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8. La apuesta


Dos semanas después de que la Preparatoria Riverdale acogiera a su homóloga sureña, todo estaba igual... y nada estaba igual. Yo, por ejemplo. Acababa de recibir la noticia de que exentaría los exámenes finales, ya que tenía diez en todo. Pero, por dentro, no dejaba de pensar en Sweet Pea. Especialmente ahora que, tras la reunión para hacer el pequeño trabajo de Biología y las reuniones del club (donde me divertía más de lo que pensé que haría), lo conocía más.

Fangs había logrado meterse en mi corta lista de amigos. Su carisma tierno e infantil se había ganado mi corazón. Siempre me saludaba con una sonrisa y me pedía ayuda con su tarea. En la última prueba que tuvo, fui la primera a la que corrió a darle la noticia; me alzó en el aire con un abrazo y no dejó de restregar su ochenta de Álgebra en la cara de Toni y de Sweet Pea.

Toni era muy diferente a lo que estaba acostumbrada (Betty), pero no menos agradable. Era un poco más atrevida, abierta y desvergonzada. No le daba pena preguntarme continuamente qué pensaba de Sweet Pea, a lo que yo siempre desviaba el tema. Era vivaz y amable, y nuestro pasatiempo favorito era burlarnos de Jughead.

—¿Viniste a verme, Leen? —preguntó Reggie con una sonrisa triunfante al verme subir las gradas. Me volteé, encarándolo con una media sonrisa divertida— Extrañaba tenerte apoyándome en mis partidos.

—Lamento romper tus ilusiones, Reggie, pero no estoy aquí por ti.

Su sonrisa se desvaneció y miró por encima de su hombro cuando notó a dónde se dirigía mi mirada. Fangs y Sweet Pea me saludaron con la mano desde la distancia, el primero con una gran sonrisa enstusiasta por verme cumpliendo mi promesa de ir a verlos practicar.

—¿Por qué te juntas con esos reptiles?

Todo rastro de alegría se borró de mi semblante.

—Por última vez, Reggie, no te metas en mi vida —fueron mis palabras antes de seguir subiendo las escaleras de las gradas.

Me senté en el primer nivel y dejé mi mochila a un lado. Reggie había regresado a la cancha. Los vi ser divididos en dos equipos por el entrenador Clayton: Mantle liderando uno y Archie otro, del que formaban parte Fangs y Sweet Pea.

Los vi jugar todo el partido, y me cubrí la sonrisa que me apareció cuando Sweet Pea, apenas tocando a Reggie, lo tumbó al piso. Él y Fangs sabían jugar, y eran buenos, pero de vez en cuando rompían las reglas. Supuse que estaban acostumbrados al baloncesto callejero.

Una vez que el partido terminó y vi a todos dirigirse a las duchas, me levanté y recogí mis cosas. Crucé toda la cancha y estuve por empujar la puerta de la salida, cuando escuché el rechinido de unos tenis.

Era Sweet Pea, saliendo de las duchas, sudado y agitado.

—Acabo de enterarme que juegas baloncesto.

Escuché su voz un poco apagada, como si mi cabeza le hubiera bajado el volumen para concentrarme en los músculos de sus enormes brazos, húmedos y marcados. Nunca lo había visto con algo que los descubriera, por lo que era la primera vez que me daba cuenta de lo musculoso que estaba. El misterio de cómo le pateó el trasero a JP tan fácilmente quedó resuelto.

—Ah, eh... Sí, estaba en el equipo femenil —respondí, asintiendo enérgicamente, tratando de recuperar mi cordura y enfocarme en sus palabras y no en sus brazos.

Sweet Pea miró la canasta, donde debajo reposaba uno de los balones que habían dispersos por la cancha. Lo aventó al aire y lo atrapó con una sonrisa retadora.

—¿Y jugabas, o te tenían en la banca?

Enarqueé mis cejas, sintiéndome entre ofendida y sorprendida. Sweet Pea agrandó su sonrisa. Me reí.

—¿Es eso un reto, Sweet Pea? —pregunté— Porque, en realidad, era la capitana del equipo —añadí, dejando caer mi mochila al suelo y avanzando hacia él.

