✨Capítulo 13✨
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—¡¿Te vas?! —Natsu miró con incredulidad a Erza, mientras que ella estaba de lo más tranquila, haciendo anotaciones en unas hojas que tenía en sus manos, caminando sin mirar alrededor del patio del castillo. Varios cadetes, recién ingresados, hacían lagartijas, por orden de la misma pelirroja—. Comandante...
—Shh, deja termino de pasar la lista, quejica. —Natsu deseó quitarle las hojas y romperlas frente a sus ojos, pero se contuvo. No pensaba demostrarle lo sacado de quicio que lo tenía. Erza se iría a quién-sabe-dónde. Eso no era asunto suyo, su trabajo era simplemente cuidar que el príncipe siguiera respirando; y estaba cumpliendo bien. Sting estaba vivo y comía, fin. Ah, pero aquella mujer quería dejarlo a cargo nuevamente—. Conbolt... ¿Romeo? ¿Conbolt Romeo?
Natsu frunció el ceño, pues la forma en que la pelirroja pronunció aquel nombre, luego de procesarlo, fue con puro aborrecimiento. Dirigió la vista a los cadetes, esperando que el nombrado alzase la mano. Pareció que ya habían acabado con las lagartijas, puesto que, se levantaban, quejándose por los músculos forzados a utilizar. Se contuvo de poner los ojos en blanco, eran unos bebés. Eso no era nada comparado con muchos entrenamientos que forzaban otros reinos a realizar a sus soldados; aquello sí era crueldad. Y lo que era peor, no podían elegir si decidían unirse a las fuerzas del rey o no; en otros reinos eran forzados a luchar por su país.
—¡Romeo! —Volvió a la realidad cuando Erza gritó aquello, haciéndolo saltar. No por miedo, sino por lo potente del grito y lo que eso hacía a sus pobres y sensibles oídos. Maldijo, dispuesto a devolverle el grito para que sufriera un poco; pero los cadetes se hicieron a los lados, creando un camino y dejando a la vista a un hombre de aspecto delgado y, si mal no veía, tembloroso. No podía ver su cara, pues mantenía la cabeza agachada, y una boina oscura cubría la mayor parte de sus cabellos, igual que parte de sus facciones. Erza avanzó hasta él, estampando la lista en el pecho de Natsu, que gruñó por la sorpresa. Y una vez llegó hasta Romeo, le arrebató la boina y lo tomó del rostro, obligándolo a alzar la cara. El General arqueó una ceja, ¿era legal ser así de rudos con los nuevos reclutas? Porque ni él era tan desconsiderado, por algo no trataba con ellos. No estaba para aguantar a jóvenes que creían que ser soldados sólo era poder y doncellas de padres adinerados que se fijarían en ellos.
Los ojos de Erza resplandecieron ligeramente, y la temperatura de su cuerpo aumentó. El cadete, de nombre Romeo, lo percibió perfectamente. Era más alto que la mujer, e igual dejó que lo inspeccionara como una muestra bajo un microscopio. Ambos se vieron a los ojos un instante, y aquello fue suficiente para que Erza lo cogiera del brazo, y sin ningún respeto, tirara de él fuera de los demás. Natsu no se atrevió a tocarla, pues no era nada suyo y no gustaba de tomarse esas libertades con los desconocidos; aunque eso no impidió que le bloqueara el paso.
—¿Se puede saber qué pasa contigo? —Erza era muy explosiva, ya le quedaba claro. Estaba haciendo un numerito frente a muchos ojos sin dar mayor explicación.
—Un viejo amigo, no te incumbe. Termina de pasar la lista, y en la siguiente hoja está anotado los ejercicios que tienen que hacer y el tiempo. Hazlo. —El hombre se encogió de hombros. No, no le incumbía, y tampoco le interesaba ya. Miró la lista, tomando la pluma que Erza le dio; la tenía sujeta a sus cortos cabellos, como una especie de adorno. Arqueó una ceja por ello, ¿tenía tinta invisible acaso? No necesitó formular la pregunta, y con sólo una mirada Erza lo entendió. La Comandante le quitó la pluma, haciendo veloz un garabato en una de las hojas. Era mágica, no necesitaba tinta para escribir. Rodó los ojos.
«No preguntes, no lo hagas», se ordenó mentalmente. No se metería con ella y su gente más de la cuenta.
