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9. La salida


No sólo duré media ahora en la ducha, rasurándome todo el cuerpo y haciéndole un tratamiento a mi cabello para desenredarlo y suavizarlo, sino que pasé otra media hora decidiendo qué ponerme.

Era un día de suerte para mí, porque mamá hoy tendría una larga y complicada cirugía que la mantendría fuera de casa toda la noche. Sólo necesitaba volver antes del amanecer y mantenerme alejada del hospital (dos cosas que no serían difíciles de cumplir).

Preparé mi pequeña mochila negra con mi celular, gomas de mascar de sabor menta, mi cartera, hidratante labial, un paquetito de pañuelos y las llaves de la casa.

Inhalé y exhalé, tratando de relajarme y alejar los nervios, y lo conseguí después de un rato de verme al espejo y asegurarme de que me veía bien. El maquillaje lo dejé simple, como siempre, y el pelo suelto.

Recordándome que sólo era una salida como amigos y no una cita, me esforcé por no arreglarme para impresionar. Me puse una sudadera Fila azul cielo, unos vaqueros negros (rasgados por en frente) y unos Nike blancos con plataforma de tres centímetros, además de mi collar y unos aretes dorados con forma de estrella pegados al lóbulo.

Creí estar confiada, tranquila, hasta que mi celular timbró con la llegada de un mensaje de un número desconocido.

"Estoy afuera, muñeca"

Llamé a Betty tan rápido como pude.

¿Lista para tu cita? —preguntó casi chillando de emoción.

—Primero, no es una cita —le corregí, aunque mi sonrisa decía otra cosa—. Y segundo, ¿mi tía Alice está lo suficientemente ocupada como para no asomarse cuando escuche una motocicleta pasar frente a su casa? —respondí, moviendo la pierna con ansiedad.

Tener a mi tía Alice como vecina era una desventaja para mí. Cuando me escapaba, debía ser más precavida de lo normal, pero no por mi madre, sino por mi tía Alice. Betty, sin embargo, a veces se encargaba de distraerla cuando planeaba escaparme.

No te preocupes. Si intenta asomarse, causaré una distracción.

Era ahora o nunca.

—Gracias, Betty.

Mañana quiero los detalles —me recordó antes de colgar.

Salí rápida y silenciosa, cerré la puerta con llave y dejé las luces del pórtico encendidas. Ni siquiera me fijé en Sweet Pea, por la constante vigilancia de mirar a los lados (revisando que ningún vecino saliera a dejar la basura o por curiosidad se asomara por la ventana), hasta que bajé las escaleras y llegué a la acera.

Estaba parado frente a su motocicleta con una ceja arqueada, los brazos cruzados y una leve sonrisa dibujada en su rostro.

—¿Por qué actúas así?

—Por los vecinos, especialmente mi tía Alice

—¿Alice Cooper? —preguntó, confundido, y luego sorprendido— ¿Eres sobrina de Alice Cooper?

—Creí que sabías que Betty y yo somos primas. Nuestras madres son hermanas —expliqué, retrocediendo al ver su descontento—. ¿Hay algún problema?

Sentí un nudo en el estómago. ¿Sería un problema que estuviera relacionada con mi tía Alice? Era consciente de su odio hacia las Serpientes, pero eso no era culpa mía (ni siquiera compartíamos opiniones).

Se quedó callado por un par de segundos, pero finalmente negó con la cabeza y se volteó hacia su motocicleta. Sentí el alivio fluyendo rápidamente cuando volvió a voltearse con el casco en manos.

—Asumo, entonces, que tu madre no sabe que vas a salir con una Serpiente —comentó, arquando su oscuras cejas.

Negué con la cabeza.

—Ni siquiera le gusta que Jughead sea mi mejor amigo desde que se unió a las Serpientes, aunque lo tolera hasta cierto punto. Si le dijera que me subí a la motocicleta de una Serpiente, sufriría un infarto o un ataque de ansiedad.

