✨Capítulo 15✨
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Dos día más tarde, extrañamente la taberna de los gitanos estaba vacía; a diferencia de otros días, donde solía haber clientes por doquier, bebiendo y jugando; llegando a descansar algún rato. Incluso, últimamente soldados del ejército eran vistos por allí. No iban con el uniforme, claro estaba, pero Cana jamás olvidaba un rostro; y le era posible reconocerlos cada vez que disfrutaban de los bailes que Lucy daba cuando no estaba por las calles retando la ley, o sólo estaban de curiosos. Pero en días como aquellos, era cuando el local cerraba.
En esos momentos, la mujer de castaños cabellos no cabía en sus propios nervios. Estaba intranquila. Caminaba de un extremo a extremo, tropezando con algunas mesas. Lucy dejó de leer el libro en sus manos para ver a su amiga, que miraba cada tanto a la puerta y luego un inmenso reloj colgado en la pared. Trató de seguir con su lectura; pero conforme buscaba concentrarse, su ceño se fue frunciendo más y más, hasta que no pudo soportarlo.
—Cana, voy a marearme antes yo que tú. Por favor, estoy tratando de leer.
—¿Disculpa? —La nombrada se detuvo indignada, y la señaló acusatoriamente—. Son en estos momentos en los que tú no puedes mantener el culo quieto y yo tengo que ir a por los chicos porque amarrarte sería un abuso de mi parte.
—¡Cana! —Lucy se puso de pie, dejando caer el libro a la mesa y comenzando a caminar, mirando también el reloj y luego a la gitana—. Eso es justo lo que quiero evitar... Ay, dioses, ¿y si les pasó algo? Hoy habrá luna llena, y los devoradores se vuelven inquietos. Gray se está recuperando del ataque de anoche.
La noche anterior un considerable número de devoradores habían llegado a Crocus; y sin Erza o Jellal, ellos habían tenido que intervenir. O bueno, ni siquiera «ellos», sólo Wendy y Gray junto a Loke. Ella tuvo que quedarse junto a Cana. Y no para protegerla, como tanto deseaba hacer con todos los suyos, sino para que fuera la gitana quien la cuidara a ella. Un ángel sin portador era como un humano; sin magia, sin oportunidades ante perversas criaturas como lo eran los devoradores. El juguete perfecto, y por excelencia, de esas cosas.
Sin embargo, ese era el menor de los problemas en esos momentos. Estaba preocupada, el lapso que Erza dio para volver a Crocus fue de haber llegado la noche anterior. Razón por la que Gray y Juvia les esperaron hasta la madrugada en el puente que daba entrada a la ciudad. Pero luego los devoradores aparecieron de las nada y ninguno de los guerreros de Marte hizo acto de presencia. Ahora estaban en el día donde mayor vigilancia debían otorgar, y nada pintaba bien.
—Voy a aferrarme a que Jellal está con ella -—suspiró Cana, tirando de una silla para sentarse y frotarse las sienes. La mujer no había dormido desde que se enteraron que Gray fue alcanzado por un devorador-. Sé que tienen que cuidarse, por más que se odien.
—Jellal y Erza no se odian... —murmuró, alcanzando a ser oída. Cana la miró largos momentos y volvió la vista al techo al reclinarse hacia atrás. El movimiento de su garganta descubierta demostró que tragó para poder decir:
—Deja esas fantasías, hace tiempo que me quedó claro que ellos no llegarán a ningún lado. Es más, desde ése día que se los llevó al palacio, los noté más enfurecidos que nunca... —Lucy se mordió la lengua, recordando el suceso del que su amiga hablaba. El mismo donde todos se enteraron que Erza había tenido una hermana—. Ellos no van a enamorarse... No lo harán, no se soportan y tú ves que Erza apenas y lleva el anillo.
A pesar de que Cana no era un ángel, o una portadora, se había vuelto alguien muy importante para todos ellos. Una más de la familia, eso decía. Por ello, la gitana era consciente de lo que todos ellos eran y lo que hacían. Sabía que si cumplían su encargo, posiblemente no los volvería a ver. Sabía que entre las reyertas de los ángeles contra los devoradores, podía llegar a perder la vida. Sabía que era una frágil humana; sin poderes otorgados por dioses que ella jamás había visto, y aun así, se encontraba apoyándolos incondicionalmente.
