✨Capítulo 16✨
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Natsu miró fijamente su reflejo una vez más, tratando de encontrar alguna anomalía. Algo que delatase la razón por la que, aquel día, no debía salir de su habitación. Sin embargo, ni él mismo se daba crédito a lo que veía. Parecía normal, como cualquier otro día. Sus caninos no habían aumentado su tamaño, ni sus pupilas estaban dilatadas; tampoco tenía los iris brillando, ni le escocia el tatuaje que llevaba sobre el hombro, siempre oculto. ¿Sería que por fin había podido tranquilizar al devorador dentro de él? Esa noche la luna llena brillaría sobre el manto nocturno, justo sobre el palacio, y estaba sumamente tranquilo.
Tomó aquello como buena señal. Tal vez, por fin sabía controlarlo, o quizás tantas prácticas de relajación junto a Jenny pudieron tener algo que ver. ¿Qué más daba? Se sentía genial, como no lo había hecho en días. Normalmente, cuando la noche de luna llena se acercaba, él se iba de allí. Dejaba todo preparado en su ausencia, y se iba, por temor a perder el control, porque desde días antes podía sentir al devorador, preparándose para dar pelea, listo para querer cazar. Sin embargo, llevaba dos días en completo silencio. Ya no sabía si era una buena o mala señal; trataría de tomarlo como lo primero, intentaría cumplir con sus deberes, y a la primera anomalía, adiós.
Se apartó de su reflejo, para continuar secando sus húmedos cabellos y secar su cuerpo para cambiarse. Ya era un poco tarde, casi medio día. Iría a ver cómo estaba Sting, puesto que no era el único con un devorador a mantener a raya. Pero el príncipe tenía un amuleto, cortesía de la misma Jenny, que lo ayudaba en ello. Salió del baño, sin mucho hacer, debía prepararse. Algo le decía que, la calma de aquel día, era motivo de alarma. Negó, lo peor que podía pasarle sería volver a encontrarse con la niña que parecía una liebre saltando de un lado a otro. Y no pensaba acercarse a los lugares que la veía merodear. Conocía su aroma personal, evitarla sería muy sencillo. Tomó su abrigo, que era lo último que le daba por colocarse. Estaban en pleno verano, y hacía demasiado calor. ¿Camisetas? No, gracias. Pero antes de colocarse el abrigo, el cual nada tenía de abrigante; al contrario, era refrescante, miró con atención su hombro izquierdo. Podía ver un pequeño tramo de piel elevarse, revelando la prótesis de piel que usaba desde que tenía memoria. La tomó con cuidado, retirándola. Quizás debería cambiarla, pues se suponía que no tenía por qué estarla despegando. Más no tenía un repuesto, ni tiempo para ir con la persona que le hacía el favor de ocultar aquel tatuaje que le condenó toda su niñez.
¿Y Lucy quería verlo? Pobrecita. No se lo enseñaría. ¿Qué importaba esa cosa en su piel? Era horrorosa, y le asqueaba verla. Con el humor, más irritante, se colocó el abrigo. Ya mañana buscaría cubrirla para no tener el desagrado de verlo de nuevo.
Estaba terminando de colocarse el calzado cuando alguien llamó a su puerta, y tan distraído estaba que no notó quién o en qué momento llegó hasta su habitación.
—¿Quién es? —No espero recibir la noticia que le fue dada momentos después.
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—Eres sin duda un bombón —aseguró una voz masculina, con un fingido tono afeminado. Cosa que provocó a la joven que se miraba de pie frente a un espejo, a poner los ojos en blanco y sonreír, marcando un par de hoyuelos en sus mejillas.
—No te oí llegar, Jellal. —Lucy revisó una vez más su reflejo, mirando encantada la ropa que Cana le dio para aquella ocasión. Ahora sí que parecía de esas gitanas que usualmente hacían bailes por las calles, con ropas elegantes y a su vez, casi transparentes, cubriendo lo apropiado y dejando lo demás a la imaginación. Quizás era por ello que las damas de alta cuna se escandalizaban cada que veían a mujeres gitanas danzando en público, expuestas para aquel que gustase observarlas. Ella no consideraba eso malo, le parecía entretenido y una forma de distraerse. Porque además, no podían evitar la belleza que cada una tenía a su manera. Y cierto rencor que se guardaban cuando los maridos de muchas señoras decidían divertirse un rato con las mismas gitanas. Siempre eran unos escándalos aquellos que se formaban por temas así. No entendía a las personas, en ese caso, a los hombres. Se hacían los finos, la mayoría, respecto a las gitanas, y luego terminaban compartiendo más que besos con algunas a hurtadillas. ¿Quién los entendía? ¿O a ellas? Prefería no meterse, los humanos eran lindos, pero también extraños.
