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6. Espadas y Serpientes


—Bienvenidos a la junta inaugural del club "Espadas y Serpientes" —dijo Jughead, recargado en el escritorio en el que yo estaba sentada.

—¿Y eso qué es, exactamente? —preguntó Fangs, quien estaba de vuelta, y con el uniforme. De hecho, todos estaban usando el uniforme gracias a que Jughead los convenció con la promesa de una ventaja.

—Un grupo de videojuegos, aprobado por el propio señor Weatherbee, donde los estudiantes pueden reunirse y fraguar varios juegos de rol y sus escenarios, donde aparecen héroes fantásticos y criaturas mitológicas.

—No, en serio —pidió Fangs.

—Es un club. Nuestro club. Como dijo Harley, un refugio para ser Serpientes durante horas de escuela sin que nadie lo note. No cambiaremos de piel. Pasaremos desapercibidos.

Contentos y satisfechos, ninguno dijo nada. Pero se notaba en sus rostros que lo consideraban un alivio y una gran idea.

—¿Y ella qué hace aquí? —me señaló uno de los que desconocía— No es una Serpiente, y es del Norte.

Me ruboricé y me removí en mi asiento, incómoda. Era consciente de que todos me miraban (sólo Fangs, Sweet Pea y Toni no lo hacían con desprecio).

Jughead lo miró con los ojos entrecerrados y la mandíbula apretada.

—En primer lugar, Brad, Harley es como una hermana para mí.

—Y nuestra amiga —añadió Fangs, señalándose a él mismo y a Toni y Sweet Pea.

—La única condición que puso Weatherbee para dejarnos abrir el club, fue que un norteño estuviera en él, para asegurarse de que hubiera orden y no se tratara de algo sobre las Serpientes...

—Jug... —le pedí que no siguiera, avergonzada.

—Y es de confianza —declaró con voz dura.

Todos se quedaron callados, aceptándome finalmente, aunque no por gusto. Me sentí incómoda, y comprendí de verdad cómo se sentían ellos afuera de este salón. Apestaba.

—Además, se ofreció a ayudarnos con la tarea —añadió Fangs.

—Fogarty.

—Está bien —dije, a lo que Sweet Pea ablandó la mirada que le dirigía a Fangs—. Estoy aquí para ayudarles, después de todo.

Fangs sonrió contento y rápidamente sacó una libreta y un lápiz de su mochila.

—Bien, porque no entiendo nada de Álgebra.

Me reí por lo bajo y asentí, tendiendo mi mano para recibir su libreta y revisar los temas que estaba viendo. Después de un rato de explicarle, le dejé haciendo su tarea.

Jughead charlaba con Toni y Sweet Pea, cuando noté que una de las Serpientes, que recordé que se llamaba Oli, se acercó avergonzada con su libro de Geometría. La relajé con una sonrisa y la invité a sentarse en la silla que Fangs había arrastrado a mi lado para explicarle. Más tarde, tenía a tres Serpientes inclinadas en el escritorio, todos escuchando mi explicación de Cálculo.

Por suerte, todos me entendieron y se sentaron a terminar su tarea. Cuando lo hicieron, se pusieron a charlar y reír. Decidí sacar mi tarea de Cálculo Avanzado y terminar lo que me faltaba para tener tiempo libre en casa.

Cuando sonó la campana, todos salieron tranquilamente, aún riendo y platicando, despidiéndose también. Era la hora de salida a casa, gracias al cielo.

—Fue una gran idea la que tuviste.

Me golpeé contra la tabla del escritorio al querer levantar la cabeza cuando lo escuché. Me quejé y me llevé la mano al área golpeada, dejando en el piso mi libreta. Había estado guardando mi cosas cuando su voz hizo que mi corazón se detuviera y mi cabeza se estampara contra el mueble.

—¿Estás bien?

Asentí, sobándome la cabeza.

—Perfectamente, gracias —mentí, haciendo todas las muecas de dolor antes de levantarme y disimular. Sonreí levemente, pero no dejé de masajearme—. ¿Qué decías? —pregunté, con la memoria en blanco de lo que me había dicho.

—Que tuviste una muy buena idea. Lo del club.

—Oh —comprendí—. Gracias. Me alegra haber ayudado.

Mostré una pequeña sonrisa, hasta que él se inclinó y se recargó sobre el escritorio. Tragué con dificultad y quise echarme hacia atrás, pero el respaldo de la silla me lo impidió.