—Dicen que del odio al amor hay un sólo paso. —El ángel trató de aligerar el pesado ambiente; donde aguardaban a que Gray se recuperase en su habitación y Wendy, Loke y Juvia volviesen de una rutinaria expedición por la ciudad. Debían comenzar a pensar qué harían al caer la noche, con o sin Erza.
—Y tú dile a Juvia que deje de conseguirte libros de romance, cariño, eso fue muy cliché. —Lucy enrojeció, mirando de soslayo el libro que había arrojado sobre la mesa. Veloz fue a por él, pero Cana la cogió de la cintura y la hizo sentarse al tiempo que corría por el libro. Incrédula se sostuvo de la mesa, sin poder creer que casi pudo romperse algo por el arrebato de la castaña y ésta seguía quitada de la pena; leyendo ahora el título del ejemplar en sus manos.
—...Oye, oye, ¿qué andas leyendo? —Cana alzó las cejas repetidas veces, dirigiéndole una mirada pícara. Ella ya había leído aquel libro. Si mal no recordaba, una pertenencia de Wendy. No quería imaginarse si aquella chaparra le había prestado o no el libro; debido a la relación de las dos, lo dudaba.
—¡Dámelo! —Lucy exigió en voz alta, tratando de alcanzar el ejemplar—. Juro que estaba en los escalones, me dio curiosidad. Apenas leí el primer capítulo.
—Claaaaaro, éste tipo de lectura es entretenida. Un libro muy viejo, sino me equivoco, del Primer Mundo. —El ángel asintió. Era por eso que estaba tan curiosa, un libro del Primer Mundo no es algo que se encontrase todos los días. Tenía ganas de saber qué era aquello que los primeros humanos leían. Pero ver las expresiones de Cana ya le daban una idea. Mejor lo dejaba por la paz. Estaba por volver a sentarse cuando una voz familiar y llena de humor las hizo ver a la puerta que daba acceso al área principal de la taberna.
—Excelente, yo pasando una noche fría con veneno de devorador recorriendo cada vena de mi tonificado cuerpo, y mis hermosas doncellas aquí deleitándose con un libro erótico. Con estos amigos, ¿para qué necesito de sombras locas por clavarme el diente?
—¡Jellal! —El hombre de cabellos azules abrió los brazos cuando el par de féminas se lanzaron sobre él. Escondió una mueca de dolor ante el impacto, pues lo último que quería era preocuparlas más de lo que, de seguro, ya estaban.
—Su servidor ha llegado, ¿alguna me lee un cuento? No es divertido dormir sobre hojas secas y con un demonio rojo tratando de montarse sobre tus caderas cada dos por tres.
—¿Qué? —Cana se separó del ángel, tratando de entender. Entonces éste fue empujado hacia adelante, arrastrando a Lucy consigo. Erza entró atrás suyo, completamente descalza y con la parte baja de los pantalones algo quemada. Su corto cabello estaba hecho un desastre y parte de su rostro y brazos llenos de tierra. Cana no tardó en darse cuenta que Jellal estaba en iguales condiciones—. ¿Se revolcaron por el lodo o qué rayos les pasó?
—Una cuenta pendiente. —Jellal soltó al ángel de luna para rotar el hombro izquierdo, haciendo a Erza emitir un quejido de dolor—. Lamentamos la tardanza, los devoradores nos alcanzaron en la ciudad vecina. Estaban siguiéndonos. Y Erza decidió que la mejor manera de terminar la noche fue darme una paliza por quemar sus preciadas botas de tacón. Sé que los necesita para estar a mi altura pero...
—Pero será mejor que te calles de una vez. —Erza trató de peinar sus cabellos hacia atrás, viendo un mechón que cayó sobre sus ojos, de color escarlata. Sin ningún cuidado se quitó el anillo de resplandeciente gema carmesí, que se apagó al instante que estuvo fuera de su dedo, y lo dejó caer sin cuidado alguno sobre la mesa donde apoyaba uno de sus codos. La pequeña sortija rodó hasta un extremo, cayendo al suelo y terminando a los pies de Lucy. La chica de cabellera rubia respiró hondo, y sus ojos se humedecieron al ver eso. Jellal apretó la mandíbula y sus manos se volvieron rojas cuando las hizo puños; estaba a punto de encender el fuego entre sus dedos—. ¿Dónde están los demás?