Ella no podía imaginarse haciendo eso. Metiéndose con un hombre, cuando éste ya tuviera una relación o estuviese casado, incluso con hijos. Le parecía lo más triste. Engañar a una pareja por un rato de placer. Y muchos se excusaban que era amor, y no todo el tiempo era así. Simplemente...
—Conozco tu cara, ¿qué tema discute tu cabecita el día de hoy? —Preguntó Jellal, sentándose en una silla cercana a la pared e inclinándose atrás en la misma. Se desabrochó las muñecas de su camiseta, casi dos tallas más grandes, y eso que él no era precisamente un chiquillo. Hizo lo mismo con unos botones del pecho, y luego se colocó una cinta de adorno en los cabellos, sin mover su largo flequillo.
—Ninguno, sólo estaba...
—Estabas maquinando un plan para saltarte la orden de Erza e intentar ayudarnos, ¿o me equivoco?
—No —Sonrió, en parte, no era del todo mentira. Antes de caer en aquel debate mental, justamente eso pensaba. Estaba vestida así porque era, de nuevo, la encargada de distraer a las personas en un sólo punto, a la mayor cantidad posible, mientras los demás se cargaban a las sombras. Yupi, yupi, trabajo en equipo—. Yo sería incapaz de desafiar a Erza.
—Pues si lo que quieres hacer es hacerla enojar, tienes todo mi apoyo.
—Jellal, ¿por qué se llevan tan pesado ustedes dos? —Colocó los brazos en jarra, girándose a él. El nombrado, aún sin verla, giró su anillo entre sus dedos y se encogió de hombros restando importancia.
—Erza es una rencorosa de mier... ¡Oh por Ares! —Soltó un juramento cuando alzó la vista y la observó. Ella retrocedió veloz un paso al verlo ponerse pie y caminar a grandes zancadas hasta ella, tomándola de los brazos para impedir que se escapara de su mirada. Debía ser algo que lo impresionó mucho para haber tenido que soltar el nombre de su dios. Ares, el dios de la guerra, o también conocido como el dios de Marte—. ¿Qué te has hecho?
—¿Qué me he hecho de qué? —Quiso saber, hecha un ovillo por su sobresalto. Jellal apretó los labios en una línea firme, como si la fuera a regañar, pero a último momento la abrazó contra su pecho, apretándole quizás demasiado fuerte. Y cuando decía quizás, era porque el hombre la estaba asfixiando—. Jellal... no puedo... res-respirar...
—¡Ya has crecido! ¡Traes maquillado los labios!
—¡Es sólo brillo labial! —Se defendió. Vaya, él sí que era observador. Trató de huir, pero era como tratar de mover una pared. Eso y que, de por sí aquel día hacía calor, tener a Jellal pegado al cuerpo era como estar frente a una fogata y asarse lentamente o en un segundo; dependía del estado de humor del varón—. Jellal, por favor, me estás asfixiando, estás muy caliente.
—Eso me dicen todas —se burló, susurrando aquello a la altura de su oído.
—Eres un pesado —se rió, y se permitió abrazarlo. Rodó con él, lo suficiente para permitirse ver a la puerta de entrada. Y no sin sorpresa, se encontró con la seria mirada de Erza. No estaba haciendo nada malo, por lo cual no debía de existir culpa alguna. Sin embargo, la mirada marrón, cargada de reproches y rabia, la hizo sentir como si hubiese cometido el crimen más atroz. Casi le suplicaba piedad, y se sujetó más al ángel, de no ser porque no tenía idea de cuál fue el crimen que cometió. Así que, tragando y poniendo su mejor actitud de paz, habló—. Hola Erza, no te había visto. Justo iba a buscarte para preguntarte un par de cosas.