Sweet Pea retrocedió con el balón en manos.

—¿En serio? —preguntó dudoso, actuando como si no me creyera, y me miró de arriba abajo.

Adiviné lo que pensaba.

—No seré alta, pero sé jugar —le advertí.

—Pruébalo, muñeca.

Le quité el balón de las manos y lo miré desde la mitad de la cancha. Boté el balón un par de veces y Sweet Pea se acercó a la canasta, esperando a tomarla cuando tirara. Salté y lancé el balón. Aunque golpeó el aro un par de veces, cayó entre la red y tocó el piso. Le sonreí egocéntrica, pero él no se mostró impresionado.

—Pura suerte —dijo, botando el balón una vez antes de lanzármelo. Lo atrapé con ambas manos y entrecerré los ojos, sin creerme que dijera eso—. Te diré qué: si la encestas tres veces seguidas, te compraré el almuerzo el resto de la semana.

—No —me negué, sonriente. Él frunció el ceño, notando mi mente maquinar una mejor apuesta—. Si la encesto tres veces, me dirás tu verdadero nombre, porque sé que Sweet Pea no lo es.

Lo pensó por unos silenciosos segundos antes de terminar asintiendo.

—Bien —aceptó, y yo sonreí—. Pero... si no lo logras, saldrás conmigo.

Mi sonrisa se borró. Tragué con dificultad y me moví inquieta, casi bailando los pies.

—Eh, no sé...

—Sólo es una salida —persuadió.

—¿Como amigos? —pregunté, enarcando una ceja.

Vi su sonrisa debilitarse por un momento, pero se recuperó, y asintió. Aún dudosa, miré la canasta y el balón.

—¿Asustada?

Lo consideré. Su extraña, aunque divertida, forma de invitarme a salir fue como música para mis oídos. La cosa era mi madre, quien estaba en contra de mi amistad con Jughead y cualquier tipo de cercanía con las Serpientes y el lado Sur. Aún la podía escuchar quejándose, en mi cabeza, sobre los sureños transfiriéndose a la Preparatoria Riverdale. Si perdía la apuesta, tendría que escaparme de casa.

—En la tarde.

—En la noche —negoció—. En Pop's.

Pop's era un lugar muy público al que todos iban. Con que una persona nos viera, el rumor se esparciría y tarde o temprano mi madre se enteraría de que salí con una Serpiente.

—En la noche, pero no en Pop's —renegocié.

Esbozó una sonrisa que me contagió.

—De acuerdo.

Con los dedos temblorosos, boté el balón un par de veces antes de lanzar. Aplaudí cuando el balón cayó en las pacientes manos de Sweet Pea bajo la canasta. Dos más y me diría su verdadero nombre. Podría hacerme perder y fingir rencor, porque salir con él me emocionaba, pero mientras que él tendría muchas otras oportunidades para invitarme a salir, yo sólo tendría ésta para conocer su nombre.

Repetí el mismo proceso y celebré fingiendo pulirme las uñas contra el hombro y spolarlas con despreocupación. Sweet Pea rodó los ojos, no parecía sorprendido ni preocupado por mi casi victoria, lo que me confundió. Debería estar ansioso, tratando de renegociar, pero estaba tranquilo, y no entendí por qué hasta que lancé por tercera vez y él corrió, dio un gran brinco en el aire y golpeó la pelota con la mano, sacándola de curso.

—¿Qué...? ¡Hiciste trampa! —exclamé, señalando la canasta. Él sonreía de lado, inmune a mis reclamos— La apuesta no cuenta. Rompiste las reglas.

—¿Cuáles reglas?

Me quedé sin palabras y con la boca abierta.

Nunca habíamos establecido reglas.

—Eso... —quise protestar, pero seguí sin palabras.

—Paso por ti a las ocho —fue lo único que dijo antes de correr de regreso hacia las duchas, mientras yo seguía paralizada donde mismo.

Había perdido una puesta contra Sweet Pea.

Y si mi madre me atrapa escapándome con una Serpiente, me matará.

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