—¿A esas vamos Erza? —Estaba harto. Jellal no la iba a dejar hacer lo que quisiera esa vez. Ya no. Caminó hasta Erza, inclinándose a ella para tomarla de las mejillas y alzar su cara hacia él. La Comandante, con sus ahora negros cabellos, no mostró signo de agitación alguna. En cambio, arqueó una ceja oscura en gesto altanero—. ¿A esto quieres jugar, Erza?
—¿Jugar? —Se preguntó con un fingido tono dulce, clavando su mirada en los ojos masculinos, disfrutando de la incertidumbre que veían en su interior, y en los propios reflejados—. ¿Cuándo he jugado yo contigo?
Jellal la soltó de golpe, con la mandíbula temblando y los dientes adoloridos por lo fuerte que apretaba los músculos.
—Oui... mon amour. —Jellal sonrió fríamente, escupiendo con desprecio aquellas palabras que descolocaron un momento a la Comandante. Y al igual que ella, sin culpa o dudas, avanzó hasta el anillo; y en lugar de recoger la sortija, como cada vez que Erza lo tiraba, le lanzó una llamarada de fuego con la palma abierta. Lucy se llevó las manos a los labios, sin saber qué hacer o qué decir, viendo con horror aquello; con las llamas del rencor reflejándose en sus iris achocolatados—. Intenta volver a usarlo.
—No, gracias. Encuentro cosas más valiosas en la basura.
—Perfecto. —Jellal tomó el anillo que brillaba al rojo vivo, sin inmutarse cuando éste quemó su piel, y manteniéndolo en la palma de su mano, tomó la de Erza para darle un fuerte apretón.
—Basta. —Logró articular Lucy. El peliazul la miró por sobre el hombro, y la ira de sus ojos se disipó un poco. Soltó la mano de Erza, permitiendo al anillo volver a caer—. No hagas algo de lo que te arrepientas, por favor Jellal.
—Ya lo hice, en el momento que decidí hacer un contrato con ésta... mujer tan comprensiva.
—Vete al infierno —escupió Erza, cerrando la mano en un puño para no mostrar la quemadura que había dentro.
—Ya me has arrojado a él, Comandante de mierda.
—Lo dice el angelito que de ángel sólo tiene las alas, irónico ¿no?
—Los dos —llamó Cana metiéndose entre ambos, segura de que saltarían sobre el otro en cualquier instante, como tantas otras veces. Jellal parecía olvidar, o ya no le importaba el hecho de que Erza fuera mujer. Y Erza ignoraba, aunque le doliera, la diferencia de fuerzas entre ellos; y que al peliazul sólo le bastaría un golpe bien acertado para herirla—. Si van a pelear, háganlo afuera. Ya estoy cansada de que terminen rompiendo cosas por sus peleas.
—Me parece perfecto —opinó la Comandante, tirando sus hombreras metálicas sobre la mesa y tomando una de las tantas llaves que se amarraban a una fina cadena alrededor de sus caderas. Lucy abrió los ojos de par en par por ello. Y Cana la miró con nervios. Se suponía que ambos estarían lo suficientemente cansados para ponerse a pelear. Grave error, allá iban—. Las damas primero, Jellal. Yo salgo después de ti, con lo delicado que eres...
—¡Si estás insinuando...!
—Les prometo que si alguno de los dos sale por esa puerta para ponerse a pelear como perros en la calle y darle más razones a las personas para temer a los gitanos, mañana despertarán en las profundidades del océano ¡los dos! —Gray bajó por las escaleras con pasos seguros, quitándose en el proceso una larga venda que recubría por completo su antebrazo izquierdo. Y cuando éste terminó a la vista, los presentes pudieron observar una mordida desigual y visiblemente dolorosa acaparando la zona; además de las venas que se marcaban en la piel, de un color que se asemejaba al negro. Los presentes permanecieron callados, mirando aquello, hasta que la mujer de ojos marrón se decidió a hablar.
—¿Cuándo te pasó?
