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3. La bienvenida


Entrecerré los ojos por la luz del sol que entraba por la ventana cuando la alarma resonó en mis oídos. Era media hora antes de la hora que siempre me despertaba. Necesitaba llegar antes para instalar las cosas en la entrada y recibir a los sureños lo más organizada posible. Quería que vieran que me importaba su integración, y que eran bienvenidos. Especialmente porque Jughead estaba entre ellos, y quería que supiera que yo estaba feliz de volver a tenerlo en la escuela.

Sin embargo, me sentía extremadamente nerviosa. La tarde de ayer estuve deliberando por horas entre si debería preguntarle o no a Jughead sobre si Sweet Pea también sería transferido a la Preparatoria Riverdale. Al final, obviamente, fui una cobarde y no lo hice. Por lo tanto, la ansiedad y la curiosidad me carcomía. Si estaba ahí, ¿qué hacía? ¿Actuaría como si nada hubiese pasado entre nosotros? ¿Lo saludaría alegre o como si su presencia no me importara? Porque la verdad es que sí me importaba.

Mientras me vestía, traté de convencerme de que verlo no me afectaría en lo más mínimo. Pero no me podía engañar: ya me había cambiado el atuendo tres veces y me di cuenta de que estaba haciendo mi mejor esfuerzo por lucir bien. Cuando me maquillé con mucho cuidado y dedicación me di cuenta de que su presencia sí me afectaría. Sólo pensar en él me daban cosquillas en las manos, y me sentí estúpida por ello.

—Nos vemos, mamá.

—Espera, espera —me detuvo con voz dura y curiosa. Mi mano no giró el pomo de la puerta de la entrada y me quedé quieta—. Voltéate.

Cerrando los ojos con fuerza, di media vuelta, dejándola verme bien. Cuando volví a abrirlos, me miraba de arriba abajo. Mi madre se había vuelto más protectora conmigo desde mi primer amor, Reggie Mantle, me rompió el corazón.

—¿Por qué hoy vas tan guapa a la escuela?

Me miré, como si no supiera de lo que me hablaba. Estaba usando unos Adidas blancos recién lavados, unos shorts de negros ligeramente deshilachados por los bordes, una sudadera corta de color gris y la cadena dorada con la inicial de mi nombre.

En realidad, no iba tan arreglada. Pero se notaba que había hecho un esfuerzo, especialmente tratándose de mí. Yo no era como Verónica, que usaba todo un atuendo elegante y elaborado cada día, o como Betty, que tenía un estilo rosado, adorable y conservador. Mi clóset conistía en leggins deportivos, distintos vaqueros y shorts de mezclilla, sencillas blusas básicas y lisas, unas cuantas sudaderas dos tallas más grandes y otras un poco cortas, tenis de muchos colores y una simple mochila negra y pequeña en lugar de bolsos. Mi estilo era más práctico, cómodo y deportivo, pero nunca desaliñado.

—Voy como siempre.

Arqueó su ceja y se cruzó de brazos.

—Sólo dime la verdad, Harleen.

Tragué saliva con dificultad. Que dijera mi nombre completo, con ese tono, no era buena señal.

—¿Te estás viendo con Reggie?

Mi mandíbula cayó y mis ojos se agrandaron antes de empezar a gritar:

—¡Mamá, no! ¡Por supuesto que no! ¿Cómo puedes creer eso?

Finalmente relajó los hombros y exhaló.

—¿Por eso estabas tan molesta? —comprendí.

—Harleen, sólo no quiero que desperdicies tu tiempo con un chico como ése. Lo que te hizo —inhaló, cerrando los ojos e inflando las aletas de su nariz con molestia— es imperdonable, ¿entiendes? Más te vale que no lo hayas perdonado.

—No lo perdoné, mamá. Lo prometo. ¿Está bien?

Mucho más tranquila, cambiando por completo su semblante, asintió.

—Entonces, ¿quién te hizo eso?

Señaló mi cuello, recordando muy bien el chupetón que me duró todavía uno días después de haberlo obtenido.

—No importa —respondí—. No es nadie, ni será nadie.

Mi madre me miró con los ojos entrecerrados, pero decidió creerme y me despidió, deseándome un buen día en la escuela.

—Ah, Harleen, lo olvidaba —dijo, haciendo que me detuviera otra vez—. Recibí un correo de Weatherbee diciendo que algunos alumnos del Sur serían transferidos. No quiero que te acerques a ninguno de ellos.

Me quedé callada, debatiendo entre si oponerme a su orden o no, pero terminé asintiendo, optando por no pelear y desobedecerla a sus espaldas, evitando una discusión que nunca ganaría.

Betty me sonrió apenas me vio subir al auto.

—Ayer me di cuenta de algo.

—No lo digas —le pedí, sabiendo a lo que se refería. Me llevé la mano a la frente, tratando de bajar la temperatura de mi rostro con la fría palma de mi mano—. Tengo suficiente con mis pensamientos.