Sweet Pea se me acercó y me puso el casco.

—Por cierto —hablé con tono de sospecha, una vez que me senté a sus espaldas sobre la motocicleta—, ¿cómo conseguiste mi número?

Sweet Pea me miró por encima de su hombro y me guiñó el ojo. Podría haberme desmayado en ese momento con ese simple gesto que lo hizo ver tan terriblemente irresistible, pero logré mantener mi cordura a flote.

No pude respirar tranquila hasta que salimos por completo de mi calle. Supe que se dirigía al Sur cuando continuó derecho y cruzamos el puente que dividía al Norte del Sur, sobre el río Sweetwater. Después de haber superado mi primera vez arriba de la motocicleta, pude ir más relajada y procuré no aplastarle tanto el torso con mis brazos.

Estacionó la motocicleta junto a otras, justo afuera del Whyte Wyrm, y me pregunté por qué habría elegido este lugar, aunque no me sorprendía. Era el lugar de las Serpientes, después de todo, pero ¿no sería un problema que me llevara a mí? Yo no era parte de la pandilla. ¿Y si Jughead nos veía?

Pareció leer mi mente, o notar la preocupación en mi rostro, mientras desabrochaba el seguro del casco.

—FP tiene el turno de noche en Pop's esta semana y Jughead está con Fangs.

—¿Con Fangs?

—Le pedí que lo distrajera por esta noche. Creo que se inventó la excusa de que necesitaba ayuda con un reporte de Inglés —explicó, tomando el casco en manos.

¿Por qué había hecho eso?

—No me has dicho cómo conseguiste mi número —cambié el tema, mirándolo acusadora.

Él sonrió como todo galán de película, pero logré seguir con mi postura.

—Toni se lo pidió a Jughead por mí.

Me quedé callada, sólo asintiendo, y lo seguí al interior del Whyte Wyrm. Casi todos, los que no estaban hundidos en alcohol, voltearon a vernos. La mayoría de entre ellos, me miraron con desprecio. Los comentarios bajos, como "¿no es una norteña?" "¿qué hace esa intrusa aquí?" no se hicieron esperar, lo que me llevó a entender el por qué Sweet Pea pasó su brazo por mi espalda y me animó a seguir caminando a su lado. Cruzamos las mesas y una vieja máquina de Mortal Kombat, llegando a las mesas de billar.

En el escenario, igual que la primera y última vez que estuve aquí, habían un par de bailarinas exóticas con poca ropa. Aún no podía creer Betty se atreviera a hacer el baile de la serpiente para unirse a la pandilla y estar más cerca de Jughead. Había sido muy valiente.

Dejé de mirar a las bailarinas para volverme hacia Sweet Pea, quien me miraba fijamente.

—¿Qué?

—¿Juegas?

Miré la mesa de billar frente anosotros, libre y con dos tacos cruzados junto a un triángulo de 15 bolas.

—Eh..., nunca lo he jugado —admití—. Sólo lo he visto en películas.

Tomó los dos tacos y me entregó uno.

—La dinámica no es difícil —dijo—. Lo complicado es hacerlo.

Lo miré con los ojos entrecerrados, entendiendo lo que planeaba.

—No voy a apostar. Perderé. En primer lugar, tienes historial de ser tramposo. Y en segundo, sé que quieres aprovecharte de mi virginidad en el billar.

Sweet Pea se echó a reír con ganas. Parecía bastante complacido.

—Prometo no hacer trampa —animó, volviéndome a entregar el taco que yo seguía sin aceptar—. Apostemos algo sencillo.

Miré la mesa de billar.

Las bolas coloreadas de blanco, con una ancha franja de diferente colorido según el número, y el mismo círculo con su número que las bolas lisas. La serie cromática es idéntica a la anterior: amarillo (bola 9), azul (10), rojo (11), morado (12), naranja (13), verde (14) y marrón (15).