—Anoche. Devoradores por la entrada norte.
—Vinieron por agua... —Asimiló Jellal. Gray asintió, mirando con indiferencia la mordida de devorador hecha en su brazo—. Genial, esto se pone cada vez mejor, ¿qué mierda sigue?
—Sirenas. —Gray sonrió con su característica tirantes, y con la dureza marcada en sus ojos negros—. Tal vez no se acercaron a la costa, pero las divisé desde aire. Esto no me gusta, jamás las había visto por estos lados. Así que les exijo que dejen sus niñerías y peleas sin sentido y se centren. Hoy habrá luna llena, y estamos casi a medio día; vayamos pensando qué haremos cuando el último rayo de sol desaparezca.
Lucy meditó las palabras del ángel de Mercurio. Era cierto lo que decía; existían muchas criaturas, y no sabían si estaban o no de su lado, pero las sirenas, en definitiva, no eran amigas. Al contrario, eran de cuidado. Sin embargo, y tal como decía, jamás se habían acercado a Crocus. Y el que fueran vistas, por más cuidadosas que se mostrasen para no ser notadas, era algo muy alarmante. Sus cavilaciones volvieron entonces al tema principal: devoradores. Admiraba la entereza y el desinterés que Gray tenía para con la mordida que cruzaba todo su brazo. Y eso que ya estaba sana, comparado a cómo llegó; con el miembro destrozado y rojo del dolor que el veneno —que esas cosas tenían en su saliva— llegaba a provocar. Sólo una vez había sido mordida por un devorador, años atrás en unas de sus tantas reyertas, y todavía podía sentir la sensación cual ácido recorriendo su sistema y destrozando músculos; paralizando su cuerpo y destrozando cualquier pizca de razón.
No era para nada tolerante con el dolor.
—¿Y Wendy?
—No debe tardar en llegar junto a Juvia y Loke. —Entonces los presentes se enfrascaron en una conversación fundamental para hacer lo que cada luna llena: defender la ciudad de los devoradores que buscaban atacar a cualquier ser vivo para alimentarse.
Por desgracia, eran pocos ángeles, y no eran capaces de cubrir otras zonas del país; algo que les daba un enorme peso sobre los hombros por la imposibilidad de cumplir al completo una parte primordial de su trabajo. Lucy apenas si oía aquello que comentaban, de cualquier forma ya sabía su función, como cada vez: era la carnada para distraer a las personas y llamar a las sombras. No importaba la estrategia que tomaran; ella cumplía el mismo papel. Suspirando se quitó la cinta de seda negra que usaba a modo de tiara para sostener parte de cabellera fuera de su rostro, aunque dejaba caer el flequillo. Procedió a caminar con los hombros algo caídos, sin sus característicos malabares al momento de moverse; sin sus vueltas y sus danzas. Y eso fue algo que todos notaron, y sólo le siguieron con la mirada hasta verla desaparecer en las escaleras que daban al segundo piso.
—Ella odia tener que quedarse quieta, ¿lo sabes verdad? —Jellal tomó asiento, peinando su largo flequillo azul hacia atrás y descubriendo el ojo que la mayoría del tiempo mantenía oculto, y con ello el tatuaje que pasaba sobre el mismo. Cana tomó lugar a su lado, apretándose el puente de la nariz.
—Ella no puede pelear, ya saben que si tratan de meterla en la pelea Loke se pondrá como loco —justificó Erza, tratado de no entrar en ese tema. Odiaba tener que estarlos metiendo en esa tipo de cosas; y aunque le doliese a la involucrada, no veía la madera de guerrera en Lucy. No podía imaginársela en medio de una batalla, arrebatando o a punto de perder la vida. Para ella era la niña que llegó toda sonrisa y chistes con un can sobreprotector a su lado. Esa imagen la tenía grabada a fuego en la cabeza, porque era capaz de imaginarse como la diosa que regía a ese ángel fue capaz de enviar a una niña a una tierra infestada de devoradores.
—No sólo Juno. —Gray se apoyó en una mesa, cruzando los brazos bajo el pecho y viéndole fijamente, con la comisura de sus labios tirando para formar una sonrisa—. Tú no la dejarás, te conozco. Y me parece injusto, lo es de hecho.