—Si está ahí, ¿me dirás cuál de ellos es?

—Apuesto a que te darás cuenta tú misma cuando me veas mirarlo —murmuré, rendida ante el hecho de que probablemente me embobaría apenas lo mirara.

Saqué una mesa del salón de Artes y la coloqué cerca de la entrada, pasando el muro de trofeos hacia la derecha. Kevin llegó a los minutos y me ayudó a organizar los papeles, folletos y carteles en paquetes para entregar lo mismo a cada uno.

Su llegada fue grupal y liderada por Jughead, quien al verme sonrió y guió a sus amigos hacia donde estaba ubicada con Kevin. Escondí las manos en el gran bolsillo que tenía mi sudadera por el frente, sintiendo mis manos temblar cuando lo vi.

Sweet Pea iba tan sólo a un lado y un paso atrás de Jughead. Ahora que lo veía con la clara luz del día, y después de que mi mente hubiese olvidado un poco su rostro, volviéndolo casi borroso en mis recuerdos, quise inclinarme y golpearme contra la mesa. Estaba millones de veces más guapo de lo que recordaba.

—Lo sé. La mayoría están muy guapos —susurró Kevin en mi oído, adivinando mis pensamientos, o tal vez leyendo mis movimientos, o probablemente dándose cuenta de mi sonrojo.

—Te esforzaste —apuntó Jughead al llegar frente a la mesa.

—Quería que se sintieran bienvenidos —expliqué.

Entonces, miré por encima de él. Por suerte, Sweet Pea era casi dos cabezas más alto que yo, por lo que pude evitar fácilmente mirarlo y enfocarme más en otros.

—Bienvenidos a su nueva escuela, la Preparatoria Riverdale. Para facilitar la transición, les preparé a cada uno una carpeta con su código de casillero, sus horarios, el calendario de este ciclo, un mapa de la escuela para que ubiquen rápidamente los salones, canchas y el comedor, y folletos con los equipos deportivos y clubes artísticos y académicos a los que pueden unirse cuando gusten. Si tienen cualquier duda, pueden preguntarme a mí o ir a la oficina administrativa, que se encuentra detrás de esta puerta —señalé a mi derecha, y me sentí contenta de ver que todos me escuchaban cuando siguieron la mirada hacia donde apunté con la mano.

Toni Topaz me sonreía, y a su lado estaba el moreno que evitó que me metiera a la pelea de Sweet Pea y JP, luciendo emocionado.

—Animamos a cada uno de ustedes a beber a fondo de la copa que es la hermosa Preparatoria de Riverdale —añadió Verónica, tomándome por sorpresa.

Había llegado por detrás para ponerse a mi lado junto con Archie, sonriendo con gracia. Fruncí el ceño, confundida de por qué ella hacía el esfuerzo por hacerlos sentir bienvenidos, ¿y por qué había dicho esa cursi frase?

—Detente, Eva Perón.

La voz de Cheryl casi me obligó a poner los ojos en blanco y formar una mueca con la boca, pero me detuve cuando oí una risa baja que llamó mi atención. Era Sweet Pea, quien me miraba divertido por la obvia y clara expresión de molestia en mi rostro.

Avergonzada, terminé el contacto visual y me volví a mis espaldas, dándome cuenta de que Cheryl Blossom se estaba acercando hacia donde estábamos, con las porristas (autonombradas vixens) siguiéndolay el equipo de fútbol respaldando a Reggie.

—Ése es el espíritu de la escuela que recuerdo —comentó Jughead a mis espaldas.

—Cheryl, nadie invitó a Barbie Fascista a la fiesta —le advirtió Verónica.

—Te equivocas, Verónica. Nadie invitó a estas lacras del Sur a nuestra escuela —corrigió, cruzándose de brazos. Bajo el bolsillo de mi sudadera, apreté las manos en puños. Cheryl realmente podía sacarme de mis casillas con su actitud. Siempre le había detestado, y ella a mí—. Escuchen, marginados. No dejaré que el promedio de la Preparatoria Riverdale sufra por unas clases abarrotadas de estudiantes mediocres. Así que, por favor, háganos un favor y búsquense otra escuela para devaluarla con sus miserables costumbres.

—¡Gracias por ese comentario que a nadie le importa, Cheryl! —hablé con fingida alegría— Pero ¿por qué no mejor primero te preocupas por tu promedio?

Cheryl me miró con furia desatada en sus ojos. Sabía que esa era una de las cosas que más odiaba de mí: mi promedio perfecto era lo único que le impedía ser la mejor en todo. A pesar de su muy buen puntaje de 98, nunca ha alcanzado mi 100.

—Escúchame, bicho abandonado: por más que te odie y me des asco, hoy no me interesa hacerte pedazos —masculló.

—¿Hacerme pedazos? —me reí, fascinada con cómo se atrevía a retarme después de la última vez que la puse en su lugar

—¿Que no es tu amiga? ¿No vas a detenerla? —susurró Toni.

