succionar, y maldijo al saber que se estaba alimentando de él.

Normalmente podría rodar e intentar aplastarlo para que lo soltase, o quizás golpearle. Pero el dolor lo tenía paralizado. Jamás, y hasta la fecha, fue capaz de entender por qué esa zona de su cuerpo era tan sensible. Y por ello decidió cubrirla con una prótesis de piel que le salvaba de unos cuantos golpes, y que le pudo haber sacado de un apuro si la gitana de rizos se hubiera atrevido a desnudar su brazo para comprobar si en verdad ya no tenía el tatuaje allí.

Respirando hondo y siguiendo los lejanos consejos de Yuri, sobre todo las frasecitas de «el dolor está en la mente» llevó sus brazos hacia el cuerpo que estaba sobre el suyo, y sujetó la cabeza de Sting. Apretando los dientes hasta que estos le dolieron, tiró del joven lejos suyo, sintiendo su piel desgarrarse hasta que éste lo liberó por el dolor aplicado a su cráneo.

—¿Vas a hacerme daño, aun sabiendo que lo lastimarás a él? —Sting limpió con su dorso la sangre que caía de sus comisuras, para llevarla de nuevo a sus labios. Luego pareció sacar algo de su boca, y Natsu, que todavía se hallaba inmóvil de dolor, distinguió que se trataba de un trozo de la prótesis de piel.

Aunque claro que también le arrancó piel.

—Tú mismo lo has dicho, ya no es Sting —declaró, impulsándose y plantando los pies en el suelo, poniéndose de pie en un salto. El príncipe retrocedió de la impresión, momento que él aprovechó para propinarle un golpe en el centro del pecho. No lo suficientemente fuerte para detener su corazón, pero sí para arrojarlo al suelo.

Subió a horcajadas sobre él, dispuesto a darle un golpe para dejarle inconsciente, pero entonces la razón pareció regresar a los ojos azules del príncipe, y este alzó los brazos sobre su cara, encogiéndose y gritando alarmado.

—¡Natsu, para, soy yo! —Aquel terror reflejado en su voz lo detuvo. Cometió el error de relajarse, y no tardó más de tres segundos en notarlo cuando las rodillas de Sting le dieron con fuerza en la espalda, para luego rodar ambos por el suelo, en busca del control sobre el otro.

Natsu sintió la afilada hoja de una cuchilla sobre su garganta, y tragó con esfuerzo, lanzándole una mirada de furia al verse engañado por el devorador. Este sonrió y se relamió la gota de sangre que había escapado de su comisura durante el forcejeo. Natsu perdió el collar en un punto del mismo, y no podía moverse sin que le abriera el cuello.

—Chilla un poco, y te rajaré la garganta como a un cerdo. —Uno de los pies del príncipe estaba sobre una de sus muñecas, impidiéndole moverse. Sting no era fuerte, sino el devorador que le controlaba—. Pobrecito, sería una lástima matarte. Es una pena que no pueda hacerme con tu cuerpo, puesto que ya hay uno de mis hermanos dentro de ti. Por lo tanto, no me sirves.

—Tú tampoco —interrumpió una voz femenina, y ambos voltearon en dirección a la mujer que cargó contra el príncipe y lo arrojó al suelo. Natsu vio incrédulo como Erza sacaba una especie de llave de la cadena que caía sobre sus caderas y la hacía girar entre sus manos con destreza.

La llave se recubrió de fuego, y en apenas un parpadeo su tamaño incrementó, transformándose en una lanza; cuya punta ya se clavaba en el pecho de Sting con amenaza, pues éste trataba de quitarla.

Entonces el arma lanzó un destello desde la hoja afilada, y éste atravesó el pecho del príncipe que gritó lleno de dolor antes de caer hacia atrás y no moverse más.

Natsu no captó en qué instante llegó a ellos, pero sólo fue capaz de tomar el brazo de Erza y tirar de ella para alejarla, incrédulo por lo visto.

—No está muerto, aquí está el collar. ¿Es para eso, no? Siento una magia muy poderosa. —Natsu miró al hombre de cabellera azul acercarse a él con el collar en sus manos. Sting tenía los ojos cerrados y respiraba con tranquilidad cuando él le colocó la baratija al cuello. La piedra oscura brilló un instante antes de tornarse blanca. Pero Sting no abrió los ojos.

