✨Capítulo 14✨
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Los soldados terminaron el ejercicio impuesto por el General, y se sentaban agotados; algunos lanzaban maldiciones contra el hombre que les dio la orden, y otros simplemente se lamentaban. Sólo aquel que se había atrevido a dirigirle la palabra de frente soltaba tosquedades por la boca sin ningún reparo, ganándose la aceptación de uno que otro. Cercano a ellos, los militares ya oficiales del reino sólo disfrutaban del infortunio de los nuevos reclutas por haber tenido que enfrentar al soldado de más alto rango.
—Se atreve a darnos órdenes como si fuera... como si fuera de suma importancia —replicó furioso, tratando de enfriarse. Caminando, se acercó Romeo hasta ellos, manteniéndose en sumo silencio y escuchando con cuidado—. Ni siquiera sabía de su existencia. Mi padre me dijo que sólo estaba la Comandante, y ella era quien se hacía cargo del ejército. Creí que el que una mujer me diera órdenes era ridículo, pero ése salido de la nada... Y ni su uniforme trae puesto, ¿qué se cree? Además, esa gitana debe ser su querida. Los gitanos no deben estar aquí y a ella la dejó entrar al castillo. Si el rey supiera...
Era lo más obvio, ¿no? Aquella joven era una gitana sin lugar a dudas. Y las reglas eran claras: cero gitanos en el palacio. Todavía se les toleraba estar en las calles, sólo era cuestión de ignorarlos y ya. Pero aquella joven estaba en el castillo y el General la había dejado pasar como si nada. Seguro era su querida, ¿qué otra opción cabía? La chica era linda y ya se veía mayorcita.
—¿Bora...? —Llamó uno de sus compañeros con el pánico tiñendo sus facciones al ver a algo, o a alguien atrás del mencionado. El susodicho puso cara de exhausto, y notó que todos sus demás compañeros buscaban atrás de él. No dudó en callarse, si ponían esas caras era por algo.
—Por favor díganme que no está atrás de mí —suplicó, girándose con lentitud y listo para retractarse. No es que le tuviera miedo, para nada, sus ojos jade no eran síntoma de nada extraño —o de eso quería convencerse, pues hasta hacía un tiempo decían que aquellas personas de ojos de colores extraños eran demonios—, ya estaba demasiado avanzados para creer en esos cuentos de niños. Sin embargo, el bastardo era grande, mucho más que él y su abrigo abierto le demostraba que no era grasa de más aquello que escondía debajo. Grande fue su alivio al ver que no era el General quien estaba atrás suyo, pero veloz hizo una reverencia, y los otros cadetes le imitaron. Todos estaban atónitos, incluso los mismos soldados en sus puestos sobre los muros que rodeaban el palacio y aquellos que permanecían postrados en las puertas.
Toda actividad se detuvo y cada persona mostró su respeto al hombre que miraba con cierta diversión a Bora. Romeo todavía no podía creer que el rey Yuri estuviera ante ellos. Y los pensamientos de las personas comenzaron a vagar en un tema central.
«¿Qué hacía el rey afuera, si se decía que se temía por su salud?»
Era obvio que estaba muy bien, o así se le veía.
—Majestad, es un orgullo verle de pie, sano y salvo... —comenzó Bora, callándose de inmediato. Jamás se creyó con la oportunidad de estar ante el mismo señor de todas esas tierras, a pesar de estar en su castillo. Ni siquiera su padre, ex soldado del ejército, dijo haberlo visto alguna vez. Y prestando atención a ello, se miraba mucho más joven de lo que pensó. Quizás demasiado para los años que, tenía entendido, llevaba gobernando.
—Veo que el General Fierce no ha sido de tu agrado —observó el soberano, con cierto tinte de diversión. Bora tuvo que procesarlo varios segundos para entender que se estaba refiriendo a él. Veloz se recompuso, poniéndose derecho y viendo de frente al hombre de cabellos rubios; su ropa era digna del puesto que ocupaba.
—No es eso... ¿Es el General? Sin su uniforme pensé... —Quizás hacerse el desentendido pudiera servir. El rey soltó una pequeña carcajada y le posó amistosamente la mano sobre el hombro.