—Lucy no tiene los dones desarrollados como ustedes —espetó, ya sabía que Gray sería el primero en tratar de contradecirla. Y estaba dispuesta a rebatirle lo que fuera para no perder.
—Erza, lo que pasó ya quedó atrás. Si en aquel entonces ella no supo pelear, ahora menos si no la instruimos.
—¿De qué estás hablando? —Cana frunció el ceño por aquella frase tan extraña. Gray no la miró, sus ojos seguían clavados en la Comandante, pero sus labios se movieron, formando una palabra, y cada letra cobró sentido, tensando el ambiente de pronto. Erza le señaló, y su molestia se dejó ver a través de su voz.
—No te atrevas a mencionarlo frente a ella, está estrictamente prohibido. Creí haberlo dejado claro.
—¿Qué cosa? —Wendy apareció junto a ellos, sorprendiéndolos al no haberla oído llegar. El ángel pronunció aquello mismo que Gray había recitado hacia unos segundos, encendiendo la ira de Erza. Y cuando fue consciente de ello, una sonrisa maliciosa cruzó sus delgados labios—. Es sólo una palabra Erza, cinco letras y un nombre, ¿tan malo es?
—No quieras hacerte la graciosa conmigo.
—Qué dramática. —Puso los ojos en blanco, avanzando hasta sentarse y encontrar con extrañeza su libro sobre una mesa cercana. Veloz lo tomó, escondiéndolo en su regazo y mirando a cada uno, esperando haber pasado desapercibida; cuando fue todo lo contrario—. ¿Quién lo sacó? Es mío y odio que toquen mis cosas sin mi permiso, ¿necesito poner una trampa para que les arranque el dedo cada vez que toquen lo mío?
—Qué dramática. —Le devolvió Erza con el mismo tono que había empleado ella. Ambas féminas se vieron con incertidumbre, hasta luego ignorarse. Jellal se recargó hacia atrás en su asiento e inhaló ruidosamente, exhalando con la misma exageración para sonreír y ver a cada uno.
—Me encanta éste ambiente de familia tan unida y tan cálida, ¿a ustedes no?
—Cállate Jellal. —Pidió un can, que venía seguido de la mujer de cabellos azules y grueso abrigo cubriéndola. La poca relajación notable en el ángel de Mercurio desapareció una vez ella puso un pie dentro. Loke se sentó en medio de ellos, sacudiéndose y mirando a cada uno, alzando una oreja al no encontrar un rostro que esperaba ver—. ¿Y Lucy?
—La tiré por un precipicio —comentó Wendy, viendo despreocupada sus uñas y revisado que todavía el esmalte que las cubría no hubiera caído. El perro le enseño los caninos.
—No lo dudaría.
—Está arriba —informó Erza, mirando entonces a Juvia para preguntar-: ¿Y bien, cuál es el plan? Cana dijo que tenías algo pensando.
Gray arqueó una ceja al oír aquello, dirigiéndose a su portadora para entender a qué se refería. Pero Juvia había enrojecido y sostenía con manos temblorosas la capucha de su abrigo, decidiéndose si subirlo o no por sobre su cabeza; lo mismo que hacía cada vez que se sentía observada.
Allí, lo poco de humor que pudo albergar, se perdió.
•••
—¿Por qué no me comentaste sobre tu idea? —preguntó Gray una vez estuvieron solos, sin poner mucho interés en el tono de voz; cuando en realidad le carcomía la idea de que Juvia se había guardado aquello. No sólo eso, lo había ocultado en su mente con demasiada precisión.
El contrato entre un ángel y un portador tenía grandes ventajas, y poderes que todavía no habían sido capaces de explorar. No obstante, algo que tenían en claro era la comunicación mental de la que podían presumir; algo muy útil cuando hablar no fuera una opción, más si se trataba de un asunto privado. Y si uno de los dos estaba distraído, o gozaba de poco control mental, el otro podía llegar incluso a leer sus pensamientos. Algo que él solía hacer con su portadora, rara vez y por cortos períodos. Entendía que no era correcto, y por ello procuraba usar ese poder sólo cuando la situación de verdad lo meditase. Y ahora estaba recriminando sus estúpidas ideas por haberla querido dejar por su lado.