Volvió la vista a las hojas, pero entonces el hombre del que Erza tiraba le empujo ligeramente. No tomó importancia, y aún así, los vellos de su nuca se crisparon. Por un momento, llegó esa sensación de ser observado, y lo inundó el presentimiento de tener un peligro cercano. Eso fue motivo suficiente para hacerlo girarse, y se encontró con la mirada indiferente de Romeo. Aquel hombre de oscuros cabellos, tirando a tener reflejos azules, le sonrió forzadamente. Luego volvió la vista al frente. Una leve brisa sopló en su dirección, y sus pupilas se dilataron sobre el iris jadr al percibir un conocido aroma: cadáver.
¿Por qué Romeo olía a ello? No era su olor, de eso estaba seguro. Era pasajero, como si hubiera estado cerca de alguien que olía verdaderamente a cadáver; la sangre y la muerte misma, impregnados en un cuerpo. Necesitaba averiguarlo, muchas imágenes confusas y voces distorsionadas se dispararon en su cabeza. Después un pitido en sus oídos que lo aturdió. Las sienes le palpitaron dolorosamente, y la vista se le nubló un instante.
Y de la nada, alguien brincó, apareciendo en su campo de visión.
—¡Boo! —Gritó Lucy con una gran sonrisa. Las hojas y la pluma cayeron de su mano, retrocedió de golpe, tropezando con quién-sabe-qué y cayendo al suelo. Natsu fue a aterrizar sobre un charco de lodo, pues a algún criado se le había derramado un balde de agua. La joven rubia perdió la sonrisa, y se encogió, mostrando una mirada apenada—. Lo siento...
Los soldados rompieron en fuertes carcajadas.
—¿No tienes nada mejor que hacer? —escupió con rudeza, sacudiendo su mano para quitar la mayor cantidad de lodo posible. Si antes tuvo algún pesar de conciencia por lo cortante que había sido con esa niña, desapareció en esos momentos—. ¿Cómo has entrado? —Ya se hacía una idea; ella soplando aquel extraño polvo que usó en él para dejar a los guardias inconscientes. Sin embargo, una mirada a la entrada principal y los vio jugando entre ellos a piedra, papel y tijeras. Exhaló con fuerza, quizás era tiempo de que se pusiera a poner un poco de orden, esos idiotas no deberían estar dejando pasar a cualquiera.
—Pues... —Lucy no pudo responder, pues la risa de los hombres uniformados no hacía más que aumentar. La joven los miró con reproche, y estos sólo siguieron mofándose por lo visto. Dirigió su vista achocolatada al hombre de cabellos rosas, sintiéndose mal cuando le tendió la mano para ayudarlo a ponerse de pie, y éste sólo le lanzó una mirada airada, incorporándose sin ayuda—. De verdad lo siento, no pensé que...
—Cállate —ordenó y ella obedeció al instante. Sus ojos jade de inmediato se centraron en los jóvenes, y una sonrisa maliciosa cruzó sus labios. Con todo orgullo terminó de retirar el lodo posible de sus pantalones, y se agachó sólo para recoger las hojas y la pluma mágica. Luego las hojeó. Uno de los ejercicios eran veinte vueltas de trote al patio, y vaya que era grande. Erza era blanda si creía que eran ejercicios suficientes para poner en forma a esos con complexión de gusanos—. Muy bien, ya que están muy emocionados, quiero que den cincuenta vueltas a todo el patio.
—¡¿Qué?! —Uno de ellos saltó, las risas se acallaron al instante—. Eso es mucho, hombre. Llevamos toda la mañana haciendo ejercicios, la Comandante Erza dijo que...
—La puerta está por allá si deseas irte a casa —contestó sin verlo. Lucu miraba al General y luego al joven, arqueando una ceja—. ¿Papá no te advirtió de lo duro que puede ser?
El joven enrojeció, y lanzando una maldición por lo bajo procedió a caminar con sus demás compañeros que ya se posicionaban para empezar su tortura. Natsu sonrió satisfecho. Tal como creía, eran unos niños orgullosos, y no se atreverían a echarse para atrás si no querían ser la burla de los demás.
—Es el General, puede hundirnos si lo desea —murmuró un joven por lo bajo, resignado. Dulce venganza.
—Son muchas vueltas, normalmente Erza les pone menos de treinta. —La gitana los miró con pena.
—No soy Erza —terminó el listado, y luego la miró—. ¿Qué quieres?
—¿No estás molesto conmigo?
—Mucho.