—¿Vamos a seguir actuando como si no nos conociéramos, muñeca?

Abrí la boca, queriendo contestarle, pero nada salió de mí. Había perdido la voz. Quería decir cualquier cosa, pero no podía, así que terminé cerrándola para dejar de avergonzarme a mí misma. Sus intensos ojos oscuros casi me hipnotizaban.

—Te fuiste corriendo, sin decir nada.

—M-me disculpé —excusé, nerviosa.

Estaba muy cerca, sus grandes manos recargadas en el escritorio y él inclinado para acercarse, aunque aún de pie y casi derecho.

Bajé la mirada a mis manos, dejando que los largos mechones de mi pelo rubio, casi platinado, formaran una cortina a los lados de mi cara.

—¡Harley!

Betty estaba en la puerta con una clara expresión de sorpresa y vergüenza cuando volteé al escucharla.

—Lo siento —se disculpó, mirando a Sweet Pea y luego a mí, como si presenciara un juego de ping pong—. No quería interrumpir. Eh..., Harley, ¿nos vamos?

Cuando abrí la boca para decirle que sí, Sweet Pea dijo:

—Yo la llevaré.

Betty arqueó las cejas y me miró, esperando una confirmación. Sweet Pea me miró también, esperando mi respuesta.

—Está bien, Betty. Nos vemos mañana temprano —la despedí, sonriéndole de lado. Podía sentir mi rostro caliente, probablemente enrojecido. Podría haberme negado, pero sabía que no podía seguir escapando de lo que había ocurrido entre la Serpiente y yo.

Betty asintió y se fue con una sacudida de mano.

—No tienes que llevarme —aclaré, recogiendo mis cosas con cuidado de no volver a golpearme—. Mi casa ni siquira queda camino al Sur —añadí.

Sweet Pea se encogió de hombros.

—No es como si fuéramos a ir caminando.

Asentí, entendiendo que tenía coche. Lo seguí fuera del salón, donde todavía había un grupo de alumnos charlando. Entre ellos, algunos Bulldogs y unas vixens. Nos miraron asqueados, pero ninguno comentó nada en nuestra presencia. Caminar a su lado me hizo darme cuenta de que tenía que andar un poco más rápido de lo normal para ir a su ritmo. Era tan alto que mi cabeza apenas lograba llegar a su hombro.

Al salir del edificio y llegar al estacionamiento, me di cuenta de que se dirigía a un clásico coche negro (el de Reggie), un Impala. O eso creí, hasta que entendí que no iba hacia el coche, sino hacia la motocicleta que estaba aparcada a un lado.

—Eh... —titubeé, dudosa, al verlo tomar su casco y tendérmelo.

—¿Te dan miedo, muñeca? —preguntó con una ceja arqueada.

Fruncí la nariz y formé una mueca con la boca cuando escuché aquel apodo por segunda vez. No por que me molestara, en realidad, pero fingir que lo hacía evitaría que mi rostro se sonrojara como un jitomate.

—No, pero si mi madre me ve llegar en eso...

Sweet Pea me acercó más el casco, que era negro como su motocicleta, y con calcomanías viejas y nuevas.

—No irás desprotegida, y prometo no ir rápido —aseguró.

Suspiré, rezando por que mi madre no estuviera en casa cuando llegara. Tomé el casco y me lo coloqué, pero no entendí el broche bajo mi barbilla y empecé a desesperarme.

Mientras él guardaba su mochila en el compartimento bajo el segundo asiento, yo seguía tratando de poner el seguro del casco. Pero se dio cuenta y sonrió de lado. Pude ver la diversión brillando en sus ojos.

—¿Necesitas ayuda?

—Está defectuoso —me excusé, negándome a no poder hacerlo yo sola.

Se rió y asintió, optando por no discutirme.

—Claro —respondió con un ligero tono sarcástico, y acortó el espacio faltante para tomar cómodamente el seguro entre sus manos.

Sus largos dedos rozaron mi barbilla un par de veces, enviándome corrientes eléctricas. Mantuve la mirada en su camiseta, evitando sus ojos, hasta que escuché el clic del seguro.

Sus ojos chocolate examinaron los míos, y poco después bajaron hasta mi nariz y luego a mi boca, que se sintió seca por el deseo. Dos de sus dedos tomaron mi barbilla delicadamente y me acarició el lado izquierda, suavemente, con su pulgar. La respiración se me cortó.