—Está bien, no a todos les cae bien, es muy malhumorado, y por más que le digo se niega a ponerse un uniforme. Pero es el guardia personal de mi hijo. Si quieres seguir en tu puesto procura que él no escuche lo que hablas a sus espaldas. Tiene un oído... demasiado fino.
El cadete sonrió, más seguro por aquella pequeña muestra de confianza. Sin embargo, Romeo buscó alejarse, pasando lo más inadvertido posible. Y sus planes se vieron frustrados cuando el rey, en un segundo, posó su mirada sobre él. Le pareció eterno sentir sus ojos encima, al tiempo que una sonrisa de burla enmarcaba sus labios. Luego volvió su atención al cadete que buscaba sacarle conversación.
—Que su entrenamiento termine por hoy, tengo entendido que todavía están a prueba. La Comandante ha tenido un asunto que atender, y temo que no volverá hasta mañana.
Los jóvenes sonrieron satisfechos, y Yuri lo hizo aún más. Todo estaba saliendo tal y como esperaba; encontrar un sujeto de prueba fue más fácil de lo que pensó. Ahora era sólo cuestión de empujarlo a cooperar. No sería difícil.
—¿Yuri, cierto?
—Sí, majestad.
—¿Puedo hablar contigo un momento, en privado?
—Con gusto. —Bora no podía sentirse más alagado, puesto que ya imaginaba lo genial que sería tener una audiencia en privada con el rey. Claro que se preguntaba el motivo, ¿pero qué más daba? Podía sentir las miradas tras ellos de todos los demás muchachos, y eso le satisfacía enormemente.
Pobre alma desafortunada la suya, que no tenía ni la menor idea de aquello que le aguardaba. Bora cayó directo por su propio interés.
•••
Lucu suspiró cansada y algo frustrada, pues no lograba encontrar el libro que a ella, y los demás ángeles habían ojeado con atención. Era un libro del Primer Mundo, el cual hablaba sobre una cultura donde veneraban a los dioses de los que ellos descendían. Se había quedado muy interesada cuando Gray lo había ojeado y se lo había pasado a Jellal; luego a Wendy para finalmente llegar a sus manos. Mencionaba la mitología griega; donde se relataba un gran conjunto de leyendas y mitos que trataban de explicar la creación del mundo de aquel entonces. Y no sólo eso; también sus costumbres, los rituales que hacían, la forma de ver las cosas. Sonrió por el recuerdo de lo rápido que ojeó las hojas; si los humanos supieran lo cerca que estaban de la verdad. Que todas sus leyendas y sus mitos, tenían una historia, ya transformada en ocasiones, de cosas que fueron olvidadas con las eras. Lo habría acabado de no ser porque notó a Wendy cerca de Natsu, y cuando la vio a los ojos, supo sus planes.
Planeaba hacerlo su portador.
Eso era algo injusto, pues era el segundo que se encontraba. Y lamentablemente, él se negaba a ceder y dejarle ver su tatuaje. De verdad lo necesitaba. No quería sonar egoísta, y es que deseaba ver en él un tatuaje de un portador de Luna a un portador de Venus; que era el planeta respectivo a la diosa que regía y protegía de Wendy.
Pensó que, encontrando el libro podía hacer que el General lo leyese y, al menos así, se interesara un poco en aquello que era un portador. Los ángeles no podían luchar solos; era el castigo de los dioses por lo que hicieron los primeros ángeles en descender a Tierra en el Primer Mundo. Estos se habían revelado, mas no entraría en detalles con una historia que no conocía del todo. Ahora, con ese nuevo mundo, y los dioses ésta vez más precavidos, habían puesto límites a sus poderes. Sólo un portador de su correspondiente dios podría darles la oportunidad de desarrollar los dones que los dioses les habían otorgado. Por eso era importante y porque, además, era la forma en que podría demostrar ser una guerrera al cuidar de su portador, y sólo así, volvería. Aunque su tarea no terminaba allí; debería enseñar a los demás ángeles que aguardaban junto a los dioses, para que estos fueran fieles a los humanos y luchasen contras las fuerzas oscuras para cuidarlos y encaminarlos a un futuro mejor... Sí, eso ya era ir muy lejos. Lo sabía. Gray siempre se quejaba de ello: era una misión imposible.