—Pues ya estoy aquí —observó sin cambiar su mirada, ni dejar de apoyar su hombro derecho en el marco de la puerta, con los brazos cruzados bajo el pecho. Se separó de Jellal, quien no quería liberarla hasta que lo hizo con una sonrisa de maldad y volvió a donde se sentó al llegar allí. Lucy terminó por ponerse unas muñequeras metálicas, mismas que no necesitaban de broches o cerraduras para ajustarse. Eran propias de los ángeles; todos tenían un par de ellas, pero de ellos dependía si querían usarlas o no. Obviamente, se las pondría por precaución.
—Bien... Quería preguntarte sobre el plan. ¿Debo distraerlos?
—Creí que ya había quedado claro. —La pelirroja arqueó una ceja, sin entender. Lucy quiso gritarle: «¡Sólo deja de verme como si estuvieras a punto de hacerme carnitas!», pero se contuvo, no era buena idea molestarla en aquel estado.
—Sí —rió nerviosa, mirando al suelo cuando no pudo seguir sosteniendo su mirada. Se sentía incómoda, y no entendía la razón—. Me refería a... "distraerles", en el sentido de hechizarlos.
—¿Puedes hacerlo?
—Creo que sería lo mejor, muchos se aburrirán en algún momento y querrán irse. Podrían estar en peligro y...
—Sólo mantén el trasero quieto en donde te lo he pedido, lo que hagas o dejes de hacer para distraerlos, no me interesa. Pero no quiero heridos, ¿lo entiendes verdad?
—Sí, Erza... —Lucy se miró los pies descalzos, tensa por la frialdad con la que recibió aquellas palabras. Odiaba que le hablaran así, tan cortante. ¿No era mejor hablar para aclarar las cosas? Parecía ser que no. Además, era un golpe para su orgullo de guerrera el que le echaran en cara su incapacidad por protegerse a sí misma, o a los demás. Tal vez no fue directo, pero todo el plan consistía en tenerla lo más alejada posible de la batalla que seguramente se desataría. Caminó hacia la puerta, sin mirarla ni una sola vez, sólo deseando salir de aquel cuarto donde las malas energías parecían reproducirse a una velocidad alarmante, ahogando a los presentes—. Iré con Cana, ya casi es hora.
—Adelante —concedió haciéndose a un lado para permitirle pasar. Una vez le vio desaparecer, estuvo por seguirla, ignorando a la persona que todavía quedaba en la habitación, pero ésta habló, deteniéndola.
—Eres un amor. —El tono estaba teñido de sarcasmo.
No respondió, ya sabiendo a dónde llegarían si decidía seguir y caer en el estúpido juego de ese ángel. Se retiró, cerrando de un portazo atrás suyo.
—¿Por qué pienso que soy el único que está intentando mantenernos juntos? —Se preguntó el ángel, volviendo a inclinarse atrás en la silla, y apoyándose en las patas traseras. Se colocó el anillo de vuelta, y éste lanzó un destello, como la llama al recibir una buena cantidad de combustible para seguir ardiendo. Sonrió para sí mismo, entendiendo que su portadora también había vuelto a ponerse el anillo.
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No podía creerlo. Nunca tendría días tranquilos, siempre, siempre había un maldito problema. Desde problemas con los cadetes, hasta el inquieto de Sting. Pero aquel, esa noticia que recibió, superaba con creces cualquier otro problema que haya tenido que enfrentar desde que recordaba trabajar para el rey.
Yuri no estaba en sus aposentos.
¿Dónde estaría ese desgraciado?
¡Era luna llena, joder! Hasta el desequilibrado del rey debería ser capaz de comprender que aquel día no era el mejor para hacer una bromita de esas. Lo buscó por todo el palacio, y los alrededores, no logró encontrarlo, sumando que ya le llevaba horas de ventaja. ¿Qué planeaba? Ni tiempo para ver a Sting había tenido. Cuando entendió que no lo encontraría en el palacio, inmediatamente pidió que ensillaran un caballo. No es como si realmente lo necesitara, bien podía irse corriendo y nadie lo vería, era muy veloz. No obstante, si el rey se encontraba en la cuidad, debí guardar apariencias. Sino es que Yuri las había destrozado todas cuando, dos días atrás, decidió salir campante por todo el palacio, permitiéndoles ver a todos de la buena condición física de la cual gozaba, y como los años parecían no pasarle factura.