Escuché algunas risitas a algunos metros de mí, y supuse que eran dirigidas hacia nosotros.

—Me veo estúpida con esto, ¿eh? —bromeé, tratando de aligerar el ambiente e ignorar el deseo creciendo dentro de mí.

Sweet Pea negó con la cabeza, tan sutil que apenas lo percibí. Escaneó mi rostro, ahora rodeado por el casco, y sonrió de lado. Se me cortó la respiración.

—Te ves adorable.

Avergonzada por el cumplido, desvié la mirada, y él soltó mi barbilla con cuidado. Se subió a la motocicleta y el motor rugió cuando le infundió vida. Me subí y busqué detrás de mí algún sitio al que agarrarme, pero mis dedos se deslizaron desde el cuero del asiento hasta la tapa de plástico de la luz trasera. Me mordí el labio, sabiendo perfectamente que tendría que abrazarlo por la cintura, así que sólo me tragué la cobardía y lo hice.

—¿Hacia dónde?

—Eh, soy vecina de Archie Andrews.

Sólo asintió, seguramente recordando dónde se encontraba la casa del pelirrojo que una vez fue a buscar para pelear.

—No te sueltes —dijo al tiempo que empujaba la moto hacia atrás con los pies y salía del espacio del estacionamiento. Bajé la visera, polarizada, del casco e inhalé y exhalé, tratando de relajarme.

Con un giro de muñeca, puso rumbo hacia la calle y arrancó. Me agaché detrás de él, pegando mi cabeza a su espalda, porque acabaría con bichos aplastados en la visera si miraba por encima de su hombro.

Dejó de pisar el acelerador al llegar al camino a mi casa y, en cuanto se detuvo, aflojé el agarre a su cintura, dándome cuenta de que lo había estado abrazando un poco más fuerte de lo debido. Era mi primera vez en motocicleta, no porque les temiera, sino porque mi madre me lo tenía prohibido. Era doctora, y seguido recibía pacientes heridos por andar en moto.

Intenté quitarme el casco mientras Sweet Pea apoyaba la moto sobre su soporte antes de desmontar, pero no lo conseguí. Sintiéndome estúpida, me bajé y lo miré con un puchero.

—Creo que se atascó —quise excusarme otra vez, agradecida por que lo polarizado de la visera me tapara la cara.

Sweet Pea se rió, se bajó de la moto y, con apenas un movimiento de dedos, lo desabrochó. Quise quitármelo, pero en vez de eso, él mismo procedió a levantarlo con cuidado y dejarlo sobre el asiento de su moto. Sintiendo un peso menos, suspiré y me sacudí el cabello con las manos, quitándole lo aplastado.

—Gracias por traerme.

Sweet Pea se encogió de hombros, restándole importancia.

—Espero que tu madre no te castigue.

Miré la cochera, donde debería estar su auto. Hasta ese momento, había olvidado por completo a mi madre.

—No está. Debe seguir en el hospital.

—¿Es enfermera?

—Cirujana, de hecho.

Asintió, y quiso decir algo más, pero el ringtone de mi celular lo interrumpió. Me apresuré a sacarlo del bolsillo de mi pantalón, pero no contesté cuando el identificador de llamadas me mostró su nombre.

"Reggie"

—Empieza a resultarme molesto tu celular, muñeca —bromeó, haciendo referencia a la interrupción de aquella noche.

Sonreí levemente y rechacé la llamada.

—Tal vez a partir de ahora lo deje en silencio.

Cerré los ojos con fuerza y no levanté la mirada de la pantalla cuando me di cuenta de lo que había dicho. Casi lo pude escuchar sonreír, cuando me llegó un mensaje.

"¿Dónde estás?"

"¿Por qué te fuiste con esa Serpiente?"

"¡Maldición, Leen!"

—Deberías responder —sugirió, notando que la persona estaba siendo insistente—. Parece urgente.

—No es nadie —dije, guardando el celular de vuelta en el bolsillo de mi pantalón—. Gracias de nuevo, Sweet Pea. Nos vemos mañana.

Indecisa entre si debería despedirme de él con un beso en la mejilla o a distancia, tomé la segunda opción y le correspondí la sonrisa antes de darme vuelta y entrar a mi casa. Corrí a la ventana que daba a la calle frente a la casa y me asomé sólo con un ojo para verlo.

Con una sonrisa en su rostro, se puso el casco, se subió a la moto y salió disparado como cohete.

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