—Porque sólo era eso... una i-idea... —Juvia le daba la espalda, y él a ella. Ninguno quería girarse y encontrarse con la incomodidad de ver al otro. Ya suficiente tenían con el anillo transmitiéndole las emociones al contrario. La portada cerró los ojos un momento con fuerza, tratando de calmarse y detener los latidos tan frenéticos de su corazón, sabiendo que él debería estarla percibiendo—. Todavía la estoy desarrollando.
—¿Y cómo conseguiste la sangre para probar tu teoría? —Dio un brinco cuando sintió el frió aliento del hombre dando justo tras su cuello. Enrojeció, y trató de huir de allí, pero Gray no iba a dejarla. La tomó del codo con gentileza, y aunque no se giró, lo sintió dar una pequeña sonrisa—. Si necesitas ayuda, pídela. Estoy dispuesto a ser tu conejillo de indias. Sería un gran avance, y una ventaja de nosotros por sobre los devoradores.
Juvia asintió efusivamente. Le diría que sí a lo que fuera con tal de que la soltara y pudiera alejarse de él lo más posible. Era demasiado abrumador sentirlo tan cerca, y más aún vergonzoso que su cuerpo delatase su reacción, y que él pudiera ser capaz de percibir todo eso. Gray debía estar molesto con ella por eso. Y con una valentía que no supo de dónde sacó, levantó la mirada a él.
Ambos se vieron directo a los ojos. Ella encontró aquella oscura mirada; una que no era capaz de transmitir nada. Una ventana al alma muy bien cubierta. Y pudo ver el resplandor de lo que una vez fue. Un hermoso hielo siendo traspasado por los cálidos rayos del sol. Se concentró en sus ojos. Así de cerca, lograba distinguir la pupila del iris, algo que no podía a hacer desde tanta distancia. Gray movió los labios, como si fuese a decir algo, llamando su atención, y con lentitud desquiciante se inclinó a ella, tomándola de los brazos para que no fuera a moverse.
Juvia se acercó a él, con el corazón latiendo desembocado e incapaz de apartar la vista. Pero cuando estaba a escasos centímetros suyos, cuando su helado aliento provocó a su piel erizarse y cerró los ojos para percibir con el tacto, él se detuvo.
El ángel carraspeó y le tomó la mano derecha. Juvia se mordió los labios cuando él le quitó el anillo y lo colocó en la palma de su mano, instándola a cerrar los dedos para no dejarlo caer.
—Será mejor que desactivemos el contrato un rato. Debemos estar listos para el anochecer. —Fue como cortó con voz tranquila, exenta de la frialdad que tanto gustaba de soltar por cada poro de su piel. Juvia permaneció inmóvil unos segundos, viendo por sobre el hombro masculino y aferrando, quizás con demasiada fuerza, el anillo en su puño.
—Sí, entiendo. -—No supo si él la escuchó o no, porque hasta creyó haberlo dicho mentalmente y no a viva voz. ¿Qué más daba? Ya no soportaba estar allí. Necesitaba alejarse. Debía irse. Sin esperar respuesta alguna lo empujó, y él se movió lo suficiente para dejarla ir. La mujer desapareció de la cocina a pasos agigantados y con la mirada baja, apretando los labios para contener el dolor que la llenó.
Gray esperó hasta estar seguro de saber que se había ido, y sólo entonces dejó caer los puños en la encimera donde se apoyaba, provocando un estruendoso ruido; al tiempo que hielo comenzaba a cubrir allí donde golpeó, y un poco de los alrededores. Incluso el mismo hielo creó una pequeña capa bajo su ojo derecho, rompiéndose en una grieta cuando movió la mandíbula.
El deber era más grande.
Si fueron lo suficientemente para dejarlo entrar, debían ser lo suficientemente fuertes para dejarlo ir.
Cruel destino aquel que los aguardaba, silencio y listo para crear dolor y grieta en aquellas invisibles armaduras. Un suceso, que estaba por marcar un gran y poderoso cambio.
¿A dónde se inclinaría la balanza?
El destino podía estar escrito en piedra, pero eso no significaba que no fuera capaz de romperse y crear un nuevo camino. Tanto para bien, como para mal.
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Continuará...
N/A:
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Nos leemos <3
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