—Ah... —Lucy abrió la boca, lo suficiente para separar los labios y alzar ambas cejas, ligeramente más oscuras que los mechones dorados que caían por su frente. El pelirosa volvió la vista a las hojas, repasando los demás ejercicios. No alzó la mirada cuando volvió escucharla a hablar—. ¿Tienes algo que hacer en estos momentos?
—¿Eh? —frunció el ceño.
—¿Me dejarías volver a entrar a la biblioteca del palacio? —Soltó de golpe, sonriendo y marcando los hoyuelos de sus mejillas. Junto las manos, mirándolo con esperanza. El General miró a los lados, asegurándose de que nadie los estuviera viendo—. Por favor.
—No. —No necesitó pensarlo. Ella hizo un puchero y su cara de decepción provocaron que se mordiera la mejilla para no sonreír. ¡Estaba molesto!
—Por favor, sólo una hora.
—No.
—Media hora.
—Dije no. —Se dio la vuelta, dispuesto a ir a limpiarse y cambiarse. Lucy se atravesó en su camino, extendiendo los brazos, como si con ello pudiera detenerlo.
—¿Quince minutos?
—¿Desaparecerás de mi vista si digo que sí?
—¡Sí!
Qué día...
La llevó por los corredores, tratando de ignorar los murmullos de los soldados y los criados que dejó atrás. Lucy no ayudaba para nada llamando la atención con sus ropas llenas de lentejuelas y adornos. Era obvio que era gitana. Le pesaba pensar que los rumores se corrieran, y sólo por un simple factor: Yuri la conocía. No sabía cómo o por qué, pero el rey sabía algo. Estaba claro que se enteró de sus escapadas con los gitanos, y eso era malo. Yuri ya no era el mismo, y siendo sincero; no conocía, ni pensaba conocer esa nueva faceta suya. No era capaz de saber qué pasaba por la cabeza del rey.
Siguió caminando, deteniéndose en un pasillo al escuchar a uno de los criados, miró a la chica, haciéndole una seña de silencio y pidiéndole que se quedara quieta y en su lugar. Luego salió por el pasillo. La criada, que limpiaba uno de los cuadros que colgaban de la pared con un plumero, se quedó de piedra al verlo; y velozmente bajó la cabeza para hacer una corta reverencia y salir casi corriendo de allí. Natsu se giró hacia Lucy, indicándole avanzar. La gitana tenía una gran sonrisa adornando sus labios, y sus hombros temblaban ligeramente por la risa que estaba intentando contener.
—¿Debo preguntar?
—Al contrario, su silencio me parece confortable. Pero si la mademoiselle no puede mantener la boca cerrada puedo confirmar su duda diciendo que la criada me posee tanto pavor que ni la cara se atreve a ojearme. Mi duda respecto a ello es si de verdad doy miedo o sólo soy portador de algún defecto que paso inadvertido cada mañana luego de prepararme para un nuevo día. ¿Usted qué dice? —Respondió educadamente, dando un pequeña sonrisa de boca cerrada y arqueando una ceja del mismo tono encantador de su cabello. A lo que ella abrió los ojos de par en par por el acento que los caballeros de alta sociedad empleaban con las doncellas de su mismo círculo. Una pequeña risa dejó sus labios, y utilizó su mano como un abanico para la parte inferior de su rostro y echarse aire cómicamente. Quiso seguirle el juego que había comenzado.
—Monsieur Fierce, que poca modestia —comenzó con perfecto acento, empleando uno de los tantos idiomas que, si no tenía mal entendido, fue usado en el primer mundo. Ahora estaba más que contenta de haberle pedido a Juvia tiempo atrás el aprendizaje de unos cuantos idiomas. Aunque no era muy difícil; los ángeles tenía mentes bien instruidas y capaces, quizás ella no fuera muy buena en la lucha cuerpo a cuerpo, pero bastaba de ver un golpe y podría ejecutarlo con la misma, incluso mayor, precisión. Lo mismo para con el aprendizaje, no había tenido que colmar la paciencia de la Portadora de Mercurio al recibir sus clases—. Es obvio que la doncella sólo está apenada de ver semi desnudo a un hombre sin ser éste su pareja. ¿O es algo más oscuro?
Natsu sonrió más abiertamente al escuchar aquello, dejándola sorprendida y borrando todo rastro de diversión en su rostro. El ángel miraba con abierto recelo los caninos que él tenía sobre la dentadura, e igual que ella, dejó de sonreír.