—¿A Harley? —bufó Jughead, susurrando también— Es más fácil detener a un tigre.

—Te invito a intentarlo, de nuevo —dije entre dientes, aunque perfectamente audible para los que nos rodeaban. Tensó su mandíbula, la vi titubear ante al recuerdo y retrocedió un paso, manteniendo su distancia—. ¿Por qué no te vas a torturar a tu madre y dejas que los demás sigamos con la bienvenida, antes de que realmente me has enojar?

—Lo haré con gusto, señorita Guasón —sonrió con sinismo—, una vez que saquen la basura del Sur. No llevan dos minutos aquí y el lugar ya apesta.

—¿Por qué no vienes y me lo dices en la cara? —la retó Toni.

Cuando volteé, vi que Jughead la había detenido de dar un paso más, probablemente no queriendo que se metiera en problemas o que destrozara el rostro de Cheryl.

—Cuando quieras, reina de la basura.

Archie intervino a tiempo, poniéndose en medio de las dos.

—Escuchen. ¿Podemos dejar de lado nuestras diferencias y empezar de nuevo?

—Tú no hablas por los Bulldogs —habló Reggie.

—Relájate, Kim Jong-un —lo callé, rodando los ojos. Escuché a varios reírse por lo bajo.

Reggie me fulminó con los ojos.

—No quieras empezar algo que no terminará bien, Harley —me advirtió, luego mirando a Archie—. Y recuerda que estos sujetos salidos de Vaselina quisieron acabar contigo —añadió.

—Hora de terminar lo que empezamos —habló Sweet Pea, su voz grave y masculina tensándome.

Trató de llegar hasta Reggie, pero entre varios lo detuvieron, mientras yo me ponía frente a Reggie, quien parecía dispuesto a responder cualquier golpe, pero se paró en cuanto me vio cruzarme en su camino.

—Estoy harta de su masculindad tóxica y de su comportamiento —dijo Verónica, pero nadie la escuchó y siguieron retándose con la mirada.

—Bien, suficiente bienvenida —habló el director Weatherbee, saliendo de las oficinas administrativas. Todos lo miraron—. Todo el mundo a clase. Ahora.

Los únicos que no se movieron fueron los del Sur y yo. Aunque Reggie, por otro lado, no se fue sin antes inclinarse a mi oído, tomándome desprevenida, y susurrar:

—Elegiste el lado equivocado.

—Señorita Hamilton, por favor, entregue al alumnado sus papeles —pidió Weatherbee antes de adentrarse en la oficina.

Suspiré cuando cerró la puerta a sus espaldas.

—Qué bienvenida —dijo Jughead con sarcasmo, soltándome.

—Lo lamento —le dije mientras me acercaba a la mesa y los sureños esperaban alrededor para recibir sus papeles. Me moví el cabello hacia un lado para que me dejara ver bien y no me estorbara—. No conté con que Cheryl fuera a hacer uno de sus actos dramáticos.

—Gracias por eso —habló Toni cuando le tendí su carpeta.

Me encogí de hombros con una sonrisa de lado.

—Son amigos de Jughead, y no merecían ese trato.

—Me hubiera gustado verte patearle el trasero —bromeó el moreno con una sonrisa blanca—. Soy Fangs, por cierto.

Le sonreí amable, segura de que él ya sabía mi nombre por Jughead, y le di su carpeta en la mano.

—Mucho gusto, Fangs, pero la verdad es que me alegra que no pasara a mayores —dije con una media sonrisa que pareció más una mueca, y seguí entregando el resto de las carpetas.

Casi todos fruncieron el ceño ante mi respuesta.

—La última vez que Cheryl y Reggie la retaron... Bueno, sólo digamos no terminó bien para ellos —explicó Jughead.

No levanté la mirada para ver sus reacciones, avergonzada de escuchar lo que hice en el pasado, cuando dejé que mi oscuridad me dominara y por poco los dejé irreparablemente heridos.

Después de eso, nadie más dijo nada muy importante. Resolví algunas dudas rápidas y les indiqué que las dos primera páginas dentro de su carpeta eran el mapa de la escuela y el horario de sus clases. Poco a poco empezaron a dispersarse hasta que no quedó ninguno.

Levanté la pequeña mesa de madera y la regresé al salón de Artes, tomándome mi tiempo, pues tenía clase de Cálculo y a veces me aburría un poco, ya que sólo estaban dando el repaso de los temas vistos en la semana pasada.

Cuando salí de Artes, lo vi en el pasillo, de espaldas, luciendo su chaqueta negra de cuero con la serpiente de dos cabezas. Noté que su cabeza estaba inclinada y su brazo doblado. Probablemente estaba mirando el mapa, busando algún aula. Pensé en llamarlo y ofrecerle mi ayuda, pero la pena me ganó y seguí mi camino hacia el otro lado.

Podía enfrentarme al idiota más grande de la escuela y a la más arpía de todas, pero era incapaz de hablarla al chico que me atraía.

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