—¿Acaso eres ludópata?

Sonrió y negó con la cabeza.

—Sólo encuentro muy divertido vencerte. Eres graciosa cuando pierdes —dijo, encogiéndose de hombros.

—No soy graciosa.

—Claro que sí —insisitó despreocupado—. Cuando pierdas te darás cuenta de todo lo que haces.

—De acuerdo, con tal de probarte que no es cierto —acepté, tomando el taco. Él sonrió victorioso y se movió a un lado de la mesa.

Dejé mi mochila colgada de un gancho que había en el pilar a mis espaldas, quedando más cómoda.

Recordaba haber visto juegos en películas de criminales. No podía ser tan difícil. Sólo era golpear la pelota blanca y con ésa empujar otra bola y meterla en uno de los hoyos, ¿no?

—Sólo dale a la blanca e intenta meter alguna —explicó cuando quitó el plástico triangular que juntaba las bolas.

—Tira tú primero —pedí. De esa forma podría copiarle.

Se inclinó, tomando el taco con ambas manos. Examiné bien cada movimiento realizado antes de que empujara el taco y golpeara la bola blanca. Logró meter una.

—Cuando metes, vuelves a tirar —explicó, inclinándose sobre otro lado de la mesa. Noté lo que trataba de hacer: darle a la morada con la blanca. Sin embargo, falló en el tiro por poco.

Suspiró y yo sonreí divertida y gustosa, no sólo por verlo perder el tiro, sino por encontrarle el truco al juego. Él puso los ojos en blanco.

—Apenas estoy empezando —me recordó.

—Claro. Ahora, dame espacio. Creo que ya entendí —dije con una pequeña sonrisa triunfante, caminando hacia el lado izquierdo de la mesa. Me remangué la sudadera hasta los codos, y Sweet Pea me miró con verdadera diversión en sus ojos.

Me llevé el cabello hacia un lado de mi hombro, me incliné, tomé el taco entre mis manos y apunté con ayuda de mis dedos. Lo vi arquear las cejas y moverse sorprendido por mi correcta posición.

Entonces, golpeé la bola blanca y ésta salió disparada contra la morada, la misma que él le quiso golpear antes. La bola cayó en el hoyo más cercano, empujando a la azul en el camino, que quedó muy cerca de otro agujero.

Ni siquiera lo miré, concentrada en mi siguiente movimiento. Me cambié de lugar, volví a inclinarme, y apunté.

—¿Es contra las reglas si meto dos al mismo tiempo? —pregunté, cerrando un ojo para enfocar mejor la vista y ayudarle a mi imaginación a pintar las líneas rectas y los ángulos.

—No —dijo—, pero tampoco es algo fácil de lograr.

Bum. El golpe de la blanca contra la naranja y la azul me hizo sonreír y levantarme con pose victoriosa. Sweet Pea sostenía su taco, parado frente a él entre ambas manos, mientras miraba el juego con asombro.

—¿Cómo hiciste eso?

—Es Geometría y Física básica —me reí—. ¡Debiste decirme que ése era el truco!

Sweet Pea frunció el ceño y me miró con incredulidad.

—No lo sabía —confesó, y luego se mostró sospechando algo—. Me estafaste.

Negué con la cabeza.

—Te prometo que nunca antes había jugado —aseguré, dejando salir una risa silenciosa por verlo sospechoso de mis intenciones.

Pegué a la blanca, que le dio a la roja y luego a la verde.

—¡Esto es fácil! —exclamé sonriente, volviendo a inclinarme.

—¿Cómo lo haces? —insistió, sonando bastante impresionado.

—Sólo imagino las figuras y los ángulos, y calculo la fuerza del golpe y las probabilidades. Aunque eso no es necesario, pero lo vuelve más divertido.

Sweet Pea miró el juego y luego a mí, de nuevo al juego y regresó a mí. Parecía estar armando un rompecabezas en su cabeza.