—¿Qué le has disparado?

Erza tenía arañazos en la mejilla y descendían por el cuello hasta arrancar una manga de su uniforme. Sorprendido notó en el otro hombre la misma herida y en el mismo lugar.

Un recuerdo llegó a su mente, del momento en que, si mal no recordaba, Jellal había salido golpeado y Erza también terminó encogida. Su mirada se dirigió a la mano derecha de la Comandante, quien apartaba el cabello de su rostro, y descubrió allí un anillo plateado con una única gema rubí.

Ella captó su mirada y veloz se quitó el anillo, metiéndolo en la fina cadena que rodeaba su cintura. Ante la atenta mirada de Jellal, cuyos ojos lanzaron un destello de furia antes de darse la vuelta y marchar, desplegando un par de enormes alas blancas a sus espaldas.

—No te entretengas, pollo enojón. Debemos sacar a los devoradores —sentenció antes de emprender el vuelo y desaparecer en la oscuridad de la noche que las nubes ofrecían al cubrir la luna.

—Novato, necesito que te marches de aquí. Si no nos ayudas, no estorbes.

—Tú no me dices qué hacer —replicó, tomando en brazos a Sting con una mueca de dolor al forzar el hombro herido. Le palpitaba mucho.

Necesitaba llevarlo con la única persona que sabría si Sting podría recuperarse o no. Y tenía que hacerlo ya.

Llamó con un silbido apenas detectable. Y en pocos segundos escuchó el relinchar el corcel que había tomado al salir del palacio. El animal se acercó trotando y él no tuvo dificultad alguna de subir el cuerpo del príncipe sobre el mismo. Sabía que aquella posición no era muy cómoda, pero no pensaba agregarle más peso al caballo si todavía podía caminar. Sin decirle nada a Erza tomó las riendas y comenzó a caminar.

—¿Es porque soy mujer o simplemente no te da la gana seguir algunas reglas? —inquirió la mujer que poco a poco dejaba atrás.

No tenía que responderle, se dijo. Suspiró y la observó por sobre el hombro una vez se detuvo.

—A mí no me interesa si llevas faldas o pantalones, he sido testigo de que el sexo no importa demasiado si eres buena en lo que haces. Pero mi deber es cuidar de Sting, no de ustedes.

—¿Es eso un halago?

—Es una advertencia. No les quiero cerca de Sting, ¿me entiendes? Yuri ya está grande para atenerse a las consecuencias de sus actos, pero Sting no tiene culpa de que esto le pasara.

Se marchó antes de esperar alguna respuesta por parte de la mujer.

Le llevó varios minutos salir de la ciudad y rodear las murallas, o lo que quedaba de ellas, para atravesar las plantaciones que se extendían alrededor de Crocus. Casi media hora después divisó una vieja cabaña, cuya única luz a la vista era una tenue llama dentro de una lámpara de aceite que colgaba del portal. Detuvo al caballo y le dejó suelto para que pastara mientras avanzaba con el cuerpo inerte del príncipe en brazos hasta la puerta principal.

Estaba por llamar cuando esta se abrió, revelando la oscuridad que reinaba en el interior. Y desde ella emergió una figura femenina vestida de ropas simples que frunció el ceño y borró su sonrisa que le daba la bienvenida cuando advirtió el cuerpo inerte del futuro soberano de Crocus.

—Um, General, lo del trío era un chiste... —murmuró apoyándose en el marco de la puerta y sonriendo divertida.

—Basta Jenny, Sting no está bien. Necesito que lo veas —cortó con sequedad. No estaba para juegos. El cuerpo en sus brazos estaba cada vez más frío.

La nombrada puso expresión sería y se apartó, dejándole pasar. Su visión desarrollada le permitió no golpearse ni chocar con nada hasta que ella prendió una luz. El aroma a cadáver y sangre inundaba la cabaña. Lo detectó incluso antes de acercarse a la puerta. Una mirada alrededor le permitió descubrir sobre una mesa cercana el cuerpo inerte de una ardilla y una taza llena de su sangre a su lado.

Dejó el cuerpo de Sting sobre el único sofá de la sala y se acercó al animal muerto. No dijo nada mientras veía a Jenny comenzar un exhaustivo chequeo sobre los signos vitales de Sting. Mientras tanto, tomó la taza con mano temblorosa y apuró su contenido, sediento.