—Allí está tu motivo. —Dio por terminado la conversación y siguió avanzando, sacando de uno de los bolsillos de su pantalón un juego de llaves, inspeccionando cada una para encontrar la adecuada y abrir las puertas de la biblioteca.
—Tú no me das miedo —habló cuando pudo recuperarse y lograr salir de sus pensamientos. No era en sí miedo, sino curiosidad—. ¿Te salieron colmillos cuando el devorador trató de poseer tu cuerpo?
El hombre abrió las puertas, empujándolas para entrar sin siquiera girarse a verla. Le siguió, justo en el momento en que pequeños candelabros llenos de cristales se encendían. Los miró con cierto orgullo, pues eran obra de Juvia. Ella era extraordinaria con las cosas que poco a poco creaba, acorde a pequeñas necesidades que encontrara en su entorno.
—Quédate aquí y no hagas desastres, ¿entiendes? Trata de que nadie te vea, pero si lo hacen sólo grita; estaré aquí cerca —ignoró su pregunta. Tenía cierta curiosidad por saber qué la llevaba a querer entrar a esa biblioteca y no a la que se encontraba en la ciudad; la cual se desvaneció al comprender que allí habían libros que nadie más debía ojear. Ahora no estaba tan seguro de dejarla a solas, pero se contuvo—. Cualquier libro que encuentres aquí, no puedes decirle a nadie, ¿comprendes? Por algún motivo no son públicos.
No entendía qué lo llevaba a darle esa confianza. Quizás era por el hecho de que conocía demasiado bien todos los libros allí presentes y no la dejaría ir sin antes hacer inventario y verificar que no faltase ninguno. Y si ella decidía hablar, era sencillo. La palabra de una gitana contra la de él; más que obvio quién ganaría.
—Entiendo tu cautela ante que alguien me vea —Lucy se miró sus ropas, y sonrió con cierta renuencia—. Los gitanos son mal vistos... Y es por eso que me esmeré el día de hoy para parecer una más que nunca.
Natsu se giró, incrédulo por pensar que esa niña lo hubiera hecho a propósito. Mas no tuvo oportunidad de decirle nada cuando ella extendió las alas, sacudiéndolas y dándole con las puerta en las narices. Soltó una palabrota por lo bajo, tomando la perilla, y conteniéndose al oírla ojear un posible libro que ya tenía en manos, caminando con tranquilidad. La mandó al diablo, mientras caminaba de regreso en busca de Erza. Todavía no quedaba sanjado un asunto con esa mujer. No obstante, se detuvo cuando, al doblar un pasillo, se encontró con Sting, que chocó contra él por estar distraído leyendo un libro. El príncipe alzó la vista luego de cuidar que el libro no cayera de sus manos, y sus ojos se llenaron de diversión cuando divisó la forma en que su guardia se tomaba de la nariz, como si se hubiera golpeado.
—¿A quién o a qué tengo que agradecerle?
—Muévete —ordenó con un gruñido. Sting de inmediato acató la orden.
—Ya, en serio, ¿qué te pasó?
—Nada. —Sting exhaló en derrota, sabiendo que no podría sacarle nada. Sin embargo, arrugó ligeramente la nariz al percibir cierto aroma que nada tenía que ver con los que acostumbraba a vivir en el castillo, mucho menos con su guardia. Se acercó un poco, olfateando, y Natsu se hizo inmediatamente hacia atrás, frunciendo el ceño.
—No hagas eso... —Comenzó, pero la sonrisa que se formó en la cara de Sting lo detuvo.
—¿Está ella aquí? ¿Dónde? —Se hizo el desentendido. Había olvidado el buen olfato del príncipe.
—No trates de ocultarlo, hueles a fresa dulce. ¿Dónde está Lucy? El aroma es muy intenso, así que dudo que de estar en la ciudad y venir hasta acá siga así de fuerte.
—Sabes qué, vete para allá, no tengo tu tiempo —intentó correrlo. Sting pasó bajo su brazo en un rápido movimiento, terminando atrás suyo.
—Está en la biblioteca. —Y Stih se dispuso a ir al lugar mencionado; eso hasta que una puerta al fondo del pasillo se abrió, siendo Erza la que salió de allí, con Romeo atrás suyo. Si Natsu creyó haberlo visto pálido antes, ahora parecía un muerto con el semblante. La mujer alzó la cara, viéndolos a ambos y acercándose a ellos.
—Me voy ahora mismo, vigila a los cadetes. Tengo el permiso del rey para ausentarme, vuelvo mañana por la noche. —No necesitó más explicación, pues ella no estaba dispuesta a darlas. Y sin más que decir, partió.