Dejó caer los brazos, y luego el cuerpo entero sobre un pequeño sillón. Se desparramó lo que la elasticidad de su figura le permitió. Y colgó la cabeza desde uno de los respaldos, viendo en dirección a la puerta.
La luna llena sería dentro de dos noches; y todavía no ideaban el siguiente plan para atacar a cuanto devorador se metiese a esas tierras y seguir manteniendo a los humanos en la ignorancia. Sonrió con pesadez para sí misma; no era como si pudiera hacer mucho. Sin portador, no tenía sus poderes...
Se levantó de pie de un salto al escuchar la agitada discusión de dos voces masculinas; estas se decían de cosas y hacían resonar sus pasos por los pasillos. Estaban cada vez más cerca.
Frunció el ceño cuando el picaporte se agitó y los pasos se detuvieron en frente. Entonces retrocedió, sintiendo sus alas tatuadas escocer y entendiendo la razón. Un devorador se hallaba cerca. Y al mismo tiempo que la puerta se abría abruptamente, en un reflejo sacó la daga que tenía sujeta al muslo y la lanzó dando vueltas a la persona que iba entrando.
Sting se encogió y gritó de horror cuando vio la daga volar hacia ellos; mientras que Natsu la cogió al vuelo entre sus dedos, dejando que la hoja del arma se deslizara por sus falanges hasta poder sostenerlo. Luego dirigió su sorprendida mirada a Lucy. Ella sonrió apenada y escondió las manos tras su espalda.
—No quiero ni pensar lo que te hubiera hecho si apuñalabas a alguien —manifestó con el ceño fruncido y caminando a ella. Sting respiró unos segundos, palpándose el pecho y la cara. No, ella no lo había pinchado. Una vez supo que el corazón no se le saldría del pecho por el terror, fue capaz de hablar.
—Debemos sacarte de aquí, conozco un pasadizo que nadie frecuenta —habló hacia Natsu—. Me temo que no tenemos mucho tiempo si papá entra al palacio, quizás la huela.
—¿Tu papá? —Lucy dejó de ver al hombre que llegaba al frente suyo para tratar de ver a Sting—. ¿El rey está afuera?
—Ni yo me la creo —gruñó por lo bajo el pelirosa, tomando su mano y dejando el mango de la daga en su palma. Lucy le miró con sorpresa, aún después de que se alejó de ella para ir a hablar algo con el príncipe. La joven se miró el dorso extrañada; podía sentir todavía la sensación de la mano del hombre tomando la suya. «Con total indiferencia y sin verte dos veces», se burló su subconsciente—. Yuri es un imbécil.
—Por supuesto, quiero cruzar unas palabras con él —aseguró ella, olvidando la sensación que le dejó el General en la mano y caminando a la puerta.
—Tú no vas a ningún lado. —Justo cuando estaba por alcanzar la puerta, Natsu se le atravesó en medio y le detuvo. Arqueó una ceja, colocando los brazos en jarra por su acción—. Lo más sensato es que salgas de aquí sin ser vista y rezando porque a nadie se le vaya la lengua y diga que ha visto a una gitana aquí dentro.
—¿Por qué? —El General la ignoró, y en cambio cerró la puerta con traba atrás suyo. Aquello ya no le gustó. Mucho menos cuando puso atención y la amenaza de un devorador cercano dejó de provenir de él. Eso la congeló un instante, mientras sus ojos se dirigían lentamente a encontrar la figura distraída de Sting, que daba leves golpes a la pared. Natsu se le unió. Y a ella llegaron todos los cuentos de terror que Juvia le había facilitado.
—¿Estás seguro de que sabes lo que haces? —Natsu sólo veía como el príncipe pegaba la oreja a la pared y golpeaba esta con sus nudillos. Sting le dirigió una mirada de molestia por su poca esperanza, y luego esa expresión se borró cuando, al golpear cierta zona del muro, sonó hueco. Veloz procedió a abrir una puerta oculta que se confundía con su entorno. El General arqueó una ceja y cruzó los brazos sobre el pecho, viendo con desaprobación a Sting—. Con que así era que te escapas, pequeño hijo de...