—Ey, déjame un poco —exigió la rubia sin verle.

—Primero dime que la ardilla ya estaba muerta cuando la drenaste.

—Lo estaba luego de que la asfixié —dijo con simpleza, quitándole el chaleco a Sting con premura y subiendo una de las mangas de su camisa. Procedió con cuidado experto y adecuados instrumentos a extraer una muestra de sangre.

Natsu entornó los ojos.

—Te he dicho que no mates animales.

—Y también que no mate humanos, cariño. Pero no todo se puede en la vida. Yo tengo hambre y tú no te dignas a alimentarme —acusó sin sentir ira en realidad. No obstante, le fue capaz detectar un pequeño toque de reproche—. ¿Qué le ha ocurrido a nuestro apuesto e indudablemente noble futuro rey?

—El devorador lo poseyó.

Se acercó a la mujer, que le tendió un pequeño cuenco con algo de la sangre que había extraído. La olfateó cuidadoso y reprimió sus caninos cuando el alivio lo inundó.

—¿La hueles? No está podrida y tampoco coagulada dentro de sus venas. Por lo demás, reacciona bien. Pero si quieres puedes quedarte y dejarlo aquí para esperar y ver que siga así. El collar ha anulado al devorador, pero eso no significa que no haya dejado secuelas.

—Me quedaré —suspiró sin apartar la vista del rubio. Jenny sonrió sin que la notase y se recogió las faldas para llegar hasta él y rodearle con sus brazos

—¿Sabes? Tendré que enviar devoradores a Sting o hacer que su collar deje de funcionar si eso significa tenerte por aquí más seguido —comentó como un suave ronroneo, deslizando una de sus manos a la abertura de la gabardina para tocar el ancho pecho del hombre.

Natsu se apartó con suavidad luego de tomar la delgada muñeca y apartar el otro brazo que rodeaba su cintura.

—No digas eso ni de chiste. Había muchos devoradores en Crocus.

—¿Será por la luna llena? —Se preguntó ella, tocando sus labios con la yema de sus dedos—. Me duelen las encías, ¿a ti no?

—Un poco —admitió. Sus ojos se dirigieron a la ventana, encontrando nada más que el frío silencio de la noche. Sabía que ningún devorador se acercaría a ese lugar. Y no sólo por el hecho de que Jenny creó un hechizo para proteger su hogar de esas alimañas. Sino que además, un devorador no osaba acercarse a otro a menos que tuvieran motivo para pelear. Y tanto él como la mujer que ahora frotaba le abrazaba desde frente, olían de cierto modo a aquellos seres.

—¿No quieres comer?

—Me niego, bébete la sangre del animal, que será todo lo que conseguirás —intentó hacerse a un lado, pero Jenny plantó las manos en su torso y lo empujó con increíble fuerza contra la pared.

Evitó poner los ojos en blanco al oler su enfado. Ahora no entendía exactamente de dónde nacía aquel sentimiento. Pero si había algo que detestara era que ella hiciese eso de atacarlo.

—Claro, como tú ya te alimentaste, y más encima de una mujer, estarás satisfecho. ¿O no?

—¿De qué estás hablando?

—No te hagas y no me insultes de esta forma. Tienes el aroma de una mujer sobre tu cuerpo. ¿Creíste que el de Sting podría ocultarlo? Te equivocas, tesoro. —Jenny se apartó de él con la misma rapidez que le había empujado y avanzó con la espalda erguida a la taza llena de sangre, misma que bebió hasta terminar—. Si te hace falta más prueba, a la próxima cámbiate de gabardina. Su sangre la mancha, y también tu pantalón en la zona del muslo.

Buscó aquello que señalaba tan despectivamente con un movimiento de cabeza, y sorprendido encontró una mancha de sangre al final de su gabardina abierta; junto a otra en el muslo. El devorador empujó contra su auto control cuando sus sensibles sentidos captaron el aroma a las fresas dulces y la vainilla en una mezcla embriagante. Tragó, volviendo a alzar la vista a la mujer que le veía cruzada de brazos.

—Ahórrate el ataque de celos, sólo evité que Sting le atacara en aquel estado. Pero se cortó, como podrás notar, con los mismos vidrios que me desgarraron la espalda —zanjó el asunto. Ahora que había vuelto a su memoria, no podía dejar de preguntarse si aquella gitana bailarina y el resto de sus amigos seguían enfrascados con los devoradores.