Un cadete le acercó a un corcel de pelaje negro y ya ensillado. El animal relinchó cuando sus riendas pasaron de un hombre a otro.
—Vigilen al príncipe, no lo quiero fuera de los terrenos de Palacio —advirtió, montando con la elegancia propia de un rey, pero ágil y veloz, instó al caballo a caminar—. Y no quiero a ningún gitano entrando aquí, ¿oíste?
—Entendido, General. Pero si la Comandante Erza...
—La Comandante Erza no te arrojará al mar infestado de tiburones por desobedecer una orden. Quizás sólo te exija el doble de entrenamiento, yo no.
—Ya entendí. —El soldado retrocedió, dando un silbido a aquellos sobre sobre los muros que sostenían las grandes puertas. Estos las abrieron de inmediato y antes de marcharse dio vueltas alrededor con el corcel. El animal parecía igual de inquieto que el jinete. Natsu no recordaba cuándo fue la última vez que montó un caballo, pero sí al joven que, en aquel entonces, era el encargado de cuidar los establos. Frunció el ceño, pues aquel recuerdo emergió de la nada, plantando en su memoria a un muchacho. Miró a los establos, no había más que caballos allí.
Negó, no era tiempo para hacerse preguntas por un mocoso que vio una sola vez, y mismo que no había vuelto a ver. No era asunto suyo. Echó a galope al animal, y aferrando las riendas, sólo deseó encontrar rápido a Yuri, antes del anochecer. Aquel episodio lo hizo rabiar, y ahora podía sentir al demonio despertando en su interior, comenzando a desperezarse para lo que acontecería aquella noche.
Genial. Simplemente, genial.
Pasaron las horas, y sin ningún rastro de Yuri. Cada vez estaba más y más inquieto, el anochecer se acercaba, y con ello era cada vez más consciente de su apetito despertando. Y no como si de pronto tuviera antojo de un clásico platillo de los que servían en el palacio. Sino de uno todavía más "especial". Las almas a su alrededor parecían apetitosas, y sus encías dolían. Las punzadas eran cada vez más constantes, y estaba seguro de que, como siguiera así, no podría detener el crecimiento de sus caninos.
Sus manos temblaron cuando trató de tomar las riendas con más seguridad, provocando lo contrario. Maldijo una y otra vez al soberano. ¿En dónde mierda se había ido a meter Yuri?
Estaba por tirar la toalla, junto con la diminuta pizca de paciencia que le quedaba cuando lo escuchó. No se trataba de Yuri, dejó ese asunto de lado al oír una suave melodía llegar desde la lejanía. La ciudad era grande, y el ruido de la tarde podía hacer que los gritos más intensos se volvieran débiles murmullos. Pero él podía oírlo, lo escuchó desde donde estaba. Sin entender mucho, fue a dónde aquella melodía sonaba con cada vez más fuerza, hasta que una voz, digna de un ángel, hipnotizó a todo aquel que tuvo la dicha de escucharla.
•••
Rodeada de paz y armonía, degustaba una manzana tan roja como sus carnosos labios, y su cabeza inclinada denotaba que observaba el estanque de agua donde se hallaba sentada sobre un trono que se sostenía sobre el mismo. Sus largos cabellos platinados descansaban sobre uno de sus hombros, en una gruesa y muy elaborada trenza. Dio otra mordida a la jugosa fruta que sus cuidadas uñas apresaban, como un predador que ya ha atrapado su presa y no planea soltarla, llena de elegancia. Tragó, ajustando la máscara de hermosos grabados y llena de brillante pedrería en las orillas, misma que sólo dejaba a la vista la parte baja de su rostro, cubriendo tanto ojos como pómulos.
El estanque reflejó algo, algo que sólo ella fue capaz de ver, pues lo miraba casi como si fuera la única capaz de descubrir aquellos secretos que ocultaba.