—Como me escapaba es lo de menos. —Sting se apresuró a restarle importancia. Lo que menos quería era traer recuerdos que sabía, podían traer el mal humor de Natsu. Y es que había tenido que recurrir a esas medidas cuando no soportaba estar encerrado tanto tiempo en aquel gigantesco pero solitario palacio. Al final Natsu siempre terminaba encontrándolo cuando se daba cuenta de su desaparición —que no llevaba ni quince minutos— y cuando algún soldado lo avistaba entre las calles.
—Después de esto voy a mandar a clausurar todos esos pasadizos —advirtió, inclinándose al príncipe que asintió veloz sin decir nada. Luego el hombre de ojos jade se giró a la única fémina presente—. Tú, ven acá.
—¿Yo por qué?
—Porque a menos que quieras ser encerrada en prisión, posiblemente toda tu vida, por el rey... Te recomiendo que salgas por aquí y te calles en el proceso.
Lucy le miró con molestia por la forma en que tenía de hablarle. Dirigió la vista a la puerta que abrieron en la pared, y su oscuro interior, luego volvió al General.
—Ni de chiste —sentenció. Ese lugar estaba oscuro y no tenía idea de a dónde se dirigía. Además, todavía seguía tratando de procesar aquello que percibió un instante en el príncipe que se encontraba e escasos metros de ella. Podía percibir un devorador también en él. No, quizás su poder fallase, pero todavía confiaba un poco en su sentido común; y con la luna llena tan cerca, no pensaba acercarse a un príncipe con un devorador dentro. No sabía si lo controlaba igual que Natsu. Tampoco sabía si Natsu fuera siquiera capaz de controlarlo en la noche de luna llena. Se giró hacia la puerta, saldría por donde vino; ya luego buscaría la manera de volver a tener en sus aquel libro. Sin embargo, su idea de huida quedó en su mente cuando unos brazos rodearon su cintura y sus pies descalzos dejaron de tocar el suelo. Un gritó subió a su garganta, y éste mismo quedó atrapado en sus labios cuando el mismo hombre que la había alzado le cubrió la boca, y la arrastró a aquel pasadizo.
Sting miró aquello con la boca abierta. Bueno... Natsu no era alguien que respetase las reglas precisamente, pero tampoco las violaba por reto, era... extraño, hacía lo que se le placía. Pero el ver como olvidaba el respeto hacia la joven y la cargaba como si fuera un simple costal de aquellos que manejaban en los mercados. No obstante, cuando ambos desaparecieron dentro y Natsu le hizo una seña para que lo procediera, entendió a qué se debía aquel arrebato. Su padre estaba acercándose.
Y cuando la puerta se cerró detrás, y volvió a parecer una simple pared más. El picaporte de las puertas que daban entrada a la biblioteca se movió. Del otro lado, Yuri entrecerró los ojos, y minutos más tarde siguió su solitario camino, con una pequeña sonrisa cruzando sus labios.
Sólo por esa ocasión los dejaría escaparse.
•••
—¡No vuelvas a hacer eso! —Lucy giró sobre su propio eje una vez estuvo de pie, luego de largos minutos donde sólo estuvo revolviéndose cual gusano por huir de aquel hombre. El condenado tenía mucha fuerza. Por fin estaba libre, y muy molesta. Lanzó una patada, confiada en que le daría estando él de espaldas. ¡Él la atacó por la espalda! Haría lo mismo. Estaba dístraido cerrando la puerta que daba directo a un conjunto de grandes rocas, sobra las cuales parte del palacio se sostenía. De ser otra la ocasión, se detendría a admirar la playa tan limpia que se extendí ante sí, o iría directamente a meter los pies en las olas que rompían en la orilla. Pero no, todo sus pensamientos se rompieron y el ejercicio de la imaginación resultó ineficaz cuando el hombre se giró en el momento que su pie estaba por hacer contacto con la zona de su hombro izquierdo. A ella no la engañaba, era portador, y ese lugar era su punto débil.