—¿Quién es?

—Eso a ti no te incumbe.

Esperó que tal vez a ella le molestara. Y no le parecía extraño, él lo estaba. Jenny tenía claro su papel para con él, y estar indagando sobre qué hacía o con quién estaba no parte del mismo.

—Tienes razón, lo siento. Debí suponer que querrías ponerme celosa luego de que ofreciera mis favores a aquel soldado de la otra vez. ¿Tan rencoroso eres que no te gusta compartirme?

—Déjate de decir tonterías, ya te dije que no me importa. —Le pareció ridículo que ella sacase aquel tema, mismo que él ignoró en su momento por falta de interés. Eran amigos y de vez en cuando la pasaban juntos, nada más. No iba a exigirle exclusividad y tampoco la daría.

—¿En serio? Pero desde entonces no me tocas —susurró, acercándose a él hasta posar la mano sobre su brazo y apretar con suavidad. La miró con el ceño fruncido, pero no se movió cuando tiró de él y acercó sus labios a los suyos.

Antes de que recibiera un beso, contuvo su suspiro de alivio cuando un pitido proveniente del interior de su gabardina detuvo a la mujer y la hizo retroceder a la espera de que se deshiciera del molesto sonido. Pero Natsu sacó el dispositivo de comunicación de su bolsillo y contestó a la oportuna —para él—, llamada holográfica.

La figura que apareció ante él lo hizo ponerse tenso y mostrar una mirada glacial.

—Ah, Natsu, buenas noches. Quería llamarte para decirte que regreses a Sting a su habitación. Mi pequeño es muy torpe y podría perderse en esta oscura y... peligrosa velada —comentó con diversión la voz de Yuri. Su figura se hallaba distorsionada, más no lo suficiente pues él era capaz de reconocerlo—. Y de paso, te devuelvo aquello que pertenece a tus nuevos amiguitos gitanos.

—¿De qué estás hablando?

—Eso tienes que concluirlo por ti mismo —fue toda respuesta antes de que la comunicación se cortara. Y justo cuando la imagen se borraba y la línea estaba por romperse, se escuchó el gruñido hambriento de un devorador, y el lejano, pero perceptible, grito de una mujer.

No necesitó pensar demasiado en ello si recordaba la última conversación que tuvo con Yuri. Maldijo, avanzando a la puerta decidido. No logró avanzar ni tres pasos cuando Jenny le tomó del brazo con fuerza para hacer que la mirase.

—¿Qué sucede, necesitas ayuda?

—Cuida a Sting en lo que no estoy. Que nadie entre aquí, sabes a lo que me refiero. —Ella asintió con decisión. Estaba por darse la vuelta, pero de pronto recapacitó sobre la actitud que estaba teniendo con ella a pesar de que siempre estaba dispuesta a ayudarlo. Casi por obligación tomó el rostro de la mujer y se inclinó para darle un beso fugaz en los labios—. Confío en ti, y te agradezco que me ayudes. Llámame si pasa algo.

Jenny sonrió encantada y le dejó marchar finalmente. Fuera, el caballo se había alejado y le llamó con el mismo silbido de antes. El animal se acercó veloz y le permitió montar. Furioso con Yuri tiró de las riendas y lo encaminó de nuevo al centro de Crocus.

Yuri creía que Erza y su bolita eran amigos suyos. No podía estar más equivocado. Sin embargo, eso no eliminaba el sentimiento de culpa que acechaba desde su interior y crecía a pasos agigantados.

Que tenía una venda en los ojos, había dicho una vez. No la tenía, él se la había quitado muchísimo tiempo atrás, pero ¿se la había vuelto a poner?

Apretó las riendas, y controlando al caballo con la fuerza de sus muslos, echó a galope, dispuesto a arreglar aquello.


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Continuará...

N/A:

Hola, holaaa. Finalmente un capítulo eeee, lo sé, me tomó mucho :'v. Pero no les voy a aburrir con explicaciones, sólo no tuve mucho tiempo. Y aunque carezco todavía de ello, creo que puedo manejarlo para actualizar lo más pronto posible.

Espero que hayan disfrutado la lectura, nos leemos <3

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