—¿Eres una genio o algo así?

Al escuchar tal término, la mezcla de los nervios y lo desprevenida que me tomó me obligó a moverme y fallar por un centímetro. Lo miré incómoda, pero él no celebraba mi error.

—No soy una genio. Sólo... sólo se me facilitan los números y tengo mucha suerte —sentencié.

—Claro —dijo, sin creerme—. ¿Y qué otras cosas se te facilitan?

Suspiré, desviando la mirada por unos segundos antes de regresarla hacia él.

—Mi madre es como yo, pero mi padre es hiperactivo y ludópata —admití. Sweet Pea arqueó una ceja con sorpresa—. Así que, practicaba muchos deportes que me obligó a aprender con él: boxeo, soccer, baloncesto, futbol, béisbol... Era muy bueno para los deportes y los juegos. Especialmente para los juegos; tenía mucha suerte y nunca perdía. Aprendía un juego, lo dominaba, y cambiaba a otro; lo dominaba también y volvía a cambiar de juego: cartas, damas, ajedrez...

—Bien, tal vez deba reformular mi pregunta —dijo, abrumado—. ¿En qué no eres buena?

—Soy pésima cocinando, se me da muy mal el origami y dibujo como niña de tres años —enumeré, mirando el techo, tratando de agilizar mi memoria—. Ah, y tengo pésima memoria y para las cosas más simples. Podría dejar mi cartera en algún lugar y no darme cuenta hasta el día siguiente.

Sweet Pea se rió ante lo último.

—Antes iba a ser amable, muñeca, pero ahora no te voy a dar ninguna oportunidad de ganar —me advirtió, volviendo a inclinarse.

El juego no fue largo, pero sí bastante tenso. La gente alrededor empezó a darse cuenta de que le estaba dando una paliza y Sweet Pea lucía entre frustrado y divertido. Golpe tras golpe, fui metiendo todas las bolas y, golpe tras golpe, la gente del bar empezó a rodear la mesa de billar con expectación.

Sweet Pea me observaba con más atención. Cada vez que metía una bola, mis admiradores celebraban y los de Sweet Pea lanzaba juramentos. Apuestas empezaron a llevarse a cabo.

No obstante, los admiradores de Sweet Pea terminaron pagándole a los míos. Quejas, gritos de celebración y de "págame" resonaron en el lugar por un par de minutos. Mientras tanto, Sweet Pea y yo nos mirábamos a los ojos, con la mesa separándonos. Él sonreía de lado, cruzado de brazos, e ignoraba las palabras que le dirigía la gente, hasta que uno en específico lo hizo agrandar la sonrisa.

—Por fin alguien le pateó el trasero a ese niño en el billar —agradeció una mujer con la misma edad que la de mi madre.

—Bien hecho, norteña —me felicitó la pareja de la mujer, y ambas se alejaron.

Dejé el taco sobre la mesa, que después rodeé hasta llegar junto a Sweet Pea y encararlo. Antes de que tuviera oportunidad de regodearme sobre mi victoria, él inclinó la cabeza hacia abajo, me cogió la cara entre las manos y me llevó hacia sí, apretando sus labios contra los míos. Eran suaves y maravillosos.

Separé los labios para dejar que su lengua se abriera paso hacia la mía, y se me desbocó el corazón. Era un beso lento, nuestros labios moviéndose en sincronía, acariciándose. La calidez de su lengua me recorrió todo el cuerpo hasta los dedos de los pies y me acerqué más a él, ignorando el dolor de mis pies al mantenerme de puntas.

Sosteniéndome para no caer, me agarré de sus brazos y él me rodeó la cintura con sus grandes manos de largos dedos. Me encantaba su estatura.