Natsu apresó su pie en un parpadeo, retorciéndolo lo suficiente para hacerla darse la vuelta y así tratar de que el dolor fuera menos.
—¿Atacando por la espalda? —preguntó, mofándose de ella.
—Natsu, ya basta, la vas a lastimar —observó Sting incrédulo por aquello que veía.
—Ella empezó —se defendió, liberándola. Lucy se sentó en la arena, tomando su pierna dolorida y enviándole una mirada asesina. Qué pesado.
—Y tú le seguiste —continuó Sting—, además no fue respetuoso que la cargaras así.
El pelirosa sólo le dirigió un gruñido, y Sting decidió no seguir con le tema.
—Yo quería hablar con Yuri —habló Lucy claro, poniéndose de pie y viéndoles de frente. Escuchar o pronunciar sólo aquel nombre la llenaba de una emoción de impotencia por lo que aquel cruel hombre había hecho con su pueblo.
—Pide una cita para la próxima y quizás te atienda... No, espera, eso si pasas sobre mí. Osease, nunca.
—¿Es un reto? —preguntó al pelirosa; éste se acercó unos pasos, y ella caminó otros directo a él. No se iba a echar atrás. Pero el príncipe se atravesó entre ambos, viendo con desaprobación a su guardia.
—Ya los dos. Natsu, en serio, ¿qué tienes?
Tardó varios segundos, y en ese intervalo de tiempo sólo se dedicó a observar el rostro de la gitana. En la forma que sus labios se volvían una línea firme, y su ceño fruncido hacía oscurecer sus ojos sin razón alguna, o eso le parecía a él. Escuchó su corazón que, aunque no se mostraba agitado por alguna actividad física, se oía intranquilo. Apartó la vista, comenzando a caminar, tendrían que pasar toda la playa si querían llegar a la ciudad.
—Nada.
•••
En algún lugar, dentro de una oscura y casi vacía habitación, a excepción de una cama; un rayo de luz entraba por un pequeño agujero en las cerradas ventanas, iluminando con ello una figura acostada en el viejo colchón. Era indistinguible para lograr apreciar sus rasgos, pero lo suficiente para notar las definidas curvas de una mujer. Perezosa se levantó cuando horas más tarde, y debido al sol que entraba por aquel orificio, el rayo le dio en alguna zona del rostro, iluminando el largo flequillo rubio que caía más debajo de sus ojos, haciendo que estos fueron imposibles de ver. Permaneció sentada por largos minutos, sin querer encender una vela siquiera.
Prefería esa oscuridad, donde sus cicatrices no fueran visibles, donde no pudiera verlas y repugnarse por ellas.
Su atención se centró en un solitario sobre bajo la puerta. No dudó mucho al momento de ir por él y abrirlo mientras volvía a sentarse en la cama y procedía a leer.
Una despectiva sonrisa cruzó sus oscurecidos labios, y dejó caer la carta, manteniendo en sus manos un boleto de tren, y una fotografía que, por su textura e imagen, no podía tener más de un par de días de ser tomada.
Sobre la carta en el suelo se leía:
«Querida Mavis;
Dentro de una semana espero verte en Crocus. Cuida tu boleto y allá nos vemos.»
No había firma, pero ella ya sabía quién la había escrito.
Apretó la fotografía en sus manos, doblándola toda y dejando cuidadosa el boleto de pasaje a su lado. Era su entrada a volver; su salida de la oscuridad.
—Así que... nos volveremos a ver —susurró con voz dañada por no haber bebido líquidos en mucho tiempo. Lanzó la foto a un rincón, soltando los tirantes que se amarraban tras su cuello para sostener su desgastado vestido.
En la fotografía se observaba a un hombre de ojos jade y cabellos rosas, mirando a algún punto, perdido entre personas; sin darse por enterado de que le habían sacado una fotografía. Esa personas era conocida como el General Fierce, cuyo nombre ella pronunció con un rencor inigualable.
—Natsu...
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Continuará...
N/A:
MUAJAJAJA que las teorías comiencen :v
Espero que hayan disfrutado de la lectura. Voten y/o comenten si gustan, es gratis ewe.
Nos leemos <3
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