Fuera del palacio, un lacayo mantenía un corcel ya ensillado y listo para viajar. Erza llegó hasta él, agradeciéndole y montando al animal. Las puertas del palacio fueron abiertas de par en par, y ella inició un suave trote para marcharse. Sin embargo, cuando salió de los terrenos del palacio, postrado junto a los soldados, se encontraba alguien más con el uniforme característico de ellos. No necesitó observarlo dos veces para reconocer los cabellos azules bajo la boina oscura que cubría la cabeza de hombre. El caballo relinchó, acercando la cabeza a ése tercer hombre, y éste sonrió, sacando una apetitosa manzana del bolso de larga correa que cruzaba su pecho.
—No intentes seguirme —espetó con dureza. Jellal alzó la mirada, sonriendo fríamente.
—No te estoy preguntando, Comandante.
Erza instó al caballo a caminar, buscando alejarse de él. Pero, tal como previó, él comezó a caminar atrás suyo con mucha calma. Furiosa sujetó con fuerza las riendas del corcel, y ajustando el bolso que ella también había tomado con las provisiones necesarias, echó a un veloz galope.
El deseo de saber qué era aquello que Yuri había mandado a construir con tantas personas llevó a otra cosa; la sorpresa de saber que el mismísimo rey de todo Fiore —pues era el nombre del país— ayudaba a los enemigos de los ángeles. Pero parecía que aquello no era suficiente; Erza seguía sin creer la verdad del diario que había llegado a sus manos, donde su hermana muerta relataba el triste día a día del Proyecto Estrella. Habían muchas preguntas, y pocas respuestas, por no decir ninguna. Buscaría donde pensaba podía encontrar la solución a una de ellas. Empezaría por algo, pero el tiempo se le venía encima.
Dentro de dos días, la luna llena anunciaría la llegada de los devorados. Y algo, muy dentro suyo, le decía que aquello que se avecinaba, dejaría como un juego de niños los altercados en los que se han visto obligados a intervenir los ángeles que ella conocía. La calma que mostraban los devoradores, con lo cerca que estaba esa noche, era alarmante.
•••
En la oscuridad de la habitación, un destello iluminó el rostro del hombre que permanecía de pie, viendo con expresión indescifrable el reflejo que un cuenco con agua le otorgaba. Dicho brillo provenía de allí, revelaba lo que hacía su hijo, quién mantenía una pequeña charla con su guardia. Sacó un pequeño colgante de dentro de su elegante traje, y se lo quitó, introduciéndolo en el agua. La imagen cambió, mostrándole a la Comandante de sus tropas; alejándose del palacio y la protección de su ángel. Sonrió al pensar en ello, y justo atrás suyo, una sombre sin forma se manifestó, y unos ojos, brillantes y amarillentos se dibujaron en alguna zona de su silueta. Luego una boca deformada y llena de colmillos largos y delgados allí donde mirasen.
—¿Podemos matarla? —deseó aquel devorador. Yuri borró su sonrisa, y lo observó por sobre el hombro.
—Por supuesto que no, traten de calmar su hambre. El día de ayer mataron a una mujer cuando les dije que no lo hicieran.
—Pero el hambre...
—¡No me importa! Si les digo: ladren, ustedes lo hacen. Sólo vigilen hacia dónde se dirige, no quiero al Consejo metiendo las narices aquí. Por otro lado, quiero que me informen cuántos son los ángeles que hay aquí en Crocus.
—Son tres.
Yuri volvió su vista al reflejo, y vio como el agua se volvía turbia, regresando a la normallidad después de unos segundos y mostrando a una joven de larga cabellera rubia, tarareando con un libro en sus manos.
—Son cuatro.
—Ella no representa ningún peligro. No tiene ni ha tenido portador, es inofensiva. —Yuri sonrió de vuelta, y con lentitud se giró a la sombra. Alzó la mano, y un rayo surgió de su palma, atravesando a la sombra que gritó horrorosamente y se desvaneció. Murió.
—Es por esto que ustedes no tienen el mando. Siempre piensan en comer, y nunca ven más allá. Mañana será un día ocupado, y una noche muy larga. Los ángeles no deben pisar estos territorios, es hora de hacérselos saber. —La imagen de Lucy en el agua, se esfumó. Y la habitación volvió a sumirse en oscuridad.
━━━★━━━
Continuará...
N/A:
Nos leemos ♥
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