Después de que avanzamos un par de pasos hacia la mesa, a ciegas, bajó sus manos hacia la parte trasera de mis muslos y me ayudó a sentarme en el borde. Dejó una de sus manos en mi cadera, acariciándome la cintura bajo la sudadera con uno de sus pulgares, mientras acunaba mi mejilla con la otra. Mantuve mis manos entrelazadas sobre su nuca, de vez en cuando acariciando su cabello.

No sé cuántos minutos estuvimos así, pero fue increíble. Cada segundo que pasaba era mejor que el otro. Y probablemente hubiéramos seguido, de no ser por que escuché un carraspeo muy cerca de nosotros que me hizo romper el beso.

Sweet Pea quiso volver a acercarme y besarme de nuevo, pero la persona carraspeó más fuerte y obvio. Sólo con nuestras bocas habiéndose separado, miramos a mi derecha y vimos a Fangs con una ceja arqueada y los ojos grandes como dos peces globo.

—¿Ibas a besarla otra vez? Hombre, llevo horas tosiendo y no se separan —exclamó con exageración.

Mi cara enrojeció. Bajé las manos a mi regazo, soltándolo. En cambio, Sweet Pea sólo se enderezó, pero no quitó sus manos de mí.

—¿Qué quieres, Fangs?

—Llevan besándose como por diez minutos, eh —se burló Fangs, sonriendo con picardía.

—Fangs...

El tono amenazador en la voz de Sweet Pea lo hizo alzar las manos en son de paz.

—Bien, bien. Jughead ya se quería dormir, así que me corrió. Y vine porque quería saludarlos —finalmente admitió, sacudiendo sus dedos en forma de saludo—. Aww, mira qué adorable te ves sonrojada, Harley.

Me reí por lo bajo, y dejé recargar mi frente en el pecho de Sweet Pea (demasiado apenada como para mirar a cualquiera a la cara), tratando de ocultar los colores de mis cachetes.

Escuché la risita de Sweet Pea y sentí la vibración de ello contra mi frente. Acarició mi cabello, cubriéndome más con sus brazos. Y nunca en mi vida me había sentido tan segura y feliz como en ese momento. Mi corazón estaba por explotar de alegría. Se sintió como si finalmente hubiese encontrado mi lugar en el mundo, como si siempre hubiese pertenecido ahí.

Después de platicar con una ronda de bebidas vírgenes, Fangs se despidió, alegando estar cansado; sin embargo, por más que trató de disimular, pude ver a Sweet Pea haciéndole caras y ademanes para que se fuera.

Viendo la hora que era, salimos del Whyte Wyrm. Sweet Pea pasó su brazo por mi espalda, demostrando a los que llegaban que iba con él y no debía ocurrírseles quejarse de que una norteña estaba en la guarida de las Serpientes del Sur.

Sweet Pea me accomodó el casco y lo abrochó, lo que al parecer ya se había hecho una regla que yo no pensaba tachar. Me gustaba que lo hiciera.

Me subí a la motocicleta después de él. Encendió el motor, esperó un par de segundos, prendió la luz frontal y arrancó. Cuando me dejó en casa y me quitó el casco una vez que me bajé de la moto, le sonreí con los labios sellados y le planté un beso corto en la mejilla. Él seguía sentado en la motocicleta, aún en encendida.

—Nos vemos en la escuela —me despedí, y caminé hacia el pórtico de la casa. Estiré mi mano hacia la perilla, pero me detuve cuando escuché pisadas. Sweet Pea venía hacia mí con paso decidido—. ¿Qué...?

Igual que en el Whyte Wyrm, tomó mi cara entre sus manos, apretando levemente mis mejillas. Me besó lento, tierno, y lo hizo brevemente, sólo un par de segundos.

—Lo siento —bisbiseó.

Lo miré a los ojos, que estaban oscuros y me examinaban, como si quisiera memorizar mis facciones.

—No lo sientes realmente, ¿verdad?

Sweet Pea negó con la cabeza y yo me reí antes de ponerme de puntas para darle un pico en los labios. Besarlo se me estaba haciendo una adicción.

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