—Siento que las cosas se van a poner muy mal... —murmuró una voz, propia de un hombre. Asintió sin ganas, bajando sus pies desnudos y pálidos, como el resto de su piel, hacia el agua; se quedó sentada en su trono, donde se ajustó la túnica de blanca seda que caía por sus hombros, al tiempo que plantas flotantes creaban un camino en el agua para ella—. ¿Va a intervenir?
—Si te soy sincera, no lo sé. Sé que no debería... Pero me encantaría. —Lo último lo dijo con una sonrisa, con una voz dulce que escondía una cruel actitud de ser necesaria, que no daba opción a réplica alguna cuando una orden suya era dada. Se sabía con aquel poder y le gustaba—. ¿Debería? Sigo sin creer que todo esto funcione, ¿ángeles de guerra? No lo creo. Los ángeles nos sirven, y cuidan a los humanos desde el mundo invisible, no se visten como soldaditos y juegan a las guerras.
—Lo sé, le recuerdo que yo tampoco estuve de acuerdo respecto a la decisión que se tomó respecto a ellos. —Contestó de nuevo aquella voz masculina, tan madura y sin necesidad de alzar su tono por la evidente sabiduría que éste ya conllevaba. El dueño de aquella voz se dejó ver, saliendo detrás del trono donde la mujer yacía segundos antes; un enorme can, mucho más grande que un humano, se dejó ver, de un abundante y cuidado pelaje castaño. La mujer no se giró para verle sino que, parada en las plantas acuáticas, se agachó para hundir sus dedos en las cristalinas aguas, y cambiar el reflejo, revelando a su supuesta guerrera. Lucy se observaba en un espejo, sonriendo a su atuendo, sin darse por enterada de la forma tan burlona como era observaba.
—Pobre inocente... No tiene idea de lo que les aguarda a todos al anochecer, quizás sólo entonces los ángeles entiendan que no pueden pelear, sus razones son muy estúpidas, y sus fuerzas nulas. —Su tono adquiría cada vez más desprecio, y el reflejo se distorsionó acorde a su temperamento que iba creciendo; mismo que descendió cuando fue un hombre el siguiente en aparecer en las aguas. De nuevo sonrió, y se tocó una mejilla con una de sus manos, riendo por lo bajo—. Aww, miren nada más quién por fin se deja ver. A alguien parece gustarle salir del palacio...
El can se asomó, y de no ser un animal habría puesto los ojos en blanco, por lo que, lo único que atinó a hacer fue gruñir a aquel hombre que no sabía siquiera de su existencia. No podía decir lo mismo respecto a ellos.
—¡No le gruñas! —Advirtió la fémina de cabellos platinados, lanzando un salpicón de agua. Volvió la vista, haciendo un mohín con los labios—. Es lindo. El pequeño Natsu ha crecido mucho desde la última vez que le vimos... ¿No lo crees? Cada vez estoy más tentada de dejarme ver ante él.
—Ni lo sueñes —gruñó el animal, perdiendo el respeto que hasta entonces había mostrado—. Sabes que está prohibido, Diana. (N/A: Recuerden que en el libro original, Mavis se llama Diana ewe).
—Ya sé, ya sé. —Dio una vuelta sobre su misma, mirando distraída el final de su túnica elevarse por sus vueltas. No dejó de darlas, aun cuando ya no se sostuvo de las platas, sus pies siguieron sin traspasar el agua, como si esta fuera sólo una ilusión. Pero no era así, era real. Y lo demostró al quedarse quieta, dando un suspiro dramático y dejándose caer hacia atrás, hundiendo su cuerpo en el estanque. Permaneció a flote, con sus cabellos húmedos y flotando alrededor de su cabeza—. Aunque, una pequeña visita no haría daño...
No quería decirlo, pues de nada serviría si no era su mensaje entregado a aquellos que verdaderamente lo necesitaban, pero aquella noche, cuando el sol dejase atrás aquel mundo humano, y fuera la luna llena quien reflejase un poco de su luz, bañaría en sombras toda la sangre que sería derramada. Dudaba de que los ángeles estuviesen listos para aquello que se avecinaba con rapidez alarmante.
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Continuará...
N/A:
Nos falta un capítulo para alcanzar al libro en la cuenta donde lo estoy re subiendo ewe. Nos leemos. <3
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